Por Claire Guélaud

Le Monde, 16-10-10

Los sindicatos enfrentan plazos delicados: dos movilizaciones seguidas, sábado 16 de octubre y martes 19 de octubre, la votación del proyecto de ley sobre la reforma de las jubilaciones en el Senado prevista para el miércoles 20, y la reunión, al día siguiente, de una Intersindical dividida acerca de cómo continuar el movimiento.

La programación a 4 días de intervalo de dos jornadas de acción es en sí mismo un desafío. Pero, para conservar hasta el final las posibilidades de interceder en el curso de las discusiones en el Palacio de Luxemburgo (cede del Senado, NdT), los sindicatos estimaron que no había otra opción más que intensificar el ritmo de sus acciones antes de la votación.
También ven que la movilización no ha dejado de crecer desde la vuelta a clases: “Este movimiento está realmente anclado en el país. El gobierno apuesta al empeoramiento, o el desgaste… Pienso que tenemos las herramientas para decepcionarlo”, declaró el Secretario General de la CGT, Bernard Thibault, el viernes 15 de octubre en LCI, en la víspera de la quinta movilización en un mes y medio contra la reforma.
La lluvia y la llegada de los primeros días fríos pueden hacer mermar el entusiasmo de los manifestantes, que hasta ahora no han demostrado ningún signo de cansancio.

Sea cual fuere su oposición a la reforma, los manifestantes saben que el proyecto de ley está en camino de ser aprobado y que Nicolas Sarkozy está decidido a llevarlo hasta el final. El endurecimiento de la protesta en el sector petrolero, la probable entrada de los camioneros en el conflicto luego del llamado de la CFDT y Solidaires van a acrecentar los temores a la escasez de combustible. Puede que esta cuestión haga que la movilización sea menos aceptada en la opinión pública, aunque todavía no es el caso. Tampoco podemos descartar la irrupción de los jóvenes en el conflicto y sobre todo los primeros incidentes serios entre los secundarios y las fuerzas del orden constituyen una fuente de preocupación, y no solamente para el Ejecutivo.

En la víspera de la movilización del sábado, la CGT había calculado 230 marchas o concentraciones en todo el país. Es menos que el 12 de octubre (252 concentraciones, 1.123.000 de manifestantes según la policía y 3.500.000 según los sindicatos), pero no es para nada despreciable. En cambio, las huelgas no prendieron salvo en la rama petroquímica (12 refinerías están afectadas por huelgas por tiempo indefinido y procedimientos de paro se desarrollan en 10 refinerías). Sin embargo, la situación no volvió a la normalidad, asegura la CGT que impulsa, en todo el país, múltiples formas de acción contra la reforma (huelgas rotativas, paros de una o dos horas al inicio o al final de la jornada).

Una vez sobrepasado el umbral del sábado y el martes, lo más difícil será que lo que tengan que hacer los sindicatos: ponerse de acuerdo sobre la continuidad y encontrar la forma de mantener la unidad de acción, que el voto del Senado va a poner a prueba.

El jueves 14 de octubre, en la última Intersindical, aparecieron los primeros desacuerdos entre el campo de los reformistas (la CFDT y UNSA) y los contestatarios (Solidaires, FO y a veces la CGT). Los sindicatos reformistas consideran que la votación del proyecto de ley en el Senado impondrá nuevas formas de acción, en otras palabras, el fin del movimiento. “Estamos en democracia. En un momento dado, lo político da un paso por encima de lo social. Cuando el parlamento vota una reforma, incluso aunque no nos convenga, no podemos seguir como si no pasara nada”, analizaba Jean Grosset (UNSA).

El número dos de la CFDT, Marcel Grignard, está en la misma línea. Lo dijo con mucha firmeza a sus compañeros de la Intersindical, incluso a Nadine Prigent de la CGT. Esto no inhibió a Bernard Thibault y Francois Chereque, el “patrón” de la CFDT de mostrar su acuerdo en Canal +, pero esto deja ver que habría fuertes tensiones en los días siguientes.

La dirección de la CGT no empujó su tropa a la huelga por tiempo indefinido. Más bien todo lo contrario. Pero tampoco quiere asumir el riesgo político de poner fin a la movilización, ni siquiera si esto es junto a otros sindicatos. Esto significaría admitir que las luchas no siempre triunfan, al menos en el corto plazo. Y sobre todo significaría abrir una crisis frontal con esta parte de la CGT que se opone a la línea de apertura de Bernard Thibault.

Signos de estas tensiones, la central obrera fue una de las pocas organizaciones que no reconoció que las huelgas se empezaban a quedar sin aliento. No descarta la posibilidad de continuar el movimiento luego del miércoles 20, incluso de pasar las vacaciones de Toussaint para relanzar el movimiento luego.

Una perspectiva de este tipo no agrada para nada a los reformistas. Ellos hablan de que el sindicalismo ha demostrado en la protesta de la reforma de las jubilaciones que es responsable, y que tienen fuerza y capacidad para hacerse escuchar. Lo que hayan acumulado tendrá importancia para el futuro, y sobre todo al momento de las elecciones presidenciales de 2012. Convencido, el campo reformista opina que el sindicalismo ganaría el hecho de reconocer que no todo lo puede. Y que es hora de salir del impasse actual, más que de correr el riesgo de ver cómo el movimiento se empieza a deshilachar, a debilitarse o a degenerar. En estas condiciones, la Intersindical del 21 de octubre promete ser todo menos fácil.