Una nueva fase de la crisis: la crisis de Hungría puede desatar un efecto contagio
La crisis de Hungría, que en las últimas semanas ha sufrido una fuerte caída de su mercado accionario, una fuerte suba de sus tasas de interés, el debilitamiento de su moneda y la carencia de liquidez de sus instituciones financieras, está hoy en día en el centro de las presiones financieras que agitan a los países semicoloniales y dependientes. La posibilidad creciente de una crisis como la de Argentina en 2001 puede desatar un efecto contagio a nivel regional en todos los países de Europa del Este y las repúblicas de la ex URSS que agrave la crisis financiera y la recesión en curso en los grandes países imperialistas, en especial para Europa Occidental, cuyas multinacionales utilizan esa región como base de producción a bajo costo.
La perspectiva de una profunda inestabilidad económica, política y social en esta zona, hasta ahora relativamente calma desde el comienzo de la restauración capitalista a principio de los ’90 (con la excepción de los Balcanes y las ex repúblicas soviéticas), puede obligar a la Unión Europea a hacerse cargo de la pesada tarea de gerenciar las tensiones que provienen de su patio trasero, como ya ha sido el caso de la corta guerra entre Rusia y Georgia ante el vacío de liderazgo norteamericano.
La crisis de Hungría, junto a la vulnerabilidad financiera de Pakistán, Turquía, Indonesia e incluso de países más importantes como Corea del Sur muestra que los llamados “países emergentes” pueden ser el próximo eslabón agudo de la crisis capitalista mundial en curso.
Hungría: una profunda extranjerización de la economía
Para los argentinos la crisis de Hungría puede resultarnos familiar porque se trata de la crisis de un modelo muy similar a la Argentina durante la década de 1990. Es que a diferencia de Asia, luego de la crisis de 1997-98, del default ruso en 1998 o de la crisis de Brasil en 1999 y el default de Argentina en 2001, estos países siguieron aplicando básicamente las recetas y postulados del “Consenso de Washington” de privatizaciones, apertura de la economía y desregulación.
Hungría ha sido el paradigma de este proceso en Europa del Este. Antes del cambio de régimen en 1989, el 65 % del comercio de Hungría era con los países bajo la órbita de la burocracia de Moscú, el llamado Comecon. Hacia el final de 1997, Hungría ya había re-dirigido la mayor parte de su comercio a Occidente, en especial a Alemania. Las compañías multinacionales han sido el factor central de estas transformaciones.
En Hungría, el peso del capital extranjero en la industria es de los más altos del mundo (alrededor del 65%). Esto se debe, por una parte, a la privatización directa de compañías que anteriormente estaban en manos del Estado y, por otra, a la gran cantidad de nuevas inversiones que han realizado las empresas multinacionales. Al día de hoy, dos tercios de las exportaciones húngaras son manufacturas industriales (coches, máquinas, accesorios, etc.), lo que se debe principalmente a la actividad de estas compañías. Además, Hungría ha abierto casi todos sus sectores a los inversores estratégicos extranjeros, incluyendo la banca, las telecomunicaciones, energía (producción y distribución de energía eléctrica y distribución de gas) y agua. Los bancos son en un 85% propiedad extranjera, mayoritariamente bancos austriacos, alemanes e italianos. Si estas transformaciones la ubicaban como uno de los países más “sólidos” de la región según los falsos expertos, el brusco giro del escenario económico internacional, en especial las dificultades de financiamiento externo del cual dependía, ha puesto de relieve todas sus vulnerabilidades. En primer lugar, una balanza de pagos crónicamente deficitaria, resultado del peso de las multinacionales en la economía. Estas han reorientado la economía a la exportación, pero también son las mayores importadoras. De hecho, las importaciones han ido aumentando junto a las exportaciones, pero manteniéndose siempre por encima de los ingresos por exportación. Es decir, la economía se ha transformado en una mera ensambladora utilizada por las grandes multinacionales de Europa occidental para tercerizar crecientemente su producción. A su vez, estas grandes firmas han disfrutado también de excesivas exenciones fiscales. En impuestos a la producción, estas empresas sólo pagan la mitad de lo que deben afrontar las empresas nacionales. Al mismo tiempo, también reciben del gobierno generosas ayudas en materia de infraestructura (parques industriales, carreteras, etc.) e incluso transferencias económicas directas. Algunas estimaciones dicen que el gobierno financia hasta un 20% de sus inversiones. Resultado: un déficit fiscal exorbitante por más plan de ajuste que ya ha venido aplicando.
Estas fuertes vulnerabilidades fueron mitigadas parcialmente hasta hace muy poco por el financiamiento externo (con el subsecuente aumento de la deuda tanto interna como externa) y por el desarrollo de una burbuja inmobiliaria y crediticia que permitió impulsar el crecimiento en base al crédito hipotecario en moneda extranjera, a la vez que el consumo y los gastos de las compañías. Estos dos elementos, junto a sus problemas estructurales, ahora son el talón de Aquiles de su economía.
La fiesta se acabó
Hungría, como otros países de Europa del Este, ha venido viviendo mas allá de sus medios (cualquier paralelo con la convertibilidad en Argentina no es mera coincidencia, ya que es el mismo modelo sólo parcialmente mitigado en este país por la existencia de una extraordinaria renta agraria). Las vulnerabilidades que se han acumulado, presentes desde hace años e inherentes a su modelo económico diseñado por las multinacionales y la penetración imperialista, son costosas: un importante déficit comercial de 5% del PBN, un aun fuerte déficit presupuestario del 5,5% del PBN (lo cual es una mejora de la situación comparada con dos años atrás), una moneda parcialmente sobrevaluada, una baja cantidad de reservas externas y un alto nivel de deuda en moneda extranjera de corto plazo en riesgo de vencimiento. Además, el crecimiento de Hungría es el más bajo de toda Europa del Este. El PBN real creció un 1,3% en 2007 por debajo del 4% de un año atrás, en gran parte debido a las medidas de austeridad implementadas en 2006.
En este marco estructural, la crisis financiera internacional ha puesto fin a la fiesta, empujando al país a una carencia de crédito y liquidez y al riego de un repentino parate y éxodo del flujo de capitales externos. Para frenar este drenaje, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco Central de Hungría acordaron facilitar liquidez en euros mediante un acuerdo de transacciones que permite a la entidad húngara tomar prestados hasta 5.000 millones de euros. Que el BCE haya realizado un rescate de un país que aun no es miembro de la eurozona es enormemente significativo y señala la preocupación de los miembros de la zona euro por los efectos desestabilizantes de una crisis en Hungría. Tomemos en cuenta además, que la oferta de liquidez del BCE, a diferencia de los préstamos del FMI, no tiene fuertes condicionamientos.
La principal debilidad de Hungría y de gran parte de los países de Europa del Este, junto a su inserción productiva ultrasubordinada en la economía mundial capitalista, es que la extranjerización abusiva de su sistema financiero la hace depender en el actual momento de crisis de la voluntad de los bancos a seguir financiando su economía, en un momento en que éstos están fuertemente apretados en sus propios países. Por ejemplo, el austríaco Raiffeisen Bank y los alemanes Volksbank y Bayerische Landesbank han decido frenar sus préstamos en francos suizos y dólares. Estos préstamos, constituían una forma de carry trade, esto es la toma de préstamos por los bancos y las entidades financieras en monedas de países con bajas tasas de interés como el yen japonés o el franco suizo, y luego ofrecerlo a clientes en países con altas tasas de interés como Hungría (o al menos más altas que con relación al yen o el franco suizo). Si se desata una crisis como la actual y la moneda en la que el préstamo fue otorgado se deprecia con relación al yen o el franco suizo, entonces el acreedor (o prestatario) está en problemas. El colapso de Islandia fue en gran parte causado por el carry trade en que los bancos islandeses estaban altamente comprometidos, como intermediarios del boom del mercado inmobiliario en buena parte de Europa. Hungría, a pesar de algunas comparaciones en este sentido, no está sufriendo algo similar al colapso de Islandia porque los bancos húngaros no eran intermediarios del carry trade. Sin embargo, Hungría era un destino importante del mismo. Desde 2003, el mercado inmobiliario húngaro experimentó un fuerte influjo de préstamos hipotecarios en francos suizos, a menudo ofrecidos por los bancos internacionales que dominan su sector bancario. Desde 2006, casi el 80% de todas las hipotecas en Hungría fueron realizadas en francos suizos. En realidad, alrededor de un 60% de todas las hipotecas y préstamos personales en Hungría al final de 2007 no eran en moneda local, mientras que los depósitos en moneda extranjera daban cuenta de un 20% del total de depósitos. La caída del florín, la moneda húngara, significa condiciones más duras para aquellos que han contraído deudas en francos suizos o euros; es que los tomadores de créditos habían sido atraídos por las bajas tasas de interés, ignorando el riesgo cambiario. Estos elementos, combinados con la enorme relación prestamos-depósitos superior a 140%, sugiere una fuerte dependencia del financiamiento externo no depositado, que tiende a ser especialmente volátil en el contexto de la actual crisis financiera internacional. El riesgo de que los inversores se nieguen a seguir refinanciando la deuda o que las casas matrices de los bancos extranjeros reduzcan la exposición a sus subsidiarias húngaras y -en una situación de crisis extrema- aun dejar que algunas de estas subsidiarias quiebren (como algunos bancos norteamericanos hicieron en Argentina en 2001) puede ahogar la economía y desatar una crisis de proporciones. Ya algunas importantes empresas, como la más grande fábrica de fertilizantes, Pétfürdoi Nitrogénmüvek, han anunciado que detienen su producción durante cuatro semanas debido a la crisis financiera internacional, siguiendo ya a muchas empresas menores que han suspendido su actividad.
Europa del Este y repúblicas de la ex URSS: ¿La “crisis asiática” de 2008?
Pero las vulnerabilidades de Hungría no son la excepción sino la regla en Europa del Este y las ex repúblicas soviéticas. Vayamos de mejor a peor. Polonia, la República Checa y Eslovaquia están en mejores condiciones que Hungría, ya que evitaron el excesivo gasto estatal de éste último (antes de que empezara a ajustar su presupuesto en 2006). Los checos, con bajas tasas de interés locales, no tienen la pesada carga de préstamos bancarios en moneda extranjera que posee Hungría. Pero al igual que ésta, estos países están expuestos a otro duro giro: una fuerte caída de sus exportaciones a Europa occidental. Eslovaquia, con su alta dependencia de una sola industria -la automotriz- es altamente vulnerable. Aun en Polonia, donde su primer ministro, Donald Tusk, insiste en que su país es una “isla de estabilidad”, la crisis ha generado dudas sobre los planes de Varsovia de entrar al euro.
Sin embargo, excepto por Hungría, los banqueros están menos preocupados por Europa Central que por los estados bálticos y de Europa del sudeste. El crédito fácil, del que gozaron los países bálticos desde su entrada en la Unión Europea en 2004, ha creado una burbuja inmobiliaria y una fuerte inflación y déficit de cuenta corriente. En Estonia, el crédito doméstico creció a 95% del PBN en 2007 de un 51% en 2003, mientras la deuda externa neta casi se duplicó a un 112% del PBN. Al igual que Hungría, el sistema financiero de los países bálticos está centralmente en manos de bancos suecos. El Swedbank, que tiene más clientes en la región que en Suecia, ha visto sus acciones caer a la mitad este año debido a su exposición en los países bálticos. El boom ya se ha comenzado a revertir desde fines de 2007 empujando a Estonia y Letonia a la recesión, la primera en la región en una década. Lituania no está muy lejos. Otras de las repúblicas de la ex URSS que se apresta a seguir el mismo derrotero es Kazakstán, país rico en petróleo. En el sudeste europeo la cosa también está complicada. El déficit de cuenta corriente de Hungría es alto, pero nada comparado con los déficits de dos dígitos de Bulgaria, Rumania o los países bálticos. El problema más agudo en el primero es la alta dependencia de los flujos externos para su financiamiento. La economía serbia se ha debilitado rápidamente en las últimas semanas. Por su parte, la convertibilidad de los países bálticos y Bulgaria está en la mira de los especuladores.
Un párrafo aparte merece Ucrania por su importancia. Este mes ha habido una corrida de pánico contra los depósitos. El gobierno ya se ha hecho cargo del banco Prominvestbank, suspendiendo el pago a sus acreedores. La caída de los precios de los granos y el acero han empeorado las cosas, golpeando las dos exportaciones clave del país. Zaporizhtal, MML Steel, y Donsetsk Steel, todas están reduciendo su producción. Esta crisis se da a su vez en el marco de la fuerte disputa política entre los otrora aliados de la coalición naranja: el presidente pro occidental Viktor Yushchenko, y la primer ministro Yulia Tymoshenko, que luego de la guerra contra Georgia se viene inclinando hacia Rusia. Estas crecientes tensiones llevaron a disolver el parlamento y a elecciones anticipadas que pueden inclinar la balanza decididamente en contra de Occidente.
Los analistas del Citigroup ponen a Rumania y Bulgaria junto con los bálticos, Hungría y Ucrania como países vulnerables a “un riesgo a su estabilidad financiera” (“The east is in the red”, Financial Times 16/10). Por eso, si Hungría colapsa, el efecto contagio para toda Europa del Este y las repúblicas de la ex URSS sería devastador -como la crisis de 1997 en el sudeste asiático que se expandió de Tailandia a Malasia, Indonesia y Corea y con su impacto en los bancos japoneses y la economía nipona-, cuestión que venimos anunciando desde el inicio de la crisis financiera en 2007. Muchos de estos países ya están sufriendo significativas presiones financieras como es el caso de Estonia, Letonia, Polonia, Rumania, Bulgaria y Ucrania. El FMI, que estaba desaparecido, ha sido sacado de su ostracismo frente a la grave crisis que enfrenta esta región, está negociando con Ucrania un préstamo stand by (¿se acuerdan?) para estabilizar sus bancos. Serbia es otro país que podría necesitar una fuerte ayuda de los organismos internacionales.
Globalmente, después de la crisis financiera abierta en agosto de 2007 y aun no cerrada, la recesión ya en curso en EE.UU. y los principales países de Europa occidental y Japón , la crisis de Hungría y su contagio a Europa del este y las repúblicas de la ex URSS pueden señalar la entrada de la tercer fase de la actual crisis capitalista mundial, la cual va a afectar duramente a las economías de los países semicoloniales y dependientes (llamados comúnmente por la prensa “países emergentes”) y que probablemente luego en no mucho tiempo se desarrolle fuertemente en los “emergentes” asiáticos y latinoamericanos. La situación de Pakistán, aliado de Occidente en su guerra contra el terrorismo, buscando desesperadamente en China un préstamo para su economía en ruinas parece confirmarlo.
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