El hambre se cierne sobre decenas de países mientras la inflación destruye los salarios. En ese marco se realizó la Cumbre de la FAO en Roma entre el 3 y 5 de junio. Si de ellos depende, lo peor está por venir. La única salida está en manos de la clase obrera y las masas pobres.

La FAO (Food and Agriculture Organization) es una organización de la ONU dedicada a la agricultura y la alimentación para “Ayudar a construir un mundo sin hambre”. Su Cumbre en Roma reunió a decenas de presidentes, jefes de Estado y ministros, junto a funcionarios de primera línea de organizaciones tan benéficas como el Banco Mundial. También estuvo presente el oscurantista Papa Ratzinger y el edificio donde se realizaron las sesiones, estuvo blindado por miles de policías, que aportaron al evento la cuota represiva correspondiente. También fueron figuras destacadas Cristina Kirchener y Lula Da Silva.

Fue convocada ante la tremenda crisis alimenticia y los estallidos del hambre en decenas de países en todo el mundo, desatada por la enorme inflación que afecta a las llamadas comodities que son fundamentalmente los combustibles, materias primas y alimentos. En el caso de los primeros, en apenas 3 años el barril de petróleo se disparó de 44 a 130 dólares (más de 200%). El impacto de este producto pilar de la economía mundial, ha sido enorme al encarecer la producción y los fletes. En el mismo período, los alimentos aumentaron de conjunto un 83%. Entre ellos, los productos que son la base alimenticia de cientos de millones de habitantes en todo el mundo, son los que más aumentaron: el arroz, maíz y trigo lo hicieron en 180% en el mismo período. Según la propia FAO, más de 37 países están en riesgo de inestabilidad social por la escasez de alimentos, con más de 800 millones de personas sufriendo este flagelo.

Las verdaderas causas del hambre

Esta es la manifestación concreta de la mala salud de la economía mundial: una fuerte presión inflacionaria generada fundamentalmente por la mudanza de importantes masas de capital especulativos a los mercados a futuros (se compran stocks en forma anticipada) de comodities que funcionan como una burbuja elevando los precios de granos y combustibles, y las ganancias de los capitalistas.

Tan es así que hoy los pulpos imperialistas del agro y los alimentos, están ganando más que nunca, mientras el hambre y la inflación asolan el mundo. En lo que va de la crisis alimenticia, las ganancias de Monsanto aumentaron 100%. Las de Cargill 86%, y así se podría seguir. A esto hay que sumar la fuerte presión que está generando la producción de los agrocombustibles. Aunque el “progresista” Lula se empeñó en negarlo, es un hecho que el aumento exponencial de su producción, se ha convertido en otro motor del aumento de los precios de los alimentos. Hoy, en muchos casos se vuelve más redituable destinar maíz a producir etanol, que a alimentar a la población. En 2007, EE.UU. desvió 54 millones de toneladas para producir el combustible “verde”. Este año, esa cifra va a aumentar a 76 y el que viene superará los 100 millones. El aumento de la tortilla en México, base alimenticia de decenas de millones en ese país, estuvo directamente vinculado a esta situación.

La respuesta de la FAO

Ante la alarmante realidad del hambre, en la Cumbre abundaron las “denuncias” y “críticas” al terrible flagelo que ha caído sobre millones, así como los “pedidos de ayuda” para paliarlo. Pero cuando vamos a las soluciones que estos señores y señoras han tomado para resolver la crisis, todos sus discursos no “alimentan” más que el cinismo y la hipocresía de su parte, y la bronca de la nuestra.

Entre las resoluciones está “Aumentar la producción de alimentos” y “eliminar las trabas al comercio internacional”. Ambas cosas no harán sino aumentar el problema del hambre, sumar un gran impacto ecológico por la extensión de la frontera agrícola sobre bosques y selvas, y aumentar aún más las ganancias de los grandes monopolios del agro. Aunque el aumento de la demanda china y de otros países ha sido muy grande, no es cierto que la actual situación se deba a una “crisis de oferta”, a una imposibilidad de satisfacer la demanda alimenticia. En los últimos 30 años la producción mundial se triplicó mientras que la población sólo se dobló. Hoy se produce a nivel global 17% más de calorías que en aquél entonces, a pesar del aumento poblacional. El problema es que cada vez se necesita más dinero para adquirirlos y los pobres se ven obligados a consumir menos o directamente quedan librados a la asistencia social.

Esto también es consecuencia de la creciente concentración monopólica. Hoy en día 5 gigantes mundiales del “agrobusiness” concentran el 80% del mercado de alimentos y reciben multimillonarios subsidios estatales yanquies y europeos. Así, se tiende a arruinar las producciones locales de granos de pequeños productores en los países de América Latina o Africa, que se ven obligados a aceptar los términos y condiciones de aquellos pulpos sedientos de mayores ganancias.

En este marco, el discurso de Ban ki-Moon sobre que “hay que elevar la producción global un 50% para 2050” se vuelve una excusa para impulsar la “modernización” de la explotación agraria de cientos de miles de campesinos en el mundo, que no significa otra cosa que transformar a esos pequeños productores en rehenes de los grandes monopolios que controlan las semillas, agroquímicos y métodos productivos (por demás contaminantes) y que les impondrán precios y condiciones. Esto a pesar de que en algunos lugares y sectores se estén beneficiando coyunturalmente de los altos precios como ocurre en Argentina. En el mismo sentido van los llamados a liberar las restricciones al “comercio internacional”. Se trata de que países productores de alimentos pasen a depender de los monopolios, como ya ocurrió durante la ofensiva neoliberal de los ’90 en Haití o Ruanda.

La única salida está en manos de las clases laboriosas

Finalmente, el documento salido de la Cumbre no constituyó un compromiso para nadie, ya que como vimos no están interesados en resolver el problema, sino en aprovechar la crisis para aumentar las ganancias capitalistas. Además, en el medio se colaron diferencias entre los países imperialistas junto con Brasil, que no aceptaron ninguna responsabilidad de la ferviente producción de agrocombustibles en la crisis alimenticia, y algunos otros países productores de alimentos. Tanto EE.UU. como la Unión Europea se negaron de plano a cualquier mención en la declaración final a los multimillonarios subsidios que otorgan a sus productores y que impiden que las producciones de los países pobres sean competitivas. Por su parte, Argentina no podía aceptar una declaratoria que incluyera las “restricciones” al comercio, lo que podía interpretarse como contraria a la política local de retenciones a las exportaciones.

Sólo la clase obrera junto a los campesinos pobres y los millones de obreros rurales, pueden dar una salida progresiva a la crisis. En los centros imperialistas como EE.UU. y Europa, hay que expropiar a los grandes monopolios del agrobusiness. En los países productores de alimentos como Argentina, expropiar a los terratenientes y repartir la tierra entre los pequeños campesinos pobres que la trabajan, y arrebatar el negocio de la comercialización a las multinacionales imperialistas estableciendo el monopolio del comercio exterior. Sólo sobre esa base, atacando los intereses de los capitalistas nacionales y extranjeros, se puede planificar la producción y distribución de los alimentos y ponerlas al servicio de las grandes masas en todo el mundo.