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Tragedia de la clase obrera minera
por : Jimena Mendoza

04 Mar 2006 |

“Sin embargo prosigues,
cerrado a cal y canto en tus angustias,
debajo de tu piel un puño alzado,
debajo de tu piel el hambre y los fusiles”

La industria minera en México

La minería en México ha sido históricamente uno de los sectores estratégicos que generan más ganancias. Las ramas productivas ligadas a la explotación minera están repartidas entre la oligarquía del Bajío y el norte del país, y las empresas trasnacionales beneficiadas por la firma del Tratado de Libre Comercio. La Ley Minera de 1993, que sustituyó a la de 1961, abrió el sector minero al capital extranjero en áreas antes reservadas al capital nacional. Esta “liberalización” dio enormes concesiones a las trasnacionales, promoviendo que la producción se realice con insumos nacionales; el derecho a llevarse la tecnología al país del que venga la inversión, o la posibilidad de que el capital trasnacional sea el que defina los aranceles que se aplican al comercio exterior y la importación de equipo y maquinaria.

A pesar de que en los años 90 la industria minera sufrió bajas importantes, a partir del 2001 se da un alza sustancial en las ganancias, en los niveles de productividad y en la reactivación de pozos de explotación. En los últimos años, la explotación minera ascendió a 3, 209 millones de dólares, observando un crecimiento en volumen de 3% respecto a 1999 [1].

La ofensiva “neoliberal” y su profundización en el sexenio foxista, significó un ataque sistemático a las condiciones laborales de los trabajadores. La entrega de los recursos del subsuelo al capital trasnacional y las facilidades otorgadas a la oligarquía minera implicaron la precarización de una fuerza de trabajo que aglutina a unos 270,000 asalariados en todo el país. Los capitalistas, libres de la regulación estatal, tienen la posibilidad de subcontratar empresas de contratistas que sirven como intermediarias en las relaciones obrero-patronales. De esta forma, las empresas evaden las responsabilidades legales con sus trabajadores, que no tienen el derecho a sindicalizarse y carecen de las prestaciones de un contrato colectivo, manteniéndolos en condiciones casi esclavizantes. Ésta es la base sobre la cual crecen las jugosas ganancias de los magnates de la minería, mientras obligan a miles de trabajadores a arriesgarse fatalmente en los pozos. Si los obreros de la extracción tienen la suerte de no estar durante un “accidente fatal”, su esperanza de vida no supera los 50 años de edad. Y es que están sometidos a la inhalación permanente de gases tóxicos (cómo el metano, el bióxido de carbono o el gas grisú), con concentraciones de oxígeno bajísimas, lo cual irremediablemente trae consigo enfermedades respiratorias graves o hasta cáncer.

Abajo en la mina la vida no vale nada; por encima están los millonarios negocios de una patronal asesina.

“Pasta de Conchos”: un crimen del capitalismo

“Pasta de Conchos” es propiedad de Grupo Industrial Minera México, el principal conglomerado de explotación minera del país, liderado por los magnates de la familia Larrea (Germán Larrea Mota, apareció dentro de las 500 fortunas más abundantes en la revista Forbes, con mil millones de dólares). En el 2005, reportaron ganancias por 1,100 millones de pesos, un 37% más que en el 2004, beneficiados con el alza de los precios internacionales de los minerales. Además tiene inversiones en sectores de la explotación minera en Bolivia, Chile, Perú y Argentina. Este consorcio capitalista tiene entre sus directivos a “grandes hombres de negocios” como Claudio X. González y hasta a Luis Téllez, ex secretario de Energía, y se benefició de las privatizaciones concretadas en los sexenios de Salinas y Zedillo.

La mina “Pasta de Conchos” produce aproximadamente 14 mil toneladas de carbón lavado y 30 mil de no lavado. Esta empresa enfrentó 12 huelgas en los últimos años y 10 explosiones similares en distintas minas (en enero hubo un “accidente” en la mina de zinc de SLP).

El “Grupo México” recurrió a la contratación de “subempleados” para abaratar enormemente los gastos en mano de obra, a través de la empresa General D’Hulla, S.A. de C.V., propiedad de Javier Alberto de la Fuente Cepeda. De los 65 mineros sepultados en la explosión del 19 de febrero, 36 estaban subcontratados por esta empresa. La minera le pagó al sindicato alrededor de 900 mil pesos y 5% del salario de cada trabajador no sindicalizado en compensación por la subcontratación. Según datos reportados, esta mina factura entre 12 y 13 millones de dólares al año, cuando la inversión total de Grupo México se estima entre los 10 millones de dólares. Los trabajadores subcontratados ganan en promedio, 600 pesos semanales y trabajan 12 horas diarias. Mientras estos hombres arriesgan su vida por 2, 400 pesos al mes, la patronal sigue explotando los recursos mineros en pozos que no pasan las más elementales reglas de seguridad. Esta forma de contratación se profundizó durante el foxismo, a través de la “nueva cultura laboral” promovida por el ex secretario del trabajo, el empresario ultraderechista Carlos Abascal. En “Pasta de Conchos” la construcción era endeble, las operaciones deficientes, el mantenimiento nulo y los sistemas de seguridad prácticamente inexistentes. La Secretaría de Trabajo, no hizo más que dar “recomendaciones” para perfeccionar algunas fallas operativas, pero permitió que siguiera la explotación en la mina, como permite que sigan operando los pozos propiedad de los Larrea que no cumplen con ningún criterio de seguridad. Como dijo un minero a la prensa: “Esta tragedia sucedió por que le untan la mano a la Secretaría del Trabajo”. Este tejido de complicidades entre la patronal, el gobierno y los líderes charros, tuvo como resultado una de las mayores tragedias obreras en los últimos años, la explosión de pasta de Conchos. Los 65 mineros sepultados, hoy yacen bajo tierra producto de este contubernio criminal.

El capitalismo mata

La tragedia de “Pasta de Conchos” pone al descubierto el lado más cruento del capitalismo. Mientras los patrones llenan sus arcas y se hacen de fortunas indecibles, las familias obreras sobreviven con 2, 400 pesos al mes. Las obscenas fortunas de los Larrea se amasan con la sangre, el sudor y el trabajo de los mineros. El gobierno administra las ganancias de estos magnates y vela, en todo momento, por sus intereses. Esta es la tragedia de los obreros en el sistema capitalista. Producen toda la riqueza de nuestra sociedad y apenas reciben lo necesario para subsistir y para que subsistan sus familias. La patronal chantajea a los trabajadores con la amenaza del desempleo; los divide al contratar obreros sindicalizados y obreros contratistas; presiona sus salarios a la baja con los topes salariales y estableciendo sueldos ínfimos para las mujeres. En el caso de los mineros, la realidad es aún más desgarradora porque la mina les arrebata sus vidas. Las mujeres que hoy hacen guardia a las afueras de la mina no duermen de la ansiedad de haber perdido a sus esposos, novios y hermanos. Muchas quedan solas con dos, tres o cuatro hijos que alimentar y tarde o temprano, tendrán que vender lo único que poseen: su fuerza de trabajo, para dejar su juventud atrapada entre el gas y la tierra o los engranes de una fábrica. Mientras unos pocos se apropien el excedente del trabajo de millones, habrá más tragedias para los trabajadores, porque en el capitalismo, la propiedad y la ganancia están por encima de la vida. Por eso el proletariado, la única clase creativa de la sociedad puede y debe dar una alternativa a la crisis cada vez mas degradada del sistema. Es la que puede organizar la economía al servicio de las necesidades del conjunto de la sociedad. La abolición de la propiedad privada, traerá consigo la abolición de la explotación del hombre por el hombre. Por eso junto con Marx decimos : “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.” [2]

 

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