Estrategia Internacional N° 10
Noviembre/Diciembre  - 1998

LA CRISIS DE ACUMULACIÓN DEL CAPITAL Y LAS CRISIS "PERIÓDICAS" O RECESIONES MUNDIALES

Paula Bach

En EI 7 publicamos un “Dossier sobre economía” en el que desarrollamos tanto cuestiones de método para el análisis del capitalismo-imperialista como las condiciones particulares que permitieron el boom de la posguerra y un análisis para la interpretación marxista del capitalismo hoy. En aquel “Dossier ...” caracterizamos la situación del capitalismo desde fines de la década del 60 y principios de la década del 70, como de “crisis de acumulación del capital” que definimos como “las dificultades en el proceso de valorización del mismo provocadas por la combinación de factores económicos, como el aumento de la composición orgánica del capital y la consecuente caída de la tasa de ganancia, con factores políticos como una intensificación de la lucha de clases (ascenso 68/76) o la declinación de la hegemonía norteamericana frente al surgimiento de imperialismos competidores, etc.”. El presente trabajo constituye una continuación de aquel “Dossier...” y se centrará, dado el nivel de profundidad alcanzado por la crisis económica mundial, en intentar establecer la relación existente desde el fin del boom de la posguerra entre la “crisis de acumulación del capital” y las distintas crisis y recesiones mundiales así como el carácter de las recuperaciones que siguieron a dichas crisis. Intentaremos demostrar como, desde el fin del boom, esta relación tendió a expresar, las formas más clásicas del capital en la época imperialista.

"CICLO INDUSTRIAL", CRISIS Y RECESIONES MUNDIALES EN LA EPOCA IMPERIALISTA

Las condiciones particulares de la fase descendente de la curva del desarrollo capitalista es decir, el imperialismo, le imprime a los movimientos del capital un carácter específico. Este carácter, que hemos expuesto en EI nro. 7 refiriéndonos escencialmente a lo que hemos definido como “ciclos de acumulación” en polémica contra la teoría de las ondas largas, tiene la particularidad de alterar también la regularidad de los movimientos endógenos del capital definidos por Marx como el “ciclo industrial”. Dice León Trotsky refiriéndose a la época imperialista: “¿Se puede establecer un ciclo más o menos regular? Yo creo que no. ¿Esto es una sublevación contra Marx y contra la teoría marxista del desarrollo cíclico? No es niguna sublevación. ¿Por qué? Porque la teoría de Marx no es una teoría supraeconómica. El ciclo es una expresión del ritmo interno de la propia madre de la historia en todos sus movimientos. ¿Pero en todas las circunstancias? No, no en todas (...)”.

En este sentido, no pueden analizarse tales movimientos del capital si no se verifican los cambios fundamentales que el mismo ha sufrido durante la época imperialista. En el siglo XX y en particular durante el boom de la posguerra la internacionalización de la economía ha dado un salto cualitativo. Esta transformación le imprime una modificación importante a los mecanismos del capital tales como la formación de los precios de producción, la nivelación de la tasa de ganancia, etc. tal cual funcionaban en el “capitalismo clásico”. Como dice Mandel “Con la creciente internacionalización del capital, y el surgimiento de las compañías transnacionales como forma típica de organización de la gran producción capitalista, el mercado mundial se convierte en la arena en que se lleva a cabo la verdadera socialización del trabajo. El valor de las mercancías, no solamente el de las materias primas sino también el de los productos de la industria manufacturera, comienza cada vez más a determinarse en el mercado mundial y ya no en el mercado nacional de los países capitalistas. Esto quiere decir que en función de un progreso cualitativo de la debilidad internacional de los capitales, se evoluciona poco a poco hacia precios de producción internacionales para un número creciente de mercancías, o sea hacia una perecuación internacional de la tasa de ganancia. Los precios mundiales son cada vez menos derivados de los precios nacionales. Por el contrario, son los precios en el mercado nacional los que se apartan cada vez más o menos del eje constituído por los precios a nivel mundial... Se trata por supuesto de una tendencia, que tan sólo comienza a imponerse paulatinamente...y no de una regla ya difundida (...)”1. Dado que estos mecanismos constituyen la base del movimiento del ciclo económico, esta tendencia establece también un cambio en la relación entre las crisis nacionales de superproducción y las crisis mundiales. Existe una interconección mucho mayor entre ambas. Esta diferencia determina que en el siglo XX ya no pueda hablarse de la existencia de una crisis mundial a partir del puro estallido de la crisis de superproducción en el país imperialista dominante como sí podía hacerse durante el siglo pasado2. Escencialmente porque el ciclo económico propio de tal país depende hoy mucho más de la situación de la economía y la política mundiales que de su propio “ritmo interno”. Esto sin embargo, debe comprenderse dialécticamente es decir que, para que podamos definir que una recesión mundial ya se ha instalado es necesario que la economía del país imperialista dominante sea finalmente afectada de forma contundente.

Ahora bien, una vez establecida esta relación, es necesario despojarla de todo mecanicismo y ubicarla en los momentos históricos precisos. De este modo, el segundo factor que incide de forma fundamental para que una crisis de superproducción mundial y una recesión se instalen, está en función de las condiciones generales de la acumulación capitalista reinantes en tal momento. Así, la internacionalización creciente que se desarrolló en particular durante el boom de la posguerra, pudo ser contrarrestada durante el mismo, evitando el desarrollo de crisis mundiales de superproducción y recesiones mundiales, mediante el rol jugado por la supremacía casi absoluta del imperialismo norteamericano en una situación que puede definirse como lo más parecido a un “superimperialismo”. El dominio económico, militar y político del imperialismo norteamericano durante esos años, le permitía ejercer sobre la economía internacional un fuerte control, una de cuyas expresiones puede verse en el terreno monetario con los acuerdos de Bretton Woods que expresaban el hecho que “el dólar era tan bueno como el oro”. Así es cómo durante el boom de la posguerra o lo que llamamos el “ciclo de acumulación de esos años”, los mecanismos anticíclicos aplicados por los Estados capitalistas si bien no impidieron el estallido de crisis nacionales de superproducción, lo que sí lograban era que las mismas aminoraran notablemente sus efectos y escencialmente que no tuvieran alcances mundiales. Como dice Ernest Mandel “una caída de la producción y de la demanda internas de los países afectados por la recesión (por ej. EEUU en 1960, Japón en 1965 o Alemania occidental en 1966/67) se compensaba cada vez por una expansión de las exportaciones hacia los países que se libraban de la crisis.” (“La crisis 1974/1980”, pág. 12).

Sin embargo, el fin de las condiciones generales que permitieron el boom de la 2da. posguerra3 impusieron un cambio cualitativo en los mecanismos de contención de la crisis. Este cambio, estuvo determinado por el declive de la hegemonía absoluta del imperialismo norteamericano cuyo comienzo empezó a vislumbrarse durante los años sesenta y arrojó un síntoma muy importante con el fin, en 1971, de los acuerdos de Bretton Woods que mantenían la paridad dólar-oro. El fin de esta paridad expresaba el fortalecimiento relativo de Japón y Alemania4 cuyas economías habían superado la productividad norteamericana. A su vez el declive de la dominación de EEUU fue profundizada y acelerada por los procesos revolucionarios comenzados en en año 68 haciéndose evidente con la categórica derrota norteamericana en Vietnam en el año 735. Con esta situación como marco, “...Estados Unidos “jugó” deliberadamente la caída del dólar a fin de mejorar la competitividad de sus productos manufacturados con respecto a los de Alemania occidental y Japón”6. Este fenómeno va acompañado del hecho que ninguna otra divisa de un país imperialista era (como no lo es tampoco hasta hoy) lo suficientemente fuerte como para ocupar el lugar del dólar7. De aquí que “...El hundimiento del sistema de Bretton Woods, la inconvertibilidad del dólar en oro y la institucionalización del sistema llamado de ´tasas de cambio flotantes’ provocaron indudables perturbaciones en el comercio mundial...”8 porque “el sistema de los cambios flotantes expresa de manera contundente la contradicción entre la internacionalización creciente de la producción y los intentos cada vez más puntillosos e ineficaces de los gobiernos burgueses para defender su autonomía de acción frente a esa internacionalización”9. Es por ello que “El paso a las tasas de cambio flotantes ha sido una tentativa por incrementar la autonomía de acción de esos gobiernos, frente a los imperativos de la ley del valor, que impone cada vez más su dominio en el mercado capitalista internacional” 10. De este modo, la misma tendencia a la concentración e internacionalización de la producción que se había desarrollado cualitativamente durante el boom, sobrepasando cada vez más las fuerzas productivas los límites del Estado Nacional “...contrarresta cada vez más los intentos de los Estados imperialistas “nacionales” de aplicar con éxito una política anticíclica cuyo alcance sigue limitándose, en lo escencial, a las fronteras nacionales” (Ibidem. pág. 14) y además “las contradicciones nacionales de la economía capitalista se agravaron, a la vez dentro de cada país imperialista y entre estos, así como entre ellos y los países semicoloniales o dependientes. Las fases de boom habían de acotarse (la de 1972-1973 fue en amplia medida especulativa), mientras que las fases de estancamiento, aún de recesión, se alargaron, lo cual facilitó evidentemente la sincronización internacional del ciclo 11. Así, el fin de las condiciones excepcionales de la posguerra, entre las cuales el fin de la hegemonía absoluta norteamericana es a la vez una causa y una consecuencia fundamental, pusieron en escena en los años 74/75 la primera recesión generalizada de la economía capitalista internacional desde la segunda guerra mundial la que no obstante, tuvo efectos desiguales perjudicando de forma particularmente aguda a la economía de Japón12.

¿POR QUE LA RECESION DEL 74/75 NO DESEMBOCO EN UNA CRISIS COMO LA DE LA DECADA DEL 30?

Luego de haber intentado definir en general la relación entre la “crisis de acumulación del capital”, la situación específica del imperialismo dominante y las crisis mundiales de superproducción surje inmediatamente el interrogante de porqué una recesión mundial generalizada como la del 73/74 no condujo nuevamente a una depresión como la de la década del 30. Y aquí aparece una cuestión de fundamental importancia para establecer una relación correcta entre la “crisis de acumulación” y las crisis mundiales de superproducción durante los años que siguieron al fin del boom de la segunda posguerra.

En primer lugar, un factor clave que permitió evitar que la crisis del 74/75 se convirtiera en una depresión al estilo de la década del ‘30, lo constituyeron las políticas “anticíclicas”13 de intervención del Estado de los países centrales sobre sus economías. Estas medidas lograron limitar (aunque menos que en el pasado) la duración y la profundidad de la recesión porque el Estado salvó a numeroso bancos, compañías financieras y grandes trusts que se hallaban al borde de la quiebra. Por estos motivos, la recesión de 1974/75 no provocó una desvalorización masiva de capitales. Hubo un aumento importante de quiebras pero estuvieron limitadas a empresas escencialmente pequeñas y medianas. Grandes empresas norteamericanas como Chrysler o Lockhed estuvieron varias veces al borde de la quiebra pero sobrevivieron como tantos otros monopolios que habían dejado de ser rentables gracias a que fueron sostenidos por los créditos del sistema bancario y el Estado.

El segundo factor de fundamental importancia que permitió evitar una crisis similar a la de la década del 30, lo constituyó el hecho que el proceso revolucionario mundial comenzado en el año 1968 pudo ser desviado en el centro de Europa y derrotado sangrientamente en los países de la periferia. Esto se combinó con que, si bien es cierto que la hegemonía absoluta norteamericana estaba en franco declive, aún Estados Unidos seguía siendo el imperialismo hegemónico. Esto representa una clara diferencia con la situación relativa a la hegemonía imperialista durante los años 3014.

El tercer factor, también fundamental está ligado al comienzo del desarrollo de los países del Sudeste Asiático en especial de Corea del Sur, Honk Kong, Singapur, Taiwán y en menor medida durante estos años, Malasia e Indonesia. Estos países que no casualmente habían sido el escenario más “caliente” de la guerra fría durante la década del ‘5015 presentaron condiciones particulares para la acumulación del capital en los años 70. La acción misma de la guerra “caliente” se combinaba con que se trataba de países de estructura campesina, muy atrasados y por lo tanto con bajísima composición orgánica del capital, reclutamiento de mano de obra superexplotada del campo y regímenes dictatoriales. Esta combinación de factores permitió en esa zona fuertes tasas de crecimiento fundadas en una alta tasa de ganancia que actuaron como contratendencia a la crisis general de la acumulación del capital. Como dice Mandel “Precisamente debido a los éxitos relativos de la industrialización de esos países, constituyen una salida suplementaria para ciertas ramas industriales de los países imperialistas, sobre todo la rama exportadora de bienes de equipo y de transporte...” 16. De este modo los países del Sudeste Asiático actuaron a partir de la década del 70 escencialmente como receptores de capitales japoneses y en menor medida norteamericanos. A la vez, dado el fuerte aumento en el precio de las materias primas que tuvo lugar durante los años de la crisis y en especial del precio del petróleo, los países miembros de la OPEP así como algunos países Latinoamericanos como Brasil, México, Colombia y en menor medida Argentina, actuaron como mercados importantes para la salida de la industria de los países imperialistas17.

Así es como, por una combinación de medidas estatales “anticrisis” con los desvíos y derrotas impuestas a la lucha de clases; con regiones del planeta que presentaron condiciones particulares para la valorización del capital y para la exportación de mercancías; y la recesión misma (que al aumentar espectacularmente los índices de desempleo permitió un aumento de la tasa de plusvalía), la recesión generalizada terminó en 1975, primero en EEUU y luego en la RFA, Japón y demás países imperialistas. Sin embargo, como planteamos a continuación, en las mismas condiciones que impidieron el libre accionar de los mecanismos automáticos del capital estaba inscripto tanto el carácter de una recuperación débil y vacilante como las tendencias a una mayor descomposición del capital en los países centrales y la superexplotación del mundo subdesarrollado.

DESCOMPOSICION DEL CAPITAL EN LOS PAISES CENTRALES, SUPEREXPLOTACION DE LA PERIFERIA

A partir de 1976/77 se inicia una nueva fase de reactivación de la economía internacional. Sin embargo la producción industrial no logró recuperar el nivel más elevado de antes de la recesión. La reactivación fue sectorialmente desigual, por ramas. A fines de 1977 según datos de la OCDE, el desempleo continuaba siendo de 16,3 millones en los países miembros es decir, prácticamente no había cambiado en relación a los años de recesión. Se profundizó una tendencia desde el año 76 al crecimiento del endeudamiento privado y endeudamiento público. Se acentuó en EEUU una tendencia al crecimiento del déficit fiscal. La expansión en EEUU no se acompañó de un desarrollo proporcional de las importaciones provenientes de otros países imperialistas y semicoloniales (salvo para el caso de las importaciones provenientes de Japón que aumentaron en un 40%). No se lograron revertir las tendencias al consumo, la capacidad productiva no utilizada continuó en un 20% en los principales países imperialistas incluso en EEUU donde la reactivación fue más fuerte, “La característica fundamental de la reactivación es su carácter desigual por países y sectores, y por ello no acumulativa y vacilante.”

¿Cuáles son las causas de la debilidad de esta reactivación? Como dice Mandel, las causas están en el hecho de que no se habían eliminado las causas fundamentales de la recesión, para agregar luego que “la recesión no pudo desempeñar el papel objetivo de ‘saneamiento’ de la economía capitalista que las crisis han ejercido tradicionalmente” 18 y de este modo “No se logró que una masa dada de plusvalía se ajuste a un capital reducido en valor. Se asistió más bien a un nuevo reparto de la plusvalía en favor de los monopolios y a costa de las empresas de menor importancia. No ocurrió un profundo “saneamiento” del sistema con alza acentuada de la tasa de ganancia, por desvalorización y destrucción masiva de capitales” 19.

Los límites a la acción saneadora de las crisis, no sólo determinan el carácter débil de la recuperación sino que le imponen a las formas de sobrevida del capital, una descomposición cada vez mayor. Porque en la medida que el capital (el Estado capitalista) impide la destrucción necesaria de fuerza productiva, sigue existiendo un gran excedente de capital mantenido artificialmente y no se logra que una masa dada de plusvalía valorice sólo al capital que está en condiciones de valorizar20. De este modo, el salvataje a las grandes empresas por parte de los bancos centrales y el Estado a través del crédito así como el estímulo de demanda para el consumo van generando una gigantesca masa de deuda y una muy alta financierización de la economía que expresa las dificultades para la valorización del capital.

Tomemos como ejemplo que para el caso de las “(...) sociedades no financieras de EEUU la relación entre fuentes de financiamiento internas y externas, que era de 2/1 en 1968, se deterioró a la relación 2/3 en 1975. Esto equivale a decir que para cada dólar de ganancias no repartidas retenidas en las firmas, hay ahora tres veces más créditos bancarios u otros medios externos que deben emplearse para financiar nuevas inversiones (...) Hace doce años, el valor de las acciones de esas sociedades superaba cuatro veces el volumen de sus deudas; actualmente, el volumen de esas deudas (1.300.000 millones de dólares, o sea el doble del nivel de 1965) asciende ya a más del 50% del valor total de sus acciones. El servicio de la deuda no representaba más que un 9% de los ingresos brutos de las firmas norteamericanas en 1959; representa ya más del 33% en 1975...”21. De este modo como Mandel dice muy bien (...) el enorme incremento de la deuda pública acompañó en la mayoría de los países las medidas de reactivación de los años 1975 y 1976. Fue el precio pagado para evitar una vez más una crisis catastrófica de la amplitud de la de 1929-1932 y tratar de transformarla en recesión más limitada en profundidad y amplitud, aunque fuese la más grave desde la segunda guerra mundial”22.

Esta financierización-descomposición en los países centrales que está fuertemente ligada a las escasas fuentes para la extracción de valor real, conduce inevitablemente a una mayor ofensiva de los países imperialistas sobre el mundo semicolonial y a una mayor lucha competitiva entre ellos por la conquista de esas “fuentes de valor”. En este sentido, como ya hemos planteado, el Sudeste Asiático, constituyó una contratendencia a las dificultades de la acumulación capitalista aunque durante la década del 70, esta “fuente” fue usufructuada escencialmente por el imperialismo japonés y en menor medida por el norteamericano. Como también plantea Mandel, para un segundo momento de los años de reactivación “(...) el endeudamiento de las firmas capitalistas metropolitanas había tenido tendencia a reducirse en los mercados nacionales, en vista del aumento de la tasa de ganancia y de la tasa de autofinanciamiento de una parte, y el estancamiento relativo de las inversiones por otra” 23. Esto condujo a una doble reacción. Los bancos imperialistas buscaron por un lado nuevos campos de préstamos para el abundante capital-dinero que tenían y las transnacionales y los grandes trusts exportadores trataron de vender sus productos en los países semicoloniales y en los Estados Obreros deformados y degenerados. Así se desarrolló una ofensiva exportadora sobre los países semicoloniales y los Estados obreros deformados y degenerados por parte de los países imperialistas provocando un nuevo y mayor incremento del crédito internacional que profundizó las tendencias inflacionistas. La reactivación se sostuvo mediante una nueva expansión inflacionista del crédito desplazado este ahora escencialmente a la periferia: “La expansión total de la deuda pública y privada durante los años 75 a 76 debió ser aproximadamente de 400 a 500 mil millones de dólares. Préstamos a los gobiernos imperialistas más débiles, a los monopolios más afectados por la crisis, a los países llamados del Tercer Mundo y a los países llamados socialistas tomaron en parte el relevo de los préstamos a los consumidores y a las firmas capitalistas más firmes, que trataron sobre todo de utilizar sus ganancias acrecentadas a partir de 1976 para reducir el peso de su endeudamiento. Así, el ciclo del crédito conservó cierta autonomía con respecto al ciclo industrial, lo que permitió evitar una vez más una repetición de la crisis de 1929-1932 (esta autonomía relativa del ciclo del crédito es una de las características fundamentales del “capitalismo tardío” tal como funciona desde hace más de treinta y cinco años)”24. Pero en este contexto, “(...) la reactivación estimulada por las exportaciones fue sobre todo una reactivación estimulada por los créditos a la exportación”25. Los créditos a los países semicoloniales y dependientes son en realidad una subvención indirecta a los grandes trusts exportadores de las metrópolis imperialistas, que no hubieran podido aumentar y ni siquiera mantener el volumen de sus ventas a esos países sin ese flujo de crédito suplementario26.

Como conclusión podemos decir entonces que las vías a través de las cuales se evitó que la recesión del 74/75 desembocara en una depresión al estilo de la década del 30, pusieron en escena, a la inversa del período de posguerra, las leyes más “clásicas” del desarrollo capitalista en la época imperialista. Por un lado, los mecanismos (estatales) “exógenos” que actuaron impidiendo la acción plena de la ley del valor y evitaron una catástrofe, fueron profundizando de forma acumulativa los elementos de descomposición del capital escencialmente en los países centrales. Paralelamente a este proceso, regiones enteras del planeta como por ejemplo la mayor parte de Africa27, en los 80 Latinoamérica y los Estados de Europa del Este y la U.R.S.S. (de cuyo endeudamiento hemos hablado) tendieron a un hundimiento cada vez mayor mientras que contratendencialmente se desarrollaron otras, como por ejemplo el Sudeste Asiático durante los 70. Este último elemento no puede revertir la tendencia general porque, al revés del período del boom, priman la desigualdad, la competencia interimperialista ligada a la sobreacumulación de capitales y la descomposición de los países de mayor capital. Las formas del desarrollo son opuestas a las de la posguerra, donde la destrucción de fuerzas productivas y la hegemonía norteamericana permitió un crecimiento sostenido y expansivo, es decir que comparativamente, permitió un desarrollo de “todos”, al menos durante un período hasta que el mismo desarrollo desató nuevamente las contradicciones.

Así, esta relación que queda establecida, es significativamente coincidente con la definición de Lenín sobre el desarrollo capitalista en la época imperialista que dice:“Sería un error creer que esta tendencia a la descomposición descarta el rápido crecimiento del capitalismo. No; ciertas ramas industriales, ciertos sectores de la burguesía, ciertos países, manifiestan, en la época del imperialismo, con mayor o menor fuerza, ya una, ya otra de estas tendencias. En su conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero ese crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que esa desigualdad se manifiesta asimismo, de un modo particular, en la descomposición de los países más fuertes en capital (...)”28.

Como veremos, estas circunstancias generales precipitan condiciones cada vez peores para las crisis subsiguientes y se encaminan históricamente a tender a resolver nuevamente las contradicciones interimperialistas.

DECADA DEL 80: CAMBIAN LAS FORMAS DE INTERVENCION DEL ESTADO

Los niveles de inflación y de deuda acumulada en estos años29 condujeron a una brutal explosión en 1982 conocida como la “crisis de la deuda” cuando 22 países de la periferia se vieron obligados a negociar nuevas fechas de pago de sus deudas, y México, Argentina y Brasil (los 3 mayores deudores latinoamericanos) anunciaron que no tenían divisas para pagar intereses y amortizaciones sobre sus empréstitos.

Los gobiernos de los países imperialistas “evidenciaron” que ya no era posible seguir aplicando las “recetas keynesianas”30. Esto va a constituir el punto de partida de un cambio en las formas de intervención del Estado sobre la economía acompañadas de una violenta ofensiva tanto sobre los proletariados de los países centrales como sobre los países semicoloniales. Se dio comienzo a los reaccionarios años del reaganismo thatcherismo31 que alcanza “hitos” fundamentales con la derrota de la huelga de los controladores aéreos en EEUU y la derrota de los mineros ingleses a manos del gobierno Thatcher en el año 85.

Los pilares de las políticas reaganistas en las nuevas condiciones de recesión32 fueron básicamente los siguientes:

1) Por un lado, el salvataje a los bancos, dado que una falta de pago de uno o de una combinación de los países endeudados podía significar la quiebra de algunos de los mayores bancos de Estados Unidos. La falta de pago la evitó el gobierno de Estados Unidos, los bancos centrales y el banco de Liquidaciones Internacionales, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a través de rápidas medidas de rescate.

2) En segundo lugar, la reducción de impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones así como la reducción de las prestaciones sociales del Estado. A la vez, se produjo un importante aumento de los gastos militares conocido como “keinesianismo militar” que tenía por objeto tanto fortalecer la hegemonía norteamericana como dinamizar a otros sectores de la industria.

3) El tercer aspecto y también fundamental estuvo ligado al hecho que, mientras el Estado Norteamericano evitaba que la crisis actuara “saneando” la economía en su propio terreno, las políticas se concentraron en hacerle pagar al mundo semicolonial los costos de la crisis generando una transferencia de recursos que llegaron desde la periferia como pago del servicio de la deuda. Esta transferencia provocó una depresión en América Latina que duró diez años y que se conoce como la “década perdida”. A la vez, las políticas dictadas por el FMI a la periferia consistieron en la devaluación de las monedas, la liberalización del comercio y la reducción del gasto público. La liberalización debilita la industria local y abre las puertas para la entrada de las multinacionales. De este modo y a través de las políticas de desregularización del movimiento de capitales, las corporaciones norteamericanas “convirtieron” la deuda haciendo que los activos de los países deudores de la periferia pasaran a su propiedad. Estas políticas tuvieron una refracción particular sobre los Estados Obreros deformados y degenerados de Europa del Este y la U.R.S.S., que al ya brutal endeudamiento de sus economías se sumó el hecho de que se vieron obligados a entrar en la carrera armamentística impulsada por Estados Unidos que provocó graves consecuencias en sus economías.

Sobre la base de estas condiciones el movimiento ascendente de la economía norteamericana comenzó en 1983 y en apariencia produjo un crecimiento vigoroso que duró hasta el año 1985. Sin embargo, las “nuevas” vías de limitar el accionar de la ley del valor, pusieron en escena una mayor descomposición de la economía norteamericana ligada escencialmente a la explosión financiera de esos años. De este modo, el avance total de la inversión en bienes durables de producción estuvo representado solamente por dos tipos de bienes: productos de alta tecnología y automóviles, sectores que, a decir verdad tenían más que ver con el desarrollo de las finanzas que con el de la producción. Aunque desde ya que, la fuerte demanda de productos en esos sectores en ascenso provocó un desarrollo de la producción manufacturera en esas ramas. Además, ligado a las políticas de keynesianismo militar, el crecimiento en la producción de equipo para la defensa fue de un 50% entre 1979 y 1984 según el Consejo de la Reserva Federal lo que también requirió una cantidad considerable de nuevas inversiones. La declinación de la inversión en manufacturas en total, no obstante, puso de manifiesto un descenso en picada equivalente a una depresión de 25% durante la última recesión y estaba todavía a un 12% por debajo del punto más alto durante el segundo año de la recuperación. La recuperación norteamericana de los ochenta arrojó así una poderosísima financierización de la economía y concentración del capital. La norma de este período fueron las múltiples fusiones y adquisiciones, operaciones de compra basadas en el endeudamiento, bonos basura, préstamos muy arriesgados de los bancos y las entidades de ahorro y préstamo ambos dotados de dinero procedente de la Reserva Federal. El efecto de la especulación fue cargar a las entidades de deudas y reducir así nuevas inversiones. Ahora bien, la fiebre de las finanzas también permitió la proliferación de inversiones rentables en edificios para oficinas, equipos de transporte y comunicaciones, máquinas comerciales, etc. y a su vez que el poderoso incremento en el ingreso de intereses, junto con la explosión financiera -el interés neto se elevó de 6,5% del ingreso nacional en 1974 a 9,6% en 1984- más las enormes ganancias acumuladas por Wall Street y sus menores contrapartes en todo el país, actuaran como un estímulo importante al consumo, en especial en el área floreciente de los bienes y servicios de lujo. Podría decirse que el mecanismo de la inflación como estimulador de la economía y en especial del consumo, a partir de los años 80, fue trocado por el de la inflación de los instrumentos financieros.

Ahora bien, las formas descompuestas del desarrollo norteamericano durante estos años, impulsaron desde el punto de vista de la economía mundial en su conjunto (y marcando las formas que adquiere el desarrollo desigual) un dinamismo del que se favoreció escencialmente Japón. Este último que, como habíamos dicho fue el Estado imperialista más golpeado durante la recesión del 74/75, durante los últimos años había orientado sus inversiones hacia la región del Sudeste de Asia, región que albergaba condiciones muy favorables para la valorización del capital. A la vez, el nuevo “ciclo” norteamericano que alimentó el consumo y con él el desarrollo del mercado interno, permitió un gran crecimiento de Japón sostenido en gran parte sobre las exportaciones hacia Estados Unidos. Las divisas adquiridas por esas exportaciones se trasladarían en parte como inversiones al Sudeste de Asia, a países como Corea de Sur, Taiwán, Honk Kong, Singapur, Malasia, Tailandia e Indonesia, zona que alcanzó fuertes índices de crecimiento en este período. A partir de 1987 las inversiones imperialistas se triplicaron en esta región con capitales predominantemente japoneses. En estos años el PBI de Japón33 llegó a representar el 60% del de Estados Unidos y el triple del de Francia. Hubo un gran crecimiento de las inversiones extranjeras directas por parte de Japón. Entre los años 1989 y 1990, la instalaciones industriales de Japón en Europa aumentaron en un tercio. En1989 Japón realizó en Europa 24 veces más inversiones que Europa en Japón. Desde 1985 la inversión directa y en cartera del Japón en el extranjero se quintuplicó siendo los centros de inversión especialmente Asia y Estados Unidos, aunque desde el 90 hay un claro cambio de tendencia hacia las inversiones japonesas en Asia. La importancia económica alcanzada por Japón durante este período queda simbolizada en varios hechos. Por ejemplo seis de los 10 mayores bancos del mundo -y diez de los quince primeros- eran japoneses y son conocidas las adquisiciones de empresas norteamericanas por parte de Japón, tales como la compra de CBS y Columbia por Sony o la compra del Rockefeller Center de New York por la Mitsubishi.

Lo que queremos señalar acá es la relación entre la descomposción de la economía norteamericana y el crecimiento japonés como síntoma de las formas más clásicas del desarrollo desigual. Es la expresión de que no “hay lugar para todos”. Aunque las relaciones dominantes, es decir el dominio decadente del imperialismo norteamericano, siguen expresándose en este período como relaciones de dominio político y militar que ante la imposibilidad de surgimiento de otro imperialismo dominante, parasitan a los imperialismos que alcanzan mayor desarrollo económico. De este modo, el desarrollo de Japón estaba signado en lo político por un gran aislamiento internacional, por una importante dependencia económica especialmente de Estados Unidos y tecnológica de otras potencias occidentales, por su alianza en política exterior con EEUU y por su gran peso económico acompañado de un peso político irrelevante.

A su vez, Estados Unidos durante estos años pasó de ser la mayor nación acreedora a ser la mayor deudora, lo que conduciría a una nueva explosión financiera en el año 87. Y si esta explosión fue en un primer período frenada por la inyección de fondos de la Reserva Federal norteamericana, la recesión estalló finalmente en 1989. La combinación entonces del desarrollo de Japón y su dependencia de Estados Unidos hicieron que el primero tuviera que financiar el gran déficit norteamericano a través de los 300.000 millones de dólares que Japón tiene invertidos en bonos del Tesoro de Estados Unidos. Es decir, mientras Japón se mantenía con las exportaciones al mercado interno norteamericano a la vez sostenía a EEUU en la crisis. Dicho de otro modo, Estados Unidos le hizo pagar a Japón el crack del 87, lo que luego redundaría en el fin del crecimiento y la recesión japonesa de los años 90 y la recuperación norteamericana que dio origen al “equilibrio inestable” de los años 90.

EL "EQUILIBRIO INESTABLE" DE LOS AÑOS 90

Una serie de hechos políticos fundamentales enmarcan la situación económica de los años 90. Por un lado, como marco general, los procesos de revolución política abortada comenzados en el año 89 con la caída del Muro de Berlín, en los países del Este de Europa y la URSS significaron un gran “soplo de confianza” para el capital, permitiendo la fuerte campaña escencialmente ideológica del “fin de la historia” del tan mentado Fukuyama. A la vez este “soplo” de confianza fue acompañado de la previa derrota sangrienta del proceso de revolución política china en Tian An Men que permitiría sentar las bases para convertir, al menos a la región costera de China, en una zona de fuerte inversión de capitales.

Por otro lado, la guerra del Golfo de 1991 y los bombardeos sobre Bagdad en 1993, permitieron un relativo reforzamiento de la hegemonía político-militar del imperialismo norteamericano34.

Por último y también fundamental, gracias a la profundidad de la recesión de fines de los 80 y del continuo proceso de racionalización de las grandes coorporaciones durante ese período, la burguesía norteamericana pudo deprimir los salarios de su propio proletariado (que permanecieron estancados durante los últimos 20 años), así como precarizar el empleo con la multiplicación de los contratos a tiempo parcial y eventual a lo que se agrega la enorme explotación sobre la población inmigrante.

Paralelamente en 1992 se firmó el TLC (Tratado de Libre Comercio) entre EEUU, Canadá y México. Esto último, junto con el usufructo del trabajo inmigrante permitió lograr grandes masas de plusvalía absoluta provenientes de trabajo semiesclavo35.

Este conjunto de elementos le permitieron a Estados Unidos, que durante el año 91 había entrado en la “era Clinton”, salir de la profunda recesión. Así a partir de 1993, EEUU era el país que más había crecido (2,9%) dentro de los países desarrollados después de Canadá. El ciclo corto de crecimiento norteamericano que comenzó en el 93 estuvo relacionado con una serie de causas fundamentales:

1) De una parte con el desarrollo del Sudeste Asiático (excluído Japón) y de China, que fue descomunal. En 1992 China creció un 12,8%. Durante 1995 la región de Asia y el Pacífico creció un 8,2%. A partir de 1993, las prioridades comerciales de Washington se orientan hacia la región de Asia-Pacífico y la región costera de China convirtiéndose en estratégicas para el imperialismo norteamericano, lo que conduce al aumento de la rivalidad con Japón por esa zona. Clinton intenta asegurar que las empresas americanas penetren con cada vez más facilidad en esa zona. Teniendo en cuenta que la región de la APEC y la ASEAN arrojaron en 1993 un PBI global de 14 billones de dólares lo que es equivalente al PBI global del G-7, se comprende el interés norteamericano en la región que significaba invertir en una especie de “oasis”, es decir en una región que estaba garantizada y financiada por el imperialismo japonés. Esta garantía de Japón le permitía al imperialismo norteamericano una altísima renta financiera de bajo riesgo.

2) Los llamados “mercados emergentes”, especialmente latinoamericanos que durante los años 90 permitieron a las corporaciones esencialmente norteamericanas cambiar títulos de deuda por activos y a la vez fueron fuente de gran especulación financiera dadas las altas tasas de interés.

3) Por otro lado, el gigantesco desarrollo de la rama de alta tecnología o informática llamada “high tech”36. Esta nueva rama “(...) se ha convertido en el segundo negocio mundial después del petróleo y crece en promedio por encima del 8% anual” 37. Para los años 90“(...) algunos analistas lo consideran más gravitante en las tendencias del ciclo industrial de EEUU que las ramas tradicionales de la vivienda y el automóvil.” 38 A decir verdad el rol de pionero en esta rama corresponde a EEUU durante los años 70 profundamente ligado al papel fundamental de las nuevas tecnologías para la actividad bélica. Con el fin de la guerra fría, las innovaciones buscaron trasladarse a la esfera de la industria civil aunque “la finalidad bélica original es una marca que arrastran las nuevas tecnologías, en el diseño, los métodos de fabricación, y el tipo de contratos establecidos entre el Estado y las empresas del sector.” 39 “A fines de los ochenta, con el agotamiento del uso puramente militar de las nuevas tecnologías, la industria norteamericana comenzó a soportar la amenaza competitiva japonesa -en algunos segmentos de la fabricación de chips- y de los consorcios europeos, en el campo de las telecomunicaciones.”40 Pero “(...)este equilibrio se volvió a romper en los últimos años en favor de Estados Unidos. Las compañías niponas han retrocedido frente a Intel y a los nuevos fabricantes de sistemas superveloces de chips (Texas Instrument, National Semiconductor).”41 El aspecto central de esta rama está centrado en las formidables rentas tecnológicas es decir ganancias extraordinarias que han incidido fuertemente en la mejora de la rentabilidad de las corporaciones y en particular de las norteamericanas durante los años 90. Sin embargo, muy lejos está esta rama de conducir una “nueva revolución tecnológica”, ya que lo que no es posible es su generalización al resto de la economía. Límite que está dado precisamente por elementos tales como la debilidad de los mercados, las escasas fuentes para la valorización del capital existentes, la sobreproducción de mercancías, etc., es decir por las condiciones de debilidad general de la economía mundial. Es por ello que entre los sectores del high tech existe una gran ventaja para la valorización del capital. Este último elemento ha convertido a esta rama en un sector de terrible competencia que conduce un fuerte proceso de concentración expresado bajo la forma de fusiones y megafusiones.

4) Otro elemento fundamental en el que se basó el desarrollo norteamericano de estos últimos años, consiste en el fuerte desarrollo de la bolsa y de la especulación a través de obligaciones a futuro, títulos y todo tipo de instrumentos financieros. Tomemos como dato que “En el período que coincide con la presidencia de Clinton, la bolsa pasó de 3200 puntos a 9000 puntos.”42 Y no casualmente, ligado al elemento de las rentas tecnológicas, dentro de Wall Street, las acciones que han arrojado las principales ganancias son aquellas ligadas a las empresas tecnológicas de punta, es decir, las “acciones tecnológicas” reflejadas en el índice Nasdaq como lo muestra el hecho que las mismas duplicaron el rendimiento de todos los otros títulos entre 1993/96. Las grandes ganancias especulativas de la bolsa que fueron mucho más allá de las ganancias empresariales en este período, favorecieron a su vez un gigantesco desarrollo del consumo de la población conocido como “efecto riqueza” . Para tomar un dato, actualmente el 50% de los norteamericanos tiene sus ahorros invertidos en las bolsa de uno u otro modo. A su vez esta nueva explosión de las finanzas está en la base de las grandes rentas financieras existentes.

5) El último aspecto es el gran crecimiento de las exportaciones, “...muchas de las compañías más importantes del índice Standar Poor’s de 500 acciones, publicitaron sus vínculos internacionales... en los últimos 10 años, las ventas en el extranjero de esas compañías crecieron un 34%. De las ventas totales de Exxon, el 88% son en el extrajero, Coca-Cola vende en el exterior dos tercios de sus gaseosas, Motorola es 60% extranjero, Inter y Dow Chemical venden más de la mitad de sus productos en el exterior (...)”.

Pero lejos de una “globalización armónica”, los años 90 a la vez que redoblaron la presión de regiones como el Sudeste de Asia y la región costera de China sobre el mercado mundial, acelerando las tendencias a la superproducción de mercancías, agudizó la lucha interimperialista por los mercados. Lejos de toda “armonía”, mientras se desarrollaba el “ciclo” norteamericano, Europa tuvo, bajo Maastricht, índices muy pobres de crecimiento y sufrió la crisis monetaria del año 92 y a su vez, Japón, durante la década del 90 vio culminar abruptamente su “ciclo” expansivo. A fines de 1991 Japón, que había sido como ya planteamos “pagador en última instancia” del déficit norteamericano, entra en una profunda recesión desde el segundo trimestre de 1992 año en el que crece cinco veces menos que en 1991 (0,8%). Como señala L. C. Thurow “(...) Incluso en el comienzo de la Gran Depresión, el mundo nunca había visto pérdidas de la magnitud de las registradas en Japón. Si se suman al derrumbe de la bolsa de valores (aún después de cierta recuperación, bajó 63% en 1995), la caída de los precios de los terrenos (los predios urbanos bajaron un 33%, los predios comerciales un 85%), la vivienda, las propiedades inmuebles comerciales y las pérdidas de los activos extrajeros (bajaron en 50%), el patrimonio neto de los hogares japoneses había declinado casi 14 billones de dólares. Trenta y seis por ciento del patrimonio neto total de todos los hogares japoneses ya se habían esfumado y los precios de la propiedad todavía estaban en baja (las propiedades al borde de las rutas se depreciaban un 13% cada año a mediados de 1995 y en Tokio los predios comerciales bajaban un 20%”43 Comienza un proceso de reducción del empleo inédito desde la posguerra. Por un lado las ventas de autos de Japón al extranjero se redujeron entre el 92 y el 93 por primera vez desde la segunda guerra mundial por la competencia de los fabricantes occidentales. Japón se vió muy afectado por la misma competencia de los mal llamados “Dragones Asiáticos” en productos electrónicos. Ambos aspectos significaron un golpe muy importante para la economía de Japón ya que electrónica y automóviles representan el 20% de su producción industrial y más de la tercera parte de sus exportaciones de manufacturas44. Así, en este período, si volvemos a tomar la comparación entre Japón y Estados Unidos para demostrar que la prosperidad de los 90 fue esencialmente una “prosperidad norteamericana”, es de fundamental importancia el hecho que mientras la bolsa norteamericana pasó como hemos señalado de 3200 a 9000 puntos, en el índice Nikkei la bolsa de valores de Japón, bajó de 38.916 puntos en diciembre de 1984 a 14.309 el 18 de agosto de 1992. Esta última representa una mayor caída en términos reales que el derrumbe de la bolsa de valores norteamericana entre 1929 y 1932.

Pero a la vez, como veremos luego en el fin del “equilibrio inestable” de los 90, existe una profunda dependencia entre ambas economías imperialistas. Como señala Lester C. Thurow “El déficit de la cuenta corriente norteamericana (145.000 millones de dólares en 1994) y el superávit de la cuenta corriente japonesa (130.000 millones de dólares en 1994) son prácticamente imágenes reflejadas entre sí. Ninguna de las dos podía existir sin la otra. Hablar de una es hablar de la otra” 45. De este modo así como Estados Unidos depende de la financiación japonesa (Japón tiene invertidos en Estados Unidos 300.000 millones de dólares en bonos del Estado Norteamericano), Japón depende seriamente del mercado interno norteamericano. Bajo estas condiciones generales entre las que se incluye no sólo la profunda recesión japonesa sino también el débil crecimiento de Europa y de la economía mundial en su conjunto, podemos afirmar que el índice de crecimiento norteamericano que alcanzó un 4% durante el año 1994 representó un verdadero “equilibrio inestable” en el cual el desarrollo del Sudeste Asiático actuó como un verdadero “pulmotor”. En estas condiciones generales que llevaban inscriptas grandes tensiones económicas como los altísimos índices de especulación financiera basados en las escasas fuentes de valorización real del capital, y las fuertes tendencias a la superproducción de mercancías, llegaron finalmente a un nuevo estallido, aunque esta vez, poniendo fin, como vimos, a una “gran ilusión” del capital.

NOTAS:
1 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág. 252.
2 Contrariamente a la definición de Mandel que afectado por un cierto economicismo, no saca las conclusiones hasta el final de lo que él mismo afirma.
3 Ver EI nro. 7 “El boom de la posguerra...”
4 Que el mismo imperialismo norteamericano había impulsado durante la posguerra.
5 Ver artículo “Fin del Siglo XX, Crisis de dominio imperialista”
6 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág. 134
7 Desde ya que esta cuestión está sujeta a cuestiones de orden político, económico y militar. Para que alguna moneda de algún país imperialista pudiera jugar el rol que jugó el dólar en la posguerra, tendrían que establecerse condiciones generales para la acumulación del capital similares a aquellas.
8 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág. 134
9 Ibidem , pág. 135
10 Ibidem, pág. 253
11 Ibidem, pág. 15.
12 Para dar una idea de la gravedad de esta crisis, tomemos algunos datos. Arrojó 18 millones de desocupados en los principales países imperialistas; la cotización de las acciones en Bolsa experimentaron su peor depresión desde el 40 e incluso desde el 31; para los casos de EEUU y Alemania, la producción en la industria automotriz cayó entre un 25 y un 36% durante los años en cuestión, en el caso de Japón, cayó un 7%, la capacidad excedente mundial de la misma rama rondaba entre el 10 y el 20%, la industria de la construcción cayó en EEUU a la mitad y en Japón un 25%, etc.; el número de bancarrotas aumentó en más de 30% en EEUU, más del 60% en Gran Bretaña y en Japón quebraron 8.600 empresas. (datos E. Mandel).
13 En el año 75 los gobiernos de EEUU, Alemania y Japón tomaron medidas de reactivación económica, es decir, suprimieron las medidas más duras de restricción del crédito permitiendo el crecimiento de la masa monetaria, generando poder adquisitivo. Estos son los mecanismos que utiliza el Estado para limitar en lo inmediato los alcances de la recesión, es decir, crea moneda falsa con lo que provoca la desvalorización del dinero y la inflación. El incremento de la masa monetaria estimula inmediatamente el consumo pero no provoca automáticamente la reactivación de la inversión productiva. Esta última necesita no sólo de la ampliación de los mercados sino también del aumento de la tasa de ganancia vinculado no sólo al aumento de la tasa de plusvalía sino también a la disminución de la composición orgánica del capital (es decir a la destrucción de fuerza productiva que se vuelve “ineficaz”).
14 Ver artículo “Fin del Siglo XX, Crisis de dominio imperialista”
15 Ver artículo “Fin del Siglo XX, Crisis de dominio imperialista”
16 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág. 157/8.
17 Las exportaciones de las principales potencias imperialistas casi se quintuplicaron en 4 años.
18 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág.94. La cita de Mandel no termina aquí. El prosigue diciendo: “Por eso es que no desembocará en un nuevo boom”. A nuestro modo de ver esto constituye una media verdad. Estamos completamente de acuerdo con el hecho que no se dejó que la crisis actuara libremente y por lo tanto cumpliera su “rol saneador”. Sin embargo, la conclusión “por eso es que no desembocará en un nuevo boom” si bien desde un punto de vista abstracto general podría ser correcta, muestra nuevamente un desliz de Mandel hacia el economicismo porque no explica por qué entonces la burguesía y los gobiernos imperialistas se empeñan tanto en evitar ese verdadero “saneamiento” de la economía, no explica, a decir verdad las condiciones particulares que la época imperialista le imprime al desarrollo capitalista. En nuestra opinión, la burguesía se empeña en evitar el libre accionar de la ley del valor porque tiene perfecto conocimiento del nivel de destrucción de fuerzas productivas que se produciría dado el nivel de sobreacumulación de capitales en la época imperialista. Como es lógico la burguesía no desea la destrucción de sus propios capitales ni desea “décadas del 30” que por otra parte sólo encuentran resolución efectiva, como se ha demostrado históricamente en guerras mundiales. En última instancia, el fantasma de la revolución también constituye un temor en este tipo de escenario.
19 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág. 98/99.
20 Este es el rol “saneador” de las crisis.
21 E. Mandel, “La Crisis, 1974-1980”, pág. 98.
22 Ibidem., pág. 112.
23 Ibidem. pág. 138.
24 Ibidem., pág. 244/45.
25 Ibidem, pág. 138.
26 En esta ola de créditos, los bancos norteamericanos son los que quedaron más comprometidos.
27 En la actualidad, de los 50 países menos desarrollados del mundo, 30 pertecen a Africa. (Rafael Aracil y otros).
28 Lenín, “El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, pág. 161.
29 Entre los años 1975 y 1982 los países semicoloniales habían multiplicado su deuda por tres y los países llamados “socialistas” lo hicieron por cuatro.
30 Es decir las dosis masivas de gastos deficitarios para salir de la recesión tal como se habían aplicado en la recesión del 74/75.
31 Ver artículo “Fin del Siglo XX, Crisis de dominio imperialista”
32 En 1982 el crecimiento de EEUU fue de -2.6% y el del conjunto de los países de la OCDE de -0,5%
33 Ver EI nro. 7 sobre el rol de los gastos militares del Estado en la época imperialista.
34 La industria japonesa se basó en automóviles y electrónica.
35 Ver artículo “Fin del Siglo XX, Crisis de dominio imperialista”
36 Ver EI. nro. 7.
37 Esta rama se sustenta sobre la microelectrónica “(...) que ha creado los componentes miniaturizados de transmisión eléctrica (semiconductores o “chips”) que permiten acelerar el procesamiento de la información. El high tech incluye desde la fabricación de los “chips” hasta el desarrollo de los elementos físicos (hardware) y lógicos (software) de las máquinas universales (computadoras) que transmiten combinan, almacenan o automodifican la información en función de los resultados buscados.
Las telecomunicaciones son el otro pilar del high tech desde su “confluencia digital” con la microelectrónica. Los avances centrales en este campo han sido la conversión al formato digital de distintas modalidades de la información (textos, sonido, imágenes) y el espectacular incremento de la capacidad de transmisión logrado con la introducción de la fibra óptica. De este desarrollo está emergiendo, por último, la mayor promesa reciente de la informática: las redes de internet.” Claudio Katz, Realidad Económica nº154, pág. 36.
38 Claudio Katz, Realidad Económica nº154, pág. 37.
39 Ibidem.
40 Ibidem, pág. 40.
41 Ibidem, pág. 41.
42 Ibidem, pág. 41.
43 The New York Times, septiembre del 98.
44 Lester C. Thurow, “El futuro del capitalismo”, pág. 213.
45 Aquí puede verse un aspecto muy importante del rol contradicctorio del Sudeste Asiático en la economía mundial: que si bien actuó como un centro de atracción de capitales por su altísima tasa de ganancia, a la vez su exportación creciente de productos manufacturados era una presión a favor de la superproducción de mercancías y del agudizamiento de la crisis económica mundial.
46 Lester C. Thurow, “El futuro del capitalismo”, pág. 211.
** Los gráficos con sus títulos y textos respectivos, están extraídos del informe mundial de la O.C.D.E. de 1997.