Dejó de cantar para siempre el gran poeta palestino Mahmud Darwish
Itinerario político y poético de un exiliado
Mientras con hondo pesar, en todo el mundo árabe y no sólo en las calles de Gaza y en los cafés de Cisjordania, se lloraba la muerte del gran poeta palestino Mahmud Darwish, fallecido durante una intervención quirúrgica el 9 de agosto pasado, ni bien había llegado el férretro a Próximo Oriente desde Houston, Texas, donde falleció, recorriendo un complicado itinerario ya que aun muerto el poeta era “persona non grata” en Israel, todos los buitres del cipayaje del mundo árabe se lanzaban sobre sus restos mortales. Todos pensaban que figiendo ante las cámaras de los canales de lengua árabe, un rostro dolorido por el pesar, se hubieran podido aprovechar de la muerte del poeta, recuperando políticamente aquella figura muy popular que entró con su muerte al panteón de la causa palestina. En efecto, la poesía, en el mundo árabe no es privativo de unos pocos sino algo profundamente sentido por la gente. Darwish era considerado como el poeta árabe contemporáneo por antonomasia, de extraordinaria fama, hondamente querido y respetado como una de las mayores voces del combate palestino.
En Amman, capital de la vecina Jordania por la cual transitó el cuerpo repatriado, las autoridades del reino hachemita, las mismas que habían asesinado despiadadamente a los fedayines palestinos durante las terribles matanzas del Septiembre Negro de 1970, fingían rendir un último homenaje al poeta de la resistencia.
Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), una “Autoridad” que existe bien poco en realidad, que más que “Nacional” es seguidista de los dictámenes del imperialismo y que es más prosionista que realmente “Palestina” tampoco quería perderse una ocasión para abogar a buen precio a favor de la unidad nacional y redorar el escudo de un Al Fatah cada vez más impopular, fruto de su creciente identificación con la política de un sector del gobierno israelí. El mal llamado presidente de una mal llamada ANP decretó por consiguiente tres días de luto nacional en honor del poeta palestino, algo que no había sido decretado desde el fallecimiento de Arafat, organizando los funerales de Estado en la misma capital de la ANP, Ramallah.
Ante semejante secuestro ideológico post mortem, Darwish, muerto, no podía protestar. No podía hacer escuchar su voz disidente, como lo había hecho en 1993, renunciando al Ejectuvo de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), en protesta contra los Acuerdos de Oslo, a raiz de los cuales se fundaron aquellos miserables y vergonzosos bantustanes bautizados ANP. El más acérrimo opositor a la traición del programa originario de la OLP -derecho al retorno de los refugiados, destrucción de la entidad sionista y colonial de Israel y creación de una Palestina en la cual puedan vivir en paz Árabes y Judíos- terminaba homenajeado por el más entreguista de los vendepatrias.
En Gaza, a pesar de los llantos de la población, bien se cuidaba el canal televisivo de Hamas de retransmitir en directo los multitudinarios funerales de Darwish en Ramallah, y no tanto por la presencia de las autoridades ilegítimas de la ANP. Aquello no era nada más que una justificación. La razón más profunda de aquella actitud era que la idea misma de Palestina láica, de combate por la justicia, la fraternidad y la vida del poeta, distaba mucho de la ideología reaccionaria de Hamas, encubierta por una verborragia populista y combativa. Esto había llevado a no pocos enfrentamientos políticos duros entre el poeta y los muftis del Islam político que ya lo habían condenado por retomar versículos del Corán en sus poemas. Esta vez, mientras todos los canales árabes transmitían las imágenes de los funerales, Hamas rodearía con silencio televisivo su último viaje.
Del otro lado del muro de separación entre los territorios palestinos e Israel, pocas fueron las personalidades que hipócritamente dieron el pésame. Los más piensan como el diputado de la derecha regiliosa Zevulun Orlev quien, por más que tenga una estrechísma visión del arte, no se equivocó en recalcar que la muerte de Darwish no podía ser motivo de alivio para los amigos de Israel, ya que quedaban sus poemas. Sin que puedan hacerlos desaparecer del todo, lamentaba el diputado del Mafdal, como sí lo hacía mediante hogueras de libros, el Santo Oficio durante el Medioevo o los comandos nazis bajo Hitler, «aquellas poesías, planteó Orlev, podrían favorecer el desarollo de sentimientos contra el sionismo, el judaísmo e Israel”.
Un despertar a la vida adulta que empieza a los siete años de edad, con la Nakba
Antisemita, Darwish no lo fue nunca. Profundamente antisionista, eso sí, y no por casualidad. En Mayo de 1948, con apenas siete años, Darwish conoce, junto con toda su familia, la “Nakba”, catástrofe en árabe. “Cuando tenía siete años, narra el poeta, dejé de jugar y recuerdo bien cómo y porqué. Durante una noche de verano, mi madre me despertó súbitamente y empecé a correr con centenas de campesinos en los bosques, con las balas que nos perseguían. Aquella noche puso fin a mi niñez, ya no pedía más nada, me había trasformado de repente en adulto”.
Después un año de exilio en Líbano, su padre, quien no soporta estar alejado de su tierra, decide volver, a pesar de los riesgos que ello implica. “Me dijeron, cuenta Darwish acordándose de su primer exilio, que volveríamos. Para mí, volver significaba el fin de la provocación de los chicos libaneses que me insultaban y me humillaban tachándome de ‘refugiado’. Después de muchas penas, me encontré en un pueblo. ¡Cuánta desilusión ! No era mi pueblo». O mejor dicho, Al Barweh, la aldea que había visto nacer a Darwish en 1941 y que la numerosa familia había dejado doce meses antes una noche de correrío para escapar a los comandos sionistas, había dejado de ser Al Barweh, la “Rosa de Galilea”. Al Barweh, junto a otras quinientas rosas, pueblos de Palestina, había sido arrasada, destruída, reemplazada por un asentamiento de colonos sionistas. Se llamaba Birwa, y ahí no cabía espacio para las familias de refugiados que habían sido expropiados de sus tierras.
Si Darwish destaca que de niño «no entendía cómo se había podido destrozar un pueblo entero, cómo podía ser que mi mundo hubiera desaparecido, ni tampoco quiénes eran los que lo habían aniquilado”, encuentra bien pronto una respuesta a sus interrogantes.
Una larga trayectoria política en las filas dela izquierda (palestina, y no sólo)
En 1961 entra clandestinamente al MAKI, el Miflaga Komunistit Yisraelit, Partido Comunista de Israel, en el cual militan árabes y judíos. Si hasta 1970, las autoridades israelíes lo detienien y lo encarcelan cuatro veces, no es sólo por su activismo militante. Lo acusan también de subversivo por lo que escribe, y no sólo en la revista del partido Al Ittihad, de la cual es redactor. Lo mandan al calabozo varias veces por lo que escribe... en sus poemas. En efecto, Darwish publicó su primera antología poética en 1964, y de inmediato, política y poesía son para Darwish dos profundos recursos para resistir y responder a sus interrogantes de niño, dos armas que van de la mano aunque distintas, tanto más cuánto que los sionistas se aopyarán en su doble compromiso político y poético, primero para perseguirlo despiadadamente y luego para calumniarlo.
Lo que marca la corriente sin embargo en la vida cotidiana del poeta es la política ; la política entendida tanto como compromiso subjetivo (“la política, para un palestino, es existencial”, planteaba Darwish) como contexto objetivo que lo fuerza al encarcelamiento, al exlio interno, al destierro. Luego de haberse trasladado un año a Moscú en 1971, por lo cual perderá su ciudadanía israelí, se radica luego en El Cairo y posterioremnte en Beirut.
Es en Líbano donde Darwish, como tantos otros militantes de su generación, conoce un proceso de mayor radicalización política. Rompe con el PC de Israel, discrepando cada vez más con sus posiciones afines a las de la burocracia soviética que aboga a favor de la coexistencia pacífica y que desde 1948 siempre tuvo una orientación más que oscilante y ambígua en relación al sionismo y al mundo árabe, empezando por apoyar desde el vamos la creación de la entidad sionista. Sectores de masas desbordan por izquierda a los tutores tradicionales del movimiento popular en la región que conoce un intenso proceso de movilizaciones sociales. Líbano, desde este ángulo, es un caso paradigmático. Es ahí donde se concentran buena parte de los refugiados del ’48, del ’67 y del ’73, y el país está atravesado por intensos conflictos de clase, tanto en las principales ciudades como en el campo. En 1973, Darwish entra a OLP.
Permanece en Beirut durante todo la guerra civil y hasta el trágico desenlace del sitio de Tsahal luego de la invasión israelí de 1982 que inmortalizará en “Qasidat Bayrut”, Oda a Beirut, prefiguración con veinte años de anticipación de otro terrible sitio, el de Ramallah por los tanques israelíes, que igualmente presenciará Darwish. No le queda otra alternativa que el exilio al caer la capital libanesa en manos de Israel y de los falangistas libaneses. Darwish vuelve a asemejarse a aquel “nuevo Cristo, bajado de su cruz quien con su bastón, salió de Palestina”, un Cristo simbólico que canta un país “convertido en miles de cuerpos que recorren el mundo cantando el canto de la muerte”, cuerpos desparramados en el exilio y que cómo el suyo, “se transformaron en bombas” por su misma condición de desterrados.
La ruptura con la OLP y la fidelidad al combate palestino
El exilio se convierte bien pronto en derrota, no sólo en Palestina, sino a escala internacional. Los vientos ya no son los que soplaban en los Setenta. Esto se plasma más particularmente en la región con la victoria imperialista en Irak durante la primera Guerra del Golfo. El sionismo intenta capitalizar la situación para doblegar la voluntad palestina, acelerando discusiones que le permiten salir de la primera Intifada aprovechándose de la correlación de fuerza favorable que existe a escala intenacional para intentar resolver en forma totalmente reaccionaria el “problema palestino” que subsiste desde 1948. La clave del plan del laborismo israelí se llama “Oslo” y su principal interlocutor es la dirección histórica de la OLP, empezando por Al Fatah y su líder más prestigioso, Arafat.
Después de haber apoyado sistemáticamente la orientación de la OLP, que luego de su máximo viraje a la izquierda en los ’70, se derechiza cada vez más después de la derrota libanesa, Darwish, miembro desde 1987 de la máxima dirección de la organización, expresa su discrepancia en relación a los acuerdos de Oslo de 1993. Según Darwish, aquellos acuerdos traicionan el combate del pueblo palestino. El poeta no plantea su posición desde la perspectiva de un halcón sediento de sangre, como intentó presentarlo la prensa filosionista internacional. “[Está] a favor de una paz, pero de una paz justa”. La creación prevista por Oslo de una ficción de Estado palestino a la sombra del Estado racista y colonialista de Israel, no garantizaba efectivamente ni lo uno, ni lo otro. El poeta, que todos consideraban como el futuro ministro de Cultura de una Palestina independiente rompe con Arafat y dimite estruendosamente del Ejecutivo de la OLP.
Recién en 1995 vuelve a su tierra, por más que las autoridades sionistas sólo le permitan residir en Ramallah. Mientras sigue librando su combate a diario contra el sionismo, como todos aquellos que viven en los territorios palestinos que Isarel dejó de ocupar directamente, convirtiéndolos en cárceles al aire libre, lidia paralelamente contra un mal interno que lo debilita de a poco, un problema cardíaco diagnosticado en 1998 y que casi lo mata. “Muerte, te he vencido”, declara victorioso en uno de sus últimos poemas.
Su empeño poético, al mismo tiempo que desafía la muerte que declara “haber vencido” en uno de sus últimos poemas, se va reforzado a partir de su vuelta a su tierra natal. Aquel retorno sin embargo no es el que tanto había sido anhelado. Asiste desde su casa de Ramallah a la evolución de una ANP cada vez más entreguista por una parte y por la otra al reforzamiento de un Islam político cuya ideología distaba mucho de los preceptos de libertad y alegría que sus versos habían retomado de lo más hondo de la clasicidad de la poesía árabe. Luego de haber vivido en 2002 el sitio de Tsahal a la Muqata en la cual estaba atrincherado Arafat, asiste impotente, por el mismo contexto político, es decir la ofensiva sin tregua librada por Israel y el paso al proimperialismo abierto de la dirección de Fatah, a los enfrentamientos fratrícidas entre las distintas facciones palestinas : “un intento de suicidio abierto en las calles”, según Darwish, librado bajo la mírada socarrona de los sionistas y de las potencias occidentales mientras apoyaban solapadamente las fuerzas de Al Fatah.
Ante semejante panorama, en aquel período de guerra global y permamente, mientras lo acorrala la muerte, siempre al acecho, se acrecienta el número de presos palestinos en las mazmorras israelíes, se acumulan los cuerpos de los combatientes y de los civiles totalmente inocentes en las morgues palestinas. Se le exige al viejo poeta cantar con más fervor el dolor profundo que sacude a su pueblo. “Algunos palestinos que viven aquel dramático contexto piden que el poeta sea una especie de corresponsal de guerra, que hable de los hechos que están ocurriendo. Cada día hay ‘shaid’, hay mártires, y al poeta se le pide homenajearlos. Lo que intento decir a mi pueblo es que la lengua poética no tiene la misma función que la de un periódico, y que la lengua poética, como todos los seres humanos, a veces se cansa y se debilita. Algunos plantean que renuncié a mi papel de poeta de la resistencia. Mi respuesta es que la poesía que resiste es la que no nos deja encerrarnos en estereótipos, convirtiéndonos en seres que ya no soportan más la propia vida”.
“Los palestinos, según Darwish, sufren de una enfermedad incurable, la esperanza”. Por más que hubiera sentido a veces crecer la impotencia, al no renunciar nunca a aquella esperanza que significaba en última instancia una fidelidad a su gente, a los refugiados del ’48 tanto como en los que siempre fueron los prófugos de la historia, dominados y exiliados a aquellos países llamados opresión, miseria, explotación y humillación por los pudientes de la tierra, Darwish dejó muy pronto de ser sólo el poeta de la resistencia palestina, convirtiéndose en el poeta de la misma existencia, palestina y no sólo. Es lo que queda de Darwish, más allá de algún que otro aspecto de su compromiso político, muchas veces cuestionable, por más que entendible, desde la perspectiva del marxismo revolucionario. Es gracias a su fidelidad inquebrantable en la capacidad del hombre en transformar lo existente, inclusive a través de la poesía, una poesía que no es en ningún momento una herramienta más del combate, sino parte del mismo combate, que Darwish hablará a las futuras generaciones de revolucionarios, aquellos que, como “El niño refugiado”, “llevan dentro de sí la hoguera de la revuelta/y que todos juntos se prometieron caminar/y todos juntos avanzar !”
A mi madre (Hommi), 1966
Cantado por el gran cantautor libanés Marcel Khalifé [1], amigo de Darwish, Ommi se convirtió en una suerte de himno nacional palestino, símbolo de la lucha contra la ocupación y el sionismo.
Añoro el pan de mi madre,
el café de mi madre,
las caricias de mi madre...
Día tras día
en mí crece la infancia,
pero amo mi edad, pues
de morir
me avergonzarían las lágrimas
de mi madre.
Haz de mí, si vuelvo un día,
chal para tus pestañas,
cubre mis huesos con hierba
bautizada por tus puros talones,
átame
con un mechón de tus cabellos...
con una hebra del bordado de tu vestido...
Puede que me convierta en un dios,
que en un dios me convierta
si toco el fondo de tu corazón.
Ponme, si es que regreso,
como leña en la lumbre de tu fuego,
como cuerda de tender en la azotea de casa,
porque no puedo levantarme
sin tu oración de cada día.
He envejecido, devuélveme las estrellas de la infancia
para que comparta
con los pájaros más pequeños
la senda de regreso
al nido en que aguardas.
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