I – Una potencia imperialista de segundo rango y uno de los motores de la Unión Europea.
Francia, miembro del grupo de los ocho países más industrializados (G8), es una de las más importantes potencias imperialistas de segundo rango. Lejos detrás de Alemania, superada por China en 2006, su peso económico global (medido por el PBI) la ubica en el 5° lugar mundial, justo antes del Reino Unido, y en el 7° si se mide el PBI en paridad de poder adquisitivo. Sobre todo es el 5° exportador mundial de bienes, el 4° para servicios, el 3° para productos agrícolas y agroalimentarios. Sin embargo, la base de su peso económico relativo y de su influencia en el mundo desde la Primera, y sobre todo, la Segunda Guerra Mundial ya no le permiten pretender jugar un rol hegemónico en el mundo (salvo en sus posesiones africanas, que, sin embargo, están disputadas por Estados Unidos, incluso por China).
Por eso, Francia es, con Alemania, desde los años 1950 y especialmente desde fines de los años 1970, uno de los más fervientes impulsores de la “construcción europea” capitalista. La Unión Europea (UE) está destinada, por una parte, a hacer contrapeso a Estados Unidos, a Japón, y en la actualidad a China, en el contexto de la competencia mundial; y, por otra parte, (desde la ofensiva neoliberal de comienzos de los años 1980), a coordinar y a dirigir de manera autoritaria (fuera de la presión relativa del sufragio universal directo) las políticas de contrarreformas tendientes a desmantelar las conquistas sociales, históricamente comparables con las de los principales países de la UE: a partir de ahora, varias decisiones se toman a nivel europeo, teniendo en cuenta la relación de fuerzas entre los Estados, por ejemplo, para las cuestiones monetarias, la reglamentación de la competencia, etc..
Los Estados nacionales siguen jugando su rol de instrumentos decisivos para la dominación de cada burguesía nacional y para la regulación de las relaciones sociales en cada país. Finalmente, a nivel internacional, los intereses estratégicos de cada Estado imperialista siguen siendo, en gran medida, particulares. Sobre todo, es lo que ocurre con Francia, cuyo peso político internacional está sobredimensionado por su estatus de potencia colonial y su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, que le dan importantes responsabilidades estratégicas, diplomáticas y militares (por ejemplo, en la participación de la ocupación de Kosovo, de Bosnia, de Afganistán, del Líbano, de varios países de África, sin nombrar al resto de las colonias directas, los “departamentos y territorios de ultramar” o DOM-TOM) [1].
II – Un proletariado mayoritario, pero un retroceso en la industria y las concentraciones obreras.
Francia cuenta con 62 millones de habitantes en la metrópoli, a los que se agregan 2 millones de las colonias. Según las estadísticas burguesas (que presentan, en parte, una descripción deformada de la realidad, pero permiten reconocer un cierto número de tendencias generales), el sector terciario es ampliamente dominante, con el 72,5% de la población activa, contra el 24% en el sector secundario y 3,5% en el sector primario. Sin embargo, la contribución del sector secundario en el PBI sigue siendo bastante importante (30% para la industria, 8% para la construcción) a pesar de su descenso (40% para la industria a mediados de los años 1970). Además, procesos de reestructuración y sobre todo, de filialización de grandes compañías llevaron a un cierto número de empresas industriales a ser tomadas en cuenta en el sector terciario.
Las estadísticas oficiales indican que el número global de los asalariados es de 23 millones, en continua alza. Más de 16 millones están empleados por el capital privado, 800.000 en empresas nacionales o parcialmente privatizadas, pero en las que el Estado sigue siendo mayoritario (esos asalariados se benefician todavía de un estatuto que les garantiza el empleo) y 5,1 millones son funcionarios públicos (empleados por el Estado, las comunidades territoriales o los hospitales, y se benefician de un estatuto que les asegura la garantía de empleo). Si se consideran las ramas de actividad, todos esos asalariados se reparten de la siguiente manera:
La mayoría de estos asalariados son proletarios en el sentido estricto del término [2]. Sea cual fuera su rama de actividad, el 24% es obrero en el sentido profesional del término (sentido del Instituto Nacional de la Estadística, INSEE) y 30% empleados. Además, en Francia, la mayoría de la inmensa cantidad de empleados públicos tiene intereses comunes con el proletariado y forma parte de la “clase obrera” en el sentido amplio del término [3].
Sin embargo, la concentración del capital es bastante débil para un país imperialista tan desarrollado: Francia cuenta con 2,6 millones de empresas (fuera de la agricultura y las finanzas), pero la aplastante mayoría no tiene o tiene muy pocos asalariados, mientras que las más grandes son relativamente poco numerosas; incluso en la industria, las que cuentan con más de 500 asalariados no emplean más que a la mitad de los asalariados de ese sector. El siguiente cuadro permite medir globalmente esta realidad:
Esta situación es el resultado, por un lado, de la historia estructural del capitalismo francés (lo que no es una novedad), pero, por otro, también de las reestructuraciones de los últimos treinta años, que han visto multiplicar las empresas subcontratistas, según una clara estrategia capitalista tendiente a quebrar los bastiones combativos de las importantes concentraciones obreras.
Ahora bien, una de las principales consecuencias de esta situación es que la clase obrera está muy atomizada físicamente. Esto perjudica no solamente el respeto del derecho al trabajo en numerosas pequeñas empresas, sino la reconstrucción de una verdadera conciencia de clase resultante de las luchas, de la capacidad de experimentar una fuerza colectiva, y más en general, de todas las posibilidades de relación que ofrecen las grandes concentraciones obreras. Inversamente, la necesidad de defenderlas y de intervenir en ellas es imperiosa para los marxistas revolucionarios.
III – Las debilidades estructurales del capitalismo francés exigen “reformas” profundas.
El crecimiento de la economía francesa es bastante débil, particularmente el del sector industrial. Después de haber sido sensiblemente más fuerte entre 1998 y 2000, el crecimiento del PBI gira alrededor del 2% desde 2001, un poco por debajo del promedio constatado desde el fin de los “Treinta Gloriosos”. En Francia, aunque existe un cierto dinamismo demográfico, el crecimiento del PBI por habitante es incluso sensiblemente inferior al de otros países de la UE, con un retroceso neto en estos últimos veinte años (según este criterio, Francia pasó del 6° al 16° o 17° lugar mundial entre 1980 y 2004). Además, hoy, con los efectos de la inflación (petróleo, pero también productos de consumo corriente), de la crisis financiera y sus efectos sobre la economía real, el crecimiento puede caer a 1,5% para el año 2008 (previsión del FMI). Si se combinan las debilidades estructurales del capitalismo en Francia, el elevado nivel de tasa de cambio del euro y, más coyunturalmente, el alza de los precios de las materias primas, se comprende el importante déficit del comercio exterior aparecido en 2004 (sobre todo con respecto a Alemania y China) y que no ha dejado de crecer hasta alcanzar el récord, preocupante para la burguesía, de 38.000 millones de euros en 2007.
La falta de competitividad estructural y de adaptabilidad de las empresas francesas se explica, en parte, por un cierto temor legendario de los patrones franceses a la insuficiencia del sector investigación-desarrollo (que enfrenta la competencia de un fuerte sector de investigación pública aún no desmantelado por el gobierno) y por una cierta mentalidad pequeño burguesa, que conduce a la multiplicación excesiva de muchas empresas chicas poco viables, en detrimento de las medianas empresas capaces de exportar (sobre todo en comparación con Alemania). Sin embargo, el principal problema para los capitalistas reside en los costos salariales que, a pesar de la baja de los últimos años, siguen siendo demasiado elevados con relación a otros países europeos, sobre todo en la industria (récord de la zona euro). Efectivamente, debido a cierta tradición de combatividad del movimiento obrero y sobre todo, a causa de la actividad revolucionaria de las masas en 1936, 1944-47 y 1968, las conquistas de la lucha de clases fueron muy importantes en Francia: vacaciones pagas, seguridad social, buen sistema de salud pública, estatutos protectores para una cuarta parte de los asalariados, convenciones colectivas avanzadas para muchos otros, escuela pública, gratuita y laica hasta los 16 años, universidad pública y más accesible a los jóvenes de las clases populares que en otros países.
IV – Factores objetivos y factores subjetivos de la crisis de la combatividad proletaria y de la conciencia de clases.
Desde hace cerca de treinta años, la ofensiva capitalista mundial (“neoliberal”) fue llevada adelante alternativamente por gobiernos de izquierda (empezando por el del PS y el PC dirigido por Mitterrand a comienzos de los años 1980, y hasta el gobierno PS-PCF de Jospin en 1997-2002) y por gobiernos de derecha (dominados por la figura de Jacques Chirac, primer ministro entre 1986 y 1988 y presidente entre 1995 y 2007). Esta ofensiva constante ha permitido a los capitalistas franceses, especialmente a los más grandes, restablecer su tasa de ganancia y hacer subir sus ganancias 10 puntos en el valor agregado, en detrimento de los salarios.
El deterioro social a partir de entonces es importante. Con las reestructuraciones, importantes bastiones del proletariado han desaparecido (minas, siderurgia del norte y del este), o se redujeron fuertemente (talleres navales, automotrices e incluso ferrocarriles). La atomización del proletariado creció mucho. Además de la fuerte tasa de desempleo, hay un aumento del número de trabajadores a tiempo parcial impuesto, y alrededor de 13% de precarizados entre los asalariados (contrato con duración determinada, trabajos temporarios y “empleos ayuda”), con un número creciente de pobres, incluso muy pobres. Las estimaciones oficiales cuentan 6 millones de personas por debajo de la línea de pobreza. En general, las conquistas sociales han retrocedido mucho. La duración de los aportes para la jubilación pasó de 37,5 a 41 años para todos. La seguridad social desembolsa cada vez menos en atención y medicamentos. El estado de la escuela pública es cada vez más deplorable, conduciendo a miles de jóvenes al fracaso. Lo que queda de los otros servicios públicos funciona cada vez peor y es cada vez más caro.
Estos factores objetivos explican en parte la débil combatividad del proletariado de las fábricas y el hecho de que la mayoría de las luchas, sobre todo los grandes movimientos de 1995, 2003 o 2006 hayan sido conducidos, ante todo, por los asalariados protegidos de las empresas y la administración públicas, afectados por las privatizaciones y el retroceso del supuesto “Estado benefactor”. Esto limita fuertemente la capacidad de resistencia global de los trabajadores. Además, el peso de los retrocesos y de las derrotas acumuladas desde hace demasiados años agrava la confusión y la falta de perspectivas.
Sin embargo, el carácter reformista de las direcciones tradicionales del movimiento obrero (socialdemócratas y stalinistas) sigue siendo un factor decisivo de esta falta de combatividad general del proletariado y de las derrotas sufridas. Efectivamente, esto explica que estas no hayan ni querido ni podido resistir a la ofensiva neoliberal del capitalismo. Por eso, la crisis histórica de la dirección del proletariado se ha transformado en crisis del propio movimiento obrero organizado. La clase obrera ya no tiene representación política propia, aunque sea en la forma fraudulenta dada por el PS reformista o el PCF stalinista: el PS terminó su transformación a partido abiertamente burgués (partidario sin culpa del capitalismo y de las contrarreformas [4]), y el moribundo PCF no vive más que por la lenta pérdida de votos del PS y los medios materiales de su aparato esclerosado. Finalmente, las organizaciones sindicales se han debilitado numéricamente y están dirigidas por burócratas que aceptan abiertamente el horizonte del capitalismo, y por lo tanto, la “necesidad” de las contrarreformas, yendo cada vez más lejos en la colaboración de clases abierta.
V – Desde noviembre-diciembre de 1995, poderosos movimientos sectoriales limitaron la destrucción de la ofensiva “neoliberal”.
Sin embargo, a pesar de estas difíciles condiciones objetivas y subjetivas, y a pesar de las sucesivas derrotas, la resistencia a la ofensiva capitalista fue real y dio lugar a movilizaciones masivas a partir del gran movimiento de noviembre-diciembre de 1995, impulsado por la huelga general de los ferroviarios y la oleada de huelgas de los trabajadores estatales. Este movimiento incluso ha constituido un giro en la lucha de clases, en la medida en que ha demostrado que la clase obrera (representada por sus fracciones con más conquistas y más sindicalizadas) no estaba muerta, contrariamente a lo que pretendían los ideólogos de la burguesía desde hacía quince años, y más aun luego del hundimiento de la URSS. Éste era el regreso de la lucha de clases al centro de la escena, aun cuando las direcciones sindicales lograron canalizarla sin dificultades, con la búsqueda de un compromiso con el gobierno. La victoria reivindicativa fue parcial (mantenimiento del plan Juppé contra la seguridad social), pero real (retiro del contrato del plan Estado/SNCF, abandono de la reforma a las jubilaciones de los trabajadores públicos). Esto condujo a la parálisis relativa del gobierno Juppé durante más de un año, obligando a Chirac a disolver la Asamblea Nacional a principios de 1997, al precio de una victoria de la “izquierda plural” (PS-PCF-Verdes) y de la constitución del gobierno Jospin.
Con el apoyo de las direcciones sindicales, Jospin pudo conducir con paso tranquilo una política de contrarreformas progresivas, según un método que logró evitar las luchas globalmente, con notables excepciones, como la gran huelga victoriosa de los agentes de impuestos o las numerosas huelgas del sector privado contra las reaccionarias disposiciones de las leyes Aubry, agravando la antigüedad y la flexibilidad cuando se introdujeron a las “35 horas” (como promedio anual). Pero también suscitó un fuerte descontento obrero y popular, como lo demostró la sanción masiva infligida por los trabajadores en las elecciones presidenciales de 2002 (eliminación del PS desde la primera vuelta y hundimiento del PCF).
El gobierno de derecha que siguió a la reelección triunfal de Chirac contra Le Pen (el líder de la extrema derecha racista y chauvinista), dirigido por Raffarin, estaba encargado de aumentar el ritmo y la amplitud de las reformas. Pero nuevamente chocó con una poderosa respuesta, con la huelga general de educadores y la fuerte movilización de otros sectores de la administración pública durante mayo-junio de 2003. Esta vez, el movimiento sufrió una derrota reivindicativa total (aumento de 37,5 a 40 años de aportes para las jubilaciones de los trabajadores del Estado, a partir de ahora igualados con los del sector privado, y una “descentralización” que consistió en la pérdida de cargos en las comunidades territoriales de servicios públicos hasta entonces asegurados por el Estado, al precio de nuevas privatizaciones). Sin embargo, los trabajadores demostraron una vez más su capacidad de resistencia, y la traición de su lucha por parte de las direcciones sindicales ha sido ampliamente comprendida en el caso de la CFDT (firmante de la reforma del gobierno luego de algunas concesiones mínimas) y parcialmente percibida por la vanguardia en el caso de la CGT (la traición de las direcciones de Force Ouvrière (FO) y sobre todo de la Fédération Syndicale Unitaire (FSU), que jugaban un rol clave como direcciones de los grandes sindicatos de empleados públicos fue menos percibida, por el lenguaje bastante “izquierdista” con el que cubrieron su política).
Desde entonces, la política de contrarreformas del gobierno Chirac-Raffarin fue más profunda que la de sus predecesores, pero tuvo que tener en cuenta la disposición de los trabajadores al combate.
Los asalariados de EDF-GDF (empresa nacional de electricidad y gas) se movilizaron masivamente en 2004 contra la privatización, pero de manera aislada, antes de ser traicionados vergonzosamente por sus direcciones sindicales. En la primavera de 2005, se desplegó un importante movimiento liceísta en oposición a una contrarreforma de la educación, forjando una nueva generación militante, a pesar de su derrota. En mayo de 2005, en el terreno electoral, los trabajadores, en su mayoría los votantes de la “izquierda”, infligieron una derrota política al gobierno (y al PS), al votar masivamente “No” en el referéndum de ratificación del Tratado Constitucional Europeo, lo que provocó un cambio de primer ministro. En noviembre de 2005, una importante revuelta de los jóvenes de los barrios populares, hijos de la clase obrera, surgidos de la inmigración y principales víctimas del fracaso escolar, el desempleo y el desorden social, demostraron que una importante fracción de la juventud más pobre no tenía ninguna confianza en el sistema y no estaba dispuesta a dejarse aplastar sin combate. Su falta de un verdadero programa político ha limitado el temor de la burguesía, pero la responsabilidad principal le incumbe a la ausencia de las organizaciones obreras, empezando por las que se reclaman revolucionarias: se negaron a apoyar claramente la revuelta y proponerle una perspectiva política, que pasara por la unidad con el movimiento obrero y el combate unido contra la patronal y el gobierno. Finalmente, en la primavera de 2006, la huelga general de los estudiantes y la huelga parcial de los liceístas, apoyados por masivas movilizaciones de asalariados (3 millones en las calles, un récord histórico) infligieron una derrota significativa al gobierno de Villepin, obligado a retirar su proyecto de CPE (contrato de empleo precario para los jóvenes), aún cuando pudo mantener el resto de su ley reaccionaria llamada “sobre igualdad de oportunidades”.
Debido a esta resistencia de los trabajadores y de la juventud, que condujo al bloqueo de algunas contrarreformas, la burguesía eligió romper con el método demasiado lento del “chiraquismo”, promoviendo la candidatura a presidente de Nicolas Sarkozy, representante del ala dura del partido de Chirac. Se trataba de pasar a una velocidad superior la ofensiva contra las conquistas sociales (e incluso contra algunas conquistas democráticas), con el fin de romper la espiral infernal de la decadencia relativa del capitalismo francés en la competencia internacional. A pesar de la campaña ultraderechista de la candidata del PS, Segolène Royal, apoyada por el conjunto de la izquierda y, en segunda vuelta, por la extrema izquierda (Lutte Ouvrière (LO) y Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR)), la burguesía prefirió al candidato de la derecha dura por la mayor determinación que demostraba y por su populismo con respecto a la pequeño burguesía y las capas más atrasada del propio proletariado.
VI – Después de un año de gobierno Sarkozy, las primeras luchas sectoriales fueron derrotadas, pero la capacidad de resistencia permanece globalmente intacta: la situación está abierta.
La victoria de Sarkozy representa entonces un salto mayor en la ofensiva “neoliberal” llevada adelante desde hace treinta años. Agrava claramente la relación de fuerzas histórica que, a pesar de la resistencia obrera y popular, ya era ampliamente favorable a la burguesía. El plan estratégico de la patronal francesa (representada por el MEDEF) y del nuevo gobierno es un plan de conjunto coherente y consecuente aplicado con un ritmo sostenido: contrarreforma del derecho al trabajo, aumento de los años de aportes para las jubilaciones, cuestionamiento de la seguridad social, congelamiento de salarios, nuevos ataques contra los derechos de los desocupados, leyes anti inmigrantes y persecución creciente de los sin-papeles, “plan banlieues” y agravamiento de las provocaciones policiales contra los jóvenes de los barrios populares, ataque contra el estatuto de los empleados públicos, supresión de decenas de miles de puestos de empleados públicos, disminución de horas cátedra en la escuela, contrarreforma de los estudios universitarios, pasaje en fuerza (por vía parlamentaria, con el apoyo del PS) de la nueva reactivación del tratado europeo.
Los trabajadores conscientes de sus intereses de clase temen al gobierno y muchos están desesperanzados, por no poder creer en la posibilidad de enfrentamientos victoriosos. Al mismo tiempo, la disposición de los trabajadores y los jóvenes al combate sigue manifestándose: huelgas masivas de nueve horas de los ferroviarios y huelga bastante importante de tres semanas de los estudiantes, en el otoño de 2007, huelgas locales bastante numerosas en el sector privado durante todo el primer semestre de 2008, sobre todo por la cuestión de los salarios y de la defensa de empleos, movilización de una fracción de los liceístas y de los profesores en abril-mayo, huelga continua de los trabajadores de Impuestos en mayo-junio, a los que se agregan las jornadas de acción de los empleados públicos y de algunos sectores privados a partir del otoño de 2007, luego nuevamente en la primavera de 2008. Además, la popularidad de Sarkozy se hundió desde el otoño, su partido perdió las elecciones municipales en marzo y regularmente se manifiestan contradicciones (sobre todo por presión de sectores de su base electoral, víctima ya sea del alza del precio del petróleo –pescadores, camioneros, choferes de taxi– o de la política de restricciones presupuestarias –magistrados, abogados e incluso militares–).
Después de un año de gobierno Sarkozy, la situación de la lucha de clases todavía sigue abierta. Por un lado, este año sufrieron derrotas los primeros sectores que han luchado contra Sarkozy, sobre todo los ferroviarios, los estudiantes y una fracción minoritaria de liceístas y profesores. Pero, por el otro, ninguno de estos sectores ha sido aplastado y las potencialidades de las luchas, en esos sectores y en otros, siguen estando globalmente intactas. Finalmente, es evidente que el enojo obrero y popular es cada vez más masivo, aun cuando permanzca latente en este estadío, por falta de perspectivas. Por eso la apuesta mayor de la lucha de clases en Francia se concentra hoy en la contradicción entre la disposición de los trabajadores y los jóvenes a resistir y la política de los partidos de “izquierda” y las direcciones del movimiento obrero. Más allá de sus críticas formales, incluso puramente personales, contra Sarkozy, los dirigentes del PS (partido burgués de izquierda) en el fondo apoyan su política, mientras dan la prioridad a sus peleas internas en vistas al congreso de noviembre, destinadas a disputarse la dirección del partido y la candidatura a la presidencia de 2012. El PCF, que también prepara un congreso crucial para fin de año, está en una crisis profunda, su descomposición histórica conduce hoy al cuestionamiento de su propia existencia, entre un PS hegemónico a izquierda y una extrema izquierda de origen trotskista en condiciones de disputarle su lugar a “izquierda de la izquierda”. Por eso vuelve a las direcciones sindicales para jugar el rol principal en la canalización de las luchas obreras.
De hecho, desde el otoño, las derrotas sucesivas de las movilizaciones no se deben a su aplastamiento por el gobierno, sino a la vergonzosa traición de las direcciones sindicales (con el apoyo del PS y del PCF), que deciden traicionar las luchas y las posibilidades de convergencia interprofesional. Pero el fenómeno más nuevo es el salto mayor en su política de colaboración de clases, sobre todo para los sindicatos en los que eran considerados hasta el momento como los más combativos, la CGT, la FSU (e incluso Solidaires): desde enero, sus dirigentes, como los de FO y CFDT, firmaron “en frío” toda una serie de acuerdos regresivos con la patronal y el gobierno, haciendo de la colaboración directa en las contrarreformas un eje central de su orientación, más allá incluso de la traición de las luchas. Estamos entonces, en un momento histórico muy importante de la evolución del sindicalismo en Francia, considerado hasta ahora como relativamente más combativo que sus homólogos de los países imperialistas, a causa de la presión de las masas.
VII – Los revolucionarios deben defender en las luchas un programa de frente único articulado por el objetivo de la huelga general y el método de auto organización.
De esta situación general, y sobre todo, de las reales potencialidades de la lucha de clases se deriva la necesidad para los revolucionarios, de un eje de intervención sistemático en las luchas. Esta es la prioridad absoluta para afirmar la identidad concreta de una organización revolucionaria hoy en Francia. Y es fundamentalmente necesario para ganar a esa parte de la vanguardia volátil de la clase obrera y de los jóvenes que se forma en las luchas, a menudo con una entusiasta combatividad, una conciencia inmediata y una disponibilidad de pensamiento muy superiores a las de la vanguardia estable, organizada en los sindicatos y/o los partidos de extrema izquierda.
A partir de que surjan nuevas luchas o que el análisis de la situación ponga a la orden del día su posibilidad, nuestra responsabilidad es combatir, aunque sea de manera propagandista, ante todo, por un frente único obrero, condición sine qua non para hacer fracasar los planes del gobierno, sobre la base de un plan de movilización general de los trabajadores y de los jóvenes. Se trata de levantar reivindicaciones unificadoras, a la vez defensivas –contra los proyectos del gobierno– y un poco más ofensivas –sobre todo por aumento de salarios roídos por la inflación–. Esto pasa también por proponer métodos de lucha eficaces y su puesta en marcha en la medida de nuestras posibilidades donde sea posible: autoorganización sistemática y coordinación democrática de los trabajadores y jóvenes en lucha, objetivo de la convergencia de las luchas, arma privilegiada de la huelga y piquetes de huelga ahí donde sea posible, perspectiva de la huelga interprofesional, hacia la huelga general como única solución para infligir una derrota a la patronal y el gobierno. Esta orientación choca frontalmente con la de las direcciones sindicales que hacen de todo para dividir a los trabajadores, sobre todo con la prioridad de reivindicaciones de categorías y la estrategia de “jornadas de acción” sector por sector y sin perspectivas. La denuncia pública y sistemática de su política es, entonces, imperativa, debiendo ser combinada con consignas positivas por la unidad, incluyendo la interpelación de las direcciones sindicales para poner en evidencia sus responsabilidades frente a las masas. Naturalmente, también es necesario apoyar sin vacilaciones a los sindicatos que tienden a romper incluso parcialmente, bajo presión de las masas o de la vanguardia, con la orientación de sus propias direcciones confederales o federales.
Al defender la orientación resumida aquí, el Grupo CRI puede discutir y relacionarse con decenas de militantes y trabajadores. Además, está en condiciones de ponerla en marcha concretamente en las luchas estudiantiles, con una pequeña influencia real, y en las luchas de los docentes. Es indispensable preservar y fortalecer esta capacidad de intervención concreta, pero es crucial ahora buscar los medios para ponerla en marcha en, al menos, uno o dos sectores suplementarios, si fuera posible, obreros.
VIII – Los revolucionarios deben combatir por una corriente lucha de clase y antiburocrática en los sindicatos.
Este eje principal del combate práctico es inseparable de una actividad política de largo plazo para la reconstrucción del movimiento obrero y de la conciencia de clase. En este objetivo, por un lado, el rol histórico del sindicalismo en Francia, y por el otro, el actual peso decisivo de las direcciones sindicales (relativamente menos debilitadas por la crisis del movimiento obrero que las direcciones políticas) en la colaboración de clases, y finalmente, el hecho de que una buena parte de la vanguardia obrera organizada está constituida por militantes sindicales sin partido, es crucial combatir por la concreta puesta en marcha de una orientación tendiente a defender y reconstruir el sindicalismo de lucha de clases.
Por eso es necesario defender especialmente el objetivo de una corriente lucha de clases en el interior de los sindicatos, pasando por la amplia reunión, más allá de sus diferentes sensibilidades, de los sindicatos de base y militantes sindicales de lucha, con el fin de coordinar sus intervenciones contra la política de las direcciones colaboracionistas, por una orientación alternativa y para ayudar a los trabajadores a reapropiarse de sus sindicatos. Este es el sentido de la iniciativa de CILCA (Courant Intersyndical Lutte de Classe Anti-bureaucratique), impulsada por el Grupo CRI, con algunos militantes opositores de la LCR y algunos sindicalistas de lucha. Este es también el sentido de la participación activa de CILCA en los foros de sindicalismo de clase y de masa, organizados conjuntamente con colectivos de militantes sindicales stalinistas y maoístas que pregonan la lucha de clase y denuncian la actual orientación de las direcciones sindicales. Esta actividad permite ganar la atención no solamente de los militantes sindicales de lucha, sino también de un cierto número de militantes de las organizaciones políticas de extrema izquierda, sobre todo de la corriente lambertista y de la LCR, muy presentes en los sindicatos. Finalmente, este debe ser un eje prioritario para la intervención en el proceso por el “nuevo partido anticapitalista” lanzado por la LCR, porque los elementos políticos más avanzados de la LCR y de los comités por el “Nuevo Partido Anticapitalista” (NPA) también son, en gran medida, militantes sindicales de lucha de clase.
IX – Los revolucionarios deben defender el programa de la IV Internacional y luchar frontalmente contra los revisionistas centristas y sus capitulaciones prácticas.
Finalmente, la construcción de un núcleo trotskista principista pasa evidentemente por promover vivamente el programa de la IV Internacional, la defensa pública de las ideas y perspectivas de la revolución, del marxismo, del bolchevismo y del trotskismo, la importancia acordada a la formación teórica e histórica de los militantes y de los simpatizantes. Esto implica una actividad de clarificación teórica y política sistemática, tanto más necesaria ya que se trata de resistir la crisis generalizada del movimiento obrero y de la conciencia de clase, contra todas las tentaciones de adaptarse a esto rebajando el nivel del programa, de las perspectivas históricas, y también de las posibilidades de lucha inmediatas.
Efectivamente, las organizaciones que todavía se reclaman oficialmente de la revolución, que son principalmente en Francia las organizaciones surgidas del trotskismo, que cuentan con miles de militantes y simpatizantes, que dirigen o influencian centenares de sindicatos renuncian en realidad cada vez más claramente a este objetivo y a toda orientación que se derive de él. Ahora bien, esto ocurre en el momento mismo en que una fracción de la vanguardia siente, de manera más aguda que en el período anterior, la necesidad histórica de un partido político de los trabajadores. Efectivamente, la situación es propicia para la apertura de una amplia discusión sobre este tema, si se combinan los siguientes cuatro factores: combatividad real, aunque defensiva, del proletariado y de los jóvenes; su falta de confianza en el PS burgués incluso cuando todavía votan por él para evitar que gane la derecha; crisis del PCF históricamente moribundo y que sobrevive en gran parte por el peso de su aparato y sus acuerdos electorales con el PS; éxitos electorales de la extrema izquierda LO en 1995, LO y LCR juntos en 1999, LO y LCR separados en 2002, LCR en 2007). Por eso, la defensa intransigente de un partido revolucionario y de un programa de transición podría encontrar un eco favorable en una fracción significativa de la vanguardia.
Ahora bien, el punto en común entre LO, LCR y a la corriente CCI del POI (ex PT) es que, bajo la presión de la crisis histórica general del movimiento obrero y de la conciencia de clase, se niegan a denunciar de manera sistemática al capitalismo como tal y, más aún, oponerle la perspectiva del socialismo, de la expropiación de los capitalistas, de la destrucción del Estado burgués y de la construcción de un Estado de los trabajadores (dictadura del proletariado). Esta capitulación programática los conduce, en la práctica, a un discurso reformista, en lugar de un programa de transición con eje en la necesidad de un gobierno de trabajadores, a un electoralismo llano, a la cobertura por izquierda de la política de las direcciones sindicales y a la negativa de tomar iniciativas reales en la lucha de clases, que permitirían oponerse a la colaboración de clases e imponer un frente único sobre la base de un plan de movilización general. Materialmente, centenares de militantes de esas organizaciones, sobre todo del CCI (ex PT) POI y de la LCR, pero también en menor medida de LO, son rentados o semirrentados sindicales, que se han incrustado en los aparatos y se niegan, muy a menudo, a arriesgar sus puestos si ese es el precio por defender una orientación digna de revolucionarios.
A estos puntos comunes se agregan rasgos particulares a cada una de las tres organizaciones
Contra la pasividad rutinaria, el seguidismo a los aparatos y el oportunismo electoral de LO
En lo que concierne a LO, cuyo núcleo cuenta con mil militantes, pero con más de 5.000 simpatizantes-militantes, sus principales méritos siguen siendo la implantación en las empresas, su uso de cierto discurso obrero y su defensa, internamente, de las ideas comunistas. Sin embargo, su orientación práctica está marcada por una pasividad política constante, el seguidismo apenas crítico respecto de las direcciones sindicales, un electoralismo sistemático y una propaganda abstracta a modo de formación marxista. Además, su dirección ha dado un paso más en su oportunismo: ha acompañado su auto aislamiento sectario con respecto al proyecto de NPA, lanzado por la LCR, con una alianza electoral inadmisible con el PS (y el PCF) en la primera vuelta de las elecciones municipales (agravando su ya escandaloso llamado a votar por Royal en la segunda vuelta de las presidenciales). Al hacer esto, ha contribuido a impedir que los trabajadores vayan hasta el final de su ruptura con la “izquierda plural”. Correlativamente, la dirección de LO no ha vacilado en excluir a su Fracción que, mientras desarrollaba como siempre una orientación bastante próxima a la de la mayoría, sin embargo, venía de comprometerse en un combate correcto contra el viraje derechista sin precedentes de la mayoría. Ésta ha querido así cortar toda posibilidad de cuestionamiento en sus filas, donde la nueva orientación chocó manifiestamente con numerosas reticencias.
Contra el revisionismo lambertista, el impulso de un nuevo partido reformista y la cobertura parcial (CGT, FSU) o total (FO) de las direcciones sindicales
Por su parte, la dirección lambertista de la ex OCI y del ex PT está padeciendo las consecuencias de haber estado a la deriva a la vez trade-unionista y “republicana” durante los últimos meses pretendiendo fundar un “partido obrero independiente” (POI) con “electos republicanos” y burócratas sindicales notorios (sobre todo, dirigentes de FO). Este nuevo partido, creado el 15-16 de junio de 2008, ya no es un partido centrista de derecha cristalizado, sino un partido abiertamente reformista. Se reclama formalmente de la lucha de clases e incluso del socialismo, pero únicamente en los textos fundadores. La línea real del POI consiste en denunciar ante todo a la Unión Europea, presentada como la fuente de todos los males, lo que lleva a una negativa a denunciar realmente al capitalismo, incluso a quitarle responsabilidad a los sucesivos gobiernos –presentados como rehenes de la UE– además, con una deriva chauvinista latente –y a veces real en boca de su ex candidato a la presidencia y nuevo cosecretario nacional, el pequeño patrón Gérard Schivardi. Además, la referencia a la lucha de clases sigue siendo ampliamente formal: en la realidad, los lambertistas y sus aliados llevan indiscutiblemente un combate parcialmente progresista contra la orientación de las direcciones de la CGT y de la FSU, pero se atienen a cuestiones particulares, sin enfrentar la política de estas direcciones en su lógica general. Además, las cubren cuando traicionan las huelgas (como la huelga de ferroviarios del otoño); y sobre todo, están incrustados en el aparato del principal sindicato en que intervienen, FO, garantizando globalmente la política de la dirección confederal, incluida la firma de la contrarreforma sobre el contrato de trabajo.
Sin embargo, el POI no debe ser despreciado como fuerza política, porque tiene una cierta dinámica: ha suscitado un cierto número de discusiones, más allá de los burócratas sindicales y de los electos municipales, con sindicalistas de lucha, trabajadores y jóvenes, y dice tener 10.000 afiliaciones, aunque tiene de hecho muchos menos militantes reales (quizás 4.000 o 5.000, la mayoría miembros del CCI). Además, existen contradicciones en el POI, sobre todo en el CCI, que sigue siendo una corriente centrista de derecha cristalizada. Efectivamente, una parte de sus militantes inicialmente formados en el trotskismo cuestiona de forma abierta el nuevo giro a derecha de la dirección lambertista, en particular la cobertura a la dirección de FO en el momento en que ésta colabora abiertamente con el gobierno, a diferencia de la época de Blondel (1989-2004), cuando disimulaba su orientación de colaboración de clases con un discurso “contestatario”.
Contra el revisionismo y el oportunismo de la dirección de la LCR, para una corriente revolucionaria dentro del NPA
Finalmente, la dirección de la LCR (que ha integrado desde su último congreso a su antigua tendencia de “izquierda”, la corriente Democracia Revolucionaria, así como la corriente ex morenista Avanti!) quiere crear un “nuevo partido anticapitalista” (NPA). Para la LCR, se trata de crear en Francia un partido “amplio” que trate de competir con el PCF por ocupar organizativamente el espacio abierto a la izquierda del PS, después de haberlo ganado en parte electoralmente. La LCR pretende dirigirse ante todo a los trabajadores y a los jóvenes, no a las organizaciones, pero su blanco prioritario es más bien un conglomerado de reformistas asumidos (“antiliberales”), sectores de “izquierda” de la burocracia sindical, incluso de “socialistas” y ecologistas opuestos al “socialiberalismo”. Ahora bien, éstos jugaron indiscutiblemente un rol dominante desde la primera reunión nacional de los comités NPA, el 28-29 de junio, como lo demuestra particularmente la declaración que salió de ella.
Al mismo tiempo, el buró político de la LCR acaba de lanzar una campaña nacional de exclusión, basada en métodos burocráticos, mentiras y calumnias, contra el Grupo CRI, cuyo puñado de militantes no tendría que haberla inquietado si no temiera de hecho, a través de ellos, la apertura de una verdadera discusión sobre la intervención en los sindicatos (lo que implica el cuestionamiento explosivo de la integración de numerosos cuadros de la LCR en los aparatos), sobre el programa revolucionario y sobre la constitución de una posible corriente comunista revolucionaria en el futuro NPA.
Sin embargo, al lanzar su proyecto de NPA, –y sean cuales fueran sus propias intenciones, en otras palabras, su voluntad de abandonar toda referencia al trotskismo– la dirección de la LCR abre un marco de discusión que genera interés entre miles de trabajadores y de jóvenes sensibilizados por la campaña presidencial de su vocero Besancenot, por sus posiciones mediáticas, reformistas por cierto, pero a menudo talentosas y bastante combativas contra la patronal, el gobierno y el PS. De hecho, desde el mes de marzo, se formaron más de 400 comités para impulsar el NPA, reuniendo a miles de trabajadores y jóvenes (9.000, de los cuales un tercio son de la LCR, según su dirección, parte de los participantes sólo fueron a algunas reuniones y algunos se alejaron por el poco interés en las discusiones bastante despolitizadas). Ahora bien, una parte significativa de estos trabajadores y jóvenes, como cierto número de militantes de la LCR, buscan efectivamente el camino de la lucha de clases eficaz, del anticapitalismo, incluso de la revolución.
Por eso, el Grupo CRI ha decidido participar en estos comités por el NPA, manteniendo su existencia autónoma en esta etapa. La decisión final de participar o no en el NPA se tomará en el momento del congreso de fundación. Dependerá de la amplitud, de la dinámica del proceso del NPA en la vanguardia, actualmente real, pero limitada y quizás en parte superficial, a causa de la orientación derechista impulsada por la LCR y de la llegada de varios reformistas. Pero también dependerá de las posibilidades concretas de constituir o no una corriente revolucionaria con el mayor número de militantes de la LCR actual y de nuevos militantes radicalizados. En este marco, hay que llevar hasta el final el combate difícil y muy desigual, pero indispensable, ya que la dirección de la LCR así lo ha decidido, por el reintegro de los militantes del CRI excluidos, para el mantenimiento de los demás en sus comités del NPA y por la entrada de aquellos que todavía no están en los comités.
Pero, mas allá de eso, los militantes del CRI tienen que hacer todos sus esfuerzos para construir lo mejor posible los comités del NPA, acercar a los comités muchos trabajadores y jóvenes, sin dejar de presentar sus propias posiciones y defender la necesidad de una corriente comunista revolucionaria e internacionalista.
Traducido por Rossana Cortez
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