FT-CI

Apuntes sobre la crisis capitalista en curso y la reconstrucción de la IV Internacional

30/12/2008


En los últimos años, la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI) ha desarrollado una creciente intervención en la lucha de clases de los países donde actúa, y ha insistido en la defensa de la teoría marxista frente a distinto tipo de revisiones que significaban un paso atrás de lo avanzado por ella, ya que, como afirma Trotsky, una época de reacción ideológica impone como una tarea central la defensa de las conquistas teóricas del marxismo y el movimiento obrero, producto de las experiencias revolucionarias anteriores. Simultáneamente, hemos planteado como criterio de unificación con otras corrientes que se reclaman marxistas revolucionarias, balances en común de los principales hechos de la lucha de clases, entendidos estos no desde el ángulo estrecho de las luchas económicas y aun políticas del proletariado, sino (y fundamentalmente) de las guerras o los alzamientos y jornadas revolucionarias que se desarrollaron (aunque en forma muy parcial) en distintos lugares del mundo.

Sin embargo, frente a la irrupción de una crisis capitalista de carácter histórico, que aun los analistas burgueses deben comparar con la Gran Depresión de los años ’30, los marxistas revolucionarios debemos cambiar los parámetros y las jerarquías de nuestra tareas y colocar los asuntos de programa, de estrategia y táctica revolucionaria como centrales en la tarea de construir partidos revolucionarios en cada país, y una internacional marxista revolucionaria, ya que la crisis será partera de grandes acontecimientos de la lucha de clases y consiguientes cambios en la subjetividad de los trabajadores y los oprimidos.

Cómo nos preparamos para la crisis

En julio de este año realizamos la V Conferencia Internacional de nuestra organización donde, en tres importantes documentos, discutimos:
a) La crisis económica que hacía casi un año se venía desarrollando sin prisa pero sin pausa. Relacionado con esto, preveíamos el incremento de las tensiones geopolíticas y la probable influencia en la lucha de clases.
b) La dinámica de la subjetividad de la clase trabajadora y la crisis del marxismo revolucionario en las últimas décadas.

c) Al ser una corriente que tiene su mayor influencia en América Latina, analizamos pormenorizadamente la situación de nuestro subcontinente y, en especial, de los procesos políticos (gobierno de tinte nacionalista burgués o de frente popular, etc.) que eran la respuesta a procesos de insubordinación de masas en varios países.

En el primer documento (“Tesis sobre la Situación de la Economía y las Relaciones Interestatales a nivel mundial” [1]) definimos que la crisis que estaba sacudiendo el planeta, comenzando por los países imperialistas más importantes, era el producto de la incapacidad de la burguesía de sostener una alta tasa de acumulación a largo plazo. Si bien la ofensiva neoliberal había obtenido rotundos triunfos contra la clase obrera, recuperando la tasa de ganancia (luego de la caída del fin del boom de la posguerra), esto no fue suficiente para permitir que los capitalistas tuvieran confianza en su propio sistema y reinviertan sus mayores beneficios en la producción y distribución de mercancías y servicios. Discutimos que esto era más notorio ya que el capitalismo había conseguido reconquistar amplias zonas del planeta que, desde la Segunda Guerra Mundial –y aún desde antes–, estaban fuera del circuito de valorización del capital, como la ex URSS, Europa Oriental y China. La restauración capitalista en estos países, aunque permitió bajar el precio de la fuerza de trabajo a nivel internacional y formar nichos rentables para la explotación capitalista en las últimas dos décadas, no fue suficiente para relanzar un proceso de acumulación capitalista ampliada y durable. Los analistas superficiales pretenden ver en la desregulación de las finanzas capitalistas y las burbujas como la inmobiliaria, la causa del descalabro actual. Una mirada marxista seria debe partir de señalar que, aunque parezca paradójico, fue la propia capacidad de la burguesía imperialista de sobreponerse a las crisis que se sucedieron desde el fin del boom de la posguerra, sin una dura liquidación de capital sobrante, sin conflagraciones interimperialistas, lo que llevó a una sobreacumulación de capitales persistente y a la necesidad del desarrollo de una fabulosa montaña de capital ficticio para permitir que el sistema siguiera funcionando, acumulando contradicciones que ahora estallan.

Se está comprobando un aspecto central de la teoría marxista: el capitalismo senil, en su fase imperialista, sólo pudo conseguir un período de desarrollo relativamente fuerte (los “treinta gloriosos” del boom de la posguerra) luego de una monstruosa liquidación de infraestructura, bienes de capital, mercancías de todo tipo e incluso de población “sobrante” (las dos Guerras Mundiales y la Gran Depresión).

Si los capitalistas pensaron que atacando a los trabajadores, inclusive liquidando sus conquistas históricas (como los ex estados obreros que estaban fuera de la acumulación capitalista) lograrían el “elixir de la juventud”, la crisis actual les recuerda que la destrucción masiva de capitales y, en última instancia, la guerra, es la “ley” de su desarrollo en esta época de decadencia.

Decir que estamos en una situación que tiende a una depresión no es decir poco, ya que la de los años ’30 llevó al ascenso del fascismo en Alemania, a la Guerra Civil española y muchos otros fenómenos de gran magnitud, que sólo culminó con la victoria “aliada” en la Segunda Guerra Mundial, imponiendo la hegemonía norteamericana que en las últimas décadas se ha venido debilitando y que esta crisis pone en jaque.

Luego de la Conferencia, ya estamos asistiendo a incipientes fenómenos de luchas interestatales como la guerra entre Rusia y Georgia (donde los aliados de esta última, EE.UU. y la Unión Europea, mantuvieron distintas posiciones) o las tensiones entre la India y Pakistán (que recrudecieron luego de los recientes atentados terroristas en Mumbai) que indican la dinámica de los acontecimientos.

En las últimas semanas y meses se han desarrollado luchas estudiantiles y juveniles en el Estado Español, Italia y fundamentalmente en Grecia, donde se ha transformado en una revuelta juvenil nacional, que incluyó una huelga general, luego del asesinato de un joven de 15 años. La emergencia de la juventud hoy (como en el ’68) previsiblemente están anunciando la entrada en lucha de los trabajadores.

El hecho simbólico de que, por primera vez desde los años ’30 en estos países, se hayan tomado dos fábricas, una en Chicago (Estados Unidos) y otra en el norte de Alemania, siguiendo un método aplicado en Latinoamérica en los últimos años, nos habla, cuando recién la crisis está empezando a hacer sentir sus efectos, de que se revalorizarán todos los métodos de lucha de clase obrera, como señalamos en las Tesis.

* * *

En el documento “Clase obrera, subjetividad y marxismo” hicimos una historia de la involución de la subjetividad obrera ante el ataque continuo del capital y la capitulación final de las burocracias stalinistas ante la doble presión del imperialismo y del peligro de que los procesos de revolución política se desarrollaran y triunfaran.

La sobrevida del capitalismo desde los años ’80 y sobre todo desde las restauración capitalista (década de 1990), incluyó una nueva división mundial del trabajo que debilitó relativamente a los trabajadores industriales de los países centrales (transformados en economías con mayor peso de los servicios), mientras desplazaban una parte importante de la industria al Sudeste asiático (y a China en particular), México, Brasil y Europa Oriental, mientras la mayoría de los estados semicoloniales permanecían esencialmente como productores de materias primas. Esto produjo un nuevo salto en el desarrollo desigual y combinado, con el surgimiento de nuevos países con relativa industrialización (como China e India).

En el último quinquenio (2002-2007), el crecimiento a altas tasas de la economía mundial llevó a una baja del nivel de desempleo y a numerosas luchas económicas de los trabajadores en países de todos los continentes en busca de recuperar algo de lo perdido durante la ofensiva neoliberal. El proletariado que, dirigido por burocracias socialdemócratas, stalinistas o nacionalistas burguesas, había perdido gran parte de las conquistas logradas en la posguerra, consiguió en estos últimos años algunos avances en recuperar algo de lo perdido en la redistribución de las rentas nacionales (sobre todo en los sectores sindicalizados), pero sin lograr superar la enorme hendidura entre trabajadores efectivos, precarios y desocupados, devenida en nuevo “sentido común”.

Mientras Medio Oriente siguió siendo persistentemente una región convulsiva del planeta, con la resistencia del pueblo palestino frente a la opresión del Estado sionista de Israel, la Guerra del Golfo en 1991, etc.; en los países centrales, luego de un período de recomposición de la clase trabajadora a partir de hitos como la huelga general de los empleados públicos franceses del año 1995 o las “guerras obreras” en Corea del Sur en el ’96-’97, emergió el movimiento juvenil “no global”, con un ala izquierda anticapitalista, extendiéndose desde Seattle (EE.UU.) en 1999 hacia varios países europeos. Con la invasión norteamericana a Irak en el 2003, se desarrolló un fuerte movimiento antiguerra, con marchas masivas pero impotente para frenar la maquinaria imperialista. Todas estas distintas expresiones de la lucha de clases no lograron revertir el signo general de la relación de fuerzas, pero fueron experiencias que ya se están resignificando (Grecia) frente a la crisis.

La larga ofensiva política e ideológica del capital no sólo llevó tendencialmente a que los partidos socialdemócratas se transformaran en partidos burgueses “normales” y que los ex stalinistas siguieran el mismo camino o desaparecieran, sino que llevó a una polarización de lo que quedaba del movimiento marxista revolucionario (trotskismo). En un polo, aquellos que han renunciado a la estrategia de la dictadura del proletariado, siendo el caso más importante el de la LCR francesa que está disolviendo su organización y fundando un “Nuevo Partido Anticapitalista” (con reformistas, autonomistas, anarquistas, etc., sin definición de clase ni de estrategia revolucionaria). Hay casos de más abierta colaboración de clases, como el PSOL de Brasil. Otros, como el SWP británico, formalmente reivindican la necesidad de construir partidos revolucionarios pero su estrategia es la formación de frentes de colaboración de clases con caudillos reformistas (Galloway) y sectores burgueses de la comunidad musulmana. La coalición Respect estalló por los aires el año pasado con virulentas acusaciones mutuas. En el otro polo, multitud de sectas (en el sentido literal del término) recitadoras de un programa muerto sin siquiera una mínima influencia en sectores del movimiento obrero y la juventud.

Entre estos dos polos, hay organizaciones como Lutte Ouvriere de Francia, que históricamente no ha dedicado mayores esfuerzos a construir una tendencia internacional, y que en la actualidad ha tenido, lamentablemente, una política incluso más oportunista que la de la LCR formando alianzas con los partidos de la “izquierda plural” (PS, PC, Verdes) para obtener algunos cargos municipales.

Además, existen otros agrupamientos como la LIT-CI, impulsada por el PSTU de Brasil, y la CRCI, impulsada por el PO de Argentina. El PSTU ha conquistado cierto peso sindical (vía Conlutas, un reagrupamiento de un sector de la izquierda sindical brasilera), pero mantiene un acuerdo electoral permanente con el PSOL a pesar del continuo giro a la colaboración de clases abierta de este último. El PO fue uno de los impulsores del movimiento piquetero en Argentina desde el año 2000.

Nuestra corriente, la FT-CI, ha dado una batalla por recuperar la teoría y el programa del trotskismo, único marxismo revolucionario desde la degeneración stalinista de la III Internacional, y ha hecho algunas significativas experiencias en las luchas obreras más avanzadas (un rol dirigente en las fábricas ocupadas y puestas a funcionar bajo gestión obrera en Argentina, en especial en Zanon y Brukman, así como en procesos de reorganización obrera en diversas fábricas y empresas; la participación en la luchas de los mineros de Huanuni en Bolivia y en la semi insurrección en El Alto, aportando posteriormente a la reorganización sindical en esta localidad; participación en los conflictos de los obreros de Sidor y Sanitarios Maracay en Venezuela).

Haciendo una síntesis, podemos decir que la crisis encuentra al proletariado en un proceso de recuperación parcial de sus luchas y conciencia (fundamentalmente en Latinoamérica y Europa) y, aunque en estos últimos años hubo un relativamente alto nivel de empleo, estuvo atravesado por un fenómeno universal de precarización que ya está transformando a las capas más flexibilizadas de la clase obrera en las primeras víctimas de la crisis.

El marxismo, desde el punto de vista teórico, prácticamente desapareció de la vida del movimiento obrero y se mantuvo recluido (en el mejor de los casos) en ámbitos universitarios, con lo que se transformó predominantemente en un marxismo académico fuertemente sometido a todos los vientos revisionistas, “especializado en economía” u otras disciplinas académicas, contribuyendo a generar entre los docentes y estudiantes una profunda aversión y hostilidad hacia la fusión con el movimiento obrero y una enemistad mortal hacia la construcción de partidos revolucionarios.

La mayor parte de este marxismo académico contribuyó a la ideología dominante en las últimas décadas que transformó en el “verdadero enemigo” al leninismo (y al trotskismo), considerando el totalitarismo stalinista no como la negación contrarrevolucionaria de aquellos sino como su más plena realización.

A esta altura, nos debemos preguntar por qué las tres tendencias principales que reivindicamos la necesidad de la reconstrucción o refundación de la IV Internacional y pretendemos acrecentar nuestra influencia en la lucha de clases, estamos fundamentalmente en Latinoamérica (LIT, CRCI, FT-CI). En primer lugar, hay motivos históricos: el trotskismo, desde hace más de cincuenta años, fue una corriente política de peso en varios países de Latinoamérica. En segundo lugar, nuestro subcontienente tuvo una especie de ensayo general de la crisis mundial en curso, a inicios de la presente década y esto nos lleva al tercer documento discutido en la V Conferencia (“Claves de la situación latinoamericana”). Asistimos a grandes ascensos de masas, incluso jornadas revolucionarias, e intentos de golpes contrarrevolucionarios, en países tan distintos como Argentina, Ecuador, Bolivia o Venezuela. Aunque estos procesos fueron enlentecidos y eventualmente desviados por el ciclo de crecimiento de la economía mundial 2002-2007, Latinoamérica es la única región del mundo que en los últimos años vio mineros junto a campesinos armados con “cachorros” de dinamita para voltear un gobierno (Bolivia), levantamientos del pueblo pobre para enfrentar un golpe contrarrevolucionario y la importante experiencia de control obrero hecha en dos grandes refinerías por los trabajadores en la lucha contra el paro-sabotaje petrolero imperialista (Venezuela), o la unidad (aunque circunstancial) en las calles de “piqueteros” desocupados y “asambleas populares” de sectores de las clases medias, junto a fábricas ocupadas y gestionadas por sus trabajadores (Argentina). Más aún, toda la teoría política burguesa y de izquierda ha escrito ríos de tinta sobre los nuevos regímenes y gobiernos “populistas” de la región.

Tomando el conjunto de Latinoamérica y no sólo el sur del continente, también asistimos a un fenómeno enormemente novedoso en México, con la emergencia de la Comuna de Oaxaca, dirigida por la APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca) que, además de crear una organización de tipo “presoviética”, implicó la toma durante varias semanas de medios de comunicación de masas (radio y televisión) que pasaron a transmitir día y noche los acontecimientos de la lucha y documentales e informes sobre la historia de movimientos revolucionarios. Este hecho anticipa, a nivel de un estado de México, un aspecto de la fisonomía que tendrán los acontecimientos revolucionarios del siglo XXI.

La fortaleza de los procesos latinoamericanos es que produjeron, en un período de tiempo relativamente corto (2000-2007), múltiples y variadas formas de luchas. La debilidad fue que los sectores más concentrados de la clase obrera no jugaron un papel destacado, siendo los sectores de vanguardia los eventuales aliados del proletariado (campesinos y clases medias urbanas) o los estratos más vulnerables de la clase obrera (los desocupados). Un fenómeno pequeño pero altamente simbólico como Zanon, donde la unidad de los trabajadores de la fábrica, junto a los desocupados, impactó al movimiento obrero más importante sindicalmente de la provincia (nucleado en la CTA) y generó simpatía en amplios sectores de la población, logrando incluso un paro general ante una amenaza de desalojo (abril de 2003), muestra la potencialidad que estos frentes únicos de los explotados hubieran tenido si la clase obrera hubiera estado a su cabeza.

En Argentina, los sectores clave de la clase obrera ocupada no intervinieron, al principio, en los momentos más revolucionarios, porque estaba diezmada por la desocupación y por el freno de las burocracias sindicales, y luego, cuando desapareció el elemento catastrófico de la crisis económica, los trabajadores que volvían a las fábricas y empresas se enfrentaron a regímenes políticos reconstituidos, por lo que sólo se desarrollaron luchas económicas.

El proceso de conjunto en la región, con sus fortalezas y sus grandes debilidades (e inclusive la utilización demagógica por parte de Chávez de consignas como “el socialismo del siglo XXI” junto a apelaciones a Marx e incluso a Trotsky), permitió que el marxismo, desde el punto de vista teórico y político, saliera un poco de la Academia y empezara a impactar a sectores de la vanguardia obrera y estudiantil. En este último año, 2008, nuestra corriente ha logrado impulsar un amplio proceso de debate no sólo en Argentina sino en Brasil, en México y aún en Bolivia, por encima las camarillas académicas y adscripciones por tendencia.

Qué programa y estrategia levantar frente a la crisis

Como es sabido, León Trotsky formuló en el Programa de Transición un conjunto de reivindicaciones programáticas que permitieran trazar un puente entre la conciencia atrasada del proletariado y su necesidad de lucha para evitar ser desintegrado por una crisis similar a la actual.
Explícitamente, Trotsky declaraba que el conjunto de reivindicaciones deben llevar a una sola conclusión: la toma del poder por el proletariado. Esto significa que el programa no es para conseguir reformas –estructurales o coyunturales–como afirman todo tipo de reformistas o centristas hoy, sino que está ligado a una clara estrategia de poder obrero.

En las discusiones sobre el Programa, el mismo Trotsky insistía que los sectarios verían demasiado mínimas consignas como la expropiación de grupos especiales de capitalistas u otras, y los oportunistas verían demasiado “rojo” impedir los despidos e imponer mediante la acción directa el reparto de las horas de trabajo a costa de la ganancia acumulada de los capitalistas.

Ambos sectores, sectarios y oportunistas, se quedaban (se quedan) con una parte del programa pero no veían que el objetivo de conjunto era desarrollar la movilización y la conciencia de los trabajadores para que éstos cada vez más se aproximaran a la única conclusión estratégica correcta: prepararse para vencer. Toda construcción de un partido revolucionario hoy no puede limitarse a plantear una serie de consignas correctas pero deshilvanadas como el reparto de las horas de trabajo, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, la defensa del nivel de los salarios, etc.. Para intentar dirigir el proceso en un sentido revolucionario, la estrategia marxista revolucionaria plantea tres cuestiones principales: a) la más estricta independencia de clase opuesta a todo programa de “acuerdo social” o político a costa de los trabajadores, b) el impulso más audaz a una política de autoorganización democrática de los explotados; c) la construcción de un partido de trabajadores revolucionario que conduzca la lucha hacia la victoria.

En primer lugar, es necesario tratar de impedir que los trabajadores caigan en la política a la que los arrastrarán sus direcciones de colaboración de clases. Esto puede realizarse abiertamente, apoyando a partidos frentepopulistas (como por ejemplo el MAS de Evo Morales en Bolivia) o nacionalistas burgueses (como el PSUV de Chávez), o más comúnmente cediendo a la política de las patronales y gobiernos que chantajean planteando, por ejemplo: “les mantenemos el trabajo siempre y cuando acepten una devaluación de la moneda” (lo que a su vez llevará a una caída de los salarios reales de los trabajadores).

En las primeras etapas de la crisis, como la que estamos recorriendo ahora, los “pactos sociales” de todo tipo estarán a la orden del día, impulsados por las patronales y gobiernos e impuestos por las burocracias obreras. Propuestas como la de “mantener los puestos de trabajo” resignando el salario, aceptar el despido de los precarios para evitar los despidos de efectivos, aceptar las suspensiones o reducciones del tiempo de trabajo con rebaja de los salarios, etc., formarán parte de engaños que, además de ser totalmente impotentes para frenar la crisis de conjunto, producirán (de no ser combatidos conscientemente por la clase obrera y los marxistas revolucionarios) el desgaste del proletariado, y sobre esta descomposición, el avance de gobiernos bonapartistas atacarán la libertad de organización de los trabajadores y los derechos democráticos en general. Es por eso que los trabajadores deben luchar bajo la consigna de “que la crisis la paguen los capitalistas” y cuando éstos aduzcan que van a pérdida, deberemos responder como Trotsky: si no pueden mantener a sus esclavos asalariados, entonces no hay más camino que expropiarlos. Esta discusión, que parecerá excesivamente “radical” a compañeros que hace décadas no viven una crisis de esta magnitud, se ajusta escrupulosamente a la dinámica de la lucha y a la psicología de los propios obreros.

Los obreros de Zanon en Argentina, hasta dos años antes que comenzara la crisis, casi no habían hecho huelgas y la fábrica estaba llena de supervisores que controlaban celosamente todo lo que pasaba. Sin embargo, cuando comenzó a quedar claro que el patrón no quería arreglos y que cada vez se dirigía más a dejar una pequeña dotación de trabajadores o incluso a cerrar la fábrica, más y más trabajadores se fueron convenciendo, primero de impedir estos planes, y tiempo más tarde de que no había otro camino que tomarla y ponerla a producir, exigiendo su expropiación y estatización bajo gestión obrera directa. Sin embargo, la lógica de su acción no quedó ahí ya que, para aumentar su fuerza social, debieron coaligarse con el principal movimiento de desocupados de la provincia, y luego con el conjunto de los movimientos de desocupados, a los que ofrecieron lugares de trabajo en la propia fábrica recuperada. Esto hizo surgir un nuevo “poder obrero” en la provincia de Neuquén que impactó y ganó como aliados, a pesar de sus direcciones, a los estatales y docentes. El Sindicato de los ceramistas (SOECN) llamó a la conformación de una Coordinadora a las organizaciones obreras, estudiantiles y de derechos humanos de la provincia, que funcionó durante cerca de un año. Luego del triunfo de Kirchner y del encausamiento de la situación por parte de la burguesía, las agrupaciones que participaban de la Coordinadora del Alto Valle se fueron retirando y vaciándola. Si la crisis hubiera durado un tiempo más, es muy probable que la política del SOECN de que la Coordinadora no fuera sólo de dirigentes y agrupaciones sino que tuviera mandatos de base podría haberse generalizado y dar origen a algo parecido a un consejo de trabajadores de la ciudad de Neuquén.

En este largo ejemplo, aunque en pequeño, se puede ver la relación inseparable entre la lucha por la independencia de clase contra todas las “alternativas” y “soluciones” patronales, y una amplia política de autoorganización dirigida no sólo hacia el conjunto de los trabajadores sino hacia el conjunto de los explotados y oprimidos. Sólo esta combinación de los dos aspectos estratégicos que señalamos, se ajusta a la política de los revolucionarios para evitar que la crisis descomponga al proletariado y, por el contrario, lo fortalezca como clase consciente. Cuando decimos que en Latinoamérica hubo un ensayo general de la crisis actual, también queremos decir que el Programa de Transición demostró no ser una vieja reliquia sino que es la herramienta que más se ajusta para enfrentar una crisis ruinosa como la actual.

Dijimos arriba que el tercer elemento imprescindible de una estrategia revolucionaria es el partido. Trotsky plantea que el partido revolucionario juega para el proletariado el mismo rol centralizador de las experiencias que jugaron las universidades en los movimientos revolucionarios burgueses. A su vez, no confunde al partido con los consejos obreros o soviets. Dice que, aunque las fuerzas que dirigían los soviets eran infinitamente más grandes que el partido bolchevique, sin la dirección perspicaz y firme de este último, los soviets, bajo dirección conciliadora, hubieran capitulado a la burguesía (y por esa vía al frente de los aliados en la Primera Guerra Mundial) y, de esa forma, arruinado las posibilidades de la revolución.

No hay otro instrumento, en la historia de la lucha de los explotados, que haya demostrado ser más eficaz que un partido revolucionario internacionalista templado en las luchas más importantes de su propio proletariado y que en los momentos decisivos no ceda, como plantea Trotsky, ni al terror contrarrevolucionario ni al “canto de sirena” del frente popular.

Gramsci, por su parte, sostiene que la importancia de un partido se mide por lo que le aporta a su clase, siendo parte de su historia de luchas.
Es por eso que, al comienzo de esta crisis, debemos reactualizar no sólo el Programa de Transición sino aprender de la experiencia de la Oposición de Izquierda y la IV Internacional en vida de Trotsky e incluso de las mejores experiencias del movimiento trotskista en la posguerra que, aunque de conjunto se hizo centrista, aportó algunos hitos importantes (hilos de continuidad histórica) al desarrollo de la clase obrera de los últimos sesenta años.

Esta cuestión nos lleva a la cuestión central de por qué luchar por la reconstrucción de la IV Internacional y sus partidos nacionales: porque no hay ninguna organización, “nueva” o vieja, que tenga una estrategia superior a la de los marxistas revolucionarios. Los anarquistas se transformaron en ministros –sólo una pequeña minoría se opuso a este curso– y ayudaron a liquidar la grandiosa Revolución Española, antes de desaparecer como corriente obrera internacional. Los autonomistas, que son una variante del anarquismo, demostraron últimamente su total impotencia en México (y su brutal sectarismo frente al movimiento de lucha más avanzado de ese país, la Comuna de Oaxaca). Los stalinistas triunfantes como Mao, o las direcciones guerrilleras como Castro, adoptaron la estrategia del “socialismo en un solo país” y formaron Estados burocráticos que prohibían toda tendencia a la autoorganización de las masas y perseguían a los trotskistas, y terminaron cediendo a la presión del imperialismo con la restauración capitalista más brutal, como en China, o abriendo el camino a ella, como en Cuba.

Sólo el Partido Bolchevique triunfó dirigiendo los soviets y, para derrotarlo, tuvieron que liquidar físicamente a casi toda la dirección que había hecho la revolución, para tratar de hacer desaparecer ese cúmulo de experiencias revolucionarias no sólo de la URSS sino de todo el mundo. Ni en Cuba, ni en China, ni en Vietnam, surgieron sectores del tipo de la Oposición de Izquierda Internacional, que debió ser barrida a sangre y fuego en la URSS y brutalmente aislada y perseguida a nivel internacional. En ese sentido, el trotskismo es el heredero directo de una tradición de más de 150 años de teoría, experiencia y lucha del movimiento obrero. A diferencia de la mayoría de los trotskistas de posguerra que capitularon a los distintos aparatos que dirigían circunstancialmente al movimiento obrero o de masas, de lo que se trata es de construir partidos que desarrollen todas sus tácticas (la “conducción de operaciones aisladas”, al decir de Trotsky) en la perspectiva estratégica de dirigir como un arte la insurrección armada del proletariado y sus aliados, contra una burguesía a la que no le temblará la mano en querer aplastarlos con los métodos de la contrarrevolución, una vez haya agotado su último recurso, el frente popular. Parafraseando a Trotsky, nuestro método es la revolución proletaria, nuestro objetivo es el poder de los trabajadores basado en consejos de los obreros, los campesinos y el pueblo pobre.

Si no refundamos la IV Internacional, basados en estos métodos y con estos objetivos, sólo nos queda la impotencia sectaria o la capitulación oportunista.

Sobre un aspecto central de la táctica revolucionaria

Esta crisis encuentra al proletariado organizado en sindicatos (de industria, servicios y estatales) que en el mejor de los casos agrupan al 20 ó 25% de la clase trabajadora, y en la mayoría, incluso en países centrales como Francia –de larga tradición de lucha– no organizan más que al 10% de los trabajadores. A este hecho hay que matizarlo en dos sentidos. El fenómeno más negativo es que, en los últimos treinta años de ofensiva neoliberal, ha surgido una “subclase” de precarios o directamente desocupados permanentes que no tienen ningún tipo de organización. Los casos excepcionales como el “movimiento piquetero” en Argentina, surgieron por fuera (y contra) los sindicatos, que habían dejado a los desocupados librados a su suerte. Desde el punto de vista de la potencialidad de los sindicatos como instrumentos de lucha, debe decirse que en el movimiento obrero de numerosos países hay organizaciones en los lugares de trabajo que tienden a superar, muchas veces, la línea de división de acuerdo a la sindicalización y permite que en las fábricas o establecimientos los trabajadores puedan actuar en forma unificada.
Las principales directrices de los marxistas para el movimiento obrero pasan por reconocer, en primer lugar, la existencia de estas organizaciones que, a pesar de sus inmensas limitaciones, son las más amplias que tiene el movimiento obrero considerado como una clase internacional. La política de León Trotsky en el Programa de Transición partía de considerar como no compatible con la pertenencia a la IV Internacional a toda organización que no tenga una política de participar en la vida de los sindicatos. Hoy, esto es tan correcto como en su momento. Sin embargo, esa política debe realizarse ligada a su contenido real de lucha que es la exigencia del más amplio frente único obrero para resistir el ataque de los capitalistas que hoy ya se expresa en miles y miles de despidos y suspensiones. La participación en los sindicatos con esta política debe hacerse en la perspectiva de lucha inclaudicable para superar el rutinarismo, el divisionismo y la dependencia política e ideológica respeto de sus respectivos Estados burgueses, de las burocracias sindicales que los dirigen, es decir, en una perspectiva revolucionaria. En tiempos de crisis como el actual, la política burocrática es más criminal que nunca, ya que se contenta con tratar de morigerar los efectos de la crisis cambiando despidos por rebajas de salarios y pérdida de conquistas laborales, llevando, en el mejor de los casos, a la lucha sólo a sus propios afiliados, negándose a la unidad de las filas de la clase trabajadora (efectivos, precarizados, desocupados) y mucho menos a plantear un programa de conjunto que comprenda los intereses de las clases medias arruinadas de la ciudad y el campo, y que transforme a los trabajadores en una verdadera alternativa frente a la decadencia de la burguesía y sus gobiernos.

En todas las oleadas revolucionarias del siglo XX, incluso en procesos revolucionarios que terminaron derrotados como Argentina y Chile en los años ’70, tienden a surgir organizaciones que se transforman en organismos de frente único para la ofensiva y que superan la organización estrecha y rutinaria de los sindicatos (soviets en Rusia de 1917, consejos obreros en Alemania en 1918 y en Hungría en 1956 y otros países, cordones industriales en Chile, coordinadoras interfabriles en Argentina y Asamblea Popular en Bolivia en los años ’70, etc.). Partir de las organizaciones sindicales existentes, al mismo tiempo que con una política de frente único se intenta hacer surgir organizaciones más amplias de masas que organizan a los trabajadores y a los pobres por región, ciudad, provincia e incluso a nivel nacional, es una de las principales enseñanzas de la relación entre programa y táctica revolucionaria que dejaron los primeros cuatro congresos de la III Internacional. El sindicalismo rutinario por un lado, y los sindicatos “rojos” o el consejismo abstracto por otro, son dos peligros que toda corriente revolucionaria madura debe evitar partiendo de las organizaciones reales de los trabajadores y, a través de una política de frente único real, intentar superarlas creando organizaciones aptas no sólo para resolver las necesidades mínimas, sino para preparar la insurrección que conduzca al poder de los trabajadores. Creemos que si la crisis se desarrolla durante varios años, como parecen mostrar todas las perspectivas vistas desde hoy, surgirán situaciones pre-revolucionarias y revolucionarias en numerosos países donde la ligazón entre la táctica y la estrategia revolucionaria estarán a la orden del día.

Avancemos hacia la reconstrucción de la IV Internacional

Desde el punto de vista de las organizaciones que se reclaman del marxismo revolucionario, como dijimos arriba, el ensayo general de los primeros años de este siglo en Latinoamérica ha permitido la existencia, con alguna vitalidad, de tres tendencias que se pretenden internacionales y que tienen alguna influencia sobre el movimiento real, pero al no haber sido el proletariado el actor fundamental de los ascensos en la década que está terminando, esto ha presionado a adaptaciones a los regímenes en forma oportunista y a su vez, a pretender crecer “engordando” en forma sectaria, como tendencias, sin cruzar las barreras de origen (la LIT, que esencialmente reagrupa a los “morenistas”) o evitando acuerdos entre grupos importantes que “compitan” en un mismo país (negativa del PO/CRCI a un proceso de discusión serio con el PTS y la FT).

Por nuestra parte, tomamos en serio que el proceso iniciado a principios de siglo en nuestra región abría perspectivas revolucionarias. Nuestro grupo en Brasil, la LER-QI, le propuso una discusión de partido al PSTU, mientras que en Argentina, el PTS propuso al PO y otras fuerzas discutir las bases programáticas y políticas para un partido común, inspirándonos en la táctica de “unidad de los comunistas” que sostuvo León Trotsky en 1931 frente al estallido de la revolución española. La falta de respuesta (a pesar de entrevistarnos con los dirigentes y señalarles nuestro interés) implica que las debilidades de origen (largos períodos viviendo en situaciones no revolucionarias) y coyunturales (ascenso de masas pero no proletario) impidieron hasta ahora iniciar un proceso de unificación que supere los estrechos límites de la “vida de círculos” (Lenin) y de tendencias “puras” o “no competitivas”.

Ninguna de las corrientes que describimos arriba, por supuesto incluidos nosotros, estamos exentos de degenerar en el centrismo o el reformismo. Es por eso que la discusión de los asuntos de estrategia, táctica y programa se tornan un imperativo cada vez mayor para evitar tanto la impotencia sectaria como la deriva oportunista.

Durante años mantuvimos una política para la reconstrucción de la IV Internacional, dirigida a las tendencias trotskistas con las cuales teníamos mayores convergencias, basada en extraer las lecciones programáticas y estratégicas de los principales hechos de la lucha de clases, que llamábamos “tests ácidos” (la restauración del capitalismo en los ex Estados obreros, la Guerra de los Balcanes, la Guerra del Golfo, etc.). El objetivo era buscar fusiones con un alto grado de homogeneidad teórica y política ya que la situación política no revolucionaria (o directamente reaccionaria) implicaba que la principal tarea preparatoria para la reconstrucción de la IV era la propaganda revolucionaria.

En los últimos años, como subproducto de las convulsiones que vivió nuestro subcontinente, tuvimos iniciativas de unificación más concretas como las que señalamos arriba en Argentina y Brasil, centradas en buscar acuerdos programáticos y estratégicos para enfrentar las situaciones presentes. Esto implicaba que no nos convencía (ni nos convence) buscar acordar cuatro o veinte puntos generales abstractos (defensa de la dictadura del proletariado, lucha contra el frente popular, etc.) como plantearon en estos años la CRCI y la LIT.

Como parte de la lucha por poner en pie partidos de trabajadores revolucionarios, a nivel nacional e internacional, hemos dedicado importantes esfuerzos no sólo a la acción en la lucha de clases y en la lucha política más general, sino también al debate ideológico frente a todas las “modas” teóricas que buscan legitimar este sistema de explotación y demostrar “científicamente” la imposibilidad de la revolución obrera (o su degeneración “inexorable” en el totalitarismo stalinista). La lucha ideológica, como ya lo señalara Engels, y retomara Lenin, es esencial para que el marxismo sea una guía para la acción que permita que el programa sea más efectivo y potente, y para formar los dirigentes, cuadros y militantes conscientes que necesita la clase obrera. Por esto, la V Conferencia de la FT-CI reafirmó la importancia de este aspecto de la actividad de los revolucionarios. Pero la aceleración de la crisis plantea ahora poner toda la acumulación y las batallas teóricas en función de una intervención política audaz.

En los últimos años, la FT-CI en general y el PTS en particular, llevó adelante un audaz giro de su militancia hacia insertarse cualitativamente en el movimiento obrero. Esto lo hicimos “contra la corriente” (populista) que privilegiaba el trabajo en otros sectores explotados u oprimidos (campesinos, organizaciones barriles, desocupados) y luchando políticamente también contra las corrientes sindicalistas que opinaban que estábamos frente a un largo período de acumulación de fuerzas “pacífica” en la clase trabajadora. Lamentablemente hemos estado bastante solos en esta lucha, sobre todo en la inserción en el proletariado industrial. La crisis traerá enormes peligros al mismo tiempo que una gran oportunidad para los revolucionarios ya que los trabajadores no evolucionarán solamente en los conflictos (“escuelas de guerra” como los llamaba Lenin) sino, como señalamos arriba, serán “educados” por las enormes penurias que vendrán con la crisis. Hoy los revolucionarios debemos proponernos concentrarnos más que nunca en la clase trabajadora, en su lucha, y ser parte de sus victorias y sus derrotas. Sólo de esta fusión puede surgir un verdadero partido revolucionario.

Si en los últimos años nos fuimos aproximando a proponer discusiones concretas a nivel nacional sobre la construcción de partidos revolucionarios comunes con otras organizaciones que se reclaman marxistas revolucionarias, se trata ahora de generalizar a nivel internacional el método con el que formulamos aquellas propuestas: todo proceso de fusión debe elaborar un programa transicional internacional, es decir, una comprensión común de las tareas que permitan enfrentar la crisis y las eventuales situaciones pre-revolucionarias o revolucionarias en cada país, interviniendo en los procesos políticos que se generen. En Europa, por ejemplo, tanto la LCR francesa como el SWP británico apuestan a la construcción de una corriente de “partidos anticapitalistas” europeos. Tener una política hacia estos reagrupamientos es fundamental porque pueden ser, al mismo tiempo, un obstáculo centrista en el desarrollo revolucionario de los sectores más combativos de la clase obrera y la juventud, como también una oportunidad de que al menos parte de esa militancia evolucione hacia posiciones de izquierda principista bajo los golpes de la lucha de clases y la acción de los revolucionarios. Como se ve, aunque en Latinoamérica circunstancialmente, por las razones expuestas arriba, quizá haya una mayor masa crítica para iniciar la tarea de reconstrucción de la IV Internacional, al ser la crisis “global”, no se trata de construir una corriente revolucionaria latinoamericana sino de luchar por un verdadero reagrupamiento internacional.

Creemos que este método será el más eficaz para buscar una unificación principista no sólo con las corrientes provenientes del trotskismo, sino con aquellos sectores y organizaciones obreras o juveniles que adopten un curso hacia posiciones revolucionarias frente a la catástrofe que nos amenaza y las grandes convulsiones políticas y sociales que veremos en los próximos años.

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  • [1Los textos completos de estos documentos están disponibles en www.ft-ci.org.

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