La crisis social ya llegó
El último informe de desempleo en Estados Unidos no trajo buenas noticias: sólo en septiembre se destruyeron 100.000 puestos de trabajo. Estos se suman a los 84.000 perdidos en agosto, cuando la desocupación trepó al 6.1%; en lo que va de 2008 han desaparecido más de 600.000 empleos. Este índice es uno de los más altos desde la recesión de 2001, lo que se suma al aumento de los productos básicos, el combustible y el enorme endeudamiento de las familias trabajadoras.
Las primeras consecuencias sociales de la crisis se reflejan en imágenes inauditas como las “ciudades-carpa” que crecieron a la vera de grandes ciudades como Los Angeles y San Francisco. Esta es una de las postales más sombrías: miles de personas viven en sus autos o carpas con sus familias. Muchos de los habitantes de estas precarias “ciudades” son familias trabajadoras (una gran parte negra y latina, los sectores más afectados por las hipotecas “basura”). Muchos abandonaron sus hogares, huyendo de los desalojos y las deudas. El combustible para calentar las casas ya aumentó un 30% desde 2007 y unos meses antes del invierno en EE.UU. el gobierno amenaza con recortar la ayuda en concepto de calefacción para los hogares de bajos ingresos, como parte de recortes a los planes sociales (en gran parte desfinanciados por los recortes de impuestos a los ricos).
Ya en abril el gobierno había anunciado que 28 millones de personas necesitarían vales de comida para poder llevar comida a sus mesas: el aumento más significativo desde la década de 1960.
Lo más grave es que el estallido de la burbuja inmobiliaria iniciada en 2007 profundiza las malas condiciones de vida de una parte importante de los sectores obreros y populares (se calcula que sólo el 25% tiene un salario que cubre sus necesidades incluyendo seguro de salud). Antes de que estalle la crisis, en el país más rico del mundo: 51.7 millones ya vivían en la pobreza, 35 millones pasaron hambre durante 2006 y 50 millones no tienen seguro médico (y no existe salud pública ni obras sociales sindicales).
Sólo en agosto más de 300.000 hogares recibieron la notificación de ejecución: 1 de cada 416 propiedades en EE.UU. (CNBC, 12/9). Aunque en mayo se votó un paquete de ayuda a los pequeños deudores, éste apenas alcanzó para refinanciar las deudas de un sector, pero siguen en pie millones de ejecuciones hipotecarias.
Con este telón de fondo se ha orquestado el rescate más grande de la historia: miles de millones de dólares para salvar a las empresas que se han enriquecido durante las últimas décadas. A pesar del fracaso del primer intento de votación en el Congreso, tanto el candidato demócrata Barack Obama como el republicano John McCain, así como los líderes de las dos bancadas han mostrado su voluntad de apoyar a las grandes empresas y al gobierno de Bush, el más impopular en la historia del país (ver artículo central). Al margen de los discursos hipócritas de campaña, el partido demócrata ha demostrado una vez más que no es ninguna alternativa para los millones que esperan “el cambio” que tanto pregona Obama.
Se oyen voces de protesta
El descontento con la situación económica creció con el rechazo al plan de rescate de Paulson y compañía. Todos saben quién pagará la cuenta. Bush fue claro: “estas medidas requerirán que usemos un monto significativo de los dólares de los contribuyentes”, refiriéndose a los 700.000 millones de dólares que están tratando de pasar en el Congreso. Según las encuestas, más del 70% rechaza la medida porque ven que serán ellos los que pierdan su trabajo, los deudores, los trabajadores y los sectores medios empobrecidos quienes pagarán la crisis.
Aunque hasta ahora las principales trabas han venido de parte de la oposición interna en el Congreso, el rechazo se ha hecho sentir, aunque hasta el momento de forma pasiva. Se han realizado protestas, movilizaciones frente a bancos y oficinas públicas en contra del “Bailout” (rescate) y en el corazón mismo de Wall Street. Las principales consignas apuntan contra el gobierno republicano y el salvataje de empresas con el dinero de los impuestos.
Como en la carrera electoral, a pesar de las hipocresías que se dicen por televisión, ninguno de los partidos es una alternativa. Con más o menos diferencias, demócratas y republicanos, han demostrado su lealtad con Wall Street y las grandes empresas, no con los trabajadores y el pueblo. La única forma de paliar esta crisis es hacérsela pagar a quienes la provocaron: hay que suspender todas las ejecuciones hipotecarias, repartir las horas de trabajo entre todas las manos disponibles para luchar contra la desocupación, poner en funcionamiento un plan de obras públicas bajo control de los trabajadores, para recomponer la infraestructura del país y que cree millones de puestos de trabajo financiados con los impuestos a las grandes fortunas. ¡Ni un dólar para los bancos!
Estas y todas las medidas necesarias para enfrentar la crisis sólo podrán ser impuestas con la movilización de trabajadoras y trabajadores y los sectores empobrecidos, independiente de los partidos demócratas y republicanos.
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