WEB   |   FACEBOOK   |   TVPTS

 
El capitalismo mundial en una crisis histórica
por : Juan Chingo

30 Dec 2008 | El mundo capitalista atraviesa un proceso de crisis estructural que ha puesto en cuestión el reequilibrio parcial alcanzado en 1980, y que había sido apuntalado en la década del ’90 con la restauración capitalista en la ex URSS, Europa del este y China. La magnitud y profundidad del proceso otorga a la crisis un carácter histórico, no visto desde (...)


El mundo capitalista atraviesa un proceso de crisis estructural que ha puesto en cuestión el reequilibrio parcial alcanzado en 1980, y que había sido apuntalado en la década del ’90 con la restauración capitalista en la ex URSS, Europa del este y China. La magnitud y profundidad del proceso otorga a la crisis un carácter histórico, no visto desde los años ’30.

Esta no es una afirmación literaria sino una definición científica: el crack bursátil que azotó a las bolsas mundiales en 2008, la brutal fluctuación de las monedas tanto en la periferia capitalista como en los países centrales, las caídas bancarias, el sobreendeudamiento de los hogares y su dependencia de fuentes externas, las fugas masivas de capitales y las perspectivas de devaluaciones competitivas son las mismas fallas de la Gran Depresión, aunque la magnitud y orden de aparición sean diferentes y la crisis actual todavía esté en sus inicios. En este sentido, si la crisis de 1929 es la crisis de la emergencia de EE.UU. [1], podemos aventurar la hipótesis que la actual es expresión de la descomposición de las bases de la hegemonía norteamericana, sin que haya un sucesor a la vista. Estas bases ya venían degradándose desde 1970, pese a la recuperación parcial en las décadas del ’80 y ’90, cuestión que se acentuó cualitativamente con el fracaso de la remilitarización de la política exterior norteamericana, como ejemplifican la debacle en Irak y en Afganistán.

Ésta es a su vez la crisis del capitalismo mundial, ya que su epicentro madre, ubicado en EE.UU. se combina con otro, propio también de los países imperialistas: la Unión Europea está siendo golpeada por la crisis norteamericana pero también por las suyas, y por los límites de su proyecto comunitario [2]. Pero además, estos dos epicentros se relacionan con un tercero, constituido por economías semicoloniales y dependientes, en particular la de China, hoy convertida en el “taller manufacturero mundial”, con su tendencia a la sobreacumulación de capital. Este tercer epicentro, novedoso con respecto a los ’30, ya que en ese entonces sólo hubo dos focos, uno en EE.UU. y otro en Europa, expresa el mayor peso de determinadas regiones de la periferia capitalista en la actual estructura de la economía mundial, resultado a su vez, de la división mundial del trabajo de las últimas décadas.

Esta crisis histórica del capitalismo abre un período convulsivo de la economía, de las relaciones estatales y de la lucha de clases a nivel internacional, creando las bases objetivas para que se produzcan situaciones prerrevolucionarias, no sólo en los países de la periferia –como sucedió en todos estos años cuando la inestabilidad golpeó fuerte en México (1995), en la crisis asiática (1997-98), en el default ruso (1998), en el default de Ecuador (1999) y en la crisis argentina (2001)– sino también en los países centrales, lo que no se veía desde fines de los años ’60 y ’70. Estas potencialidades revolucionarias (y a la vez bonapartistas y contrarrevolucionarias) son un test y un desafío para quienes nos reclamamos del marxismo revolucionario.

Las raíces de la crisis

En documentos anteriores hemos planteado que: “El capitalismo del siglo XXI muestra claramente dos tendencias: por un lado, un aumento de la tasa de ganancia, basado fundamentalmente en un aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, consecuencia de la ofensiva neoliberal. Pero este aumento de la tasa de ganancia, no ha redundado por otro lado en un aumento de la tasa de acumulación capitalista en forma durable y generalizada. Este resultado paradójico es consecuencia de la forma en que se restableció la rentabilidad luego de la crisis de acumulación de la década de 1970, mediante una salida limitada de la misma, es decir con una limpieza solamente parcial del capital sobrante” [3].

Profundicemos en la explicación de esta contradicción. En los ’70, la caída de la tasa de ganancia producto del aumento de la composición orgánica del capital generado durante el pujante boom de posguerra planteó a los capitalistas la necesidad de llevar a cabo una desvalorización general del capital y de la fuerza de trabajo, de forma tal que pudiera comenzar una nueva expansión sobre bases renovadas. Se necesitaba una fuerte limpieza de capitales que recompusiera la tasa de ganancia. Sin embargo, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el del poder de los asalariados hacían que esta desvalorización no pudiera ser resuelta mediante un relativo accionar ‘libre’ de la ley del valor, tal como había sucedido en las crisis del siglo XIX y principios del XX mediante una rápida deflación, recesión y/o depresión y posterior recuperación empujada por un sector motor derivado de una innovación reciente (ferrocarriles, electricidad, tranvía, etc.). El período de entreguerras mostró que la crisis sólo podía ser zanjada de forma cualitativamente más catastrófica y destructiva, para así poder crear a la salida de la Segunda Guerra Mundial las condiciones para el boom.

Con el neoliberalismo los capitalistas intentaron evitar, por todos los medios, una desvalorización masiva de capitales, como había sucedido con la Gran Depresión y la Segunda Guerra. La ofensiva neoliberal de fines de los ’70 buscó proteger los derechos de propiedad de los capitalistas a la ganancia, al interés y a la renta de la tierra, a través del rol de las finanzas y las pirámides de endeudamiento, mientras iba provocando un lento pero forzoso movimiento de deterioro de las condiciones de vida de los asalariados a nivel mundial, que se refleja en el aumento considerable de la tasa de explotación de las últimas décadas.

En ese período, la sobreacumulación de capitales se mantuvo de forma latente, mitigada por un creciente y desenfrenado endeudamiento de la economía mundial que dio origen a sucesivas burbujas producto del crecimiento descomunal del capital ficticio, que mientras permitía realizar una parte de la plusvalía obtenida y extender las posibilidades de producción, en la medida que siguiera el movimiento ascendente [4], otra parte de ese capital ficticio, operaba en proporciones cada vez mayores, en forma autónoma, en el mismo circuito financiero, amplificando sus rasgos especulativos como lo pudimos ver en estos años hasta llegar a la burbuja inmobiliaria mundial de la última década, la “madre de todas las burbujas”.

El crecimiento desenfrenado del capital ficticio es resultado de décadas de una pirámide de endeudamiento cuyo objetivo fue postergar una crisis deflacionaria. Esta situación pudo ser sostenida debido al aumento de la masa de ganancia (y en cierta medida de la tasa) con respecto a su caída absoluta en la década del ’70. Una serie de fuerzas contrarrestantes hicieron factible esta realidad, entre ellas: la liquidación de la pequeña producción agrícola y la transformación de millones de campesinos en asalariados (su ejemplo máximo es el desarrollo de la gigantesca clase obrera china); los procesos de “downsizing” de las empresas y la apertura de nuevas zonas geográficas y ramas para la valorización del capital. Son muestras de este último caso, en el terreno de la producción o de la acumulación de capital, la explotación de la mano de obra educada y barata, y de los recursos naturales, en Europa del este y la ex URSS, y fundamentalmente en China. Con un carácter más parasitario o de pillaje (algunos autores lo llaman nueva “acumulación primitiva”) los planes de ajuste del FMI aplicados en las sucesivas crisis de estos países permitieron a los capitalistas occidentales apropiarse de una parte de los activos acumulados por estas economías no capitalistas y de los países semicoloniales o dependientes. De esta manera, lograron obtener sus principales recursos a precios de remate, haciendo pingües ganancias y aumentando su valorización bursátil. Es el caso también de lo ocurrido en los mismos Estados imperialistas, con la privatización de las ramas de salud, educación o transporte público. Pero lo cualitativo fue el aumento de la tasa de explotación de los trabajadores, expresión de la situación de retroceso de la clase obrera mundial en las últimas décadas. Como decimos en el trabajo antes citado: “De esta manera, el estancamiento del ingreso de los trabajadores, al tiempo que ha posibilitado el incremento de la rentabilidad, no resolvió la sobreacumulación que se mantuvo de forma latente como trasfondo de la recuperación. Paralelamente la ofensiva sobre los salarios restringió el consumo de masas e implicó una estrechez del mercado mundial. Esta estrechez que a su vez se realimenta con un bajo consumo productivo de los capitalistas, es parcialmente restituida mediante el crédito y el consumo de lujo, a costa de mayores inestabilidades en la economía mundial. Todos estos factores contribuyen a que el crecimiento de la tasa de ganancia no se condiga con una tasa de acumulación acorde a esos niveles”.

A la vez, “este modelo de acumulación, en la cual la tasa de ganancia se restableció en parte sin que la tasa de acumulación siga la misma curva, tiene además dos características importantes. Por una parte un desarrollo considerable del crédito hacia los hogares permite a los capitalistas apropiarse una parte suplementaria de plusvalía a través de los intereses, haciendo más dócil el trabajador por el peso que representa su endeudamiento masivo. Esto estimula artificialmente la demanda, sin resolver el problema de fondo que consiste en condiciones de valorización sólo parcialmente restablecidas. A su vez, este fenómeno se acompaña de una inflación de precios de los activos: una puja al alza, fundada en el crédito, de los precios inmobiliarios y de los mercados de valores que en un momento se comienza a alimentar a sí misma alejándose cada vez más de las condiciones y posibilidades de rentabilidad de la economía real. La suba de los precios atrae nuevos compradores cuya llegada empuja los precios todavía más arriba. En el caso de las acciones o títulos privados de las empresas esta alza (“exuberancia irracional”) dura hasta que se dé un cambio de la coyuntura económica, sea una baja de las inversiones o del consumo o un evento exterior”.

El resultado de esta forma de acumulación es una existencia de títulos sobre el capital, que exceden de lejos el plusvalor arrancado a la clase obrera para su valorización: el crecimiento desmedido del capital ficticio se torna absolutamente insostenible. Esto fue lo que puso de manifiesto el “hundimiento” de la burbuja inmobiliaria y de toda la burbuja crediticia. Como explica el economista marxista británico, Andrew Kliman: “Quienes, siguiendo a Marx, tratamos de entender la crisis económica del capitalismo como los problemas originados en su sistema de producción –producción de valor– siempre nos vemos ante el problema que entre el mercado y la producción no hay simplemente una relación causa-efecto. Como regla general, no siempre pasa que un hecho en la esfera de la producción provoca un hecho en el mercado, como puede ser una crisis económica. Sin embargo, lo que ocurre en la esfera de la producción condiciona y pone los límites a lo que ocurre en el mercado. En este sentido, es indiscutible que la crisis de la vivienda en EE.UU. tiene sus orígenes en el sistema de producción. El aumento en el precio de las viviendas estaba muy alejado del movimiento de valor de la nueva producción de manera que pudiera garantizar, por sí solo, el pago de las hipotecas en el largo plazo. El nuevo valor creado en la producción es, en última instancia, la única fuente de ingreso de los propietarios –incluyendo sueldos, salarios e ingresos de otro tipo– y es, por consiguiente, la única base sobre la cual depende, en última instancia el pago de las hipotecas. Pero, desde el año 2000 al 2005 los ingresos aumentaron, luego de la deducción de los impuestos, 34,7% (no ajustado según la inflación), apenas un tercio por encima del aumento en los precios de las viviendas. Esta es, precisamente, la razón por la cual la burbuja inmobiliaria demostró ser una burbuja. Un aumento en los precios de los activos o la expansión del crédito nunca es, en sí mismo, excesivo. Es excesivo sólo en relación al movimiento del valor subyacente” [5]. Michel Husson retoma el mismo concepto: “La crisis financiera resulta en el fondo de una reivindicación imposible del capital: obtener para el conjunto de los capitales invertidos una rentabilidad en línea con los rendimientos que los activos financieros procuran en ciertos segmentos. Pero la ley del valor interviene periódicamente para recordar que el volumen de las riquezas producidas está limitado por la extracción de plusvalía, en definitiva, que no se pueden distribuir más riquezas que las que se producen. Los activos financieros no son en el fondo más que derechos de giro sobre la plusvalía. Su valor nominal es en cierto sentido virtual pues sólo cuenta la prueba de su conversión en bienes reales, lo que parafraseando a Marx, podría llamarse el gran salto mortal del mundo del capital ficticio al de la mercancía” [6].

Esta insuficiencia en el flujo de valor o en la extracción de plusvalía con relación a los capitales invertidos fue la causa que disparó una desvalorización masiva del capital. No sólo la montaña de capital ficticio que dio vida a las pirámides de endeudamiento sino también en la economía real, como muestra la brutal caída de la producción en curso.

¿Recesión? ¿Depresión? Alcances y magnitud de la caída

La contracción de la economía mundial que ha comenzado y se profundizará en 2009 tiene características distintivas que la convierten en un acontecimiento de magnitud histórica: es la primera vez desde la Gran Depresión que todo el mundo va a la recesión en forma conjunta, mucho más que durante la recesión de 1973-75 que hasta ahora había sido la más profunda, larga y universal del periodo de posguerra [7]. A los países se les hará imposible exportar su salida a la crisis a aquellos Estados que aún están expandiéndose. Esta sincronización del ciclo económico es un resultado de la creciente integración estructural de la economía mundial, producto del avance de la internacionalización del capital productivo, desde el fin de la Segunda Guerra. Este proceso se aceleró desde los años ’70, como respuesta a la caída de la tasa de ganancia. En respuesta a la vulgar teoría del “desacople”, la interconexión de la economía internacional, fuertemente dependiente de EE.UU., al mismo tiempo que potencia la difusión de las alzas como mostró el reciente ciclo corto de crecimiento de la economía mundial, favorece también las ondas descendentes.

Para EE.UU., esta caída es todavía aún más sorprendente porque significa una ruptura aguda con el largo período de ciclos largos de crecimiento y débiles recesiones de los últimos 26 años, en los que este país fue capaz de exportar su crisis a la periferia (crisis de la deuda latinoamericana, crisis del Tequila, crisis asiática (1997-98), crisis rusa (1998), crisis brasilera (1999) y default de Argentina (2001)), o hacia otros países imperialistas como durante la llamada “década perdida” japonesa de 1990 (Ver Tabla 1).

La recesión actual, a diferencia de las de 1973-75 o de la “double dip” (dos recesiones separadas interrumpidas por un corto período de dos trimestres de expansión) a comienzos de 1980, combina una aguda crisis financiera, la más importante desde la Gran Depresión, que implica un extenso período de reestructuración y recapitalización del sistema bancario y financiero internacional. Durante este período habrá menos dinero para préstamos para las inversiones corporativas y las compras de los consumidores, lo que llevará a a más bancarrotas corporativas. A su vez, muestra que el riesgo mayor no proviene tanto de la creciente autonomía de las finanzas con respecto a la economía real y sus movimientos especulativos [8], sino de la profunda interpenetración entre ésta y la economía real que ha alcanzado niveles desconocidos, con la imposición de sus criterios e instituciones a la producción y el consumo, como muestra la presión que ejerce sobre el “capital en función”, el desarrollo de actividades financieras de las mismas corporaciones industriales como General Motors en la rama automotriz o GE en ingeniería civil. Pero lo más sorprendente con respecto al capitalismo del siglo XIX analizado por Marx, es el rol de las finanzas en el ahorro y el consumo de los trabajadores, como muestran los fondos de pensión. En el pasado, las instituciones bancarias o financieras sólo consideraban a los capitalistas –grandes o pequeños– como sus clientes. En este marco, la financierización de la economía potencia la magnitud y la velocidad de propagación de las crisis. Este fue el caso de la crisis financiera abierta en agosto de 2007 y que tuvo su pico en septiembre-octubre de 2008 con la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, que puso al borde del colapso al conjunto del sistema financiero, amenazando seriamente el mecanismo de transferencia de fondos, desde el ahorro a la inversión. Este mecanismo fue restaurado parcialmente gracias a las inéditas y masivas intervenciones del Estado capitalista, y aún está lleno de averías. Toda visión de la esfera financiera y la esfera económica como departamentos separados se demuestra errónea. Esto creían hasta hace poco los defensores de la teoría del “desacople”, hasta que la fenomenal crisis de los llamados países emergentes liquidó su falsa teoría. Lamentablemente buena parte de la izquierda que hizo una lectura tomando sólo en cuenta las desigualdades de la acumulación capitalista a escala mundial, no puede entender y mucho menos prever las consecuencias de la crisis en curso.

Dicho esto, los pronósticos sobre la magnitud y duración de la caída varían, pero la tendencia de los organismos más conservadores es a una revisión a la baja de sus pronósticos. Para el Fondo Monetario Internacional, la economía mundial entrará en recesión en 2009. A principios de noviembre cambió drásticamente sus previsiones de crecimiento para numerosos países, con respecto a las emitidas menos de un mes antes, donde sólo hablaba de estancamiento del crecimiento mundial [9].

Nouriel Roubini, el economista que vino acertando desde el comienzo de la crisis sobre su gravedad y alcances, predijo que “EE.UU. experimentará la recesión más grave desde la Segunda Guerra Mundial; mucho peor, más prolongada y profunda incluso que las de 1974-75 y 1980-82. La recesión continuará al menos hasta fines de 2009, con una caída acumulada del PBI mayor al 4%; el desempleo probablemente alcance al 9%”. Y agrega: “una recesión con forma de U de 18-24 meses es hoy una certeza, y la probabilidad de una recesión peor, de varios años y con forma de L (como Japón en la década del ’90) es todavía pequeña pero va en aumento. Incluso si la economía saliera de la recesión para fines de 2009, la recuperación podría ser tan débil, por el deterioro del sistema financiero y el mecanismo de crédito (por ejemplo, un nivel de crecimiento de 1-1,5% durante un tiempo, bien por debajo del potencial 2,5-2,75%) que podría sentirse como una recesión aún cuando la economía esté técnicamente fuera de ella” [10]. Robert Reich, ex Secretario de Trabajo durante la primera presidencia de Clinton califica este panorama como una mini depresión: “No es la Gran Depresión de 1930, pero tampoco está resultando ser sólo una mala recesión del tipo de las que experimentamos periódicamente en la última mitad de siglo. Llamémosla una mini depresión” [11]. Por último, Andy Xie, el ex economista en jefe de Morgan Stanley para Asia, haciendo un paralelismo con la crisis asiática de la década pasada, dice que “1997 para Asia es 2008 para EE.UU., 1998 para Asia, 2009 para EE.UU.” [12]. En otro artículo desarrolla la comparación: “Hace diez años empezó la crisis financiera asiática en la primavera de 1997, y le siguió una crisis económica financiera en 1998. Los mercados bursátiles se contrajeron a la mitad o dos tercios entre sus puntos más altos y más bajos entre 1997 y 1998 y muchas monedas fueron devaluadas en un tercio o la mitad. En términos de dólares estadounidenses, los precios de los activos asiáticos se hundieron un 70 y 90%. Luego de la grave destrucción de la riqueza la mayoría de las economías se contrajeron en 5 y 10% en 1998. (...) Las economías anglosajonas podrían seguir un patrón similar al que experimentaron las economías del este asiático, una década atrás. Australia, el Reino Unido y EE.UU. podrían contraerse del 2 al 5% –menos de lo que le podría pasar a las economías del este asiático debido a su gran economía de servicios y un mejor bienestar social–. Una contracción de tal magnitud en importantes economías desarrolladas no ocurría desde la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto puede que no sea una exageración usar el término “invierno nuclear” para describir la desaceleración económica que se viene” [13].

Las economías anglosajonas dan cuenta de un tercio de la economía mundial y fueron su locomotora desde el punto de vista de la demanda, a través de sus crecientes déficits de cuenta corriente. Su caída afectará a sus socios comerciales, los imperialismos europeos, que uno a uno están entrando en recesión. Alemania, una maquinaria exportadora, lo ha reconocido oficialmente. Francia también se contrajo. El presidente del Banco Central de Inglaterra pronostica que la economía del Reino Unido caerá un 2% en 2009. A un puerto similar se encamina España. La economía japonesa, al igual que la alemana, depende de la salud de sus destinos de exportación, en especial el mercado norteamericano. Pese a que China es el socio comercial más grande de Japón, una importante proporción de sus exportaciones es procesada para re-exportar a EE.UU.. Como vemos, pese a los cambios operados en la estructura de la economía mundial con un mayor peso de la periferia semicolonial y dependiente con respecto a los ’70, las economías imperialistas que constituyen el sector siempre predominante del mercado mundial (del “poder adquisitivo globalmente disponible”) están entrando en una caída aguda.

Continuando con la comparación con la crisis asiática de 1998, lo más interesante para prever el destino de las economías de los países centrales es que –a diferencia de la rápida recuperación asiática debida a la devaluación de su moneda y al boom norteamericano de fines de los ’90– el Estado de la economía mundial y del sistema bancario y financiero les impedirán una rápida y fuerte recuperación. Como dice el analista antes citado: “Las economías desarrolladas representan dos tercios de la economía global, y las emergentes un tercio en términos nominales. Si las economías desarrolladas se contraen en 1,5 al 2% en 2009, y las emergentes crecen del 2 al 5%, la economía de conjunto se podría contraer por primera vez en medio siglo. Si alguna desaceleración de la economía se ajusta a la descripción de “invierno nuclear”, esta sería una. Además de la profundidad, la duración de la desaceleración podría ser mucho más larga que las anteriores. En 1999, las economías del este asiático tuvieron una recuperación en forma de V por un boom exportador debido a una robusta economía estadounidense y devaluación monetaria. Al haber desaceleración en las economías principales, nadie podría realizar una rápida recuperación de las exportaciones. La devaluación ahora no funcionaría. Una reparación del balance sólo podría venir de una reducción de la demanda en lugar de un crecimiento de los ingresos. La restauración de la salud económica llevará mucho tiempo” [14] .

La crisis de sobreproducción emerge con fuerza

De la crisis financiera se ha pasado con una velocidad sorprendente a una crisis de sobreproducción. La inédita espiral crediticia, no sólo la del crédito hipotecario que originó la burbuja inmobiliaria, expresada hoy en millones de viviendas invendibles en EE.UU. y otros países [15], sino también las tarjetas de crédito, el crédito automotriz, los préstamos para los estudios en la universidad, etc., además de haber proporcionado inmensas ganancias a los especuladores, permitió mantener artificialmente altos niveles de consumo, evitando que la tendencia a la sobreproducción se transforme en crisis abierta. Es evidente el carácter agudo de esta tendencia en el principal sector industrial como el automotriz: “El romance de EE.UU. con el automóvil fue puesto de relieve hace cinco años cuando la cantidad de autos por hogar superó la cantidad de personas por hogar (...). La expansión suburbana descontrolada y una mejora de la calidad de los autos permitieron a muchas familias acumular no sólo dos sino hasta tres, cuatro o cinco vehículos (...). El auto norteamericano tiene unos 9,3 años como promedio, un 50% más viejo que en 1990, lo que es extraño dado lo fácil que fue en los últimos años comprar un vehículo nuevo. En el largo plazo, el nivel de los coches desguazados debería seguir el nivel de ventas, sin embargo, la cantidad de autos vendidos logró superar en una tercera parte la cantidad de vehículos retirados de las calles, como promedio desde 1990. A lo sumo, muchos norteamericanos no necesitarán comprar un coche ya que su vehículo viejo sigue andando bien, y si su carcacha deja de funcionar, hay un excedente de coches usados (...). El porcentaje anual de ventas del mes pasado de 10,5 millones de unidades, la más baja desde 1983, estuvo seguramente influenciada por la sequía crediticia y los aterradores titulares económicos. (...)” [16]. El mismo artículo pronostica las perspectivas del nivel de ventas y la viabilidad de las “Tres Grandes” de Detroit, superada eventualmente la crisis: “¿Cuánto puede empeorar todo? Contratos de arrendamiento subvencionados, reembolsos altos y 0% de financiación pueden haber sido responsables de la venta de 1,5 millón de coches extra cada año, entonces, una situación posterior a una burbuja crediticia mundial puede parecer muy diferente. Si la densidad vehicular dejara de crecer del todo las ventas anuales podrían caer 3,5 millones con respecto a los niveles anteriores a la crisis.

Aun cuando las “Tres Gigantes” de Detroit vean su porción estabilizarse en un 48%, debajo del 75% de dos décadas atrás, puede que haya lugar para 6,5 millones de vehículos de las compañías con base en EE.UU. comparado con los 9 millones de dos años atrás. Esto podría dejar espacio para “Dos Gigantes” solamente –una racionalizada General Motors y Ford–, que pueden sacar provecho de sus marcas globales. La renqueante Chrysler, por otra parte, puede que no esté con buena suerte”.

Pero esta sobreproducción no sólo afecta a las compañías norteamericanas en problemas sino también a las empresas estrellas del sector, como Toyota quien ha anunciado que para el presente ejercicio fiscal, que termina el 31 de marzo de 2009, prevé pérdidas operativas de unos 1.700 millones de dólares, por primera vez en la historia de la empresa, debido al desplome de las ventas como consecuencia de la crisis global. Lo que ocurre es que ésta automotriz sufre de la excesiva revaluación del yen frente al dólar y por la caída de la venta de vehículos en EE.UU., donde el fabricante japonés realiza entre el 60 y el 70% de sus beneficios. No sorprende entonces que haya decidido reducir entre un 30 y 40% sus inversiones para pasar la crisis, además de miles de despidos. Por su parte, Europa terminará 2008 con una caída del 25% en sus ventas. Carlos Ghons, empresario de la Renault-Nissan y presidente de la Asociación de Constructores de Automóviles Europeos (ACEA) sostiene que “el 2009, es el año de todos los peligros, de todas las posibilidades y de los escenarios más locos” [17].

Esta realidad de las firmas automotrices demuestra que estamos ante un problema estructural: la fuerte baja de las ventas observadas los meses pasados no explica la rapidez con que estas compañías entraron en una espiral depresiva. Esto responde, en gran medida, al estado calamitoso de los mercados financieros, ya que es una industria gran consumidora de créditos. Las tasas que las empresas deben pagar por su oferta de títulos son muy altas, por ejemplo, un 9% en el caso de Daimler por 1000 millones de euros. Pero a su vez refleja que la industria automotriz mundial está sometida a una competencia extrema, sobre todo en términos de concentración de capital [18]. Cada uno de los principales grupos espera avanzar algunos cuerpos por sobre sus competidores, lo que conlleva sobrecapacidades. Los políticos y economistas de EE.UU. y otras grandes potencias, jamás tuvieron que lidiar con un problema de esta dimensión, en un contexto de recesión sincronizada a nivel mundial. Nos referimos a la saturación de la industria automotriz, la gran industria de consumo de masas del siglo XX, nacida en EE.UU. y que se generalizó al finalizar la Segunda Guerra extendiéndose a Europa y Japón y posteriormente a buena parte del mundo semicolonial y dependiente. Si esta es la realidad global, la crisis de la industria norteamericana es más aguda que la que golpea a Europa o Japón, que recién ahora viene experimentando una baja de la producción. Los viejos y grandes modelos norteamericanos de los años ’60, fueron reemplazados desde los ’80 en adelante por las 4x4, cuya venta se mantuvo alta gracias a los bajos precios de combustible y sobre todo por la financiación generosa de la compra (lo que implicaba una reducción de hecho de la tasa de rentabilidad sólo compensada por el volumen, postergando la inevitable reestructuración e incluso la perspectiva de quiebra).

Pero tal vez la industria del acero exprese con más claridad la tendencia a la sobreproducción. Esta aleación se utiliza en la construcción e infraestructuras, en electrodomésticos, barcos y automóviles y en la producción de carbón, gas natural, petróleo y minerales de base. En 2007 la producción mundial de acero alcanzó 1.400 millones de toneladas (14% más que en 2000), de las cuales 480 millones fueron exportados por un valor de 375.000 millones de dólares. La caída de la demanda que está hundiendo los precios y la poca elasticidad de los precios del mineral de hierro (principal componente de la producción de acero) están afectando a muchos productores y llevando a varios a la quiebra. ArcelorMittal, el fabricante de acero más grande del mundo, está recortando la producción entre un 30 y un 35% en EE.UU. y Europa. Muchas firmas tratan de renegociar los precios de las materias primas, otras entran en default en los contratos de compra y obligan a una renegociación y algunas directamente se niegan a honrar sus deudas, lo que afecta muchas compañías productoras de mineral de hierro. En síntesis, estamos ante un período de quiebras, fusiones y adquisiciones que traerá una nueva consolidación en la industria del acero, así como en su principal proveedor, los productores de mineral de hierro [19].

La caída de las ganancias que aqueja las corporaciones golpea agudamente los planes de inversión. Un sector donde esta caída es calamitosa, debido a los importantes sumas de capital requeridas, es el de la construcción de nuevas refinerías: “Al menos cuatro de cada cinco proyectos de construcción de refinerías enfrentan cancelaciones debido a que el desplome mundial en la demanda de combustible produjo la suspensión de todos los emprendimientos salvo los que tienen un fuerte respaldo gubernamental. El consultor industrial Wood Mackenzie concluyó que 30 de los 160 proyectos de refinería anunciados desde 2005, que deberían estar finalizados en los próximos 2 a 7 años, no se llevarán adelante. La fuerte caída en la cantidad de nuevas refinerías está relacionada con el colapso en los márgenes de las ganancias de refinería, conocido en la industria como “márgenes de refinación” [20]. Estamos hablando de una industria que en el reciente ciclo corto de crecimiento sufrió cuellos de botella en la oferta, producto de la falta de inversión en refinación en los ’90 [21]. Otro sector estrella que durante años obtuvo ganancias extraordinarias y que ahora está en dificultades por la recesión [22] y la mayor regulación que espera de la nueva Administración norteamericana, es el farmacéutico, que busca –no precisamente en un buen momento– nuevos nichos en los países emergentes. Como dice The Economist: “Durante muchos años EE.UU. ha sido el cuerpo y alma de los negocios farmacéuticos. La adopción del control de precios y los sistemas de salud administrados por parte de los Estados en el continente europeo, donde comenzó la industria, llevó a que muchas firmas farmacológicas levantaran sus tiendas en la tierra del libre mercado. Entusiasmado con la idea de promover la innovación y desconfiado de un gobierno fuerte (hasta hace poco por lo menos), EE.UU. le ha permitido a las compañías farmacológicas que pongan el precio de sus mercancías más o menos a su antojo. Como resultado, más de la mitad de las ganancias de las firmas líderes provenía sólo de EE.UU.”, pero este “romance de las grandes farmacéuticas con EE.UU. está llegando a su fin” [23].

Por su parte, la industria informática, que en cierta medida se creía inmune a la crisis, tuvo que cambiar abruptamente sus perspectivas: “A fines de septiembre, Craig Barret, presidente de Intel, le dijo a Financial Times que era difícil ver cómo esta crisis golpearía la industria de la tecnología de la información. Pero planteó que había al menos una posibilidad de que impulsara la inversión en productividad –en el pasado, el negocio había mejorado durante períodos de desaceleración económica–. Sin embargo, la semana pasada, el fabricante de chips causó un shock en Wall Street al advertir que ahora esperaban que sus ingresos para el cuarto período estuvieran un 14% por debajo de la previsión de octubre” [24]. Como vemos, la crisis afecta los márgenes de rentabilidad de todas las ramas de producción.

Esto se debe a la acumulación de sobrecapacidades, como en el sector automotriz, y al aumento del costo del dinero que cambia abruptamente las condiciones generales en que se venían efectuando los negocios. Un componente central para la recuperación de las ganancias había sido, hasta hace pocos meses, las bajas tasas de interés. Para las empresas, esto implicaba un aumento de sus ganancias pues disminuía el costo del capital.

El nuevo contexto no sólo empuja a la reducción de inversiones, a un gigantesco proceso de concentración y a una desvalorización del capital, sino fundamentalmente a una drástica reducción del salario directo e indirecto de los trabajadores. Esto puede verse en los planes de reestructuración de la industria automotriz norteamericana. El objetivo a lograr es un nuevo umbral en la tasa de explotación.

Comienza el estallido de los desequilibrios de la economía mundial

La actual crisis económica evidencia que los desequilibrios que cruzaron la economía mundial en estos años, están en sus últimas fases o bien ya han comenzando a estallar: a saber, el rol de EE.UU. (y de otros países con abultados déficits de cuenta corriente) como consumidor en última instancia basado en el sobreendeudamiento financiado por el resto del mundo; y el de China, como el gran taller mundial con su modelo exportador que permitió el relanzamiento de los países exportadores de bienes de producción (Japón y Alemania) y de los países productores de materias primas. Los dos pilares que durante más de una década sostuvieron la economía mundial están entrando en crisis y poniendo en cuestión todas las teorías vigentes en la coyuntura anterior: la supuesta existencia de una nueva estructura de financiamiento estable de la economía mundial, el llamado sistema de Bretton Woods II; la noción de una complementariedad absoluta entre EE.UU. como consumidor y China como productor (lo que refleja el término “Chimérica”) y por último, la peregrina idea del “desacople”, sostenida incluso cuando el barco norteamericano comenzaba a hundirse.

Por el contrario, hay un avance en la integración de la economía mundial. Esto era reconocido por los mismos teóricos de la coyuntura quienes ensalzaban sus aspectos positivos pero fueron incapaces de prever las consecuencias una vez que el ciclo económico se revirtió violentamente, con la crisis financiera más grande desde 1930. Cuando los fundamentalistas anticatastrofistas, los armonicistas tout court, sólo se guiaban por los altos índices de crecimiento y de ganancia para decir que la economía mundial estaba en una nueva fase de expansión [25] y no en un ciclo corto de crecimiento (sin duda, el más grande desde los ’70 pero de carácter insostenible) no nos cansamos de señalar este desequilibrio fundamental de la economía internacional, siguiendo el método de Trotsky basado en el “análisis de los antagonismos económicos”.

La debacle está en curso. El carácter mundial de la crisis y el hecho de que su epicentro madre esté en EE.UU., el país hegemónico del sistema capitalista, hacen impensable la perspectiva de una “japonización” de la economía. En el caso de Japón, el fin de la burbuja accionaria e inmobiliaria dio lugar a una depresión [26] que se desplegó en forma paulatina durante los ’90. En ese lapso, rara vez el PBI cayó en un trimestre más de un 1% y el desempleo creció lentamente. Más que un acontecimiento catastrófico con una concentración de las penurias y privaciones para las masas fue fundamentalmente un período de estancamiento económico que trajo un extendido malestar. Para decirlo de otra manera, en el plano interno Japón optó por mantener la cohesión de su estructura política y social modernizada por arriba –con todos los límites que esto significa después de su derrota en la Segunda Guerra– y que la crisis no diera lugar a un avance en la lucha de clases, a costa de postergar su recuperación económica. A nivel externo, debido al papel subordinado en la estructura de poder mundial (como lo demuestra su dependencia de la protección militar norteamericana y que su economía nunca actuó como locomotora de la economía mundial) el estancamiento japonés pudo convivir con una década relativamente poco convulsiva para la economía, la política y la lucha de clases mundial (como ejemplifica que EE.UU. pudiera vivir en la segunda mitad de esa década el boom de las “punto com” y que avanzara la restauración capitalista, sobre todo, en China).
Por motivos internos y externos es imposible que esto se repita en EE.UU.. Mes a mes el desempleo crece lo que ya genera fuertes presiones sobre el cuerpo político del país y el nuevo presidente [27]. Este está sufriendo una vertiginosa confluencia donde todas las crisis explotan al mismo tiempo: el colapso inmobiliario, el ajuste del consumo, la crisis financiera y la caída de varios bancos, el racionamiento crediticio, una recesión internacional y por último un duro rebalanceo de su disfunción de larga data en relación con el ahorro doméstico y la dependencia del financiamiento internacional [28]. Paul Krugman expresa el carácter complejo y combinado de la crisis de la siguiente manera: “Estoy muy tentado de decir que se trata de una crisis que en nada se parece a lo que hayamos visto antes, pero, quizá sea más preciso afirmar que es igual a todo lo que hemos visto antes, nada más que todo junto: un estallido de la burbuja inmobiliaria comparable a la que ocurrió en Japón a fines de los ’80; una oleada de bancos en ruina comparable con la de principios de los años ’30; una trampa de liquidez en EE.UU., que nuevamente nos recuerda a Japón; y, más recientemente, un desbaratamiento de los flujos de capitales internacionales y una oleada de crisis de monedas, todas reminiscencias de lo que ocurrió en Asia a fines de los ’90” [29]. La crisis mundial es histórica no sólo por su profundidad y velocidad sino porque golpea agudamente a la potencia hegemónica, EE.UU., que aunque en decadencia sigue jugando un papel clave en el comercio, las finanzas, el sistema monetario, las relaciones militares y políticas a nivel mundial. La crisis y el debilitamiento de EE.UU. abren un período convulsivo (objetivamente pre-revolucionario), en el que las políticas estatales por ahora vienen fracasando en revivir a la economía. Esto puede llevar a intentos más ofensivos como pasó en los ’30, pero que, por la declinación de EE.UU., tendrían aún menos posibilidad de éxito que el New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Por tanto, debemos prepararnos para importantes ataques a los trabajadores, mayores crisis fiscales y más contradicciones interestatales. La posibilidad de un escenario de deflación/depresión (con ruptura del comercio mundial, un avance cualitativo de la desocupación y quiebre del rol del dólar) es un temor cada vez más cercano, como muestran las acciones desesperadas y los cambios de planes de las autoridades norteamericanas.

La crisis estructural del “modelo” norteamericano

EE.UU. atraviesa la crisis financiera y bancaria más importante desde la Gran Depresión; una recesión que amenaza con convertirse en la más fuerte de la posguerra; un crecimiento descomunal del déficit fiscal que puede llegar a 1 billón de dólares en 2009 y 2010; un enorme déficit de cuenta corriente; un sistema financiero averiado que continúa desendeudándose y que restringe violentamente los préstamos a las empresas y particulares, generando un credit crunch; un sector inmobiliario en aguda crisis con millones de hogares insolventes y con la posibilidad de perder su casa; el peligro de una creciente deflación, en la medida que sale a la superficie la crisis de sobreproducción en ramas como la vivienda, los bienes de consumo durables y la automotriz; caídas a niveles mínimos de las tasas de interés y la posibilidad de entrar en una trampa de liquidez (“liquidity trap”) [30]. Todos estos elementos son indicadores de que el “patrón de crecimiento” de EE.UU. está en una crisis estructural y que difícilmente este país pueda salir de la crisis sin modificarlo sustancialmente.

Gracias al endeudamiento de las empresas y de los hogares, y revendiendo este riesgo crediticio al resto del mundo, EE.UU. mantuvo hasta 2007 un fuerte crecimiento pese al debilitamiento de su base industrial [31] (con la excepción de las empresas de alta tecnología) [32]. De esta manera, la baja de la tasa de ahorro que ha alcanzado valores casi negativos fue compensada por la atracción del ahorro del resto del mundo, en particular de los países con superávit de cuenta corriente. La economía norteamericana era empujada por el sobreconsumo financiado por el resto del mundo. Como decimos en otro trabajo: “Era el consumo el que impulsaba el crecimiento sostenido por un récord creciente del endeudamiento (la deuda con respecto al ingreso disponible de los hogares creció de un 100% en 2000 a un 138%). Así, en los últimos diez años, el PBI norteamericano ha crecido un 31%, o sea un 2,7% por año, mientras que el consumo de los hogares ha crecido un 3,4% por año. Sin este dinamismo del cons [33].

La actual crisis con el desmantelamiento de la hipertrofia financiera generada en las últimas décadas pone un límite al recurso del sobreendeudamiento de los hogares, principal pilar de su patrón de crecimiento, hasta ahora. El consumo se encuentra afectado por diversas vías: la aguda restricción del crédito, hipotecario y de las tarjetas de crédito, los préstamos automotrices y los préstamos estudiantiles. El avance de la recesión acelera los despidos, y el salario ya estancado en estos años es presionado a una fuerte baja. A su vez, el consumidor norteamericano está sobreendeudado: la deuda comprometía el 70% de sus ingresos a comienzos de 1990. Hoy esa proporción se ha duplicado. La disminución del patrimonio financiero e inmobiliario de los hogares (el fin del “efecto riqueza”), sumado a la incertidumbre general, hará caer aún más el consumo y la inversión. Además, los posibles efectos deflacionarios pueden postergar el consumo con la perspectiva de una mayor caída de los precios en el futuro.

Otro pilar de su “patrón de crecimiento”, el recurso al financiamiento externo, está en discusión después de la actual crisis que golpea especialmente al modelo de negocios “anglosajón”, presentado como ejemplo a imitar para todo el mundo. La necesidad de reducir el déficit de cuenta corriente se impone y, para ello, se presentan dos alternativas. La primera, la baja del dólar, puede no ser tan eficaz como en el pasado ya que no hay ningún país que pueda absorber la demanda excedente, en un contexto de recesión sincronizada a nivel mundial. A la vez, el intento de hacerlo puede desatar una serie de devaluaciones competitivas que agraven aún más la crisis. La otra variante es la mejora de la tasa de ahorro para financiar las inversiones con el ahorro doméstico y no con el financiamiento del resto del mundo. Esta alternativa, más estabilizadora a mediano plazo, porque reduciría los desequilibrios de la cuenta corriente permitiendo estabilizar al dólar, es muy costosa a corto plazo, ya que llevaría a una fuerte recesión en EE.UU., con efectos mundiales. Nouriel Roubini presenta un cálculo estremecedor: “Para que los niveles de ahorro de los hogares vuelvan a los de hace una década atrás (cerca de un 6% del PBI) el consumo tendrá que caer –relativo a los actuales niveles del PBI– casi un billón de dólares. Si todo este ajuste fuera a ocurrir en 12 meses, el PBI se contraería directamente en un 7% e indirectamente (incluyendo el colapso mayor de gastos residenciales e inversión de capital empresarial en una severa recesión) en un 10%, una ejemplificación de la “paradoja del ahorro” keynesiano. Si tal ajuste fuera a ocurrir en un plazo de 24 meses en lugar de 12 todavía tendríamos un crecimiento negativo del PBI del 5% durante dos años seguidos con una caída acumulativa del PBI desde su punto máximo del 10% (...) Entonces sólo se puede esperar que este ajuste del consumo y los niveles de ahorro tengan lugar de manera lenta a lo largo del tiempo –cuatro años en lugar de dos–. Incluso en ese escenario la caída acumulativa del PBI podría ser del orden del 4-5%, esto es, la peor recesión de EE.UU. desde la Segunda Guerra Mundial” [34]. Más allá de los intentos de las nuevas autoridades norteamericanas por encontrar otra salida [35], esta dura caída es una perspectiva posible, por los márgenes cada vez más estrechos de EE.UU..

El fin del brillo de los “emergentes”: vulnerabilidades y crisis de la actual división mundial del trabajo

Las consecuencias del ajuste en el déficit de cuenta corriente norteamericano son enormes para la economía mundial, en especial para los “países emergentes”. Es que menores déficits de cuenta corriente en EE.UU. llevarán a menores superávits de cuenta corriente en esos países. Desde 2000 la acumulación de déficits de cuenta corriente en EE.UU. alcanza alrededor de 6 billones de dólares. Este volumen es de una magnitud parecida al total de las reservas oficiales mundiales. Esto no significa que todas esas reservas provengan del déficit de cuenta corriente norteamericano, pero es indudable que este déficit tiene mucho peso y sin él las posiciones de reservas del resto del mundo no serían tan extraordinarias. Una seria compresión del déficit de cuenta corriente norteamericana, motorizada por la recuperación de parte de la capacidad de ahorro interno, como la contemplada en el punto anterior, implicaría una fuerte retracción del comercio exterior y de los superávits de cuenta corriente, en especial, de los países asiáticos en los años por venir. Para algunos analistas, esta compresión podría ser tan alta como un 30-50% del PBN en los próximos años, con el consecuente debilitamiento de la moneda de muchos de esos países dependientes de la exportación, a menos que encuentren un nuevo motor de crecimiento interno, lo que es difícil en tan corto tiempo. Más aún, si como decimos antes, la crisis del “patrón de crecimiento” norteamericano es estructural, el potencial de crecimiento de muchos países emergentes será mucho más bajo de lo que esperaban muchos teóricos del BRIC (otra moda pasajera lanzada por un broker).

El ciclo mundial de las materias primas, que benefició a otra serie de países emergentes, no hubiera sido tan fuerte sin la burbuja crediticia e inmobiliaria de EE.UU., que actuó como locomotora de la demanda de la economía mundial. Si el sobreendeudamiento norteamericano se revierte o cambia de dirección es difícil que vuelva a repetirse a corto plazo (e incluso en el mediano) un escenario con las fuertes tendencias observadas en los pasados siete años: ciclo de crecimiento más alto desde la década del ’70, gigantescos déficit de cuenta corriente norteamericanos, grandes superávits de cuenta corriente, rápido crecimiento de las reservas y fuerte tasa de crecimiento en los países emergentes, ciclo ascendente de las materias primas y debilidad del dólar incluso contra la moneda de muchos de estos países. Por el contrario, la perspectiva de que el déficit de cuenta corriente de EE.UU. se contraiga en forma significativa por una drástica reducción de las importaciones [36] puede revertir significativamente muchas de estas tendencias, que hasta hace poco se daban como garantizadas por décadas.

En el plano de la producción, la crisis mundial muestra las vulnerabilidades de la actual división mundial del trabajo y entre ellas el papel de China como “taller del mundo” en una economía mundial dominada por el imperialismo. Aguijoneadas por la hipercompetencia, las grandes firmas han ido demasiado lejos con sus cadenas de proveedores trasnacionalizados, en su búsqueda de abaratar costos. Hoy dicha presión se les está volviendo en contra. Las tensiones del mercado financiero se transmiten a sus proveedores medianos y pequeños, poniendo a prueba las cadenas de producción internacional, lo que lleva a las grandes compañías de toda una serie de industrias, desde la aeroespacial al comercio minorista, a tomar medidas extraordinarias. El siguiente artículo del Financial Times muestra que: “Las agencias calificadoras como Moody’s y Fitch señalan las crecientes dificultades que enfrentan las pequeñas y medianas empresas para asegurarse créditos de los bancos (...). Ahora es más probable que los proveedores pidan un rescate financiero. Obviamente, desde el punto de vista de los fabricantes, los culpables, son los bancos (...). Pero las grandes empresas también pueden ser acusadas. Durante años, muchas de ellas exprimieron despiadadamente a los proveedores. La industria automotriz es conocida por repentinos recortes generalizados del 10% que imponen los fabricantes sobre los precios de los componentes. De forma similar, los comerciantes minoristas de Gran Bretaña, encabezados por Tesco, tuvieron éxito al presionar sobre los términos de pago con los proveedores cada vez más a su favor. Tesco aumentó el plazo de pago de algunos bienes, de 30 a 60 días. Bart Brecht, Director Ejecutivo de Reckitt Benckiser, grupo de artículos de consumo, criticó el mes pasado esos movimientos como un sinsentido. (...) Mientras tanto, los proveedores se quejaron (...) de que otra importante cadena de supermercados pidió rebajas del 15% en los precios. Julie Metelko, una especialista en perfeccionamiento de negocios de PA Consulting, dice que ese enfoque puede volverse en contra de las grandes empresas: ‘Si los proveedores no reciben efectivo, entonces uno se arriesga a acabar con ellos’” [37]. En este marco, compañías como la alemana Daimler Benz, y algunos de sus rivales evalúan adelantar el pago en efectivo a sus proveedores en dificultades. Volkswagen, el mayor fabricante de autos europeo, estableció un equipo especial o “célula de crisis” para evitar el colapso de sus proveedores. Pero la cuestión no es sólo coyuntural, sino que está llevando a formularse nuevas e inesperadas preguntas sobre la solidez de la cadena de proveedores y las ventajas de tercerizar la producción en lugares tan distantes como el sudeste asiático: “’Tenemos que observar el riesgo en la cadena de suministros más de cerca. ¿Su proveedor chino es sólido? ¿Son capaces de mantener su suministro?’, pregunta Tim Lawrence, un experto en cadena de suministros de PA Consulting. Pero las dudas se mantienen. Una es cuán rápido puede responder un proveedor para cubrir la capacidad de uno de sus competidores si éste colapsara. Otra alude a que algunos componentes son tan complejos que son fabricados por un solo proveedor. Además, empresas como las automotrices a menudo usan un proveedor para cada modelo o proyecto, lo que implica que el cambio de fabricantes de los componentes podría llevar meses. El reparto ‘just in time’ también se está convirtiendo en una potencial debilidad en la cadena de suministros. Un solo problema con un proveedor provoca el colapso de todo el sistema, como también puede suceder con las dificultades de envíos. Los expertos en manufactura dicen que por esas y otras razones empiezan a ver que las empresas de Occidente vuelven a traer las operaciones o los proveedores desde países lejanos en Asia a otros más cercanos: Europa del este o México”. Esta reconsideración de las grandes transnacionales sobre la actual división mundial del trabajo puede ser de profundizarse la espada de Damocles del “modelo exportador” chino.

Sobracumulación de capital y crisis del modelo exportador chino

La recesión sincronizada a nivel mundial, aunada a las vulnerabilidades y crisis de la nueva división mundial del trabajo, comienzan a hacer estragos en el sector exportador chino. Para mensurar el impacto, tengamos en cuenta que el crecimiento chino es impulsado por las exportaciones (usando la terminología de Michel Aglietta y Yves Landry tiene un “crecimiento extravertido”). Estos autores señalan que: “Su apertura comercial es excepcional para un país de ese tamaño. Esta está mucho más próxima a la de Holanda o Bélgica que a la de Japón o EE.UU.. Esos intercambios corresponden al comercio intrasectorial vertical: China importa productos no acabados, provenientes principalmente de otras economías asiáticas como Hong Kong y Taiwán, ejecuta su trasformación y condicionamiento al precio de una actividad con alta intensidad de mano de obra, y luego exporta los productos acabados, a menudo en dirección de EE.UU.” [38]. Además es importante tomar nota que pese al avance de China en la exportación de productos de alta tecnología (fabrica dos tercios de los hornos microondas, de los lectores de DVD, de los televisores y de las computadoras) [39], así como también las máquinas o aparatos eléctricos o mecánicos, la contribución al excedente de cuenta corriente viene siempre de las ramas de débil contenido tecnológico, debido a la ventaja comparativa del costo barato de mano de obra, como en la industria de la vestimenta y del calzado, muebles o juguetes.

En estos últimos sectores la crisis es enorme, como refleja esta nota de The Guardian: “La convulsión financiera mundial se está filtrando a Pearl River Delta, base del “made in China”, vía Hong Kong. Las empresas exportadoras de juguetes, muchas de ellas de propietarios hongkoneses, cierran sus puertas o se declaran en quiebra por la reducción de pedidos desde EE.UU. y Europa, o por grandes pérdidas provenientes de la torpe especulación en derivativos financieros (...).Wang Jun, presidente de Guangdong Economic Society (...) señala que el impacto del torbellino financiero en la economía real china puede llegar antes que a los países desarrollados”. (...) “La caída ininterrumpida del crecimiento de las exportaciones apoya esta visión. De acuerdo con las estadísticas aduaneras, durante los primeros tres trimestres de este año, el volumen de exportaciones de juguetes alcanzó 6.310 millones de dólares, una tasa de crecimiento del 3,7%, debajo del 16,3% del mismo período del año pasado. (...) Los datos publicados muestran que de enero a julio de este año, las firmas exportadoras de juguetes en Guangdong cayeron cerca del 80%. El número de empresas que exportan juguetes hoy sólo llega a 1.404, con 3.618 firmas que debieron retirarse del mercado exportador. Zhao Lei, de Goodbaby Child Products Co., cree que la inmensa mayoría de las empresas jugueteras en Guangdong son ensambladoras con poco margen de ganancia, frente a una competencia feroz y propensa a desequilibrios. Que la ola de despidos en Guangdong sea prominente no debería sorprender a nadie. En China la bancarrota de las empresas jugueteras es sólo la punta del iceberg. Con la extensión de la crisis financiera a la economía real, las pequeñas y medianas empresas quebrarán una tras otra cuando las más grandes no puedan salir indemnes (...) Como sucedió con la última ronda de cierres de muchas pequeñas y medianas empresas, varias de las firmas que cerraron son ensambladoras que trabajan con un solo producto y una alta producción, en general muy dependientes de una estructura de mercado único. Cualquier reducción sustancial en los pedidos vuelve dudosa su supervivencia” [40]. El diario The Guardian confirma este panorama: “Pocos en Occidente oyeron hablar de Dongguan, pero es probable que sus zapatos, su televisor y los juguetes de sus hijos se hayan producido allí. Las exportaciones construyeron una ciudad de más de 14 millones de habitantes –dos veces la población del Gran Londres–, donde casi todos son trabajadores migrantes del campo. Su economía creció un 15% anual en los últimos años. Hoy, la crisis financiera y económica global es la gota que rebalsa el vaso para los ya castigados exportadores mediante los crecientes costos y una moneda más fuerte.

El año pasado empezaron a soplar vientos fríos en la calurosa Pearl River Delta. Según el organismo de planificación nacional, sesenta y siete mil pequeñas y medianas empresas colapsaron en China durante la primera mitad de 2008, muchas en estos centros industriales. Las empresas de juguetes fueron particularmente golpeadas, a causa del pánico sobre la seguridad [de los juguetes] y el retiro de productos. Las empresas textiles, con márgenes mínimos, también tambalean. Después siguieron los créditos más ajustados para empresas de propiedad extranjera, como Smart Union de Hong Kong. Y en los últimos dos meses, una caída aguda de la demanda en EE.UU. y Europa provocada por el freno del gasto de los consumidores. Una asociación de comercio local prevé que para fin de enero, Dongguan y sus vecinas Shenzhen y Guangzhou perderán 9.000 de sus 45.000 fábricas” [41].

Estos elementos llevaron a una desaceleración aguda de la producción industrial en octubre, a un crecimiento anualizado de un 8,2%, de un 11,4% en septiembre. Todos los sectores están afectados especialmente la industria pesada, aunque también permanece muy débil la producción del conjunto de materiales para la construcción, con la producción de cemento subiendo sólo un 1,1% anualizado. Esto subraya que la reciente caída en China no se debe sólo a la debilidad de las exportaciones sino en gran medida a una mayor constricción de la actividad domestica [42].

Los recientes datos de la balanza comercial de noviembre no dejan lugar a dudas sobre la situación china y de la economía mundial. Hasta ahora la fuerte caída del sector intensivo en mano de obra antes señalada venía siendo compensada por la fortaleza de las exportaciones de los sectores de electrónica y maquinaria. Por primera vez desde 2001, las exportaciones cayeron un 2,2% con respecto a igual mes del año pasado. A su vez, las importaciones lo hicieron en un 17,9% con respecto a igual mes del año anterior, dando por resultado un superávit comercial récord de 40.000 millones de dólares. Esto sugiere que el comercio mundial se está contrayendo rápidamente (y en la medida que éste da cuenta de un creciente porcentaje de la actividad global sugiere que la economía mundial se ha estancado y tal vez se esté contrayendo). La caída de las exportaciones chinas apunta a que la demanda global está cayendo. Y la magnitud de la baja de las importaciones parece ser mayor que la caída de los componentes importados de las exportaciones chinas, lo que indica que la actividad y la demanda interna se están debilitando fuertemente.

En este marco, nos interesa resaltar que la desaceleración económica y las vulnerabilidades de la economía china con respecto a la economía mundial, no han hecho más que traer a la superficie lo costoso de sus altos índices de crecimiento, en la medida que existe una fuerte sobreacumulación de capital [43] y una mala utilización de éste, que se refleja en la caída de la productividad. Como dicen los autores citados más arriba: “Las fuentes estadísticas de las que se dispone indican que ese crecimiento es costoso. Hay por lo tanto una baja productividad del capital. Mientras ésta no mejora, es necesaria una tasa de inversión por encima del 40% en la industria para acumular el stock de capital necesario para el mantenimiento del crecimiento del PBI arriba del 9%”, y agregan: “La tasa promedio de crecimiento de la PGF [productividad global de los factores] en los 25 años de reformas resulta ser un 3,5% al año. (...) Pero esta evolución estuvo lejos de ser regular. Además, todos los análisis concluyen sobre una contribución preponderante de la acumulación de capital. El aumento de la intensidad de capital en la acumulación capitalista, cada vez más rápida para todos los períodos de cinco años hasta 2004, estuvo sostenida por una tasa de inversión cada vez más alta. Este entusiasmo desenfrenado de la acumulación de capital siguió hasta 2004 e indica una sobreacumulación de capital. Esto ha resultado una fuerte baja en la productividad del capital. Es por eso que la PGF ha conservado un crecimiento bien modesto”.

Si estos factores [44] de una crisis de sobreacumulación a la Marx –es decir, una inversión elevada y rápida en fábricas, infraestructuras, oficinas y viviendas, marcada por la anarquía de la producción capitalista y las competencias locales de la burocracia gobernante, y la capacidad excedente en fábricas– se mantuvieron latentes fue porque los altos índices de crecimiento de una economía “extrovertida” encontraban una salida en el sobreconsumo norteamericano, y por la existencia de un excesivo ahorro interno, consecuencia de la degradación de la seguridad social, la educación y la jubilación y de la carencia de fuentes de inversión internas para los ahorristas: “Si China se puede permitir autofinanciar un crecimiento de mucho capital intensivo, es porque se beneficia de un nivel extremamente alto de ahorro privado, de un 43% del PBI y un 115% de los gastos de inversión en 2005. Ese ahorro elevado viene de la costumbre de atesoramiento de los hogares, que ahorran cerca del 40% de sus ingresos. Es un ahorro de precaución ante la degradación de los sistemas públicos de protección social, educación, jubilación, ante el riesgo de pérdida del empleo en las empresas estatales subsistentes y probablemente también por la falta de alternativa de inversiones interesantes, como lo atestigua indirectamente la burbuja inmobiliaria en algunas grandes ciudades. Este resulta sobre todo del desarrollo de empresas individuales que no poseen fuentes de crédito para financiarse y recurren por lo tanto a la autofinanciación” [45].

La purga de estos excesos en la acumulación de capital puede ser altísima en términos de inversiones futuras. El economista Denis Snower hace los siguientes cálculos en una nota del Financial Times Deutschland: “Las inversiones representan un enorme crecimiento del 45%. Dado el bajón económico mundial, China se vería afectada por un exceso de inversiones que podrían llevar a una caída del 50% de las mismas, algo así como el 22% del PBI. Incluso el 16% de un incentivo del PBI no será suficiente para salvar esa brecha. El resultado es una crisis económica mucho más profunda que la esperada, lo que podría ser el próximo shock que la economía mundial tendrá que confrontar” [46].

Las medidas neokeynesianas del gobierno chino prolongarán la sobreacumulación

Ante la perspectiva de fuerte debilitamiento de sus mercados externos [47] y sobre todo de la pérdida de estabilidad social, en especial en las provincias costeras que dependen de la exportación [48] y son un componente vital del sistema político y social de China, el gobierno de ese país aprobó un plan de rescate por 4 billones de yuanes (unos 570.000 millones de dólares) para estimular su economía y enfrentar la actual crisis global. La mayor parte estaría dirigida a desarrollar las provincias pobres del interior para crear una nueva demanda doméstica, mientras que el propósito inmediato, es estimular las compañías de construcción, las fundiciones de acero y una multitud de pequeñas y medianas empresas. China intenta, con el estímulo estatal y el subsidio del crédito, mantener a flote toda una serie de empresas y seguir produciendo mercancías que pueden resultar cada vez más excedentarias en medio de la tempestad económica internacional, agravando las tendencias deflacionarias. Estas medidas de corte neokeynesiano, similares a las tomadas en los países capitalistas avanzados en la década del ’70 cuando se agotaron las condiciones que habían posibilitado el boom de posguerra, no servirán para revivir el cuerpo económico ya que lo que éste sufre, al igual que en aquel entonces, es una caída de las ganancias por la sobreacumulación de capital, que hoy se torna insostenible ante el cambio de las condiciones internacionales. Esta tendencia interna a la sobreacumulación es a su vez agravada por el papel dependiente de China en la división mundial del trabajo, donde los márgenes de rentabilidad de muchos sectores de su producción son estrechos, –sólo compensados por la producción en masa, si se compara con lo que acaparaban otros polos de la cadena de producción y distribución, como Wal-Mart o Nike, para nombrar algunos ejemplos conocidos–. Algunos especialistas en economía china como Andy Xie, señalaban, incluso antes del impacto de la crisis de los países centrales sobre las exportaciones chinas, que “Además del problema de la demanda, el sector exportador experimentó un problema de costo desde que los precios de las commodities empezaron a aumentar vertiginosamente en 2004. La apreciación del renminbi (RMB, moneda de China) y los aumentos salariales agravan el problema. Los exportadores de trabajo intensivo tienen un escaso margen de ganancias. La presión empujó a una porción importante de los negocios exportadores a tener sus números en rojo. La producción va a la zaga de la rentabilidad. Con costos fijos y esperanzas de que pueda mejorar, los negocios tendieron a pegarse a los planes de producción durante la etapa inicial de la disminución de las ganancias. Por eso las exportaciones de China se mantuvieron fuertes en los últimos tres años. No obstante, como las empresas empiezan a ver el problema de los costos a largo plazo, reducirán la producción” [49]. El carácter tercerizado de su producción explica gran parte de sus problemas de rentabilidad ya que la productividad del capital es baja y su ventaja competitiva no viene por el lado de una mejor tecnología: “El aumento del costo es un problema más complicado. La mayoría de los exportadores son contratistas EOM (fabricantes del equipo original por sus siglas en inglés, NDR) que dependen de la competencia de precios para sus negocios. No tienen acceso a los consumidores finales ni poseen tecnologías. Son fábricas ‘adjuntas’ a las multinacionales y tendrán dificultades si llevan una vida independiente. Su poder de negociación frente al de sus compradores multinacionales es mínimo. Cuando los costos aumentan, las multinacionales les piden que resistan. Esta dinámica devastó a los exportadores chinos. El grado de su sufrimiento se refleja en los precios de sus acciones. Entre los exportadores de Hong Kong que cotizan en bolsa, estos precios disminuyeron del 50 al 80% en los últimos dos años, aún cuando no habían experimentado un gran aumento anteriormente. Valen una pequeña fracción de sus ingresos por ventas. Los mercados financieros dicen que su modelo de negocio ha dejado de funcionar” [50]. En este marco de pérdida de rentabilidad, las medidas neokeynesianas no acarrean un efecto automático de reactivación de las inversiones productivas. Es que para que los capitalistas utilicen estos mayores subsidios o fuentes de crédito tienen que contar con un alza de la tasa de ganancia, que no es lo que viene pasando, y una ampliación del mercado, que por el contrario, se achica aceleradamente a nivel mundial.

En la crisis asiática de 1997-98, otras economías de la región devaluaron y recortaron los precios de las exportaciones, lo que deprimió las exportaciones chinas, aunque la economía global se hallaba en un estado razonable. La situación es mucho más grave ahora porque China sufre un problema de competitividad debido al aumento de los costos –aligerados en parte por los efectos de la crisis con relación a la tendencia al aumento salarial y el precio de las materias primas– en el marco de que el problema de la demanda es muy distinto al de una década atrás. El contexto internacional de recesión simultánea y la escala actual de la economía china juegan en contra para que este plan tenga el impacto de los planes de estímulo del pasado, como el lanzado en 1998 que logró que China no cayera como los demás países asiáticos durante la fuerte crisis regional de 1997-98. Como dice un analista: “(...) En la década del ’90 las condiciones económicas estaban mucho más circunscriptas y la actividad fiscal solía tener un impacto más grande. Era relativamente fácil para un país pequeño beneficiarse del estímulo a la inversión de activos, ya que el mundo podía absorber fácilmente una producción más alta. En ese momento, EE.UU. recibía entradas masivas de capital –especialmente de los países asiáticos– que buscaban apuntalar las reservas después del gran susto de 1997. Su sistema financiero encontró incluso nuevas formas de proveer liquidez a consumidores ansiosos por aprovechar la suba de los precios inmobiliarios y del mercado de acciones para aumentar sus gastos. EE.UU., en otras palabras, parecía capaz de absorber la expansión casi ilimitada de la capacidad china. Pero (...) las condiciones han cambiado de forma dramática. Primero, el PBI de China es más o menos 2,5 veces mayor de lo que era entonces, y las exportaciones crecieron mucho más rápido que el PBI, por lo tanto China lejos está de ser un país “pequeño”. Más importante aún, el mundo está buscando ahora una mayor demanda, no más oferta. En un sistema global con semejante exceso de capacidad, y con una marcada tendencia al exceso de ahorro (los estadounidenses deben ahorrar más, los asiáticos no quieren consumir más), soy mucho más pesimista sobre el impacto interno de la expansión fiscal de China, especialmente si el objetivo es aumentar la inversión. El mundo simplemente no absorberá mucha más capacidad china. Este paquete sólo es útil en tanto estimule la demanda real, especialmente la demanda de los hogares, pero eso no parece ser algo que vaya a ocurrir” [51].

En este marco, no puede descartarse que pese a su masivo superávit de cuenta corriente, recurra a alguna forma de sostén estatal a su modelo exportador, como intentó EE.UU. en 1930.

En ese entonces, EE.UU. también tenía un enorme superávit de cuenta corriente y en 1929 exportaba un 75% más a Europa de lo que importaba [52]. EE.UU., al igual que China en estos años, actuaba como el gran financiador de las viejas potencias, en especial de Inglaterra, que habían quedado exhaustas después de la Primera Guerra Mundial. Su sobrecapacidad fue exportada durante la década del ’20 a Europa. Como dice Michael Pettis: “En la década del ’20 el exceso y aumento de la capacidad instalada podían exportarse, principalmente a Europa, mientras que una masiva emisión de bonos externos por parte de otros países cotizados en la bolsa de Nueva York le permitía a éstos tener enormes déficit, pero como EE.UU. continuaba invirtiendo y aumentando la producción sin aumentar la demanda interna de manera suficientemente rápida, era inevitable que algo tuviera que ajustarse. La crisis financiera de 1929-31 fue parte de este proceso de ajuste, y no cayeron sólo los mercados bursátiles, –los bonos bursátiles colapsaron y los bonos emitidos por los prestamistas extranjeros estaban entre los de mayor caída–. Esto, por supuesto imposibilitó a los extranjeros solventes continuar acumulando dinero, y de hecho, cortando los financiamientos para los países con las cuentas de crédito en déficit, se eliminó su capacidad de absorber el exceso de producción estadounidense” [53]. Con el crack y la caída de la demanda a nivel mundial, el superávit comercial norteamericano colapsó, con las exportaciones a Europa cayendo casi un 70% en los tres años siguientes. Fue en ese contexto que se aprobó la ley Smoot-Hawley de Aranceles [54], en junio de 1930. EE.UU. rechazó absorber el grueso del ajuste que ellos mismos, siendo la principal fuente de la sobrecapacidad, estaban en mejores condiciones para afrontar. La promulgación de la ley, pensada para hacer cargar un mayor costo del ajuste sobre el resto del mundo, fue un tiro por la culata. Los demás países respondieron provocando un colapso del mercado mundial, donde EE.UU. terminó pagando duramente el ajuste de la economía mundial. Más significativo aún fue que la economía norteamericana no inició una cierta recuperación parcial (aunque después se develó insuficiente con la recaída en 1938, siendo la producción para la guerra la vía real para terminar con el desempleo en EE.UU.) hasta la desaparición del oro como moneda legal decretada por Roosevelt [55] lo que implicó, de hecho, una devaluación monetaria del 40% y un fenomenal impulso inflacionario que neutralizó parcialmente las fuerzas deflacionarias.

Actualmente, en un contexto internacional enrarecido e inédito, es muy probable que el país con el superávit de cuenta corriente mayor se vea obligado a absorber el grueso del ajuste de la demanda de la economía mundial. En este marco, si las exportaciones chinas caen rápidamente, acelerado por un proteccionismo de las industrias maduras de los países avanzados y por la estrechez de su mercado interno, es muy posible que las autoridades chinas recurran a todo lo que esté a su alcance para sostener al sector exportador, a fin de mantener el “patrón de crecimiento” y los intereses creados. El recurso a devaluaciones competitivas puede ser el camino más tentador, entre otras medidas, para proteger su sector externo [56]. El aumento del subsidio a las exportaciones, el incremento de las tarifas de las importaciones y las devaluaciones de la moneda son armas para elevar el crecimiento interno impulsando las exportaciones [57]. En otras palabras, lejos de reequilibrar su economía fortaleciendo el mercado interno [58] y así contribuir al reequilibrio de la economía mundial –mientras los países con déficit de cuenta corriente como EE.UU. mejoran su capacidad de ahorro interno–, la inercia del actual modelo chino puede llevar a que se avance por el camino contrario. Esto sólo podría agravar en lo inmediato la crisis y dar pie o pretextos para guerras comerciales, como consecuencia del exceso de capacidad mundial.

El desafío interno más importante desde Tiananmen

El “dragón chino” se muestra más frágil de lo que prevén las visiones facilistas que auguran que en pocas décadas este país se convertirá en la superpotencia del siglo XXI. Otros puntos de vista, aún más apresurados, ven en esta crisis el momento de un cambio de la hegemonía mundial de EE.UU. hacia China, como pasó hace un siglo con la hegemonía británica y EE.UU.. Contra este tipo de enfoques, cuando aún el crecimiento chino brillaba con esplendor, afirmábamos reconociendo los signos de avance que: “Estos elementos no implican que su economía haya superado los límites impuestos al desarrollo de los países dependientes en razón del dominio del mercado mundial por el imperialismo, como puede apreciarse en la fuerte dependencia importadora de su maquinaria exportadora, el deterioro de los términos de intercambio con la creciente ‘comodittisación’ de la producción manufacturera, y sobre todo por el pequeño margen del que se apropian los empresarios chinos de una producción determinada por el peso de negociación sobre los precios de los gigantes de la distribución como Wall Mart o de las grandes marcas internacionales de ropa, juguetes, línea blanca o productos informáticos. Estos elementos y la fuerte dependencia, en última instancia, de los mercados exteriores al Asia, a pesar de la creciente integración de la misma, la hacen fuertemente sensible a los cambios en la división mundial del trabajo. Si hasta ahora han venido primando sus ventajas, si continúa con la evolución actual, es probable que comiencen a primar los inconvenientes de la competencia, lo que puede disparar una creciente agresividad, no sólo político-militar de las potencias imperialistas sino en términos económicos, con la imposición de crecientes medidas proteccionistas a sus productos. Esta debilidad estratégica, junto a los fuertes desequilibrios internos que su desarrollo ha creado –que se expresan en crecientes disparidades regionales, étnicas, entre las zonas urbanas y el campo–, la existencia de una nueva clase burguesa próspera en las regiones costeras con enormes lazos con el capital internacional que potencialmente la pueden distanciar de los intereses de las regiones y de Pekín si el centro se debilita (como ha sido el caso a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX), y, fundamentalmente, la formación de una poderosa clase obrera superexplotada y concentrada en gigantescas unidades de producción, que ha empezado a reclamar su parte de los beneficios del crecimiento, pueden transforman su actual fortaleza en una fuente potencial de fuerte inestabilidad interna con enormes repercusiones a nivel mundial.” [59].

La crisis está golpeando distintos sectores sociales. Hasta ahora los fenomenales índices de crecimiento y la perspectiva de prosperidad hacían tolerar al régimen burocrático y autocrático restauracionista de Pekín, pero, en primer lugar, la destrucción de puestos de trabajo y de cierres de fábricas genera enormes consecuencias sociales y un proceso de luchas obreras que puede volverse explosivo, sobre todo en la zona donde se concentra gran parte de la plataforma exportadora china. Esto se agravará a medida que avance la crisis económica mundial y llegue a su fin el sueño de escapar de la miseria rural de muchos trabajadores migrantes. La corresponsal de The Guardian dice que: “Las protestas improvisadas de trabajadores descontentos que quedan desempleados y sin pago se vuelven más comunes; recurren a las autoridades locales para pedir el pago de salarios adeudados ya que no tienen muchas otras formas de protestar (...). Probablemente exista el riesgo de que haya violencia contra los patrones, especialmente los extranjeros. El gobierno de Dongguan intervino para reembolsar a los trabajadores de Smart Union aproximadamente 24.000 yuanes luego de que miles se reunieran en las puertas de la fábrica y fuera de las oficinas del gobierno local. Pero el pago de dos meses –1.200 yuanes como máximo– no durará mucho. No existen indemnizaciones y las acciones judiciales de los trabajadores parecen tener pocas perspectivas de triunfar.

Wei, de Guizhou, es una de las tantas que luchan por encontrar un nuevo trabajo (...). ‘Vine aquí como trabajadora migrante porque mis hijos necesitan dinero para ir a la escuela’, dijo. ‘Ahora no puedo mantener a mis hijos. Ni siquiera tengo suficiente dinero para regresar a mi casa y es caro quedarse aquí’. (...) Smart Union era un empleador tan popular que Fang pagó una considerable ‘tarifa de presentación’ para conseguir empleo allí. El y su esposa ganaban 600 yuanes al mes; en momentos de mayor trabajo cuando la producción duraba hasta las 2 de la madrugada, podían llevarse a casa 2100 yuanes cada uno. Pero él y su esposa regresarán a su pueblo en Sichuan en unos días, donde sus padres crían a sus hijos, a menos que aparezcan trabajos nuevos. No están seguros de cómo mantendrán a su familia, pero no pueden gastar 50 yuanes por día en alquiler, comida y transporte para quedarse aquí. Un final escalofriante para el sueño que atrajo a millones de trabajadores a Dongguan cada año, donde lucharon y buscaron cómo lograr la promesa de un ingreso regular; quizás hasta un lugar en la floreciente clase media (...).” [60].

Junto a los padecimientos de los trabajadores industriales, el flujo de trabajadores migrantes (mingong) que vinieron del campo recientemente a participar del milagro, en particular en la industria de construcción tras el boom inmobiliario, está en proceso de invertirse. Este sector de los trabajadores es el más explotado, son considerados ciudadanos de segunda categoría, sin permiso de trabajo, a menudo desprovistos del permiso de residencia obligatoria (houkou), no tienen protección social ni derecho a la educación para sus hijos. Este proletariado con fuertes vínculos con el campo está retornando enojado, sin seguro de desempleo a sus aldeas de origen. Son la llama que puede encender la pradera. Una muestra de esto es el reciente conflicto de casi 10.000 habitantes de la pequeña aldea de Longnan, en la provincia de Gansu, en el noreste de China, donde hubo fuertes enfrentamientos con la policía.

Pero además, un tercer sector que fuera el pilar reaccionario de la base social del régimen está empezando a inquietarse: la nueva clase media. Un analista da cuenta de esto y de la creciente violencia obrera: “En Pearl River Delta, meses de despidos están encendiendo protestas callejeras de obreros que temen no cobrar los salarios adeudados y los acreedores están furiosos con los dueños de las fábricas que cerraron sus puertas y se esfumaron. Las manifestaciones se tornan violentas, y en última instancia es probable que haya una respuesta violenta ya que cada vez más los propietarios de las fábricas contratan matones para golpear a los manifestantes. De acuerdo con Radio Free Asia (...), las protestas se están extendiendo. Aunque en los últimos años China ha visto miles de protestas, éstas tendían a estar limitadas a las áreas pobres rurales, no en el próspero Delta u otras regiones de clase media del país. “(...) La desaceleración económica está golpeando también el precio de las viviendas y los empleos urbanos. Las clases medias urbanas, base de apoyo clave para Beijing, ven cómo su única propiedad, su primera casa, pierde valor, mientras sus hijos no encuentran trabajo al salir de la universidad. En muchas ciudades importantes, el precio de las viviendas cayó más de un 50% sólo durante el último año. Quizás no sea una sorpresa que crezcan en ciudades como Shangai las protestas de la clase media urbana por los precios de la tierra y los desalojos.” [61].

Estos acontecimientos, pueden constituir el desafío al régimen más importante desde el levantamiento de Plaza Tiananmen, cuya derrota fue la base de la consolidación de las reformas procapitalistas de la burocracia restauracionista. Pero a diferencia de ese momento, ahora el margen para una represión abierta es mucho más complicado, debido al contexto internacional, totalmente distinto, por el peso y la visibilidad actual de China en el escenario mundial. Como dice el artículo anterior: “Una remake de la represión de Tiananmen en Beijing en 1989 no es una buena opción: hace dos décadas, la cantidad de manifestantes con educación era mucho más pequeña, y China tenía menos interés en proteger su imagen mundial. Al mismo tiempo, China garantizó suficientes libertades como para que ahora sus habitantes exijan salarios, vivienda justa y otros derechos. Entonces, salvo que Beijing pueda hacer arrancar su economía nuevamente, es probable que enfrente la primera ola de protestas sostenida en décadas. Hasta ahora, China mantuvo las manifestaciones obreras separadas de las otras, evitando que se desarrollen causas o líderes comunes. Pero si la desaceleración se convierte en una recesión indiscutible, el país podría estar ante la primera amenaza grave a su régimen” [62].

Pero una diferencia fundamental es la existencia, al final del auge económico, de un fuerte proletariado que tras años de sacrificio ha visto crecer sus aspiraciones. Esto ya lo venía demostrando la extensión de la lucha salarial que el régimen trató de contener con una nueva ley de trabajo. La crisis internacional puede tirar por la borda los esfuerzos contemporizadores de la burocracia de Pekín de manejar la protesta obrera, y dar origen a una importante radicalización y violencia, contra muchas de las patronales de las firmas extranjeras y, en perspectiva, contra el mismo régimen. Son reveladoras en este sentido los consejos a la policía del ministro de Seguridad Pública, Meng Jianzhu, “demandándole permanecer ‘plenamente consciente de los desafíos aportados por la crisis financiera internacional’ y evitar las medidas excesivas cuando esté ante incidentes de masas” [63].

La crisis social en EE.UU., el proteccionismo y las guerras comerciales

EE.UU., a diferencia de China no sufre una crisis de sobreacumulación de capital. Por el contrario la burbuja inmobiliaria que se desarrolló desde mediados de los ’90 y sobre todo en esta década, es una expresión de la ausencia de nuevas áreas de inversión rentable en los sectores fundamentales de la economía.

Así, a fines de 1970, EE.UU. tuvo un proceso de ajuste estructural y reconversión, que se tradujo en una determinada desindustrialización que afectó profundamente un gran número de ramas industriales, cuya competitividad quedó amenazada, como fue el caso de textiles, confección, fibras sintéticas, acero y construcción naval; muchas de ellas industrias tradicionales que jugaron un papel relevante en el fuerte desarrollo de la posguerra. Estas ramas fueron reemplazadas por las industrias de alta tecnología, en especial la informática, ligadas al complejo militar e industrial, que comenzaron a desarrollarse en la década de 1950 y ya han alcanzado su madurez. Después de la sobreacumulación de capitales que se produjo en la segunda mitad de 1990 en las ramas informática y de telecomunicaciones, las empresas en toda la primera parte de la década actual han venido reduciendo inversiones. El único sector de la industria tradicional que, por el peso central en la economía siguió gozando de una tendencia de más largo plazo a la sobreacumulación, es la industria automotriz y de ahí su carácter especialmente vulnerable frente a la actual crisis. En este marco, la crisis estructural de su patrón de crecimiento, basado en el sobreconsumo y el sobreendeudamiento alimentado por el financiamiento externo, obliga a Estados Unidos a realizar un duro ajuste como condición previa para reequilibrar la economía y lograr una recuperación de la tasa de ahorro que le permita volver al financiamiento interno de su inversiones, modernizar su decrépita infraestructura y reindustrializar sectores de la economía que fueron desarticulados en búsqueda de ganancias fáciles. Sin embargo, esta “racionalidad” económica capitalista tiene duras consecuencias. Un ejemplo es la situación de las tres grandes de Detroit que se han vuelto totalmente obsoletas desde el punto de vista de la competitividad y que sólo se mantenían por el recurso al financiamiento fácil y, durante gran parte de las últimas décadas, por el petróleo y el combustible barato. Su bancarrota y liquidación podría provocar una profundización de las tendencias recesivas y generar un problema de desempleo mayúsculo, concentrado en el Medioeste, que amenace la estabilidad social del conjunto del país, dada la importancia de esta zona, corazón de uno de los grandes bastiones de la clase obrera industrial. Tomemos dos estimaciones. Jonathan Cohn, editor senior del semanario norteamericano The New Republic sostiene que una ejecución de GM implicaría el siguiente panorama oscuro para la economía: “La empresa cerrará sus puertas, lanzando a la calle más de 100 mil personas inmediatamente. Y, según expertos, los daños se extenderán rápidamente. Los proveedores de autopartes en Estados Unidos dependen de manera desproporcionada de los negocios de la General Motors para permanecer a flote. Si GM cierra, muchos, sino todos los proveedores le seguirán. Sin autopartes, Chrysler, Ford y eventualmente las fábricas de dueños extranjeros en EE.UU. tendrán que cesar sus operaciones. Desde Toledo a Tuscaloosa, las líneas de ensamblaje podrían silenciarse, enfriando las economías locales debido a que los trabajadores sin trabajo dejarán de gastar dinero. Los restaurantes, las estaciones de gasolina, los hospitales y las ciudades, condados y estados– todos ellos sentirán las presiones en resumidas cuentas. Un estudio publicado recientemente por el Centro para el Estudio del Automotor (CAR por sus siglas en inglés), con sede en Michigan, predijo que 3 millones de personas perderían sus puestos de trabajo luego de tal debacle de las Tres Gigantes, lo que pasaría a engrosar las filas de desocupados en un tercio a nivel nacional y llevaría a cientos de millones de dólares de pérdidas de ingresos.” [64]. La revista The Economist, opuesta al rescate, cita a un especialista que hace el siguiente cálculo: “Rod Lache, un analista del Deutsche Bank, cree que peligrarán muchos de los fabricantes de piezas de automóviles en Estados Unidos, lo que a su vez golpeará a las fábricas de dueños extranjeros ‘transplantadas’ que conforman el resto de la industria del automotor de EE.UU.. La empresa de Cole, ha previsto un escenario en el cual la producción de Detroit cae en un 50%. Estima que en el primer año podría costar 2,5 millones de puestos de trabajo: 240 mil en las fábricas de automóviles; 795 mil entre los proveedores y 1,4 millones en otras firmas que están afectadas indirectamente. El costo de los pagos de transferencia y la pérdida de impuestos excedería los 100.000 millones a lo largo de tres años. Es probable que algunas de las estimaciones de Cole sean muy pesimistas, pero sus pronósticos aterradores y otros por el estilo han ayudado a convencer a los legisladores que los 50.000 millones de ayuda que los fabricantes de automóviles están pidiendo sería el menor precio a pagar” [65].

Los partidos del régimen bipartidista y los medios del establishment se dividieron alrededor del rescate: mientras un sector lo apoyó condicionándolo a una fuerte reestructuración, basada sobre todo en la pérdida de las conquistas que aún conservan los trabajadores y pensionados de estas empresas, otro sector se opuso por el temor a que este salvataje, justificado para los bancos por su rol vital para el conjunto del sistema capitalista, se extienda a otras firmas industriales. Finalmente, Bush decidió en uno de sus últimos actos de gobierno, otorgar un préstamo especial de 17.400 millones de dólares para General Motors y Chrysler. Sin embargo, la industria automotriz norteamericana está moribunda. Esta situación, que viene desde mucho antes de la crisis, hace que la salida sea mucho más difícil que en la época de Roosevelt ya que hay pocas perspectivas en el horizonte que desarrollen el dinamismo que tuvieron las viejas industrias del caucho, el acero y las automotrices, que fueron el núcleo industrial de Estados Unidos en el momento de su ascenso como potencia hegemónica. La perspectiva de un incremento del gasto militar, una de las usuales salidas frente a la crisis, sin ir más lejos la Gran Depresión sólo fue superada con la producción para la Segunda Guerra Mundial, tampoco parece factible en el marco del fin de la Guerra Fría y el fracaso de la actual remilitarización de la política exterior de EE.UU., en el marco de que la guerra contra el terrorismo jamás tuvo la eficacia movilizadora y justificadora de gastos armamentísticos que la primera [66].

En este marco, no puede descartarse que el gobierno de Obama recurra al proteccionismo para facilitar el ajuste de las industrias maduras, como la automotriz. Un programa de expansión fiscal en EE.UU. podría probablemente incrementar la demanda mundial, pero a costa de seguir aumentando el endeudamiento norteamericano mucho más que lo que incrementaría la demanda de mercancías autóctonas (gran parte de la expansión de la demanda sería exportada a los países que continúan sufriendo de sobreacumulación, o sobrecapacidad) sin resolver nada de la crisis de sobreproducción mundial sino quizás exacerbándola. Si esto ocurriera, podría alentar salidas proteccionistas en los países centrales, que se verían menos afectados por este tipo de políticas que llevan a una contracción del comercio mundial, que los países que dependen esencialmente de las exportaciones.

En conclusión, la apertura y la expansión del mercado mundial de todos estos años será puesta en cuestión porque las potencias como EE.UU. o la UE decidan proteger sus industrias maduras; porque grandes países exportadores como China sostengan a este sector en el otro polo, o porque, como plantea un estudio, prime una “... actitud no cooperativa entre los grandes países de la OCDE (competencia por las tasas de cambio, por los costos, por las ayudas públicas, la fiscalidad, las gestiones políticas en torno a los países emergentes y exportadores de petróleo) en una situación de ‘guerra’ por las cuotas del mercado dentro de las importaciones de los países emergentes y los exportadores de materias primas, las únicas fuentes que, aunque cada vez más débiles, van a existir en relación a la escasa demanda mundial disponible” [67]. Ya la caída del ritmo de crecimiento del comercio mundial, las fuertes dificultadas de lograr “letras de crédito” para realizar exportaciones –el “lubricante” del comercio internacional actual–, la crisis de la ronda de Doha e increíblemente la vuelta de la piratería, supuestamente superada hace siglos, muestran las tensiones que atraviesan el comercio mundial.

Deflación y depresión: el peor escenario cada vez más cerca

El empeoramiento cualitativo de la economía norteamericana y el relativo fracaso de los distintos planes estatales que se vienen implementando, incrementan la posibilidad de una espiral deflacionaria de deudas y de precios que desemboque en una depresión económica.

Hasta hoy, los principales estudios de la economía neoclásica afirman que la política de no intervención de la Reserva Federal fue una de las causas de la Gran Depresión. Milton Friedman y Anna Schwartzen en su famosa obra de 1965 [68], responsabilizan a la Reserva Federal por la reducción en el suministro de moneda en EE.UU. [69]. Otros destacan los esfuerzos del gobierno federal para equilibrar el presupuesto, fomentando el recorte en la demanda agregada durante una recesión. El resultado de estas interpretaciones es que la Gran Depresión se podría haber evitado y, más en general, que todas las depresiones –la actual y las futuras– son prevenibles. Desde la izquierda, economistas como Claudio Katz se hacen eco de alguna manera de estas interpretaciones: “Las medidas que hace ocho décadas se aplicaron con posterioridad al crack se han implementando actualmente con anticipación. La inyección de liquidez de los últimos meses provocaría horror a Hoover y suscitaría los aplausos de Keynes. En la actualidad también se limita la caída de los bancos y se elude cualquier aumento de las tasas de interés. Habrá que ver si estas medidas atenúan o agravan el desplome económico, pero se desenvuelven en un contexto internacional muy distinto al pasado.” [70].

Nadie puede negar que la burguesía mundial aprendió de la Gran Depresión que son necesarios mecanismos contracíclicos, por ejemplo intervenciones estatales para salvar al sistema financiero de una bancarrota generalizada. Sin embargo, hasta el momento, estas medidas no tuvieron éxito para restablecer la confianza y la fluidez del crédito. La expectativa de que esos recursos se destinaran a líneas de crédito para pequeñas y medianas empresas, para los consumidores y para reanimar el mercado hipotecario se chocan con la realidad. Los bancos están atesorando esas infusiones de capital, o utilizándolas para aprovechar las oportunidades de compra de otros bancos con el fin de “consolidarse”, buscando salvaguardar su posición futura cuando se asiente (si se asienta) el polvo [71]. De ahí que el gobierno entrante ya haya anunciado un nuevo plan de estímulo de la economía y que no puedan descartarse nuevas medidas más ofensivas en los próximos meses y/o años para evitar la depresión.

Sin embargo, la intervención estatal puede resultar totalmente inadecuada para enfrentar la magnitud del problema generado por la sobreacumulación de capital ficticio. En una crisis depresiva hay dos fuerzas que se retroalimentan: a) la liquidación de deuda o “desapalancamiento y b) la deflación de precios. En este marco, no puede descartarse que las autoridades norteamericanas queden sin reservas frente al volumen y, sobre todo, la velocidad de su desarrollo. Las liquidaciones de deuda en todos los sectores crediticios podrían superar todos los esfuerzos de las autoridades de restaurar la creación de créditos. La deflación de precios en una amplia gama de productos y servicios podría neutralizar las caídas de las tasas de interés, la infusión de dinero y otras medidas estimuladoras. En última instancia, la crisis depresiva sería el mecanismo más brutal para purgar el viejo “patrón de crecimiento” norteamericano liquidando la deuda, haciendo caer los precios inflados de las viviendas y de los servicios y, fundamentalmente, para reducir en forma drástica el valor de la fuerza de trabajo –obligando a los trabajadores en la desesperación a aceptar trabajar más horas por un menor salario– y recomponer la competitividad de EE.UU. en el mercado mundial. A su vez, la debilidad fiscal de EE.UU., que depende del financiamiento del resto del mundo, pone un límite a los planes de salvataje: no es impensable, si la deflación de la deuda empeora, que bancos importantes se declaren insolventes, que quiebren grandes firmas y que el Estado norteamericano deje de actuar como prestamista, comprador e inversor en muchos casos. Todavía no estamos en esa situación pero es una posibilidad creciente, que se inscribe en la dinámica de las fuerzas desencadenadas por la crisis actual.

Por ahora, la deflación de la deuda y la contracción del crédito es lo que ha venido primando. En cierta medida, a pesar de que se han evitado las quiebras generalizadas, el sistema financiero, como vía de transmisión del ahorro a la inversión y viceversa, está prácticamente colapsado. Los bancos, acuciados por su propia necesidad de supervivencia [72], han dejado de cumplir su papel esencial en la economía capitalista mientras que los estados, en sus desesperados intentos por salvaguardar el sistema, han asumido una serie de riesgos que pueden poner en peligro su solvencia futura. A pesar de esto, el 22/11 la Federal Deposit Insurance Corp. se hizo cargo de tres nuevos bancos, incluidos el Downey Savings y la Loan Association, una importante institución hipotecaria de California, una muestra de que el ritmo de quiebras se está incrementando. El Citigroup, emblema de la globalización y del dominio financiero estadounidense, fue rescatado en la mayor intervención estatal en una entidad al día de hoy y su suerte aún esta en dudas. Como muestran los datos del sector, la estabilización del mercado inmobiliario y el desapalancamiento, los dos elementos imprescindibles para que se empiece a recuperar la confianza, están aún muy lejos de alcanzarse. El crédito tampoco da señales de recuperación. La demanda de seguridad hizo caer la rentabilidad de los instrumentos soberanos de más corto plazo, y provocó un éxodo masivo y simultáneo de los activos corporativos de renta fija. Un informe de Merrill Lynch de 19/11 dice que la rentabilidad media de la deuda basura en Estados Unidos había superado el 20% por primera vez en los últimos veinte años (y con unos tipos de interés de partida que no admiten comparación), mientras que la protección contra impago de la deuda empresarial tanto de mejor (iTraxx) como de peor calidad (Crossover) está en niveles extremos. En este contexto, las ganancias de las empresas no sólo están cayendo, sino que en muchos casos están entrando en un nivel de supervivencia. No nos referimos a las empresas que están en serios problemas desde antes como las automotrices. El círculo se ha expandido exponencialmente a las firmas con enormes necesidades de circulante, que no existe, o a otras que, viviendo del comercio exterior, se ven afectadas por la falta de aceptación de las cartas de crédito, por poner sólo dos ejemplos. En este marco, y luego de la última corrección alcista de la bolsa que ya llegó a su fin, este mercado se ha quedado casi sin compradores: ni clientes minoristas, ni el cliente institucional, perseguido por la caída en el valor de su patrimonio y por los reembolsos, ni los hedges funds que están en pleno proceso de redefinición. Mucho menos los llamados fondos soberanos que esperan nuevas y pronunciadas bajas.

Desde el punto de vista de la deflación de precios, recién ahora estarían comenzando a manifestarse los primeros signos que podrían presagiar la entrada en una espiral deflacionaria. Esta es perniciosa para la economía: cuando los consumidores se acostumbran a la caída de los precios, tienden a acumular su dinero y diferir los gastos porque sienten que si esperan un poco conseguirán un mejor precio. Esa reducción de la demanda obliga a las empresas a despedir a sus trabajadores, haciendo menos probable que los consumidores gasten. El resultado es una espiral reforzada de menores expectativas y acciones. Hasta hora, salvo la economía norteamericana durante la Gran Depresión y la japonesa en la década de 1990, no se había registrado una caída negativa del índice de precios al consumidor.

Algunos indicadores están mostrando un giro brusco de tendencia con respecto a las alzas inflacionarias de sólo algunos meses atrás. Así, las estadísticas divulgadas el 19/11 revelan en octubre una caída de los precios en el consumo y en la construcción inmobiliaria sin precedentes. Por un lado, el índice de precios al consumo retrocedió 1,0% en octubre, según cifras corregidas por variaciones estacionarias, un desempeño jamás visto desde la primera publicación de esta estadística en 1947. Esta caída obedece, principalmente, a la baja de la cotización de las materias primas, con un precio al consumo de la energía que cayó en octubre un 8,6% (esto de por sí un récord). Pero el índice de base, que excluye productos volátiles como la energía y alimentación también descendió (-0,1%), por primera vez en veinticinco años. Por otro lado, la depresión del sector de la construcción se agravó, con la iniciación de obras de construcción de viviendas en 791.000 unidades en ritmo anual, que representa una caída del 4,5% con respecto al mes anterior, alcanzando su nivel más bajo desde enero de 1959. Las perspectivas también se muestran inquietantes, ya que solamente fueron otorgados 708.000 permisos de construcción en octubre (en ritmo anual), un 12% menos que el mes anterior. Es el menor nivel desde el inicio de la estadística, en enero de 1960.Ya en el mes de octubre EE.UU. sufrió la caída más pronunciada de las ventas minoristas (-2,8%) con respecto a septiembre según un informe del Departamento de Comercio divulgado el 14/11( -4,1% con respecto a un año atrás). Si tenemos en cuenta que la inflación de los últimos doce meses fue 3,7% (y el índice de base de 2,2%) estos indicadores señalan una desinflación más que una tendencia clara deflacionaria (Ver gráfico).

Sin embargo, estos elementos comienzan a preocupar a analistas experimentados y miembros del establishment. Este es el caso de Paul Volcker, actual consejero de Obama, que restituyó la confianza en el dólar subiendo brutalmente las tasas de interés en 1980 desencadenando una fuerte recesión que le costó la reelección al ex presidente, Jimmy Carter. El diario británico The Daily Telegraph dice: “Paul Volcker, el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, advirtió que la crisis económica ha comenzado a hacer metástasis después del gran colapso de la producción en los últimos dos meses, amenazando abrumar a la administración entrante de Obama mientras lucha por restaurar la confianza” [73] y citando sus propias palabras dice: “Lo que revela esta crisis es un sistema financiero quebrado como no he visto nunca en mi vida (...) Una política monetaria normal no es capaz de hacer fluir el dinero. El problema es que, incluso con toda la protección [del gobierno], el mercado no se está moviendo de nuevo. El único otro momento en el que vimos una caída brusca de la economía como esta fue cuando la administración Carter impuso el control del crédito, que fue artificial”. No sorprende que con tales problemas a la vista el Financial Times tituló una editorial reciente “Se busca a Superman para secretario del Tesoro de EE.UU.”. El nombramiento para ese cargo de Timothy Geithner no pareciera reunir las condiciones esperadas por este diario de la City de Londres.

Las necesidades de financiamiento estatal y la posibilidad de inflación

Pero lo que también llama la atención en los analistas que han eliminado la catástrofe del modo de producción capitalista y que magnifican la capacidad del Estado como contención de los extremos de la crisis, incluidos lamentablemente los de izquierda marxista, que han hecho una ruptura antidialéctica con el catastrofismo de muchos marxistas, en especial durante el boom de la posguerra, es que minimizan los costos y las dificultades que los sucesivos y masivos rescates públicos tendrán sobre la capacidad de financiamiento de los Estados. El déficit público norteamericano para el año fiscal 2009 (septiembre 2008 - agosto 2009) alcanzará al menos un 10% del PBI si se suma el conjunto de gastos necesarios en razón de la crisis. Es probable que en el próximo año fiscal aumenten los requerimientos de salvataje y financiamiento fiscal para evitar caer en una espiral deflacionaria [74].

Estas tendencias que observamos en EE.UU. se repiten en Inglaterra o en España, que han seguido paso a paso su “patrón de crecimiento” basado en el sobreendeudamiento inmobiliario y del consumo. Las empresas que verán caer fuertemente su demanda también necesitarán fondos para poder sobrevivir. A su vez, los países imperialistas que han conservado una mayor capacidad de ahorro, como es el caso del resto de las potencias europeas, se verán obligados, a causa de la recesión, a aumentar sus gastos para contener el desempleo. En este marco, como dice el economista e historiador francés, Jacques Sapir, el ahorro interno será totalmente insuficiente: “No hay por lo tanto ninguna duda que los países desarrollados necesitarán financiamiento masivo. Es poco probable que el ahorro los pueda cubrir. En los países que adoptaron el sistema neoliberal el ahorro global es demasiado débil. En los otros países éste ya será fuertemente solicitado. Impulsar su crecimiento significaría bajar en la misma medida el consumo, y con eso agravar la recesión” [75].

Lo nuevo es que en estas agudas circunstancias de necesidad de financiamiento el ahorro de los países semicoloniales y dependientes, que hasta ahora financió el sobreendeudamiento de EE.UU. y los otros países como España e Inglaterra con altos déficits de cuenta corriente, va a ser mucho más escaso por una serie de razones internas y porque las atractivas contrapartidas que obtenían, principalmente ser destino para sus excedentes de mercancías, están en cuestión en el medio de la crisis de sobreproducción mundial. Como dice Sapir: “Es muy poco probable que el ahorro de los países emergentes venga a comprar masivamente las nuevas deudas de los países desarrollados. De una parte en razón del aumento –inevitable en el próximo período– del proteccionismo, que reducirá el excedente comercial de esos países. De otra parte porque la conversión de una lógica de crecimiento extrovertida, orientada hacia la depredación del comercio internacional, hacia una lógica introvertida, basada en el mercado interno implica una reducción de las tasas de ahorro que son a menudo –como en China– excesivas. Los países emergentes tendrán que, de una parte, aumentar su consumo en detrimento del ahorro para encontrar nuevos motores de crecimiento y, de otra, dedicar la mayor parte de su ahorro en inversión interna. El mecanismo que permitía el reciclaje del excedente comercial de los países emergentes en la deuda americana está probablemente roto por un largo período.” Dicho en otras palabras los fundamentos del llamado sistema de Bretton Woods II [76] están en crisis, no por la destrucción del “balance de terror financiero” [77] entre EE.UU. y Asia que se esperaba, sino por la crisis del sistema financiero norteamericano y su capacidad por un largo período de recuperar la capacidad de otorgar crédito. Como dice el especialista de flujos de capitales y divisas, Brad Sester: “Bretton Woods II se basó tanto en la voluntad de los bancos centrales extranjeros de asumir el riesgo monetario asociado con el préstamo a EE.UU. a tasas bajas en dólares a pesar del enorme déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, y en la voluntad de los intermediarios financieros privados de asumir el riesgo crediticio asociado con el préstamo a tasas bajas a hogares estadounidenses altamente endeudados.

La segunda parte de la cadena colapsó antes que la primera. Y este colapso parece listo para provocar un horrible shock a todos –incluso a los países que proveen a EE.UU. con financiamiento de vendedor [otorgado para comprar bienes producidos por la empresa que hace el préstamo. N de R]” [78]–. Ante la escasez de fuentes de financiamiento, el recurso a la inflación como mecanismo de licuación de deudas, aunque ahora esté alejado por las poderosas tendencias deflacionarias, no se puede descartar a mediano plazo. Citemos de nuevo a Sapir: “En esas condiciones, los países desarrollados tienen pocas alternativas. Si intentan reducir el crecimiento de su endeudamiento a través de su control en materia de gastos, agravarán dramáticamente la recesión, a punto de arriesgarse a enfrentar disturbios sociales y políticos importantes. Si aumentan las tasas de interés para intentar hacer atractiva su deuda, matan la inversión y agravan por otra vía la crisis. Una alternativa razonable sería proceder políticamente a la destrucción de una parte de las deudas existentes, a través del perdón de deudas de los hogares y de defaults organizados para las deudas de empresas o de administraciones. Sin embargo, esta salida razonable es poco probable porque exige un grado de coraje político que no hay que esperar encontrar en los sistemas occidentales. La última alternativa, que es la que será muy probablemente adoptada, consistirá en un fuerte crecimiento de la inflación” [79].

La conclusión de estos análisis es que la magnitud de la crisis nos lleva a las dos alternativas con que los capitalistas pueden descargarla sobre los trabajadores: la deflación o la inflación. En las actuales circunstancias, la elite de Alemania está obsesionada con el peligro de la inflación y de ahí su reluctancia a todo plan de estímulo, mientras EE.UU. y el resto de los países de la UE con una menor posición competitiva optan, hasta el momento, por evitar el fantasma deflacionario. Sin embargo, para la clase obrera ninguna de estas opciones es progresiva. En este sentido, tienen una actualidad sorprendente las palabras de Trotsky con respecto a la burguesía francesa y la crisis de 1930 expresadas en el Programa de acción para Francia: “Para tratar de salir del caos en que ella misma ha sumergido al país, la burguesía francesa debe comen-zar por resolver el problema monetario. Un sector de ésta quiere hacerlo mediante la inflación, es decir mediante la emisión de papel moneda, la devaluación de los salarios, el alza del costo de la vida, la expropia-ción de la pequeña burguesía; otro sector confía más en la deflación, o sea en la disminución del nivel económi-co de los trabajadores (rebaja de los salarios y sueldos), ampliación del desempleo, ruina de los pequeños pro-ductores agrarios y de la pequeña burguesía de las ciudades.

Ambas alternativas significan más miseria para los explotados. Optar por uno u otro de estos métodos capitalistas equivaldría a elegir entre dos instrumentos con los que los explotadores se preparan para degollar a los trabajadores.

El primer paso del plan de los capitalistas franceses consiste en una deflación brutal. Se despoja a los trabajadores del subsidio por desempleo; el seguro social está amenazado; se reducen los salarios. Los emplea-dos públicos comienzan a sentirse afectados; los próxi-mos serán los pequeños productores rurales.

Esto no significa que mañana, si le conviene, la bur-guesía no vaya a emplear también el otro método: el de la inflación. La Alemania hitlerista es ejemplo de ello. ¡Los explotados deben oponerse vigorosamente a este plan de la burguesía!” [80]. Es fundamental que los explotados no caigan presos de ninguna de estas dos variantes de salidas burguesas a la crisis si no quieren pagar con sus sacrificios y miserias el costo del actual caos capitalista.

El futuro del dólar en el marco de la crisis de la hegemonía norteamericana

Las amplias necesidades de financiamiento estatal y la perspectiva de inflación a mediano plazo para evitar la depresión y deflación, tienen consecuencias profundas para la organización monetaria del mundo, en particular para el rol del dólar como moneda de reserva mundial y para sus abusivos privilegios de señoreaje.

En los últimos meses se ha desarrollado una tendencia alcista del dólar que luego fue perdiendo fuerza. Esta respondió, fundamentalmente, al retorno de la liquidez sobre todo de gran cantidad de inversores que utilizaron también esta moneda, que venía bajando desde 2002, para desarrollar el extendido carry trade en los mercados en los cuales se apreciaba su moneda o gozaban de altas tasas de interés, en especial muchos países de los llamados emergentes [81]. No sorprende, por ende, que durante los primeros estadios del proceso de desinfle de la burbuja crediticia, el dólar suba como consecuencia del abandono de las posiciones más expuestas de los inversores. El desmonte de la pirámide de endeudamiento o de creación de capital ficticio en activos denominados en dólares llevará un tiempo hasta que los mercados monetarios alcancen un nuevo equilibrio, lo que causará un debilitamiento de las monedas de los países emergentes con respecto al billete verde. A esta alza contribuye también el movimiento de los grandes bancos no estadounidenses, en especial los europeos, fuertemente endeudados en dólares, que buscan reducir sus posiciones para fortalecer sus balances. Esto provoca el mismo resultado, ya que necesitan dólares para repagarlos. De ahí que la Reserva Federal haya tenido que ofrecer una enorme liquidez en dólares a los demás bancos centrales, incluidos los de algunos países semicoloniales como Brasil, (las llamadas líneas “swap”) para que este fenómeno no derive en la caída de algún banco importante. Junto con esto, parte del movimiento alcista del dólar está ligado a una fuga a la calidad de algunos inversores hacia la moneda y los bonos del Tesoro norteamericano, movimiento temporario ayudado por las dudas sobre la viabilidad del euro.

Sin embargo, esta tendencia es insostenible en el tiempo. Haciendo una observación más cuidadosa, se ve un cambio considerable en relación a los activos denominados en dólares que muestra un deterioro de la posición de EE.UU. como destino privilegiado de la inversión internacional, y también un movimiento más conservador de los inversores. Si se comparan los datos desde el inicio de la crisis hasta agosto de 2008 con el mismo período en 2007 y 2006, se puede apreciar una reducción de la demanda total por parte de los extranjeros del conjunto de los activos norteamericanos. Esta demanda cambia de los bonos de las agencias como Fredy Mac y Fannie Mae y los bonos corporativos a los bonos del Tesoro. En otras palabras, la mayor demanda extranjera es sostenida por los bancos centrales y estos solo quieren bonos del Tesoro. Para Carmen M. Reinhart y Vincent Reinhart, este movimiento trae fuertes reminiscencias del período de crisis del dólar previo a la ruptura del sistema de Bretton Woods, el gráfico siguiente “muestra un precedente de los recientes problemas del mercado financiero. La última vez que las adquisiciones extranjeras oficiales representaron un volumen tan grande en el gasto del gobierno de EE.UU. fue de 1968 a 1973, cuando se rompió el sistema de Bretton Woods de tasas de cambio controlado. En ese momento, mantener el sistema en funcionamiento requirió un aumento del apoyo externo, sobre todo de Europa. En la actualidad, la fuente de ese apoyo ha cambiado a las economías de asiáticas del Pacífico y los exportadores del Medio Oriente” [82].

En este marco, comienzan a aparecer síntomas de alejamiento de los gobiernos de la divisa norteamericana, por ejemplo, Taiwán, un país aliado de Washington y fuertemente dependiente de su seguridad, decidió dejar de comprar uno de los tres grandes componentes de la deuda pública estadounidense: los títulos Fannie Mae y Freddie Mac aunque ya “salvados” por el estado federal. Esto es lo que informa Barron’s en un reciente artículo que comienza sugestivamente así: “Luego de que Mao empujó a los nacionalistas fuera de China Continental en 1949, se escuchó fuerte entre los conservadores de EE.UU. el grito: ‘¿Quién perdió China?’ Ahora Washington puede que esté preocupado sobre quién perdió Taiwán como el mayor inversor en las agencias de títulos de EE.UU. cuando la República de China ha cuestionado su calidad de crédito – incluso luego de que el gobierno federal ha comprometido cientos de miles de millones de dólares para rescatar los gigantes del mercado hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac” [83]. Ejemplo de lo segundo son las actuales caídas del dólar y los posibles motivos a los que estarían asociadas. Según informa John Authers, columnista especializado en inversiones del Financial Times: “La gran corrida alcista del dólar norteamericano ahora pasó. ¿El dólar va a tomar un descanso antes de reasumir otra carrera, o esto es el anuncio de otro declive? Sobre la base de un dólar ponderado según la balanza comercial, la moneda subió 22,7% desde julio hasta su máximo del mes pasado. Esto no fue debido, evidentemente, a algún tipo de fortalecimiento en la economía estadounidense. En cambio, se debió en gran parte, a un fenómeno perverso – como los operadores venden acciones para pagar deudas (desapalancamiento), con frecuencia, tienen que comprar dólares. Entonces, mientras que la crisis se intensificaba, el dólar se fortalecía. La única excepción a esto fue el yen, al que le va mejor que al dólar cuando los inversores están ansiosos. El dólar ahora se está debilitando, su valor ponderado según la balanza comercial está 4,7% por debajo de su punto máximo” [84]. Y sobre los posibles motivos de esta caída señala: “La caída del dólar puede que no se deba al fin del desapalancamiento, o a una recuperación general de la disposición al riesgo. Más bien, algo específico de EE.UU. está causando inquietud. Los últimos datos de la economía estadounidense son terribles, pero igual de malos son los datos de todo el mundo. Por lo tanto, hay dos posibilidades generales. Una es que la ansiedad política esté haciendo caer el dólar. Ashraf Laidi, de CMC Markets, plantea que la sola posibilidad de que quiebren las fábricas automotrices podría estar ahuyentando a los operadores del dólar. Una segunda posibilidad es que, aunque el desapalancamiento continúa, el dólar parece tan sobrevalorado que los operadores están aprovechando la oportunidad para venderlo. Ninguna de estas dos opciones es alentadora para EE.UU.”. Tampoco la detención de Bernard Madoff, considerado uno de los gestores de hedge funds con mayor patrimonio del mundo, acusado de haber montado un enorme fraude de 50.000 millones de dólares, ayuda a dar la imagen de EE.UU. como un refugio seguro (“safe heaven”). Según distintos expertos, prácticamente todos los hedge funds tienen en su cartera participaciones en fondos de Madoff, que fue director del Nasdaq, la segunda bolsa de Nueva York. En consecuencia, los partícipes de este tipo de productos pueden sufrir importantes pérdidas, en algunos casos, superiores a la bancarrota de Lehman Brothers.

La continuidad de los privilegios asociados al dólar en una crisis que tiene su origen en EE.UU. ha llevado a las potencias europeas a tratar de convencer a su contraparte norteamericana de la necesidad de una reforma fundamental del sistema monetario internacional. Este es el sentido de su apelación a un nuevo Bretton Woods. Esta reforma busca de alguna manera erosionar los privilegios del dólar. Sin embargo, el gobierno norteamericano no renunciará a esta ventaja de financiamiento de la que gozan los bonos del Tesoro en el sistema financiero internacional, aunque los extranjeros la consideren injusta.

Esto significa que, en los próximos meses, las soluciones a la crisis y sus distintas secuelas (financieras, económicas, sociales y políticas) van a divergir cada vez más: lo que es bueno para el resto del mundo no lo será para Estados Unidos y, en adelante, el resto del planeta deberá hacer sus propias elecciones. Ante la falta de coordinación internacional, como se pudo ver en el resultado de la Cumbre de Washington del G20 y el debilitamiento del liderazgo norteamericano [85], no puede descartarse la perspectiva de una ruptura desordenada del actual sistema monetario internacional. Como dice Jacques Sapir: “Que el escenario más temido se desarrolle o no depende de la forma en la que los managers de los fondos privados en Asia y en el Oriente Medio decidan mejorar su estrategia de cartera de accionistas. Si la sensación de incertidumbre sobre el liderazgo de EE.UU. y su capacidad de administrar la crisis actual los lleva a perder su confianza (aunque sea una “confianza con problemas”), llevándolos a deshacerse de sus acciones en dólares, entonces los fondos soberanos tendrían que seguirlos rápidamente para evitar grandes pérdidas de capitales. Una caída del 25 al 35% del valor del dólar contra otras monedas, unido a cambios dramáticos en los movimientos de flujo de capitales y los precios de las commodities, se volvería entonces un hecho bastante probable. Esto crearía gran incertidumbre en todo el mundo y empujaría hacia una fragmentación cada vez más grande del espacio financiero, con la probable emergencia, como consecuencia, de monedas de reserva regionales” [86]. En este sentido, ya empiezan a oírse voces como la del ex presidente de Tailandia, Thaksin Shinawatra, quien fue el primero que se alejó de la ortodoxia del FMI luego de la crisis asiática, planteando la necesidad de un “bono asiático que pueda salvarnos del dólar” [87] o la sugerencia de Japón de la emisión por el gobierno de EE.UU. de bonos en otras monedas como el yen, cuestión que utilizó EE.UU. excepcionalmente a comienzos de los ’80 durante la gestión de Volcker al frente de la FED.

La eventual caída del dólar, que significaría la pérdida de la principal moneda internacional de referencia e intercambio, podría dar lugar al surgimiento de zonas de distintas monedas, es decir, a una situación de mayor anarquía y lucha intercapitalista a nivel mundial, con tensiones y conflictos interestatales, y también oportunidades para la lucha de clases, de magnitud similar tal vez a los vividos en la primera mitad del siglo XX.

¿Se desmoronará la eurozona?

La Unión Europea (UE) atraviesa una serie de crisis combinadas. En primer lugar, sus bancos más importantes fueron uno de los principales receptáculos de los activos tóxicos emitidos en el mercado inmobiliario y financiero norteamericano, además de que muchas de sus instituciones están más apalancadas [88] que los bancos norteamericanos. En segundo lugar, algunos países de la UE, que se habían beneficiado de fuertes flujos de financiamiento externo durante el período anterior o del crédito fácil gracias a las condiciones iniciales de adhesión al euro, están experimentando el ajuste de la burbuja inmobiliaria y crediticia, como Inglaterra, España e Irlanda y en menor medida en Francia y otros países del viejo continente. En tercer lugar, los bancos ingleses y los de Europa continental tienen una gran participación en los préstamos a las economías emergentes [89]. Como porcentaje del PBN, los bancos europeos (21%) y británicos (24%) están cinco veces más expuestos a dichos mercados que las entidades de Japón (5%) o Estados Unidos (4%), lo que puede tener un peligroso efecto boomerang sobre ellos y las economías que los sostienen [90]. Europa puede resultar la principal damnificada por este aspecto adicional de la crisis, no sólo por el riesgo crediticio, sino también por la potencial fuga de capitales que pueda producirse en algunos países, por ejemplo en Austria, cuya exposición crediticia a las economías emergentes supone un porcentaje tan excesivo en términos de su PBN que hace que se les pueda asignar el mismo riesgo soberano que a sus deudores. Otro elemento son las mayores dificultades de financiación de las economías que tienen déficit por cuenta corriente semejantes a los de países en proceso de convergencia con el euro y, además, mantienen igualmente una proporción importante de su PBN vinculado a la evolución de los países emergentes, como es el caso de España (23%) [91].

Estos factores explican por qué la UE ha sido una de las zonas donde la crisis financiera internacional golpeó más fuerte, llevando a la bancarrota y al salvataje nacional de varios bancos como el Hypo Real alemán, el Fortis y el Dexia belgas o en el caso de Inglaterra a una nacionalización parcial de varios de ellos como el Northern Rock, el Royal Bank of Scotland (RBS) así como el banco resultante de la fusión de Lloyds-TSB y del Halifax Bank of Scotland (HBOS), además de la compra por el Santander de España del Bradford & Bingley (B&B).

Ante esta situación, los gobiernos de las principales potencias europeas, luego de la reticencia inicial de Alemania y otros países, dieron una respuesta inesperada coordinando las líneas comunes de un plan de salvataje del sistema financiero [92] a ser aplicado por cada gobierno a nivel nacional [93], cuya efectividad será puesta a prueba en los próximos meses. Es que según un informe de Standard & Poor, en el plazo comprendido hasta 2011, vence un total de 2,1 billones de dólares de deuda corporativa europea, de los cuales, más de 800.000 millones vencen en 2009. Nunca se ha visto la necesidad de refinanciación de una deuda de esa magnitud en tan malas condiciones crediticias. Los bancos y el sector financiero dan cuenta de un 72% del total y, considerada por país, Alemania encabeza el lote con 696.000 millones de dólares (40% del total), aunque Suecia y Holanda tienen una mayor carga deudora con respecto al tamaño de sus economías.

Pero la tarea más difícil será manejar el impacto de la caída económica, donde el PBI de la zona euro bajó un 0,2% en el tercer trimestre de 2008, lo que supone el segundo trimestre consecutivo de crecimiento negativo, y la primera recesión desde su creación en 1999, según los datos ofrecidos el 13/11 por el Eurostat [94]. Entre las razones de la caída, además del hundimiento de los países con burbujas inmobiliarias que eran los de mayor crecimiento en los últimos años, está el deterioro de la economía internacional de conjunto y, en especial, de los países de emergentes, que hasta hace poco tiempo habían mantenido a flote las tasas de crecimiento de países como Alemania que depende fuertemente de la exportación. Una muestra de esto es la sensacional caída de un 14% en septiembre de los pedidos extranjeros de bienes de capital alemanes, una clara señal del retraimiento de las inversiones de las empresas a nivel internacional. La caída del comercio mundial y los problemas de financiamiento afectan duramente a economías como la de Grecia, que es uno de los principales países del mundo dedicados al transporte marítimo de mercancías.

Es evidente que la existencia del euro ha evitado que cada Estado recurra a una devaluación, como ocurrió en la crisis del sistema monetario europeo que llevó al retiro de la libra y de la lira en 1992. Además, la pertenencia a la eurozona parece haber protegido a pequeñas economías con un importante sector bancario como Bélgica, Luxemburgo o Irlanda de potenciales corridas contra sus monedas, lo que está llevando a que algunos países como Dinamarca, Islandia o varios países de Europa del este, incluida la “euroescéptica” República Checa, se quieran unir a la eurozona. Sin embargo, las principales pruebas sobre la viabilidad de la moneda común se encuentran por delante. La UE padece una falla estructural: su existencia facilitó en gran medida la integración de la banca europea, creando gigantes que fueron más allá de su capacidad de administrarlos a nivel continental. Ahora que los mercados de créditos están paralizados, estas instituciones tienen una exposición crediticia (pasivo) que supera varias veces la capacidad impositiva de los países de origen. Este es el caso del Deutsche Bank alemán, con un pasivo que supera en 1,5 veces lo que ingresa a las arcas estatales en concepto de impuestos, o el Barclays de Inglaterra, que lo duplica. Esto contrasta con, por ejemplo, los pasivos del Bank of America, que son aproximadamente la mitad de los ingresos impositivos de EE.UU.. No sin fuertes crisis y contradicciones, en especial con Alemania, los líderes europeos se las han arreglado hasta ahora para salir del paso, unificados en última instancia por el temor al colapso y por la desorientación que perciben en Estados Unidos para manejar la crisis. Pero la inexistencia de instituciones supranacionales en el terreno financiero y de un presupuesto común ata las manos de las autoridades federales para hacer frente a las crisis, mostrando las debilidades estructurales del proyecto comunitario, expresión aguda de sus contradicciones insalvables.

Los peligros son varios. Por ejemplo, el abandono a su suerte y la eventual caída de las finanzas italianas pondría en riesgo la integridad de la Unión. Esto podría suceder muy rápidamente ante la crisis de un banco de envergadura, por ejemplo el Unicredit italiano, fuertemente expuesto en Europa del este y los países bálticos. Pero, aunque los planes de recapitalización bancaria coordinados lanzados en octubre han calmado un poco estos temores, han crecido ominosamente las expectativas de que algunos gobiernos europeos podrían entrar en default de su deuda soberana. Los seguros contra el default (“credit default swaps”) de la deuda de Irlanda, Italia, Grecia tuvieron una importante alza frente a esta posibilidad. Al interior de la eurozona, el riesgo inflacionario o cambiario deviene riesgo crediticio. Por lo tanto, posiblemente el verdadero test para la eurozona va a ser su capacidad para capear la dura recesión que se aproxima. Las dificultades surgen porque, con una tasa de cambio fija, en caso de que un país de la UE sea menos competitivo a nivel internacional y no pueda reducir con facilidad los costos laborales, el fin del boom inmobiliario va a reducir la demanda doméstica sin generar una significativa compensación por medio de una expansión de las exportaciones. En este marco el deterioro fiscal puede ser grande y sostenido. Irlanda ya es un ejemplo del brusco cambio de tendencia: de acuerdo con un informe de la OCDE las cuentas del gobierno van a pasar de un superávit de 3% del PBN a un déficit de 7,1% del PBN sólo entre 2006 y 2009. La misma perspectiva tiene el Estado Español, agravada por un importante déficit de cuenta corriente.

De conjunto, la falta de control de los miembros de la eurozona sobre la política monetaria, está generando tensiones, que afectan no sólo los países con más problemas como Grecia, Irlanda, España, Italia y Portugal que preferirían una política monetaria laxa, sino incluso las economías más importantes como Francia, con fuertes problemas de competitividad como demuestra su creciente déficit comercial. Estas tensiones se expresaron, por ejemplo, en las diferencias entre Francia y Alemania alrededor del timorato plan de estímulo lanzado por la Comisión. Esta inhibición de poder usar políticas contracíclicas audaces puede llevar a fuertes ajustes que agraven la recesión como ya está mostrando Grecia, el eslabón más débil de la UE. Esto puede ser insoportable para el cuerpo político y social de varios estados miembro, lo que podría dar lugar al desarrollo de presiones por izquierda y por derecha para abandonar el proyecto comunitario. Sin embargo, para algunos analistas el retiro de uno o dos países incluso del nivel de Italia [95] o España no sería suficiente para liquidar la eurozona, a menos que sus dos pilares, Francia y Alemania, decidieran volver a sus monedas nacionales [96]. ¿Será cierto? No lo podemos asegurar, todas las alternativas están abiertas.

Una perspectiva probable es que la UE se vaya inclinando cada vez más a introducir medidas proteccionistas, como las tarifas al carbón, que se impondrían sobre las mercancías de países como China en los cuales las política de emisiones de gases de efecto invernadero son consideradas por debajo de los estándares europeos. También algunos Estados, como ya han adelantado Italia y Francia, aprovecharán la crisis para fortalecer las defensas de sus compañías contra las adquisiciones extranjeras.

En conclusión, la evolución de la UE está abierta. Por un lado, hay fuertes tendencias a la desunión y a la exacerbación de los intereses nacionales, lo que puede poner fin al euro; por el otro, la gravedad de la crisis y sobre todo el desconcierto que genera la debilidad del liderazgo norteamericano –una situación inédita para la UE acostumbrada a seguir los giros de EE.UU.– presiona para coordinar medidas de acción comunes que, aunque significativas, por ahora están muy por detrás de los problemas. Esto es lo que de alguna forma mostró la presidencia francesa de la UE y su enorme activismo, que concluyó con un acuerdo sobre las emisiones de carbono –un compromiso menos ambicioso que el objetivo inicial, como consecuencia de la fuerte presión para no encarecer los costos de las empresas en el medio de la crisis–, exigiéndole a Obama que cumpla sus compromisos de campaña. La actuación de Francia en la presidencia de la UE expresó el repentino giro neogaullista de Sarkozy desde el aceleramiento de la crisis, y el peso de los Estados nacionales en la toma de las decisiones políticas o prosecución de los tratados en detrimento de los organismos comunitarios, como la Comisión Europea [97] y su presidente, José Manuel Barroso. Esto explica que se haya decidido mantener un comisario por estado en el Consejo Europeo [98], enterrando toda perspectiva de que alguna vez se convierta en un gobierno federal.

Este creciente protagonismo de los Estados también alienta actitudes más unilaterales como es caso de Alemania, que no sufre los agudos desequilibrios internos y externos de EE.UU. y algunos de sus socios comunitarios, que siguieron fielmente el “patrón de crecimiento” norteamericano. Alemania, que tiene un sector manufacturero muy competitivo, superávit de cuenta corriente y desde hace un tiempo superávit fiscal, ha evitado un boom inmobiliario y crediticio desenfrenado aunque posee como rezago una demanda interna estructuralmente débil. Si Alemania logra sobrellevar el impacto inmediato que tendrá la crisis sobre su crecimiento muy dependiente de las exportaciones (una dura prueba), y logra recuperar ciertas dosis de soberanía monetaria, ya sea dentro de la eurozona bajo su forma actual o rediseñada [99], podría salir de la crisis –quizás en algún tipo de bloque o alianza– fortalecida con respecto a EE.UU. [100] . La incógnita, en última instancia, será si la crisis de Norteamérica arrastrará a todos sus competidores o si algunos serán capaces de sobrellevar el terrible ajuste que afectará la economía mundial. Comparativamente en este sentido, algunos países de la UE pueden mostrar una resistencia mayor como potencias imperialistas que los recién llegados a la mesa de los grandes como China, que tiene una fenomenal dependencia del mercado mundial e importantes desequilibrios internos. El principal obstáculo para esta perspectiva es el proletariado europeo, uno de los primeros que ha salido a pelear frente a la crisis, al que la burguesía intentará doblegar para atemperar el impacto sobre sus ganancias. Como dice el Financial Times: “Los empleadores insisten en que los trabajadores aporten su granito de arena para mejorar su situación dentro de un mercado laboral difícil aceptando recortes salariales –el mayor sindicato de Alemania acaba de moderar sus demandas salariales–. Eso podría atemperar, aunque no contrarrestar de forma significa, el golpe de una desaceleración económica. Por supuesto, cuando el ciclo vuelva a subir, los hogares y las empresas alemanas estarán relativamente bien posicionados” [101]. Esta necesidad de la burguesía de acelerar el ajuste sobre los trabajadores es el trasfondo de los enfrentamientos sociales en Grecia que se agudizaron en diciembre de 2008. Este país tiene un déficit de cuenta corriente que alcanza el 15% de su PBN, el más alto de la eurozona. Con 53.000 millones de dólares, es el sexto más grande en términos absolutos, una pesada carga para un país de sólo 11 millones de habitantes. Año a año la inflación fue erosionando su competitividad, en el marco de que la industria del turismo se está deteriorando frente a Turquía o Croacia. Pero el tiro de gracia ha sido la crisis financiera internacional y el fin del boom inmobiliario. Las dificultades para refinanciar su deuda pública, que llega al 93% de su PBN, en el medio del racionamiento crediticio internacional, obligan al gobierno a ajustar aún más los presupuestos sociales y de ahí el potencial de conflicto. La combinación del ajuste económico con la existencia de una juventud en la que los altos índices de desempleos se han vuelto crónicos y que percibe salarios de miseria, ha dado lugar a una revuelta social, la más importante que ha conmocionado este país desde la caída de la dictadura de los coroneles en los años ’70. Este es sólo una muestra de lo que puede pasar en todo el continente donde las brasas del caldero social se están acumulando, como es el caso de el Estado Español.

Rusia: hacia un estatismo o dirigismo con fuertes rasgos antiobreros

A pesar de que la mayoría de los analistas occidentales sólo daba cuenta de la espectacular caída de la bolsa de Moscú [102], el principal acontecimiento en Rusia desde la aceleración de la crisis internacional no ha sido éste sino el hecho de que el salvataje por el Kremlin de las empresas rusas víctimas de la crisis de liquidez internacional ha reforzado la tendencia hacia el estatismo [103] o dirigismo. Por ejemplo, el magnate del metal, Oleg Deripaska, recibió del Estado 4.500 millones de dólares para evitar la venta forzada de Norilsk Nickel a un consorcio de bancos encabezado por el francés BNP Paribas; y Mikhail Friedman, propietario del Alfa Group, recibió 2.000 millones de dólares para que el Deutsche Bank no se quedara con VimpelCom, una compañía de telecomunicaciones de su grupo. Este ha sido el principal impacto de la crisis debido al hecho de que las grandes empresas que venían financiado su crecimiento con préstamos externos, ya sea directamente o a través de sus bancos, tuvieron que recurrir al Estado que compró una parte significativa de sus acciones. De esta manera, el Estado ruso se está transformando en un actor clave en la economía no sólo en las empresas consideradas estratégicas en el sector del petróleo y el gas, sino cada vez más en un conjunto de ramas de industriales, convirtiéndose de hecho en director de la política industrial para salvar a los oligarcas.

Esta es la forma que está adoptando cada vez más decididamente el naciente capitalismo ruso para capear la crisis internacional, que ha implicado una brutal caída del precio del petróleo, un estancamiento de las exportaciones de acero y metales afectadas por los recortes de producción del sector automotriz europeo que es un importante consumidor de acero ruso y probablemente una baja en los pedidos de armamentos, en la medida en que la crisis obligue a rebajar los presupuestos militares a nivel mundial [104]. Esta forma es expresión de la debilidad estructural y el carácter endeble del capitalismo ruso [105] que, si bien se benefició del ascenso de los precios de la energía en el ciclo anterior y consiguió avances geopolíticos, no ha podido mejorar la posición internacional del país.

Esto es lo que demuestra su comercio exterior: “Rusia representa un 2% del PIB mundial y un 2,5% de los intercambios comerciales internacionales (2006), y se sitúa respectivamente en el 11° y 13° lugar en el mundo. Clasificada en 12° lugar por el monto de sus exportaciones, aparece en nada más que la 17ª posición por el de sus importaciones. El fuerte excedente comercial y el dinamismo de los intercambios desde hace varios años no debe sin embargo impedir ver la relativa debilidad de su posición internacional. La gran mayoría de las ventas rusas al exterior está constituida de hecho por materias primas y la competitividad internacional de la economía rusa permanece débil” [106]. Desde el ángulo de las exportaciones: “La porción de Rusia en las exportaciones globales subió a un 2,5% en 2006, lo que la ubica entre el 12° y el 13° lugares mundiales en lo que hace a ese indicador. Aunque no llegó a integrar el grupo de las grandes potencias comerciales mundiales, fortaleció su posición a lo largo de los últimos años, esencialmente gracias a su condición de economía rentista. La dependencia de las exportaciones rusas respecto a las industrias extractivas es no sólo considerable, sino que vino aumentando en el curso de los últimos años. La tendencia no se invirtió en 2006, confirmando así que el crecimiento no está acompañado, por ahora, de una diversificación de la producción. O por lo menos que si hubo alguna diversificación, ésta no se tradujo en un fortalecimiento de la competitividad internacional de la economía. El porcentaje de los hidrocarburos en la exportación superó el 68% en 2006, contra un 57% en 2004, y el de las materias primas fue superior al 90% contra un 80% en 2004”. Sin embargo, el deterioro de su posición internacional es aún más claro desde el ángulo de sus importaciones. Como dice el trabajo citado: “La difícil transición del estatuto de economía de renta al de economía diversificada y competitiva aparece en la composición de las exportaciones pero aún más en la de las importaciones. Una de las consecuencias macroeconómicas más importantes del crecimiento del excedente comercial ha sido la valorización regular y significativa del rublo en términos reales. El “paraguas” obtenido en el terreno de los precios por los productores rusos a la salida de la devaluación de 1998, y que estuvo directamente en el origen del relanzamiento de la producción industrial, se ha cerrado progresivamente. Con las importaciones volviéndose cada vez menos costosas, la competencia externa se reforzó y su ritmo de aumento se aceleró progresivamente: 12% en 2002, 28% en 2004, 29% en 2005 y 31% en 2006. La magnitud del excedente comercial, que se deriva de la coyuntura excepcional en el mercado de materias primas y de energía, jugó así, en gran escala, un rol de cortina de humo que escondía una degradación de hecho de la posición internacional del país. Rusia ha vendido un poco más, pero mucho más caro y casi solamente materias primas y energía. Paralelamente, ha comprado cada vez más en el extranjero, en primer lugar por una cuestión de precio, pero sobre todo para obtener productos con un alto valor agregado, en relación a los cuales su posición competitiva se ha deteriorado. Además, mientras que durante el período 1999-2006 el rublo se valorizó un 100% en términos reales en relación al dólar, y un 70% en términos efectivos reales, las importaciones se multiplicaron por tres. La valorización de la tasa de cambio por lo tanto no explica todo” [107]. La fuerte caída de los precios de las materias primas, en particular del petróleo, pone en evidencia la vulnerabilidad de Rusia ante la crisis actual del capitalismo mundial, aunque a diferencia de 1998, la importante acumulación de reservas hace difícil la repetición de un default, al menos en lo inmediato. Por lo tanto, el año que se cierra ha mostrado las dos caras de Rusia. Por un lado, la guerra contra Georgia y su creciente influencia en Ucrania demuestran su claro avance en su patio trasero en el marco de la debilidad de EE.UU., comprometido militarmente en otras zonas, para defender a sus aliados. Por el otro lado, el temor de la población de una vuelta a una crisis como la de 1998, reflejado en una creciente desconfianza en el gobierno y en un nerviosismo palpable, demuestra que las tendencias a su declinación no se han revertido históricamente y se están volviendo a manifestar.

En relación a esto último la situación social se está complicando a medida que la crisis se transmite a la economía real. Luego de defender vanamente el rublo frente a la creciente fuga de capitales, el gobierno se ha inclinado por una política devaluatoria en cuotas, ya que cualquier devaluación significativa implicaría un riesgo político. Una nueva ruina de la clase media, creada en las últimas décadas, puede agravar la pérdida de base social del régimen bonapartista de Putin, que ha insinuado la posibilidad de implementar un control de capitales. Más significativo aún, el Kremlin ha movilizado la policía preventivamente para evitar cualquier foco de conflicto. The Moscow Times informa que: “En algunos sectores, las empresas han comenzado a despedir personal. El ministro del Interior Rashid Nurgaliyev le dijo a Medvedev en la reunión que un desempleo mayor podría llevar a un aumento del crimen”. También dijo que existía el riesgo de un mayor extremismo y tensión racial con los inmigrantes que trabajan en Rusia, la mayoría de ellos de otras ex repúblicas soviéticas. “Las crecientes consecuencias de la crisis financiera mundial pueden tener un efecto imprevisible”, dijo. “Se han establecido grupos anti-crisis en las regiones... para interceptar cualquier indicador que anticipe desestabilización” [108].

El régimen gran ruso y bonapartista de Putin-Medvedev, que ya mostró su cara sangrienta en Chechenia, se prepara para reprimir las probables manifestaciones de los millones de trabajadores inmigrantes de las repúblicas de la ex URSS que trabajan fundamentalmente en Rusia y Kazajstán. Alentados por la propaganda gran rusa del régimen y sus partidos acólitos, ya muchos inmigrantes se han convertido en chivos expiatorios de los grupos protofascistas, que han hecho actos brutales como decapitar a algunos de ellos y exhibir las imágenes como amedrentamiento en Internet. Unas centenas de manifestantes han marchado bajo el lema “Rusia para los rusos”, afirmando que: “Los combatientes del nacionalismo ruso” (...) “entramos en guerra contra los ocupantes” en relación a los inmigrantes de Asia Central [109]. Transitions Online da una visión del cuadro más general: “La población rusa está empezando a sentir las consecuencias de la desaceleración económica, y los países de Asia central son los que siguen. (...) Los despidos y recortes salariales se están extendiendo por toda la economía rusa, desde el sector bancario y financiero hasta la construcción. La debilidad de la industria de la construcción, en particular, se esparcirá y magnificará en las repúblicas de Asia central por sus estrechos lazos con la economía rusa, y porque al mismo tiempo carecen de efectivo para paliar los golpes a economías que ya son débiles por falta de infraestructura, corrupción y una distribución desigual de recursos. (...) Uno o quizás dos millones de personas de Asia Central trabajan en la construcción y en puestos de mercados en Rusia, enviando remesas por varios miles de millones de dólares a sus hogares cada año (...) parece probable que muchos trabajadores de la construcción de Asia Central que ahora viven en Rusia y Kazajstán pronto queden desempleados, o trabajando menos horas, y muchos pensarán en volver a casa. Pero para mucha gente que huyó de las áreas rurales deprimidas, esa opción es casi inexistente. En partes de Kirguistán y Tayikistán, algunas aldeas están virtualmente vacías de adultos físicamente aptos porque las economías locales basadas en la agricultura no son lo suficientemente fuertes para proveer un salario digno. Inevitablemente, muchos de los que regresen terminarán en las ciudades del valle de Ferghana, lugares como Osh, en el sur de Kirguistán, donde cientos de niños viven y trabajan en la calle. Lugares donde las luces titilan erráticamente, donde hay problemas de escasez de alimentos después del duro invierno y la pobre cosecha del año pasado” [110]. La crisis amenaza también con provocar nuevos conflictos sociales en las frágiles repúblicas de Asia Central.

Las políticas de rescate de los oligarcas, en el marco de la más cínica indiferencia frente a la situación de la población, están comenzando a desenmascarar la cuidadosamente cultivada propaganda oficial de los pasados diez años, según la cual el gobierno después de los “salvajes noventa” se dedicaba ahora a los individuos. Después de un largo periodo de gracia, más de lo esperado por el boom de las materias primas y sobre todo por la debilidad norteamericana, el bonapartismo ruso podría entrar en crisis y atacar las condiciones de vida y los derechos de los trabajadores. Ya el gobierno admite que tendrá que recortar algunos de sus programas sociales y también que podría aumentar pronto el desempleo, tras el desplome del petróleo que socava las fuentes de ingresos presupuestarios. Esto puede augurar la emergencia de un fuerte conflicto de clases.

La crisis y la clase obrera: ¿hacia un nuevo período de la lucha de clases?

La actual crisis histórica del capitalismo genera, por su profundidad, condiciones objetivas prerrevolucionarias, haciendo una analogía con lo que planteaba Lenin en 1915 con respecto a la Primera Guerra Mundial. Aunque las masas aún estén pasivas, les esperan enormes e inevitables sufrimientos, que las empujarán a la acción. La “mini depresión” (y las tendencias a la depresión) no es lo mismo que una guerra donde mueren millones por semana (por eso hablamos de condiciones “prerrevolucionarias” y no “revolucionarias” como decía Lenin). Pero producirá un cambio cualitativo en las condiciones de vida de centenares de millones de trabajadores y sectores de las clases medias, y una conmoción de las relaciones entre las clases, al igual que al interior de cada clase.

Actualmente, la existencia de eslabones débiles, dada la extensión de la crisis, se cuenta por decenas, lo que habla de un hecho histórico. Países como Ucrania (que debió recurrir a un plan del FMI, tiene un sistema político y regional dividido y una creciente injerencia rusa), Pakistán (en crisis económica, también socorrido por el FMI, donde su nuevo gobierno atraviesa una fuerte tensión ante la posibilidad de otra confrontación con la India después de los atentados de Bombay y la creciente presión norteamericana por la guerra en Afganistán) [111], Hungría y toda Europa del este, que puede transformarse en la nueva “crisis asiática” de 2008-9, son sólo algunos ejemplos a nombrar. Pero cualquier otro podría estar en la lista, por ejemplo México que será especialmente golpeado por la brutal recesión norteamericana y padece una fuerte descomposición por el peso del narcotráfico. Regímenes que hasta ahora se consideraban sólidos serán puestos a prueba como el bonapartismo de Putin en Rusia y fundamentalmente la burocracia restauracionista de Pekín, que posiblemente tendrá que afrontar un movimiento de masas en las ciudades y aldeas, que cuestionará la estabilidad de su dominio. Lo mismo puede suceder en otra gran plaza exportadora de mano de obra barata, Vietnam, donde existe una creciente agitación obrera. En Corea del Sur, una de las naciones exportadoras más exitosas, se desarrolló hace algunos meses, un proceso de movilizaciones de masas contra el gobierno conservador y pro norteamericano.

Lo más significativo es que estos movimientos no tendrán lugar sólo en los países semicoloniales o dependientes sino en los principales países imperialistas. La revuelta social en Grecia fue vista con preocupación por los gobiernos europeos que temen que sea el prólogo de lo que se viene en la región. Un candidato es el Estado Español donde la crisis genera un desempleo de masas en forma vertiginosa, una creciente división en la cúpula burguesa, en el marco del retroceso de la posición internacional del imperialismo español y el fin del espejismo de la España próspera, que puede poner a prueba ese nefasto pacto contrarrevolucionario: el régimen de transición que siguió a la dictadura franquista. A diferencia del Estado Español, donde la crisis debilitó a Zapatero que la negó durante meses, en Francia, Sarkozy está fortalecido, después de que fuera derrotada la primera oleada de resistencia a sus planes, por el temor de las masas al desempleo. Pero si el gobierno no logra contener los efectos de la crisis el descontento social puede volverse rápidamente en contra, además de que el fantasma de las revueltas griegas sobrevuela sobre las banlieues y ha obligado al gobierno a aplazar una reforma educativa por temor a desatar enfrentamientos con los liceístas. Cruzando el Canal de la Mancha, los problemas económicos agudos de Inglaterra socavaron las bases de estabilidad que venía gozando gracias a las derrotas infligidas a la clase obrera con las reformas thatcheristas continuadas por el New Labour [112]. En la pequeña Islandia, la “Suiza del ártico” ya se vivieron masivas movilizaciones, incluida la ocupación del edificio del Banco Central. Por su parte, Italia muestra en potencia las tendencias a la polarización. Por un lado, existe un renovado movimiento de lucha que se recupera más rápidamente de lo que muchos preveían, después de la desmoralización que significó el gobierno de centroizquierda integrado por Refundación Comunista. Por el otro, viene avanzando la extrema derecha xenófoba, que busca en los inmigrantes un chivo expiatorio ante la crisis social generada por el caos capitalista. En el extremo oriente, Japón, con un sistema político paralizado, entra otra vez en recesión. Y, por último, en EE.UU., la tempestad económica pondrá a prueba su estabilidad, entre las ilusiones creadas por el triunfo de Obama (aunque la confianza, en general, con el gobierno es menor comparada con la crisis de 1929), y los enormes límites que hallarán las masas. Esto ya lo está demostrando la transición con la profunda bronca de la población a los planes de rescate a Wall Street y la emergencia de una extrema derecha blanca supremacista (parte de la cual se expresó en la candidatura de Sarah Palin) que piensa sacar provecho de la crisis y la “guerra civil” abierta en el Partido Republicano tras la derrota electoral.

De conjunto, la crisis golpeará fuerte a los trabajadores no sólo por el aumento de las bancarrotas, los cierres y despidos [113], sino por la necesidad de acrecentar el autofinanciamiento de las empresas, clausurado por un buen período el recurso al endeudamiento, por la sequía crediticia y las primas prohibitivas, lo que provocará una fuerte presión a la baja salarial para acrecentar las ganancias.

Para la clase obrera norteamericana, el actual colapso producirá un rápido crecimiento del desempleo, de la pobreza, de los sin techo y de la miseria social. Aunque no lo podemos saber exactamente, la forma que adquirirá la depresión en EE.UU. como en los países imperialistas avanzados, no será una repetición calcada de la Gran Depresión. Como aventura la siguiente nota: “La mayoría de nosotros, por supuesto, cree que sabe cómo es una depresión. Si abrimos un libro de historia aparecerán imágenes familiares: muchedumbres en los bancos y filas en las ollas populares, corredores de bolsa vestidos de traje vendiendo manzanas en las calles, familias apiladas con sus pertenencias en el techo de sus carcachas. (...) Un gobierno desesperado moviliza legiones de desocupados para construir puentes y aeropuertos, para marcar senderos en las selvas nacionales. (...) Pero cualquiera sean las imágenes que uno tenga de la depresión, ésta será distinta. Estamos alejados de los años ’30 por décadas de profundos cambios económicos, tecnológicos y políticos (...). A diferencia de los ’30, cuando la comida y la ropa eran mucho más caras, en la actualidad gastamos la mayor parte de nuestros ingresos en planes de salud, cuidado de los hijos y educación, y veremos cambios incómodos en estos aspectos de nuestras vidas. Las filas no serán en las ollas y comedores populares sino en las salas de emergencia y en vez de agricultores itinerantes veremos oleadas de empleados de oficinas despedidos dejando sus hogares y mudándose a regiones del país donde haya más trabajo –o a casas de familiares que tengan una habitación disponible arriba del garaje. Las hoy ya vacías ciudades industriales estarán desiertas y los barrios suburbanos parecerán tableros de ajedrez con casas abandonadas al lado de otras superpobladas” [114].

Y sobre todo ¿cómo afectará la crisis a la lucha de la clase obrera? Sin hacer ningún automatismo entre crisis y lucha de clases, podemos empezar a hacer alguna previsión. Además del golpe ideológico para millones de explotados, esta crisis, en particular en EE.UU., afectará la dependencia de los trabajadores del crédito y las acciones, para satisfacer sus necesidades de subsistencia y reproducción, un derecho tradicionalmente sólo reservado a los rentistas. Este fue un mecanismo central de cooptación durante el período neoliberal que debilitó la conciencia de clase de muchos asalariados que se volvieron más individualistas, y empezaron a pensar como pequeños inversores. La crisis es un golpe brutal a esta ideología de una sociedad de propietarios promulgada desde el reaganismo-thatcherismo y que se extendió en varios países, como demuestra la difusión de los fondos privados de pensión. En consecuencia, los esfuerzos de los trabajadores para sostener (y recuperar lo perdido históricamente) sus niveles de ingreso ya no podrán descansar en este atajo financiero, mediante la posesión de acciones o la compra de una casa y tendrán que vérselas directamente con el capital en la lucha salarial. La pérdida del crédito como mecanismo de cooptación obligará a los trabajadores a volver al duro terreno de la lucha de clases para pelear por su supervivencia. Este es un daño colateral de la crisis que puede ser de ruinosas consecuencias para la burguesía.

A su vez, la crisis puede provocar la emergencia de otros sectores sociales, como el movimiento estudiantil universitario. Esto ya lo estamos viendo en varios países europeos como España e Italia. El caso de la juventud griega es todavía más agudo, en especial en los liceos y los barrios, donde estalla la furia por el abandono a que el poder los somete, los exiguos presupuestos de educación y una dramática falta de empleos juveniles.

Pese a las fuerzas potenciales que la crisis pueda engendrar para la lucha de los trabajadores, para la reemergencia obrera y de otros sectores explotados, debemos tener en claro que el capitalismo no caerá por sí mismo. Como decía León Trotsky en 1935 con relación a la crisis europea: “El revolucionario proletario debe comprender, ante todo, que el marxismo, única teoría científica de la revolución proletaria, nada tiene en común con la espera fatalista de la “última” crisis. El marxismo es, por su propia esencia, una guía para la acción revolucionaria. El marxismo no ignora la voluntad y el coraje, sino que los ayuda a encontrar el camino justo. No hay ninguna crisis que pueda ser, por sí misma, “mortal” para el capitalismo. Las oscilaciones de la coyuntura crean solamente una situación en la cual será más fácil o más difícil al proletariado derrocar al capitalismo. El paso de la sociedad burguesa a la sociedad socialista presupone la actividad de personas vivas, que hacen su propia historia. No la hacen por azar ni según su gusto, sino bajo la influencia de causas objetivas determinadas. Entretanto, sus propias acciones –su iniciativa, su audacia, su devoción o, por el contrario, su estupidez y su cobardía– entran como eslabones necesarios en la cadena del desarrollo histórico.
Nadie ha numerado las crisis del capitalismo ni ha indicado de antemano cuál de ellas será la “última”. Pero toda nuestra época y sobre todo la crisis actual, dictan imperiosamente al proletariado: ¡Toma el poder! Si el partido obrero, a pesar de las condiciones favorables, se revela incapaz de llevar al proletariado a la conquista del poder, la vida de la sociedad continuará, necesariamente, sobre bases capitalistas; hasta una nueva crisis o una nueva guerra; quizás, hasta el derrumbe completo de la civilización europea” [115]. Está planteado de manera urgente levantar un programa de emergencia para que la crisis la paguen los capitalistas y enfrentar a las burocracias sindicales colaboracionistas de cada país, que serán cómplices de los planes que pretenden descargar la crisis sobre los trabajadores. Hay que organizarse políticamente, no sólo a nivel nacional sino reconstruyendo el internacionalismo proletario, forjando una nueva internacional obrera revolucionaria. Aunque estas ideas hoy en día están muy alejadas de la conciencia actual de los trabajadores producto de años de fragmentación social, de los daños que perduran en la conciencia y en la organización, a causa de la ofensiva neoliberal y la experiencia stalinista, la dureza y los padecimientos de la crisis pueden hacer que muchos trabajadores, en especial su vanguardia, vuelvan a tomar en sus manos las herramientas y el programa del marxismo revolucionario, el único que puede llevarlos a derrotar a esa casta de parásitos y explotadores: la burguesía y sus Estados que amenazan con nuevas y mayores catástrofes a todo el planeta.

Anexo. Una falla inherente del sistema capitalista imperialista

La actual crisis mundial y toda la discusión sobre la reforma de las finanzas internacionales han sacado a la superficie una gran falla del sistema capitalista internacional: la contradicción irresoluble en el capitalismo en su estadio imperialista entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y la existencia de fronteras nacionales.

A diferencia del período del imperialismo clásico de principio de siglo XX, se ha alcanzado un altísimo grado de centralización y concentración internacional del capital creando corporaciones que se han internacionalizado fuertemente. El capital bancario y financiero, el más “globalizado” de todos los capitales, es una muestra patente de esto. Sin embargo, en forma inversa a este desarrollo, los Estados nacionales no están dispuestos a aceptar una entidad supranacional que pueda recortar su soberanía. Ni siquiera la existencia de un prestamista mundial en última instancia que frente a la maraña de préstamos interbancarios entre entidades de diversos continentes –en especial entre las europeas y las norteamericanas, fuertemente entrelazadas en la globalización financiera desarrollada en los últimos años– ayudara a restablecer el circuito crediticio y de dinero en un momento como el actual de carencia de liquidez y falta de confianza entre las instituciones bancarias, particularmente en mercado de dinero y crediticio mundial.

Es que los Estados nacionales cuidan su derecho a supervisar a sus propios bancos, expresión de la existencia de un mundo muy competitivo y sobre todo de que en un momento de crisis es el Estado nacional el que se hace cargo de los desaguisados o paga la cuenta de los planes de salvataje. En este marco, a pesar de las muestras de “coordinación” y de “solidaridad” de los distintos gobiernos imperialistas, éstos no están dispuestos a rescatar entidades extranjeras ni a asumir los pasivos de otras naciones. En conclusión, existen instituciones financieras transnacionalizadas pero no hay la más mínima institución que maneje y regule las actividades de las finanzas de la economía global.

Las mismas revistas financieras, como el legendario semanario inglés The Economist dan cuenta de esta aguda contradicción que es una de las bases de la crisis actual, pero en ausencia de un capital globalizado que haya dejado atrás las fronteras y los intereses nacionales como nos querían hacer creer los teóricos de la ya en desuso teoría de la globalización armónica, se resigna a aconsejar meros retoques abandonando todo intento, por otra parte poco realista en los marcos del sistema imperialista, de “arreglar” las finanzas como postula el presidente francés Sarkozy, o antes de la crisis los sectores antineoliberales como ATTAC. Así sostiene que: “Las finanzas internacionales no pueden simplemente ‘arreglarse’, porque el sistema es un juego de tira y afloje entre los mercados de capitales globales y la soberanía nacional. Como los movimientos financieros entre países se han expandido y las grandes instituciones financieras han dejado atrás a sus mercados internos, las finanzas se han vuelto una de las partes más globalizadas de la economía mundial. Al mismo tiempo, las finanzas son intrínsecamente inestables, de modo tal que el Estado tiene que jugar un papel muy importante en tratar de hacerlas más seguras prestando en medio de una crisis a cambio de regulación y supervisión. Los gobiernos han acogido muy bien los beneficios de unas finanzas globales, sin embargo no están todavía preparados para establecer un regulador financiero global, que podría interferir profundamente en sus mercados, ni un prestamista mundial como último recurso. En cambio, las firmas financieras reguladas son monitoreadas por distintos supervisores nacionales (en Estados Unidos algunas veces son estatales). El FMI ayuda a países sin dinero, pero los fondos fueron concebidos en una época en la que los movimientos de capital eran limitados. Hoy en día, esto es insignificante con relación al tamaño de los mercados globales.

Este tira y afloje ayudó a crear el desorden actual. Las reglas disparatadas llevan a fisuras legales y “arbitraje regulador”. Muchas economías emergentes buscaron protegerse contra las repentinas fugas de capital extranjero acrecentando las reservas de divisas extranjeras. Esto alimentó la burbuja crediticia global. Dada la crisis actual, los incentivos para acumular reservas sólo han aumentado.

El deseo contradictorio de una soberanía nacional y los mercados de capitales globales limitan el margen para una puesta a punto. A pesar de una grandilocuente retórica, ningún político propone ceder la soberanía a un regulador global, y mucho menos crear una verdadera entidad crediticia como último recurso” [116].

La contradicción entre el nivel alcanzado en el desarrollo de las fuerzas productivas que hace mucho superó las fronteras del Estado-nación y la existencia de éste se mantiene por más que se haya avanzado con respecto a principios del siglo pasado en establecer diversos grados de coordinación, como muestra la propia UE, pero sin resolver esta contradicción básica del capitalismo imperialista. Esto lo puso de manifiesto el plan de salvataje de los gobiernos europeos que no toma en cuenta los préstamos interfronterizos. Es que la garantía completa de funcionamiento pleno del mercado monetario sólo puede lograrse a nivel continental. Sin embargo, los gobiernos no llegaron al punto en que, por ejemplo, si un banco español no le devuelve el dinero que recibió prestado de un banco francés, el gobierno francés proveerá un seguro. Esta garantía permitiría dar más confianza a los préstamos en el circuito intraeuropeo, ya que los bancos creen más en sus propios gobiernos. Esto es una muestra más de que el plan de salvataje bancario de los gobiernos europeos, fueron distintos esquemas nacionales aunque presentados como un plan europeo. Es decir, que la mayor integración de capitales a nivel regional, que es donde más se avanzó, no anula esta contradicción básica e insalvable del sistema imperialista.

Esta falla, en la crisis actual o en el futuro, puede socavar la integración de la economía mundial llevando a una fragmentación del mercado mundial, de la convertibilidad de las monedas, entre otras cuestiones. Contra las nuevas teorías “neokautskianas” que plantean que la mayor integración del capital evita escenarios catastróficos como los de 1930 [117], es bueno sacar a luz la extrema vulnerabilidad que ha mostrado el sistema capitalista mundial en 2008. Por el contrario, estas teorías –aunque parten de elementos de la realidad que indudablemente han cambiado desde el crack de 1929 y la Gran Depresión y del período de entreguerras, los unilateralizan– llevadas hasta el final, sólo permiten sacar conclusiones reformistas como es negar la posibilidad histórica de nuevas guerras interimperialistas o negar que la unidad burguesa de Europa es una utopía reaccionaria.

Por su parte toda la cháchara de reformar las finanzas a nivel mundial, no es más que eso, pura cháchara ya que una verdadera reforma del sistema bancario y financiero internacional choca con otro límite absoluto del sistema capitalista que es la propiedad privada de los medios de producción y de cambio y la búsqueda incesante de ganancias. Como decía correctamente Ernest Mandel frente a los intentos de reforma financiera posteriores a la crisis de 1973-75: “...un control público realmente eficaz de los bancos se topa con una doble dificultad. Entra en conflicto con la lógica de la propiedad privada, de la competencia y de la búsqueda de la maximización de la ganancia, que implican inevitablemente la toma de riesgos mayores, que los controladores no pueden más que registrar a posteriori (si los dados cayeron mal). Por otra parte, una reglamentación realmente severa sólo es eficaz si acarrea un castigo grave (por ejemplo, suspender los créditos del Banco Central a los bancos que no respeten esa reglamentación) lo cual tendría efectos contrarios. Provocaría exactamente el tipo de reacciones en cadena que llevaría a un pánico bancario que toda esa reglamentación supuestamente debe evitar” [118]. Es bueno recordar esta cuestión a los izquierdistas que frente a la crisis actual sólo plantean un control de las finanzas desreguladas y no la abolición del sistema capitalista de producción y su Estado, comenzando por el secreto bancario y comercial.

 

Suscríbase a nuestra gacetilla electrónica
Online | www.ft-ci.org


Organizaciones de la FT-CI
La Fracción Trotskista-Cuarta Internacional está conformada por el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas) de Argentina, el MTS (Movimiento de Trabajadores Socialistas) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, MRT (Movimento Revolucionário de Trabalhadores) de Brasil, PTR-CcC (Partido de Trabajadores Revolucionarios) de Chile, LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de Venezuela, LRS (Liga de la Revolución Socialista) de Costa Rica, militantes de la FT en Uruguay, Clase Contra Clase del Estado Español, Grupo RIO, de Alemania y Militantes de la FT en la CCR/Plataforma 3 del NPA de Francia.

Para contactarse con nosotros, hágalo a: [email protected]