El diario Clarín, y toda la oposición “republicana” ha encontrado en Alfonsín una muerte a tiempo en su cruzada en torno a la idea del “consenso y el diálogo”: “Ese espíritu lo indujo, por ejemplo, a pactar con los militares. Nunca se arrepintió, pese al descrédito que le produjo, porque estaba convencido que aquella gesta de Semana Santa hubiera desembocado en una tragedia. Ese mismo espíritu lo empujó, de modo sorprendente, a transar con Carlos Menem la reforma constitucional de 1994 que permitió la reelección del ex presidente. Suponía que, de otro modo, el riojano hubiera intentado eternizarse en el poder” (Van der Kooy, 01/abril).
Seguramente se agregará en estos días, a propósito del 2 de abril, que la posición de conciliación de “Don Raúl” con Inglaterra fue para que no ganara alguien peor que Margaret Thatcher que en Las Malvinas tocó la campana de largada para la ofensiva imperialista en todo el mundo junto a Ronald Reagan. Y si no se detienen en el recorrido histórico, no nos extrañe que lleguen a justificar que la UCR -cuando en 1976 Ricardo Balbín denunció a “la guerrilla fabril” y declaró que él “no tenía soluciones”- golpeó la puerta de los cuarteles para, mediante “el consenso”, detener quien sabe qué tragedia superior al gobierno de Videla.
La operación del régimen sobre el balance del trayecto de la historia nacional durante el cual gobernó Alfonsín, busca reconstruir el pasado a partir de la necesidad interesada del presente de las clases dominantes. Ante una crisis histórica del capitalismo mundial y en medio de la incertidumbre en cómo ésta desembocará en la Argentina, vuelven al debate los momentos de crisis políticas nacionales de las últimas décadas, cada vez que estuvo en cuestión “la gobernabilidad”. “Jugó un papel muy importante en la crisis del 2001”, sentenció Duhalde a causa de la negociación con el radicalismo para reunir la Asamblea Legislativa que lo eligió en el 2002 luego de las sucesivas renuncias que siguieron a la caída de De la Rúa.
Todos esos momentos en los que se reivindica como triunfante la política del “diálogo” y los “acuerdos republicanos”; significaron una conciliación entre los de arriba para, de una u otra manera, hacer pagar la crisis a los de abajo. Esta ha sido la esencia de “la democracia” en los últimos 25 años.
Las leyes del perdón a los genocidas, contra la voluntad de centenares de miles que nos movilizamos contra los “carapintadas”, es lo que permitió la vigencia de, por ejemplo, 9.000 miembros de la policía bonaerense que se continúan desde la época de Camps y Etchecolatz, como entrenadores del gran delito y el gatillo fácil contra los sectores populares. El “consenso” entre Alfonsín y Menem comenzó mucho antes que el Pacto de Olivos del ’94 en el que operó el “demócrata” Barrionuevo. El acuerdo del adelanto de la sucesión presidencial fue resuelto para dar, ante la crisis capitalista de la hiperinflación del ’89 y tras la represión con 14 muertos a las “revueltas del hambre”, la salida reaccionaria de las leyes bipartidistas de “reforma del Estado” que inauguró la etapa del predominio del capital financiero, el ajuste fiscal y la hiperdesocupación. A los grupos económicos que dieron el “golpe de mercado” se los premió luego con la participación en el negocio del remate de las empresas públicas, la derrota de las grandes huelgas contra las privatizaciones y el control al capital extranjero de las telecomunicaciones, la energía, el petróleo y los principales resortes de la economía nacional. La “salida institucional” a la crisis del 2001 que reivindica Duhalde, asentó (contra el “que se vayan todos” y después de la represión con más 30 muertos durante las jornadas de diciembre) el salvataje de los banqueros expropiadores de los pequeños ahorristas -que están entre los capitalistas que más alta rentabilidad obtienen actualmente-, y el golpe devaluatorio que abarató el salario para favorecer a los exportadores de la industria y el campo que ahora claman por un dólar más alto.
El “consenso republicano” que pregonan Clarín y La Nación, verdaderas usinas de ideas de la oposición, es ahora la ideología con que la clase dominante quiere recubrir un nuevo pacto para acordar, con los Kirchner si es posible o sin ellos si es necesario, otra devaluación que saque una nueva tajada a la clase trabajadora, un “barajar y dar de nuevo” en el reparto de la renta con la burguesía agraria y recomponer las relaciones con el capital financiero internacional con la vuelta a los acuerdos con el FMI.
A la defensiva, Néstor Kirchner -como también hicieron los ministros del gobierno Aníbal Fernández y Sergio Massa- alabó al radical Alfonsín como “un gran militante político” de “convicciones”, mientras fustigó en un acto de Lomas de Zamora al peronista Solá por “traicionar las banderas de toda la vida”. Por primera vez, desde el “voto no positivo” en el Senado, los Kirchner y Cobos parecen convenir en algo: ambos intentan utilizar la muerte de Alfonsín contra un enemigo común. La apuesta oficial es aprovechar este reverdecer del radicalismo, expresado en la manifestación de miles frente al Congreso, para esmerilar al tándem De Narváez-Solá, que Kirchner ve crecer en las encuestas del conurbano bonaerense como el más peligroso adversario para mantener sus aspiraciones electorales. Por su parte, Cleto, como presidente en ejercicio con Cristina Fernández en la cumbre del G20, inició su propia campaña: “Alfonsín me insistió que vuelva al radicalismo”, postulándose como quien puede aglutinarlo. En tanto, Eduardo Duhalde alienta esa idea en pos de “la reconstrucción de los partidos”, pero sabiendo que un liderazgo de Cobos sería posible recién para las presidenciales, mientras, primero, busca derrotar al kirchnerismo apadrinando a los “peronistas disidentes” en la “interna” del 28 de junio, de donde podrían perfilarse los aspirantes a candidatos a presidente por el PJ.
La centroizquierda es el camino más largo para terminar con algún bando capitalista
Si el PJ y la UCR actuaron mediante pactos por arriba en las grandes crisis nacionales, también en ellas surgieron variantes que amenazaron con “superar al bipartidismo” mediante alianzas de centroizquierda. Así lo plantean hoy tanto Pino Solanas y Claudio Lozano de Proyecto Sur, cercanos a la Federación Agraria, como quienes tras el desgaste emigraron del oficialismo como el intendente Sabatella de Morón y la agrupación Libres del Sur. La historia ya dio muestras que estas tentativas terminan siendo luego auxiliares de uno u otro de los bloques capitalistas. Así fue en los ’90, cuando el Frente del Sur de Solanas con Chacho álvarez surgieron contra la “corrupción” como causante de todos los males; es decir contra el manejo “deshonesto” de los gobiernos capitalistas y no contra sus intereses de clase. Nacidos como antimenemistas derivaron luego en el Frepaso -dejando a Solanas en el camino- para darle sobrevida a la UCR en la Alianza y mantener en el gobierno la continuidad de las privatizaciones y la convertibilidad. Siempre dirigidas a seducir a sectores progresivos de las clases medias, las centroizquierdas no impulsan la alianza de éstas con la clase trabajadora sino su conciliación con los capitalistas. Esta dependencia de las formaciones políticas de la pequeño burguesía con respecto a los grandes partidos de la clase dominante se expresa en que no tienen una diferencia radical en su programa. Claudio Lozano, criticando la política monetaria de los Kirchner, ha sostenido que “Si no se cambia esta forma de administración cambiaria, que permite la fuga, vamos a una devaluación más brusca. Y claro que es mejor una devaluación brusca que una gradual con venta de reservas baratas” (Crítica, 29 de marzo). Sólo se puede sostener que “una devaluación brusca es mejor” si se adapta el programa a las necesidades de “mantener las reservas” para mejorar la situación de los capitalistas, independientemente de los efectos que la devaluación tenga sobre los salarios de millones. Por supuesto que a Lozano, Solanas y Proyecto Sur no se les ocurre, para evitar la fuga de divisas, el control de cambios y la expropiación de los banqueros, nacionalizando toda la banca que es el programa que puede dar solución a la clase trabajadora y el pueblo pobre, poniendo todo el ahorro nacional en función de la planificación de la economía al servicio de las mayorías.
Lo mismo puede decirse de su programa hacia “el campo”, destinado a satisfacer las supuestas necesidades de “los pequeños productores” (patronales) sin tocar los intereses de los grandes burgueses del agro. Su política de “retenciones segmentadas” los llevó a votar en el Congreso junto a la Mesa de Enlace y la oposición sojera contra la 125. Las denuncias que ellos mismos hicieron sobre la evasión de las grandes comercializadoras que no rinden al Estado lo recaudado por retenciones que le cobran al productor no los lleva, sin embargo, a la conclusión de que hay que luchar por el monopolio estatal del comercio exterior, expropiando a las 7 grandes empresas que controlan el 80% del comercio de granos como Cargill o Dreyfus. Apenas si proponen, parecido a los proyectos con que amagó el gobierno, “una oficina de compra de granos (como la ex Junta Nacional de Granos) que actúe como organismo testigo en el mercado (intervenga cuando las ganancias de los exportadores son altas, comprando y nivelando oferta y demanda) o para mantener stock mínimos de alimentos”. (3 de marzo, en el blog corteporlozano.blogspot.com). Es decir, un programa de conciliación con el capital agrario, los pooles de siembra y los grandes dueños de la tierra. Sin afectar la propiedad de estos capitalistas, los dichos de Solanas sobre que “el hambre es un crimen evitable y consentido porque el país tiene los recursos para acabar con él”, son frases vacías.
Un partido de la clase trabajadora ante la crisis capitalista
Las luchas de resistencia que la joven generación de obreros empieza a dar contra los despidos y suspensiones, como en Iveco, Gestamp y las automotrices de Córdoba, son muy importantes en la defensa del empleo y el salario. Pero en la lucha por empresa no va a haber triunfos duraderos, porque una profundización de la crisis significa que van a caer ramas enteras de la producción a las que habrá que responder con políticas de conjunto, como el control obrero de toda la rama. De la misma manera, las organizaciones conquistadas como el Cuerpo de delegados del Subte son un gran punto de apoyo, pero no porque desde una empresa o un sindicato se puedan resolver los problemas, porque vamos a enfrentarnos a una crisis generalizada, sino para contagiar el ejemplo para que en todos los lugares de trabajo se recomponga la unidad de las filas de los trabajadores que están divididas entre efectivos y contratados, a través de nuevas organizaciones. Estos procesos de resistencia y de reorganización sindical son una importante gimnasia de la lucha de clases, ensayos para preparar el programa y el partido que necesita la clase trabajadora en la lucha para que esta crisis la paguen los capitalistas, y convertirse en sujeto político, dirección de todas las clases explotadas en el camino del gobierno de los trabajadores, un partido revolucionario.
En esta perspectiva es que reiteramos la propuesta unitaria a todas las organizaciones que se definan claramente por la independencia política de clase (ver ¿Adónde va el PO?) para presentar un frente de los trabajadores y la izquierda para una salida anticapitalista y socialista.
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