El terremoto que azotó Puerto Príncipe ha puesto al desnudo las diferencias de clase y raciales de Haití entre trabajadores y el pueblo pobre, sectores medios y la burguesía nativa. La historia de esta pequeña nación ha nacido del intento tenaz de resolver de manera revolucionaria parte de estos antagonismos de clase y de raza.
Cuando en 1776 Thomas Jefferson redactó el borrador de Declaración de Independencia de Norteamérica responsabilizó al Rey de Inglaterra de llevar adelante “una guerra contra la humanidad” al arrancar de su tierra a hombres para ser comprados y vendidos. Estos párrafos fueron rápidamente borrados y la nueva nación libre, la primera en independizarse en América, incluía en su seno a medio millón de esclavos. En este sentido la revolución norteamericana fue una revolución incompleta. Unos años más tarde, a inicios del siguiente siglo, un grupo de hombres negros, generales de un ejército de ex esclavos, se reuniría para redactar la segunda Declaración de Independencia del continente, la de Haití. Su líder, un ex esclavo analfabeto, Jean Jaques Deassalines, había derrotado al ejército de Napoleón, quien intentaba restaurar la esclavitud en las colonias francesas. Su táctica había sido la de tierra arrasada. Para enfrentar la superioridad marítima de su enemigo, cada ciudad perdida fue quemada, con sus ricas mansiones y suministros, antes de la retirada. El acta de la independencia declaraba “morir antes que vivir bajo su dominación”. Boisrond-Tonnerre, su redactor, exclamó al finalizarla: “Para avanzar en redactar el acta de independencia, nosotros hemos necesitado por pergamino la piel de un hombre blanco, su cráneo para escribirlo, su sangre por tinta y una bayoneta por pluma” . La colonia de Saint Domingue se transformó en Haití dando paso a la primera revolución social integral de América. La revolución social y la guerra de independencia llevada adelante por este ejército de trabajadores esclavos pueden ser interpretadas mediante lo que Marx llamó la revolución permanente.
Libertad, fraternidad y propiedad
En 1791 un ex esclavo originario de Jamaica y trabajador en las grandes haciendas del norte de la isla, llamado Baukman, lideraría la conspiración de esclavos más importante de la isla. La lucha entre blancos y mulatos se había desencadenado en 1789 con el inicio de la revolución en la metrópoli francesa. Las noticias de la convocatoria a los Estados Generales habían llevado a los grandes propietarios blancos a enviar una diputación a la capital, impulsados por el deseo de mayor autonomía política y de cierta libertad comercial que les estaba prohibida por el monopolio colonial. Pero junto con los grandes blancos habían levantado sus exigencias los pequeños blancos deseosos de ingresar a la administración colonial e incluso de transformarse en grandes propietarios. Fue sin embargo la demanda de derechos políticos de los mulatos la que entrelazó el problema colonial con el problema racial. Ni blancos ni mulatos levantaron la necesidad de liberar a los esclavos, pues entre ambas castas había grandes propietarios. Sin embargo, al solicitar derechos políticos para sí, los mulatos estaban rompiendo el exclusivismo racial de los blancos, abriendo la perspectiva de la liberación de los esclavos.
En la metrópoli la causa de los mulatos encontró simpatizantes entre los integrantes de La Sociedad de amigos de los negros, integrada por personalidades como Brissot, Mirabeau, Condorcet y el Abate Gregoire. Esta sociedad reclamaba la abolición del comercio de esclavos depositando esperanzas en que la esclavitud como institución se iría aboliendo gradualmente. Pero la causa de los mulatos encontró la resistencia de la burguesía comercial de Burdeos y Marsella, los grandes propietarios absentistas y los colonos. Los debates legislativos de la capital no avanzaron más allá de otorgar derechos políticos a los mulatos nacidos de padre y madre libres, claramente una ínfima minoría. Pero incluso esta moderada disposición fue resistida por la administración colonial y luego revocada por la propia Asamblea metropolitana.
En la isla la lucha entre los grandes blancos que amenazaban con la independencia, los pequeños blancos que se autodenominaron patriotas y querían el poder político para sí y los mulatos, se radicalizaba. En octubre de 1790 los mulatos protagonizaron una insurrección. Su líder Vincent Ogé, un mulato acaudalado, abogado e instruido, fue derrotado y con escarnio torturado y asesinado públicamente. Los pequeños blancos se abocaron a una matanza generalizada de mulatos. Pero la lucha entre “los de arriba”, blancos y mulatos, abrió la irrupción de los de “abajo”, los trabajadores esclavos de la isla.
En la noche del 14 de agosto de 1791, Boukman, el jefe de los esclavos, lideraría una asamblea en los bosques de Le Cap. En la asamblea se mezclaron ritos vudú con demandas políticas de libertad para los esclavos. La rebelión se extendió por todo el país. Más de 100 grandes haciendas azucareras del norte y más de 1000 pequeñas haciendas cafeteras del sur fueron quemadas. El ejército formado por los esclavos agrupó a 40 mil hombres. Una fracción de los mulatos, reclamando venganza por los padecimientos sufridos un año antes, se sumó a los insurrectos. Formas arcaicas y modernas se entremezclaban en la insurrección. Un ejército organizado con sus jerarquías y disciplinado, un programa revolucionario y una cuota de misticismo. El líder de esta rebelión caería frente a las tropas francesas convencido de que las balas no podían atravesarlo, pero su ejército resistiría y se retiraría proponiendo una salida negociada al gobierno colonial. La propuesta sería rechazada y la delegación negociadora de comandantes negros humillada, pero ya nada volvería a ser como antes.
La capacidad de organización que habían demostrado los esclavos en su intento de rebelión asombró a los políticos locales. ¿Cómo es que los esclavos, esos “seres inferiores”, pudieron adquirir el alto nivel de coordinación y disciplina para, en una noche, en distintas haciendas y ciudades, desencadenar el levantamiento? La respuesta a estos interrogantes se encuentra en la estructura económica de la gran hacienda esclavista que, como las grandes fábricas de la metrópoli, concentraba a un gran número de trabajadores y le infundía la disciplina del trabajo. El trotskista antillano C.R.L. James diría que la hacienda esclavista fue la mezcla más fastuosa de elementos de civilización y de barbarie, de elementos de progreso en la organización del trabajo, en la división de tareas, junto con la institución más corrupta de la humanidad, la esclavitud. Los insurrectos fueron derrotados, pero la autoconfianza que los esclavos ganaron en su propia fuerza, en su capacidad de rebelión, fue un punto de quiebre. Los esclavos de las grandes plantaciones-factorías del norte de la isla serían la vanguardia de la revolución antiesclavista.
La alianza revolucionaria entre esclavos y sans culottes
Uno de los lugartenientes del disciplinado ejército de esclavos liderado por Boukman fue Toussaint. Era esclavo, pero a diferencia de la mayoría de sus hermanos, quienes desempeñaban sus funciones en las haciendas, durmiendo en barracas precarias, Toussaint había sido cochero. Esto le había permitido, como a muchos esclavos domésticos, vivir en mejores condiciones y tener acceso a ciertos elementos de cultura. Sus amos le habían enseñado a leer y escribir accediendo a los escritos de la ilustración que propagaban la idea de que los hombres éramos iguales por naturaleza. Dicen incluso que Toussaint había leído los escritos antiesclavistas del Abate Reynal, quien llamaba al nacimiento de un “vengador del Nuevo Mundo”. Derrotada la conspiración de agosto de 1791, Toussaint, junto a una fracción del ejército derrotado, huirían hacia la parte Este de la isla bajo dominación colonial española. Allí se incorporarían al ejército del Rey de España, interesado en aprovechar las disputas de los franceses para jaquear su colonia más rica. Mientras la Francia revolucionaria no otorgaba “libertad” y ciudadanía para sus esclavos, la España monárquica la prometía libertad a los esclavos que se unieran a su reino. Sólo así se explica que Toussaint combatiera con la monárquica España contra la Francia revolucionaria. Pero pronto todo cambiaría. La radicalización de la revolución en la metrópoli llevó a la caída de los girondinos, y a los jacobinos al poder. Surgía la comuna de París que agrupaba al pueblo pobre, a los trabajadores, artesanos y a pequeños comerciantes, los sans culottes, y esto cambiaría el curso de los acontecimientos.
En agosto de 1792 llegarían a la isla los comisionados metropolitanos de la Asamblea Legislativa, Santhonax y Polverel. Tenían por misión disciplinar a la colonia y otorgar derechos políticos a los “hombres libres de color”, es decir, a los mulatos y a los pocos esclavos liberados. Cuando los comisionados pisaron el suelo de la isla un nuevo capítulo se abría en el proceso de la revolución francesa: las masas tomaban el Palacio de las Tullerias, residencia de los reyes y símbolo de la monarquía. Este episodio fortalecería a los sectores radicales de la revolución, forzando la proclamación de la república y el ajusticiamiento del Rey. Los comisionados se vieron compelidos, como buenos jacobinos, a transformar la guerra civil entre blancos y mulatos en guerra social. Un año después de su llegada emitirían una proclama según la cual “los hombres nacemos y devenimos iguales en nuestros derechos” y ante la resistencia realista de los grandes blancos se consideraría libres y ciudadanos de Francia a todos aquellos esclavos que combatieran junto a la república. Esta proclama sería refrendada y ampliada a todas las colonias francesas por la Convención Jacobina de 1794. Aunque Robespierre fuera renuente a ella, las masas de los sans coulottes festejaron durante todo el día en las calles de París este nuevo salto que daba la revolución. Poco tiempo después Toussaint desertaría del ejército español y pasaría junto con todo su regimiento al bando francés republicano. Nacía así el jacobinismo negro, la república radical era ahora la bandera del proletariado negro.
La revolución permanente
Los trabajadores esclavos de Saint-Domingue no sólo habrían de conquistar su libertad, sino que se encontrarían a la cabeza del nuevo gobierno. Su líder indiscutido era Toussaint L’Ouverture, quien contaba con una enorme popularidad entre los trabajadores de las plantaciones y pronto se transformaría en el gobernador de la colonia. En 1797 un líder de las huelgas de las plantaciones nacionalizadas de la colonia francesa, Guadalupe, se dirigía así a los huelguistas: “¿No estamos cansados de ser pobres? Si son libres ¿por qué trabajan en la tierra de los blancos? ¿Por qué todo lo que produce su trabajo no les pertenece? Ustedes son trescientos contra uno. En Saint-Domingue cada uno hace lo que quiere, todos los que comandan son negros, los blancos han sido echados y los pocos que quedan sirven a los negros como ustedes sirven aquí a los blancos” . El enorme paso que había dado la revolución agitaba las aguas de las otras colonias del caribe y preocupaba a las potencias del continente.
La disputa de la burguesía con la nobleza en la metrópoli había abierto la irrupción de las masas plebeyas en Francia, de los sans culottes, y de los trabajadores esclavos en las colonias. Para C. R. L James “los negros estaban cumpliendo su papel en la destrucción del feudalismo europeo que había iniciado la Revolución Francesa, y las palabras ‘libertad’ e ‘igualdad’, los lemas revolucionarios, significaban más para ellos que para cualquier francés” . El jacobinismo representaba la forma plebeya de luchar contra los enemigos de la burguesía. Pero mientras en la metrópoli la dominación jacobina llegaba a su fin y se infligía una derrota a las masas de la comuna, el jacobinismo negro en la colonia se asentaba sobre una base más firme y homogénea, medio millón de proletarios de las plantaciones.
En la metrópoli el 9 de termidor (27 de julio de 1794) iniciaba la reacción dentro de la revolución. Napoleón representaba el intento de la burguesía de restablecer el nuevo orden social conquistado. Pero, en la colonia, Toussaint persistía en su intento de afianzar la libertad conquistada para las masas en alianza con el nuevo gobierno metropolitano. Sin embargo, la derrota y el reflujo de las masas en la metrópoli habían debilitado el único apoyo sincero de los ex esclavos, las masas plebeyas de Francia.
Restablecida allí la dominación de la burguesía, ésta se propuso reconquistar sus dominios coloniales y restablecer la esclavitud.
Para minar el poder y la influencia de L’Ouverture, el enviado de Napoleón a la isla incitó el odio racial de los mulatos contra los negros, quienes se encontraban en las principales posiciones del ejército y el gobierno. Estas disputas desencadenaron una guerra fraticida entre el jefe de los mulatos, Rigaud, y Toussaint. Luego de que éste último venciera a los mulatos, la determinación de restablecer la esclavitud por parte de Napoleón fue respaldada por un ejército de 60 mil hombres al mando del general Leclerc. En esta guerra de independencia, el ejército de los ex esclavos, inscribió en sus banderas Libertad o Muerte! Sería la derrota del ejército más poderoso de Europa a manos de estos tenaces trabajadores negros lo que llevó a la Declaración de Independencia el 1° de enero de 1804 y a la creación de Haití. Devastada por 12 años de guerra, la nueva nación sufrió el aislamiento y el descrédito internacional, así como la venganza de las clases dominantes del mundo. Al igual que a los revolucionarios rusos en el siglo XX, a los revolucionarios haitianos el capitalismo naciente no perdonó que los explotados no sólo lucharan por su libertad política sino que se hicieran del poder para defenderla.
La alianza revolucionaria de 1793-94 que había unido a los plebeyos blancos de la metrópoli con los trabajadores mulatos y negros de la colonia había sido rota. Toussaint había sido la máxima expresión de la misma en la isla. Había propugnado por la colaboración racial convencido de que sólo así podría hacer avanzar a su pueblo, sacarlo del atraso al que había sido sometido por siglos de esclavitud. Dessalines fue el jefe de la independencia y el jefe de la guerra de clase y racial. Los “blancos” ya no eran aliados de los trabajadores negros sino sus enemigos. En su constitución inscribió que los blancos no podrían ingresar a la isla en calidad de amos o propietarios y que tampoco podían adquirir propiedad en la isla. También indicó que desaparecía “toda distinción de color” y que “los haitianos serían conocidos en adelante por la denominación genérica de negros”.
Los tejidos del odio racial habían sido rotos por la dinámica permanente de la revolución burguesa. Pero esta revolución no podía más que culminar en el triunfo de la burguesía, quien una vez derrotado su enemigo feudal estaba más interesada en la ganancia que en la “libertad” y en los derechos “universales del hombre”. El odio racial entre blancos, mestizos y negros sería nuevamente acicateado. Pero como dijo Marx, un hombre de color negro es un hombre de color negro, sólo bajo determinadas circunstancias es un esclavo. Es necesario cambiar de manera revolucionaria las circunstancias de la dominación imperialista y capitalista para que las diferencias raciales y de clase lleguen a su fin, y en esta lucha los trabajadores, de la raza y de la nación que sean, son aliados imprescindibles, como lo demostró la revolución antiesclavista de Saint-Domingue.
Capitalismo y esclavitud
Antes de la revolución, desde el siglo XVII, millones de hombres y mujeres habían sido arrancados de su África natal y transportados al nuevo continente en las condiciones más violentas y retrogradas que uno pudiera imaginar. Era el naciente capitalismo el que volvía a implantar la esclavitud. La necesidad de reinventar la esclavitud había estado signada por la escasez de mano de obra local, por la liquidación o resistencia de las poblaciones nativas, y por el enorme impulso que la revolución industrial estaba generando en la demanda de materia prima. Con el trabajo de los esclavos se abastecía de algodón a la naciente industria textil inglesa y de azúcar, es decir de energías, a los obreros, para resistir sus largas jornadas de 14 ó 16 hs. de trabajo. El proletariado “libre” de las metrópolis y el proletariado esclavo de las colonias quedarían de esta manera enlazados en el origen y desarrollo del capitalismo.
Saint-Domingue era la colonia antillana más importante de Francia. En ella trabajaban en las plantaciones de azúcar, café y cacao medio millón de esclavos. Los franceses adeptos a las clasificaciones dividían a la población en distintas castas según a qué raza pertenecieran. Los negros esclavos formaban la más numerosa, la otra casta de piel de importancia eran los mestizos, quienes se desempeñaban como trabajadores, artesanos o eran grandes propietarios esclavistas. Luego estaban los blancos que se dividían entre los pequeños blancos, colonos, capataces o artesanos, y los grandes blancos, los grandes hacendados esclavistas. Los negros esclavos no poseían ningún derecho social y político, los mestizos estaban excluidos de derechos políticos aunque podían ser propietarios, los grandes propietarios blancos constituían la base de la dominación política de la colonia bajo la monarquía.
NOTAS
1 - Bonnid, Jean Luc, “From Dessalines to Duvalier. Race, Coulour and nacional Independence in Haiti”, Annales, 1983, vol. 38, N° 3, p. 658.
2 - Dubois, Laurent, “‘Citoyens et amis!’. Esclavage, citoyenneté et République dans les Antilles françaises à l´époque révolutionnaire”, Annales. Historie, Sciences Sociales 2003/2, 58e année, p.299.
3 - James, C.R.L., Los jacobinos negros. Toussaint-Louverture y la revolución de Haití, FCE, España, 2003, p. 190.
4 - Bajo esta definición Marx interpretaba la dinámica ascendente de la revolución burguesa clásica, como la revolución inglesa o francesa. En estas revoluciones la lucha de la burguesía contra el feudalismo abría un proceso de radicalización política que impulsaba a las fracciones más decididas y radicales hacia adelante, hacia el poder político. Marx sostuvo esta visión de la revolución burguesa en sus escritos de los años 1848- 52.
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