Egipto
El ejército garantiza su poder tras el triunfo de la Hermandad Musulmana
28/06/2012
Por Claudia Cinatti
Después de semanas de creciente tensión, movilizaciones e incertidumbre, la junta militar declaró oficialmente a Mohamed Morsi (Partido Justicia y Libertad, brazo político de la Hermandad Musulmana) ganador de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Egipto con el 52% de los votos, contra algo más del 48% obtenido por Ahmed Shafik, último primer ministro del régimen de Mubarak, avalado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Aunque la prensa imperialista intenta presentar el traspaso del gobierno de los militares a un presidente civil electo como un triunfo del “proceso democrático”, lo cierto es que la victoria electoral otorgada a la Hermandad Musulmana es producto de una negociación entre esta organización islamista y el ejército, que seguirá jugando el rol de árbitro del poder y garantía de la estabilidad interna y de los compromisos del estado con el imperialismo y sus aliados regionales.
Antes de reconocer a Morsi, las Fuerzas Armadas avanzaron para torcer a su favor la relación de fuerzas. Primero el Tribunal Constitucional disolvió el parlamento en el que los dos partidos islamistas, la Hermandad Musulmana (moderado) y el partido Al Nour (salafistas), tenían una mayoría del 75%. Después el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas emitió un decreto por el cual ejército conserva su poder de veto sobre la futura constitución, se reserva el manejo del presupuesto militar que incluye no solo la ayuda financiera de 1.300 millones de dólares anuales de parte de Estados Unidos sino también la gestión de empresas que representan un 30 o 40% del PBI; además de nombrar a sus jefes y al ministro de defensa y ser la única institución del estado que puede declarar la guerra, lo que reasegura que Egipto mantendrá el statu quo regional con el estado de Israel.
Morsi renunció a la Hermandad Musulmana y prometió incorporar a su gobierno a otras fuerzas, incluso anunció nombrar entre sus vicepresidentes a una mujer cristiana, para alejar el fantasma de que podría encarnar un gobierno islamista radical y reforzar la idea de un gobierno de “unidad nacional”. Sin embargo, la clave no fueron sus gestos de “apertura” sino su política de aceptar negociar con las fuerzas armadas los términos de su presidencia, tanto en el plano interno como en la política exterior.
¿El fin del proceso revolucionario?
A primera vista, la llegada al poder de la Hermandad Musulmana en el país más importante e influyente del mundo árabe, garante del tratado de paz con el estado sionista, podría parecer una pesadilla para los intereses de Estados Unidos en el Medio Oriente, entre otros la estabilidad regional y la libre circulación por el Canal de Suez. Sin embargo, el resultado electoral llevó tranquilidad al imperialismo y sus aliados, incluido el estado de Israel.
La administración Obama veía con preocupación que el ejército se pasara de la relación de fuerzas y que un eventual triunfo de Shafik transformara las movilizaciones en la plaza Tahrir en un nuevo acto del proceso revolucionario. El reconocimiento del triunfo de Morsi descomprimió la situación y ayudó a desarticular la movilización contra la junta militar.
Lejos de tener un programa fundamentalista radical, la Hermandad Musulmana es una organización moderada de la burguesía egipcia, partidaria de políticas neoliberales, por eso su triunfo despertó el entusiasmo de los mercados que saludaron al nuevo presidente con una subida récord de casi el 8% después de haber sufrido pérdidas millonarias.
La política de Morsi y del ejército es dar señales de estabilidad para concretar el acuerdo con el FMI por un préstamo pendiente de 3.200 millones de dólares y crear un clima de negocios que atraiga a inversores norteamericanos, europeos y de los países del Golfo. En la política exterior la Hermandad Musulmana está por mantener buenas relaciones con Estados Unidos y respetar el tratado de paz con Israel, aunque aflojando el bloqueo contra el pueblo palestino que el ejército egipcio viene garantizando en la frontera con la Franja de Gaza.
La “transición” hacia un régimen posmubarak en Egipto parece estar tomando el camino del llamado “modelo turco” en el que conviven el islamismo moderado con las fuerzas armadas, que son el verdadero pilar del estado y el régimen.
Como se ha demostrado desde la caída de Mubarak, la Hermandad Musulmana no tiene ningún interés en ir a una confrontación abierta con las fuerzas armadas y usa la movilización como base de maniobras para mejorar su posición en las negociaciones con la junta militar.
Todavía es muy pronto para afirmar que las elecciones presidenciales han terminado de consolidar el desvío del proceso revolucionario. Los trabajadores, los jóvenes desocupados y los sectores populares egipcios, como parte de la “primavera árabe” se levantaron contra el régimen dictatorial y proimperialista de Mubarak para poner fin a la opresión política y social que permitía imponer condiciones de explotación y miseria, agravadas por las consecuencias de la crisis económica internacional. A poco más de un año y medio de la caída de Mubarak ninguna de las demandas fundamentales de las masas egipcias fueron satisfechas. La Hermandad Musulmana deberá gobernar en una situación económica crítica, marcada por la caída de las reservas internacionales, la necesidad de recortar subsidios a bienes básicos como la energía, mientras que al menos el 40% de la población sobrevive con menos de dos dólares al día. Con las ilusiones en la “transición democrática” desgastadas, lo que se expresó en la baja participación electoral, estas contradicciones sociales y políticas podrían acelerar la experiencia con el “gobierno islamista” y reabrir el proceso revolucionario egipcio, el más profundo de la primavera árabe.
28-06-2012