En América latina hay un extendido sentimiento de simpatía entre las masas populares y la juventud hacia Cuba por su resistencia frente a la hostilidad permanente del imperialismo. También es un lugar común reconocer las conquistas en el terreno de la salud y la educación, comparada con la entrega de los gobiernos capitalistas de la región. En este sentimiento se apoyan distintas corrientes de la izquierda populista del continente y los debilitados partidos comunistas para sostener una posición de apoyo acrítico del régimen cubano y un embellecimiento de las medidas que ha tomado. Pretenden evitar toda discusión sobre el destino de Cuba diciendo que toda crítica a la burocracia sería hacerle el juego al imperialismo. En este sentido se parecen a los que Trotsky llamaba “los amigos de la URSS”, que actuaban de igual manera frente a las críticas de los oposicionistas de izquierda a las políticas de Stalin.
En el otro extremo, algunas corrientes que se reclaman trotskistas como el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) de Brasil, principal grupo de la corriente internacional LIT, sostienen que en Cuba ya se ha restaurado el capitalismo, dando por perdida la batalla de antemano [1].
Según la LIT, desde 1995, Cuba es “un nuevo estado capitalista en el que la economía funciona de acuerdo a la ley capitalista de la ganancia” [2]. Esta restauración ocurrió sin que se enterara la burguesía cubana en el exilio en Miami, que todavía pretende recuperar sus propiedades expropiadas por la revolución de 1959. Esto sería así porque, según sigue el argumento, el capitalismo se restauró sin necesidad de “crear una nueva burguesía nacional”, sino directamente a través del capital extranjero, principalmente empresas españolas y canadienses [3] que se asociaron al estado en joint ventures (empresas mixtas) para la explotación de distintas áreas de la economía. Es decir que para el PSTU Cuba no sólo sería “capitalista” sino prácticamente una colonia de algunos monopolios españoles que hoy dominarían los sectores clave de la economía, administrada políticamente por la misma burocracia que al dirigir el proceso se ha mantenido en el control del Estado.
Según este análisis el “posible salto en calidad” no será en la transformación de la estructura económico-social -de una economía nacionalizada a la restauración generalizada de las relaciones sociales de producción capitalista- sino en un “cambio en el régimen político”, es decir el fin de la “dictadura capitalista” del Partido Comunista Cubano.
Cantidad y calidad
El PSTU pretende fundamentar su definición del carácter burgués del estado cubano sobre la base de la liquidación durante el “período especial”, de lo que considera “los tres pilares” del estado obrero: la ley de inversiones extranjeras, el “desmantelamiento” del comercio exterior, la circulación del dólar -y luego de una moneda convertible al dólar- y la privatización de la producción y comercialización de la caña de azúcar a través de la creación de unidades cooperativas.
Evidentemente las medidas tomadas durante el “período especial”, como discutimos en la nota central, han debilitado las bases del estado obrero deformado cubano, en particular, la descentralización del comercio exterior introducida en la reforma constitucional de 1992, que permite que algunas empresas estatales y mixtas autorizadas por el Ministerio de Comercio Exterior accedan al mercado externo (según el gobierno el número de estas empresas pasó de 50 a 300 en una década), junto con las zonas francas y los inversores extranjeros. Esto está poniendo en serio riesgo las conquistas que aún se mantienen de la revolución.
Pero lo más importante para los marxistas es poder definir cuándo una serie de cambios cuantitativos se transforman en una cualidad distinta. Por ejemplo, si bien desde 1989 el gobierno viene transfiriendo cada vez más hectáreas para la explotación tanto a cooperativas como a campesinos privados, éstos poseen la producción pero no la propiedad de la tierra, es decir usufructúan la tierra, en muchos casos sin pagar arrendamiento, pero no pueden vender sus parcelas. Si esto cambia y se restaura a gran escala la propiedad privada en el campo ésta tenderá a concentrarse dando lugar al surgimiento o recreación de una burguesía agraria.
Según datos del gobierno cubano, una abrumadora mayoría del 81,8% de los trabajadores sigue ocupado en el sector estatal, mientras que del 18,2% que está en el sector no estatal, un 5,4% son cooperativistas, un 3,2% son cuentapropistas y un 9,6% está empleado directamente por el sector privado (ONE, 2006).
Esto es lo que no puede explicar el PSTU sencillamente porque las concesiones al capital extranjero imperialista, los joint venture y la reintroducción de ciertas medidas de mercado, todavía no han cambiado las relaciones sociales en las que se basa esencialmente el estado, en la que sigue predominando la propiedad nacionalizada de los medios de producción, lo que hasta el momento ha impedido que se recree una clase propietaria y explotadora. Y esto constituye una diferencia cualitativa entre la estructura social cubana y cualquier otro país semicolonial de América latina, incluido Venezuela.
Cuba no es un país “socialista” sino una sociedad de transición en la que fue expropiado el capital local y extranjero y se nacionalizaron los principales medios de producción. Como explicaba Trotsky para la Unión Soviética, estas sociedades de transición tienen un carácter dual, una combinación de elementos que son la base para la transición al socialismo y elementos capitalistas. Por esto mismo en su seno se recrean permanentemente fuerzas sociales que tienden a la restauración de las relaciones capitalistas, entre ellos la propia burocracia, que al no ser una “nueva clase” social, tiende a transformarse en burguesía, es decir, propietaria de los medios de producción o en socia menor de algún capitalista.
Como decimos en la nota central las medidas de la burocracia cubana de las últimas décadas han fortalecido las tendencias procapitalistas y debilitado las reservas de la economía nacionalizada y la energía y disposición de las masas para resistir el asedio imperialista, aunque aún no han significado un salto contrarrevolucionario social decisivo. A diferencia de Rusia, China o Vietnam esta batalla en Cuba aún está por delante. Eso explica la urgencia y necesidad de una revolución política para terminar con el dominio de la burocracia. Dar por terminado este combate sería fatal para la suerte de la revolución cubana y la política de los revolucionarios. Como decía Trotsky, “Es obligación de los revolucionarios defender cada conquista de la clase obrera, aunque puedan estar distorsionadas por la presión de fuerzas hostiles. Aquellos que no puedan defender viejas posiciones nunca conquistarán nuevas” (Balance sheet of the finish events, Fourth Internacional, junio 1940).
¿Revolución política o “revolución democrática”?
Aparentemente, el PSTU-LIT sostiene posiciones contradictorias. Por ejemplo, plantea que “la principal amenaza a la independencia cubana no proviene del imperialismo yanqui o los gusanos. Para defender o recuperar esa independencia, hoy es necesario realizar una nueva revolución social que expropie a las empresas y capitales europeos y canadienses, de la misma forma que, para conseguirla, fue necesario expropiar al imperialismo yanqui y a los gusanos” [4]. Es decir que ha abandonado la lucha contra el bloqueo norteamericano y la hostilidad de los gusanos de Miami y la defensa de las conquistas de la revolución que aún se preservan. Por lo tanto el programa para Cuba, donde prima la propiedad nacionalizada de los medios de producción, sería igual a cualquier país capitalista gobernado por los intereses de los capitalistas y los monopolios.
Sin embargo, en un artículo reciente, parece plantear lo contrario afirmando que “el derecho a la libre organización de partidos y sindicatos en Cuba” es “la única manera de defender las conquistas de la revolución y detener el proceso de restauración capitalista en la isla” [5] (¿no es que ya estaba “completado”?).
Pero tras este aparente eclecticismo el nudo de la política del PSTU-LIT es una estrategia de “revolución democrática”, es decir, “la libertad de partidos” en general, lo que incluye por supuesto partidos burgueses hostiles a la revolución, porque la clave es la lucha contra la “dictadura capitalista” [6] del PCC.
Esta política parece repetir los errores de la LIT cuando en los procesos de 1989 sostenía que había triunfado una primera etapa “democrática” de la revolución a la que llamaba “octubre”. Como es conocido, la supuesta “revolución democrática” culminó no con un “octubre” sino con la restauración del capitalismo.
La alternativa al régimen de partido único de la burocracia que impide la organización independiente de los trabajadores, los campesinos y los que quieren defender las conquistas de la revolución y proclama al Partido Comunista como “garantía segura de la unidad de la nación cubana”, y como una “fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado.” (Raúl Castro, Granma, 24-02-08) no es la “democracia en general”, es decir burguesa, que plantea la LIT y que usa el imperialismo y los gusanos hipócritamente para avanzar en la restauración capitalista. La única alternativa revolucionaria es la lucha por un gobierno basado en consejos obreros y por la libertad de partidos que defienden las conquistas de la revolución.
Contra la estrategia de la “revolución democrática” planteamos la necesidad de una revolución política encabezada por los obreros y campesinos cubanos que parta de la lucha contra el imperialismo y su bloqueo y de la defensa de la propiedad nacionalizada y las conquistas que aún se conservan de la revolución. Esta revolución política indudablemente tendrá efectos sociales, en primer lugar disminuir las crecientes desigualdades sociales y ejercer una planificación democrática de la económica en interés de los trabajadores y los campesinos y de esta forma sentar las bases para la construcción de un estado obrero revolucionario y la lucha por el socialismo en América latina.
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