Bear Stearns, el quinto banco de inversión especializado en bonos más importantes de EE.UU., que estaba al borde de la bancarrota tuvo que ser rescatado por la Reserva Federal de Nueva York, para lo que contó con la ayuda del banco JP Morgan Chase, que facilitará el acceso a una línea de financiación especial. Esta acción de la Reserva Federal de Nueva York está prevista para casos excepcionales. Invocando un poco usada provisión agregada Federal Reserve Act en 1932, en el pico de la Gran Depresión, la Reserva Federal norteamericana permitió que la Reserva Federal de Nueva York asegurara una infusión de dinero a Bear Stearns con la ayuda del banco de inversión JP Morgan Chase [1].
Como banco de inversión, Bear Stearns no tiene acceso a la ventanilla de descuento que la Fed ha puesto en marcha para paliar las turbulencias financieras. Por eso, la entidad ha utilizado a JP Morgan Chase como canal para participar en la subasta de fondos que tendrá lugar el 27 de marzo. Mas en realidad, lo que ha obtenido es un período de gracia de apenas 28 días y después de eso sus posibilidades de sobrevivencia se vuelven difíciles, incluyendo la posibilidad de que Morgan adquiera Bear Sterns a un precio descontado. En otras palabras, la acción de la Reserva Federal de Nueva York es lo más parecido a intentar una bancarrota ordenada de tal banco que él mismo se provoque en forma desordenada.
La operación de rescate se realizó un día después del colapso del Carlyle Capital Corporation, un fondo de inversiones de 2.2000 millones de dólares controlado por el Carlyle Group, una de las más rentables y bien conectadas firmas de capital privado en EE.UU.. A la vez, y una muestra de las implicancias que puede tener el colapso de Bear Stearns , el valor de las acciones de Ambac Financial Group, el segundo asegurador de bonos del mundo, cayeron 93%, debido a los extendidos temores de que la compañía no tenga el capital suficiente para alcanzar los reclamos de sus acreedores.
Estos elementos muestran, por un lado, la profundidad de la crisis que golpea a las principales instituciones del sistema financiero norteamericano y confirma, por el otro, que los extraordinarios anuncios tres días antes de la FED de destinar 400.000 millones de dólares, casi la mitad de los fondos de que dispone, para conceder asistencia financiera a las instituciones crediticias afectadas por la crisis y aceptar como colateral -prenda de garantía- títulos hipotecarios cuyo valor de mercado se está desplomando, fue una medida desesperada con el objetivo de prevenir la caída de un peso pesado de Wall Street [2]. Es que si Bear Stearns fuera forzado a vender sus activos a precio de remate para lograr dinero para hacer frente a la demandas de sus acreedores, el valor de incalculables millones de activos en manos de otras instituciones hubiera caído, llevando a mas cobertura complementaria (margin call) [3] de los acreedores, más colapsos institucionales, más pánico vendedor de deuda o títulos -un circulo vicioso hacia abajo con la potencialidad de provocar una crisis sistémica en el sistema financiero capitalista.
Esto fue lo que pasó precisamente en los ’30. Más aun, el respiro temporario para Bear Stearns no elimina la probabilidad de este escenario en el futuro cercano.
La próxima fase del colapso financiero: el temor a las grandes bancarrotas
Uno tiene que remontarse a la crisis bancaria de la Gran Depresión para encontrar un momento donde el sistema financiero de conjunto parece cercano al precipicio. De ahí la desesperada acción de rescate de la FED. Es que a diferencia de otras acciones de este tipo como el Continental Illinois en 1984 o más recientemente, el gigante hedge fund Long Term Capital Management en 1998 [4], la debacle de Bear Stearns es más peligrosa. Es que su caída difícilmente podría ser contenida en el medio de que otros bancos, hedge funds y otras entidades financieras están atosigados con la misma deuda tóxica: hipotecas subprime, tarjetas de crédito, préstamos para autos y montañas de títulos invendibles del boom de fusiones [5]. Así durante toda la semana venía circulando en los mercados que Lehman Brothers, que se calcula que tiene una exposición de títulos tóxicos ABS/MBS está tan mal como Bear. El viernes 15/3 recibió una línea de crédito no asegurada de 40 prestamistas. Es decir, una operación de salvataje privada. Por su parte, Fannie Mae and Freddie Mac- las respetadas agencias creadas por Roosevelt que apuntalan 60% de los 11 billones del mercado hipotecario- están sospechadas de creciente incobrabilidad. Sus bonos entraron en caída libre el pasado lunes, amenazando con desatar una nueva ola de previsiones de pérdida de los bancos. Tomemos en cuenta que no estamos hablando de entidades especializadas en el segmento subprime, sino de las firmes líderes de la industria de crédito hipotecario (de ahí la medida de la FED de aceptar sus bonos desvalorizados como colateral).
Bear Stearns fue el primero banco en admitir hace un año que varios de sus hedge funds (fondos especulativos) estaban al borde de la liquidación, por la pérdida de valor de sus activos vinculados a hipotecas subprime. Pero no es un caso aislado. Otras grandes entidades financieras de Wall Street podrían encabezar una bancarrota.
A pesar de sus medidas excepcionales, la FED a la retranca e impotente frente a la crisis
Cada vez es más visible, que los esfuerzos de la FED, aun a pesar de que son sin precedentes por su escala, probablemente no serán suficientes para detener la espiral descendente de la economía. No pueden frenar que los precios de las viviendas sigan cayendo. Tampoco pueden prevenir que las deudas se declaren en default o que la economía entre en una recesión severa. Más bien lo contrario. La debacle del Bear seguramente habrá precipitado que la FED en su próxima reunión del martes 18/3 baje sus tasas ¾ puntos básicos o incluso 100. Sin embargo, el caos financiero ha hecho que los bancos no tengan voluntad de tomar nuevos riegos, siendo cada vez más difícil para los negocios contraer prestamos, con la consecuente profundización del efecto recesivo en la economía que amenaza con transformarse cada vez mas en una recesión profunda y prolongada, distinta de las ultimas crisis recesivas en EE.UU..
Peor aun, el riesgo colateral de sus acciones (los esfuerzos “deflacionarios”) se ha incrementado enormemente, como muestra el colapso del dólar o la inflación de los precios de las materias primas y commodities obviamente en relación a su cotización en dólares. El hecho de que EE.UU. apueste a su salvación de la crisis crediticia debilitando aun más su moneda podría provocar un daño brutal al ya deteriorado mercado internacional de capitales. La fuerte depreciación del dólar ha llevado a deshacerse en forma masiva del llamado “carry trade” como demuestra la rápida escalada sin final a la vista del yen, que exacerba el desendeudamiento ya en curso. No nos olvidemos que hoy en día, a diferencia de los ’30, el dólar es la moneda de reserva mundial. Una rápida declinación en la moneda de reserva crea una tremenda inestabilidad internacional, y puede dañar a las instituciones financieras de otros países, complicando aun más el funcionamiento de los mercados de capitales [6].
Cada vez esta más claro que gran parte de la burbuja de las commodities se debe a la especulación, y cuanto más la FED se compromete en medidas desesperadas, mayor cantidad para los que especulan en commodities. En este marco, a medida que el galón de la gasolina en EE.UU. se sigue incrementado o el precio del pan sigue subiendo el margen de maniobra interno de la FED se estrecha y crece la hostilidad contra su accionar.
Una bomba política para el próximo presidente norteamericano
En este punto, junto a la difícil tarea de salir del pantano de Irak y Afganistán, probablemente el problema más grande para la próxima administración norteamericana será como salvar al sistema financiero, la elevada carga que para las arcas públicas significa el mismo y cómo venderle este salvataje de los bancos a los trabajadores que no recibieron nada de los años de bonanza- mientras los CEO de las empresas y los superbillonarios alcanzaban ingresos y ganancias récords-, ahora el sistema se apresta a socializar sus pérdidas. Así, desde las páginas del Wall Street Journal se discuten opciones para salvar a los bancos, donde va ganando espacio, la idea de que el gobierno utilice una buena parte del dinero de los contribuyentes para limpiar el actual desorden, llegando en algunas propuestas a la nacionalización de los grandes bancos aquellos considerados demasiado grandes para caer. Las estimaciones del tamaño de las pérdidas de la actual crisis financiera suben día a día. Si a mediados del año pasado se consideraba que las perdidas llegarían a 150.000 millones de dólares, luego 400.000 millones de dólares hoy la friolera de 1 billón de dólares se considera un piso, incluso para firmas tan poco alarmistas como Goldman Sachs, cuyos economistas el 7/3 publicaron una estimación aun más grande estimando una pérdidas en el mercado hipotecario de 500.000 millones de dólares, conjuntamente con 650.000 millones de dólares de otras perdidas, un total de 1.156 billones de dólares [7].
Incluso Martin Wolf, el economista líder del Financial Times conocido generalmente por sus posiciones cautas, hoy no está tan seguro de que no puedan darse los escenarios excesivamente pesimistas. Y refiriéndose a las consecuencias de estos dice: “Pérdidas de 2 ó 3 billones de dólares descapitalizarían al sistema financiero. El gobierno debería montar un rescate. El medio más plausible de hacerlo seria vía nacionalización de todas las perdidas. Mientras que el gobierno de EE.UU. puede permitirse elevar su deuda por arriba de un 20% de su PBI, en función de hacer esto, esta decisión tendría enormes ramificaciones. Tendríamos algo más que la más grande crisis financiera en EE.UU. desde 1930. Seria un evento político epocal” [8]. En ese marco, la politización de la crisis económica y financiera puede cambiar sustancialmente el curso de la lucha de clases y la relación de fuerzas entre las clases a nivel mundial, generando estallidos de imprevisibles consecuencias para un sistema capitalista en aguda descomposición. A esa perspectiva debemos prepararnos los revolucionarios.
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