El pasado domingo Rafael Correa se impuso con 51.8% [1] de los votos en la primera vuelta de las elecciones generales y su partido Alianza País obtendría la principal bancada en la Asamblea Legislativa. El Tte. Cnel. Gutiérrez (Partido Sociedad Patriótica) salió segundo con un 28% de los sufragios, capitalizando el voto “anti-Correa” desde un perfil de “centro nacional”. El multimillonario Álvaro Noboa, abanderado del programa neoliberal y proimperialista, salió 3° con un 11,6%, mientras que el alcalde derechista Jaime Nebot se impuso en Guayaquil, principal puerto y centro financiero. Así la derecha tradicional ha perdido terreno pero mantiene sus bases en Guayas. El 4° lugar, con 4,4%, fue para Martha Roldós (Red Democrática), de centroizquierda.
El “populismo” de Correa
El presidente promete acelerar las reformas y “priorizar la economía de los pobres” para construir un “socialismo del Siglo XXI”, pero sin tocar a los capitalistas ni romper con el imperialismo. Así se coloca en la tradición del populismo ecuatoriano y aparece en el contexto latinoamericano como una versión intermedia, más moderada que los gobiernos de Chávez y Evo Morales (ni siquiera ha ingresado al ALBA).
Correa representa una camarilla de carácter pequeñoburgués que asume la gestión del Estado en un momento de aguda crisis, buscando mediar entre los antagonismos de clase y negociar con el imperialismo para impedir nuevas explosiones revolucionarias y salvar al régimen burgués con el aditamento de algunas reformas de corte democrático y nacionalista. Cuenta para ello con el inapreciable apoyo de la mayoría de las corrientes reformistas e indigenistas y se apoya en sectores de la burguesía quiteña, intereses mineros, etc.
El suyo es un plan neodesarrollista, combinando una mayor intervención del Estado con algunas tibias reformas políticas y un aumento del gasto social dirigido a los más pobres. Pero lo que desnuda por sí solo el verdadero carácter y los estrechos límites de su “posneoliberalismo” es que en más de dos años de gobierno, Correa ni siquiera ha revertido la “dolarización”.
La deuda externa se sigue pagando. Si bien hubo fricciones con algunas transnacionales, dadas las condiciones leoninas en que operaban, apuesta a la asociación con el capital extranjero, como muestra el actuar de las petroleras y la Ley de Minería recientemente aprobada pese al fuerte rechazo indígena y popular. No han cambiado los altos niveles de precarización, explotación obrera y desempleo, ni los problemas estructurales del campesinado y los pueblos indígenas.
La nueva Constitución
Un buen ejemplo del verdadero contenido de la “revolución ciudadana” es la Constitución impulsada por Correa y que, tras 8 meses de debate, aprobó en julio de 2008 la Asamblea Constituyente. Si bien enumera diversos derechos, como los de los pueblos indígenas y otros, en la tradición del “constitucionalismo social” y de la constitución liberal de 1908, protege la propiedad privada, autoriza al Estado a concesionar y hacer sociedades mixtas en áreas estratégicas de la producción y da amplias seguridades a las transnacionales. En suma, no resuelve ninguna de las tareas democráticas –acabar con la opresión indígena, el problema de la tierra, el saqueo de los recursos naturales, la sujeción al imperialismo-, ni mucho menos responde a las aspiraciones de los trabajadores y el pueblo empobrecido.
El objetivo central de esta nueva Carta Magna burguesa es dar el armazón para un nuevo régimen político, legitimado mediante el discurso progresista y seminacionalista que pueda poner fin a una década de inestabilidad y levantamientos populares.
Un país “dolarizado” pese a los discursos nacionalistas
“Yo siempre he dicho que voy a sostener la dolarización” ha insistido Correa [2]. El grado de dependencia del imperialismo de Ecuador, un país semicolonial empobrecido e industrialmente atrasado, es enorme y se sintetiza en la dolarización, pues hace ya varios años que se adoptó el dólar en lugar del Sucre (la vieja moneda nacional), atando estrechamente la economía nacional al carro de Estados Unidos.
En los ‘90 el plan neoliberal de recolonización imperialista avanzó profundamente, en medio de convulsiones económicas y políticas y pese a la tenaz resistencia de masas. Esta resistencia terminó por obligar al retiro de los militares norteamericanos de la base de Manta, la cancelación de la negociación de un TLC y la salida de la petrolera OXY. Pero sigue en pie lo fundamental de la entrega al capital extranjero y de la herencia neoliberal, con un 40% de los ecuatorianos viviendo con menos de un dólar al día, millones que han debido emigrar y graves condiciones de explotación laboral, desempleo y opresión indígena. Correa intenta mediar sobre esas inmensas contradicciones con una lluvia de promesas y limitadas reformas parciales. Ahora, pese al plebiscito electoral, Correa enfrentará en su nuevo mandato un panorama complicado, debido a las serias dificultades económicas que podrían ser la “verdadera oposición”. Ecuador sufre la caída de los ingresos por exportaciones hidrocarburíferas, un déficit fiscal de 1.500 millones de dólares y restricciones financieras mientras caen las remesas de los emigrantes. Ya está negociando el acceso a nuevos préstamos con el FMI y los bancos, lo que tendrá como segura contrapartida “austeridad” y concesiones a los capitalistas, todo lo que puede dejar en el aire sus promesas.
La Izquierda en su laberinto… reformista
A lo largo de estos años, las combativas acciones y levantamientos de las masas ecuatorianas que derribaron a tres presidentes (Bucaram, Mahuad y Gutiérrez) chocaron cada vez con la política traidora de sus direcciones que, sistemáticamente, apoyaron a variantes de colaboración con la burguesía y dejaron que la clase dominante canalizara las crisis más agudas dentro de la constitucionalidad burguesa. Maoístas, stalinistas, socialdemócratas e indigenistas se han dividido el trabajo para salvar al régimen burgués en crisis.
Ahora, los maoístas del PCMLE apoyan al gobierno haciendo malabares para justificar “la no pocas veces calenturienta conducta del Presidente Correa en contra de organizaciones populares y fuerzas políticas que lo apoyan” [3] como los recientes ataques contra Mery Mendoza, presidenta de la Unión Nacional de Educadores (UNE) [4]. El PCMLE no hace más que aplicar la misma política de presión de su antiguo apoyo a Gutiérrez “para que rectifique” [5]. En la misma línea actúan el PCE, el PS-FA y los indigenistas de Pachakutic.
Lejos de someterse al gobierno de Correa con el “apoyo crítico”, la tarea de la vanguardia obrera y popular es recuperar plena independencia sindical y política para poder enfrentar sus medidas y dotarse de un programa a la altura de la crisis capitalista que ya comienza a afectar al país, levantando una salida obrera, campesina y popular.
Sacar las lecciones de esta década de levantamientos heroicos y nefastas traiciones en nombre de la colaboración con la burguesía nacional es clave para forjar las bases de un verdadero partido obrero, socialista e internacionalista en Ecuador.
Diez años de levantamientos y crisis
La recomposición del régimen político que intenta Correa tiene lugar al cabo de una década de intensa lucha de clases y agudas crisis económicas y políticas que se inició con el breve gobierno de Bucaram, derrocado a principios de 1997 por una amplia movilización popular.
Desde entonces se sucedieron 7 presidentes, ninguno de los cuales terminó su período. La más notable de las movilizaciones de masas fue el levantamiento campesino y popular del 20 de enero de 2000 (a caballo del mismo una fugaz Junta de Gobierno presidida por el Tte. Cnel. Lucio Gutiérrez desplazó al presidente Mahuad) en el cual las tendencias a la acción directa de las masas y a buscar nuevas formas de organización tuvieron efímera expresión en tomas, ocupaciones y los “parlamentos populares” surgidos a nivel local. Pero una vez más la clase dominante logró encarrilar la salida por vía “institucional”.
En las elecciones de 2002 Gutiérrez había llegado al gobierno apoyado por gran parte de las direcciones de masas y la izquierda, pero el intento de imponerse como árbitro bonapartista y sus compromisos con la burguesía y el imperialismo llevaron a un nuevo levantamiento que lo derribó en abril de 2005. El siguiente proceso electoral llevó a Rafael Correa al palacio de Carondelet.
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