El premio Nobel de la Paz a Barack Obama sorprendió a todo el mundo, incluido el propio Obama que aceptó el galardón pero se apuró a decir, como si hiciera falta aclarar que no ha hecho méritos en lo que a la paz se refiere, y que no lo ve como un reconocimiento de sus logros, “sino más bien como una afirmación del liderazgo estadounidense…”. Una afirmación “sensata” si consideramos solamente las dos guerras en curso de Estados Unidos en Irak y Afganistán.
Premio por la paz al presidente en guerra
Después de 8 años de gobierno republicano, que dañaron seriamente la imagen de EE.UU. en el mundo, la llegada de un gobierno demócrata (encabezado por un afroamericano) generó grandes expectativas. Y estas expectativas no se alimentaron del aire, sino de promesas de cambio que más temprano que tarde terminaron chocándose con la realidad: Obama no terminó con la guerra… y sin embargo, lo premian por la paz.
Le entregan el premio de la paz a un presidente en guerra, que continúa, financia y refuerza la empresa inaugurada por George Bush en 2001 (que había respaldado ya como senador votando los enormes presupuestos militares). Obama recibió un premio por la paz después de haber aumentado el presupuesto para la guerra y de haber enviado 21.000 soldados más (a los que se acaba de sumar 13.000 más) para fortalecer la ocupación imperialista de Afganistán, donde los militares y mercenarios estadounidenses son acusados permanentemente por abusos y asesinatos. En Irak, a pesar de la promesa de retirar las tropas de Irak, gran parte de los soldados seguirá allí hasta 2011 y EE.UU. seguirá interviniendo en la política de ese país.
Se galardona la continuidad de las peores y más odiadas instituciones del gobierno de Bush: Guantánamo y la tortura. Es cierto que Obama decidió (y anunció) cerrar Guantánamo, sin embargo, la cárcel famosa por la violación a los derechos humanos sigue abierta y en funciones. Es cierto que Obama proclamó la prohibición de la tortura en los interrogatorios de personas sospechadas de terrorismo, pero se niega a juzgar a los torturadores y así les otorga impunidad a los agentes de la CIA, militares y al mismo gobierno de Bush que ordenaba las torturas.
Se galardona a un presidente que en Honduras, en nombre de la democracia y con un doble discurso legitimó en los hechos, mediante su política de “diálogo”, al régimen golpista. A pesar de algunos gestos, EE.UU. nunca retiró a su embajador Hugo Llorens, que sigue participando de todas las reuniones públicas y secretas para llegar a un acuerdo que contemple la impunidad de quienes persiguieron y asesinaron.
Se galardona a un presidente que, más allá de los gestos de “buen vecino”, mantiene la agenda de dominación imperialista sobre nuestro continente: acordó con el gobierno de Álvaro Uribe la instalación de siete nuevas bases militares en Colombia, y mantiene el criminal bloqueo de Cuba a pesar de los anuncios de levantar las restricciones a viajes y envíos de dinero.
¿Buenas intenciones?
Muchos dicen que el Nobel fue un premio a las buenas intenciones, que Obama quiere pero no puede, no lo dejan… pero, ¿se trata de un hombre con buenas intenciones rodeado de halcones (que él mismo eligió para su gabinete)? Vale recordar que Obama fue quien mantuvo a Robert Gates como secretario de Defensa, el mismo puesto que le había designado Bush durante su gobierno.
Millones en EE.UU. y en el mundo repudiaron a Bush y al imperialismo norteamericano, especialmente a sus guerras. El establishment político tomó nota y apostó a darle un nuevo rostro a sus aspiraciones de dominación en un mundo convulsionado y a las puertas de una importante crisis económica.
Por esa razón Obama contó con el apoyo de las grandes empresas y bancos (que le fue devuelto de creces con el rescate financiero); por eso también fue presentado por los medios internacionales como el símbolo de una nueva etapa de diálogo y diplomacia multilateral, en contraposición a Bush.
Por esa razón, las esperanzas que generaba la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca fueron aprovechadas cínicamente y se erigió la figura de Obama como el “presidente del cambio” para recomponer la golpeada hegemonía estadounidense.
Y al servicio de ese objetivo están iniciativas como, los llamados al diálogo con Irán, el desarme del escudo anti misiles en Polonia o la disposición a dialogar con Corea del Norte.
Si no son las buenas intenciones, entonces, dicen otros, fue un error de la fundación Nobel. Pensemos en los que vinieron antes de Obama: Woodrow Wilson, el presidente norteamericano que llevó a EE.UU. a la Primera Guerra Mundial; o un antecedente mucho peor, el ex Secretario de Estado Henry Kissinger, premiado por “negociar la paz” con Vietnam, después de haber planificado en persona los bombardeos sobre Camboya, por nombrar sólo dos ejemplos de la larga lista de guerras y asesinatos perpetrados por EE.UU. El premio abona la idea de que se pueden bombardear ciudades, asesinar a millones de personas en nombre de la paz, la democracia y hasta de la “guerra contra el terrorismo” y ser galardonado por la paz. Y así el Nobel funciona (una vez más) como instrumento político para legitimar la búsqueda de Estados Unidos de imponer sus aspiraciones imperialistas.
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