El pasado 27 de marzo el presidente norteamericano Barak Obama anunció la nueva estrategia de Estados Unidos para “estabilizar” la situación en Afganistán y Pakistán. Su discurso apeló a los viejos argumentos de la “guerra contra el terrorismo” de la era Bush para justificar una nueva escalada militar para “derrotar a al Qaeda”.
El plan de Obama incluye el envío de 17.000 soldados a los que se suman otros 4.000 efectivos con tareas de entrenamiento para la policía y el ejército afgano. Estas tropas, que comenzarían a llegar a partir de mayo, se suman a los 38.000 soldados norteamericanos que ya están en Afganistán. En total las tropas de ocupación de la OTAN ascenderían a más de 90.000 soldados (con una proporción de un soldado extranjero cada 300 habitantes).
Esta “revisión estratégica” realizada por el gobierno de Obama implica una ampliación de los objetivos imperialistas que abarcan explícitamente a Pakistán, con ese fin fue nombrado como enviado especial a ambos países Richard Holbrooke. No en vano el Pentágono ya acuñó el término “Af-Pak” para referirse a las operaciones militares en la región.
Obama anunció que profundizará los bombardeos con aviones no piloteados dentro de territorio pakistaní, además de exigirle al gobierno de Zardari que combata a los talibán dentro de sus fronteras, aclarándole que “debe demostrar su compromiso para erradicar a al Qaeda y a los extremistas violentos”. A cambio, le ofreció una ayuda económica de 1.500 millones de dólares al año durante cinco años.
Esta política militarista fue acompañada por un intento de ampliar la colaboración de los miembros de la OTAN y de los países vecinos de Afganistán. Con ese objetivo se realizó en La Haya la Conferencia Internacional sobre Afganistán, auspiciada por las Naciones Unidas, de la que participaron alrededor de 80 países, incluida una representación oficial de Irán. Además, se creará un nuevo “Grupo de Contacto” para Afganistán y Pakistán que incluirá a la OTAN y a Irán, Rusia, India y China, además de otros estados del centro de Asia y del Golfo.
Sin embargo, las potencias europeas, a excepción de Gran Bretaña, no parecen estar dispuestas a comprometer más recursos en la ocupación de Afganistán. El Secretario de Defensa norteamericano Robert Gates se quejó de esta falta de compromiso en las vísperas de la realización de la próxima cumbre de la OTAN el 3 de abril.
Crisis de la ocupación imperialista
En los últimos dos años la situación de las tropas de ocupación en Afganistán se ha deteriorado seriamente: los talibán y otras fuerzas de los llamados “señores de la guerra” han recuperado gran parte de su capacidad operativa y controlan provincias importantes en el sur y el este del país. Según un relevamiento reciente de la OTAN, la presencia de los talibán es fuerte en un 72% del territorio afgano y moderada en un 21%, es decir que después de más de siete años de ocupación, sólo han sido desplazados de un 8% de Afganistán (A. Cordesman, The Afghan-Pakistan War, 26-3-09). La ocupación es altamente impopular para la gran mayoría de la población afgana, al igual que el gobierno títere de H. Karzai, a quien el propio imperialismo también le ha quitado el respaldo, acusándolo de corrupción e ineficiencia.
La mayor preocupación para el gobierno norteamericano es que la guerra en Afganistán se ha extendido a Pakistán, sumido en una profunda crisis política y económica, al punto que ya algunos lo consideran un nuevo “estado fallido”. En su discurso del 27 de marzo, Obama se refirió a la frontera entre Pakistán y Afganistán como “la región más peligrosa del mundo” para los norteamericanos, aludiendo al creciente control de los talibán y grupos afines en la Provincia de la Frontera Noroeste, influencia que se está ampliando hacia otras zonas del país. Los servicios de inteligencia y las fuerzas armadas de Pakistán mantienen lazos históricos con los talibán; el presidente Zardari viene de sufrir una derrota a manos del líder de la oposición islamista moderada, el ex presidente N. Sharif, al frente de una movilización masiva, esencialmente de las clases medias y populares, en medio del fuerte impacto de la crisis económica en las condiciones de vida de los trabajadores, campesinos y sectores populares. A esto se suma que el gobierno de Zardiri le entregó a los talibán el control del valle Swat, donde se venía desatando una guerra sangrienta entre alrededor de 12.000 efectivos del ejército pakistaní y las milicias islamistas locales.
¿Reconciliación?
Ante esta difícil situación para sostener la ocupación imperialista, además del frente diplomático y militar, la estrategia de Obama incluye una política de “reconciliación” con sectores “moderados” de los talibán, tratando de reeditar la política que tuvo Bush en Irak hacia los grupos sunitas, que a cambio de importantes sumas de dinero, pasaron de la resistencia a la colaboración con las tropas norteamericanas. Tanto Estados Unidos como Gran Bretaña vienen negociando en forma secreta desde hace meses con líderes de milicias afganas, sin embargo, esta política la hizo pública Hillary Clinton en la Conferencia de La Haya, diciendo que “debemos apoyar los esfuerzos del gobierno de Afganistán para separar a los extremistas de aquellos que se unieron a sus filas no por convicción, sino por desesperación (…) se les debe ofrecer una forma honorable de reconciliación y reintegración a la sociedad, si abandonan la violencia, rompen con al Qaeda y apoyan la constitución” (Reuters, 31-3-09). Pero pocos confían en el éxito de esta política a largo plazo, teniendo en cuenta que en Irak, luego de una tregua que duró algo más de un año y medio, está resurgiendo la violencia sunita y los enfrentamientos con las tropas regulares iraquíes.
Contradicciones regionales
El intento de Obama de recomponer relaciones con el régimen iraní para lograr una mayor colaboración de los ayatolas en la estabilización de Irak y Afganistán, señala un giro táctico de Obama con respecto a la política fracasada de Bush basada sólo en el enfrentamiento, y más en general, parece un abandono de la retórica del “eje del mal” que guió los sistemas de alianzas de Estados Unidos durante el gobierno anterior. En este sentido también parece ir el intento de bajar la tensión con el gobierno ruso.
En principio, este cambio fue recibido favorablemente por Irán, como demuestra su participación en La Haya, y aunque Hillary Clinton no se reunión con la representación iraní indudablemente se ha abierto el diálogo con el gobierno norteamericano. Sin embargo, aún no hay ninguna muestra concreta de este cambio de política por parte de Estados Unidos, sobre todo con respecto al programa nuclear de Irán, y sobre todo, todavía está por verse cómo se conciliará esta política con la estrategia abiertamente proisraelí del gobierno norteamericano y con la asunción del nuevo gobierno de la extrema derecha en Israel encabezado por Netanyahu y el racista Lieberman.
Probablemente, la escalada imperialista en Afganistán y Pakistán produzca un mayor repudio popular en esos países y no está descartado que la profundización de las incursiones militares de Estados Unidos y la OTAN en Pakistán y el aumento de las víctimas civiles de esas operaciones, aceleren las tendencias a la desestabilización y la guerra civil en un país que posee armamento nuclear. Por esto mismo, ya no faltan quienes alertan sobre el peligro de “vietnamización” de Afganistán, una dinámica que en el marco de la crisis capitalista internacional y de la crisis de hegemonía imperialista, tendría consecuencias impredescibles.
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