Introducción
Después de algunos años donde primaron el crecimiento económico y una relativa estabilización política y social en la mayoría de los países de la región, el comienzo de crisis económica internacional está modificando rápidamente el panorama que enfrenta la región, lo que abre una coyuntura transitoria, indefinida, entre las tendencias a la desestabilización y los esfuerzos de las clases dominantes por contenerlas.
Dadas las inmensas contradicciones estructurales que recorren la región, ni la “prosperidad” ni los recambios políticos “posneoliberales” y “nacional-populistas” de “contención” pudieron garantizar una estabilidad duradera. Ahora parece estar comenzando una nueva fase de “turbulencias” económicas y tensiones sociales y políticas que, si la burguesía no logra imponer un viraje reaccionario, posiblemente derive en un mayor desarrollo de la lucha de clases, lo que a su vez plantea pensar las hipótesis de una mayor intervención proletaria.
Elaborar una caracterización y previsiones marxistas correctas ante un panorama tan complejo resalta la importancia del método marxista como “análisis concreto de una realidad concreta”, que busca retener la riqueza de lo real con sus contradicciones y posibilidades y no se conforma con generalizaciones superficiales. Solo así puede proveer una guía para la acción revolucionaria.
No es este el método de otras corrientes de la izquierda.
En el caso de PO/CRCI, su defensa del “catastrofismo” hace a una visión en que “El capitalismo mundial está sacudido por convulsiones que, de manera constante, quebrantan todas las relaciones entre clases y entre Estados, rompiendo todos los equilibrios sociales, políticos y económicos y produciendo re-estabilizaciones precarias y temporarias.” En América latina esto significa que “Mientras la atención mundial se encuentra concentrada en las crisis y catástrofes que conmueven al Medio Oriente y al Asia Central, en el patio trasero del imperialismo yanqui se desenvuelven acontecimientos de alcance revolucionario (...) América Latina atraviesa, de conjunto, un período pre-revolucionario, cuyo progreso produciría una aceleración de la crisis política y un nuevo despertar popular en los Estados Unidos.” Y esto está dicho en una Declaración de la CRCI no en 2001 o 2003, sino a mediados de 2007, cuando la combinación entre prosperidad y desvíos por recambios gubernamentales había dado un importante respiro a las burguesías latinoamericanas y atemperó aquellos procesos más avanzados en la fase anterior, como Bolivia y Venezuela.
Por su parte, sobrepasando cualquier extremo, la LIT-CI/PSTU basa el “Documento latinoamericano” para su IX Congreso en la alegre “caracterización” de que “seguimos en la misma situación revolucionaria continental y mundial” e identifica nada menos que cinco revoluciones entre 2000 y 2005 (Ecuador, Perú, Argentina, Venezuela y Bolivia), cuando se trató de Jornadas revolucionarias que no se transformaron, como es evidente, en revoluciones abiertas. Ese vaciamiento total de las categorías marxistas, diluye el concepto de revolución para poder mantener en pie la teoría morenista de la revolución democrática a nivel del régimen político. Esta perla se engarza en un esquema de crisis objetiva sin salida del capitalismo, proceso de recolonización imparable al amparo de las “democracias coloniales” en que actúa una suerte de frente contrarrevolucionario mundial donde las fisuras y contradicciones ínter burgueses no tienen la menor importancia por lo que “los agentes obligados de los planes antiobreros y antipopulares serán los gobiernos frentepopulistas o populistas de izquierda”. Esto se traduce, pro ejemplo, en una política antichavista que dejó a la LIT apoyando a las movilizaciones reaccionarias de los universitarios y votando junto a la derecha en el referéndum constitucional. Naturalmente, “nuevas crisis revolucionarias plantearán inevitablemente el problema del poder” en una revolución cualquiera con un programa cualquiera. El corolario de este esquema es un programa con grandes concesiones al nacionalismo -como la forma en que es planteada la tesis de la lucha por una “segunda independencia”-, y una práctica oportunista de presión sobre las direcciones reformistas y la burocracia sindical para que “dirijan” esas revoluciones que estallan a cada rato y en todas partes, coronada finalmente con el viejo planteo oportunista de “cuarta internacional con los trotskistas en minoría”.
En el centrismo, este tipo de visiones no se reduce a gruesos errores de análisis y caracterización, sino que está teñida por la adaptación a la democracia burguesa y el sindicalismo, al servicio de justificar un programa y una política oportunistas.
Por supuesto, un buen método no garantiza una respuesta política revolucionaria, pero indudablemente es un mejor punto de partida para elaborarla. Nuestra corriente ha buscado también en este terreno recuperar los aportes teórico-metodológicos de Trotsky. Así, hemos retomado su concepción orgánicamente internacionalista, el concepto de equilibrio capitalista con la interacción entre economía, relaciones estatales y lucha de clases, una visión no mecanicista de la relación entre economía y política, y otras nociones que resultan esenciales para poder captar las complejidades del momento político internacional y en particular latinoamericano actuales.
En este sentido, elaborar un análisis correcto de la coyuntura latinoamericana requiere tener en cuenta premisas metodológicas como:
a. La productividad de la categoría de “equilibrio inestable” o “estabilización relativa” del capitalismo, elaborada por Trotsky, para escapar a las trampas del economicismo, la geopolítica o el “impresionismo de las luchas”, comunes en el pensamiento vulgar del centrismo de origen trotskista, y abordar el análisis del proceso latinoamericano.
b. El importante grado de unidad de América latina (por razones históricas y estructurales) se combina con la heterogeneidad de las formaciones sociales, niveles de lucha de clases y procesos políticos nacionales, siendo fundamental no disolver las situaciones concretas nacionales y subregionales en las tendencias más generales.
c. La importancia de un análisis cuidadoso de los cambios y giros en las situaciones y coyunturas, registrando la evolución cambiante de las relaciones de fuerza, las combinaciones inestables y transitorias que son características de las fases de crisis en la época imperialista.
Es tratando de tener en cuenta estos criterios que redactamos este trabajo, cuyo sencillo objetivo es proporcionar un marco y algunas claves para la reflexión colectiva sobre el proceso latinoamericano que desarrollamos en la Conferencia de la FT-CI
I. El proceso político y la coyuntura actual
A pesar de la estabilización relativa de los últimos años, América latina sigue siendo un sector avanzado (en términos relativos) desde el punto de vista de los niveles de lucha de clases y los fenómenos políticos en el contexto de una situación mundial marcada por los triunfos del capital y el imperialismo durante las décadas anteriores. América Latina ha comenzado a transitar desde inicios de siglo una fase de signo distinto al de los 90 (años de ofensiva burguesa e imperialista, derrotas del trabajo y auge del neoliberalismo). Esta fase se caracteriza por la crisis del neoliberalismo, crecientes contradicciones en el dominio imperialista y una tendencia creciente de la lucha de clases.
En efecto, mientras en el escenario mundial Medio Oriente concentra las contradicciones de orden geopolítico que hacen a los intentos norteamericanos de contrarrestar su declinación hegemónica; América latina expresa las mayores tendencias a la lucha de masas en una atmósfera política más “clásica”, con procesos que ofrecen importantes lecciones y atraen la atención internacional, desde Venezuela a Bolivia.
Los recambios “posneoliberales” y nacionalistas de los últimos años han logrado contener y hacer retroceder en parte el desarrollo de la lucha de clases, pero al precio de algunas concesiones y sin poder liquidar una relación de fuerzas que es menos desfavorable al movimiento de masas, al menos en varios países de Sudamérica, más bien, hay una continuidad relativa en el lento proceso de experiencias bajo el progresismo y el nacionalismo.
Este proceso ha atravesado varias fases:
· Desde 1997 a 2002, la región (en particular Sudamérica), atravesó por una recesión que señaló el agotamiento y crisis del programa neoliberal, motorizando un salto en la resistencia de masas frente a la penetración imperialista. El importante ascenso condujo a levantamientos y jornadas como las de Ecuador, Argentina, Bolivia, la derrota de la intentona golpista en Venezuela y otras; aunque al Norte del Canal de Panamá la situación siguió siendo más estable y favorable al imperialismo.
· Estos procesos de lucha de clases lograron importante éxitos, con jornadas revolucionarias que lograron derribar a varios gobiernos neoliberales, acumulando importantes avances políticos, de organización y experiencia, pero no lograron transformarse en revoluciones abiertas. No alcanzaron a desarrollar un poder dual (aunque hubo elementos fugaces como en El Alto en 2003 en Bolivia), no destruyeron las fuerzas armadas ni pusieron en desbandada al campo burgués, que logró organizar “transiciones” en los marcos constitucionales y en general, contener los procesos. Tampoco el proletariado pudo imponer su impronta ni darles una perspectiva política propia, lo que facilitó mayores márgenes de maniobra a la burguesía.
· A partir de 2003 se implementan por vía democrático-burguesa amplios recambios políticos de corte “posneoliberal”, desde Lula a Kirchner. Allí donde las crisis del régimen o la irrupción de masas fueron más profundas, los fenómenos políticos se expresaron más radicalmente, como con el nacionalismo chapista en Venezuela o como en Bolivia con el gobierno de Evo Morales. Esto, en el marco de un nuevo ciclo de crecimiento económico, permitió a las burguesías de la región lograr una cierta estabilización política y reabsorber las tendencias más agudas a la acción de masas, canalizando el giro a izquierda en amplios sectores que buscaban una alternativa a los desacreditados partidos neoliberales. Para ello, pudieron apoyarse en el rol de las mediaciones reformistas y burocráticas, situación facilitada por el carácter más bien popular y campesino del ascenso, al que el proletariado se incorporaba desde bastante atrás, sin poder jugar un rol centralizador.
Pero la estabilización relativa no resolvió ninguna de las grandes contradicciones que estaban en la base del ascenso y crisis -no hubo “democratización” ni “redistribución” en “ruptura con el neoliberalismo”- y las concesiones materiales fueron muy reducidas. Sin embargo, permitió el reflujo y cooptación de los “movimientos sociales” de base plebeya, campesina o indígena que habían sido vanguardia en la fase anterior. Al mismo tiempo, fue acompañada por una cierta recomposición social del proletariado (con la incorporación de millones de asalariados), algunos pasos en la reorganización sindical y alentó oleadas de lucha obrera y fenómenos puntuales de vanguardia en varios países, como Argentina, Venezuela, Bolivia, etc.
La actual coyuntura
El cambio en las condiciones económicas internacionales está provocando crecientes “turbulencias” económicas y políticas a nivel regional, a las que las clases dominantes responden preventivamente, tratando de volcar a la derecha el panorama político en distintos países.
Desde fines de 2007, el comienzo de la crisis económica internacional está modificando rápidamente el panorama que enfrenta América latina. Se ha abierto una coyuntura transitoria, fluida, inestable, signada por tendencias contradictorias: entre la continuidad del crecimiento económico y los elementos de “fin de ciclo”; entre la presión imperialista y las expectativas en un cambio de política en Washington; entre la popularidad de los gobiernos “posneoliberales” y el comienzo de desgaste, entre las crecientes tensiones políticas y los esfuerzos por contenerlas.
La valorización del petróleo y de las materias primas sostuvieron el crecimiento regional y pueden prolongarlo un tiempo más para los países más favorecidos, pero ya comienza a hacerse sentir una mayor inestabilidad y tendencias a la baja en sus precios y, además, la paradoja es que fogonearon el “sobrecalentamiento” de las economías locales, alimentando desequilibrios que se manifiestan en la apreciación de las monedas, inflación, “enfermedad holandesa”, etc. Por otra parte, una serie de países ya está directamente amenazado por la recesión (México, Centroamérica y el Caribe) más directamente dependientes de la economía estadounidense.
Entre tanto, los efectos más dinámicos parecen estarse condensando a nivel de las superestructuras, en la esfera de lo político, como muestran las crisis políticas en países de la importancia de México (donde Calderón intenta avanzar con la entrega petrolera en medio de fisuras en el régimen) y Argentina (donde la confrontación campo-gobierno también muestra las grietas en el régimen pos-2001), la erosión que sufre el contrarrevolucionario régimen uribista a partir de los escándalos de la “parapolítica” en Colombia, o el recrudecimiento de la “crisis crónica” en Bolivia donde la derecha busca jaquear al gobierno de Evo Morales y sus intentos de avanzar con las reformas de la nueva Constitución Política del Estado.
Es cierto que en esta coyuntura el aspecto de la lucha de clases es en estos momentos es el menos dinámico, pero la dialéctica entre “economía y política”, que empuja a las clases dominantes a buscar preventivamente variantes reaccionarias, al mismo tiempo que afecta la situación de las masas trabajadoras, puede acentuar la polarización social, llevar a nuevas crisis políticas y terminar también dinamizando procesos de movilización obrera y popular. Por eso, la coyuntura deja abierta la posibilidad de cambios bruscos y virajes de la situación, y en un horizonte más estratégico, escenarios de mayor lucha de clases.
II. Tendencias a la desestabilización
Estas tensiones apuntan a la descomposición del frágil equilibrio logrado por las clases dominantes en los años recientes. Para contrarrestar ese peligro, hay un movimiento a la derecha en las superestructuras políticas, gobiernos y regímenes, desde intentos de avanzar por métodos represivos (Colombia, Perú, México) a las fricciones en Argentina, la ofensiva de la oposición autonomista en Bolivia, o la búsqueda de un compromiso con la burguesía por Chávez en Venezuela. Pero este movimiento, en lugar de reasentar fácilmente el equilibrio, está promoviendo mayores tensiones, polarización y contradicciones que afloran en las varias crisis políticas.
Los momentos de equilibrio tienden a ser en la periferia más breves y frágiles que en los centros del capitalismo imperialista. La erosión del equilibrio a nivel del “sistema mundo” capitalista-imperialista puede impactar más rápida y profundamente en áreas del mundo semicolonial más expuestas y con menos reservas que los países imperialistas (que además, pueden utilizar su poderío para desplazar parte de los costos de la crisis a las semicolonias). Por eso, mientras la “curva” de conjunto a nivel mundial puede mostrar oscilaciones más lentas y de menor amplitud, lo que frecuentemente ha caracterizado al mundo semicolonial son las oscilaciones bruscas y la recurrencia de crisis agudas.
Esto es particularmente cierto para América latina. La fragilidad del equilibrio a escala regional es determinada por la condición semicolonial y se deriva de la situación general del sistema capitalista-imperialista en declinación histórica. Las peculiaridades del proceso latinoamericano hunden sus raíces en que es la región del mundo semicolonial que más tempranamente se ligó al mercado mundial y constituyó sus Estados, alcanzando un cierto grado de desarrollo relativo (al menos en algunos de sus países más grandes) ya desde mediados del siglo XX. La declinación relativa que registra desde hace algunas décadas (en relación a otras regiones de la periferia como el Sudeste asiático aunque con procesos de desarrollo desigual y combinado como en Brasil) se combina con la erosión de la hegemonía norteamericana y altos niveles históricos de la lucha de clases pese a la relativa solidez de los Estados nacionales. Todo ello acentúa las tendencias a la inestabilidad y produce el llamado “movimiento pendular”, entre cortas fases de estabilidad relativa y fases de aguda desestabilización económica, social y política, ligadas a la debilidad del “equilibrio inestable” del capitalismo en su conjunto.
De hecho, la importante “modernización capitalista” que en los 90, al calor de la penetración imperialista, impulsó una vasta reconfiguración de las economías, las estructuras sociales y las formas políticas, no alcanzó a constituir una base sólida para el equilibrio regional. Y a pesar de las derrotas de la etapa anterior, la resistencia de masas dificultó las contrarreformas neoliberales, llevando finalmente a sentar las bases de un nuevo ciclo ascendente de la lucha de clases circa del cambio de siglo. América latina mostró una mayor fragilidad aún en momentos de crecimiento y las tendencias recesivas o turbulencias políticas a nivel internacional se expresaron en la región con periódicas explosiones nacionales bajo la forma de cracks financieros (Venezuela, México, Argentina), agudas crisis políticas (Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina) y erupciones de la lucha de clases (países andinos, Argentina).
Que la nueva crisis internacional comience a extenderse desde su epicentro en Estados Unidos no puede menos que impactar en América latina, dada la relación de dominación particularmente estrecha y directa de la metrópoli sobre esta parte del mundo, aunque al principio amortiguados por las buenas condiciones económicas que la región mostró en los últimos años. Las líneas de ese impacto probablemente seguirán las particularidades de la desigual situación de los distintos países y subregiones, golpeando más inmediata y directamente en México y Centroamérica, más estrechamente subordinados a la órbita norteamericana, y más lentamente en Sudamérica, que cuenta con un comercio más diversificado y mayores márgenes de autonomía relativa en lo político.
III. Las dificultades de Estados Unidos y la crisis del “orden regional”
El complejo juego entre presión imperialista, crisis de la hegemonía norteamericana y márgenes de maniobra para los países del área se expresa en una crisis del orden regional semicolonial. A su manera, esto refleja las consecuencias en Latinoamérica del fracaso de Bush en imponer un “unilateralismo” agresivo y las dificultades con que choca el imperialismo en un escenario “geopolítico” donde participan no sólo sus socios-rivales imperialistas, sino también potencias de segundo o tercer orden como Rusia y China, las aspiraciones locales de Brasil, y otros que como Venezuela, aspiran a aliviar el grado de dependencia económica y los lazos semicoloniales.
El proceso de copamiento de las economías latinoamericanas por las transnacionales no se ha detenido, extendiendo su control sobre los sectores más dinámicos y rentables (en los servicios, la banca, la industria, el “agrobusiness” y los minerales, aunque en hidrocarburos choca con una contrapresión nacionalista, como en Venezuela y Bolivia). Sin embargo, la debilidad hegemónica de Estados Unidos ha impedido que el colosal peso del capital imperialista se vea acompañado por una profundización simétrica del dominio semicolonial, pese a la presión yanqui por profundizar su control y articular el conjunto de la región a sus necesidades, lo que deja irresuelto los términos del status semicolonial de los países latinoamericanos, abriendo espacio para fricciones y regateos.
La condición semicolonial es estructural, pero no estática, muestra un amplio arco de situaciones nacionales y puede oscilar un tanto en distintos momentos históricos, según las correlaciones de fuerza con el imperialismo marcadas por la evolución de las relaciones económicas, interestatales y de la lucha de clases. Por ejemplo, Brasil es un país económicamente dependiente y está atado por lazos de tipo semicolonial al imperialismo; sin embargo, estos lazos son menos estrechos que los que someten a El Salvador (que hasta renunció a su propia moneda para adoptar el dólar y alberga bases militares yanquis en su territorio). Algunos países, como Venezuela y Bolivia, luego de que la penetración imperialista alcanzara en los años 90 grados muy altos, con relaciones cuasicoloniales en algunos campos (como en la “extranjerización” de los hidrocarburos o la intervención directa en la “lucha contra en narcotráfico”) buscan recuperar márgenes de “autonomía relativa” apoyándose en las masas para regatear frente al imperialismo. Además, hay que mencionar que Cuba es todavía un Estado Obrero burocratizado en el cual pese a los avances de la restauración, subsisten importantes conquistas de la revolución. Por ello, aunque es económicamente dependiente y esta dependencia se ha ido acentuando gravemente en los últimos años con medidas restauracionistas como la apertura a la inversión extranjera, no es semicolonial, sino políticamente independiente.
En los últimos años, el intento del imperialismo norteamericano de imponer un salto en su dominio económico y político sobre América latina comenzó a perder velocidad a principios de siglo, ante el alza en la resistencia de masas de la región, la serie de derrotas de los gobiernos más proimperialistas y las propias dificultades de Washington, comprometido profundamente en Irak y con varios sectores reacios a la extensión del ALCA. Sin embargo, esto no significó el cese de la presión norteamericana sino una adaptación pragmática a las nuevas relaciones de fuerza, negociando TLCs bilaterales en lo económico, manteniendo la presión política y diplomática y apoyando a los regímenes más pronorteamericanos incluso militarmente, como es el caso de Colombia.
Las rivalidades interimperialistas están todavía amortiguadas en el escenario latinoamericano, pues en general, Europa y Estados Unidos actúan en “frente único” en defensa de sus inversiones e intereses, aunque el peso de los intereses europeos impulsa a la UE a avanzar más en Sudamérica (con acuerdos que “cruzan” los TLC que impulsa Washington y algunas divergencias políticas con Washington). Pero al mismo tiempo, la decadencia de la hegemonía norteamericana, los fuertes lazos comerciales con Europa y China, cierta presencia de Rusia y China creando oportunidades adicionales para obtener armamento, apoyo diplomático, etc., y las relaciones de fuerza impuestas en un quinquenio de intensa lucha de clases, han ampliado los márgenes de maniobra de las semicolonias de la región, particularmente en Sudamérica, donde el grado de dominación económica y política yanqui es menor.
Los fracasos de Bush en la arena internacional, a partir del empantanamiento en Irak, lo obligaron a una línea más pragmática hacia América latina en el último período, aunque a fines de su mandato parece haber un último esfuerzo del ala más dura por aumentar la presión, tratando de “marcar la cancha” para la futura administración. Pero esto incide en un panorama de polarización regional que ha evolucionado de manera desfavorable a Estados Unidos:
· El intento de constituir un “Arco del Pacífico” de México a Chile, económicamente neoliberal y políticamente conservador, integrado a los planes norteamericanos y de sus aliados en Asia (ASEAN), choca con grandes dificultades y es el contexto en el que se ubica el posicionamiento económico, político y militar de Colombia como principal aliado de Washington. Que pese a sus éxitos militares contra las FARC y su rol de contrapeso a Chávez, el Congreso norteamericano haya postergado indefinidamente el tratamiento del TLC con Bogotá es muestra de las contradicciones de este polo. Por otra parte, el propio Chile ensaya una posición más “al centro” de la que quisiera EE.UU.
· Mientras, se busca instalar un “sudamericanismo” moderado impulsado por Brasil (como se vio en la constitución de la UNASUR). El gobierno Lula se ubica como el “modelo de centro” frente a los polos del alineamiento tipo Uribe o el chavismo, apoyándose en el tamaño económico, geográfico y demográfico de brasil para jugar un mayor papel en la arena internacional, para lo que busca consolidar un rol de “liderazgo regional” y pesar en el rediseño del orden semicolonial latinoamericano (lo que trae roces con algunos vecinos, como Colombia y Argentina). Sin embargo, a pesar del avance relativo de Brasil en este plano y sus negociaciones con Washington, no hay condiciones estructurales para imaginar un equivalente de la UE, es decir, para consolidar un bloque regional “autónomo” ordenado en torno a Brasilia. Es cierto que la crisis de hegemonía imperialista amplia los márgenes de maniobra de Brasil y éste -como parte de los “BRIC”- busca explotarlas para negociar más amplios márgenes para la “acumulación nacional”. Pero pese a su fuerza, Brasil no es un “subimperialismo” como afirman algunos sectores de izquierda, sino un país dependiente, sometido al capital financiero internacional y atado por lazos semicoloniales al imperialismo. El desarrollo de la crisis puede terminar desestabilizando a Brasil y desmoronando esa estrategia de la burguesía brasileña, lo que lo convertiría no en un factor de “orden regional” y “moderación”, como se posiciona hoy en Haití, Bolivia, Venezuela o ante Colombia, o en un “motor de la integración económica” (como en el MERCOSUR) sino en un factor de crisis y desestabilización para toda Sudamérica.
· Al mismo tiempo, el proyecto del ALBA liderado por Chávez no logra consolidarse, por la debilidad de la propia economía venezolana para ofrecer mercados y apoyo a sus aliados (pese a su capacidad hidrocarburífera y financiera), la extrema dependencia de éstos frente al capital extranjero y las ambigüedades políticas y reticencias de los más “moderados”, que no quieren arriesgarse a mayores choques con Washington; todo lo que en última instancia ratifica la lección histórica de que no hay posibilidades para la necesaria unidad económica y política de los países de la región en los marcos capitalistas y sin romper con el imperialismo.
En última instancia, estos movimientos reflejan que hay una crisis del orden semicolonial regional, que ya no puede ser dirigido por Washington como en los “viejos tiempos” pero que no encuentra una nueva forma, lo que da pie a constantes negociaciones, realineamientos, roces bilaterales y fricciones con Estados Unidos.
La ocupación militar de Haití -un país considerado “estado fallido” por el imperialismo-, en nombre de “razones humanitarias” bajo el mandato de la ONU es un experimento donde los estados latinoamericanos (encabezados por Brasil, Chile, etc.), aspiran a demostrar su capacidad de defender el orden ante crisis políticas agudas o erupciones revolucionarias. Las tropas latinoamericanas y de otros países en la MINUSTAH son una fuerza de ocupación bajo pretextos “humanitarios y democráticos” que muestra su verdadero rostro en la represión al pueblo haitiano, sin poder, sin embargo, recomponer el estado y el régimen, por lo que la ocupación tiende a prolongarse indefinidamente.
En el mismo sentido, la agresividad de Colombia (incidente con Ecuador) intenta trasladar a la región los “principios” de agresión unilateral y “preventiva” en la “guerra contra el terrorismo” preconizados por la administración Bush. No sólo Venezuela y Ecuador, sino también Brasil y otros países se opusieron a esa incursión, aunque después todos negociaron aceptando las necesidades de la “guerra contra el terrorismo” pero poniéndole límites a Uribe y los norteamericanos.
Las gestiones de la OEA, el “club de países amigos” y Lula frente a la crisis política en Bolivia, respaldando al gobierno de Evo y poniéndole límites a las posiciones más extremas de los autonomistas, es otro rasgo de esta preocupación regional por “mantener el orden” con sus propios recursos bajo pretextos de defensa de la “democracia”.
Las elecciones norteamericanas abren un compás de espera y negociación, a la espera de eventuales cambios en la política norteamericana hacia América latina si ganan los demócratas. Sin embargo, Obama no ha dado señales claras de qué curso piensa imponer a la política exterior de Washington, ni qué estrategia adoptará hacia los países al Sur del Río Grande. En todo caso, un gobierno más adaptado al “multilateralismo” no por eso dejará de seguir las líneas maestras de la estrategia imperialista que reclaman un mayor control económico y político sobre la región. Lejos de una “convivencia pacífica” con lazos semicoloniales cada vez más débiles, hay que esperar nuevas fricciones y choques, alimentados por las dificultades económicas y la lucha antiimperialista en todos los terrenos conservará un lugar primordial en nuestro programa.
IV. Economía: del crecimiento a las “turbulencias”
Se están agotando los factores que promovieron un ciclo de crecimiento económico sostenido durante el último quinquenio. El crecimiento regional continúa arrojando tasas globalmente positivas (el PBI regional creció en 2007 a un 4,5%), e indicadores altos en países como Argentina, Venezuela, Perú, con una tendencia ascendente en Brasil (donde algo más del 4% es considerable, dadas las dimensiones del país que provee el 46 % del PBI sudamericano). Sin embargo, no sólo muestra una dinámica desigual, con tendencias recesivas en México (menos del 3%), Centroamérica (donde se hace sentir el impacto de la recesión norteamericana, habiendo comenzado a descender las remesas de los emigrantes, que para varios países equivalen a entre el 10 y 20% del PBI); además, sus índices tienden a reducirse. La economía regional se ve enfrentada a crecientes “turbulencias” y “desbalances” (“sobrecalentamiento” inflacionario, apreciación cambiaria, cuellos de botella en la producción, achicamiento del superávit comercial, competencia externa), que parecen el preludio de una desaceleración e incluso de un “fin de ciclo” que invierta la curva hasta ahora ascendente.
El boom del último quinquenio dependió estrechamente del esquema de acumulación mundial, en el que América latina juega un rol como proveedor de materias primas, insumos industriales y energía (además de mercado secundario y fuente de valorización financiera). En estos años Estados Unidos actuó como “consumidor en última instancia” y como tal, fue motor de la producción en los “talleres” de China, India y el Sudeste asiático, incrementando la demanda de materias primas e insumos latinoamericanos. Tras largos años de depresión, el alza en los precios del petróleo, los cultivos cerealeros y oleaginosas y los minerales ha significado una recomposición de la renta que benefició a los países productores de materias primas y ha dinamizado el ciclo económico latinoamericano.
Por otra parte, el mismo alza de precios de los hidrocarburos, minerales y alimentos, que beneficia a varios países alimenta desproporciones y desequilibrios (como la “reprimarización” o la “enfermedad holandesa”), y actúa promoviendo las llamadas “crisis alimentaría” y “energética”, que impacta sobre otros países de la propia región, tensando la economía y las relaciones sociales, además de motorizar una puja por la renta y la apropiación de los recursos naturales que está en la base de divisiones burguesas y tensiones políticas crecientes.
Además, los efectos de esta fase de crecimiento sobre la acumulación son relativamente limitados, pues a lo largo de la misma, y pese a movimientos defensivos de algunos estados (en el campo hidrocarburífero, en la distribución de las rentas extraordinarias), las características dependientes del capitalismo local no sólo se han mantenido, en general, sino que incluso se han acentuado.
El papel dominante de las transnacionales en los sectores claves de la producción agraria, extractiva, financiera y de servicios les permite apropiarse de una parte desmesurada de la renta, amplificando los efectos del saqueo imperialista (retorno de utilidades, servicio de la deuda externa e interna, etc.) y “extranjerizando más el destino del excedente”. A esto se agrega un enorme flujo de salida de capitales nacionales -como las inversiones de empresas locales en el exterior, la especulación financiera, etc.- que “esterilizan” en buena medida los efectos del crecimiento sobre la inversión y deforman aún más el esquema de acumulación.
Aún en el cenit del crecimiento -años 2005 a 2007-, la inversión no ha superado el 20-22% del PBI en contraste con China y otros países del Sudeste Asiático, que superan el 30%. No se han modificado de manera radical las características estructurales de la “acumulación dependiente” estructuralmente débil y restringida por las enormes proporciones del saqueo imperialista. Un amplio “excedente” es constituido a partir de las altas tasas de explotación obrera, las rentas extraordinarias y monopólicas y la exacción de los sectores no y semicapitalistas de la economía. Pero no tiene su correlato en la inversión, sino que alimenta los circuitos financieros subordinados Wall Street, financia el consumo de estratos altos a través del endeudamiento, y en suma, es exportado como capital, subsumido a los flujos financieros mundiales.
Por ello, diversos Estados intentaron aprovechar el crecimiento para mejorar sus “condiciones macroeconómicas” ante los avatares de la economía internacional como la acumulación de reservas, diversificación de socios comerciales (Brasil sólo vende a EE.UU. el 16% de sus exportaciones, aunque en el otro polo México realiza un 80% de su comercio exterior a través de su frontera norte), mecanismos de “integración regional” como el MERCOSUR (aunque en el caso de la CAN se asiste a una seria crisis por el distinto rumbo de sus integrantes), etc.
Ahora, ante las crecientes “turbulencias” y el previsible impacto de la crisis internacional, distintos gobiernos se ven empujados a un mayor intervencionismo estatal con políticas como los cupos de exportación, subsidios, manejo de precios y tipo de cambio, medidas “contracíclicas” como la inyección de fondos públicos, etc., buscando modificar la regulación económica y la distribución del “excedente”.
Esto genera mayores contradicciones con grupos de capitalistas y las transnacionales, con tendencias de distintos Estados a recuperar control sobre al menos parte de esa renta (como muestran las “renacionalizaciones petroleras” en Venezuela y Bolivia y el intento de avanzar en el mismo sentido en Ecuador) como forma de sostener su “capacidad de mediación”.
Aunque en varios países la política económica se mantiene dentro de los moldes neoliberales, como en Brasil bajo Lula (que ha mantenido un compromiso favorable a los sectores más financierizados y al ingreso de capitales extranjeros), con Calderón en México (que intenta una “apertura” petrolera y energética) o en Colombia, Perú y los países centroamericanos, se trata de un “neoliberalismo tardío” que intenta prolongar ese esquema tras dos décadas de aplicación y cuando los vientos en la economía mundial comienzan a ser más desfavorables a su éxito.
Por otro lado, en otros países, como Argentina, se plantea un “neodesarrollismo” (que en última instancia no rompe los moldes heredados del neoliberalismo) que busca arbitrar la asociación con el capital extranjero en términos un tanto más favorable a la acumulación a escala nacional, con medidas como el manejo de tarifas, subsidios, retenciones, etc.
En el caso de Venezuela y Bolivia, la política económica tiene rasgos más nacionalistas, pues además de un esfuerzo por recuperar el control de parte de la renta “extranjerizada”, se intenta reconstituir un sector “capitalista de Estado” limitado (muy lejos de los niveles de participación estatal de los años 50 o 60), como punto de apoyo para intentar regular la economía.
Se están produciendo distintos movimientos defensivos ante un panorama internacional que se complica y, aunque todavía sigue el crecimiento y el ya “languidescente” boom de las materias primas le puede dar todavía una cierta “sobrevida” en Sudamérica, a lo que contribuiría cierta solidez “macroeconómica” y financiera y el flujo de capitales que busca oportunidades, refugio y valorización -el año pasado América latina recibió la suma récord de 16 mil millones de dólares en IED-. Sin embargo, pese a las expectativas burguesas de una “desaceleración suave”, están agudizándose las desproporciones y desequilibrios económicos, haciendo más irregular y divergente la trayectoria de los distintos países y creando un clima de “fin de ciclo”, que podría agravarse si la profundización de la crisis internacional lleva a un desplome de precios o a un derrumbe financiero.
Por eso, son ilusorias las esperanzas en un “desenganche” regional respecto a la recesión en Estados Unidos. La influencia de la misma será decisiva, la extensión de la crisis norteamericana pone en cuestión el complejo esquema de acumulación internacional del que depende América latina y arroja un gran cono de sombras sobre las perspectivas regionales, lo que ya se está manifestando en la retracción de inversiones, bajas bursátiles, alza de intereses y tendencias erráticas en los precios de las materias primas.
Desde el comienzo mismo, la tendencia es a preservar las ganancias capitalistas descargando los costos de las dificultades económicas sobre los hombros de las clases trabajadoras. Por lo pronto, la inflación, que afecta en particular a los alimentos populares, ya está implicando un fuerte ataque a los trabajadores y el pueblo pobre, y significa una enorme transferencia de riqueza desde los sectores de ingresos fijos a sectores burgueses en desmedro de las masas y de otros capitalistas, lo que puede derivar en mayores disputas interburguesas y alentar la resistencia de masas frente a condiciones de trabajo, de salario y de vida erosionadas por la inflación.
V. Tensiones en aumento y nuevas crisis políticas
Las turbulencias en la economía, los forcejeos con el imperialismo y la agudización de las contradicciones sociales están alentando en varios países, desde México a Argentina, fuertes tensiones, polarización política y la reapertura de crisis políticas de magnitud, bajo el signo de “vientos reaccionarios”, al mismo tiempo que comienza a erosionar la capacidad de contención de los gobiernos “posneoliberales”.
Los gobiernos más proimperialistas atraviesan una “mala hora”, como en México (con un Calderón debilitado para imponer por vía bonapartista y represiva sus planes). Incluso en Colombia, donde Uribe se ha fortalecido luego de sus golpes exitosos contra la guerrilla (como la liberación por el ejército de Ingrid Betancourt) debe lidiar con el escándalo de la “parapolítica” (que ha enviado a la cárcel o a investigación a decenas de legisladores por lazos con el narcotráfico y los paramilitares y compromete al mandatario en persona) para poder viabilizar una segunda reelección.
Entre tanto, los recambios “posneoliberales” siguen extendiéndose (como muestran el triunfo de Lugo en Paraguay y la posibilidad de un triunfo del FMLN en El Salvador), pero esto no significa que cuenten con un escenario favorable, pues como muestra Argentina (donde a sólo seis meses de asumir, Cristina Fernández enfrenta una importante crisis política ante la oposición agropecuaria), deben hacer frente a problemas económicos, sociales y políticos agudos.
En el caso decisivo de Brasil, el gobierno de Lula se ha refortalecido, al superar los momentos de mayor debilidad de su primer mandato, asumiendo el programa neoliberal en un compromiso con las diversas fracciones burguesas (industriales, agrobusiness, finanzas, transnacionales) y apoyarse en la burocracia sindical y la pasividad de las clases trabajadoras, para presentarse como un “modelo” de moderación y confiabilidad para la burguesía en su conjunto. Sin embargo, el “modelo Lula” de compromisos se basó en condiciones favorables pero transitorias para el Brasil, y supuso poner en el centro a la principal mediación -el PT- con que contaba la clase dominante, para administrar el estado (como salida a la crisis que se gestaba a inicios de la década). Las endebles bases de esta relativa solidez están estrechamente ligadas a la posibilidad de mantener un consenso en base al crecimiento económico y la “paz social”, que para nada están garantizadas a mediano plazo.
Es que la relativa fortaleza de algunos gobiernos contrapesa y se combina con la debilidad de Estados y regímenes que no pudieron ser consolidados tras las severas crisis de años anteriores, pese a los recambios “posneoliberales”. Los regímenes de dominio existentes en la mayoría de los países son continuidad esencial de las “democracias semicoloniales” y las “transiciones a la democracia” en que se apoyó el neoliberalismo. Sólo en los casos de Venezuela (con la República Bolivariana), en Bolivia (con el inacabado “proceso constituyente” y en medio de una aguda crisis) y ahora en Ecuador (tras años de crisis políticas y levantamientos) se asiste a un cambio de régimen.
En este marco, está quedando atrás la fase donde, en el marco del crecimiento económico y las grandes ganancias capitalistas que facilitaban los compromisos, la prioridad era la contención de los antagonismos sociales y las contradicciones políticas podían ser amortiguadas. Ahora, ante las turbulencias que oscurecen el horizonte regional, las clases dominantes buscan gobiernos más duros. No están dispuestas a aceptar márgenes tan amplios de autonomía estatal relativa como los que pretenden las camarillas progresistas del tipo de los Kirchner para ejercer su labor de mediación y conciliación de clases, y mucho menos desean experimentos de arbitraje con rasgos bonapartistas sui generis de izquierda como el de Chávez, que podrían acarrear serios choques con el imperialismo o soliviantar a las masas explotadas y oprimidas.
Las clases dominantes reclaman gobiernos que sean “comités de gestión de los negocios comunes” confiables, que les aseguren un mayor control directo del Estado y puedan endurecerse ante las tensiones sociales. Por eso ejercen una creciente presión para que los gobiernos “progresistas” sigan el camino de Lula y Tabaré, se “socialdemocraticen” o se hagan directamente “social liberales”, y alimentan una enconada oposición sobre los gobiernos “nacionalistas “ y “populistas” como el de Chávez o Evo Morales para frenar sus planes y desgastarlos.
Enfrentados a crecientes contradicciones y bajo la presión derechista, los gobiernos “progresistas” -como es el caso de Argentina, ven debilitarse sus márgenes de maniobra y de contención, y aunque tratan de retener la capacidad de arbitrar entre los distintos sectores capitalistas y mediar frente al movimiento de masas, comienzan a sufrir un desgaste político.
En la coyuntura, este clima fortalece expresiones de una “nueva derecha” como en Bolivia y Argentina, que trata de superar la crisis de los viejos partidos neoliberales reagrupando fuerzas sociales con un discurso republicano-liberal y un “regionalismo de los ricos” (que expresa la ligazón desigual de diversas regiones con el mercado mundial), con el apoyo de los grandes medios de comunicación, montándose en el descontento de capas pequeño burguesas que en defensa de su precaria estabilidad se asustan ante el discurso populista y giran a posiciones conservadoras.
A la derecha “escuálida” que ya venía actuando en Venezuela, se suma en Bolivia el movimiento autonomista, abiertamente burgués y terrateniente de los departamentos del Oriente (en cuya extrema derecha actúan grupos fascistizantes) y en Argentina el frente del “campo” que arrastró a la pequeña burguesía acomodada urbana. En Uruguay parecen recuperar fuerzas los viejos partidos Colorado y Blanco.
Sin embargo, el signo no es el de una derechización consistente de la región, sino por el contrario, de mayor inestabilidad y polarización. En síntesis, en medio de esas tensiones y pese a los esfuerzos por imponer un giro reaccionario en la coyuntura y pasar a una correlación política más favorable a las necesidades de la gran burguesía y el imperialismo, las perspectivas de la situación en un plano más estratégico podrían ser de virajes bruscos, crisis de magnitud y nuevos fenómenos de la lucha de clases, posiblemente en los países que ya venían más golpeados por “crisis orgánicas” y ascenso de masas durante los años precedentes.
VI. Límites y contradicciones del nacionalismo
A la izquierda del espectro político regional están los gobiernos de Chávez y Evo Morales, que expresan distintos proyectos de conciliación de clases y regateo con el imperialismo bajo un discurso nacionalista y populista. En ambos casos, y pese a la popularidad que mantienen, las limitadas medidas de carácter nacionalista o seminacionalista que han tomado están mostrando sus límites ante la magnitud de las contradicciones económicas, sociales y políticas que encierra el capitalismo semicolonial. Ante la presión burguesa e imperialista estos gobiernos buscan maniobrar, y, mientras ofrecen compromisos y concesiones a la clase dominante, deben ensayar algunas acciones parciales y gestos de cara al movimiento de masas, lo que mantiene altos niveles de confrontación política con la oposición. Dentro de ese curso general, no pueden descartarse oscilaciones a izquierda en el marco de la mayor polarización social y política y dificultades económicas crecientes. Pero el punto más alto y “más a izquierda” de sus gobiernos parece haber quedado atrás, limando sus posibilidades de mantener “hegemonía política” de manera duradera.
En Venezuela, Chávez comienza a mostrar un cierto desgaste, como muestra la derrota en el referéndum por la reforma constitucional, lo que lo empuja, sin ceder en sus intentos de consolidar su rol bonapartista, a la búsqueda de negociaciones con el empresariado y el imperialismo. Bajo el argumento de que “el pueblo no está maduro para el socialismo”, Chávez ha ido girando hacia la búsqueda de un compromiso (como mostraron el giro a una actitud conciliadora en el conflicto con Colombia, endureciendo sus críticas a las FARC; o el tender puentes desde ahora a la futura administración demócrata en la Casa Blanca), pero también, con la gran burguesía venezolana, como en el encuentro con los empresarios durante junio. De hecho, y sin descartar nuevos gestos como la nacionalización de SIDOR (subproducto de la lucha de los trabajadores) o de las cementeras, el curso de Chávez es a una mayor moderación y un cambio de política en Washington después de Bush puede terminan facilitando una “suavización” de las relaciones con Estados Unidos. Las tendencias a un mayor desgaste interno implican un comienzo de agotamiento político.
En Bolivia, a dos años y medio de asumir el gobierno con un amplio apoyo no sólo electoral, sino de los “movimientos sociales” más combativos, Evo Morales y el MAS ven el proyecto reformista de “refundar el país” por la vía de la asamblea constituyente empantanado ante la ofensiva de la derecha autonomista envalentonada por las concesiones del oficialismo y atrincherada en los departamentos de la “media luna”. El gobierno cumple a rajatabla con su rol frentepopulista de contención, impidiendo que las masas intervengan con su movilización, pero su estrategia de colaboración de clases choca con la profundidad de los antagonismos sociales en el país andino y la agudeza de la “crisis política crónica”, en una situación de “régimen fracturado” por el rechazo cerril de la reacción “autonomista” liderada por los prefectos a ceder posiciones, lo que desnuda el rol del reformismo nacionalista-indigenista, frenando a las masas y cediendo al avance de la derecha en una crisis que afecta al conjunto del andamiaje político-estatal y que mantiene latentes las tendencias a mayores enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución.
En Ecuador, el presidente Correa, que desde un principio se mostró reacio a seguir el camino de Chávez, tratando de mantener un perfil “intermedio”, más moderado, enfrenta dificultades políticas en el “proceso constituyente” del que espera un fortalecimiento a la institución presidencial, que lo ubique como árbitro al mismo tiempo que ayude a recomponer el débil régimen político; está tropezando con una fuerte oposición de las petroleras a aceptar una renegociación de contratos, se alejó de Estados Unidos con la devolución de la base militar de Manta, y tuvo fuertes choques con Uribe por la agresión en su territorio pero también sufre el distanciamiento de movimientos sociales disconformes.
Estas contradicciones ratifican las dificultades para asentar proyectos de mediación y conciliación de clases allí donde los niveles de crisis económica y política y de movilización de masas han sido mayores.
Como queda dicho, Que Chávez, Evo o Correa, tratando de asentar su rol de arbitraje y conciliación de clases busquen concertar con las distintas fracciones burguesas y las transnacionales, no excluye a priori oscilaciones a izquierda, para defenderse de la presión imperialista o contener a su base social, como ciertas nacionalizaciones o concesiones a las masas de otra índole, especialmente democrático-formales. Sin embargo, los estrechos límites que ya han mostrado en una situación relativamente favorable como la de estos años, revelan la impotencia del nacionalismo y el populismo burgués actual (incluso respecto a sus antecedentes históricos, como el peronismo o el varguismo en los 40 e inicios de los 50), de cara a las tareas nacionales y democráticas y las penurias de las masas. El desarrollo de la crisis económica y de los antagonismos sociales y políticos exacerbará las contradicciones de este tipo de gobiernos y limitará sus posibilidades de arbitraje y contención, al mismo tiempo que su propia política de colaboración de clases contribuye a alimentar el desarrollo de una agresiva “nueva derecha”.
La burguesía y el imperialismo no cuentan todavía con suficiente fuerza para reemplazarlos y más bien presionan para contenerlos y desgastarlos mientras tratan de recomponer alternativas conservadoras. Pero no pueden excluirse nuevas y mayores ofensivas reaccionarias, pues pese a sus esfuerzos por lograr un compromiso, este tipo de gobiernos no es funcional a las necesidades de la clase dominante en horas de crisis. Por ello, la posibilidad de enfrentamientos más abiertos entre la revolución y la contrarrevolución sigue inscripta, socialmente en donde, como Bolivia, la crisis es más profunda. Desde este punto de vista, es crucial estratégicamente que avance la diferenciación política en el seno de las masas, a partir de la posibilidad de que sectores avanzados obreros y populares profundicen su experiencia con el nacionalismo, el reformismo y el indigenismo y puedan oponer sus métodos y su programa a la reacción.
VII. La creciente polarización social
El ciclo de crecimiento atemperó las fricciones interburguesas y con el capital extranjero, al mismo tiempo que la necesidad de contener al movimiento de masas y las crisis políticas de años anteriores hacía más aceptables para la clase dominante a los recambios “progresistas”. Estos se apoyaron sobre alianzas sociales “neodesarrollistas” y “democratizantes” inestables (pues no incluyen grandes concesiones materiales al proletariado y las masas). La erosión de las condiciones económicas y políticas está tensando todos los antagonismos sociales, contribuyendo a reabrir escenarios de mayores disputas entre sectores capitalistas y realineamientos de clase y erosionando las posibilidades de mantener su base social.
En el ejemplo de Argentina, el frente burgués que venía haciendo grandes ganancias gracias a la devaluación al “3x1” y las altas tasas de crecimiento, se fracturó en torno al conflicto por las retenciones a las exportaciones de soja y otras, y está descomponiéndose en un “polo agrario” y un “polo industrial”, al mismo tiempo que la inflación y los altos niveles de explotación “enfrían” las ilusiones de los trabajadores en el kirchnerismo, medio año después de que Cristina Fernández asumiera con un amplio triunfo electoral.
Como parte de esos realineamientos de clase, sectores de la clase dominante presionan por derecha y arrastran a capas de la pequeña burguesía que en esta etapa y ante la ausencia de centralidad proletaria juega un importante papel político como base de las democracias semicoloniales. Ante la amenaza de la inestabilidad, ésta tiende a girar a la derecha alimentando la recuperación del polo conservador (aunque este comportamiento no es estable ni homogéneo, pues también el nacionalismo chavista o el MAS en Bolivia son fenómenos que incorporan a segmentos de la clase media).
Ese fenómeno se extiende de México (donde no faltan los que ven con recelo a AMLO), pasando por Colombia (donde son base del ultrarreaccionario uribismo) y la oposición “escuálida” venezolana, Bolivia y Argentina. En estos dos países un hecho nuevo son los fenómenos de oposición reaccionaria que logran amplia base social pequeñoburguesa. En Bolivia, el “autonomismo” de las regiones productoras de hidrocarburos y de agricultura capitalista (la “media luna”). En Argentina, los sectores medios que hicieron causa común con el reclamo ruralista contra las retenciones.
Los movimientos de base plebeya, campesina o indígena que fueron protagonistas destacados en la primer fase del ascenso, se hallan en una etapa de desmovilización, contenidos o desviados a través de la cooptación, concesiones formales o, simplemente, desmotivados por la mejora en la situación económica. Esto no significa que hayan desaparecido o que no puedan jugar un papel importante en la próxima fase. Más aún, hay importantes luchas campesinas y populares, que junto a procesos obreros que luego analizaremos, dan cuenta de un nivel importante de “conflictividad social”: desde la resistencia mapuche y las masivas luchas estudiantiles y de profesores en Chile a los levantamientos regionales y las luchas de los cocaleros en Perú, las movilizaciones de tipo popular en Santo Domingo, las revueltas por el hambre en Haití que muestran el hastío ante la ocupación por la SINUSTAH, o diversas movilizaciones en Centroamérica.
Esto es expresión de la profundidad de la polarización social, de la situación de miseria que ahoga a la mitad de la población latinoamericana y de la gravedad de la crisis social que aún en pleno crecimiento, se manifiesta en los altos niveles de desempleo, subempleo, carencias de salud y ecuación, marginalización, represión que sufren grandes capas de la población humilde y trabajadora, la violencia social en muchas ciudades latinoamericanas es reflejo de cómo el decadente capitalismo semicolonial mientras arroja a la miseria, la desesperación y la descomposición a millones, aplica una bárbara “criminalización de la protesta, de la pobreza y de la juventud”.
Bajo el signo de la creciente polarización social pueden producirse nuevos fenómenos de clase, tanto a derecha (como el viraje conservador de sectores medios) como a izquierda (que podría ser alentado por una mayor intervención obrera), en los que hay que incluir la posibilidad de que las disputas interburguesas - la división entre bloques conservadores y progresistas o nacionalistas- arrastre a las clases subalternas, y además, está planteada la posibilidad de una intervención obrera, lo cual resultaría decisivo para la dinámica de la situación.
VIII. La situación y perspectivas del movimiento obrero
El ciclo de crecimiento permitió un fortalecimiento objetivo de las fuerzas obreras, al reinsertar en el trabajo -cierto que en su mayoría en condiciones de precarización- a millones de trabajadores. También hay un lento proceso de recomposición subjetiva que se expresa por vía sindical y en clave reformista -bajo la influencia político-ideológica del nacionalismo (cuyo referente principal hoy es Chávez) y del sindicalismo (economicista y a veces antipolítico), sin que haya todavía auge obrero ni radicalización de vanguardias de la clase. Por otra parte, la experiencia de la primer gran fase de ascenso luego del 2000, y de las oleadas de lucha sindical en los recientes años de “estabilización relativa” son ya un activo importante para sectores avanzados del movimiento obrero, si bien éste parte desde un piso muy bajo de subjetividad.
Actualmente hay importantes signos de un reanimamiento obrero extendido a varios países, en un proceso regional que es parte de las tendencias que están manifestando una “tonificación” de las filas en el proletariado internacional, con las luchas que se extienden desde Corea del Sur a Egipto.
En Latinoamérica el proceso se expresa todavía principalmente a través de luchas sectoriales -por rama y por empresa-, de tipo reivindicativo, de lucha y de reorganización sindical que se dan “por abajo”, y todavía no registra grandes acciones de conjunto del proletariado, que además, sigue siendo más bien pasivo en países claves como Brasil. Sin embargo, es muy extendido y abarca tanto a nuevos sectores del proletariado precarizado en la industria y los servicios, como a los trabajadores del magisterio y la salud, tradicionalmente combativos, y a sectores tradicionales de la clase trabajadora como los mineros y petroleros. Vale la pena detenerse un poco en algunas de sus manifestaciones durante el último período:
· Movilizaciones industriales a veces aisladas pero de importancia durante el último período en Venezuela (SIDOR) y Argentina (Mafissa y otras empresas), además de algunos conflictos en Brasil (GM en el ABC).
· Vienen dándose importantes conflictos en los servicios y el transporte, como en el sector aeronáutico (como en Argentina), choferes (Brasil), etc.
· Importantes huelgas mineras se han producido en México, Perú (donde hay un amplio proceso de reorganización por abajo, de los terciarizados que son el 80% del sector), Chile (con importantes conflictos de los subcontratistas del cobre) y Bolivia (con el gran centro minero de Huanuni).
· En Colombia, y a pesar de la situación reaccionaria, una importante huelga de 10 días permitió un gran triunfo de miles de trabajadores de las subcontratistas petroleras de ECOPETROL.
· Los constructores han salido a la lucha en Perú, donde también hay un proceso de organización de sindicatos industriales y mineros por empresa muy importante, pero también en Panamá (en un duro conflicto que tuvo varios muertos por la represión) y en Brasil (Fortaleza).
· En Santo Domingo, Costa Rica (pese a la imposición del TLC y la represión oficial) y otros países centroamericanos (como Honduras, donde en febrero hubo un “paro cívico” nacional) hay luchas sectoriales y protestas del magisterio y profesores, personal médico, empleados públicos, etc.
· La jornada nacional de protesta en Perú del 8 y 9 de julio contra el gobierno entreguista y represivo del APRA puede estar anticipando una tendencia a paros generales de carácter más político.
Los grandes aparatos sindicales, crecientemente cooptados al estado burgués y dirigidos por burocracia que a pesar de sus distintos grados de superestructuralización y crisis interna, siguen dirigiendo al movimiento obrero y poniéndolo a la rastra de los distintos proyectos de colaboración de clases, sea desde la oposición, como la CUT chilena, sea con el oficialismo, como la CGT y la CTA con el peronismo en Argentina; y son un pesado freno para el avance de este proceso de reanimamiento obrero.
En este marco resalta la importancia de los fenómenos de vanguardia que muestran una mayor tendencia a escapar al control burocrático y recuperar métodos de lucha y puntos programáticos avanzados. En los últimos años luchas por empresa en distintos países han mostrado acciones de vanguardia avanzadas que, a pesar de algunas derrotas y retrocesos, tienden a quedar como ejemplos y lecciones incorporadas por las capas más avanzadas. No solamente aportan a este nuevo “sedimento” de adquisiciones subjetivas las acciones de la primer fase de ascenso, que combinaron las luchas políticas y callejeras de masas y los levantamientos insurreccionales, o los procesos más claramente obreros, como las “fábricas recuperadas” en Argentina (cuyo ejemplo vivo sigue siendo Zanón). También las experiencias de la fase reciente de estabilización relativa, con procesos de organización sindical (como en Perú, Bolivia y Chile), las luchas salariales por empresa y el surgimiento de un nuevo “sindicalismo de base” con componentes antiburocráticos (Argentina), la lucha de SIDOR que impuso la nacionalización (Venezuela), o el desarrollo de un fenómeno progresivo de reagrupamiento de la vanguardia obrera como es CONLUTAS en Brasil.
Sin embargo, el aislamiento de estas acciones es un dato más de la profunda contradicción que hay entre las superestructuras obreras existentes, cada vez más superestructuralizadas e integradas al Estado, con las burocracias actuando como lugartenientes de los planes del capital y sus gobiernos, y las necesidades del proletariado, particularmente de los nuevos sectores precarizados y superexplotados.
Que esta situación cambie y surjan nuevos fenómenos obreros, depende en buena medida de cómo impacte una nueva crisis económica. La relación entre economía y lucha de clases no es mecánica. Todo el conjunto de la coyuntura juega en la determinación de cómo las masas responderán a un empeoramiento de sus condiciones de vida y nuevos ataques de los gobiernos y las empresas. Y no es un factor menor considerar cómo está el propio movimiento obrero y de masas al comienzo de la crisis.
En general, la inflación en condiciones de cierta recuperación del empleo y con la experiencia viva de las secuelas que la aplicación de medidas de “austeridad” deflacionarias causó en los 90, al implicar un comienzo más lento de la crisis podría alentar un mayor desarrollo de la resistencia, con paros y huelgas en defensa del salario, en una “gimnasia huelguística” en la que podría irse templando la vanguardia y desarrollándose tendencias a izquierda; mientras que un crack podría paralizar a los trabajadores con el terror económico, si el movimiento obrero no está preparado para enfrentarlo... o empujar a saltos en la adopción de métodos de lucha avanzados, como las ocupaciones de fábrica y la producción bajo control obrero, para enfrentarlo.
Es posible que el “aterrizaje” de la economía con sus secuelas -inflación, carestía, desempleo, cierres y suspensiones, etc.-, proporcione el terreno para una escuela inicial de lucha para amplios sectores del proletariado. Esto plantearía probablemente desde un principio un mayor entrelazamiento entre la lucha antipatronal, antiburocrática y antigubernamental, así como contra las transnacionales y el saqueo imperialista. Además, de hecho los primeros síntomas de “fin de ciclo” están provocando fricciones burguesas que se trasladan al campo político y pueden abrir “brechas en las alturas” por las que pueda colarse el movimiento de masas. Estos elementos pueden incidir favorablemente para que la clase obrera comience a intervenir con mayor fuerza y desplegando más sus métodos y perfil de clase.
IX. Umbrales de un nuevo escenario
En el corto plazo de la coyuntura transitoria, sobre el mapa político de América latina soplan vientos reaccionarios como respuesta preventiva de las clases dominantes a las turbulencias económicas y políticas y el tensionamiento de los antagonismos sociales. Hechos como el fortalecimiento de Uribe en Colombia, la ofensiva autonomista en Bolivia o el desarrollo de un polo agrario conservador en Argentina, señalan esta tendencia. Sin embargo, el carácter de la situación no está resuelto y más que a una derechización sin contradicciones, esto conduce una mayor polarización.
Los escenarios más estratégicos están, evidentemente, condicionados por la dinámica de la crisis internacional y la forma y ritmos en que ésta impacte en la economía, la política y las relaciones sociales a nivel regional. Un “mapa político” de la región debería dar cuenta hoy de un complejo panorama. Esquemáticamente:
· México, Centroamérica y el Caribe pueden ser más rápida y duramente impactadas debido a que dependen mucho más estrechamente de Estados Unidos y su grado de sujeción a las presiones de Washington es mayor. De hecho, la recesión en la economía norteamericana ya está golpeando a esta parte del continente y salvo México -productor de petróleo importante aunque hoy en dificultades-, el resto es importador neto de hidrocarburos y alimentos y depende mucho de las remesas de su emigración al Norte, por lo que la “crisis energética” y la “crisis alimentaría” pueden golpearlos severamente. Aunque, los niveles de lucha de clases y el peso del proletariado son menores, hay una tendencia ascendente de las luchas y elementos de mayor crisis política, por lo que esta parte de América latina, relativamente más estable hasta ahora, puede tender a “nivelarse” con la más convulsiva Sudamérica.
México muestra elementos de una situación prerrevolucionaria bajo el curso recesivo de la economía y el debilitamiento del régimen político, lo que puede alentar nuevos procesos de lucha contra las privatizaciones, etc. (si bien pueden ser canalizados detrás de AMLO) y de más actividad en el segundo proletariado más grande de América latina.
El panorama centroamericano también se está tensando, como muestra el desplazamiento electoral a la centroizquierda en Nicaragua y El Salvador, la resistencia al TLC en Costa Rica y las luchas en Panamá y Honduras. También en el Caribe, con el creciente cuestionamiento a la ocupación de Haití, las frecuentes protestas en la Rca. Dominicana (donde la reelección del actual presidente es resistida por la oposición).
Aquí una cuestión clave es adónde va Cuba, pues con el gobierno de Raúl Castro se están profundizando las contrarreformas de corte pro capitalista, mientras el imperialismo alienta este curso como la mejor manera de fortalecer al polo restauracionista, y presionar cautelosamente para una “apertura democrática”. La cuestión del destino final de la revolución cubana se planteará de la manera más aguda en el próximo período.
· América del Sur se caracteriza por mayores márgenes de autonomía relativa en lo comercial y político respecto a Estados Unidos, mayores niveles de lucha de clases y procesos políticos nacionalistas y “posneoliberales” que han desplazado a muchos de los viejos elencos gobernantes más proimperialistas. Es también la región más beneficiada por el boom de las materias primas y el petróleo, lo que le dio márgenes a la relativa estabilización en base a la contención, cuyas bases están comenzando a erosionarse, llevando a mayores tensiones económicas, sociales y políticas.
En Brasil, como se ha señalado más arriba, pesa hoy la estabilidad y crecimiento y esto, junto a la pasividad en el proletariado, le permitirían jugar en el corto plazo un cierto papel estabilizador en la región. Pero esa estabilidad relativa tiene estrechas bases y puede diluirse si la crisis mundial se profundiza, dada la gran dependencia del capital financiero internacional y las enormes contradicciones internas de este país-continente. Por ello, está abierta en perspectiva, la posibilidad de que Brasil se convierta en la etapa en un factor de desestabilización importante y que su enorme clase obrera comience a intervenir en un grado superior.
En el Cono Sur, Argentina, pese al crecimiento, muestra fuertes pugnas interburguesas y la erosión del endeble régimen surgido del 2001, con un giro a derecha de las capas medias. El gobierno de Cristina Fernández soporta un importante desgaste a pocos meses de haber asumido y la presión inflacionaria, golpeando a la economía obrera y popular, puede terminar favoreciendo nuevas luchas salariales pese al freno burocrático, sacando de su relativa pasividad al proletariado. Por otra parte, y pese a su mayor estabilidad relativa, en Chile se asiste al retorno de la “cuestión obrera” y un importante proceso de luchas de trabajadores y estudiantiles.
La región andina sigue siendo, como decimos al principio, el área más inestable y polarizada de la región. En ella, Colombia, se posiciona como un agente y socio confiable del imperialismo, pero los elementos de crisis política en el régimen pueden abrirse aún más ante el nuevo intento reeleccionista de Uribe. A pesar de su agresividad, es poco probable que pueda contrapesar la situación del área frente a un inestable Ecuador, donde los intentos de moderar la Constituyente por parte de Correa ya están provocando protestas por izquierda. En Venezuela, el curso al compromiso que intenta Chávez, en la medida en que es sobre la base de su proyecto bonapartista, difícilmente permita una “reconciliación” con la gran burguesía y el imperialismo y menos aún, una estabilización del país. En Perú, el intento de Alan García de consolidar sus planes proimperialistas, pese al apoyo burgués con que cuenta y al curso represivo, están aumentando la polarización social frente a un movimiento de masas en ascenso, con constantes procesos de movilización obrera, campesina y popular. Finalmente, en Bolivia, que fue la vanguardia de la fase anterior de ascenso y una de las vitrinas del nuevo populismo indigenista, sigue siendo un “eslabón débil” donde se juega una partida decisiva entre la derecha autonomista que jaquea al MAS gracias a su política de conciliación y desmovilización, quiere y el Gobierno que busca destrabar el camino a sus reformas.
En este mapa político de coyuntura, la evolución de la crisis internacional y de la crisis de hegemonía del imperialismo son factores decisivos. En un plano más estratégico, y para pensar algunas hipótesis tentativas podría considerarse:
· Que la clase dominante logre mantener el equilibrio inestable, apoyándose en ese giro reaccionario preventivo, incluso con una desaceleración o recesión controladas, con crisis políticas pero sin un salto en la actividad de los explotados ni en las fricciones con el imperialismo.
· Que la gravedad y efecto de la crisis sea tal que paralice a la clase obrera, permitiendo al gran capital imponer su “salida” con un nuevo salto en la penetración imperialista, como forma de reconstituir un equilibrio mucho más reaccionario.
· Que el desarrollo de la crisis económica y política lleve a mayor inestabilidad, incapacidad de los regímenes y gobiernos para asegurar la “disciplina social” y mayor resistencia de los explotados y oprimidos, alentando un salto en la lucha de clases y creando condiciones para un auge obrero y de masas.
En la realidad, las combinaciones entre esas hipótesis dependerán de la interrelación entre múltiples factores en el contexto económico y político mundial y regional, en las relaciones con el imperialismo, el régimen político, la economía y lucha de clases.
Por lo pronto, aun cuando se atraviese una coyuntura reaccionaria, el resultado final, en una etapa más general de rasgos preparatorios, puede ser el de convulsiones y giros violentos, teñidos por las disputas interburguesas y roces con el imperialismo, polarización en las capas pequeñoburguesas e irrupción del proletariado. ¿Se aproxima la región a un nuevo ciclo de ascenso revolucionario como el de los 70? La reapertura en toda su magnitud de la crisis capitalista, el enfrentamiento con la opresión imperialista, el fracaso histórico de los experimentos progresistas y nacionalistas que prometieron remediar el “desastre neoliberal”, las posibilidades de un auge obrero y de masas superior, y la superación de las lecciones de la primer fase en el ciclo ascendente de la lucha de clases, parecen incubar las condiciones para una etapa superior de lucha de clases, con mayor centralidad obrera y enfrentamientos más abiertos entre las tendencias a la revolución y la contrarrevolución.
X. Las tareas de la hora
Desde el punto de vista de las tareas, en una etapa de carácter preparatorio , son claves la maduración de la vanguardia obrera y la acumulación teórica, política y organizativa de los revolucionarios para prepararse para los próximos grandes acontecimientos de la lucha de clases. Como ejes generales, esto plantea que:
1. Frente a la opresión imperialista, levantar un programa de clase y por la alianza obrera, campesina y popular, consecuente y sin concesiones al nacionalismo.
2. Frente a todos los intentos de descargar sobre los trabajadores y el pueblo pobre los costos de la crisis, es necesario enfrentarlo con la unidad de las filas obreras y su hegemonía en la alianza obrera, campesina y popular en la lucha contra los grandes capitalistas nacionales y extranjeros, el imperialismo y los gobiernos que sirven a sus intereses.
3. Luchamos por que los trabajadores avanzados se armen con un programa transicional a la altura de los ataques, tareas y desafíos que plantea la etapa.
4. Contra los ataques reaccionarios y el imperialismo, estamos en la misma trinchera con las masas que mantienen expectativas en Chávez, Evo, etc. Las llamamos a confiar sólo en sus propias fuerzas y métodos para enfrentar a la reacción. Sin embargo, rechazamos el dar el menor apoyo político, así sea “crítico”, a los reformistas y combatimos por la más amplia y real independencia política y organizativa del movimiento obrero y de masas. Ante al agotamiento del nacionalismo y populismo a la Chávez y Evo Morales, es más necesario que nunca levantar una política de clase, peleando por la organización política independiente de los trabajadores.
5. Esto es inseparable de sacar las lecciones de los convulsivos procesos de lucha de clases y fenómenos políticos que han recorrido el continente en los últimos años (de Venezuela a Bolivia, de Brasil o México a Argentina o Cuba), y que serán lecciones vitales para armar a la vanguardia en los futuros combates.
6. Intervenimos sin sectarismo en todo reagrupamiento progresivo, sea a nivel más sindical, como es CONLUTAS en Brasil, sea a nivel más directamente político. Nos proponemos ayudar a la vanguardia a educarse al calor de la lucha buscando sentar las bases de su reagrupamiento revolucionario.
7. Intervenimos siempre desde una estrategia soviética enraizada en la centralidad de la clase obrera, como forma de preparar subjetivamente a los sectores avanzados de los trabajadores y las masas para las tareas de la revolución.
8. Actuando en los sectores avanzados del movimiento obrero y de masas, desplegamos una dura lucha de estrategias políticas principalmente contra el nacionalismo, el reformismo y el sindicalismo economicista.
9. Encaramos también un combate con el centrismo que les cede, no sólo con el ala derecha (mandelismo, El Militante, UIT) sino también con el centro (PO-CRCI, LIT-CI, POR), llamando a la unidad de acción y desarrollando en este marco la lucha política.
10. Las posibilidades de desarrollo que se abren para la FT en Latinoamérica demandan:
a. Consolidar una adecuada relación entre lucha teórica e intervención práctica. Teoría, conocimiento profundo de las realidades nacionales en que actuamos y lucha política y “reivindicativa” son inseparables.
b. Combinar la implantación estratégica en la clase obrera, profundizando la ligazón con sectores de vanguardia obrera, con el desarrollo del trabajo juvenil y estudiantil, pero también son importantes las posibilidades de actuar en la cuestión de la mujer [1] como muestran las experiencias en Argentina y otros grupos.
c. En la actual situación, jerarquizamos la construcción en Argentina y Brasil (por la acumulación logradas y las perspectivas de desarrollo, tanto como por la importancia objetiva de estos países que están entre las “patrias del trotskismo”), y en segundo lugar en Venezuela y Bolivia (por ser los fenómenos políticos más agudos y además, por la tradición trotskista en el segundo caso).
d. Consolidar la presencia de la FT como el ala revolucionaria del movimiento trotskista en América latina, construyendo un polo teórico, político y organizativo que defiende el marxismo revolucionario y combate por la reconstrucción de la Cuarta Internacional; un polo que no es “latinoamericanista” sino que pugna por ligarse a lo más avanzado y construirse en los países centrales, como está planteado de manera inicial hoy en varios países de Europa.
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