El 1° Congreso extraordinario del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), reunido del 19 al 21 de noviembre y junto al que se realizó un heterogéneo “Congreso internacional de partidos de izquierda” fue el escenario escogido por el Presidente Chávez para hacer una imprevista convocatoria a los presentes: “convocar a los partidos políticos y corrientes socialista a crear la Quinta Internacional Socialista como una nueva organización que se adecue al tiempo y a los desafíos que vivimos, y se convierta en un instrumento de unificación y articulación de la lucha de los pueblos para salvar a este planeta”.
Entre los invitados a sumarse estaban “partidos comunistas y social demócratas de Asia y Europa, fuerzas de liberación nacional de África y el Oriente Medio, nuevos partidos de izquierda como Die Linke (Alemania), Bloco de Esquerda (Portugal), Partido de Izquierda (Francia), y fuerzas radicales y de izquierda de América Latina, algunas viejas, como el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y algunos nuevos, como el Movimiento al Socialismo (Bolivia) y, por supuesto, el PSUV.” No faltaban tibios “progresistas” como el PT de Lula ni representantes de rancios partidos burgueses como el Partido Liberal de Colombia, el PRI mexicano y el justicialismo argentino.
Aún así, el llamado de Chávez, a su manera, ha traído a colación un tema crucial: la contradicción que existe entre el carácter mundial de la crisis capitalista y la unidad de los ataques del imperialismo y las burguesías – a pesar de sus diferencias - para descargarla sobre los trabajadores y pueblos del mundo, y la falta de un polo internacional que luche por coordinar y unificar la resistencia de las masas a nivel internacional. El capitalismo imperialista es un sistema mundial asentado en el estrecho entrelazamiento de la economía y la política internacionales que no caerá por su propio peso. Debe ser derribado, y esa tarea debe ser encarada a nivel internacional. Para esto hace falta una organización: un partido mundial de la revolución socialista, que una internacionalmente la lucha de los trabajadores y los oprimidos de todo el globo.
En su llamado, Chávez se refirió a la historia de las internacionales obreras y socialistas: recordó a la primera Asociación Internacional de los Trabajadores, entre cuyos fundadores estuvieron Marx y Engels; la Segunda Internacional basada en la construcción de grandes sindicatos y partidos socialistas en Europa a fines del siglo XIX; la creación de la Internacional Comunista de Lenin y Trotsky tras la defección reformista de aquella, al calor del triunfo de la Revolución Rusa; y, finalmente, tras su destrucción como organización revolucionaria por el stalinismo, la fundación de la Cuarta Internacional por Trotsky y sus camaradas en 1938 para preservar la herencia del bolchevismo y preparar a las bases de una nueva dirección revolucionaria internacional.
Así, el discurso de Chávez, más allá de sus intenciones y del contenido de su proyecto político, implicó un reconocimiento y un homenaje al marxismo y a su historia como única corriente que, sacando todas las conclusiones del análisis del capitalismo y de la lucha de clases, planteó consecuentemente la necesidad y se propuso edificar una dirección revolucionaria internacional, dotándose de programa, estrategia y organización para esta tarea colosal.
Es cierto que a 70 años de la fundación de la Cuarta Internacional, la misma no existe como organización revolucionaria con influencia de masas. Debido a la estabilización capitalista de la Segunda Posguerra (que alejó la revolución de los países más avanzados y con más tradición obrera y socialista), de la hegemonía stalinista, socialdemócrata y nacionalista sobre el movimiento obrero y los procesos revolucionarios de la periferia, y por la capitulación oportunista a estos fenómenos por muchos de sus dirigentes luego del asesinato de Trotsky, la IV estalló y se transformó en un movimiento centrista – es decir que oscila entre la revolución y el reformismo- con hilos parciales de continuidad con el marxismo de Lenin y Trotsky.
Hoy, aunque hay numerosas tendencias que se reclaman de su programa y su bandera, no existe una verdadera Cuarta Internacional, ni siquiera su embrión en la forma de una organización de cuadros con un programa probado, para luchar por reconstruir el partido mundial de la revolución socialista que esta etapa histórica reclama.
¿Quiere decir que las concepciones y el programa de la Cuarta están superados? Creemos que no, pues forjados en la época de grandes acontecimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios del siglo XX (las revoluciones rusa, alemana y china, el ascenso del fascismo, el paso al reformismo de la socialdemocracia y luego de los partidos comunistas, la burocratización stalinista de la Unión Soviética , etc.), aquilatan las lecciones de más de un siglo y medio de lucha de clases mundial y ofrecen la única base sólida ante los problemas y tareas de un nuevo ciclo de “crisis, guerras y revoluciones”.
Las adquisiciones teóricas y políticas expresan tres problemas fundamentales, de “principio”: la lucha consecuente por la organización políticamente independiente de la clase obrera, que por su inmensa fuerza social y papel en la producción y la vida económica y social, es la mejor ubicada para impulsar un proyecto de emancipación humana; lo que exige que pueda disputar a las corrientes burguesas y pequeñoburguesas que predican la colaboración con los explotadores “democráticos”, “nacionalistas” o “progresistas” la hegemonía sobre el amplio movimiento de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, para consolidar un firme alianza de clases que pueda derrotar a los explotadores y el imperialismo; y que esto abra paso a un poder obrero y popular basado en la más amplia autoorganización democrática de las masas, para poder encarar la transición al socialismo con democracia obrera.
Ahora bien ¿estas cuestiones, que separan a revolucionarios de reformistas que propugnan que es posible “humanizar el capital”, son secundarias hoy? ¿Habría que posponerlas para construir una “internacional amplia”, sin delimitación de clase ni de programa? Este razonamiento es equivocado. Se puede y debe unir en la movilización a través de las formas más amplias de unidad de acción y frente único contra el imperialismo, los capitalistas y sus gobiernos, incorporando a los más diversos sectores: campesinos, pueblos indígenas, movimientos de mujeres, minorías oprimidas racial, religiosa o sexualmente y toda causa progresiva contra la guerra, por los derechos democráticos o contra la depredación capitalista del medio ambiente, etc. Pero esto no significa diluir y mezclar la personalidad política y el programa de quienes luchan porque la clase trabajadora se recupere como sujeto social y políticamente diferenciado y ven en el socialismo la alternativa histórica frente al dominio del capital. Se trata de “golpear juntos y marchar separados”. Esto, que es cierto a nivel nacional, lo es doble y triplemente a nivel internacional.
Hoy, a más de un siglo y medio, en la época de la decadencia del capitalismo, es imposible construir una internacional obrera sólida – que no sea una especie de club de debates inútil para la acción- si no se parte de una comprensión común de las tareas, esto es, de un programa fundado en las lecciones de la historia de la lucha de clases. La crisis actual exige una internacional de combate, con un programa claro que ofrecer a las masas trabajadoras.
La “Quinta Internacional” de Chávez sería lo opuesto: un agrupamiento amplio de viejos y nuevos aparatos políticos -muchos vacíos de toda militancia de bases real- que abarcaría hasta gobiernos al frente de Estados semicoloniales (como los del ALBA), sectores de viejos movimientos nacionalistas burgueses que buscan lavarse la cara tras décadas de postración ante el imperialismo y diversas corrientes populistas y reformistas y subordinados a ellos, están invitados a sumarse los movimientos sociales, la juventud anticapitalista y hasta ciertos “trotskistas”, todo alrededor de un discurso nacionalista adornado de frases socialistas y anticapitalista para servir a una estrategia de presión y regateo de concesiones con el imperialismo y las burguesías.
No sólo por la extrema heterogeneidad de las corrientes que lo formarían y la confusión ideológica y de objetivos –que incluye hasta alentar el comercio entre los signatarios de tal acuerdo-, sino que, fundamentalmente, propone incluir a fuerzas políticas integradas o profundamente adaptadas a sus respectivos regímenes nacionales y con base de clase burguesa o pequeñoburguesa, por tanto, orgánicamente incapaces de defender consecuentemente un interés común de los explotados por encima de “sus” respectivas “patrias” y Estados.
Lejos de ser un instrumento adecuado para enfrentar al imperialismo, la Quinta de Chávez sería lo más parecido a un “cuchillo sin hoja”, incapaz de enfrentarlo seriamente o peor aún, sólo podría trazar un camino de capitulaciones, frustraciones y derrotas a nivel internacional, como el que marcaron las direcciones nacionalistas, reformistas y stalinistas en la historia precedente. Para muestra basta un botón: ni Chávez ni sus invitados a constituir la supuesta internacional fueron capaces de organizar una campaña de movilización masiva contra el golpe proimperialista de Honduras y de hecho terminaron claudicando ante la farsa electoral impuesta por el imperialismo.
Es que a fin de cuentas, Chávez practica una política nacionalista de negociación con el imperialismo y los capitalistas venezolanos, sin romper los marcos del orden burgués que nada tiene que ver con los intereses históricos del movimiento obrero y el socialismo. Ante las dificultades económicas y el desencanto de sectores populares en Venezuela, intenta compensar con nuevas dosis masivas de retórica del “socialismo del siglo XXI” (saqueando para ello la tradición marxista) siendo la Quinta una extensión al terreno internacional de esos métodos.
Habrá que ver si esa farsa de “V Internacional socialista” logra despegar y en qué condiciones. Por lo pronto recibió adhesión de las tendencias “bolivarianas” y otras corrientes, pero el llamado no dejó de poner en situación embarazosa a algunos aliados de Chávez, que sienten su invitación como un “abrazo del oso” para su sobrevivencia organizativa, como ciertos remanentes del stalinismo y el maoísmo. El gobierno cubano se mostró hasta ahora bastante circunspecto ante el llamado.
Por otro lado, organizaciones que provienen del trotskismo parecen dispuestos a sumarse, como el “Secretariado Unificado” (que anima el NPA en Francia y sigue un curso liquidador del programa y la política trotskistas) adhiere a “este llamamiento crea las condiciones de una nueva discusión internacional, indisociable de la solidaridad con la revolución bolivariana. Es en este espíritu que la IV Internacional, sus organizaciones y sus militantes responderán ¡presentes!”, como escribió François Sabado anticipando el rumbo de su próximo XVI Congreso internacional.
Pero no se trata de sumarse a una “quinta internacional” de la fraseología y la conciliación nacionalista. Por el contrario, hay que avanzar en la reconstrucción de la Cuarta como una internacional de combate de los trabajadores, ganando para esa tarea a la vanguardia obrera y juvenil que despierta a la vida política y puede aportar su energía, su entusiasmo y su vocación revolucionaria.
No es cuestión de “número” ni de dogmatismo, sino de defender los fundamentos con que fue creada y que son aún hoy la única respuesta programática, política y estratégica a los problemas que enfrentan las masas del mundo en la etapa histórica abierta en el siglo XX: la de decadencia del sistema capitalista e imperialista.
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