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Ideas de Izquierda

La “primavera árabe” y el fin de la ilusión democrática (burguesa)

03/10/2013

Revista Ideas de Izquierda N° 3, Septiembre 2013

El optimismo inicial que despertaron los levantamientos del mundo árabe y musulmán de 2010-2011 parece estar apagándose bajo los golpes de la reacción. Sin embargo, el proceso de conjunto tiene un final abierto.

¿De la promesa de la revolución a la reacción?

Siguiendo la metáfora estacional, la “primavera democrática” estaría retrocediendo a un largo “invierno” producto de la represión abierta combinada con las “transiciones gatopardistas” que apenas disimulan la continuidad en el poder de las viejas instituciones en las que se basaron los regímenes dictatoriales, con el apoyo explícito de Estados Unidos y otras viejas potencias coloniales como Francia.

En Túnez, la cuna de los levantamientos, el partido islamista moderado Ennahada anunció su disposición a conformar un “gobierno técnico” luego de sus tumultuosos 18 meses en el poder, marcados por la crisis política, la represión y el empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y jóvenes.
En Bahrein, la rebelión shiita contra la monarquía Al Jalifa, un agente de Arabia Saudita, está siendo ahogada en sangre. En Yemen, con la asistencia de Estados Unidos, el viejo régimen persiste bajo la sombra protectora saudita. En Libia, las fuerzas “rebeldes” que hegemonizaron la lucha contra la dictadura de Kadafi y hoy se disputan el control estatal y las cuotas de petróleo, le dieron a la OTAN y las potencias imperialistas la oportunidad de lavarse la cara para hacer olvidar que durante décadas sostuvieron a los regímenes dictatoriales del mundo árabe.

En Egipto, el ejército acaba de dar un golpe de Estado usurpando la movilización masiva contra el gobierno de Morsi del Partido Libertad y Justicia (islamista moderado). Con la cobertura de un gobierno títere civil integrado por la oposición laica y “democrática”, las fuerzas armadas lanzaron una feroz represión contra la Hermandad Musulmana (HM), asesinando en un día al menos a 1000 de sus miembros, en nombre de una supuesta “guerra contra el terrorismo islámico”. Mientras tanto avanzan en estabilizar un régimen más bonapartista que permita restaurar el orden y las condiciones de dominio establecidas por la dictadura. Esta política tiene su máxima expresión simbólica en la liberación del exdictador Mubarak.

En Siria, la militarización del levantamiento popular espontáneo contra el régimen dictatorial de Bashar Al Assad derivó en una guerra civil sangrienta en la que participan fracciones financiadas y armadas por Arabia Saudita, Qatar y Turquía, detrás de quienes opera discretamente Estados Unidos y otras potencias.

De esta manera, Siria se ha transformado en un campo de batalla para los intereses geopolíticos de diversos actores, incluida Rusia.

A pocos meses de cumplirse el tercer año del inicio de la “primavera árabe” el panorama parece sombrío. Sin embargo, la visión de la rápida imposición de una reacción en toda la línea es tan falsa como la ilusión de un triunfo fácil de una supuesta revolución democrática, antidictatorial y policlasista, a la que lamentablemente adhirió gran parte de la izquierda internacional [1]. Estamos ante procesos profundos, con desigualdades según el país del que se trate, que involucran un conjunto complejo de fuerzas sociales –clases, fracciones de clases, comunidades religiosas y minorías étnicas- y ponen en juego los intereses geopolíticos de diversos estados, en una región clave que concentra las mayores reservas de petróleo del mundo. Indudablemente la “primavera árabe” pasará por diversas etapas –lucha revolucionaria, elecciones, golpes contrarrevolucionarios, retrocesos- antes de que termine de dirimirse la relación de fuerzas para toda una etapa histórica y de que la revolución o la contrarrevolución den su veredicto.

Un complejo juego de intereses

Durante al menos tres décadas, Estados Unidos se apoyó en las monarquías y dictaduras árabes para mantener el orden, garantizar la seguridad del estado de Israel -su principal aliado junto con Arabia Saudita- y lidiar con desafíos regionales como el conflicto palestino o las pretensiones hegemónicas de Irán.

Los cambios geopolíticos que trajo la primavera árabe dejaron al descubierto el deterioro de la capacidad norteamericana para recomponer el orden regional e imponer su voluntad por sobre aliados y adversarios, después del fracaso de las guerras de Irak y Afganistán. La emergencia de potencias regionales como Rusia y China, que conservan poder de veto en las Naciones Unidas, complican los planes de la administración Obama. Estas contradicciones se han puesto en evidencia en Siria, donde el gobierno norteamericano quedó ante el dilema de iniciar una acción militar unilateral, muy antipopular y con escasa legitimidad, o no intervenir y arriesgarse a que su inacción sea leída –correctamente- como un signo de debilidad del poderío norteamericano.

En este marco, viene recrudeciendo la disputa entre sunitas y shiitas [2], la división histórica del mundo islámico expresada desde la revolución iraní de 1979 en el enfrentamiento entre Arabia Saudita e Irán, que dio un salto con el pase de Irak a la esfera de dominio iraní luego de que la mayoría shiita se quedara con el poder tras la caída de Saddam Hussein y el retiro de Estados Unidos.

Quizás Siria sea el ejemplo más claro y trágico de cómo los intereses de potencias imperialistas y regionales ahogaron el levantamiento popular contra Assad y hoy influyen en la guerra civil en curso.

El régimen de Assad (dominado por la minoría alawita, un desprendimiento de la rama shiita) no solo cuenta con el apoyo de Rusia e Irán, sino también de Hezbollah, un movimiento que se hizo muy popular entre las masas de la región por haber derrotado al ejército israelí en la guerra del Líbano de 2006 pero que hoy defiende a sangre y fuego a la dictadura siria. A grandes rasgos, el bando “rebelde” está dividido entre un sector laico ligado a occidente, un sector islamista radicalizado relacionado con Al Qaeda y un sector islamista moderado colaboracionista con el imperialismo, compuesto por diversas fracciones sunitas patrocinadas por Arabia Saudita, Turquía y Qatar, que a su vez tienen rivalidades entre sí.

La monarquía saudita tiene una política muy activa para aplastar las tendencias revolucionarias de la “primavera árabe” e instrumentar los recambios políticos al servicio de sus intereses, reafirmando su rol difusor del wahabismo, una variante extremadamente conservadora y rigurosa del islam, tanto contra otras versiones del islamismo sunita como contra la influencia shiita que se amplió de Irán hacia Irak, luego de la caída de Saddam Hussein, y llega al corazón del reino saudita en la Provincia del Este, donde conforman el núcleo del proletariado petrolero. En Bahrein, el pequeño reino gobernado por una monarquía sunita cliente, colabora de manera decisiva para sofocar la rebelión de la mayoría shiita. En Siria, la caída del régimen de Assad se transformó en una pieza clave en su puja con la teocracia iraní. En Egipto reconoció abiertamente su apoyo al golpe, de esta manera espera que quede fuera de carrera la Hermandad Musulmana, un rival histórico dentro de los equilibrios internos del islamismo sunita (en lo que sorprendentemente coincide con el régimen e Assad). Como parte de esta política, junto con Emiratos Árabes Unidos y Kuwait le ofreció al gobierno cívico-militar que asumió tras el derrocamiento de Morsi, una suma generosa de 12.000 millones de dólares -cuatro veces la ayuda económica y militar de Europa y Estados Unidos-.

Turquía interviene a través del Ejército Libre Sirio, entrenado dentro de sus fronteras. Además de tener una política exterior más ofensiva hacia el mundo musulmán, lo que llevó a algunas analistas a hablar de “neo otomanismo”, su principal interés es mantener a raya a la minoría kurda siria [3] que amenaza con reencender las tendencias independentistas los kurdos en Turquía, justo cuando el gobierno de Erdogan está negociando una suerte de autonomía limitada a cambio de que el PKK abandone la lucha armada.

Qatar, que en los últimos años ha mostrado su voluntad de disputarle a Arabia Saudita la primacía ideológico-política en el mundo musulmán, e incrementó su influencia desde las pantallas de la cadena Al Jazeera, también interviene en el bando rebelde sirio a favor de los sectores ligados a la Hermandad Musulmana.
Es imposible comprender la dinámica de la “primavera árabe” y sostener una política correcta por fuera de este complejo rompecabezas.

Tres escenarios

La “primavera árabe” tiene aun final abierto. Sin embargo, las tedencias objetivas que se han puesto de relieve parecen ir delineando los contornos de tres escenarios posibles, no necesariamente excluyentes entre sí durante un período:

1) Esceneario de “balcanización”. El trazado de la mayoría de los actuales estados nacionales de la región fue producto de la disgregación del imperio Otomano y del reparto en zonas de influencia entre diversas potencias coloniales, que terminaron estableciendo fronteras arbitrarias [4]. Con el fin de los protectorados de Gran Bretaña y Francia, los sunitas que constituían el núcleo de la burocracia militar y estatal del imperio otomano siguieron desempeñando ese rol, incluso en países donde la mayoría era shiita, quedaron marginados de las estructuras de poder. Hoy estas estructuras están crujiendo, sobre todo en países con fuerte renta petrolera. En Irak, la política de Estados Unidos fue intentar tejer un equilibrio de poder entre las tres principales comunidades: shiitas (mayoritaria), sunita (dominante bajo Saddam Hussein hoy desplazada) y kurdos (aliados de Estados Unidos que los usa para impulsar sus intereses regionales). Con el retiro de los tropas norteamericanas ha vuelto a estallar la guerra civil entre sunitas y shiitas y las tendencias al desmembramiento del estado. En Libia hay una tendencia similar a la disgregación estatal entre Bengazi y otras zonas bajo dominio de clanes y fracciones rivales. Por último en Siria esta dinámica se vislumbra tras los bandos de la guerra civil.

2) Escenario “argelino”. El golpe de Estado en Egipto y la persecución lanzada contra la HM, que puede concluir incluso con su completa ilegalización, ha alentado la comparación con la situación abierta en Argelia en 1992 tras la victoria del Frente de Salvación Islámico (FIS) en la primera vuelta de las elecciones parlamentarias. En ese momento, ante la perspectiva casi inevitable de un gobierno del FIS, el ejército argelino con el apoyo de la burguesía liberal y potencias imperialistas, dio un golpe preventivo y evitó ese escenario. La brutal represión contra el FIS llevó a que un sector del islamismo se radicalzara y tomara el camino de la lucha armada, en una guerra civil sangrienta que duró una década y terminó con el fortalecimiento de la dictadura y el estado. Aunque no se puede descartar, un escenario de este tipo parece poco probable: a diferencia de Argelia de principios de la década de 1990, en Egipto hay en curso un proceso revolucionario que puso en movimiento no solo a una nueva generación harta del despotismo y con aspiraciones democráticas, sino también a la clase obrera cuyos intereses llevarán tarde o temprano a enfrentar al gobierno cívico-militar, que busca restablecer las codiciones previas a la caída de Mubarak. Y esto nos lleva al último escenario.

3) Escenario revolucionario. A pesar de que en algunos países del mundo árabe y musulmán avancen tendencias reaccionarias, el proceso revolucionario en Egipto sigue siendo el más profundo de la “primavera árabe”. Difícilmente la represión a la HM sea suficiente para derrotarlo. En la enorme potencialidad de lucha y organización de la clase obrera y la juventud, que viene haciendo una importante experiencia política con los distintos “desvíos” está la posibilidad de que se reabra la perspectiva de la revolución social. Esa es nuestra apuesta estratégica.

En una nota reciente sobre la situación abierta por la caída del gobierno de Morsi en Egipto, el investigador francés G. Kepel plantea que “no es debido al azar que cuanto más los países involucrados son rehenes de una apuesta regional e internacional que los sobrepasa, -y se articula en torno del control del petróleo y del gas o del conflicto israelí-palestino-, más el estado de cosas es catastrófico para la aspiración democrática” [5]. El desarrollo de los acontecimientos está mostrando que la llamada “primavera árabe” no se deja encasillar en fórmulas simples de “revoluciones antidictatoriales” que ignoran las estructuras de clase, las condiciones históricas de la constitución de la mayoría de los estados del Medio Oriente y el Norte de África, producto de la disgregación del imperio Otomano y el reparto colonial, y el significado estratégico que tiene la región para el dominio imperialista. Egipto, Libia, Siria y el proceso árabe de conjunto están recordando una vez más la vieja lección que los marxistas revolucionarios –y Trotsky en particular- sacaron a principios del siglo XX: que no hay “revolución por etapas” y que la resolución efectiva de las demandas democrático-estructurales está indisolublemente ligada a la lucha por el poder obrero y popular, contra la burguesía (liberal) y el imperialismo, en una dinámica de revolución permanente.

Egipto. El proceso revolucionario más clásico de la “primavera árabe”

Tanto por sus motores democráticos, sociales y estructurales como por las fuerzas sociales que puso en movimiento, el proceso revolucionario egipcio que se inició con la caída del dictador Mubarak, es el más profundo y el más clásico de los levantamientos de la primavera árabe. La virulencia del golpe de estado del 3 de julio y la represión lanzada por el ejército es quizás la prueba más concluyente de este carácter.

Aunque sin transformarse en hegemónica, la clase obrera jugó un rol fundamental en la caída de Mubarak: sectores avanzados del movimiento obrero como los trabajadores textiles de Mahalla, venían siendo la clave de la resistencia a la dictadura desde al menos 2006. El proceso de huelgas y organización se ha desarrollado de manera exponencial en los últimos dos años y medio.

A la caída de Mubarak, el ejército asumió la “transición democrática” con el aval de Estados Unidos y el apoyo de la Hermandad Musulmana –a la vez un movimiento social y un partido político, como la definiera O. Roy- que vio en este desvío la posibilidad de transformarse en factor de poder.

El plan de gobierno de la HM que combinaba una democracia tutelada por el ejército con un sesgo islamista y un programa económico neoliberal, hizo que los 80 años de preparación se licuaron en un año en el poder.

El gobierno de Morsi, electo por una minoría –y por una base electoral ajena que en la segunda vuelta prefirió votar a la HM frente al candidato mubarakista- leyó mal su verdadera legitimidad. Sus intentos discretos de islamizar la constitución, de concentrar el poder y ponerse por encima de la justicia, y sus planes de negociación con el FMI, que incluían medidas muy impopulares como la quita del subsidio estatal a bienes básicos como la gasolina, en el marco de una política represiva hacia sectores avanzados del movimiento obrero y la juventud, se demostraron por fuera de la relación de fuerzas y llevaron a su caída.

El golpe del 3 de julio es un retroceso pero difícilmente sea el cierre de este proceso, ya que la clase obrera objetivamente se encuentra enfrentada al ejército que por su rol en la economía es parte de la clase dominante. La analogía histórica no es con la revolución rusa de 1917, que en solo siete meses llevó al proletariado al poder, sino con la revolución española, es decir, un proceso de ritmos prolongados, determinado en gran medida por la ausencia de una dirección obrera revolucionaria, que puede puede pasar por diversas situaciones antes de que se resuelva con el triunfo de las masas o de las fuerzas de la reacción.

  • NOTAS
    ADICIONALES
  • [1Con distintos argumentos, entre quienes sostuvieron estas posiciones se encuentran: la Liga Internacional de Trabajadores (LIT-CI), cuyo principal partido es el PSTU de Brasil, Izquierda Socialista de Argentina, sectores del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia, e intelectuales referenciados en esta corriente como Gilber Achcar.

    [2Esta división ocurrió en el año 632, en los inicios de la historia del islam, originada en la disputa por la sucesión del califato, tras la elección de un representante del clan Omeya, perteneciente a la aristocracia tribal de la Meca, en detrimento de la línea de los descendientes de Mahoma.

    [3El gobierno turco estableció un proceso de diálogo con el Partido de Unidad Democrática (PYD), considerado como la “franquicia” siria del Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK) que inició en 1984 una lucha armada dentro de Turquía y cuyo dirigente Abdula Ocalan se encuentra en prisión desde Turquía viene equilibrando su alianza con Estados Unidos con el manejo del problema nacional kurdo, que el imperialismo norteamericano viene instrumentando a su favor, notablemente en Irak.

    [4El tratado de Sykes Picot, suscripto en el curso de la Primera Guerra Mundial, estableció el primer “diseño” del Medio Oriente que se concretó con el demembramiento del Imperio Otomano y la puesta de sus territorios bajo mandato de Francia y Gran Bretaña por parte de la Liga de las Naciones. A excepción de Irán y Arabia Saudita, los estados del Golfo –Qatar, Bahrein, Kuwait- fueron creación británica y tomaron la forma de pequeños protectorados. Este mapa es volvió a rediseñar a la salida de la Segunda Guerra Mundial con la partición del territorio histórico palestino y la fundación del Estado de Israel.

    [5G. Kepel, Les risques d’une transition en Egypte, Le Monde, 4 de julio de 2013.

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