1.LA LUCHA DE CLASES Y LAS VIAS DE RECOMPOSICION DEL MOVIMIENTO OBRERO Y DE MASAS
Aunque la lucha de clases y los enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución no son los elementos predominantes en la actual situación internacional, es evidente que, luego de más de dos décadas de retroceso, estamos atravesando un período de lenta y tortuosa recomposición del movimiento de masas, y en particular, un avance en la subjetividad del movimiento obrero, con desigualdades por países y regiones.
En ese marco es que debemos ver el desarrollo de nuevos fenómenos políticos y de lucha, que aunque con distinta dinámica y profundidad, expresan esta lenta recomposición.
Entre los ejemplos más recientes podemos señalar:
1) el surgimiento en el año 2003 del movimiento antiguerra -con epicentro en los países centrales- que protagonizó las movilizaciones más masivas de la historia moderna contra la guerra imperialista en Irak.
2) la emergencia en Irak de una resistencia armada a la ocupación norteamericana casi inmediatamente después del triunfo imperialista sobre el régimen de Hussein que, aunque no ha dado lugar hasta ahora a un movimiento de liberación nacional de masas similar al que enfrentó Estados Unidos en Vietnam o Francia en Argelia, ha expuesto los límites del uso del poderío militar norteamericano.
3) la tendencia a la acción directa y a la intervención obrera en América Latina, en particular en el Cono Sur, que se viene desarrollando en los últimos cinco años, donde en países como Ecuador, Argentina y Bolivia, la movilización de masas derribó a los gobiernos neoliberales abriendo una crisis orgánica en los regímenes burgueses. Como demuestran los levantamientos revolucionarios en Bolivia de octubre de 2003 y junio de 2005, Latinoamérica constituye sin lugar a dudas el destacamento de avanzada de la lucha de clases internacional.
Estos procesos dan cuenta de que se ha abierto un nuevo período transitorio, marcado por la caída del stalinismo y, más en general, la pérdida de hegemonía de los viejos aparatos contrarrevolucionarios que dirigieron durante décadas al movimiento obrero y popular. Pero este despertar a la vida política de millones no implica en sí mismo radicalización y, menos aún, acciones independientes que tiendan abiertamente a la revolución, con la excepción parcial de Bolivia. Producto de las derrotas previas, de la brutalidad de la ofensiva capitalista y de las direcciones reformistas y burocráticas, prima en general una suerte de ideología del “mal menor”. En el caso del movimiento antiguerra esto se manifestó en que mayoritariamente confió en las Naciones Unidas o en la acción de potencias imperialistas opuestas a la guerra para frenar la ofensiva norteamericana. Electoralmente se expresó por ejemplo en Estados Unidos en la campaña “anybody but Bush” (cualquiera menos Bush) materializada en el voto por el candidato demócrata Kerry, que había apoyado la guerra. Sin embargo, esto no niega la enorme importancia que ha tenido este movimiento en el despertar político de miles de jóvenes que hoy siguen expresando un sector más radicalizado y sensible a políticas de izquierda.
En América Latina, este grado de inmadurez del movimiento obrero y de masas, por el momento le ha dado un respiro a la burguesía, permitiendo en países como Argentina, un recambio del personal político.
Desde la perspectiva de la revolución obrera y socialista, lo más importante a destacar de estos procesos, es la emergencia de un nuevo movimiento obrero que en los últimos años viene dando muestras sostenidas de un cambio embrionario, pero de valor sintomático fundamental, en su subjetividad.
Un nuevo movimiento obrero
El crecimiento de la cantidad de asalariados en las últimas dos décadas ha desmentido categóricamente las tesis del “fin del trabajo” que tuvieron su auge a principios de la década de los ’90. La clase obrera se ha extendido a regiones que anteriormente eran mayoritariamente campesinas como por ejemplo los países del sudeste asiático. Millones de mujeres se han incorporado a la fuerza de trabajo. Con el creciente peso de los grandes servicios, como el transporte, la energía y las comunicaciones, los obreros expulsados de las fábricas e industrias en las décadas de 1980 y 90, fueron reconcentrados en estos sectores que se volvieron clave para el funcionamiento de la economía capitalista.
Como consecuencia de las contrarreformas neoliberales, la fuerza de trabajo ha sufrido una importante reconfiguración, caracterizada por una enorme fragmentación, una disminución de la clase obrera industrial, un aumento de los trabajadores desocupados y un crecimiento de un nuevo proletariado de los servicios, más joven, precarizado y con muy baja sindicalización.
La fragmentación combina trabajos complejos altamente intelectualizados como los de informática y comunicaciones, con la creación en el otro extremo, de trabajo “descalificado o de baja calificación”, mal pago, precarizado, muchas veces en negro y sin ningún derecho laboral. El capitalismo en su fase actual tiende a crear ambos tipos de trabajo y a reforzar su dominio en base a la división de las filas obreras.
Esta reconfiguración de la clase obrera, junto con el retroceso de las últimas dos décadas, el colapso del stalinsimo y la pérdida de conquistas que se habían conseguido como subproducto de la revolución rusa de octubre de 1917 y de la lucha de clases a lo largo del siglo XX, permitió el auge de teorías pequeño burguesas que, haciéndose eco del triunfalismo capitalista, anunciaron que la lucha de clases era algo del pasado y que la clase obrera había dejado de ser el sujeto social de la revolución, diluida en “multitudes” amorfas o en movimientos sociales identitarios.
Pero los vaticinios de estos ideólogos sobre una nueva época sin combates de clase no iban a durar mucho tiempo.
En 1995, la huelga de los trabajadores del sector público en Francia puso en evidencia no sólo que la lucha de clases seguía existiendo, sino también la enorme fuerza social de esta nueva clase obrera que, al paralizar los ferrocarriles y los subterráneos, detuvo prácticamente la actividad en las grandes ciudades por más de un mes.
Esta tendencia de luchas en los grandes servicios se volvió a manifestar recurrentemente en los últimos 15 años, sobre todo en los países avanzados.
En Estados Unidos, la huelga de los trabajadores de UPS en 1997, la del gigante de la comunicación Verizon en 2000, la lucha de los trabajadores portuarios de San Francisco en 2002 que amenazó con desabastecer la Costa Oeste y en 2004 los seis meses de huelga de los trabajadores de los almacenes de supermercados, son algunos ejemplos de este fenómeno.
En Europa, además de los conflictos en compañías aéreas en distintos países, como los de Air France y Alitalia, el ejemplo más destacado fueron los sectores combativos de trabajadores de las empresas de gas y electricidad (GDF y EDF) de Francia, que enfrentaron la privatización parcial de esos servicios en 2004, a pesar de la traición de la burocracia sindical. Esta lucha incluyó medidas tan radicales como la de cortar la luz en edificios públicos y barrios aristocráticos y reconectar el servicio eléctrico interrumpido por falta de pago en barrios pobres, mostrando simbólicamente el enorme poder social de este proletariado. Estas luchas de trabajadores de servicios estratégicos tienden a superar a las burocracias sindicales como muestran las huelgas “salvajes” de los transportistas de Milán en 2003 y la de los trabajadores postales en Inglaterra en 2004.
Aunque la intervención del proletariado de los servicios se viene dando fundamentalmente en los países centrales, también se han desarrollado importantes combates de este sector de la clase obrera en países semicoloniales. Por ejemplo en Argentina, a pesar de haber sufrido una derrota aplastante a comienzos de los ’90 con las privatizaciones, hoy los trabajadores de los grandes servicios públicos privatizados -ferroviarios, telefónicos, aeronáuticos y trabajadores del subterráneo- son la vanguardia del movimiento obrero, tanto en sus métodos de lucha como en las tendencias al surgimiento de delegados y dirigentes antiburocráticos y a una mayor democracia sindical.
Este proceso de recomposición en las grandes concentraciones de los servicios, parece estar anticipando procesos similares en los trabajadores de la industria, sector que más sufrió los golpes de las reestructuraciones neoliberales. En algunos países se combina ya con experiencias avanzadas de sectores de vanguardia de la clase obrera industrial, tanto desde el punto de vista de la lucha reivindicativa como de elementos de reorganización sindical antiburocática.
En Italia, los trabajadores de la FIAT en 2003 protagonizaron una gran lucha contra los cierres de plantas. En marzo de 2005 los trabajadores de Citroen en Francia consiguieron una importante victoria en una lucha de un proletariado joven que desbordó a la dirección burocrática.
En Bolivia, donde la lucha de clases es más aguda, destacamentos avanzados del proletariado minero jugaron un rol central en el ensayo revolucionario de octubre de 2003 y en el levantamiento de junio de 2005.
En Argentina, la recuperación de fábricas por parte de sus trabajadores frente a los cierres y despidos que se desarrolló entre 2001 y 2002, muestra este avance en la subjetividad. En particular, la experiencia del control obrero de la producción en Zanon, un hecho inédito en el movimiento obrero mundial de los últimos años, constituye lo más avanzado de este proceso y ya se ha transformado en un hito a nivel internacional.
Aunque más atrasado con respecto a las luchas y a la acción directa, esta recomposición se empieza a ver en la experiencia política del proletariado brasilero con el PT y el gobierno de Lula, que está dando lugar a fenómenos antiburocráticos como CONLUTAS.
Con estos elementos queremos señalar que, si bien los trabajadores no ocupan aún el centro de la escena, hay tendencias incipientes pero significativas hacia la recomposición de su subjetividad, que tienen una importancia fundamental para la perspectiva de refundar un movimiento obrero clasista, combativo y en perspectiva, revolucionario.
Estrategia soviética, independencia de clase y partidos obreros revolucionarios
Desmentir las tesis del “fin del trabajo” no es más que un primer paso en el reconocimiento de la realidad empírica de la existencia de la clase obrera como “clase en sí”. Sin embargo, quienes sostienen estas teorías las contraponen a una cierta visión marxista vulgar, según la cual la clase obrera sería un todo homogéneo e indiferenciado, cuya unidad política sería expresión mecánica de su situación común en el proceso productivo. De ahí se deduce que la actual fragmentación de la clase obrera refutaría la estrategia marxista que se basa en el proletariado como la fuerza social con el poder suficiente para derrocar al capital. Nada más lejos de la realidad. En contra de las teorías en boga que dividen al proletariado según dicotomías rígidas: los que hacen trabajo material y los que hacen trabajo “inmaterial”, intelectual/manual, ingresos bajos/ingresos más altos, sector servicios/sector industrial y decenas de divisiones más, reafirmamos la definición clásica según la cual un obrero es quien vive de un salario que le impide acumular capital y que por esta condición de explotación bajo el mando del capital, la clase obrera es la clase más homogénea de la sociedad. Pero esto no quiere decir que neguemos sus diferencias internas. Por ejemplo Trotsky planteaba a mediados de los años ’20 que “El proletariado encarna una unidad social poderosa que en período de lucha revolucionaria aguda se despliega de modo pleno para conseguir los objetivos de la clase en su totalidad. Pero en el interior de esta unidad hay una diversidad extraordinaria, diría incluso que una disparidad nada despreciable. Entre el pastor ignorante y analfabeto y el mecánico especializado hay un gran número de niveles de culturas y de calificaciones y de adaptación a la vida diaria. Cada capa, cada gremio, cada grupo está compuesto en última instancia de seres vivos de edad y temperamento distintos, cada uno de los cuales posee un pasado diferente. Si tal diversidad no existiera, el trabajo del Partido Comunista para la unificación y educación del proletariado sería muy sencillo. Sin embargo, ¡qué difícil es esa tarea, como vemos en Europa occidental! Podría decirse que cuanto más rica es la historia de un país, y por tanto la historia de su clase obrera; cuanto más educación, tradición y capacidad adquiere, más antiguos grupos contiene y más difícil es constituirla en unidad revolucionaria” (“No sólo de política vive el hombre”).
A diferencia de otras corrientes, la FT viene precisando las respuestas programáticas y prácticas para intentar superar la enorme fragmentación del proletariado entre trabajadores ocupados y desocupados, contratados y permanentes, sindicalizados y no sindicalizados, peleando por su unidad con demandas transitorias como el reparto de las horas de trabajo y la escala móvil de salarios. Esta pelea por la unidad de las filas obreras, empieza a nivel de los lugares de trabajo, con la organización de comités de fábrica, comisiones internas y cuerpos de delegados que tienden a unificar democráticamente a todos los sectores y que enfrenta a los sindicatos burocráticos. Es clave la lucha por expulsar a las burocracias sindicales y por la recuperación de los sindicatos como verdaderos órganos de combate de los trabajadores, basados en la democracia obrera.
Contra el corporativismo del sindicalismo peleamos por la mayor coordinación en las luchas obreras y por que el proletariado vaya conquistando hegemonía en el conjunto de los explotados, ganándose primero el apoyo de otros sectores, por ejemplo en el caso de huelgas en los servicios públicos, teniendo una política activa hacia los usuarios, y más en general, tomando como propias las reivindicaciones de las clases explotados y oprimidas por el capital, y de esa forma ir preparándose como clase dirigente del conjunto de la sociedad contra la explotación capitalista.
En esto reside la clave de la estrategia soviética, que embrionariamente anticipa el poder del proletariado, expresando no sólo la coordinación de sectores y el rol dirigente de la clase obrera, sino el ejercicio efectivo de la democracia obrera, con la libertad de tendencias y el debate de estrategias en el seno del movimiento obrero. Ligado a esto, impulsamos el pleno desarrollo de las tendencias más de izquierda de nuestra clase como por ejemplo el control y la gestión obrera en Zanon, que, como “escuela de planificación”, prepara a la clase obrera para las tareas de dirección.
Estas medidas programáticas y organizativas tienden a superar tanto la división interna como la profunda crisis subjetiva, que se expresa en que la clase obrera carece de independencia política y permanece atada al estado burgués por la vía de la burocracias sindicales y los partidos patronales. Su objetivo es dar pasos en la ruptura con los partidos burgueses y reformistas, y en poner en pie partidos obreros revolucionarios, que mediante un sistema de demandas transitorias, sea capaz de unir a las distintas capas de la clase obrera y de los sectores explotados y oprimidos, tras la estrategia de la toma del poder político.
2. SUBJETIVIDAD Y CRISIS DE DIRECCIÓN REVOLUCIONARIA
El incipiente proceso de recomposición de la subjetividad obrera parte de una situación de retroceso de más de dos décadas y de una crisis de dirección revolucionaria de dimensiones históricas.
Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, la subjetividad del movimiento obrero internacional fue moldeada por direcciones reformistas, centralmente la socialdemocracia y el stalinismo, y en los países semicoloniales el nacionalismo burgués. Durante los años del boom de la postguerra, la clase obrera en los países centrales y en algunas semicolonias prósperas, consiguió conquistas importantes -salariales, sociales, estado de bienestar. Incluso el capital fue expropiado en países de Europa del este y China dando lugar a nuevos estados obreros burocratizados. Sin embargo los grandes aparatos reformistas -los sindicatos dirigidos por la burocracia, los aparatos partidarios como los Partidos Socialistas, los Partidos Comunistas o el Partido Laborista británico- fueron limando las mejores tradiciones revolucionarias del movimiento obrero.
El fin del boom económico y los procesos revolucionarios de fines de los ’60 y mediados de los ’70, pusieron en cuestión la hegemonía del reformismo, dando lugar a una oleada de radicalización política en amplias franjas de la vanguardia obrera y juvenil. El ensayo revolucionario de 1968-81 se extendió a los países centrales y semicoloniales; incluyó procesos de revolución política en estados obreros burocratizados y en su punto más alto llevó a la derrota militar del imperialismo en Vietnam.
Pero este gran ascenso obrero y popular puso de manifiesto la aguda crisis de dirección revolucionaria. Esos procesos fueron aplastados de forma sangrienta en América Latina y en los países del este europeo, o fueron contenidos y desviados en los países centrales, gracias al auxilio que prestaron a los regímenes burgueses los PS y los PC -y en el mundo semicolonial las direcciones nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas.
La ofensiva neoliberal y el giro a la derecha de las direcciones reformistas
Después de algunos años de inestabilidad que siguieron a la derrota norteamericana en Vietnam, el imperialismo logró recomponerse y pasó nuevamente al ataque en los ’80 y los ’90. Estos años de ofensiva neoliberal inaugurada con los gobiernos de Reagan y Thatcher, implicaron derrotas de gran magnitud para el movimiento obrero que llevaron a la pérdida de conquistas materiales, a una disminución de la capacidad lucha, y a un importante retroceso en la organización y la conciencia de clase.
El triunfo británico en la guerra de Malvinas en 1982 llevó a un mayor sojuzgamiento del mundo semicolonial y facilitó la derrota en 1984 de la heroica lucha de los mineros ingleses que habían resistido por más de un año el cierre de las minas.
A comienzos de los ’90, la victoria norteamericana contra Irak en la primer guerra del Golfo redobló la ofensiva capitalista que se continuó durante toda la década y reforzó el sentimiento de que era imposible derrotar al imperialismo.
La falta de intervención obrera y de una perspectiva de clase favoreció el desarrollo de fenómenos políticos completamente aberrantes y reaccionarios como por ejemplo las direcciones nacionalistas que encabezaron algunas luchas por la autodeterminación nacional -Bosnia, Kosovo, etc.-, o las distintas variantes de fundamentalismos islámicos en Medio Oriente que lograron audiencias de masas tomando las banderas del antinorteamericanismo.
Las direcciones tradicionales del movimiento obrero capitularon o directamente fueron cómplices de las políticas neoliberales. Mientras la sindicalización caía a niveles históricamente bajos, y los gobiernos promulgaban leyes antisindicales, las burocracias reformistas llegaron incluso a transformarse en socios menores en los procesos de privatizaciones.
Con la implosión de la URSS y los regímenes stalinstas entre 1989-91, el marxismo fue brutalmente desacreditado y la idea de la revolución socialista fue borrada del imaginario de los explotados. Los burócratas gobernantes en esos países compitieron entre sí para transformarse en los nuevos burgueses.
Los Partidos Comunistas europeos, que desde la década del ’70 con el giro eurocomunista habían abandonado incluso toda retórica de clase, completaron su transformación en partidos directamente socialdemócratas y de centroizquierda. En algunos casos fueron parte de coaliciones de gobierno “social-liberales” como en Francia e Italia.
La socialdemocracia, que se alterna en el gobierno en gran parte de Europa con los partidos o coaliciones de derecha, se transformó en agente directo de la aplicación de las políticas neoliberales, lo que la hizo prácticamente indistinguible de los partidos de la derecha tradicional. A mediados de los ’90 recuperó su espacio electoral con los gobiernos de la llamada “tercera vía”. Pero fueron estos gobiernos reformistas los que más avanzaron en el proyecto imperialista de la UE, tratando de liquidar conquistas obreras y persiguiendo un programa de privatizaciones y de reforma de la seguridad social y los sistemas jubilatorios.
El gobierno laborista de Tony Blair, electo en 1997 tras casi veinte años de gobiernos conservadores, es continuador del thatcherismo. Su alianza con Estados Unidos en la guerra de Irak aceleró la crisis del Labour Party con su base obrera, dando lugar al surgimiento de una burocracia sindical partidaria de los viejos esquemas de negociación. El fenómeno de crisis llega también al electorado de clase media que había ganado en los últimos años. La socialdemocracia alemana está pasando por una crisis similar con el intento del gobierno de Schroeder de aplicar la llamada “agenda 2010”.
En los últimos años, este giro a la derecha provocó un profundo descontento con los gobiernos socialdemocrátas, que se viene expresando electoralmente en la oscilación de la base de los partidos reformistas, en su gran mayoría obrera, que desde los ’80 alterna entre votarlos contra el fortalecimiento de los partidos de la derecha y castigarlos por sus políticas gubernamentales.
Esta situación ha llevado en ciertos casos a polarizaciones electorales con el fortalecimiento de variantes de extrema izquierda y de derecha. La expresión máxima de esta situación fue la crisis del PS francés en las elecciones presidenciales del año 2002, lo que llevó a que la segunda vuelta se definiera entre la derecha tradicional de Chirac y la derecha xenófoba del Frente Nacional de Le Pen.
En América Latina, las direcciones nacionalistas burguesas, como el peronismo en Argentina, han sufrido un profundo descrédito al haberse transformardo en ejecutores de las políticas neoliberales. Eso no quiere decir, por ejemplo, que la clase obrera argentina haya superado la conciencia de colaboración de clases que durante décadas le ha inculcado el peronismo, pero sí que se ha abierto un período de crisis de estos partidos y su base histórica, mayoritariamente obrera y popular. Esta crisis está dando lugar al surgimiento de nuevas mediaciones como el chavismo y el populismo, que se fortalecen con su retórica antinorteamericana en el marco del posibilismo generalizado del movimiento de masas. Estos constituyen obstáculos importantes para avanzar en la independencia de clase y en la construcción de una alternativa obrera y revolucionaria.
3. POR LA RECONSTRUCCIÓN DE LA IV INTERNACIONAL
El giro a la derecha de la socialdemocracia y el stalinismo abrió un espacio a su izquierda, que expresa la desilusión de amplios sectores y su rechazo a las viejas direcciones reformistas, pero sin radicalización política ni desarrollo de tendencias centristas progresivas hasta el momento.
A nivel internacional, al calor del movimiento antiglobalización, se creó el Foro Social Mundial, hegemonizado por organizaciones reformistas como ATTAC partidarias de la “humanización” del capitalismo. Transcurridos cinco años de la primera reunión del FSM en Porto Alegre, éste mostró su carácter de cobertura del reformismo socialdemócrata y sus gobiernos, como el de Lula en Brasil.
Desde el punto de vista de las organizaciones políticas, en este espacio no revolucionario, intentan desarrollarse partidos reformistas de izquierda que reclaman ser “anticapitalistas”.
Un modelo de este nuevo tipo de partido “anticapitalista” es el Scottish Socialist Party (Escocia), impulsado por un sector escindido de la tendencia trotskista The Militant, luego llamada Socialist Party, donde participan grupos socialdemócratas, ex laboristas, nacionalistas escoceses de izquierda, y también grupos que se reclaman revolucionarios como el Socialist Workers Party. Otro paradigma es Rifondazione Comunista en Italia, fundado a principios de los ’90 por un sector resistente del viejo PCI al giro abiertamente centroizquierdista de la mayoría de ese partido y pequeños grupos trotskistas que han permanecido en sus filas por más de diez años, incluso cuando Rifondazione fue parte de la alianza de gobierno del Olivo. Este partido, que fue presentado por grupos como el SWP británico como un “ejemplo”, concretó en su VI Congreso un giro categórico a la derecha, dejando abierta la posibilidad de formar parte de un futuro gobierno de centroizquierda.
Estas organizaciones, al ser “amplias” desde el punto de vista programático, es decir, no revolucionarias, pueden tener también una base social-electoral más extendida, como muestran el “éxito” del SSP escocés, del Bloque de Izquierda en Portugal o de la Alianza Roja Verde en Dinamarca.
Un sector importante de grupos y corrientes que hablan en nombre del trotskismo o tienen sus orígenes en la Cuarta Internacional, como el Socialist Workers Party británico y la LCR francesa (la sección más importante del Secretariado Unificado), viene tratando de capitalizar esta crisis del reformismo clásico con su base electoral, a través de una política oportunista de impulsar partidos o movimientos “amplios” que les permitan confluir en una organización común -o en frentes electorales- con las alas de izquierda del reformismo. Este giro a la derecha se ha acelerado sobre todo con la emergencia del movimiento “no global” -y posteriormente antiguerra, como muestra la la coalición electoral RESPECT impulsada y conformada por el SWP inglés junto a sectores burgueses de la comunidad musulmana de ese país.
La justificación de la LCR o del SWP para esta política oportunista, es que las organizaciones de la izquierda revolucionaria, por la fortaleza del stalinismo y la socialdemocracia, estuvieron confinadas durante décadas a ser pequeños grupos, aislados del movimiento de masas, y que hoy, a pesar de no haber radicalización política, la existencia de movimientos sociales, como el movimiento no global, presentan la oportunidad de superar esta situación y de evitar el peligro “sectario”. Para esto se proponen construir una nueva medicación a la que ven ligada a todo un período histórico.
Estas construcciones amplias, “anticapitalistas y pluralistas”, que aparecen de hecho como un atajo oportunista ante la dificultad real para construir partidos obreros revolucionarios, expresan la profunda adaptación política y programática de estas corrientes, que constituyen el ala derecha del llamado movimiento trotskista, al régimen democrático burgués. El ejemplo extremo de esta adaptación lo constituye la sección brasilera del SU, Democracia Socialista, que no sólo formó parte del gobierno municipal de Porto Alegre durante años, sino que uno de sus dirigentes, Miguel Rosetto, es Ministro de Desarrollo Agrario en el gobierno capitalista de Lula. El SU volvió así a la nefasta tradición “ministerialista” de la socialdemocracia de comienzos del siglo XX, violando todo principio elemental de no participar en gobiernos burgueses.
El descontento con las políticas neoliberales de Lula y la expulsión del PT de cuatro diputados estaduales pertenecientes a grupos que se reivindican trotskistas, entre ellos la DS, llevó a la formación del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) que constituye un experimento “avanzado” de la construcción de partidos amplios policlasistas adaptados al régimen democrático-liberal.
Estos partidos “anticapitalistas” tienen como punto de delimitación la oposición al “neoliberalismo” o al guerrerismo de Bush, no tienen ningún criterio de clase ni composición social obrera, por lo que son a todas luces proyectos de partidos pequeño burgueses, adaptados a la democracia capitalista, partidarios de la colaboración de clases directa por medio de la participación en sus filas o en frentes electorales de políticos patronales.
La retórica “socialista” está al servicio del mero crecimiento electoral y de ir ampliando su lugar como izquierda del régimen burgués. Hablan de un “socialismo” sin revolución, a la manera del viejo reformismo socialdemócrata, que nada tiene que ver con la destrucción del estado burgués y la instauración de un estado obrero, sino con conseguir pequeñas reformas manteniendo el régimen de explotación capitalista.
Hay otras organizaciones trotskistas que rechazan esta política cuasi reformista y que mantienen formalmente el programa revolucionario, como Lutte Ouvrière en Francia, el PSTU en Brasil, y el CRCI -agrupamiento internacional en el que participa el Partido Obrero de Argentina. Nuestra corriente les ha planteado una campaña común contra el “ministerialismo”del SU, rescatando un principio elemental de clase de no participar en gobiernos capitalistas. Sin embargo, estos se han negado, de hecho permitiendo que Rosetto siguiera por más de dos años en el gobierno sin que desde la izquierda provoquemos una crisis en la DS y el SU.
Es que estos grupos, aunque con un discurso más de izquierda, tienen como prioridad el fortalecimiento de sus propios aparatos políticos en los espacios a izquierda que surgen dentro del régimen, y no que la clase avance, aunque sea un paso, hacia una estrategia revolucionaria. Por esto son partidos que oscilan entre la autoproclamación sectaria y el oportunismo político, entre el sindicalismo y el electoralismo, sin presentar una alternativa de clase internacionalista y revolucionaria ni una práctica política que busque hacer carne en un sector del proletariado el programa del trotskismo. Por ejemplo el Partido Obrero en Argentina ha dado un salto en su adaptación al régimen democrático burgués estableciendo una colateral “piquetera” mediante la administración de planes sociales del estado. El grupo italiano Proggeto Comunista, viene siendo parte desde hace más de una década de RC, con lo que más que un entrismo ha aportado en la construcción de un partido reformista de izquierda de colaboración de clases.
El PSTU viene tratando de hegemonizar burocráticamente un fenómeno todavía embrionario de ruptura política con el gobierno de Lula, con una orientación sindicalista para CONLUTAS que no permite que los miles de obreros de vanguardia se transformen en la avanzada de la lucha por expulsar a la burocracia sindical que sigue dirigiendo sindicatos de millones de trabajadores.
En esta nueva etapa, en la que los trabajadores comienzan a dar muestras de una recuperación en su subjetividad, en la que la ofensiva imperialista es repudiada y resistida por millones en el mundo, en la que ha vuelto a estar planteado el internacionalismo, en la que para avanzar cualitativamente es necesario romper con la direcciones reformistas y populistas que históricamente han llevado al desastre, se nos plantea la necesidad más imperiosa que nunca de dar pasos adelante en la reconstrucción/refundación del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la Cuarta Internacional.
Nuestra corriente, la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional viene sosteniendo que no es suficiente tener programas generales correctos y hablar del socialismo y el internacionalismo. La prueba de una organización revolucionaria consiste en que ese programa se concrete en su práctica política, en que pelee por ser parte de la clase obrera y por dirigir a sus sectores más combativos, impulsando el desarrollo de las experiencias más avanzadas de nuestra clase transformándolas en lecciones programáticas para las combates futuros. Como por ejemplo la experiencia de control obrero en Zanón en Argentina, la pelea por el desarrollo de las tendencias antiburocráticas y por la independencia política en los fenómenos que ya está dando el nuevo movimiento obrero en Argentina y en Brasil. O nuestra intervención y las conclusiones político organizativas sacadas del proceso revolucionario en Bolivia. Porque sólo un trotskismo que se construya y se mida en la lucha de clases puede ser la base de la reconstrucción de un movimiento obrero revolucionario e internacionalista.
Somos concientes que constituimos una tendencia revolucionaria dentro del movimiento trotskista y que la refundación de la Cuarta Internacional y de partidos obreros revolucionarios nacionales no será producto del desarrollo evolutivo ni de nuestros grupos ni de otras corrientes que hablan en nombre del trotskismo, sino que surgirá de la fusión con elementos revolucionarios de la vanguardia obrera y popular. A nivel internacional constituimos un polo ideológico, político y organizativo que se propone recrear el marxismo revolucionario y transformar en programa las principales experiencias de la clase obrera internacional.
En ese marco, creemos que debemos poner todas nuestras fuerzas en la perspectiva de recuperar lo mejor de las tradiciones revolucionarias de la clase obrera, debemos demostrar la superioridad de nuestro programa y nuestra estrategia y la miseria de los que, en su afán de obtener un cargo parlamentario o sindical, concilian con los reformistas.
Desde la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional presentamos este Manifiesto Programático para discutir con los obreros avanzados que comienzan a ser concientes del poder social y político del proletariado para luchar contra el capital, con los jóvenes que han hecho su experiencia con las direcciones reformistas, y con todos aquellos honestos militantes de organizaciones de izquierda que ven la necesidad de resistir el curso derechista de sus direcciones.
Estamos dispuestos a debatir y a avanzar en la medida de lo posible con todas aquellas corrientes y militantes trotskistas que reivindiquen programáticamente y en su práctica política la tradición y el legado revolucionario del trotskismo, para dar pasos concretos por medio de la experiencia común, de comités exploratorios o comités de enlace, según el grado de convergencia que tengamos, hacia la reconstrucción de la Cuarta Internacional como expresión del estado mayor de los explotados del mundo capaz de dirigir a la victoria los próximos procesos revolucionarios.
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