Con la infraestructura de la Franja destruida (13.000 viviendas fueron barridas según informan las Naciones Unidas), Gaza vive una tregua inestable, donde la continuidad del bloqueo económico -que Israel mantiene desde hace meses buscando quebrar la capacidad de resistencia de la población- se combina con el retorno intermitente de las bombas israelíes. El sábado 31 de enero, por ejemplo, los aviones israelíes volvieron a bombardear en seis incursiones la frontera con Egipto, acción justificada por Ehud Olmert, el primer ministro israelí, diciendo que “si había lanzamiento de proyectiles sobre los habitantes del sur, habría una dura respuesta israelí que será desproporcionada” (La Nación, 01-02-09).
Mientras en todo el mundo el sionismo ha intentado acallar las críticas a la masacre criminal denunciando supuestos “rebrotes antisemitas” (como vimos en nuestro país) en bambalinas, y no tanto, en estos días hemos visto la vuelta de distintas acciones diplomáticas, todas coincidentes en perpetuar las condiciones de sometimiento colonial del pueblo palestino.
Lo más novedoso han sido las presiones para incluir directamente a Hamas en nuevas negociaciones, algo planteado casi en simultáneo por Tony Blair, James Carter, Bernard Kouchner (ministro de relaciones exteriores de Francia) y el gobierno turco.
Blair, por ejemplo, afirmó que “La política seguida hasta ahora por el cuarteto (formado por la ONU, Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea) de aislar a Hamas para concentrar los esfuerzos de reconciliación en Cisjordania, no podía funcionar y no funcionará (…) Desde hace algún tiempo estuve diciendo que se necesita una estrategia completamente diferente (…) Si uno intenta simplemente apartar a un lado a Gaza (territorio controlado por Hamas), al final la situación se convierte en algo tan grave que termina por estallar” (Página 12, 01-02-09). Recordemos que estamos hablando de quien fue uno de los principales lugartenientes de Bush en la ofensiva sobre Irak y en apoyar la clasificación de Hamas como “organización terrorista” por parte de la Unión Europea.
¿Giro en la política de EE.UU.?
Hay distintos analistas que sostienen que estas declaraciones son el preludio de un cambio de política en la misma dirección por parte del gobierno de Obama. Santiago O’Donnel, por ejemplo, señaló en su columna dominical en Página 12 que “La diplomacia francesa estaría dispuesta a soslayar la falta de reconocimiento que hace Hamas del Estado israelí para empezar a negociar –siempre y cuando el movimiento islamista renuncie a la violencia–. Y lo haría porque prevé que Obama camina en la misma dirección, señalan los periodistas. Por eso da la sensación de que, con el nuevo liderazgo estadounidense, un acuerdo de paz para Medio Oriente es posible en un tiempo no muy lejano. Porque Carter pudo, porque Obama podría y porque sí se puede” (Página 12, 01-02-09). Sin embargo, que la política de EE.UU. gire hacia incluir a Hamas en nuevas negociaciones del tipo de las que llevaron a los Acuerdos de Oslo en 1994 es todavía sólo una hipótesis. No olvidemos que Obama antes de asumir dejó correr los bombardeos israelíes y que luego de la visita a la región de su enviado especial, George Mitchell, la secretaria de Estado Hillary Clinton repitió el discurso que venía manteniendo la administración Bush. Mitchell, además, rechazó reunirse durante su gira con Hamas y sólo lo hizo con los dirigentes de la desacreditada Autoridad Nacional Palestina. Girar hacia una política de un “Oslo senil” que incluya a Hamas en las negociaciones depende de un conjunto de factores que difícilmente se conjuguen en medio de una galopante crisis capitalista internacional y de una tendencia al agudizamiento de los conflictos entre clases y Estados.
En primer lugar, hay que ver cómo queda definido el mapa político israelí luego de las elecciones del 10 de febrero. Ahora está muy derechizado, al punto que no sólo el Likud, liderado por Benjamín Netanyahu, encabeza las encuestas, sino también el partido liderado por el xenófobo antiárabe Avigdor Lieberman, Yisrael Beiteninu (“Israel es nuestra casa”), se está transformando en una de las estrellas de la campaña electoral y podría ser el que defina quién encabezará el nuevo gobierno (que en Israel se elige parlamentariamente, en general a partir de la conformación de diversas coaliciones como la que gobierna actualmente entre el Kadima de Ehud Olmert y Tzipi Livni y el laborismo encabezado por Ehud Barak). Si bien la prensa ha filtrado trascendidos respecto a que de ganar las elecciones el bloque Kadima-laborismo podría flexibilizar la posición actual y aceptar una especie de “Oslo senil”, los dirigentes israelíes no dejan de recordar que la firma de dichos acuerdos le costaron la vida a Isaac Rabin a manos de un fanático religioso israelí, Igal Amil, en momentos en que la derechización y la xenofobia de la población israelí era menor a la actual. A su vez, en el campo palestino no existe un liderazgo más o menos unificado –el mismo Hamas se encontraría tensionado entre el sector que está en Damasco, comandado por Jaled Mechal y quienes están en Gaza, encabezados por Ismail Haniya– como el que en los momentos de aquellas negociaciones ejercía Yasser Arafat, quien pese a su prestigio debió enfrentar el rechazo de Hamas y de disidentes dentro de la OLP como la del célebre escritor palestino Edward Said, quien consideraba a los acuerdos de la conferencia de Madrid y de Oslo una renuncia a la lucha por los derechos nacionales del pueblo palestino. Desde entonces, la situación del pueblo palestino no ha hecho más que empeorar.
Obama y la política hacia Irán
Por último, pero no menos importante, es difícil que una capitulación de Hamas aceptando una ficción de Estado palestino pueda darse sin mediar una negociación respecto a un nuevo modus vivendi con Irán –donde en junio hay elecciones presidenciales– en todo el Medio Oriente. Este estado es quien más se ha beneficiado con el fracaso de la política de Bush en la región y, junto con Turquía –cuyo gobierno hace demagogia con la defensa de la causa palestina mientras es uno de los principales socios políticos y militares de Israel-, está disputando el liderazgo en el mundo islámico, ante el fuerte desprestigio sufrido por los gobiernos más colaboracionistas con Estados Unidos, como Egipto, Jordania y Arabia Saudita. Pero si Obama modificará los ejes centrales de la política bushista hacia Irán es algo que todavía está por verse, más allá de las declaraciones del nuevo presidente respecto a que si Irán “abre el puño” encontrarían “una mano tendida” en su gobierno, y de las del vicepresidente Joe Biden respecto a que EE.UU. no persigue “cambio de régimen” en la nación persa. Un artículo reciente de The New York Times señala que lo más probable es una combinación de “diálogo con más dureza”. En él se cita a Gary Samore, un ex negociador de la administración Clinton para el control de armas (que se espera sea el “zar” de Obama para la no proliferación de armas nucleares), diciendo que “cualquier zanahoria ofrecida a Irán debe ir acompañada de un garrote más grande”. En particular para convencer a los países de la Unión Europea, Rusia y China de ser más duros en las sanciones comerciales contra el régimen islámico si no desiste de continuar con su programa de enriquecimiento de uranio.
En todo caso, cualquiera de las variantes que se manejan implica querer forzar a los palestinos a aceptar un destino colonial. Lo más que les ofrecerían sería una ficción de Estado, una suerte de “bantustanes” sin conexión entre sí, sin el derecho al retorno para los palestinos expulsados de sus tierras, con el control israelí de los recursos estratégicos, como el agua y la energía eléctrica, y sin derecho a contar con un ejército propio.
Pese al cese de los bombardeos permanentes, la opresión a los palestinos continúa. El movimiento internacional que se desarrolló a partir de la masacre a Gaza debe continuar actuando: alto a toda agresión militar a Gaza; fin del bloqueo impuesto por Israel y Egipto a Gaza y por la liquidación del “muro del apartheid” en Cisjordania; juicio y castigo a los responsables de la masacre; retiro inmediato de Israel de todos los territorios ocupados; por la inmediata liberación de todos los presos políticos palestinos; por el derecho de los palestinos al retorno a sus tierras; ruptura de relaciones con Israel y no ratificación del Tratado de Libre Comercio entre el Estado sionista y el Mercosur. Son estas las consignas que hoy deben servir de base para continuar la movilización unitaria en apoyo a la lucha del pueblo palestino.
La política revolucionaria frente a Medio Oriente
La masacre perpetrada por Israel durante los recientes bombardeos y la ocupación de Gaza llevaron a un fuerte repudio a nivel internacional. Entre quienes hemos repudiado la masacre hay distintas posturas respecto a qué posición tener frente a la lucha nacional del pueblo palestino. El reconocido periodista y luchador por los derechos humanos Herman Schiller ha sostenido, “estoy a favor de la creación del Estado palestino al lado de Israel y no en lugar de Israel. Y estoy por la interacción de las fuerzas revolucionarias y socialistas palestinas e israelíes. Tal como se ratificó hace pocos días en una reunión que mantuvieron delegados del Partido del Pueblo (PC palestino), del Partido Comunista Israelí y del Frente Democrático por la Liberación de Palestina que preside un viejo luchador como Hawatmeh” (“El Israel de las manifestaciones por la paz”, Página 12, 03-02-09). Pero lo cierto es que el PC israelí, si bien impulsó y participó en las movilizaciones contra los bombardeos y acusa de “criminales de guerra” a Olmert, Livni y Barak, sostuvo que la acción del gobierno no hace más que “soldar a la población palestina alrededor de Hamas”.
Por su parte, Claudio Katz ha planteado que la “autodeterminación nacional de los palestinos es la prioridad, pero no podrá concretarse convocando a destruir el Estado de los israelíes (…) Aunque Israel se construyó confiscando a los habitantes del lugar, al cabo de varias décadas ha forjado una nacionalidad propia que no puede abolirse. Se ha conformado un nuevo grupo nacional, tanto en el plano objetivo (lengua, territorio, economía común), como subjetivo (cultura compartida, conciencia de sector diferenciado). La paz será lograda mediante el reconocimiento mutuo de palestinos e israelíes, una vez desmantelados los dispositivos coloniales del sionismo. Sólo este camino pondrá fin a la sangría, abriendo la perspectiva de dos Estados reales, formas federativas binacionales o la mejor opción: un Estado único, laico y democrático” (“Incursiones para sepultar la paz”, 17-01-09).
Sin embargo, lo cierto es que desmantelar “los dispositivos coloniales del sionismo” es algo que no puede realizarse sin terminar con un Estado surgido y mantenido mediante la limpieza étnica y basado en el racismo y la segregación hacia los palestinos y el conjunto de la población de origen árabe. Por ello, la existencia del Estado de Israel, un enclave colonialista y guardián de los intereses imperialistas en Medio Oriente, es incompatible con los derechos nacionales del pueblo palestino.
Esto no significa considerar a toda la población israelí como una “única masa reaccionaria” –no son lo mismo los que han apoyado los crímenes de guerra que los que se movilizan en su contra– ni dejar de considerar que allí también existen explotadores y explotados. A ellos debemos dirigirnos en forma similar a cuando Marx dijo a los trabajadores ingleses que debían oponerse al colonialismo en Irlanda señalando que “ningún pueblo que oprima a otro será realmente libre”. Contra los líderes sionistas, que en común con las potencias imperialistas construyeron un Estado sobre la limpieza étnica de todo un pueblo, debemos decir a la población explotada de origen judío y a quienes se movilizan contra las atrocidades cometidas por el Estado israelí que es necesario romper políticamente con el sionismo y levantar como propias las legítimas demandas nacionales del pueblo palestino. Los revolucionarios nos pronunciamos claramente por terminar con el terrorista y colonial Estado de Israel y defendemos el derecho elemental del pueblo palestino a tener su propio Estado en el conjunto del territorio histórico palestino, un Estado verdaderamente laico, y no racista, donde puedan convivir en paz árabes y judíos, con plenos derechos culturales –y religiosos– para ambos pueblos. Esta perspectiva sólo podrá materializarse íntegra y efectivamente si son la clase trabajadora y las masas explotadas las que se hacen del poder avanzando hacia una Palestina obrera y socialista, como parte de la lucha por una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente. Una salida por la que tienen planteado luchar no sólo las masas trabajadoras palestinas, las más oprimidas y humilladas de la región, sino los trabajadores de todo Medio Oriente, que repudian los crímenes del Estado sionista, al que ven como gendarme del orden imperialista. No concordamos, por ello, con quienes reducen la perspectiva revolucionaria a la lucha por un Estado palestino democrático –es decir, burgués-, laico y no racista. La defensa de la lucha nacional del pueblo palestino no implica que los marxistas revolucionarios no debamos sostener nuestra perspectiva estratégica u ocultar nuestro programa. El no plantear esta salida de fondo, llamando a luchar por ella a los explotados de toda la región, y en particular a las clases trabajadores más fuertes y con tradición de lucha como la egipcia, significa depositar confianza en que serán las representaciones políticas, islámicas o seculares, de las burguesías de la región las que darán una salida progresiva a las aspiraciones de las masas. Estas direcciones son las que postran a las masas e impiden el desarrollo de su movilización revolucionaria. En algunos casos su colaboracionismo con el imperialismo yanky les está causando un fuerte desprestigio, como a las monarquías petroleras y multimillonarias del Golfo o a los dictatoriales gobiernos de Jordania y Egipto. En otros, su mayor peso político regional y los choques parciales que mantienen con los Estados Unidos y otras potencias imperialistas, no quitan el hecho de que se trata de regímenes fuertemente opresores, que también han colaborado con la primer potencia imperialista en distintas ocasiones, como fue el caso de Irán durante la ocupación de Irak, o como vimos hacer en su momento a Saddam Hussein lanzando la guerra fraticida contra la nación persa en función de los intereses imperialistas luego de la caída del Sha en 1979.
Que nos coloquemos en la misma trinchera militar de determinados Estados y gobiernos cuando son agredidos militarmente por el imperialismo y sus agentes, no quita que los enfrentemos políticamente ni que señalemos con toda claridad lo reaccionario de sus estrategias y programa, como el objetivo de imponer regímenes de tipo islámico –como rige en Irán– que sostienen distintos partidos y movimientos. Ni que denunciemos la opresión que ejercen cuando son gobierno sobre sus propios pueblos o los intentos de transformar justas demandas antiimperialistas en parte de una “guerra santa” contra “Occidente”, cuestión que no distingue la existencia de explotadores y explotados en los propios países imperialistas o que facilita, por ejemplo, la tarea de los dirigentes sionistas de abroquelar a la población de origen judío detrás de su política colonial y terrorista. Algo también facilitado por quienes, como los gobernantes iraníes, alientan también prejuicios antisemitas y pretenden minimizar la existencia del genocidio nazi contra la población judía (y también contra gitanos, comunistas, homosexuales, etc.).
Así como no tenemos el mínimo prejuicio en impulsar la lucha en común con sectores islámicos y/o nacionalistas contra el imperialismo y contra los ataques del Estado terrorista de Israel –como hemos hecho durante los últimos bombardeos junto a la FEARAB y otras organizaciones de la comunidad árabe y musulmana en Argentina–, levantamos nuestra propia estrategia y programa, ligada a unir a los trabajadores y explotados del mundo entero a la lucha por la revolución socialista internacional.
Luchamos, como dijimos por una Palestina socialista y una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente, ya que sólo los trabajadores y los explotados en el poder pueden garantizar que se cumplan verdaderamente las demandas antimperialistas y nacionales de las masas de la región. Una salida que muchos llamarán utópica para justificar su posibilismo, pero que la resistencia de las masas y la crisis capitalista más importante desde 1930 actualizan como perspectiva si queremos terminar con la opresión y la explotación.
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