Después de diez días de movilizaciones masivas, el aparato represivo del régimen iraní parece haber restaurado provisoriamente el orden en las calles de Teherán.
En su sermón del pasado 19 de junio, el líder supremo de la República Islámica, el ayatola Alí Khamenei, reafirmó su alineamiento con Ahmadinejad y anunció que había decidido acabar con el movimiento en curso, diciendo que no iba a tolerar más las protestas y amenazando con un “baño de sangre”.
Al día siguiente, decenas de miles de manifestantes, que habían tomado las calles en abierto desafío a la prohibición lanzada por Khamenei, enfrentaron una dura represión que se cobró la vida de al menos 20 personas. Además, según los medios estatales iraníes, hubo unos 100 heridos y alrededor de 450 personas fueron arrestadas.
La Agencia Oficial de Noticias de la República Islámica informó que se establecieron tribunales especiales para juzgar a los detenidos en las movilizaciones contra el fraude electoral y que éstos recibirán un castigo “ejemplar”.
Esta respuesta represiva parece haber tenido efecto desalentando la participación en las movilizaciones.
El régimen está tratando de aprovechar la situación creada con la represión para imponer el resultado electoral cuestionado. Aumentó además la presión sobre políticos y clérigos que, a pesar de tener críticas, son leales al régimen y afines a la fracción gobernante. Así logró que Mohsen Rezai, el candidato conservador y ex comandante de la Guardia Revolucionaria, retire su denuncia de fraude, afirmando en una carta al Consejo de Guardianes que “la situación política, social y de seguridad entró en una fase decisiva, lo que es más importante que las elecciones”. Aunque la influencia electoral de Rezai no es significativa, su retroceso debilita la legitimidad de las protestas.
El Consejo de Guardianes comunicó que si bien se registraron irregularidades, no consideró que fueran suficiente evidencia de fraude, a pesar de que, por ejemplo, según el informe oficial en 50 ciudades los votos excedieron en 3 millones la cantidad de votantes. Khamenei a su vez, afirmó que “ni el establishment ni la nación se rendirán” mientras anunciaba que Ahmadinejad asumirá su segundo mandato entre fines de julio y mediados de agosto, fecha límite para que también esté completo su gabinete de gobierno. De esta manera, Khamenei busca volcar a su favor la relación de fuerzas para ponerle fin al conflicto y alinear a los sectores del régimen que se han sumado al cuestionamiento de las elecciones, como el ayatola Ali Montazeri que goza de un gran prestigio por haber sido desplazado como sucesor de Khomeini y puesto de hecho bajo arresto domiciliario por sus críticas a los aspectos más opresivos del régimen teocrático.
Demagogia antiimperialista
La teocracia oficial apeló a la teoría de la conspiración para deslegitimar las protestas, acusando a los activistas de ser agentes del imperialismo norteamericano y del Estado sionista. Esta retórica fue acompañada de algunos gestos como la expulsión de diplomáticos británicos, acusados de instigar las movilizaciones, como medida para recuperar algo de la legitimidad perdida. Khamenei intentó identificar a las protestas con un complot imperialista, un recurso que utilizó en su momento el mismo Khomeini para ejecutar a comunistas y opositores al régimen teocrático, cuando Musavi era Primer Ministro. Estas denuncias pueden lograr transitoriamente cierta credibilidad en algunos sectores de la población, teniendo en cuenta la larga historia de injerencia británica y norteamericana en el país y la hostilidad manifiesta del imperialismo, que bajo el gobierno de Bush había puesto en marcha, aunque sin éxito, una serie de operaciones encubiertas para desestabilizar el poder del clero shiita. El cambio en la política exterior del gobierno de Obama hacia una salida diplomática es sólo un giro táctico ante el fracaso de la línea dura de Bush, para hacer avanzar los intereses imperialistas en la región.
Indudablemente, Obama preferiría negociar con los reformistas, a los que considera más conciliadores, y aunque endureció su discurso repudiando la represión, sigue evitando avalar las denuncias de fraude, como le exigen los republicanos y reiteró su voluntad de negociar con el régimen.
No está descartado que escale la retórica “antiimperialista” de los sectores conservadores. Sin embargo, esto no es más que demagogia de un régimen que ve peligrar su estabilidad ante el desarrollo de un movimiento que puede tomar una dinámica imprevista, aprovechando las profundas divisiones en las alturas. Por otra parte, más allá de las contradicciones y roces entre el régimen iraní y Estados Unidos, sus credenciales antiimperialistas no resisten la prueba de los hechos: como muestra basta la tolerancia de la ocupación norteamericana de Irak.
No se puede confundir, como lo han hecho algunos intelectuales de izquierda, la defensa de un país oprimido frente al imperialismo, incluso la defensa del legítimo derecho a desarrollar su proyecto de investigaciones nucleares, y el rechazo categórico a toda injerencia imperialista, con el alineamiento con el régimen teocrático y represivo, que está siendo cuestionado por un amplio movimiento de masas, y que mantiene un férreo control social, al servicio del objetivo reaccionario de preservar los intereses de la burguesía local y los privilegios de la elite gobernante. Pero tampoco se puede cometer el error inverso de apoyar a Musavi y sus aliados, alimentando las ilusiones en que puede ofrecer una salida progresiva. Es necesario impulsar la movilización independiente contra todas las alas del régimen y el imperialismo.
Prueba de fuerzas
El régimen ya jugó sus cartas: Khamenei abandonó el supuesto rol de “árbitro” y tomó partido decididamente por Ahmadinejad, tras el cual se alinean los sectores conservadores de la teocracia, los aparatos militares y paramilitares del Estado, como la Guardia Revolucionaria y las milicias basijs. Más allá del carácter religioso que puedan alegar, este alineamiento tiene sólidas bases materiales en los privilegios que han recibido estos sectores, ubicados por Ahmadinejad en puestos clave de la administración de empresas estatales y en los programas de defensa, en detrimento de otros sectores de la elite gobernante ligados a Rafsanjani.
Todo indicaría que en sus objetivos inmediatos la oposición “reformista” encarnada por Musavi, Rafsanjani y Khatami, parece haber sido derrotada. Aunque todavía no se conocen declaraciones públicas de Musavi luego de los últimos acontecimientos, difícilmente opte por un enfrentamiento al conjunto del régimen, menos aún alentar una movilización que ya excede la cuestión electoral y puede salirse de cauce.
Musavi nunca tuvo como objetivo dirigir una “revolución” contra el régimen teocrático iraní, del que forma parte, sino aprovechar el amplio descontento social con el gobierno de Ahmadinejad para hacer avanzar los intereses de otro sector de la elite iraní, afín a una política más conciliadora con Estados Unidos que permita una apertura económica al capital imperialista. Musavi y sus aliados se encuentran ante una difícil elección ya que de aceptar sin condiciones el triunfo de Ahmadinejad, saldrían muy debilitados en la lucha de poder que está dividiendo la cúpula del régimen.
Sin embargo, todavía no está dicha la última palabra y aún es muy prematuro para dar por cerrada la situación. La elección política de la fracción oficialista de recurrir a la represión y la intimidación con castigos ejemplares, en un principio podrá tener éxito en desmovilizar a los estudiantes, trabajadores y mujeres que han protagonizado las movilizaciones, pero el costo para el régimen ya es muy elevado: Khamenei, quien detenta el poder en última instancia en Irán, ha perdido prestigio y autoridad y el segundo gobierno de Ahmadinejad asumirá con la oposición de amplios sectores sociales que lo consideran ilegítimo. Esto augura una prolongada situación de inestabilidad política en la cual puede desarrollarse una movilización obrera y popular que tome además de las demandas democráticas, el problema del salario, los despidos y la libertad de organización sindical, y se transforme en un desafío directo a los fundamentos del reaccionario régimen teocrático.
Superar los límites
Muchos analistas de medios occidentales han comparado las recientes movilizaciones con la revolución de 1979 que puso fin a la odiada dictadura del sha Reza Pahlevi, uno de los principales agentes del imperialismo norteamericano en la región. Sin embargo, comparado con aquel proceso revolucionario, las movilizaciones actuales han mostrado importantes límites sociales y políticos.
Los trabajadores iraníes jugaron un rol decisivo en la revolución de 1979. No sólo paralizaron el país mediante la huelga general sino que plantearon embrionariamente las únicas medidas que podían resolver las demandas profundas de los pobres urbanos y rurales, expropiando fábricas y tierras.
Hoy la clase obrera, que sufre particularmente la persecución y la represión del régimen teocrático, que le prohíbe su organización sindical y política, aún tiene una participación minoritaria en las movilizaciones, dominadas esencialmente por las clases medias y el movimiento estudiantil. Musavi, que es parte de la clase dominante iraní, ha hecho demagogia con el llamado a la huelga general en caso de ser detenido, pero se cuida como de la peste de poner en movimiento a sectores de trabajadores que, en los últimos años vienen protagonizando huelgas y desarrollando organizaciones clandestinas, desafiando las medidas represivas de Ahmadinejad.
En este marco, la declaración del sindicato de trabajadores del transporte público de Teherán y el llamado a la suspensión de actividades en la automotriz Khodro, una de las principales concentraciones obreras del país y de la región, en solidaridad con las movilizaciones y en repudio a la represión, son algunos síntomas alentadores de que, si persiste una situación de fractura en la elite gobernante, inestabilidad política y descontento social, estará abierta la perspectiva de que la clase obrera intervenga con sus propios métodos y con una política independiente, mostrando así una alternativa para los que aún tienen ilusiones en las alas “reformistas” del régimen. Esto será en última instancia, lo que defina el curso de los acontecimientos en la próxima etapa.
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