Finalmente, el Congreso de los Estados Unidos ha aprobado el plan de rescate de los mercados financieros propuesto por el secretario del Tesoro, Henry Paulson, que contempla destinar 700.000 millones de dólares a la compra de los valores intoxicados de las entidades financieras. El texto "dulcificado" en el Senado el pasado miércoles 1/10 ha contado esta vez con el beneplácito de la Cámara de Representantes, la misma que el lunes 29/9 lo echaba para atrás ante las reticencias de un sector de los demócratas y el sector más derechista de los republicanos. Fue un voto de resignación comprado por una corrupción masiva, como demuestra que el plan original tenía solo dos páginas y el aprobado 450 detallando todas las medidas tomadas para comprar los diversos votos. Así termina la “epopeya” de adopción del Plan Paulson: raramente se ha visto un acumulación tal de impotencia, cobardía, de “vacío de dirección” de parte de la administración, la dirección del Congreso y los dos candidatos a la presidencia. La imagen es de cualquier cosa menos de una unidad nacional para enfrentar la crisis.
Por eso, a pesar de su aprobación, los mercados accionarios cayeron. Los datos de la economía real son cada vez más preocupantes con la pérdida de 159000 puestos de trabajo el mes pasado, la más alta caída mensual desde marzo de 2003. El estado más populoso de EEUU, California, alerto al gobierno de la necesidad extraordinaria un préstamo de 7000 millones de dólares debido al “congelamiento” de los mercados crediticios para poder pagar los servicios públicos como la policía, los hospitales o los bomberos. Otros, estados como el de New Jersey o Nueva York, fuertemente golpeados por las quiebras bancarias y las pérdidas de empleos podrían seguirla. Y más preocupante aún los grandes gigantes de la banca norteamericana sufren una pérdida de confianza sin precedentes. Esto puede llevar, por ejemplo, a una corrida en el circuito interbancario internacional de los principales bancos extranjeros, si crecen las dudas sobre la solvencia de las instituciones financieras de Estados Unidos. El coloso del capitalismo mundial se parece cada vez más a Argentina en 2001. Increíble que sea posible pensar la comparación a pesar de las obvias diferencias. Tal es así que economistas como Paul Krugman hablan ya de una “República bananera”. A su vez, la crisis ha golpeado a importantes bancos europeos y ha llevado a una oleada de rescates y nacionalizaciones de instituciones financieras en distintos países, mostrando que se ha transformado decididamente en una crisis internacional.
Crisis política en Washington
El desconcierto que se había apoderado de Washington frente a la aceleración de la crisis dio un salto dantesco con el rechazo el lunes 29/9 del Plan Paulson por la Cámara de Representantes del Congreso norteamericano.
Este resultado es expresión, en primer lugar, de la extrema debilidad de Bush, que cuenta con el nivel de aprobación más bajo de su presidencia (26%), mientras más del 70% lo desaprueba. Esto quedó en evidencia en su incapacidad de convencer a la opinión pública y a su propio partido de la necesidad del plan de rescate. En segundo lugar, la votación es expresión de las fuertes divisiones que atraviesan al Partido Republicano, una de los dos pilares del sistema bipartidista. Estas divisiones no parecen poder resolverse: si McCain pierde las elecciones, que es hasta ahora lo más probable, se profundizarán, y si llegara a ganar, tampoco lograría cohesionar al partido, de hecho no tuvo ninguna influencia en sus alas más derechista, que presentaron el intento de transferir una vasta suma de dinero a los sectores más ricos como “socialismo”. Aunque este discurso puede llegar a tener eco en sectores de clases medias desesperados por la crisis de las hipotecas, el programa de la derecha republicana es bajar aún más los impuestos a los ricos y destruir lo poco que queda de la seguridad social, transfiriendo el dinero público al gran capital, pero por otras vías.
El Partido Demócrata, a pesar de su abierta alianza con Wall Street y de que Barack Obama apoyó desde el primer momento el rescate a los banqueros y acordó con Bush y Mc Cain los detalles del plan, no pudo evitar que un sector de sus parlamentarios más populistas o “liberales” votara en contra de la propuesta del Ejecutivo, argumentando que se trataba de un rescate para los multimillonarios de la gran banca, a pesar de las enmiendas decorativas que se le incorporaron para hacerlo más potable para la población.
A la desconfianza del mercado financiero por los límites que se le ponían al plan original de Paulson, y a la oposición de gran parte de los economistas que consideran que el rescate es costoso pero ineficaz para superar la crisis, el rechazo de gran parte de la población al plan de salvataje fue el elemento determinante que presionó sobre los legisladores de ambos partidos. Esta nueva realidad política agrega un elemento de fuerte incertidumbre en la crisis y en sus probables salidas que la hace impredecible. La ruptura de la ”coalición neoliberal” (hoy Bush, pero también Obama y McCain) en la votación de la Cámara de Representantes fue suficiente para oponerse al Plan Paulson I pero es incapaz de ofrecer una alternativa tipo New Deal, ya que hasta el momento es imposible que confluyan políticamente más allá de esta última votación. Por el contrario, la aparición de líneas de ruptura en ambos partidos es un elemento grave, que ha expuesto la debilidad del sistema bipartidista en un momento de extrema vulnerabilidad, que requiere y requerirá cada vez mayores decisiones presupuestarias y financieras, para las cuales el apoyo del Congreso es técnica, jurídica y políticamente necesario. Por eso, ahora lo único cierto es la profundización de la crisis mas allá de la votación del actual paquete.
La espada de Damocles sobre el sistema financiero norteamericano
La crisis en EE.UU. se sigue exacerbando. El mero pánico y el subsecuente descalabro financiero hasta ahora han vencido los intentos del banco central y del Tesoro de sacar de la parálisis a los mercados de dinero. La repercusión de esta situación en las grandes compañías industriales y de servicios, actualmente solventes, con ganancias y operativas, es cada vez más patente y si no se logra revertirla podría ser destructiva en la medida en que carezcan de crédito de corto plazo para financiar el pago de salarios y los costos operativos, precipitando una nueva fase de la crisis aún más calamitosa.
Las comparaciones con la traumática experiencia de la economía japonesa luego del desinfle de la burbuja accionaria de 1989 son cada vez más comunes. Como dice un analista japonés: “De la experiencia de Japón en la década de 1990, está claro que la crisis financiera en EE.UU. está siguiendo un modelo familiar...Nosotros estamos viendo ahora el “síndrome de la manada de lobos”. Los lobos son buenos para atacar a sus presas como equipo, pero se vuelven contra los más débiles de su cohorte si el hambre prevalece. Cuando Lehman cayó, Washington Mutual se convirtió en la próxima víctima, seguido por Wachovia. Cuando Wachovia se fusionó con el Citicorp, la gente empezó a ver a National City. Esto continúa hasta que el último lobo no encuentra nada para cazar. En Japón, nosotros tenemos ahora tres bancos nacionales, por debajo de más de una docena en 1980. Eran todos, de acuerdo a la Agencia de Servicios Financieros japonesa, demasiados grandes para caer... A este ritmo, EE.UU. también se está encaminando a tener tres mega-bancos...” (“America must seek aid for a global credit line”, Kenichi Ohmae, Financial Times 30/9). Esta perspectiva no parece muy lejana. Con la adquisición por parte del Citigroup de las operaciones de la Corporación Wachovia, el sexto banco en EE.UU. (en estos momentos litigadas en la Justicia ante la acusación del Citi que Wells Fargo, otro banco norteamericano, intento desbaratar su plan de compra) se refuerza la idea de una concentración en tres bancos hegemónicos: Citigroup, JP Morgan y Bank of América que controlarán más del 30% de los depósitos. El trío adquirirá así un poder enorme en el establecimiento de los precios de sus créditos y servicios, que no se lo retribuirán a sus clientes que ahora los están sosteniendo con sus impuestos utilizados a mansalva para su rescate.
Pero incluso, todavía falta mucho para llegar a este resultado, y no se pueden descartar escenarios más catastróficos. Como dice el economista Nouriel Roubini: “Ésta es una crisis crediticia y de solvencia que va más allá de la falta de liquidez. Nadie le presta a nadie y nadie le cree a nadie (ni siquiera a los más confiables) y todo el mundo está acaparando la liquidez inyectada por los bancos centrales. Y como la liquidez va hacia los grandes bancos, el resto del sistema no tiene acceso a los fondos y están bloqueados los mecanismos de transmisión de créditos”. Roubini pone en la mira ahora dos nombres tradicionales de Wall Street: Goldman Sachs y Morgan Stanley: “Luego de las caídas de Bear Sterns y Lehman Brothers, y de la fusión entre Merrill Lynch con el Bank of America, sugerí que Morgan y Goldman también se fusionaran con alguna institución financiera que tuviera una gran base de depósitos asegurados para evitar una corrida repentina contra ellos. En cambio, Morgan y Goldman eligieron una opción cosmética, convirtiéndose en bancos comerciales en un intento por conseguir liquidez... ninguna de estas dos instituciones puede crear en el corto plazo una franquicia de sucursales, ni tienen el tiempo o los recursos para comprar bancos más chicos. La inyección de 8000 millones de dólares de capital japonés en Morgan y los 5000 millones de Buffet en Goldman son una gota en el océano porque ambas necesitan más capital. Ambos bancos están perdiendo clientes y negocios”. En estas circunstancias “...deberían fusionarse ahora con grandes instituciones financieras internacionales dado que ninguna institución norteamericana es lo suficientemente sólida para asociarse en una fusión.”. Para este economista, lo peor podría estar por venir: “El próximo paso del pánico podría convertirse en la madre de todas las corridas bancarias, una corrida contra los pasivos bancarios y del sistema financiero norteamericano en el mercado interbancario entre países de billones de dólares en la medida que los bancos extranjeros comiencen a preocuparse sobre la seguridad de sus exposiciones liquidas en las instituciones financieras de EE.UU.” (Global EconoMonitor, 29/9). En otras palabras, el intento del secretario del Tesoro, Paulson, de salvar a sus amigos de Goldman Sachs podría tener una “daño colateral” de proporciones. De darse este escenario las repercusiones sin dudas no se limitarán a Estados Unidos sino que serán globales. Una corrida generalizada de los bancos extranjeros y gobiernos contra los bonos corporativos, las acciones y los bonos del tesoro norteamericano plantea el peligro de una fragmentación del sistema comercial y de inversiones global.
Se abre un periodo de convulsiones potencialmente revolucionario
Es indudable que EE.UU. ha dado aún un paso más hacia una Gran Depresión. Si logra evitar el escenario de un crack, la perspectiva más probable parece ser la de una década perdida, como Japón en los ‘90. Esta situación, junto al desafío ruso en Georgia, un aliado de Estados Unidos, señala el fin del período de hegemonía norteamericana indiscutida que se abrió luego de la debacle de la ex URSS. Los prolegómenos de esta decadencia hegemónica fueron por un lado la crisis de 1997-99, que marcó la pérdida de autoridad norteamericana en todo el mundo semicolonial y dependiente, por ejemplo Rusia y China, que se fueron alejando abiertamente de las recetas del Consenso de Washington y del FMI. Por otro, el fracaso de la militarización de la política exterior - una respuesta a esta pérdida de influencia política que comenzó bajo Clinton y fue llevada al extremo por el gobierno de Bush, como quedó en evidencia con la debacle militar en Irak y Afganistán.
La idea de que el debilitamiento cualitativo del liderazgo norteamericano significaría el surgimiento de un mundo más multilateral o multipolar, con mayor equilibrio de poder entre las grandes potencias, no sólo es ilusoria sino sobre todo, es peligrosa, porque no permite armarse para el período convulsivo que se está abriendo. Como dice correctamente el economista marxista británico Alan Freeman: “Muchos dicen que podemos ir pacíficamente a un mundo más multipolar. Pero el capitalismo requiere ser un solo sistema mundial, que haya una sola moneda de referencia y un solo sistema financiero. Todas las experiencias de momentos con equilibrios de poder multilaterales terminaron en bloques que confrontan despiadadamente. Ninguna fue pacífica.”(Crítica, 1/10).
Las ilusiones de las elites gobernantes en Europa y otros países en que un gobierno de Obama significaría un retorno a los “buenos” tiempos de la globalización armónica y pacifica de 1991-97 murieron antes de que éste eventualmente llegue a la presidencia.
Entramos en un período extremadamente convulsivo, caracterizado por un salto en las tensiones interestatales y económicas, con probables guerras de procuración como la de Georgia o enardecidas medidas proteccionistas y guerras comerciales y por la captación del capital y, por ende, mayores tensiones en la lucha de clases. En síntesis, un momento de actualización de lo que los marxistas de principios del siglo XX llamaron la “época de crisis, guerras y revoluciones”. La clase obrera se encuentra retrasada con respecto al desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo la crisis la va a sacudir violentamente, lo mismo que a sus organizaciones y conciencia conservadora. Los que impactados por las consecuencias negativas para el movimiento obrero y de masas del avance de la restauración capitalista en la ex URSS, Europa del este y China plantearon la necesidad de “una nueva época, nuevo programa, nuevo partido” dejando atrás las enseñanzas de la revolución rusa y el bolchevismo se apresuraron demasiado, adaptándose a un breve impasse que ha llegado a su fin. Las lecciones de esas grandes revoluciones obreras, adaptadas a la situación actual, se hacen más necesarias que nunca para enfrentar la catástrofe con que nos amenaza el capital. La necesidad de la revolución proletaria y socialista que termine con el poder de los grandes bancos y corporaciones se hace cada vez más evidente.
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La crisis golpea a Europa
La caída de entidades financieras se ha extendido a la Unión Europea a fines de septiembre. En un sólo día, los gobiernos de siete países han tenido que salir al rescate de cinco entidades financieras. Francia está estudiando qué hacer para evitar el colapso de algunos de sus grandes bancos. El rescate de Fortis por parte de los gobiernos de Bélgica, Holanda y Luxemburgo, con la inyección de 11.200 millones de euros a cambio del 49% de su capital, fue la primera de una tanda de caídas.
Posteriormente, otra entidad de peso como el banco franco belga Dexia, fue socorrida por las autoridades de ambos países. La crisis combinada de estas dos instituciones bancarias ha significado una fuerte conmoción política en Bélgica.
A esto le siguió la nacionalización por parte del gobierno británico del banco hipotecario Bradford & Bingley, haciéndose cargo del portafolio de 50.000 millones de libras (91.000 millones de dólares) de hipotecas y otros créditos. El gobierno pagó además 18.000 millones de libras (33 millones de dólares) para facilitar la venta de las cajas de ahorro de Bradford & Bingley, incluyendo la totalidad de sus sucursales minoristas, al español Banco de Santander, el segundo más importante de Europa, que anunció que pagará 612 millones de libras (1.100 millones de dólares) por las 197 sucursales de Bradford & Bingley y los 20.000 millones de libras en depósitos.
El mismo día, el ministerio de Economía alemán pidió a un grupo de bancos privados que ayuden en la salvación de la entidad del Hypo Real State, el segundo banco hipotecario de Alemania, mediante una inyección de 35.000 millones de euros. Sin embargo, a fin de semana este plan se encuentra en el aire y el banco al borde de la quiebra. Esta entidad emite bonos que están en las carteras de muchas instituciones monetarias en todo el mundo, por lo que su caída podría generar un fuerte efecto cascada similar al que hubiera tenido la quiebra de la aseguradora AIG- nacionalizada por el gobierno norteamericano hace dos semanas. Finalmente , para evitar este desenlace se ha acordado un nuevo rescate.
Por último, en Dinamarca el Roskilde Bank tuvo que ser intervenido por el Banco Central, que posteriormente vendió sus sucursales a otras tres entidades. Mientras, en Islandia el Ejecutivo acordó quedarse con el 75% de Glitnir Bank, el tercer mayor banco del país por capitalización bursátil, por 600 millones. Esto demuestra que el sistema financiero está en una espiral infernal que no para. Como dice el economista marxista francés Isaac Joshua: “Hemos llegado incluso a un efecto dominó que anticipa su propio movimiento. Una vez que una pieza ha caído, los actores de las finanzas buscan cuál será el próximo, persuadidos de que habrá otro. Cada vez que es designada una víctima, la jauría de lobos la rodea, la aísla, fijando sobre ella sus ojos ardientes, esperando que caiga para despedazarla, sin dejar de lamentarse de la espantosa crisis. La lógica de la crisis financiera se mantiene ya a sí misma” (Rouge n° 2267, 25/09/2008).
Lo sucedido esta semana en Europa es una señal de alarma sobre el sistema financiero y los bancos expuestos a la crisis norteamericana y a la acumulación de las deudas del mercado inmobiliario de países como Inglaterra o el Estado Español. Agreguemos a esto que muchas entidades bancarias europeas son “demasiado grandes para dejarlas caer”, pero “demasiado grandes para ser salvadas” por los gobiernos nacionales de sus respectivos países, si no se pone en marcha un mecanismo de salvataje a nivel continental. En este marco, tal vez lo más excepcional ha sido la decisión del gobierno de Irlanda de garantizar los depósitos de los bancos del país durante dos años y sus emisiones de deuda con el objetivo de calmar a la población y sostener a su sistema financiero. Esta nacionalización de hecho del conjunto del sistema financiero está siendo investigada por las autoridades regulatorias europeas para ver si se trata de un comportamiento anti-competitivo, que le daría ventajas sobre el resto de Europa, lo que ha llevado a las autoridades y bancos británicos a poner el grito en el cielo. Por su parte Alemania ha decidido garantizar todos los depósitos. Esta decisión de la principal economía de Europa puede llevar a que hagan lo mismo los demás gobiernos europeos y los depositantes tendrían que decidir qué garantía soberana es la más segura. Estaríamos ante el comienzo de una lucha despiadada por el escaso capital entre los distintos imperialismos europeos, lo que pondría en cuestión su unión monetaria.
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