El pasado 8/11 el presidente venezolano Hugo Chávez sorprendió una vez más a la región al dirigirse a sus Fuerzas Armadas indicándoles que: “Señores militares no perdamos ni un día en nuestra principal misión: Prepararnos para la guerra y ayudar al pueblo a prepararse para la guerra, porque es responsabilidad de todos”. Todo con referencia a un eventual conflicto con Colombia expresando la hipótesis bélica de una “agresión abierta (de EE.UU.) contra Venezuela utilizando a Colombia”. El trasfondo inmediato de estas declaraciones han sido los sucesos de días anteriores en la frontera colombo-venezolana, donde fueron asesinados ocho ciudadanos colombianos (supuestamente paramilitares según versión del gobierno) y luego dos uniformados de la Guardia Nacional venezolana, aparentemente, por sicarios que incursionaron desde Colombia.
Aunque Chávez utilice esto para abroquelar su “frente interno”, la cuestión de fondo, sin embargo, es que aunque las declaraciones altisonantes provienen de Chávez, el mayor peligro para la paz entre los dos países proviene del régimen de Uribe, que se ubica como fiel agente del imperialismo norteamericano y “gendarme” regional (recordemos la incursión a suelo ecuatoriano donde se mató a Raúl reyes y otros miembros de las FARC). El ejército colombiano es el que mayor ayuda militar recibe de Estados Unidos, luego de Israel y Egipto, y es el segundo más poderoso de la región luego del de Brasil. Cientos de oficiales estadounidenses y “asesores” de empresas privadas ligadas al Pentágono y la CIA actúan en Colombia. A ello se agregan los recientes convenios para ampliar la presencia militar yanqui con nuevas bases. Esto es una amenaza no sólo para Venezuela y Ecuador, sino para el conjunto de los pueblos sudamericanos incluyendo al de la propia Colombia.
Por su parte, el gobierno de Uribe, haciendo caso omiso de la tensión generada por la creciente presencia militar yanqui en su territorio, argumenta que Chávez realiza estos movimientos para cohesionar a su alrededor a la población en “algún momento de desespero político”, lo que es conocido como “hipótesis Malvinas”, al mismo tiempo que su Congreso convoca al ministro de Defensa para que informe “sobre el armamento, la capacidad disuasoria con cuenta el país para impedir o repeler un posible ataque de Venezuela”.
Independientemente de que Chávez haya salido a decir días después que lo que dijo fue “una consigna, un adagio” que aprendió durante su permanencia en el Ejército (“si quieres la paz, prepárate para la guerra”, antigua sentencia militar romana), y que Uribe afirmara que “no ha hecho ni hará un solo gesto de guerra a la comunidad internacional, menos a países hermanos”, lo cierto es que se está gestando un clima de preguerra bajo la presión del imperialismo, donde el paso de la ruptura de lo comercial y político al terreno de “seguridad nacional” es “un punto tan neurálgico que cualquier cosa podría suceder”, al decir de algunos analistas.
Evidentemente este hecho tiene grandes consecuencias políticas no sólo dentro de Colombia y Venezuela sino en el ámbito regional e internacional. Es claro que las relaciones entre Bogotá y Caracas se encuentran en uno de los momentos de mayor tensión de su historia, con graves conflictos en la zona fronteriza, además de acusaciones de espionaje formuladas entre ambos países, en el marco de la conflictividad derivada del “acuerdo militar” entre Colombia y la potencia imperialista de los Estados Unidos, firmado a finales de octubre pasado, y que prevé el uso de siete bases colombianas por las fuerzas norteamericanas. Es que las tensiones entre los Estados de la región en el actual momento político han tendido a acentuarse por el giro a la derecha que quieren imponer el imperialismo en la región y las clases dominantes locales en sus respectivas naciones, generando fricciones entre los Estados y polarización interna en los países. Como ya escribiéramos durante el conflicto generado por los acuerdos para instalar las siete bases militares norteamericanas en Colombia, y que incluyó el movimiento de diversos países de la región con cumbres de Unasur incluidas, con este acuerdo, Obama y Uribe pactaron una mayor semicolonización de Colombia reafirmando el “derecho a preservar la seguridad hemisférica” del imperialismo que se desprende de su dominación.
Bajo el gobierno de Bush, que había concentrado sus esfuerzos en Medio Oriente, la región que históricamente fue considerada su patio trasero había quedado virtualmente a la deriva. En este marco, surgieron en América Latina gobiernos posneoliberales e incluso de tinte nacionalista como el de Chávez e instituciones como el ALBA con retórica antinorteamericana. Obama viene a dar un giro para reposicionar al imperialismo estadounidense, intentando recomponer su hegemonía en la región. El apoyo a los golpistas en Honduras y las bases en Colombia son muestra de esta ofensiva.
A Colombia claramente la perfila como “punta de lanza”, por un lado en la campaña contra el chavismo y “gendarme” al servicio de los yanquis en el corazón de la inestable zona andina, y por el otro, también como una política de cierta contención frente al propio Brasil. Dentro de esto se enmarcan las tentativas de mediación de Brasil, en la tensión colombo-venezolana, con el objetivo de una actuación regional y queriendo imponerse como un nuevo actor internacional, y que intenta regatear vía Unasur nuevos términos de un “sistema” semicolonial para la región en el cual los brasileños quieren tener algo que decir.
La penetración militar imperialista redobla los conflictos entre los Estados. En este sentido es clave tomar medidas contra el imperialismo yanqui, principal sostén del régimen de Uribe, su política guerrerista y sus bases militares. Por eso es embuste la política de “soberanía” y “antiimperialista” de Chávez que se pelea apenas con Uribe por las bases, y hasta llega a retirar el embajador de Colombia, pero no toma ninguna acción decisiva sobre los intereses de los capitales norteamericanos en el país como las petroleras que se han beneficiado con el esquema de empresas mixtas y paga religiosamente la deuda externa, ni rompe relaciones con Estados Unidos, que son los verdaderos responsables de la agresión a nuestros pueblos. Saca al embajador en Colombia pero deja al embajador en los EE.UU., cierra fronteras con Colombia y se propone llevar el comercio a cero, pero lo mantiene con el imperialismo norteamericano y es su fiel surtidor de petróleo. ¿No es entonces toda una pose plantarse de antiimperialista peleándose con el peón Uribe mientras se mantienen muy buenas relaciones con Obama y el imperialismo que representa? Al fin y al cabo, ¿no son los yanquis los que sostienen con millones de dólares, asesores, dotación de armas y equipos militares, satélites, etc. el ejército burgués colombiano?
Si la dinámica de los acontecimientos hace soplar vientos de guerra en la región andina, denunciamos categóricamente que una eventual guerra fratricida entre nuestros países posiblemente sea una de las variantes que maneja la política del imperialismo norteamericano para desangrar al movimiento de masas y crear una relación de fuerzas más favorable a sus intereses en América del Sur. Es necesario que los trabajadores y el pueblo colombiano se movilicen de manera independiente para sacarse de encima al gobierno de Álvaro Uribe y toda la burguesía colombiana que ha venido imponiendo planes de hambre y miseria junto a la sumisión imperialista. Lo mismo cabe a los trabajadores y el pueblo de Venezuela en la necesidad de forjar una política independiente frente a la demagogia de un supuesto “Socialismo del siglo XXI” de Chávez, pero que en verdad no ha servido nada más que para el surgimiento de nuevos grupos económicos que, en consonancia con reciclados viejos pulpos, vienen explotando al pueblo, al que lo han venido conformando con dádivas. Mientras tanto, el gobierno sigue manteniendo muy buenas relaciones comerciales con EE.UU., paga el fraude de la deuda externa y, honra sus “compromisos internacionales” mientras a los trabajadores les dice que no hay dinero por la crisis. Los trabajadores y las masas oprimidas de Colombia y Venezuela deben confiar sólo en sus propias fuerzas para lograr la derrota del imperialismo y las burguesías locales y avanzar hacia la liberación nacional, que solo será posible, como lo ha demostrado la historia, a través de la lucha de los trabajadores y campesinos pobres por imponer su propio gobierno, expropiando al imperialismo y a las propias burguesías nacionales. La unidad latinoamericana sólo podrá hacerse realidad con gobiernos de trabajadores en los distintos países y la constitución de una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.
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