La jornada de acción del 29/1 en Francia ha sido masiva. Es un hecho enormemente alentador para los explotados del mundo entero. Es que, a diferencia de Grecia, Europa del Este y los actuales movimientos de resistencia en Estonia, Lituania, Bulgaria y mucho más de Islandia (donde acaba de caer el gobierno), Francia, una de las principales potencias de Europa, es una vidriera continental y mundial, como ya mostró la huelga de los estatales de 1995 o la lucha contra el CPE en 2006. Anticipo, quizás, de la entrada en una nueva fase de la crisis mundial donde la respuesta de los explotados –que es lo que más preocupa junto al riesgo proteccionista, como se encargó de resaltar la ministra francesa de finanzas en la reciente Cumbre de Davos– pase a un primer plano.
Según la policía, más de 1.000.000 de personas participaron en todo el país y 2.500.000 según la CGT. Cuantitativamente, está a la altura de las grandes manifestaciones que hicieron retroceder al gobierno en 2006 en la lucha contra el CPE (contrato primer empleo) o, más atrás aún, en 2003, la lucha contra la reforma del sistema jubilatorio de los estatales y las de 1995 contra Juppé frente a la reforma del régimen especial de los ferroviarios y la RATP (metro y transporte urbano) y la seguridad social; aunque probablemente de magnitud ligeramente menor a la última de ellas. Sin embargo, comparada con esas acciones, lo novedoso de la acción (y potencialmente significativo) es:
1 La participación creciente como no se veía en mucho tiempo de los trabajadores de las empresas privadas, industriales o de servicios, grandes multinacionales como el gigante del acero Arcelor Mittal, las empresas automotrices Peugeot Citroën, Renault, Ford, la gran empresa de neumáticos Michelin, la multinacional de servicios Veolia, la compañía privada de teléfonos Free o los grandes supermercados como Carrefour u otros comercios mayoristas como la Fnac y Galeries Lafayette. También participaron, aunque no organizados, asalariados de pequeñas Pymes (según puede verse de los testimonios directos o de los medios de los cortejos). Desde este punto de vista es la manifestación de participación obrera o asalariada de los trabajadores públicos (donde hay que recalcar una fuerte adhesión de los docentes y trabajadores de la salud, etc.) y privados más importante de las últimas décadas.
2 Ligado a lo anterior, las movilizaciones han sido de una amplitud inédita en muchas ciudades medias del interior: 21.000 en Rouen y en Caen, 16.000 en Tarbes, 15.000 en Mans, 11.000 en Saint-Brieuc, 9.500 en Tours, 7.000 en Brive según la policía. Números que incluso son más grandes que en las históricas jornadas del Mayo de 1968.
3 La numerosa participación de trabajadores, en un momento en que crecen los despidos y las suspensiones temporales, lejos de actuar como un elemento aplacador de la resistencia obrera como era la expectativa de la patronal y el gobierno, azuzó por el contrario la protesta. Este tal vez sea un producto del agravio y el descontento acumulado primero contra la disminución del poder adquisitivo y luego contra el alza de la desocupación, la ruptura definitiva de los obreros con el sarkozysmo y sus promesas incumplidas de la campaña electoral donde el “trabajar más, para ganar más” se transformó “en trabajar más, para ganar menos”, y por último por la acumulación de experiencias de la clase trabajadora y los estudiantes franceses en el marco del ciclo de luchas que ya lleva más de veinte años.
4 A diferencia de la lucha contra el CPE o de la lucha de 2003 (esta última terminó derrotada), o incluso de la huelga general de los estatales de 1995, el movimiento actual no tiene una clara reivindicación aglutinante sino que es una jornada de acción claramente política, contra las consecuencias de la desocupación, la caída del poder de compra, la destrucción de la salud y la educación públicas, la precarización laboral (en especial entre los más jóvenes) y fundamentalmente el sentimiento de injusticia porque hay salvataje a los bancos (en estos días se conoció que, a pesar de las pérdidas del último trimestre, cerraron el año con ganancias) y nada para los asalariados y los jubilados. Esto se manifiesta en la amplia simpatía de que gozó la acción en la población (cerca de un 75% de apoyo), cosa que no se veía desde 1995 e incluso a niveles más altos que en ese entonces.
5 Puntual, pero síntoma de cierta radicalización, tanto en relación a la movilización como en relación a los métodos de lucha, es menester resaltar los enfrentamientos que ocurrieron en Saint-Nazaire, un hecho inédito en el movimiento obrero francés desde hace años. En aquel puerto industrial de mucha tradición de lucha de la costa atlántica, que cuenta con uno de los astilleros más importantes de Europa, centenares de trabajadores (1.000 según la prensa regional) atacaron la prefectura, símbolo estatal, enfrentándose durante toda la tarde del 29/1 a las fuerzas antimotines que tuvieron que pedir refuerzos. Lo que en cierto sentido ya habían anticipado los jóvenes de las banlieues (barrios periféricos a las grandes ciudades) durante la revuelta de 2005 y algunos sectores de la vanguardia estudiantil seis meses después durante el movimiento anti-CPE, podría llegar a convertirse, de profundizarse la actual lucha, en patrimonio de lucha de sectores combativos de la clase obrera, expresando, a través del choque duro con las fuerzas de represión, su radicalización y bronca, rompiendo con el marco sindical tradicional de las movilizaciones de los últimos 25 años.
Por otro lado, debemos sostener:
1 Que a diferencia de las luchas antes mencionadas, en las que se trató de jornadas de movilizaciones, paros y luchas de varios días o semanas, la actual ha sido un paro y manifestación de solo un día, como en algunos países de Europa en los cuales la burocracia sindical no tuvo otra opción que llamar a jornadas de acción o paros preventivos para descomprimir (huelga general en Italia de diciembre, huelgas griegas ante la revuelta de diciembre, etc.). Éste era el objetivo de las direcciones sindicales ante el peligro de que la cólera de los asalariados se exprese (hay un gran temor a esto) en huelgas duras en algún sector, y por eso han llamado a esta acción sin ninguna perspectiva de continuidad. Sin embargo, el éxito de la jornada y la negativa del gobierno a cambiar mínimamente la orientación del plan de reactivación en el sentido que piden las direcciones sindicales - favoreciendo el consumo y no la inversión o bajando el IVA, lo que choca con el déficit fiscal, o aumentado el SMIC (salario mínimo), medida fuertemente resistida por la MEDEF (cámara empresarial), más aún en tiempos de crisis- podría obligar a los sindicatos a convocar a nuevas jornadas de lucha a medida que se profundiza el desempleo y aumenta la bronca.
2 Aunque había focos de liceístas bien combativos y que cantaban con todas sus energías, aún está ausente en la protesta el movimiento estudiantil , tanto secundario como, incluso en mayor medida, el universitario. Esto, aunque empiezan a entrar en ebullición algunas facultades con (por primera vez y a diferencia de la lucha anti-CPE) participación de los docentes universitarios. Más aún, el éxito de la jornada de acción ha fortalecido esta unidad de docentes y estudiantes. En crecientes asambleas del interior (en París aún no hay clases) han apoyado la huelga ilimitada de los docentes-investigadores contra la reforma de su estatuto, etc. Han apoyado también las manifestaciones convocadas para el 5/2 y 10/2, agregando toda una serie de reivindicaciones propias.
De profundizarse esta tendencia, el panorama de conjunto podría radicalizarse ya que la entrada en escena de la juventud, tanto escolarizada como trabajadora, en particular la proveniente de las banlieues, es una de las cuestiones que más teme el gobierno y los mismos sindicatos. Así lo demostraron estos últimos cuando abandonaron al movimiento estudiantil universitario, que terminó fuertemente golpeado en la última oleada de luchas conjuntas en 2008, ayudando a la derrota del movimiento contra la reforma de la educación superior. En diciembre, el ministro de Educación, Darcos, tuvo que retroceder suspendiendo la reforma de la enseñanza secundaria, después de algunas semanas de movilizaciones de los liceístas, por temor a una explosión “a la griega”.
3 Por último, el paro en el transporte no fue tan efectivo como se esperaba, lo que le ha quitado la espectacularidad y contundencia a la acción huelguística de otros movimientos, más aún tomando en cuenta la importancia de este sector en la economía capitalista en general y en Francia en particular, donde es la columna vertebral del movimiento obrero en las últimas décadas. Sin embargo, este hecho, por el contrario favoreció y aseguró la popularidad de las movilizaciones, conjuntamente con el hecho de que probablemente muchos asalariados se quedaron en su casa en adhesión a la medida.
La cuestión está abierta. El gobierno, como comenta una nota de análisis del diario Le Monde del 28/1, empieza a mostrar síntomas de debilidad. La rapidez del cambio del estado de ánimo de la población, que en los últimos seis meses estaba atónita y shockeada frente a la crisis y pasó al actual descontento, a la vuelta de “la Francia que resiste”, ha hecho cambiar la cara de optimismo hasta al más pintado y bravucón, como era el gobierno de la derecha dura de Sarkozy que se vanagloriaba hasta hace poco de que “en Francia ahora las huelgas no se ven”. El diario parisino lo dice, bajo el significativo título de “Nicolás Sarkozy, frente al síndrome del país regicida”, de la siguiente manera: “El presidente de la república afirma que quiere proseguir las reformas, pero confiesa también que ‘Francia no es el país más simple de gobernar del mundo’, él recuerda que ‘los franceses han guillotinado a un rey’, que ‘en nombre de una medida simbólica, ellos pueden dar vuelta el país’. El habla de Francia como de un ‘país regicida’” (Le Monde, Françoise Fressoz, 28/01/09).
La clave, entonces, es la capacidad de respuesta y organización de los asalariados. Esto pasa, en primer lugar, por luchar por la continuidad de las medidas organizando un verdadero plan de lucha y no las jornadas de acción inconexas que ya han llevado al desgaste a importantes movimientos en las calles en el pasado. En segundo lugar, es clave votar un verdadero pliego de reclamos que incluya todos los agravios y demandas más sentidos por el pueblo trabajador y la juventud (y no la súplica tibiamente seudokeynesiana del documento de las ocho centrales que convocaron a la jornada del 29/01) que suelde verdaderamente la unidad de la clase obrera y los oprimidos, en especial sus sectores más explotados, los jóvenes de las banlieus que se movilizaron en gran medida en las recientes marchas contra la agresión sionista a Gaza, y como cuestión determinante, los jóvenes asalariados, que sufren mayormente la precarización con contratos de duración determinada y hoy son los primeros en ser despedidos.
Tercero, hay que retomar las mejores tradiciones de autorganización que dio el ciclo de luchas de los trabajadores y jóvenes franceses, en especial los intentos de coordinación en algunas ciudades en la huelga general de los estatales de 1995, las Coordinadoras docentes de 2003 o el ejemplo de la Coordinadora estudiantil en 2006, y extenderlo y profundizarlo a todo el movimiento obrero. Es la única forma de superar el cepo que la burocracia ha puesto a las grandes movilizaciones de los jóvenes y los trabajadores en los últimos años llevando muchas a la derrota o, cuando la magnitud del movimiento se lo ha impedido, a meros retrocesos parciales que no han revertido la relación de fuerza social entre el proletariado y la burguesía ni la caída en el nivel de vida de la población y que ahora se ha acelerado fuertemente con la crisis, y permitiendo luego al gobierno de turno retomar la ofensiva. En conclusión, el carácter político de la acción hace más agudos que nunca los problemas de programa, estrategia y dirección de los asalariados para darle continuidad y elevarlo a un enfrentamiento hasta el final contra el régimen, el gobierno y la Francia de los grandes capitalistas y banqueros.
Sólo de esta manera, confiando en sus propias fuerzas y organización, desconfiando de los falsos amigos que ahora se acercan a sus marchas para intentar capitalizar el descontento, como la dirección del Partido Socialista (que ya ha demostrado en el pasado que cuando gobierna no tiene diferencia con la derecha y ahora sólo quiere reubicarse frente a las próximas elecciones europeas y el crecimiento de la “extreme gauche”), podrán los trabajadores y jóvenes franceses derrotar a Sarkozy y su plan que busca que la crisis la paguen una vez más los trabajadores.
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