El 1° de enero se cumplieron 50 años de la revolución cubana. En esa fecha se conmemora la caída del dictador Fulgencio Batista y la victoria del Ejército Rebelde.
La revolución cubana fue la primera, y hasta ahora la única, revolución socialista triunfante en América Latina. La expropiación de la burguesía y los terratenientes fue un acontecimiento extraordinario que inspiró a una generación de luchadores obreros y populares a pelear contra el imperialismo bajo el lema de que el deber de todo revolucionario era hacer la revolución.
Mucho se ha escrito en estos últimos días sobre los acontecimientos de la revolución de 1959. Los militantes trotskistas del PTS defendemos incondicionalmente a Cuba frente al bloqueo imperialista y las conquistas de la revolución, pero señalamos claramente nuestras diferencias con el castrismo. En este artículo queremos rescatar el significado histórico de esta revolución y las enseñanzas que deja para los obreros y campesinos de América Latina.
Las conquistas sociales de la revolución de 1959
La expropiación de la burguesía explica lo que hasta la prensa capitalista más hostil debe reconocer, las enormes conquistas sociales en el terreno de la salud y la educación que permitieron a Cuba erradicar el analfabetismo y, prácticamente, la mortalidad infantil.
Para tener una idea, en el 2006 la tasa de mortalidad infantil en Cuba alcanzó el 5.3 por mil, mientras que en la Venezuela bolivariana la misma fue del 22.02 cada mil. La revolución cubana dio un gran impulso a la salud pública; si en 1958 había un médico cada 1.076 habitantes, en el 2007 había un médico cada 159 habitantes, que reciben atención personalizada, lo mismo que un dentista cada 1.066. El índice de analfabetismo es el más bajo de América Latina con el 1.7%. Argentina ocupa el segundo puesto en la escala de alfabetización en el subcontinente con 4,7% de analfabetismo, mientras que Venezuela alcanza el 6.0%. Hay que tener en cuenta que Cuba logró estas conquistas a pesar del bloqueo criminal de casi 50 años por parte de los EE.UU.
Las claves de la revolución cubana
Para rescatar el valor histórico de la revolución cubana hay que separarla de un operativo ideológico llevada a cabo por los partidarios del chavismo y el mismo castrismo que la asocia al llamado “Socialismo del Siglo XXI” de Hugo Chávez.
Las diferencias entre la revolución cubana y la Venezuela bolivariana son sustanciales. La revolución cubana terminó con la dominación imperialista mediante la destrucción de las FF.AA. de la burguesía, por medio de la insurrección popular y la expropiación de la propiedad privada de los medios de producción en las ciudades y los campos. Por su parte el gobierno de Chávez (que lleva casi 10 años en el poder) mantiene intactas a las FF.AA., que aunque hayan sido reformadas siguen siendo el pilar del Estado capitalista. También rige la propiedad privada, aunque condenada discursivamente, bajo la idea de que el socialismo hay que construirlo junto con los empresarios. Recordemos que las nacionalizaciones anunciadas en los últimos años por Chávez fueron en realidad compras que el Estado realizó indemnizando a los grupos capitalistas, mientras que en la revolución cubana la expropiación fue de carácter violento y llevó al fin de la propiedad privada de los medios de producción en menos de dos años. En mayo de 1959 se dictó la primera Ley de Reforma Agraria que eliminó el latifundio. En enero de 1960 comenzó una segunda tanda de expropiaciones. En febrero fueron nacionalizadas 14 centrales azucareras. La Shell y la Texaco fueron expropiadas en junio. En agosto llegó el turno de todas las compañías norteamericanas de los sectores petrolero, azucarero, telefónico y eléctrico. En octubre se nacionalizó la banca (nacional y extranjera) y casi 400 grandes empresas (centrales azucareros, fábricas, ferrocarriles), y se sancionó la Ley de Reforma Urbana dando la propiedad de su vivienda a miles de inquilinos.
Revolución socialista o caricatura de revolución
A diferencia del resto de América Latina, Cuba terminó con la opresión imperialista por haber realizado una revolución socialista. La revolución cubana fue más allá del programa de reformas que originalmente plantearon Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio, que tenía por fin derrocar a Batista y reinstaurar la Constitución de 1940. En el transcurso de la lucha sumaron a sus reclamos la idea de una tibia reforma agraria. Una vez derrotado el ejército burgués, fue erigido en la presidencia, a instancias del M26, Manuel Urrutia, antiguo presidente de la Corte Suprema y representante de la burguesía opositora. ¿Por qué el M26 no pudo llevar a cabo su programa de reformas democráticas en el marco de un capitalismo independiente como pretendía? Porque la burguesía y el imperialismo se ubicaron rápidamente en el campo de la contrarrevolución por el temor a la movilización obrera y campesina. La inexistencia de un aparato de represión de la burguesía, que había sido destruido por la insurrección popular, empujó a las masas a luchar decididamente por sus demandas postergadas y a tomar justicia con los esbirros del antiguo régimen. La presión combinada de ambas fuerzas radicalizó la revolución que terminó rompiendo con la burguesía y liquidó la propiedad privada. El Che Guevara definió este proceso como una revolución de contragolpe, y su conclusión fue que para América Latina estaba planteada la revolución socialista o una caricatura de revolución. En su momento esta realidad significó un golpe ideológico tremendo al estalinismo de los PC’s latinoamericanos que predicaban la revolución por etapas (una etapa de alianza de obreros y campesinos con la burguesía y otra etapa para un futuro indeterminado donde luchar por el socialismo) y la vía institucional dentro del régimen burgués.
Los chavistas -y los partidarios de castrismo- predican hoy el mismo tipo de pensamiento derrotado en su momento por la revolución cubana: la colaboración con las burguesías nacionales y progresistas. Pero la revolución de 1959 enseñó que la única forma de llevar hasta el final la lucha por la liberación nacional, el fin del latifundio y el reparto radical de la tierra y la resolución del problema de la vivienda mediante la reforma urbana, no es en alianza con la burguesía sino combatiéndola, destruyendo su aparato militar y represivo, expulsándola del poder político y expropiando sus propiedades.
Un estado obrero burocrático
Pero a pesar de sus enormes conquistas, la revolución cubana no significó la creación de un estado basado en el gobierno democrático de los consejos de obreros, campesinos y milicianos, donde participaran todas las tendencias revolucionarias, que tomaran en sus manos la construcción del socialismo e impulsaran la lucha de clases a nivel continental e internacional. Por el contrario, la revolución dio origen a un estado obrero deformado y burocrático que impuso el dogma del socialismo en un sólo país y el dominio del partido único, ahogando las libertades populares y bloqueando el camino de la revolución en América Latina.
Para entender esta dinámica hay que comprender la génesis del proceso revolucionario. Como señalamos, Fidel y el M26 no fueron una dirección socialista que se planteara destruir al estado burgués y la construcción de un estado obrero. Si aceptaron esa dinámica de la revolución fue montándose sobre la ola revolucionaria popular para enfrentar las amenazas imperialistas, pero frenando sus tendencias a la autodeterminación. Desde un principio el liderazgo castrista fue bonapartista y sus métodos plebiscitarios y paternalistas. Fidel encarnó un nuevo tipo de bonapartismo sui generis, que transforma su contenido social pequeñoburgués al ritmo de la caída del viejo estado capitalista semicolonial. Por eso cuando el castrismo adhirió al socialismo estrechó su alianza con el estalinismo cubano y el Kremlin, lo que implicó, que luego del reflujo de la marea revolucionaria, avanzara la burocratización asfixiante del régimen político y el bloqueo de la dinámica permanente de la revolución, tanto en la esfera de la construcción de nuevas relaciones sociales como en la extensión de la revolución hacia América Latina.
El socialismo en una sola Isla
Durante un período, y bajo la inspiración central de Ernesto Che Guevara, el estado cubano impulsó el desarrollo de los movimientos guerrilleros y la idea de la revolución en América Latina. Fueron los tiempos de la Tricontinental, la OLAS y el llamado a hacer de la Cordillera de Los Andes toda una Sierra Maestra. Sin embargo, con el correr del tiempo y bajo la influencia creciente del Kremlin, el castrismo fue jugando un papel de contención de los procesos revolucionarios centroamericanos y del Cono Sur. En los primeros ’70 apoyó abiertamente la vía pacifíca al socialismo de Salvador Allende en Chile, que culminó con la derrota sangrienta en manos de Pinochet. En la revolución sandinista de 1979, Fidel afirmó que Nicaragua no debía ser una nueva Cuba y apoyó la política del FSLN de entregar en la mesa de negociación de Contadora la victoria militar sobre la contra financiada por la CIA, que llevó a la derrota de la revolución. Similar papel jugó en El Salvador como promotor de los acuerdos de paz. Pero además, la alianza estratégica de Cuba con el Kremlin -que el Che combatía pero Fidel impulsaba- implicó en el terreno económico mantener la isla dependiente del monocultivo de azúcar, a cambio de la ayuda de Moscú (línea a la que se oponía el Che Guevara, que planteaba la necesidad de la industrialización mediante un plan centralizado), lo que puso a Cuba al borde del colapso después de la caída de la URSS en 1991.
La alianza con el Kremlin terminó rifando la legitimidad internacional de la revolución cubana, ya que colaboró en el papel antisocialista jugado por las burocracias estalinistas del Este Europeo y la ex URSS. El castrismo se pronunció contra las movilizaciones obreras y campesinas y la revolución política que buscaba poner fin al poder totalitario de la burocracia gobernante y regenerar el socialismo en aquella porción del mundo. Así Fidel condenó, como un levantamiento provocado por la CIA, la Primavera de Praga protagonizada por obreros y estudiantes checoslovacos en 1968; apoyó el golpe de Jaruzelsky en la Polonia sublevada contra la burocracia estalinista en 1981; apoyó la represión de la burocracia china a los obreros y estudiantes en la Plaza Tian’ an men en 1989 y sostuvo hasta último momento a la dictadura estalinista de Eric Honecker y la Stassi en la antigua RDA. El resultado fue trágico para las masas, la restauración del capitalismo y la transformación de la antigua burocracia de esos países en oligarquía capitalista, en tanto Cuba sufrió el aislamiento internacional y la debilidad en los primeros ’90 durante el llamado período especial.
Pero aún hoy, la política de alianzas internacional que propone el castrismo está reñida con la defensa de la revolución apelando a las burguesías nacionales en lugar de las masas de obreros y campesinos de América Latina. La llamada “batalla de las ideas” que propone Castro se inscribe en esta línea de la colaboración de clases y el apoyo a los experimentos nacionalistas burgueses fracasados hace mucho en nuestro continente, otorgándole legitimidad a la demagogia discursiva del “Socialismo del Siglo XXI” junto a los empresarios y monopolios capitalistas como el de Chávez en Venezuela o Correa en Ecuador.
Conclusión
La revolución cubana muestra a los pueblos de América Latina, mucho más en el actual escenario de crisis mundial, la potencialidad de la revolución socialista, es decir, de la lucha por destruir el poder político, militar y económico de la burguesía para conquistar la liberación nacional y lograr la mejora en las condiciones de vida de las masas. Por otra parte, la defensa de las conquistas de la revolución de 1959 y la estrategia de la revolución socialista latinoamericana e internacional en el Siglo XXI necesita delimitarse históricamente de la política y la herencia del castrismo, para recuperar al estado obrero cubano como una trinchera de la revolución internacional mediante la lucha contra la burocracia y sus privilegios e imponiendo el gobierno de los consejos de obreros, campesinos y soldados.
El mito y la tragedia del foquismo
La revolución cubana impuso en el imaginario y las estrategias de la izquierda latinoamericana la idea de que la guerra de guerrillas era el único medio posible para la revolución. Su máximo exponente fue Ernesto Che Guevara, para quien la revolución latinoamericana, al igual que la cubana, debía tener como eje central al campesinado y la estrategia del foco guerrillero. Esta fue una lectura sesgada de la propia revolución, ya que en el proceso cubano se conjugó la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, con un extendido movimiento urbano del M26, y una insurrección popular que se manifestó en la huelga general que le abrió las puertas de La Habana al Ejército Rebelde.
La línea foquista fue impulsada por la dirección castrista durante la época de la OLAS en los ‘60, y aunque se oponía por izquierda a la coexistencia pacífica predicada por Moscú, no tenía por objetivo desarrollar la organización independiente y la política insurreccional de las grandes masas, luchando por su dirección, participando de los procesos reales de la lucha de clases, sino que llevó a una vía muerta a las vanguardias militantes en varios países, incluido el nuestro, ya que en busca de crear las condiciones mediante el foco se separaron de la lucha de clases e insurgencia real protagonizados por obreros y campesinos en los años ‘60 y ‘70.
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