El contundente avance del régimen bonapartista ruso en sus operaciones en Georgia en los últimos cuatro días es una muestra del resurgir de Rusia, después de su descomposición en la década del ’90 y, fundamentalmente, de la aceleración de la decadencia hegemónica norteamericana luego de su debacle en Irak.
Los logros rusos
Rusia ha logrado una victoria resonante. Así lo demuestran los términos del cese del fuego (aunque no se puedan descartar nuevas escaramuzas), ampliamente favorables a sus reclamos, negociados por el presidente francés Sarkozy, actual presidente temporario de la Unión Europea.
Desde el punto de vista militar, Rusia ha demostrado su capacidad para expulsar completamente a Georgia de Osetia del Sur y Adjasia, además de haber destrozado el aparato militar georgiano.
En el plano político, ha desestabilizado enormemente al gobierno georgiano de Mikhail Saakashvili, quien a pesar de la marcha de respaldo en Tiflis, el pasado 12 de agosto, a la que asistieron centenares de miles de personas, está herido de muerte después de haber comenzado una guerra y fracasar luego en llevarla adelante.
Por último y más importante, Rusia ha logrado demostrar la impotencia de Occidente y, a la vez, debilitar toda perspectiva seria sobre la entrada de Georgia a la OTAN o a la Unión Europea. El fracaso norteamericano en apoyar a su principal régimen títere en la región en su hora de necesidad, por sus excesivos compromisos en Irak y Afganistán, es un golpe de importancia para la influencia norteamericana en el Cáucaso y en las otras ex repúblicas soviéticas, permitiendo que Rusia avance a reconstruir su zona de influencia en su periferia cercana.
¿“Galteriada”?
Para algunos analistas, el ataque lanzado por el gobierno proimperialista de Saakashvili contra la capital de Osetia del Sur, hace recordar los últimos años de la dictadura militar argentina, cuando en 1982, el entonces presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri lanzó la invasión de las Islas Malvinas. En ese momento, el general argentino confiaba en que EE.UU. mantendría, cuanto menos, neutralidad en el caso de un conflicto Buenos Aires-Londres, basándose en la importancia que tenía la dictadura para Washington por estar operando en forma semiclandestina contra el régimen sandinista en Nicaragua. En el mismo sentido, la sobrevaloración de Saakashvili de su rol como avanzada de Washington contra Rusia fue la clave de su error de cálculo.
Sin embargo, por muy sugestiva que parezca, esta comparación tiene sus límites. Es que es difícil creer que Georgia decidiera desafiar a Rusia sin contar con algún tipo de gesto por parte del Pentágono, como sugiere por ejemplo el ex presidente soviético Mijail Gorbachov. El actual régimen georgiano fue gestado por Washington con la promoción de la Revolución de las Rosas en 2003. Además, el Pentágono tiene una fuerte presencia en el país, da entrenamiento a su Ejército y a fuerzas antiterroristas desde 1999, su gobierno recibe importantes sumas de dinero en armamento con el objetivo de reforzar el cerco geopolítico sobre Rusia, además de cuidar el único oleoducto que transporta el petróleo del Mar Negro a Europa sin pasar por territorio ruso.
Una de dos, o la inteligencia norteamericana cometió un nuevo error de cálculo, como el que lo llevó a empantanarse en Irak, o Estados Unidos ha visto a Rusia con el prisma de los ’90 cuando a la parálisis del gobierno ruso se le sumaba la desmoralización y la falta de financiamiento del ejército que venía de los desgastantes conflictos en Chechenia. Más en general, EE.UU. no ha visto un movimiento militar decisivo de Rusia mas allá de sus fronteras desde la guerra de Afganistán, que terminó en una derrota humillante (“el Vietnam ruso”). Durante años, Rusia se ha cuidado de realizar este tipo de operaciones militares. En este marco, no es descabellado pensar que los mismos que creían que los iraquíes los iban a recibir con flores por haber derribado a Saddam Hussein, esperasen que los rusos no respondan al ataque georgiano.
El verdadero error de cálculo es no haber tomado en cuenta que Rusia se fortaleció en todos estos años. No sólo ha recompuesto su Ejército y el gran patriotismo ruso de la población como ideología estatal mediante su control de los medios de comunicación, sino que económicamente - a diferencia de los años de Yeltsin donde entró en default de su deuda soberana en 1998 - hoy posee el tercer monto de reservas externas a nivel mundial y cuenta con un importante superávit comercial impulsado por el gas y el petróleo. En este marco, tanto militarmente por la debilidad de las fuerzas georgianas como en términos económicos por la dependencia de la Unión Europea de su energía, Rusia no veía la operación como muy riesgosa. Por el contrario, era el momento que estaba esperando para reafirmar su nuevo rol de potencia para contrarrestar su pérdida de influencia en su patio trasero y en el concierto de naciones europeas. Rusia estaba esperando para marcar una línea roja después del avance imperialista en Ucrania con la Revolución Naranja (cuyo pase definitivo al campo de la OTAN significaba una amenaza fundamental a su seguridad nacional) y, más recientemente, el apoyo de EE.UU. y la UE a la independencia del Kosovo, ignorando descaradamente sus objeciones (Rusia se oponía a vulnerar el principio establecido por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra en Europa de no modificar las fronteras para evitar el conflicto, cuestión que podría abrir una caja de Pandora en la Federación Rusa formada por nacionalidades y etnias diversas).
Políticamente, a su vez, el imperialismo norteamericano aún entrampado en Irak necesita a Rusia para presionar para imponer sanciones al régimen iraní. Sobre todo quiere evitar que el estado ruso le venda armas a Irán o a Siria, en especial su altamente efectivo sistema de defensa aérea frente a una eventual guerra. Georgia pagó con su humillación la realidad geopolítica que indica que Irán y el Medio Oriente hoy día son más importantes para los cálculos de la política exterior norteamericana.
Un conflicto con dos campos reaccionarios
El origen último del conflicto es, por un lado, el resurgimiento ruso después del ascenso del bonapartismo de Putin, y por el otro, la continuidad de la política norteamericana de establecer un cerco sobre Rusia para frenar sus ambiciones de potencia y lograr que su integración en la economía mundial dominada por el imperialismo tenga un carácter cada vez más semicolonial, tal como fue la dinámica rusa - sólo temporalmente revertida - en la década de 1990 durante el gobierno de Yeltsin. La independencia de Georgia para EE.UU. o la independencia de Osetia del Sur y Adjasia para los rusos no son más que monedas de cambio en el cálculo del imperialismo norteamericano o del naciente estado capitalista ruso en su disputa de influencia y poder en el sistema de relaciones interestatales.
Los reclamos de EE.UU. y Gran Bretaña de que Rusia respete la “integridad territorial de Georgia”, es decir el derecho de Tiflis de reprimir y matar a la población separatista de Osetia del Sur, es totalmente hipócrita, proviniendo de quienes mantienen bajo ocupación a Irak y Afganistán. Igual de mentiroso es el pedido ruso adelantado en el medio de la crisis en las Naciones Unidas en defensa del derecho de autodeterminación de Osetia del Sur y Adjasia, cuando durante años lo viene negando a sangre y fuego a los chechenos.
En este marco, los revolucionarios desde el primer día hemos señalado claramente que éste era un conflicto reaccionario, por lo que repudiamos el ataque de Georgia contra Osetia del Sur y exigimos el retiro de las fuerzas rusas de Georgia. Nos oponemos tanto al avance de la OTAN en la región como a todo intento militarista del régimen bonapartista ruso de Putin-Medvedev de utilizar la crisis en Osetia del Sur para reconstruir una zona de influencia sobre los territorios del antiguo imperio ruso. A la vez, luchamos por la caída del gobierno neoliberal, represivo y pro OTAN de Saakashvili, un títere del imperialismo que tiene el tercer contingente de tropas en Irak y el mayor en proporción a su población, y por la expulsión de todos los asesores políticos y militares de EE.UU. Un país semicolonial custodiado por la OTAN no es una alternativa a la opresión histórica que han sufrido todas estas naciones bajo el nacionalismo gran ruso. Por el contrario la existencia de gobiernos proimperialistas como en Georgia, Ucrania y demás repúblicas de la ex URSS son un obstáculo para despertar a los trabajadores rusos, y facilita la propaganda xenófoba del gobierno bonapartista de Putin y Medvedev contra los georgianos y otras naciones, acusándolas de ser parte de un complot occidental para evitar que Rusia se levante de su postración de la década del ‘’90 y recupere su rol imperial. Esta propaganda reaccionaria sirve para recomponer internamente el estado ruso contra los intereses históricos de los trabajadores y nacionalidades oprimidas en la actual Federación Rusa. Por esto el nacionalismo gran ruso de Putin, a pesar que tenga roces con Washington, no es ninguna alternativa progresiva a la OTAN.
La lucha contra la política de reconstrucción de la zona de influencia del naciente capitalismo ruso, que aspira a ser reconocido como potencia regional, sólo es posible desde la oposición más implacable al avance de la OTAN en Europa del Este y en las repúblicas de la ex URSS y a la penetración de los imperialismos europeos y EE.UU. en esta región. Como hemos dicho frente al reciente conflicto, sólo un gobierno obrero y campesino georgiano que rompa con el imperialismo norteamericano y de la UE y que al mismo tiempo levante el derecho a la autodeterminación e incluso a la secesión de Osetia del Sur y Adjasia si así lo desean puede tener la autoridad para detener al nacionalismo gran ruso apelando a la única fuerza capaz de derrotarlo: los trabajadores rusos. Estos deben romper con la política xenófoba del gobierno ruso que sólo garantiza grandes negocios para un puñado de grandes barones capitalistas y los amigos del poder central, y volver a las banderas internacionalistas proletarias y de defensa de la autodeterminación de los pueblos que permitió la solución temporaria del problema nacional de la antigua Rusia de los zares durante los primeros años del bolchevismo hasta la contrarrevolución estalinista. Sólo un partido que haya luchado contra el estalinismo y haga un agudo balance de esta monstruosa experiencia no sólo para las masas de la ex URSS sino a nivel mundial, la sección rusa de la IV Internacional reconstruida, puede ofrecer esta perspectiva.
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– CLAVES
Georgia: protectorado ruso desde 1783, en 1810 fue anexada al Imperio Ruso. Luego de la revolución rusa formó parte de la República Socialista Soviética de Transcauscasia, junto a Armenia y Azerbaiyán, la cual fue disuelta y en 1936, pasó a ser la República Socialista de Georgia. Luego de la caída de la URSS en 1991, Georgia declaró su independencia. Tiflis: capital de Georgia.
Osetia del Sur: en 1922, es declarada Región Autónoma de Georgia. En 1989, el parlamento local declara a Osetia del Sur como República Autónoma dentro de Georgia, hecho señalado como anticonstitucional por el parlamento georgiano. En 1990 se proclama la soberanía y creación de la República de Osetia del Sur, ante lo cual Georgia da por abolida la autonomía, lo que provoca desde 1991 el comienzo de enfrentamientos entre Osetia del Sur y Georgia, que se detienen luego de la firma del acuerdo de Dagomis en 1992 (entre Rusia y Georgia), a partir del cual se despliegan “tropas de paz” rusas, que apoyan con armamento y dinero a Osetia del Sur. En 2006 se realiza un referéndum (no reconocido por Georgia) donde más del 90 % de la población votó por la independencia.
Revolución Naranja y Revolución de las Rosas: también conocidas como revoluciones coloridas, procesos ocurridos entre 2003 y 2004, canalizados electoralmente, mediante los cuales los candidatos pro rusos de Ucrania y Georgia, ex repúblicas soviéticas, son derrotados por candidatos apoyados por EE.UU. y la Unión Europea.
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