El 50° aniversario de la entrada del M26 a La Habana fue recordado sobriamente. El gobierno cubano invitó a “celebrar en familia”, sin concentraciones multitudinarias ni apariciones públicas de Fidel (lo que provocó nuevas especulaciones periodísticas sobre su salud). Días antes, en su discurso del 27 de diciembre ante la Asamblea del Poder Popular [1], Raúl Castro había trazado pautas importantes sobre los planes de la dirección cubana, reafirmando un rumbo que pone en cuestión el futuro mismo de la revolución.
"Que las personas sientan la necesidad de trabajar para satisfacer sus necesidades"
Bajo este lema, Raúl Castro anunció una política de austeridad que afecta a los trabajadores y sus conquistas; amplia los espacios para la “iniciativa privada” (como en la agricultura); y también pretende acicatear y disciplinar a la propia burocracia.
En medio de una campaña contra el “igualitarismo salarial”, justificó que “si no hay la presión, si no existe la necesidad de trabajar para satisfacer mis necesidades” (...) “para ir resolviendo paulatinamente las distorsiones existentes en el sistema salarial, hay que ir eliminando las gratuidades indebidas y los subsidios excesivos”. Además, ratificó el aumento de la “edad de jubilación” y “la necesidad de incrementar la incorporación al trabajo, su productividad y eficiencia.” En suma una política para aumentar la productividad con el acicate de la diferenciación salarial y la reducción de subsidios que representan una forma de “salario social” y cubren buena parte de las necesidades básicas populares.
También se felicitó de los avances en “ir poniendo las tierras ociosas en manos de quienes puedan y estén dispuestos a hacerlas rendir frutos”, o sea, a campesinos individuales, cooperativas y empresas. Raúl ya había anunciado que la industria estatal proveerá materiales para la autoconstrucción, decisión que reconoce la impotencia burocrática para resolver el dramático problema de la vivienda (agravado por los huracanes Gustav e Ike de 2008), y de hecho abre nuevos espacios a la “iniciativa particular” y el mercado negro.
Finalmente, Raúl insistió en que “no habrá retrocesos en el propósito de fortalecer la institucionalidad, la disciplina y el orden en todas las esferas del país” y anunció la “creación de la Contraloría General de la República, como un órgano jerárquicamente superior” en un intento por poner orden e introducir nuevos métodos administrativos en la caótica gestión estatal.
Estas medidas se inscriben en el curso general de reformas pro-mercado” adoptado por Fidel en tiempos del “período especial” [2] y los años 90[Por supuesto, Cuba, un pequeño Estado asediado por el imperialismo y aislado, puede verse obligado a hacer ciertas concesiones, pero estos retrocesos deben ser limitados y exigen como contrapeso el poder y control revolucionario de las masas. En manos de la casta burocrática, empujan hacia la descomposición de la economía nacionalizada, alimentan la diferenciación social con “nuevos ricos” y estratos privilegiados y fortalecen las tendencias restauracionistas que anidan en la propia burocracia castrista.]]. Ahora, la orientación propuesta por Raúl Castro apunta a profundizar ese curso.
Nuevos vientos de tormenta
Esta “huida hacia delante” es una respuesta burocrática a la acumulación de enormes contradicciones económicas, sociales y políticas.
La desaceleración económica, tras varios años de crecimiento (con un récord del 12% en 2006), se hace sentir con los primeros efectos de la crisis mundial. El precio del níquel cubano cayó un 40% en 2008 y también bajaron los precios de productos pesqueros, azúcar y otras exportaciones, a lo que se suma el alto costo de las importaciones de petróleo y alimentos; y la grave devastación por los tres grandes huracanes del año que dejó pérdidas por 10 mil millones de dólares y medio millón de viviendas dañadas.
Crecen las tensiones sociales. Mientras la crónica subproducción de alimentos y bienes de consumo, la corrupción, la desigualdad creciente, afectan a los trabajadores y sectores populares que dependen de ingresos en pesos comunes para vivir y apenas pueden completar sus necesidades más allá de la cartilla de racionamiento; los sectores privilegiados (la alta burocracia, los “nuevos ricos”, y en general, los beneficiarios de las reformas, base de las crecientes tendencias restauracionistas) mejoran su situación, acceden al mercado libre regido por el Peso convertible y presionan por mayor consumo (recientemente se liberó la comprar de celulares, computadores y otros bienes como un gesto hacia estas capas).
Se acumulan los problemas políticos de la sucesión encabezada por Raúl. Ausente el liderazgo de Fidel, su hermano debe aún lograr autoridad política, consenso entre las distintas alas burocráticas y legitimidad ante la población, como para aplicar sus planes.
Raúl se apoya en los viejos cuadros de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) que dirigió por medio siglo y que son una institución clave en lo económico (dirigen un conjunto de 700 empresas y muchas de las asociaciones con el capital extranjero) y como puntal del Estado. Pero debe contener a los influyentes “moderados” (que prefieren mayor velocidad en las reformas procapitalistas y cierta una “apertura” política), y ha desplazado a los “talibanes” (algunos jóvenes líderes que acompañaron a Fidel en el último período). Las pugnas en las alturas prosiguen y a veces se expresan sordamente en la prensa y en algunas discusiones académicas sobre el rumbo a seguir.
Por otra parte, crece el desgaste de las instituciones -el “poder popular”, la Asamblea Nacional y el PCC- y el descontento social se expresó, por ejemplo, en la campaña “autocrítica” de 2007, donde 1.200.000 quejas fueron presentadas, en el escepticismo juvenil, y en las críticas y debates entre la intelectualidad y los artistas.
Por todo ello, la convocatoria para 2009 del VI° Congreso del PCC (“congelada” por una década), puede ser vista como un intento de canalizar las pugnas internas y lograr apoyo político para la aplicación de planes que atacarán más directamente las conquistas sociales.
“Vía cubana” al desastre
Los gobernantes cubanos se muestran cada vez más interesados en los “modelos” chino y vietnamita, con su combinación de medidas económicas procapitalistas y férreo control político por la burocracia “comunista” como garantía de sus propios intereses.
Paradójicamente, no sólo las contradicciones internas los impulsan en esa dirección, sino que el mejor escenario internacional para Cuba que ha mejorado relaciones con casi toda América latina y cuenta con una estrecha alianza con Venezuela, alienta a una mayor apertura económica. El acercamiento a Lula abre la posibilidad de inversiones brasileñas. Junto a esto, es posible que el gobierno de Obama revise aspectos de la tradicional política norteamericana de bloqueo e intransigencia. Pero el imperialismo, con el concurso de los “gobiernos amigos” de la región e incluso de la burguesía gusana de Miami, no dejará de aprovechar las dificultades cubanas y presionar por acelerar la “transición” al capitalismo (incluyendo la apertura política para las fuerzas proburguesas).
La “vía cubana” de reformas pro-mercado graduales está erosionando cada vez más las bases de la economía nacionalizada y alimentando a la contrarrevolución restauracionista. Sólo puede llevar al despeñadero de la restauración capitalista y la recolonización por el imperialismo.
Un programa de defensa de la revolución
La izquierda reformista latinoamericana apoya al castrismo sin más, aunque su programa lleve al desastre. Peor aún, ciertos “progresistas” y populistas quisieran apurar las “reformas”, según su propia tesis de que la revolución socialista está hoy “superada” y no hay otra salida para Cuba que “más mercado” y “apertura democrática”, es decir, capitalismo con democracia burguesa.
No faltan algunos en la izquierda que consideran ya consumada la restauración capitalista (como la LIT-CI) o que Cuba nunca fue un Estado Obrero (aún burocratizado), lo que lleva a graves errores programáticos y políticos.
Por el contrario, reafirmamos la vigencia de un programa de revolución política (combinando las tareas económico-sociales que las medidas pro-mercado han actualizado) que parta de la defensa de las conquistas de la revolución que aún se mantienen, encare una salida obrera revolucionaria a la angustiosa situación de las masas y enfrente a la burocracia en todas sus alas luchando por un gobierno de los consejos de obreros y campesinos, reencausando a Cuba en el camino de la revolución internacional, como se había perfilado en 1959.
Como parte de este programa, planteamos:
– Abajo el bloqueo yanqui.
– Revisión de todas las “reformas pro-mercado” en un plan democráticamente decidido por los trabajadores para reconducir la economía en función de las necesidades obreras y campesinas.
– Abajo la burocracia con sus privilegios.
– Por un régimen de plena democracia obrera, con plenas libertades de organización en los centros de trabajo y legalidad para las corrientes políticas anticapitalistas y que defienden la revolución.
– Ninguna confianza en negociaciones con Obama o la UE ni en los “gobiernos amigos” burgueses de América Latina a los que el castrismo brinda apoyo político. El futuro de Cuba está ligado a que sea un puntal de la movilización antiimperialista y anticapitalista y por la Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.
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