En gran parte de los países llamados de “Occidente”, o mejor dicho en las metrópolis imperialistas, se olvidó durante varias décadas, seis en algunos casos, lo que significa “guerra” al menos como conflicto armado en el propio territorio nacional. Durante los años de Guerra Fría, los países centrales lograron limitar, exportar inclusive podría decirse, a la periferia capitalista colonial o semicolonial, una serie de contradicciones inherentes al sistema capitalista de las cuales los conflictos bélicos son una expresión. A partir de los años ’80, luego del cierre del ciclo ascendente internacional de lucha de clases iniciado con el Mayo Francés, aumentaba a escala internacional el número de conflictos a pesar de que algunos años más tarde la dislocación del bloque del Este supuestamente habría tenido que llevar a un nuevo orden mundial más estable y armonioso.
A diferencia de los años ’60 y sobre todo ’70, que habían visto el surgimiento, junto con la contestación obrera, de un poderoso movimiento antiguerra y antiimperialista a raíz sobre todo de la intervención norteamericana en Vietnam, las guerras e injerencias imperialistas en la periferia semicolonial durante los años ’80 y ’90 suscitaban una escasa oposición, simétricamente proporcional a las derrotas que venía asestando el capital a la clase obrera a nivel internacional. Es más, mientras iba disminuyendo cualquier tipo de oposición consistente a las intervenciones bélicas en los mismos países agresores se llevaba adelante, paralelamente, una impresionante operación ideológico-léxica. Se expulsaba el vocablo “guerra” para naturalizar mejor la guerra e integrarla en una cotidianidad mental. Es cierto que los sacerdotes de “el fin de la historia” podían remitirse a un pasado no tan lejano en el cual los ideólogos orgánicos de la burguesía francesa inauguraban ya este ciclo de negación semántica. Lo que en todo el mundo fue conocido como “guerra de liberación de Argelia” entre 1954 y 1962, siempre fue denominado en Francia como “los acontecimientos de Argelia”. En los años ’90, sin embargo, este tipo de operaciones ideológicas van a generalizarse.
El Vaticano, el Pentágono, los ministerios de Guerra de París, Berlín y Londres, van a ir forjando nuevos conceptos que transformarán el “bellum justum”, la “guerra justa” de San Augustín, en nuevas “just wars” conocidas como “derecho de injerencia”, “intervención humanitaria”, “exportación de la democracia”, etc. Las intervenciones de índole neocolonial con su corolario de agresiones, violaciones a la soberanía de otros Estados, ocupaciones militares permanentes, etc., iban adquiriendo sus “humanistas” letras de nobleza mediante apelaciones que desnaturalizaban la esencia misma de las agresiones bélicas y las transformaban en meras “operaciones”, desde “Restore Hope” en Somalia hasta “Libertad Duradera” en Afganistán, pasando por las operaciones “animalescas” (en su acepción de bestialidad) llevadas a cabo por París: “Operación Ibis” en Ruanda hasta “Operación Unicornio” en Costa de Marfil.
Es recién entre los años 2001 y 2003, con las agresiones a Afganistán y a Irak, que vuelve a emerger en forma consistente a escala internacional una vasta opinión pública antiguerra mayoritariamente pacifista que no logra detener las guerras pero al menos permite la emergencia de toda una nueva generación política y empieza a hacer entrar en crisis los mecanismos de legitimación ideológica de las intervenciones imperialistas. Para completar la elaboración de una crítica política articulada de los alcances y límites del movimiento “no war” internacional [1], tal vez sea oportuno compartir algunas reflexiones en relación ya no a los antepasados directos del actual movimiento, el de los años 1960 y 1970, sino recordando cuál fue la orientación intransigente de algunos de los que habían vivido en carne propia la primera carnicería interimperialista a escala internacional de la historia, la Primera Guerra Mundial, y desde aquel momento, durante medio siglo, junto con la vanguardia del movimiento obrero revolucionario, lucharon incesante y radicalmente contra aquella barbarie y el sistema que la engendra: nos referimos a los surrealistas. En el mejor de los casos los manuales oficiales de literatura suelen presentar al grupo encabezado por Breton, cuando aluden a ello, como una especie de simpática e inofensiva corriente artística adepta a la renovación estética y al escándalo, productora de una obra colectiva interesante pero elitista y de lejos incomprensible e inaccesible. La realidad dista mucho de esta visión reduccionista y castradora del surrealismo que se esmeró en hacer emerger una respuesta revolucionaria tanto artística como política (sin que ambos planos se confundan) ante las monstruosidades que iba pariendo la sociedad capitalista imperialista moderna. Pero vayamos al grano y “dejémosles la palabra”.
Lenin y Tzara jugando ajedrez en Zurich mientras truenan los cañones en Europa
La guerra marcó a sangre y fuego no sólo el territorio europeo con una periodicidad regular a lo largo del siglo XIX y durante la primera parte del siglo XX. La primera contienda de dimensiones mundiales, esencialmente distinta respecto de los otros conflictos en relación a sus raíces que se hundían en las rivalidades interimperalistas en fase de crisis, va a marcar también a toda una generación. Lo que había de ser “la última guerra”, la “der des ders” en francés, consistirá en la primera etapa del Bildungsroman, la verdadera novela de formación revolucionaria en que consistirá la vida, en aquella primera mitad del siglo XX, no sólo de toda la vanguardia obrera mundial sino también de todas las vanguardias culturales europeas, empezando por los que bien pronto habrían de convertirse en el grupo surrealista.
Mucho se ha escrito en relación a la importancia decisiva que tuvo para el grupo su antepasado inmediato, el Cabaret Voltaire de Zurich en el cual el vocablo “Dadá” recibe sus letras de nobleza: para Tzara [2], Dadá es ante todo una insurrección contra “un mundo dejado en manos de unos bandidos que desgarran y destruyen los siglos” [3]. El elemento decisivo y fundador tanto para los dadaístas como para los surrealistas que durante cuatro largos años sólo habían conocido el silbido estridente de los schrapnels o, en el caso del joven doctor Breton por ejemplo, sus consecuencias gangrenosas en los heridos de las trincheras, es el odio a la guerra. Como lo plantea posteriormente Tzara, para toda aquella generación que “sufrió en carne propia de la adolescencia pura y abierta a la vida, viendo alrededor de ella la verdad pisoteada, vestida con los oropeles de la vanidad o la bajeza de los intereses de clase, aquella guerra no fue la nuestra” [4]. No es casualidad si en 1916 encontramos exiliados en Zurich, viviendo a poca distancia en la misma calle, a Lenin, Radek, Zinoviev, Muzenberg, Tzara, Jean Arp y Hugo Ball [5]....
Aquel odio ubica a los jóvenes en ruptura profunda con los maestros estéticos a los cuales se remitían en su afán de transformar el arte. Rompen completamente con los Appolinaire y Marinetti [6] que habían escogido el campo intervencionista. Aquel odio a la guerra bien pronto habrá de convertirse, luego de la desmovilización, en odio a una “sociedad que los envió alegremente a la muerte y espera a su regreso a los que lograron sobrevivir con sus leyes, sus morales, sus religiones” [7]. “Breton, Eluard, Aragon, Péret, Soupault, escribe Nadeau, estuvieron profundamente marcados por la guerra. Lo hicieron sin entusiasmo. Están asqueados cuando termina. Ya no quieren tener nada más que ver con una civilización que los aplasta y los mata y el nihilismo radical que anima a los poetas no abarca sólo el arte sino también todas las manifestaciones de aquella civilización” [8].
Lo que va a caracterizar a aquellos jóvenes va a ser su deseo de vivir todas las posibilidades de una realidad de la cual hasta ahora sólo habían visto el lodo de las trincheras. Su común denominador será aquella sed de lo maravilloso, un maravilloso que “está por doquier, siempre, en todos los instantes. [Lo maravilloso] es, tendría que ser, la vida misma, siempre que no se transforme deliberadamente esta vida en algo sórdido como se ingenia en harcelo esta sociedad con su escuela, su religión, sus tribunales, sus guerras, sus ocupaciones y liberaciones, sus campos de concentración y su horrible miseria material e intelectual” [9].
El salto de 1925
Es menester detenerse, sin embargo, en otro elemento central que hará que los surrealistas sean algo bien distinto a meros pacifistas intransigentes o traumatizados por el conflicto bélico. Lejos de refugiarse en un “maravilloso” que sería una especie de negación y ruptura con la realidad, su surrealismo es negación de esta realidad en clave revolucionaria, tanto desde un punto de vista poético como político, sin que ambos planos se entremezclen al punto, como veremos, de degradar el arte en “un compromiso” didáctico, pedagógico, como si tuviera una finalidad explicativa y no hablara por cuenta propia el lenguaje de la insurgencia [10].
La gran mayoría de los surrealistas que se van conformando como “grupo” a partir de 1924 alrededor de varias revistas, entre ellas La revolución surrealista, superará la definición y toma de posición de un Antonin Arthaud que se contentaba con hacer notar que “cuando se va la guerra, entra la poesía” [11]. El elemento central que permitirá a los jóvenes surrealistas desplegar hasta las últimas consecuencias su odio a la guerra va a ser precisamente un nuevo conflicto. Las colonias francesas y sus protectorados viven momentos de ebullición social y política, sobre todo Marruecos y Siria. El gobierno bombardea Damasco y decide mandar tropas a reprimir la insurrección del Rif marroquí encabezada por el líder nacionalista Abdel Krim. El cuerpo expedicionario franco-español estará dirigido por Philippe Pétain y Miguel Primo de Rivera.
Con una serie de textos y declaraciones publicadas en distintos medios, entre ellos L’Humanité, los surrealistas llaman a contra corriente no sólo a repudiar la agresión colonial sino que toman partido a favor de los insurrectos marroquíes. En aquel momento, en una famosa respuesta a Paul Claudel, embajador de Francia en Japón, y considerado uno de los hombres de letras más importantes de Francia, quien había calificado a las investigaciones surrealistas de “pederásticas”, y se había vanagloriado de haber ayudado a las potencias de la Entente durante la Primera Guerra Mundial comprando gran cantidad de víveres en América Latina, en particular tocino, para abastecer los ejércitos aliados, Breton y sus amigos contestan: “Deseamos con todas nuestras fuerzas, que las revoluciones, las guerras y las insurrecciones coloniales aniquilen aquella civilización occidental de la cual usted [Claudel] defiende las lacras hasta en Oriente (...) Aprovechamos la situación para desolidarizarnos de todo cuanto es francés, en palabras y en actos. Declaramos que hallamos la traición y todo lo que pueda perjudicar de una forma u otra la seguridad del Estado, mucho más conciliable con la Poesía que la ‘venta de grandes cantidades de tocino’ en provecho de una nación de cerdos y de perros [Francia]” [12].
Bien se puede imaginar en qué medida, luego de semejante declaración volanteada en un banquete oficial al cual estaban invitados, “a partir de aquel momento [el 2 de julio] los puentes quedarán cortados entre el surrealismo y el resto [es decir la intelectualidad conformista y burguesa, incluso la de centro izquierda] (...) A partir de ese punto, sin embargo, nuestra revuelta común empezará a canalizarse políticamente” [13]. “En contra de la guerra cuando la hacen, bajo todas sus formas, los de arriba; a favor de la guerra cuando la hacen en contra de sus opresores, bajo todas sus formas, los de abajo”, ésta podría ser en resumidas cuentas la conclusión a la cual llegan los surrealistas en aquel lejano año 1925 y lo atestigua en particular el título sumamente evocador de la revista que proyectan junto con otros intelectuales de Clarté, provenientes del recién conformado Partido Comunista Francés (PCF): La guerra civil.
“Muerte a los polis y a los campos del honor”
Iremos recorriendo la historia de los surrealistas siguiendo las huellas de uno de ellos, Benjamin Péret. Menos conocido que los más famosos de sus amigos, a partir obviamente de Breton, Péret quedó marginado en los compendios oficiales de literatura francesa por razones ideológicas y políticas. El “imposible Benjamin”, como lo llaman afectuosamente algunos de sus críticos y amigos, “el insólito y gran poeta, cosmonauta del surreal” [14], es seguramente el más irrecuperable de los surrealistas [15]. Más que los otros artistas del grupo surrealista aun si fuera posible, Péret era un poeta que “ne mangeait pas de ce pain-là ”, no estaba dispuesto a comprometerse con nada ni con nadie, como lo anunciaban André Breton y Octavio Paz a su muerte en 1959. En esta nota, esmaltada de azares objetivos gratos a los surrealistas (sin olvidar, como lo planteaba Marx, que la casualidad es la manifestación de la necesidad) y escrita bajo los auspicios de uno de los versos más famosos de Péret, “Muerte a los polis y a los campos del honor” [16], trataremos de ir reflexionando alrededor de la temática de la guerra en clave surrealista, poniendo de relieve lo que la intransigencia artística y política de Breton y sus amigos significaba concretamente, echando al mismo tiempo una luz distinta, surrealista, sobre dos momentos históricos cruciales de la historia del siglo XX, el primero “cargado de futuro” como diría Celaya, siendo el otro uno de los más sombríos de la humanidad, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
Por qué Péret aboga a favor de la violencia contra las madres
Mientras que desde agosto de 1914 las paredes de todos edificios públicos de las ciudades y los pueblos de Francia están empapelados con patrióticas proclamas bélicas, el joven Benjamin Péret está pensando en otras cosas. Tan es así que una noche de 1917, siendo aún menor, pinta de verde una muy oficial estatua de la ciudad de Nantes donde vive. Su madre, una persona seguramente mucho más seria que el hijo y que toma las cosas mucho más a pecho sobre todo cuando se trata del honor de la patria, no le deja muchas alternativas: el reformatorio o enrolarse antes de lo previsto en el Ejército para ir a combatir al frente... La ausencia de sentido del humor de la señora Péret, verdadera encarnación de la madrastra mala, es seguramente una de las razones fundamentales no sólo de la ruptura posterior de “Cenicienta” Péret con su familia, sino de uno de los consejos que da a las nuevas generaciones: “es menester pegar a la propia madre mientras ella es joven” [17].
El contacto con en el Ejército es un trauma para Péret. Lo experimenta a través del “primer regimiento acorazado, un verdadero presidio en el cual los oficiales y suboficiales sólo tenían insultos vulgares para los soldados, insultos acompañados por incesantes amenazas de sanción. Era lo mismo que estar encarcelado, con un leve correctivo: al gozar el soldado de algunas horas de libertad cotidiana, esto hacía que el estado militar, aunque execrable, fuera preferible al de prisionero” [18].
“Ich bin kaput!”
En la guerra no obtiene ninguna condecoración. Al contrario, contrae una disentería que casi lo deja muerto en la lejana Salónica, ya que su regimiento integra el lejano ejército de oriente que combate a los turcos.
No es casual que a su vuelta, instalado definitivamente en París, desempeñe con entusiasmo un papel bien peculiar, y que ya preanuncia muchas cosas, en el “juicio a Barrès” [19]. El 13 de mayo de 1921 en una sala repleta de gente, lo convocan sus amigos surrealistas, uno disfrazado de juez, otro de abogado, en calidad de testigo de cargo: desempeña el papel del Soldado Desconocido. Entra vestido de uniforme alemán, grita “ich bin kaput” [20] y se retira caminando al paso de la oca. El espectáculo es un escándalo absoluto. Afuera del teatro se arma una verdadera batalla campal entre los partidarios de los jóvenes artistas y los patrioteros franceses. En estos años, la República francesa y sus escribas celebran el espíritu de sacrificio de la Primera Guerra Mundial, el honor de los ex combatientes, el respeto a los caídos, toda una simbología que, en parte, abonará ideológicamente el camino al ascenso de los fascismos en Europa lo que a su vez radicalizará aquel discurso. Con el “juicio a Barrès” (condenado a veinte años de trabajos forzados) los jóvenes poetas lanzan su grito de guerra a muerte contra una República que engendró la carnicería en la cual estuvieron forzados a participar.
“La Revolución primero y siempre” [21]
Tanto en el terreno del internacionalismo (en el caso del juicio a Barrès, un internacionalismo sumamente extravagante) como en cuanto a lo estrictamente político, Péret siempre les lleva algunos metros de distancia a sus amigos surrealistas. Cuando Breton, Aragon, Eluard, Queneau y Desnos deciden adherir al PCF a inicios de 1927, Péret está a punto de dejarlo [22]. Este alejamiento del partido no implica, sin embargo, que haya renunciado al combate por cambiar la vida y cambiar el mundo.
El acercamiento real al marxismo y a la Revolución Rusa es bastante tardío en relación a octubre de 1917 y se debe en parte a una serie de equívocos, incomprensiones y maduración política insuficiente del espíritu de rebeldía puro de los surrealistas. Pierre Naville, director con Péret de la revista del grupo, “La révolution surréaliste”, desempeña un papel fundamental en relación al acercamiento de éste a la causa bolchevique mediante la colaboración con la revista Clarté, en la cual ya habían manifestado su oposición a la guerra colonial, y luego mediante la publicación del ensayo La Revolución y los intelectuales (¿Qué pueden hacer los Surrealistas? Posición en relación a la cuestión) [23]. Naville plantea en aquel escrito la necesidad de un mayor compromiso por parte de los surrealistas en el plano político, un compromiso que vaya más allá de una mera adhesión a una serie de fórmulas formales acerca de la validez del marxismo revolucionario y de la importancia decisiva de la revolución bolchevique, sin que esto tenga que poner obviamente en tela de juicio el carácter propio e independiente de las investigaciones y preocupaciones artísticas del grupo.
No obstante, Naville se da cuenta rápidamente de que mientras se empieza a difundir su ensayo, lo que está en juego en aquellos momentos “es la crisis del partido o mejor dicho del Partido Comunista Ruso y de toda la Internacional. Aquella crisis transformaba el reconocimiento formal de la validez general de la política marxista (...) en un problema; y es justamente aquel problema que Breton, y menos aún Aragon, querían que a sus amigos les sublevara. En la práctica, así estaban las cosas: ya no bastaba con saludar la aurora de una revolución proletaria y socialista que había despuntado en el Este; había que, en aquella revolución, que abarcaba tantos intereses, proyectos, coacciones y personas, elegir un camino peculiar. En cuanto a mí, ya había tomado partido, durante aquella primavera del ’27, por lo que en la URSS se conocía como ‘Oposición Comunista de Izquierda’ [simbolizada] por Trotsky” [24].
Pero Pierre Naville no es el único en dar el salto político y comprometerse con la Oposición de Izquierda, lo que los surrealistas en bloque sólo harán a partir de 1935. Cuando Naville vuelve expulsado de la URSS a fines de 1927 por haber tomado posición por “los trotskistas” durante el XV Congreso del PCUS, Péret lo contacta inmediatamente y le hace miles de preguntas [25]. Anticipa de esta forma lo que hará la mayoría del grupo surrealista, salvo dos excepciones notables, Aragon y Eluard, en la década de los ’30. Ellos también pasarán del lado de los que no pueden admitir que el socialismo sea posible en un solo país y que la burocracia stalinista represente el porvenir y los intereses del movimiento obrero mundial.
Péret en Brasil: Mauricio participa en la fundación de la “Liga Comunista (Oposição)”
En 1929 Péret deja Francia y se instala en Brasil con su esposa, la cantante Elsie Houston [26]. Bien puede imaginarse cómo su actividad surrealista está alimentada durante su estadía en San Pablo y Río de Janeiro por su interés por el candomblé y la macumba. No se contenta, sin embargo, con empaparse de la cultura afrobrasileña. Políticamente, a Péret, el cuñado de Mario Pedrosa [27], el pequeño núcleo de revolucionarios brasileños le dice “Mauricio”. Tal vez sea necesario, llegados a este punto, volver atrás para desenmarañar la situación.
Pedrosa, responsable por Brasil de Socorro Rojo Internacional, viaja a Moscú junto con Heitor Ferreira Lima, futuro secretario general del PCB stalinizado. Enfermo, Pedrosa tiene que detenerse en Berlín donde, en vez de profundizar sus conocimientos del marxismo leninismo ya semistalinizado en la Escuela leninista internacional de la capital soviética donde cursa Ferreira Lima, se contacta con unos oposicionistas zinovievistas... Es más, sacando provecho de que su esposa, su suegra y su cuñada están en París, manda a las tres a comprar material de la Oposición de Izquierda en la sede de Clarté que se ha convertido, mientras tanto, en el vocero del trotskismo en Francia. En 1928, Pedrosa, en Francia, adhiere a las posiciones de la Oposición de Izquierda después de largas discusiones con Souvarine, Naville y Péret quien, mientras tanto, se ha casado con su cuñada, Elsie Houston, la hermana de Mary [28].
Mauricio escribe, es padre de un hijo, trabaja de tipógrafo y obviamente está afiliado a la União Trabalhadores Gráficos [29]. Obviamente, sigue militando en base al programa de la Oposición de Izquierda Internacional en el seno del Grupo Comunista Lenine fundado a inicios de 1930 alrededor de un núcleo de tipógrafos del periódico O Paiz. Contribuye a sacar, el 8 de mayo de 1930, el primer número de A Luta de clases. La ampliación del auditorio del GCL por la polémica entablada con la línea del PCB permite la constitución, a siete años de la muerte de Lenin, de la Liga Comunista (Oposição). Mauricio forma parte de los nueve militantes, Aristides Lobos, João Matheus, Manuel Medeiros, Salvador Pintades, Mario Pedrosa y Livio Xavier, que dan vida, el 21 de enero de 1931, a la nueva organización en la sede de la Asociación de los Empleados de Comercio de San Pablo.
El clima de represión a la vanguardia obrera después de la “revolución” getulista de 1930 es sofocante. Siendo extranjero y por ende pasible de expulsión por sus actividades políticas, Péret trabaja primero con Livio Xavier, quien quedó hemipléjico luego de haber contraído la gripe española años atrás, en la comisión de agitación y propaganda. Pasa luego a ser secretario del comité regional de Río de Janeiro. A pesar de todas las precauciones tomadas por el grupo, es la actividad política de Péret la que le vale terminar expulsado del país. Péret resulta acusado de haberse interesado demasiado en la revuelta de 1910 del Chibata, suerte de Potemkine brasileño. Péret estaba efectivamente escribiendo un libro sobre el tema, El Almirante Negro. Todo esto resulta intolerable para la policía de Vargas que califica a Péret de “elemento nocivo para la tranquilidad pública y el orden público”. Tiene que dejar el país. Se embarca en un trasatlántico, dejando atrás a Elsie y al hijo, el 30 de diciembre de 1931.
De vuelta en París en los años ’30
De vuelta en París, Péret se junta nuevamente con sus amigos surrealistas con quienes había seguido colaborando desde Brasil. Problemas de sectarismo y viejas rencillas personales le impiden, sin embargo, poder afiliarse a la Liga Comunista de Francia dirigida por Naville y Molinier. Milita no obstante a la izquierda del PCF, en varias organizaciones trotskizantes u opositoras.
Como pueden constatar Péret y los surrealistas, en aquellos años, la historia se acelera y las contradicciones se agudizan, tanto desde un punto de vista económico, interestatal, como político y social. Con las primeras repercusiones de la crisis del ’29 que se hacen sentir, el despertar luego de la letargia tumultuosa de los “Années folles” (para los que habían podido permitirse aquel lujo) es más bien brutal. Por un lado, se asiste al ascenso del nacional socialismo y del fascismo en varios países de Europa. Por otra parte, el mundo vive una reactivación notoria de la conflictividad social de una intensidad sin precedentes desde el cierre del ciclo anterior con la derrota de la Revolución Alemana en 1923. En Indochina, México, Estados Unidos y obviamente Europa, se enfrentan bien pronto y abiertamente dos tendencias de fondo que se cristalizan y se combinan en forma distinta en varios países del mundo y estallarán en forma paradigmática en España, en julio de 1936.
La España republicana de Dos Passos, Hemingway, Bergamín y Neruda
Entre la intelectualidad, y no sólo obviamente, España va a concentrar todas las pasiones, las contradicciones, las esperanzas, los compromisos y las incomprensiones, más o menos conscientes y razonadas entre los que van a “tomar partido” durante la contienda. A diferencia de lo que se ingenió en difundir cierta historia oficial, lo que se está tramando en España no es un mero combate entre República, democracia y fascismo, sino más bien un trágico vals en tres tiempos entre República, revolución y fascismo. Los dos primeros conceptos no son forzosamente sinónimos mientras que el fascismo, tanto como la República burguesa del Frente Popular, se revelan antinomias encarnizadas y acérrimas de la revolución, una revolución latente en la península al menos desde 1931 y que se desencadena con el pronunciamiento de los nacionales de julio de 1936.
En cuanto a las incomprensiones más o menos conscientes a las cuales aludíamos, nos contentaremos con algunos ejemplos que nos servirán para analizar en un segundo momento cuál fue la orientación de los surrealistas. La Guerra Civil Española será en efecto, para quienes no habían podido vivir de cerca o de lejos la revolución bolchevique, un gran catalizador político e intelectual.
El caso de Hemingway y Dos Passos, dos de los mayores novelistas estadounidenses, es paradigmático. Ambos escritores tienen pocos puntos en común aparte de cierta afinidad por los habanos, el whisky y un amor profundo por España, que ambos conocen. Dos Passos es un intelectual orgánico del PC Norteamericano (PCA) mientras que Hemingway sólo se empieza a interesar por temáticas sociales a partir de 1935. Es Dos Passos quien convence a Hemingway de viajar a España junto al cineasta Joris Ivens con el cual “Dos” colabora con el guión de Tierra española (The Spanish Earth). Sin embargo, al llegar a España en abril de 1937, ni rastros de José Robles, el traductor de ambos novelistas y amigo íntimo del autor de la trilogía USA. Republicano de izquierdas, acusado por los stalinistas españoles de ser un espía franquista, José Robles es liquidado por los soviéticos durante la batalla de Madrid. Dos Passos ya había empezado a poner en tela de juicio la línea del PCA durante las huelgas de las minas de carbón de Harlam en 1931, había criticado la línea táctica del PCA en 1934 tanto como a los primeros procesos de Moscú. La tragedia personal y política encarnada por el asesinato de Robles llevará a Dos Passos a romper definitivamente con el stalinismo, a acercarse un corto período a los sectores a la izquierda de los PC y sobre todo a publicar en 1939 Adventures of a young man, las tribulaciones dramáticas de Glenn Spostwood, sindicalista combativo que luego de haber sido cuadro del PCA termina expulsado y muere en el frente español en las últimas páginas de la novela sin que se sepa si cae en una escaramuza por las balas stalinistas o nacionales.
Hemingway, al contrario de Dos Passos, sin tener excesivos problemas de conciencia en relación al caso Robles, escribe en España su única obra teatral, The Fith column (1938), un título ya escalofriante [30], en la cual retoma a porfía las diatribas de los sicofantes del Partido Comunista Español [31]. En La quinta columna, se fusilan alegremente a los soldados republicanos que se duermen mientras están de guardia, los protagonistas saludan marcialmente a los oficiales del “Ejército popular” y no vacilan en entregar al tovarich (camarada) a los responsables políticos del Ejército....
Si Hemingway fundamentalmente no era nada más que un escritor instrumentalizado por el aparato ideológico del stalinismo, pasemos ahora a los agentes activos de la GPU. No se puede omitir a José Bergamín, el “gran poeta” español, el católico de izquierdas, inatacable por su rectitud moral. No es casualidad que los servicios secretos soviéticos lo recluten directamente. Bergamín lanza, desde la tribuna del Congreso Mundial de escritores antifascistas de Valencia en junio del ’37 un feroz ataque contra André Gide [32] , acusado de ser un secuaz de Hitler [33]. Las monstruosas calumnias de Bergamín sirven para amedrentar preventivamente a la intelectualidad de izquierdas que podría llegar a tener problemas de conciencia en relación a lo que está sucediendo en la URSS y en la España republicana y para encubrir los monstruosos crímenes perpetrados por doquier por el stalinismo. En Valencia, nadie protesta en contra de semejantes disparatadas, ni siquiera el joven poeta mexicano, Octavio Paz, quien sentirá luego durante toda su vida la vergüenza de no haber defendido en aquella ocasión la “verdad” pregonada por Gide en sus Retoques a mi vuelta de la URSS.
Tampoco se puede olvidar a Neruda, cónsul de Santiago de Chile (o tal vez mejor dicho de Moscú), residente en Madrid durante la guerra civil. En Confieso que he vivido, pinta un cuadro sumamente evocador y revelador de la capital española durante los primeros meses de guerra. Los milicianos “se situaban a las puertas principales de los edificios, en grupos que fumaban y escupían, haciendo ostentación de su armamento. Su principal preocupación era cobrar las rentas a los aterrorizados inquilinos. O bien hacerlos renunciar voluntariamente a sus alhajas, anillos y relojes” [34]. Por suerte para nuestro comisario político encargado de falsificar la historia, “mientras esas bandas pululaban por la noche ciega de Madrid, los comunistas eran la única fuerza organizada que creaba un ejército para enfrentarlo a los italianos, a los alemanes, a los moros, a los falangistas. Y eran al mismo tiempo, la fuerza moral que mantenía la resistencia y la lucha antifascista. Sencillamente: había que elegir un camino. Eso fue lo que hice en aquellos días y nunca he tenido que arrepentirme de una decisión tomada entre las tinieblas y la esperanza de aquella época trágica” [35].
Los gatos de Barcelona y la tentación de salir a combatir por la Revolución Española
Después de este largo rodeo volvamos a nuestros poetas que dejamos en Monmartre. Ellos también escogen un camino y de lejos, contra viento y marea, toman partido por los milicianos de “las puertas principales de los edificios”. Si nos remitimos a lo que plantea retrospectivamente Breton, “el imaginario mental de los primeros días de la Revolución Española conserva el aspecto de un Benjamin Péret sentado en el umbral de una puerta en Barcelona, el fusil en una mano mientras que con la otra acaricia un gato que tiene en su regazo” [36].
Hace mucho tiempo que los surrealistas esperan el estallido en España. Ya en 1931, en una declaración cuyo título era sumamente evocador, “Au Feu” [¡Fuego, fuego!], saludaban los incendios de iglesias por los jóvenes revolucionarios españoles. En 1936 Breton sueña con viajar a España para combatir. Sin embargo, tanto el hecho de que le hayan confirmado que sería reclutado como médico en Barcelona, ciudad que no podría dejar [37] como la necesidad de quedarse en París, Rue Fontaine, para cuidar a su hija Aube, que había nacido tan sólo unos meses atrás, lo deciden a no viajar [38]. Sin embargo, “grande era la tentación de ir a ofrecer a los que, sin que haya error posible y sin distinguir entre las tendencias, pretendían a toda costa terminar con el viejo ‘orden’ fundado en el culto de aquella trinidad abyecta: la familia, la patria y la religión. (...) A través de usted [la hija Aube] quería a todos los hijos de los milicianos de España (...). ¡Ojalá pueda el sacrificio de tantas vidas humanas crear algún día seres felices!” [39].
Tomar partido por los fusiles y la guerra contrasta, aparentemente, con los principios de quienes habían nacido precisamente elevándose contra la guerra y abogado a favor del “derrotismo” [40]. Sin embargo, para los surrealistas que al menos desde 1925 forjaron sus armas de la crítica al lado de la insurrección de Abdel Krim contra el militarismo colonial francés, el compromiso con la Revolución Española en la guerra civil es una obviedad. Contra el fascismo y los supuestos aliados del pueblo en armas, multiplicarán los volantes, declaraciones, intervenciones en mítines públicos, en particular en los del Partido Obrero Internacionalista (POI, sección francesa de la IV Internacional), así como su compromiso militante en las organizaciones de solidaridad. Sin embargo, de todo el grupo, sólo Benjamin Péret cruzará los Pirineos.
“Ya no hay más policía”: la Cataluña rojinegra de Péret
El 4 de agosto de 1936 llegan a Barcelona Jean Rous, Benjamin Péret y Léo Sabas. El primero es delegado del Secretariado Internacional del Movimiento por la IV Internacional encargado por la Conferencia de Ginebra de explorar todos los terrenos de colaboración posible con el POUM. Péret y el cineasta Sabas, militantes del POI, tienen que ayudarlo en esta tarea.
Lo que descubre Péret cuando para en el hotel Falcón (tan sólo algunas semanas antes de cierto Eric Blair) confirma su entusiasmo, un entusiasmo palpable también en los textos del autor de Homage to Catalonia. “Si hoy en día pudieras ver Barcelona, escribe Péret a Breton el 11 de agosto, esmaltada de barricadas, decorada con iglesias incendiadas de las cuales sólo quedan cuatro paredes, estarías como yo, exultante. Iglesias incendiadas o privadas de sus campanas, esto es lo único que se ve en Cataluña. En Barcelona, ya no hay más policía, los anarquistas son prácticamente los patrones de Cataluña y los únicos que tienen enfrente son los del POUM” [41]. “Aquí todo es absolutamente magnífico, las armas de fuego disparan solas y las vacas son las únicas en darse cuenta. La única tristeza es la muerte. Me quedaré hasta el final” [42]. Unos días después, escribe a Breton que “especies de soviets se instalaron por doquier pero como no se llaman así, nadie se percata” [43].
España, como cualquier revolución, es en cierto sentido un acto de amor y Péret no pierde tiempo. Se enamora rápidamente de Remedios Varo quien compartirá más de diez años de vida con el poeta, en Francia y luego en México donde llegará a ser una de las más grandes artistas de su generación. Además de Varo y de su marido de entonces, bastante celoso, (aquel tema ocupa gran parte de la correspondencia de Péret del período español publicada al día de hoy), la estadía en España de Péret se caracteriza por una intensa actividad política. A pocos días de haber pisado el suelo catalán, ya sale en misión, al frente de Aragón que bien pronto será reconquistado por las milicias anarquistas y poumistas que colectivizan todo a medida que avanzan. “No me detengo aquí, voy a Madrid y al frente de Somosierra. Ya fui al de Aragón. Vi durante mi viaje más de sesenta pueblos, me ocupo de miles de cosas para el POUM y el POI”. Trabaja en la radio del POUM y está en el frente de Huesca. Al final de su estadía en España, termina en el frente de Teruel y en el de Aragón, combatiendo a partir de marzo de 1937, lo que puede parecer paradójico para un militante trotskista, en la primera compañía del batallón Nestor Makhno de la división Durruti [44].
Las motivaciones políticas de semejante elección son bastante simples. Como en el gran ensayo de Orwell, se percibe rápidamente en la correspondencia de Péret cierta desilusión y cierto desamparo. “Aquí todo vuelve paulatinamente al orden burgués, todo el mundo se apoltrona lentamente. Toda Madrid se parece a un Passy [45], un Passy en el cual las marquesas hubieran dejado de lucir sus sombreros y sus esposos hubieran abandonado sus corbatas y sus bombines” [46]. El retorno al orden se hace mediante la restauración, bajo los auspicios de Largo Caballero a nivel nacional y de Companys en Cataluña, del viejo aparato de Estado que literalmente se había hecho añicos entre el pronunciamiento nacional y el ascenso revolucionario de las masas de julio. Los comités locales son reemplazados por los viejos consejos municipales, las empresas colectivizadas devueltas a sus antiguos accionistas y propietarios o en el mejor de los casos se las vacía de su contenido original, la socialización de las fábricas, se detiene el proceso de reparto espontáneo de tierras, las milicias terminan militarizadas. Pero esto no es todo. Ya no se trata para el Frente Popular de negar la realidad de la revolución para no espantar a los “aliados” de la República española, Francia, Gran Bretaña y la URSS. Rápidamente el objetivo se convertirá en liquidar definitivamente la amenaza revolucionaria en España. Santiago Carillo, para tomar un solo ejemplo, declara en el Congreso de las Juventudes Socialistas Unificadas de Valencia de enero de 1937 que la meta es ante todo ganar la guerra, que la revolución es una mera quimera y que los tres enemigos principales de la República son Franco, los trotskistas del POUM y los incontrolados, es decir, los que no aceptan la restauración de la vieja normalidad [47].
Durante todo aquel tiempo, en vez de profundizar el curso revolucionario de la situación, es decir, lo que precisamente derrotó el pronunciamiento y aseguró las primeras victorias, las direcciones anarquistas de la CNT y de la FAI, y por consecuencia del POUM, tratan de ponerlo en vereda, lo que significa desarmar política y militarmente la revolución frente al franquismo. Retomando a Péret, en aquellos meses, “los anarquistas se besan en la boca con los burgueses de la izquierda catalana mientras el POUM sonríe”. La política de la dirección anarquista y poumista lleva en los hechos a la disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas en el seno de la Generalitat restaurada de Companys mientras que a nivel nacional la CNT integra el gobierno de Largo Caballero.
Cuando esta situación llega a su paroxismo, las contradicciones estallan ahí donde todo tenía que volver a empezar, Barcelona. Ya es muy tarde, sin embargo, para los revolucionarios que combaten al Frente Popular durante las jornadas de mayo. Perdieron demasiado tiempo, perdieron la iniciativa. Benjamin Péret había planteado al inicio que quería “quedarse hasta el final”. Por suerte salió del país en abril. Si a Gide los “republicanos intachables” a lo Bergamín lo consideran como un secuaz de Hitler, bien puede imaginarse la suerte que se reserva a todos los antifascistas sinceros que pretenden combatir de una forma u otra por la revolución. Con la brutal represión que se desencadena durante y después de las jornadas de mayo, el Frente Popular ahoga en sangre el más puro anhelo revolucionario de la vanguardia española y descabeza su dirección. El mismo Paz, un mes después, cuando cruza la frontera para asistir al Congreso de Valencia, descubre pintadas en las paredes de todos los pueblos de Cataluña por los que pasa que plantean una cuestión obsesiva “¿Dónde está Nin?”. El cuerpo del dirigente del POUM se hallará poco después sin vida, torturado hasta la muerte por los agentes stalinistas, en Alcalá de Henares, en la periferia de Madrid. Algunos meses antes del tercero y cuarto proceso de Moscú y los fusilamientos en las mazmorras de la cárcel de Lubianka por los sicarios de Stalin de la vieja guardia bolchevique ya era efectivamente “medianoche en el siglo” como lo escribirá Victor Serge.
“Ni con vuestra guerra, ni con vuestra paz”
El compromiso de los surrealistas, sin embargo, no afloja. No sólo prosiguen con su ayuda a los revolucionarios españoles [48]. Como lo demuestra la visita de Breton a Trotsky en México en 1938, son más activos que nunca tanto en el plano político como artístico mientras ya resuena el rumor de los tambores de guerra [49].
El encuentro en México entre Trotsky y Breton va a revelarse decisivo no sólo para los surrealistas, sino para el conjunto de la vanguardia artística a nivel internacional. En primer lugar, con la colaboración abierta ya entre los surrealistas franceses y el POI, los trotskistas franceses permiten un salto en el reacercamiento orgánico del grupo surrealista al marxismo revolucionario organizado, lo cual se había visto obstaculizado durante cierto tiempo en gran parte por el sectarismo de la dirección del POI, en particular Pierre Naville.
Por otra parte, el encuentro entre Breton y Trotsky va a dar lugar a la elaboración de un texto de central importancia para el arte, el Manifiesto de Coyoacán. De este Manifiesto desembocará la estructuración en aquellos negros años de preparación del segundo holocausto mundial de una federación de artistas, la FIARI, que se negaba a acatar las órdenes según las cuales “toda tendencia progresiva en el arte es acusada por el fascismo de degeneración (…) toda creación libre es declarada fascista por los stalinistas” [50] y que al mismo tiempo se oponía a un “mundo [que se estaba transformando] en una caserna imperialista fangosa y pestilente” [51].
De vuelta en Francia, Breton y sus amigos se empeñan en la estructuración de la FIARI y de su vocero, Cle, que va a permitir a la vanguardia artística revolucionaria tratar de orientarse decisivamente en aquellos meses de tinieblas que van de la funesta Conferencia de Munich hasta el inicio de las hostilidades. En los dos únicos números de Cle, la FIARI tratará temáticas tan variadas como centrales, como el fascismo y la violencias policíacas, el social patriotismo del PCF, la xenofobia, los Acuerdos de Munich, el pacifismo pequeño burgués y burgués. No es casual que la editorial del primer número de Cle fechado en enero de 1939 se titule “Ninguna Patria”, haciéndose eco de un volante surrealista distribuido en septiembre del año anterior: “Ni con vuestra guerra, ni con vuestra paz”. Ésta será la valerosa orientación derrotista revolucionaria que el grupo y la FIARI defenderán hasta el inicio de la guerra interimperialista.
Un nuevo juego surrealista inventado por Péret y sus compañeros en plena guerra
Con la declaración de guerra, Péret queda atrapado en Francia y termina movilizado, primero en Nantes y luego en las cercanías de París. El uniforme no impide al poeta algunas hazañas sumamente simpáticas. Inventa un nuevo juego surrealista: consiste en hacer desaparecer de los ficheros militares el nombre de los militantes trotskistas sospechados de actividad militante en la región de Nantes y sustituirlos con los de curas. Más seriamente Péret sigue militando clandestinamente en el POI. Ayuda al trabajo de reconstrucción de las células locales y regionales desorganizadas por la represión gubernamental. Contra la corriente, lucha por mantener con vida una organización marxista revolucionaria que aspira, en medio del conflicto interimperialista, a cumplir el papel de los bolcheviques rusos y algunos pocos internacionalistas más durante la Primera Guerra Mundial.
Es aquella actividad política la que le valdrá a Péret su encarcelación en la prisión militar de Rennes. Con la detención de uno de los militantes de la red clandestina, todo el núcleo trotskista al cual pertenece el poeta, cae. Logra escapar en forma bastante rocambolesca después de la entrada de las tropas nazis en Bretaña. De vuelta en París, después de miles de complicaciones, entre ellas encontrar algo para comer durante aquel terrible invierno de 1940, algo enfermo con su compañera semi clandestina, logra pasar con Remedios la línea de demarcación y luego de una corta estadía en Marsella, zarpan con un buque de carga rumbo a México en octubre de 1941.
Los días de la calle Gabino Barreda, el exilio mexicano
El México tan anhelado de 1938 en el cual Breton y Trotsky habían sentado las bases de la FIARI, se ha transformado en 1941 en el México sofocante de Manuel Ávila Camacho y para Péret, el exilio llega a veces a ser sinónimo de tedio absoluto [52]. Sus apremios financieros siguen siendo una preocupación constante. “Desde un punto de vista material, no hay mucho que esperar [en México], salvo si uno es stalinista, lo cual no es mi caso”. Tal vez sean estos problemas económicos una de las razones por las cuales ve a México como “una ciudad horriblemente triste” [53] aunque Péret dedicará luego al país uno de sus mejores poemas, “Air Mexicain” (1952), definido luego por Paz en 1959 como “uno de los textos poéticos más hermosos que hayan inspirado el paisaje y los mitos americanos” [54].
Aunque México siempre fue un lugar predilecto para los surrealistas, a pesar de la organización por Wolfang Paalen y César Moro de una exposición internacional del movimiento en enero de 1940, el surrealismo stricto sensu nunca despegó realmente entre la vanguardia artística no stalinista del país. Esto no impidió a Varo y Péret conformar una suerte de cenáculo en su casa junto con Alice Rahon, Paalen, Pierre Mabille, Moro, Leonora Carrington y Gunther Gerzso quien pintará en 1944 Los días de la calle Gabino Barreda por el nombre de la calle en la cual está ubicado el domicilio de la pareja y donde se reúne la comitiva [55]. Apenas llegado Péret transita también por su casa el joven Octavio Paz y obviamente, se habla de la España tan querida“ [56].
Siendo la política revolucionaria uno de los resortes de su vida, Péret no pierde un instante y se suma a lo que subsiste del grupo trotskista español exiliado en México, el GTEE (Grupo de Trotskistas Españoles Emigrados). Casi naturalmente el compañero Peralta, así lo llaman Munis y Natalia Sedova-Trotsky, escribe en Contra la corriente, el órgano del GTEE, sobre Europa, en particular Francia, Italia y Alemania, y las perspectivas para el continente sumergido en la guerra y la barbarie nazi-fascista [57]. Aplicando el método bolchevique y los parámetros de análisis legados por Trotsky, los activistas que militan en México sacan una serie de conclusiones de la contienda interimperialista en curso. Según Peralta, siguiendo el modelo de la Primera Guerra Mundial, una oleada revolucionaria ha de sacudir el mundo capitalista y la misma URSS una vez concluida la guerra. El error de Peralta, o mejor dicho de toda la IV Internacional, no fue tanto con respecto a que los sufrimientos de la guerra iban a dar lugar a revoluciones, sino a que, el triunfo de la Unión Soviética redundó en un represtigio del stalinismo que, como ya había visto Péret en España algunos años antes, pudo jugar un rol contrarrevolucionario. En acuerdo con el imperialismo norteamericano, como consta en los pactos de Yalta y Postdam, el aparato stalinista ayudó a derrotar el ascenso en los países bajo tutela occidental, mientras que impuso un férreo control en las zonas bajo su influencia, que poco después se transformó en el glacis del Este. Esto tendrá no pocas repercusiones para la evolución política de Péret y el conjunto del grupo español.
El deshonor de los poetas
El gran combate de Péret, sin embargo, va a librarse en otro plano, intrínsecamente vinculado, sin embargo, al análisis político de la situación. En El deshonor de los poetas, un ensayo que uno de los mayores críticos de Péret, Guy Prévan, califica con razón de “estruendoso meteorito entre los barboteos de los poetastros guerreristas” [58]. El poeta va a librarse a una crítica férrea de los que con bombo y platillo alejandrino acompañan “poéticamente” la gran traición del aparato stalinista mundial. En reacción a El Honor de los poetas, publicado clandestinamente y en el cual se pueden leer los poemas más conocidos de algunos patrioteros franceses gaullistas y stalinistas de fama mundial como Aragon o Eluard, Péret va a demostrar, aplicando el método del Manifiesto de Coyocán de 1938, la estrecha colusión de que existe entre la traición política del stalinismo y la traición artística de sus “poetas”.
La poesía, como parte de la creación artística genuina, no puede estar al servicio de nadie, y aún menos de la “democracia” contra el fascismo, de Stalin o de De Gaulle. “Los enemigos de la poesía, subraya Péret en el ensayo, siempre estuvieron obsesionados por someterla a sus fines inmediatos, aplastarla debajo de su dios, o ahora encadenarla a una nueva divinidad, marrón [brune, es decir nazi] o ‘roja’ –roja y marrón de sangre resecada- más sangrienta todavía que la antigua. Para ellos, la vida y la cultura se resumen entre lo útil y lo inútil, tomando en cuenta que lo útil se materializa como una piqueta manejada a su provecho. Para ellos, la poesía no es nada más que el lujo del rico, del aristócrata o del banquero y si se quiere volver “útil” a la masa, tiene que resignarse a la suerte de los “artes aplicados”, “decorativos”, etc.... ” [59].
Sin embargo, no basta con cantar las loas de la libertad, sobre todo cuando libertad rima con gulag o campos de concentración coloniales, para convertirse en poeta. “Todo poema que exalte una ‘libertad’ voluntariamente indefinida (...) deja primero de ser un poema y constituye luego un obstáculo para la liberación total del hombre ya que lo engaña, enseñándole una ‘libertad’ que oculta nuevas cadenas. Al contrario, de todo poema auténtico se escapa un soplo de libertad entera y actuante, inclusive si aquella libertad no está evocada bajo su aspecto político o social, y, por ende, contribuye a la liberación efectiva del hombre” [60]. Cuando Péret evoca la libertad, dista mucho de la concepción del artista como observador del mundo desde su torre de marfil. “La ‘torre de marfil’ no es nada más que la cara oscurantista de la moneda cuya otra cara es el arte llamado proletario, o viceversa, poco importa” [61].
Al luchar por que el arte defienda la libertad como condición sine qua non de su existencia misma ¿no le dará razón Péret a Theodor Adorno quien acusaba a los surrealistas de producir “una dialéctica de libertad subjetiva en un mundo de objetiva ausencia de libertad” [62]? Para nada. Los surrealistas siempre lucharon por que su combate por la independencia artística se complete con un combate por la independencia política del proletariado, es decir transformar aquel mundo de objetiva ausencia de libertad. Arte y política revolucionaria no son antitéticos, más bien se completan aunque no se confunden. El artista genuino no puede contentarse con interpretar formalmente la época que vive sino también su contenido latente. “El artista sólo puede servir la lucha emancipadora cuando está penetrado de su contenido social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus nervios [pero también] cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior” [63], más que expresar la línea política del CNR stalino-gaullista como lo hacen Aragon, Eluard y los otros en sus “poemas”-litanías. “El artista se alza contra todos aquellos, incluso los revolucionarios que, ubicándose exclusivamente en el terreno de la política, arbitrariamente aislada por ende del conjunto del movimento cultural, preconizan la sumisión de la cultura a la realización de la revolución social. No existe ningún poeta, ningún artista conciente de su ubicación en la sociedad que no considere que aquella revolución indispensable y urgente no sea la clave del porvenir. Sin embargo, querer someter dictatorialmente la poesía y la cultura al movimiento político me parece tan reaccionario como querer aislarlas del mismo movimiento (...) El poeta actual no tiene más recursos que el de ser revolucionario o no ser poeta, ya que tiene que abalanzarse sin cesar en lo desconocido (...)” [64].
A pesar de la breve existencia de la FIARI y de Cle, el Deshonor de los poetas representa “la aplicación teórica y polémica del ‘Manifiesto de México’ en cuanto a lo que tiene de más fundamental, la intransigencia y la confianza, a pesar de todo, en el imaginario convertido en garante del derecho imprescriptible de la poesía de no tener que prostituirse entre el banco y la caserna, entre la sacristía y el comité central” [65].
Péret y la ruptura con la IV Internacional
Si la confianza de Péret en la capacidad del proletariado de ser el único sujeto transformador de la sociedad queda intacta, al salir de la guerra, como ya lo planteamos, las hipótesis estratégicas de los trotskistas no se verificaron o, mejor dicho, en la mayoría de los países la oleada revolucionaria terminó derrotada, aniquilada, desarmada, gracias a la preciosa ayuda y colaboración de Moscú que aplicó a gran escala los métodos españoles, afirmados y legitimados inclusive por la contribución central de la URSS en la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial.
En Francia, el Consejo Francés de Liberación Nacional se convierte en Gobierno Provisorio. Los ministros stalinistas de los gobiernos sucesivos colaboran activamente en castrar la oleada proletaria que vive el país, devolver las fábricas ocupadas por los obreros a sus antiguos patrones colaboracionistas, ahogar en sangre las revueltas que brotan en los cuatro puntos del “Imperio colonial” de la Francia republicana, en Setif, Argelia, el mismo día de la rendición de Alemania, el 8 de mayo de 1945, en Indochina a partir de septiembre de 1945, en Madagascar en 1947, cobrándose la vida de centenares de miles de combatientes de la causa anticolonial.
Antes de volver a Francia, solo esta vez ya que el poeta y Remedios se separan, Péret empieza a entablar, a la luz de los acontecimientos internacionales, un trabajo de revisión de la teoría trotskista de la URSS junto con Munis y la misma viuda de Trotsky, Natalia Sedova, basándose en los últimos textos del “Viejo”, en particular “La URSS en guerra” de septiembre de 1939, dando a éste una interpretación bien peculiar [66]. Partiendo de una concepción discrepante con la mayoría de la Internacional acerca de la naturaleza de la URSS, empiezan a poner en discusión en dos textos de junio de 1947, “Carta abierta al Partido Comunista Internacionalista (PCI, sección francesa de la IV Internacional)” y “La IV Internacional en peligro”, la consigna de defensa de la URSS. En el primer texto en el cual expresaba importantes diferencias con la dirección de la Internacional, el “Manifiesto de los exégetas” (septiembre de 1946), Péret ya definía la URSS como imperialista. Como consecuencia, la revisión radical de la naturaleza de la URSS llevaba a Munis, Péret y Sedova a poner en discusión la concepción de frente único con los stalinistas, la de defensa de los sindicatos stalinizados, la de constitución de un gobierno de las organizaciones obreras, en fin, las líneas principales del Secretariado Internacional.
Estas posiciones tercercampistas que ya en parte habían sido debatidas entre Trotsky y una fracción del Socialist Workers Party estadounidense a partir de inicios de 1938 vuelven a aflorar con más fuerza aún al salir de la guerra en el seno de la IV. El análisis ultraizquierdista, impresionista en muchos aspectos, de Péret y sus compañeros representa en realidad la contracara de cierto dogmatismo esquemático en el análisis de la situación mundial por parte de la Internacional desde el final de la guerra hasta el Segundo Congreso de 1948. Es más, adelantándonos en relación a lo que será la orientación posterior de las tendencias cuartistas, aquellos aspectos tácticos del programa que el GTEE ponía en discusión y que surgían de su análisis erróneo de la naturaleza de la URSS, es decir, el frente único con las organizaciones obreras-burguesas, la defensa de los sindicatos y sobre todo la de constitución de un gobierno de las organizaciones obreras, se convertirán, para las distintas corrientes que surgirán del estallido de la IV en 1953, en fetiches estratégicos. Lo que originalmente no eran más que unas herramientas tácticas, se convertirán en “nortes” programáticos, dejando de lado la principal lección de Octubre y de todo proceso revolucionario, siendo el caso español particularmente ilustrativo, es decir, la batalla por la constitución y/o el reforzamiento de organismos de autodeterminación que suelen surgir al calor de la insurgencia obrera y popular. Si el tercercampismo y el ultraizquierdismo de los compañeros de Péret y de las corrientes que defendían posiciones similares los llevará en el mejor de los casos a un creciente aislamiento y a la esterilidad política, las tendencias cuartistas que seguían reivindicando el legado de Trotsky, lo que llamamos el “trotskismo de Yalta”, se fueron adaptando paulatinamente a las distintas direcciones socialdemócratas, stalinistas y nacionalistas burguesas en la periferia semicolonial.
Más allá de esta prolepsis política, en base a las discrepancias en relación a la URSS, el GTEE y Péret rompen luego del Segundo Congreso Mundial de la IV Internacional de 1948 con la organización que habían contribuido en construir, contra viento y marea, desde la fundación de la Oposición de Izquierda para algunos de ellos.
Hasta el final de su vida, “accionar la señal de alarma”
Para Péret, este alejamiento no significa el fin de la actividad política. Funda la Unión Obrera Internacionalista (UOI), durante varios años junto con Munis, un grupo de militantes escindido del PCI de Francia y refugiados trotskistas vietnamitas que habían logrado huir de la represión del Viet-Minh (entre ellos Ngo Van Xûyet [67]), Péret sigue activo políticamente. Frecuenta diversos círculos, colabora en distintas revistas. A pesar de la oposición de la UOI al proyecto de conformar una organización clandestina revolucionaria en España, Péret se convierte en el artífice de la campaña de solidaridad internacional con Munis y sus compañeros que, luego de haber vuelto a España durante la oleada de huelgas de Cataluña y País Vasco en 1952, caen bajo la represión franquista en enero de 1953.
Viaja a Brasil durante varios meses entre 1955 y 1956. La policía brasileña que no se olvidó de la orden de expulsión de 1930, lo vuelve a apresar apenas pisa suelo brasileño, quince años después de haber fundado la Liga Comunista. Es liberado gracias a una campaña nacional luego de dos días de encarcelamiento. Péret saca provecho de su estancia en Brasil para encontrarse con sus viejos amigos, con su hijo Geyser, pero no solamente. Ya que el manuscrito de El Almirante negro había sido perdido, secuestrado años antes por la policía getulista, Péret, reanundando sus raíces brasileñas, escribe un nuevo ensayo de homenaje a uno de los episodios fundadores de la gesta insurgente del Brasil africano: El quilombo de Palmares [68].
El año 1956 ve la combinación de la huelga polaca de Poznan, el octubre húngaro y sobre todo el envío de tropas a Argelia. Estos acontecimientos centrales empujan a los surrealistas a retomar con más fuerza su compromiso político a favor de la libertad a través de distintos organismos de solidaridad, anticolonialistas y antistalinistas. Péret se activa incesantemente en aquella dirección lo que lo llevará incluso a colaborar, aunque sin dejar de lado sus críticas de 1948, con el reducido PCI de Pierre Lambert, comprometido al lado de los nacionalistas argelinos y, como consecuencia, golpeado por la represión de la justicia colonial francesa.
Hasta el final de su vida, en 1959, Péret seguirá siendo el incorruptible de la poesía quien incansablemente defendió lo que pensaba, esto es, el arte y la revolución como dos herramientas intrínsecamente vinculadas para fusionar el llamado de Rimbaud con el de Marx, “cambiar la vida” y “cambiar el mundo”. En esta batalla, tanto el sistema como la barbarie que engendra, empezando por la guerra, resultaron ser los enemigos contra los cuales Péret y sus amigos surrealistas lucharon sin cesar.
Más allá de las importantes diferencias analíticas y estratégicas existentes entre la revisión del marxismo revolucionario trotskista operada por Munis y el programa marxista revolucionario de la IV Internacional, siguen vigentes las líneas conclusivas del Pro segundo manifiesto comunista, en cuya obra “transluce aquí y allí (...) la pluma (...) del amigo, revolucionario, poeta (...) Benjamin Péret [quien] no cejó un solo instante el combate (...) en plena revolución de 1936, en México aun bajo la amenaza de los asesinos de Stalin, en España otra vez desafiando la represión franquista” [69]: “¡Proletarios de todos los países, uníos, suprimid ejércitos, policías, producción de guerra, fronteras, trabajo asalariado!” [70].
En 1956 Péret cuenta en una carta a Mario Pedrosa que “un tren de jóvenes que están haciendo el servicio militar tardó dos días para ir de Bar-le-Duc a Lyon (400 kilómetros) porque los jóvenes movilizados accionaban la señal de alarma cada cinco minutos y se dispersaban en los campos alrededor o en los bares [de las estaciones] cantando la Internacional (...) Los obreros se solidarizan con los jóvenes movilizados. Mientras tanto, el “P” supuestamente “C” [el PCF] apoya al gobierno” [71].
Obviamente la situación actual no es la de 1956, tampoco es la de Zurich en 1916 cuando Tzara forjaba el vocablo Dadá mientras que Lenin reflexionaba alrededor del destino de la revolución mundial. No obstante, la situación internacional está cambiando. Los vientos de guerra en Irak, Palestina o Afganistán también dejan en la boca de las tropas de ocupación el sabor amargo de la resistencia. En varios países del mundo dan señales de recomposición el movimiento obrero y la juventud. Tal vez haya llegado la hora, más que nunca, de accionar la señal de alarma, bajarnos del tren y dispersarnos cantando la Internacional. En efecto, no está escrito en ninguna parte que
“(...) en el cielo nocturno,
Poblado por ciempiés,
Una barra de hierro en la mano, de un sultán
Molerá durante la eternidad cabezas centelleantes” [72].
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