Las multitudinarias movilizaciones que recorren Estados Unidos desde el 25 de marzo, cuando marcharon más de 500 mil personas en Los Ángeles, muestran el surgimiento de un movimiento cuyo impacto profundo todavía no puede determinarse, sin embargo se ha abierto un debate que está lejos de cerrarse
La marcha nacional a Washington, coordinada con marchas en las ciudades más importantes, volvió a movilizar a millones de trabajadores inmigrantes, latinos en su mayoría, contra las políticas reaccionarias anti-inmigratorias.
Lo más urticante para Washington es que salieron a las calles trabajadores y trabajadoras de la ciudad y el campo, que muestran a las claras que en sus brazos descansa una gran parte del trabajo que hace funcionar al país más poderoso del mundo, este sector enormemente precarizado, con bajísimos salarios y condiciones pésimas ha salido a exigir lo elemental: que se respeten sus derechos mínimos en el país que viven y trabajan.
La situación reaccionaria abierta desde los ataques terroristas a las Torres Gemelas en Septiembre de 2001 ha comenzado a cambiar. La guerra en Irak ha resultado un error estratégico para el imperialismo yanqui, (a tal punto que ha tenido que hacer públicas sus negociaciones con Irán sobre una salida para Irak mientras debe resolver sus conflictos con el régimen de Teherán), y ha tenido que enfrentar también crecientes críticas por los enormes gastos y las bajas estadounidenses en su propio país. Junto a esto la crisis por la tardía respuesta a la tragedia del huracán Katrina y renovadas tensiones en el partido republicano han erosionado la figura presidencial, llevando a Bush a los niveles más bajos de popularidad de su gestión. Desde las importantes movilizaciones contra la guerra en 2003, donde primaban los sectores medios blancos (sobre todo estudiantes y jóvenes) Estados Unidos no ve semejantes manifestaciones políticas.
La iniciativa de Bush sobre el programa de “trabajadores huéspedes” dista mucho del ímpetu de la agenda de gobierno que prometió llevar adelante con el “capital político” que le había dado la reelección de 2004. Este programa es casi una de las únicas que sigue en pie de ese famoso paquete. A la vez se profundizan las divisiones republicanas que salieron a la luz con la venta del manejo de los puertos estadounidenses a una empresa árabe, que provocó declaraciones y votaciones públicas contra el presidente. A este complicado escenario se suman las próximas elecciones legislativas en 2006 y las presidenciales en 2008, donde el tema de los inmigrantes ya se veía como un tema preponderante antes de las movilizaciones, así como también el sector latino que representa un poderoso fenómeno y en muchos estados como California, Texas o Florida es decisivo electoralmente. También está en juego el voto de derecha y más conservador, que responde al discurso xenófobo y de la “recuperación de los valores” norteamericanos.
Millones a la sombra de la explotación
La realidad de los millones inmigrantes ilegales que viven hoy en Estados Unidos es una sola: opresión y explotación. Desde su llegada a la “tierra prometida”, huyendo de la miseria de sus países, deben enfrentar la persecución de la policía migratoria, el estado, patrones abusadores y el racismo en una sociedad profundamente dividida y gobernada por una elite blanca y multimillonaria.
Según el Hispanic Pew Center existen en todo el país cerca de doce millones de inmigrantes indocumentados (centralmente mexicanos, hondureños, salvadoreños y de otros países centroamericanos) de los cuales la mayoría está trabajando a pesar de su status de “ilegal”. Estos trabajadores realizan los peores trabajos (especialmente aquellos de muy bajos salarios y que los norteamericanos no hacen). Los inmigrantes latinos son un considerable sector del trabajo agrícola y de servicios, en menor medida de la construcción y la manufactura. Para 2004 los latinos representaban el 71% del total de inmigrantes sin papeles, y de este porcentaje seis millones son mexicanos.
La inmensa mayoría de las personas que entran ilegalmente a EE.UU. lo hacen justamente porque huyen de la situación de sus países de origen, sometidos a los dictados económicos imperialistas. México muestra la enorme paradoja de un país profundamente sometido a estos dictados, que hace diez años es parte del acuerdo NAFTA y cuyos trabajadores están dispuestos a arriesgar sus vidas cruzando la frontera para llegar al mismo país que impone los planes acatados por Fox y cía. Un manifestante latino en Los Ángeles decía: “Es por eso (por el saqueo de Estados Unidos) que somos pobres, porque hay desempleo, pobreza y hambre”.
Sin embargo los trabajadores latinos se han transformado en un sector clave del proletariado norteamericano, son expresión de los “nuevos” sectores de bajos salarios, pocas conquistas y una débil (pero creciente) organización sindical. Hace pocos años la AFL-CIO se pronunció sobre este problema, incluso impulsó la organización de inmigrantes pero nunca enfrentó al gobierno en este aspecto. La fuerte presencia latina se vio durante la huelga de los supermercados de Southern California en 2004, que movilizó a setenta mil trabajadores y trabajadoras. Uno de los sindicatos más importantes de EE.UU., el SEIU (Empleados de Servicios y Sindicatos Industriales) que agrupa a empleados de hoteles, el sector público y cuidado médico, es uno de que más creció, según ellos llegando a casi dos millones de afiliados, de los cuales dos tercios son inmigrantes latinos. Junto con esto, el año pasado muchos trabajadores latinos participaron (a pesar de las dificultades de la organización) en luchas defensivas así como también en las manifestaciones anti-guerra. A medida que crecen las movilizaciones se ve el rol pérfido de la AFL-CIO, cuyo líder John Sweeny se opone a las visas temporales, abonando el argumento chauvinista de que los trabajadores inmigrantes indocumentados (por representar un costo laboral muy bajo) son los culpables del desempleo.
Las leyes racistas del imperialismo norteamericano aumentan la explotación y la opresión
En diciembre de 2005 se impuso en la Cámara de Diputados una ley migratoria reaccionaria que convierte el cruce ilegal de la frontera en un crimen (hasta ahora sólo una infracción civil), aumenta la militarización de la frontera con México (y sin decirlo, alienta a los racistas que vigilan la frontera escopeta en mano). Esta ley, conocida como HR 4437, es el blanco de las marchas.
En el debate sobre la reforma migratoria se colaron las elecciones legislativas de este año (poniendo en juego las propias carreras políticas de diputados y senadores) y en las últimas semanas se han colado las enormes movilizaciones de inmigrantes indocumentados con un importante apoyo de latinos que residen legalmente en el país.
En el tablero político no existe alternativa “progresista” alguna. Por un lado está el sector desfachatadamente reaccionario, encabezado por los diputados republicanos Sensenbrenner y Tancredo (impulsores de la ley HR 4437), que expresa las aspiraciones de los sectores más conservadores (incluida un ala republicana) que están por perseguir y deportar a los millones de inmigrantes ilegales. Por otro lado, los senadores encabezados por McCain y Kennedy (republicano y demócrata respectivamente) apoyados por la mayoría demócrata y un ala republicana. Esta variante “moderada” impulsa la posibilidad de solicitar la ciudadanía a quienes viven hace más de 5 años, paguen una multa y sepan inglés; los trabajadores que no cumplan estos “requisitos” (incluyendo a los millones que llegaron a partir de 2004) serán deportados y deberán solicitar ser “invitados” para trabajar. Bush se ha ubicado en el medio con su propuesta de “trabajadores huéspedes” sin pronunciarse claramente por ningún proyecto, presionado entre mantener su base política conservadora y mantener el apoyo latino, que viene siendo clave en las últimas elecciones.
Uno de los principales sectores que apoya el programa de “trabajadores huéspedes” y una reforma migratoria es la patronal norteamericana, uno de los principales beneficiarios de la futura ley, ya que significa ni más ni menos que la legalización de la mano de obra barata, con herramientas legales para mantener y profundizar la precarización laboral y así poder competir mejor y aumentar sus ganancias. En algunos casos, como es el trabajo agrícola, especialmente en las empresas de recolección de fruta, se nutren casi exclusivamente de mano de obra inmigrante, en gran parte indocumentada, y en condiciones casi de esclavitud (los trabajadores viven en su lugar de trabajo, en general encerrados sin poder acceder a los mínimos derechos).
La marcha del 10 de abril se organizó originalmente como una demostración de fuerzas y a la vez como presión para apoyar el proyecto McCain/Kennedy, que cuenta con el visto bueno de organizaciones políticas, religiosas, sociales y sindicales. Esta ley mantiene intactos los pilares centrales de la política del estado imperialista frente a la inmigración, aunque siembre expectativas en una eventual legalización, camino por demás difícil y sin garantías. Estas expectativas se vieron golpeadas cuando fracasó el “compromiso” del Senado, mostrando claramente que los sectores conservadores defenderán su ley reaccionaria (que tiene apoyo en un sector -cerca del 20%- que ve bien cerrar las fronteras ante la falta de empleo estable y la crisis de los servicios sociales). Al mismo tiempo el partido demócrata no se ha arriesgado siquiera a romper decididamente con los sectores más conservadores que bloquearán cualquier intento de aprobar su ley, lo que generó frustración entre sectores que todavía depositan una enorme confianza en senadores como Kennedy, que fue uno de los pocos oradores en el acto en Washington. Así siguen demostrando que no son más que un ala del mismo partido: la patronal imperialista.
Aliados estratégicos a ambos lado de la frontera
Por primera vez en casi cuarenta años los inmigrantes de Estados Unidos han salido de las sombras de la ilegalidad, de una forma inesperadamente ruidosa. Millones de inmigrantes latinos, y en menor medida asiáticos, salieron a decir “No a la reforma que nos criminaliza”. Exigen un derecho básico y elemental que, sin embargo, la “democracia” imperialista se niega a otorgarles: reconocerlos como ciudadanos del país donde trabajan día a día.
A pesar de la presencia mayoritaria de trabajadores, el carácter de estas movilizaciones es policlasista, centralmente por estar encabezadas por líderes religiosos (católicos en su mayoría), empresarios y varias figuras demócratas, como el alcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa (demócrata e hijo de inmigrantes).
Las movilizaciones han profundizado la división que atraviesa a la sociedad, extremando posiciones. Este hecho se vio claramente en los despidos de trabajadores inmigrantes que acudieron a las marchas, varias deportaciones y en signo de tragedia en el suicidio del joven activista Anthony Soltero de 14 años, amenazado con la cárcel y la deportación de su madre por participar y dirigir la movilización en su colegio. Sin embargo, también han surgido sectores movilizados que van por más y preparan el boicot y paro para el 1° de mayo (que a diferencia de todo el mundo no se conmemora el Día Internacional del Trabajador).
Ante la polarización actual y los abusos patronales se vuelve aún más pérfido el rol de la central obrera norteamericana que deja a manos de los empresarios a los trabajadores que luchan por sus derechos, mientras sigue creando expectativas en una salida parlamentaria.
Los dirigentes seguirán apuntando a recortar cualquier potencialidad de este movimiento y a limitar el impacto que pueda tener entre la clase obrera norteamericana, que es el principal aliado en la lucha por los derechos de los inmigrantes dentro de EE.UU.
La movilización de los trabajadores latinos puede jugar un rol muy progresivo hoy en la dura situación que atraviesa el conjunto de la clase obrera, que viene sufriendo golpes sin respuesta de sus líderes sindicales, o sufren la entrega de sus conquistas como el seguro médico y las jubilaciones, como sucedió en la automotriz Delphi. Sin embargo algunos sectores han comenzado a mostrar síntomas de cambio, como la huelga del transporte en Nueva York o de la Boeing que se impuso ante la patronal con duras medidas de fuerza.
La unidad de las filas obreras es hoy una necesidad, frente a la propaganda anti-inmigrante y la política divisionista que históricamente ha utilizado la patronal imperialista. Cada trabajador inmigrante perseguido y deportado debilitará la lucha del proletariado.
En nuestro continente las organizaciones obreras y de izquierda debemos apoyar y seguir con atención los pasos de los trabajadores inmigrantes, ya que representan un sector importante de nuestro aliado estratégico en lucha contra el imperialismo, su propio gobierno. Una clase obrera norteamericano fuerte es un gran aliado para derrotar la política de saqueo y opresión en nuestro continente, y la movilización de los trabajadores inmigrantes en su seno fortalece esta perspectiva. El triunfo de los inmigrantes sería un duro golpe para el gobierno de Bush, el mismo que impone las leyes de hambre y miseria en América Latina.
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