Ocho años después de haber derrocado al régimen taliban en una alianza con los señores de la guerra, las tropas de la OTAN enfrentan nuevamente una escalada de ataques de distintos grupos de la resistencia afgana. En un informe de más de 60 páginas, presentado al gobierno norteamericano a fines de agosto, el general Stanley McChrystal, al mando de las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, pinta un cuadro desolador: según McChrystal la situación se ha deteriorado cualitativamente, los talibán, nombre que abarca a los distintos grupos que enfrentan a las tropas de ocupación, controlan el 80% del territorio, sobre todo las provincias del sur y del este y han perfeccionado sus ataques contra las fuerzas de la OTAN, empleando explosivos y minas, lo que los hace más letales, esto se refleja en el hecho de que, en lo que va de 2009 las bajas entre las fuerzas extranjeras ya ascienden a 400 soldados, superando el récord de bajas de 294 durante todo el año 2008.
La violencia contra las tropas imperialistas y sus aliados se extendió a Pakistán. A pesar de una ofensiva sangrienta del ejército pakistaní contra los talibanes y otras milicias de distintas etnias enfrentadas con el gobierno de Zardari, estos grupos lanzaron ataques audaces como la ocupación del cuartel general del ejército en Rawalpindi el pasado 10 de octubre, en el marco de una nueva campaña de ataques suicidas en distintos puntos del país.
La crisis que atraviesa la estrategia imperialista en Afganistán está trayendo nuevamente los ecos de la derrota de Vietnam. En su columna habitual del diario New York Times, Thomas Friedman afirma con sorna que “si el presidente Obama pudiera encontrar la forma de equilibrar el número preciso de tropas que estabilicen Afganstián y Pakistán, sin arrastrar a Estados Unidos a un nuevo Vietnam, merecería el premio Nobel, pero de física” (NYT 14-10-09).
Incluso el ex asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, sugirió que Estados Unidos puede correr la misma suerte que las tropas soviéticas en Afganistán, para cuya derrota en 1980 colaboró el mismo Brzezinski armando a las mujaidines afganos, los antecesores de los talibán. En una conferencia en Suiza ante militares y diplomáticos europeos, advirtió que “a pesar de la presencia de alrededor de 100.000 soldados de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, la ocupación enfrenta la derrota a manos de una población cada vez más hostil que los ve como invasores, como le ocurrió a la Unión Soviética en 1980” (Washington Post, 13-09-09).
La creciente resistencia a las tropas de ocupación se da en el marco de una profunda crisis política del gobierno afgano de H. Karzai, acusado de un fraude monumental en las elecciones del pasado 20 de agosto.
Karzai fue un títere de Washington pero perdió el apoyo imperialista, entre otras cosas por la escandalosa corrupción de su gobierno, -que se repartió entre familiares y amigos los 36.000 millones de dólares de la ayuda norteamericana-, y por su alianza con antiguos señores de la guerra para mantener el poder. Esto lo hizo doblemente impopular, desprestigió completamente la campaña imperialista a favor de la “democracia” y empujó a miles de afganos, hartos de tolerar la guerra y la miseria, a las filas de los distintos grupos de la resistencia, entre ellos los talibán.
Las elecciones fueron un gran fracaso. Sólo participó el 38% de los electores. En las provincias del sur, las milicias de la etnia nacionalista pastún y de los talibán llamaron al boicot y prácticamente no se registraron votos.
El gobierno norteamericano apoyó la decisión de las Naciones Unidas de realizar un recuento de votos, sin embargo, Karzai ya ha declarado su victoria. Obama enfrenta dos malas opciones: el desconocimiento de las elecciones puede llevar a un fortalecimiento de los talibán y los grupos hostiles a la ocupación que vienen combatiendo desde el inicio al gobierno de Karzai. Pero si reconoce el triunfo de Karzai estará alentando la hostilidad de la gran mayoría de la población para la que el gobierno de Karzai es completamente ilegítimo. La opción más probable es que, a pesar del fraude reconozca a Karzai, entre otras cosas porque no tiene con qué reemplazarlo, y trate de imponerle un “gobierno de unidad nacional” con algunas otras figuras más confiables para los intereses imperialistas.
Estrategias guerreristas
Esta situación de crisis de las tropas de ocupación está enfrentando al Pentágono con la Casa Blanca alrededor de qué política implementar: si incrementar las tropas en Afganistán y adoptar una estrategia de contrainsurgencia, como plantean los jefes militares, o concentrar la escalada militar en Pakistán, empleando principalmente ataques aéreos con aviones no piloteados, como planteó el vicepresidente Joe Biden. La política de Biden, que cuenta con el apoyo de gran parte del partido demócrata, es centrar los ataques militares en Pakistán y presionar al gobierno de Zardari para que mantenga la guerra civil contra los talibanes y otros grupos islamistas y nacionalistas, que combaten a las fuerzas de la OTAN desde las áreas fronterizas, y que de avanzar podrían apropiarse de parte del arsenal nuclear que tiene el país.
Por primera vez en décadas un comandante militar salió a plantear abiertamente sus diferencias: esto ocurrió en Londres a principios de octubre cuando McChrystal declaró públicamente que la propuesta de Biden era completamente equivocada.
Como conclusión de su informe sobre el estado de deterioro en Afganistán, y avalado por el general Petraeus, jefe del CentCom (Comando Central del ejército norteamericano), McChrystal presentó un plan que implica un compromiso aún mayor de tropas norteamericanas. El pedido de McChrystal a Obama es que autorice el envío de al menos 40.000 soldados más a Afganistán, que se sumarían a los casi 100.000 soldados que actualmente componen la fuerza de ocupación de la OTAN (68.000 norteamericanos más unos 38.000 de otros países aliados). Según McChrystal, que estuvo a cargo de las operaciones militares contra la resistencia sunita en Irak, sin un cambio rápido de estrategia que implicaría pasar a combatir a la resistencia en su terreno, lo más probable es la derrota.
Esto implica incrementar las tropas extranjeras y totalizar unos 400.000 efectivos afganos entre el ejército y la policía en los próximos años para liquidar a los grupos más intransigentes y cooptar a los que estén dispuestos a negociar con las tropas de ocupación, mediante una combinación de dinero, presión militar y promesas de protección, para que integren las fuerzas militares locales.
Este cambio de estrategia militar, centrada en la contrainsurgencia, está destinado a combatir y aplastar la resistencia afgana contra la ocupación y el gobierno títere de Karzai.
Una guerra cada vez más impopular
Obama transformó la ocupación de Afganistán en una “guerra de necesidad”, criticó al gobierno de Bush por haber priorizado la guerra de Irak y no haber concentrado todos los esfuerzos militares en “derrotar a al Qaeda”. A los pocos meses de asumir el gobierno, anunció una nueva estrategia para Asia Central, basada en el incremento de tropas y la extensión del conflicto a Pakistán. Obama autorizó el envío de otros 21.000 soldados, ahora sabemos que en realidad fueron 34.000, ya que se mantuvo oculto el envío de otros 13.000 que fueron en concepto de personal de apoyo.
Bajo el gobierno de Obama, reciente ganador del premio nobel de la paz, la cantidad de soldados norteamericanos en zonas de guerra ya superó su pico bajo el gobierno de Bush. Entre Irak y Afganistán suman 189.000. Esto hace difícil que Obama pueda aumentar cualitativamente la presencia militar norteamericana en Afganistán sin retirar divisiones de Irak.
Es evidente que el supuesto “cambio de política exterior” de la administración Obama no es el retiro de tropas –como había prometido en su campaña electoral- sino tratar de aumentar el compromiso militar de los aliados europeos y lograr una mayor cooperación de potencias regionales, principalmente Irán y Rusia, sin las cuales parece imposible evitar la derrota en Afganistán y mantener la ocupación de Irak. Eso explica la política de Obama de retirar el proyecto de instalar un escudo de misiles en Polonia y la República Checa y tratar de encontrar una vía diplomática para limitar el desarrollo nuclear de Irán. El premio nobel que recibió Obama es una señal de que Europa respalda esta política.
La derecha republicana y neoconservadora toma estos hechos para acusar a Obama de renunciar a defender el predominio norteamericano en el mundo. Nada más lejos de la realidad, los cambios tácticos hacia una política más negociadora están en función de recomponer este dominio, seriamente dañado por la política unilateral y militarista de Bush.
En las próximas semanas se espera que Obama anuncie una nueva estrategia para el conflicto en Afganistán. La mayoría de los analistas especula con que el presidente norteamericano repita la misma receta política que ha venido aplicando hasta ahora: hablar de “cambio” para profundizar la misma política.
Lo que ha cambiado es que la guerra de Obama se ha vuelto completamente impopular entre la población norteamericana, y cuenta con un apoyo de sólo el 37% de la población.
Tanto en el plano interno, con el rescate a los bancos mientras millones pierden sus empleos, como en la política exterior, los votantes de Obama que esperaban que se hiciera realidad el “cambio” prometido, están descubriendo muy rápidamente que no es más que de otro gobierno imperialista, al servicio de los intereses de la oligarquía financiera y la gran burguesía norteamericana.
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