La Iglesia en Honduras
08/07/2009
Una vez más la Iglesia Católica apoyó un golpe de Estado, otra cuenta más en el rosario de dictaduras latinoamericanas bendecidas por el Vaticano, como ilustró en sus novelas el escritor Gabriel García Márquez.
Después de animar a sus fieles contra Chávez en el golpe frustrado de abril de 2002 y alinearse con los ricos hacendados de Santa Cruz de la Sierra contra el gobierno de Evo Morales, la jerarquía eclesiástica de Honduras participó de la conspiración golpista junto a los grandes empresarios, los terratenientes, las Fuerzas Armadas y la embajada de EE.UU. Erigiéndose en autoridad portadora de la reserva moral de la sociedad, la Iglesia hasta tiene la osadía de afirmar la actual vigencia de los tres poderes a diferencia de todo lo que venía ocurriendo fuera de la legalidad en Honduras.
El cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal hondureña Oscar Rodríguez Maradiaga exigió al derrocado presidente Zelaya que se abstenga de volver a Honduras para evitar un baño de sangre, un tiro por elevación directa contra la movilización popular para consumar el golpe de Estado. Y efectivamente, cuando Zelaya intentó aterrizar, los francotiradores dispararon a mansalva. Pero la Iglesia no registró la sangre de los muertos y las decenas de heridos en los hospitales, ocultados por la prensa. Poco importan los cientos de detenidos, la suspensión de las libertades democráticas y la imposición del estado de sitio, mientras la Iglesia canoniza a los golpistas en todos los canales de televisión.
En procura del “bien común”, el jefe de la Curia hondureña condenó las amenazas o bloqueos de cualquier tipo que solamente hace sufrir a los más pobres. El repentino interés por los pobres no se compadece con una institución que acompañó a los sucesivos gobiernos oligárquicos que garantizaron la concentración de la riqueza en apenas 8 familias, mientras el 70% de la población está sumergida por debajo de la línea de pobreza con 40% de indigentes y 35% de analfabetos. Es tal el poder que acapara la Iglesia, financiada por el Estado a partir del Concordato celebrado con el Vaticano en 1866, que participa de forma determinante en la definición de los planes educativos, monopoliza la distribución de la asistencia social y controla la gran masa de dinero destinado al financiamiento de los partidos políticos.
Rodríguez Maradiaga, considerado miembro del ala progresista de la Iglesia Católica hondureña, abogó por el diálogo, el consenso y la reconciliación.
Cualquier semejanza con el Episcopado argentino y los llamados a la reconciliación con los genocidas de la dictadura militar desde ya no es producto de la casualidad.
Con razón fue postulado como sacerdote “papable” para suceder a Juan Pablo II. Evidentemente, nada tiene que envidiarle al actual pontífice, el derechista Joseph Ratzinger.
El documento emitido por la Iglesia Católica concluye con llamados a una pacificación que reconoce antecedentes desde el siglo IV, cuando se institucionalizó la paz de Cristo como la paz del imperio romano, la célebre pax romana apoyada sobre cementerios de cadáveres y legiones de esclavos.