Si sólo se miran las cifras después de tres años de la aventura militar en Irak iniciada el 20 de marzo de 2003 por Bush y los neoconservadores el balance es escalofriante: según varias fuentes internacionales los muertos iraquíes se cuentan entre 33.000 y 37.000, las bajas militares yanquis ya superan las 2.300. Estados Unidos ha invertido en esta guerra entre mil y dos mil millones de dólares (según cálculos más o menos conservadores).
Luego de los atentados a las Torres Gemelas en 2001, con el apoyo del 80% de la población, Bush se embarcó en una guerra costosa que no avizora salida sencilla. La actual situación en Irak, aún después de las elecciones, está cruzada por una violencia creciente y se tensan aún más las relaciones entre los diferentes grupos en pugna. La explosión en la Mezquita Dorada fue la última expresión de la cruda situación y la posibilidad de una guerra civil se ve cada día más cercana, si no se encuentra una salida política al conflicto (algo que EE.UU. ve cada vez más lejos). La incapacidad del imperialismo yanqui de imponer sus intereses en una región cruzada por el conflicto palestino-israelí, y las aspiraciones de Irán de avanzar en su armamento nuclear han puesto en cuestión una vez más la hegemonía de EE.UU. y sus planes para la región. Incluso ha tenido que hacer públicas sus conversaciones con Irán en la búsqueda de una salida para el complejo escenario iraquí.
Cuando todavía faltan tres años de gobierno, la imagen presidencial viene golpeada por la tragedia de Katrina, los escándalos de corrupción de los hombres de la Casa Blanca y el espionaje a activistas norteamericanos. Sumado a esto el reciente escándalo de la venta de los puertos a una empresa controlada por un país árabe provocó un cisma dentro de la base política propia de Bush. Varios diputados y senadores republicanos salieron a criticar al presidente y junto a ellos varios demócratas que vieron la oportunidad para comenzar la campaña electoral.
El escenario exterior sigue confirmando el error estratégico que representa para el imperialismo yanqui la guerra en Irak. El desprestigio de Bush en su propio país muestra la resistencia de los trabajadores y el pueblo norteamericanos de aceptar los costos de la guerra, tanto económicos como políticos. El saldo interno de la “guerra contra el terrorismo” ha sido una enorme restricción de las libertades civiles, cuya máxima expresión fue el espionaje e infiltración de grupos anti-guerra. En este marco se desarrollarán este año las elecciones legistlativas, donde republicanos y demócratas inician una carrera de tiempos para distanciarse de los problemas de la Casa Blanca.
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