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La difícil vuelta a un nuevo equilibrio capitalista
por : Juan Chingo

23 Feb 2010 |


Presentación

Este artículo terminó de escribirse en diciembre de 2009. Luego de esa fecha, se han puesto de manifiesto de forma más abierta las tendencias que se señalan en estas tesis, principalmente la crisis de la huida hacia adelante que significó la transformación de la deuda privada en deuda pública para evitar una Gran Depresión como en 1930. Febrero de 2010 marca la entrada de una nueva ronda de la crisis económica mundial que tiene su epicentro en los eslabones débiles de Europa pero que apunta a todos los países con alto déficit fiscal, en especial Inglaterra y sobre todo EE.UU. En otras palabras, la gran reflación, es decir, los mecanismos monetarios y fiscales que evitaron lo peor en 2009 llegó a su fin.

En este marco, las encrucijadas de la Unión Europea están más vivas que nunca: la posibilidad de default en la deuda soberana de Grecia y las abultadas deudas y déficit fiscales de Portugal, Irlanda y sobre todo España, la cuarta economía de la UE, cuestiona la continuidad de la eurozona y pone de relieve las contradicciones y fallas estructurales del bloque europeo. Los ataques especulativos contra el euro así lo demuestran. Ante la imposibilidad de devaluar la moneda, la alternativa capitalista para Grecia y otros países en su misma situación es el ajuste fiscal y la rebaja salarial, lo que podría llevar a situaciones sociales explosivas sin solucionar ninguno de los problemas económicos que padece, sino posiblemente, agravarlos.

Esta nueva ronda de la crisis ha aumentado la disputa entre los bloques imperialistas, en especial entre EE.UU. y Alemania. A la vez, hay un endurecimiento político y económico con respecto a China tanto de Europa como de EE.UU., fracasada la política de seducción de la administración de Obama que buscaba la “cooperación” china no sólo en revaluar el yuan, sino en permitir una mayor apertura a su mercado interno a las exportaciones norteamericanas.

El desarrollo de los acontecimientos confirman las definiciones centrales de estas tesis, en las que el lector encontrará una explicación profunda y estructural de la actual crisis capitalista y sus posibles derroteros.

Los planes de rescate a nivel mundial frenaron momentáneamente la caída depresiva de la economía

Tesis I

La quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, fue el punto más alto de la crisis financiera internacional que se vino desarrollando en sucesivas fases desde el primer trimestre de 2007. Su caída abrió la posibilidad de una quiebra generalizada del sistema financiero internacional. A su vez, la agudización de la crisis financiera se transmitió en forma violenta a la economía real a través del endurecimiento de las condiciones crediticias, la liquidación de grandes masas de capital ficticio que “sinceraron” parcialmente (hacia abajo) la rentabilidad de las empresas y abrieron una crisis de sobreproducción. El “racionamiento del crédito” no sólo golpeó a las empresas y al comercio internacional sino que afectó, especialmente, a los particulares, sobre todo en Estados Unidos.

De la quiebra de la burbuja inmobiliaria pasamos a una caída libre de la economía mundial: la contracción fue –en varias dimensiones– tanto o más pronunciada que durante los primeros años de la Gran Depresión. Como demuestra un grupo de economistas, esto es así si comparamos los dos acontecimientos de manera global y no contrastando el episodio actual en EE.UU. con este mismo país en aquel momento. La Gran Depresión y la actual crisis, aunque ambas tuvieron su origen en EE.UU., fueron y son un fenómeno global. El terremoto económico y financiero de la primavera boreal de 2008 en EE.UU. tuvo un efecto en algunos casos más grave fuera de este país, con mayores caídas de la producción manufacturera, de las exportaciones y del valor de las acciones. Citemos: “La caída global de las manufacturas en los doce meses que siguieron al pico mundial de la producción industrial, que ubicamos a principios de 2008, fue tan grave como durante los doce meses siguientes al pico en 1929. De forma similar, mientras la caída en el mercado accionario estadounidense es análoga a la de 1929 durante el primer año de la crisis, los mercados de acciones globales cayeron aun más rápido que hace ochenta años.

Otro de los niveles en los que la Gran Crisis del Crédito sobrepasó inicialmente a la Gran Depresión fue en la destrucción del comercio. El comercio internacional cayó aun más rápido en el primer año de esta crisis que en 1929-30, una observación alarmante dada la prominencia, en la literatura histórica, de la destrucción del comercio como un factor agravante de la Gran Depresión” [1].

Tesis II

Al mismo tiempo, la respuesta de los Estados, que implementaron políticas monetarias y fiscales, no sólo en EE.UU. sino a nivel internacional, fue más rápida y más fuerte en la crisis actual. La amplitud extraordinaria del apoyo estatal, sin precedentes en tiempos de paz, aparentemente ha logrado detener el descenso de la producción industrial y el comercio global durante la primavera e inicios del verano boreal de 2009, generando los primeros signos de una débil “recuperación” o “estabilización”. Esto dio lugar también a un alivio financiero que permitió reiniciar las burbujas especulativas. Esta intervención estatal incluye las siguientes medidas:

• Una fuerte baja de las tasas de interés de la Reserva Federal y de los principales bancos centrales del mundo que promete permanecer un buen tiempo.

• Un enorme relajamiento de la política fiscal, comparado con una expansión de los déficits fiscales después de 1929.

• Expansiones monetarias convencionales y no convencionales. A diferencia de la crisis de 1929, la expansión monetaria continuó creciendo durante 2008.

• El desembolso de billones de dólares para apoyar, recapitalizar, dar garantías y seguros a los bancos a fin de detener la contracción de liquidez y de crédito.

• Nacionalizaciones totales o parciales no sólo de bancos, sino incluso de grandes firmas industriales como GM, o salvatajes encubiertos como el gigante General Electric en EE.UU., además de los subsidios directos a diferentes ramas de la industria, en especial la automotriz.

• Programas de exenciones impositivas al consumo por un período limitado, o facilidades para refinanciar deudas hipotecarias, igualmente circunscriptas en el tiempo.

Sin revertir el carácter profundo y prolongado de la crisis, como veremos más adelante, estos auxilios estatales han logrado disminuir la magnitud de la caída de la economía: “El FMI estimaba en octubre que la producción mundial se contraería un 1,1% en 2009” y que “el G-20 implementaría estímulos relacionados con la crisis equivalente al 2% del PBI durante 2009. También estimaba que los balances fiscales gubernamentales a nivel mundial se deteriorarían en un 4,6% del PBI global (comparando 2009 con 2008). En marzo de 2009 la OCDE estimaba que sus países miembros se embarcarían en gastos de estímulo equivalentes al 1,7% del PBI durante 2008-10, y en un estímulo fiscal total de un 3,4% durante el mismo período. Estímulos fiscales de este tamaño y los multiplicadores fiscales del tamaño que hemos estimado en este trabajo, sugieren juntos que la economía mundial se habría contraído en 2009 más allá del 1,1%, si se hubiera dado una respuesta pasiva similar a la que caracterizó los años posteriores a 1929” [2].

Tesis III

Los llamados países emergentes están usando, también, una política fiscal más agresiva, comparada con la que se implementó en la crisis de la década de 1930. El ejemplo por excelencia es China que ha enfrentado la crisis con un plan de estímulo gigantesco de 600.000 millones de dólares, una suma un poco menor a la norteamericana, pero que da cuenta del 20% del PBI chino. Además, la emisión monetaria y de crédito se ha disparado un 30% anual. Es bueno tener presente estos indicadores y sus consecuencias cuando se analiza el desempeño coyuntural de la economía del gigante asiático, puesto que han dado pie, aunque con menos fundamentos que a principios de 2008, al retorno de la teoría del desacople, esto es, que la economía china es cada vez más autosuficiente y, en consecuencia, menos dependiente de la demanda norteamericana (y de los países centrales en general).

El PIB chino creció un 8,9% en el tercer trimestre de 2009 y la previsión es que alcance 9% al cierre del año. Esto implica que si bien la economía china se mantuvo a flote, sus tasas de crecimiento son muy inferiores a la tasa promedio de los últimos años.

Corea del Sur, por su parte, ha registrado un inesperado crecimiento del 2,9% en el tercer trimestre de 2009, el mayor en siete años, impulsado por las exportaciones a China.

Otras economías emergentes no han tenido la misma suerte. Este es el caso de Rusia, cuyo PBI caerá aproximadamente un 7,5% en 2009, lo que está abriendo un tímido giro hacia un nuevo intento reprivatizador, comenzando por muchas empresas recientemente nacionalizadas que no pudieron pagar sus deudas. También alienta la búsqueda de inversiones occidentales, aunque aún no está claro con cuánto éxito, debido a la división de la cúpula gobernante y a las disputas geopolíticas con EE.UU. por la recuperación de su zona de influencia.

Con estas disparidades entre China y Rusia, dos integrantes del llamado BRIC, sorprende que haya economistas de todos los colores que sigan hablando de éste como un nuevo bloque homogéneo.

El intento de atemperar la forma catastrófica de destrucción de valor dificulta la recuperación económica

Tesis IV

La crisis económica mundial puso en acción un proceso violento por el cual se intentan resolver los antiguos desequilibrios que venía atravesando la economía mundial, postergados pero no resueltos en el último ciclo de crecimiento de 2000-2008. Este proceso implica, en última instancia, una destrucción de valor. Como dice Isaac Joshua: “Destrucción de mercancías, vendidas a precios de liquidación o físicamente eliminadas. Destrucción de medios de producción por falta de mantenimiento o no renovación, por cierres de fábricas o de máquinas que son tiradas a la basura. Destrucción igualmente de capital financiero, por anulación de los créditos (obligaciones), de títulos de propiedad (acciones), etc. Esta destrucción de las diversas formas en las cuales existe el capital, es simétrica a la expulsión fuera del circuito productivo de una parte de la fuerza de trabajo: desempleo, paso a la inactividad, etcétera” [3].

La intervención estatal masiva busca evitar, en la medida de lo posible, esta violenta purga de los excesos de la acumulación capitalista o, cuando esta destrucción es inevitable, tratar de que se haga en forma ordenada, dilatándola en el tiempo en función de evitar sus consecuencias sociales. Un ejemplo de esto es el rescate de GM, que ya había entrado en un proceso de bancarrota, cuya única función fue dar tiempo a los trabajadores, subcontratistas y concesionarios para aceptar el brutal ajuste y reestructuración de la compañía. El rescate pergeñado por Obama trata de atenuar los efectos devastadores que el proceso de bancarrota implica para los trabajadores, intermediarios, vendedores de autopartes, pequeñas empresas y las comunidades que dependen de esta industria. Al acogerse al Capítulo 11 de la ley de quiebras, la empresa se despojó de una deuda de 80.000 millones de dólares, de más de 2.000 concesionarios de EE.UU., de sus marcas menos rentables y de, aproximadamente, 10.000 millones de dólares de gastos estructurales anuales. Esto último se logra por la aplicación de medidas muy estrictas para reducir costos, entre las que figuran la eliminación de 23.000 empleos entre 2008 y 2011, el cierre de 16 plantas (de 47 a 31) en el mismo período y la reducción de los costos laborales en un 34% en el cuatrienio comprendido entre 2008 y 2010, pese a que el costo de los salarios manufactureros representa menos del 10% del valor de un automóvil y de la reducción de prestaciones sociales y de salud. A la vez, se oculta que detrás del diseño de la quiebra de GM se rescata a los acreedores insolventes de Wall Street, principalmente, J.P. Morgan Chase, Citigroup y el suizo Credit Suisse, a quienes les serán devueltos íntegramente sus empréstitos.

A nivel internacional, donde la sobrecapacidad en el sector automotriz es evidente, los gobiernos de EE.UU., Europa y Asia han salido a defender a sus empresas líderes nacionales tratando de evitar una concentración de la industria que, poco a poco, se irá tornado imposible de frenar debido a los drásticos cambios operados en el mercado, como ya indican algunos movimientos empresariales que se están produciendo.

Tesis V

La crisis ha implicado, hasta cierto punto, una desvalorización o corrección de los activos. Sin embargo, el nivel de deuda de una parte importante de las empresas y sobre todo el endeudamiento de los hogares, aún permanece alto. Esta es una consecuencia de la intervención de la Reserva Federal y el Tesoro que inyectó deuda pública en los balances de los bancos para evitar (y ocultar) los defaults de la deuda de los hogares. Pero esta forma de resolver el problema, socializando las pérdidas y privatizando las ganancias, no liquida la deuda sino que posterga su resolución transformando la deuda privada en deuda pública. Como decía en mayo de 2009 el economista Nouriel Roubini: “el verdadero desapalancamiento no ha comenzado, en realidad, porque las pérdidas privadas y las deudas de los hogares, de las instituciones financieras e incluso de las corporaciones no se están reduciendo, sino más bien socializando e incluyendo en los balances de los gobiernos. La falta de desapalancamiento limitará de capacidad de los bancos para prestar, de los hogares para gastar y de las empresas para invertir” [4].

Peor aún, se está creando una enorme burbuja de deuda pública que, como señalara Marx, constituye un caso “puro” de capital ficticio, ya que no tiene contraparte alguna de creación real de valor. Esto es más claro cuando la deuda tiene por objetivo salvar a la banca. Es que todo el dinero barato no está yendo a la economía real. Por el contrario, la mayor parte de la emisión monetaria está guardada en los bancos o ha ido a la Bolsa, ya sea porque los bancos no quieren usar ese dinero para dar créditos, o porque la industria no desea endeudarse. En este marco, no sorprende que los actores económicos, salvo prestatarios de primera clase con buenas ejecutorias crediticias y las empresas con activos de primera calidad, encuentren el crédito escaso y costoso. Los diferenciales (spreads) son más grandes que antes y aún las tasas absolutas son a menudo más altas en mercados como el hipotecario donde intervino la FED. La realidad es que los bancos le han cerrado el grifo a enormes cantidades de prestatarios, (en especial los consumidores y las pequeñas empresas) y que para las empresas sin activos de primera calidad, que dependen fundamentalmente del acceso a los préstamos bancarios más que de los mercados de capitales, la crisis crediticia sigue siendo muy grave. Como consecuencia, una cantidad sin precedentes de pequeñas empresas está quebrando. Lo mismo es aplicable a los hogares, pues millones de prestatarios más débiles y pobres están cayendo en la morosidad en relación con sus hipotecas, tarjetas de crédito, compras de coches a plazos, préstamos estudiantiles y otras formas de crédito al consumo.

Pero, al mismo tiempo, las bajas tasas están permitiendo a los bancos hacer dinero (por supuesto que no es difícil hacer beneficios cuando se dispone de dinero prestado por la Reserva Federal casi sin interés y se presta después al Gobierno al 3,5%), mejorando sus balances [5]. Esta política busca deliberadamente un alza de los activos con la peregrina creencia de que esto arrastrará a la economía real [6]. Las autoridades se opusieron a un saneamiento de los bancos como forma de lidiar con la crisis financiera priorizando, por el contrario, una restauración de la burbuja en aquellos activos en los cuales los bancos y firmas del mercado de capitales están fuertemente expuestos. Los tres o cuatro bancos que dominan el sector en EE.UU., que tienen una posición casi monopólica, están usando toda su influencia para proteger sus negocios.

Tesis VI

El hecho de que se haya evitado el colapso en cascada del sistema financiero mundial no significa que el racionamiento del crédito se haya detenido. No sólo se evitó una reestructuración de la deuda, sino que las autoridades no procedieron siquiera a despedir a los gerentes y cuerpos directivos de los bancos, ni hablar de tomar medidas más extremas como la nacionalización. Dicho de otro modo, las autoridades se opusieron a un saneamiento de los bancos como forma de lidiar con la crisis, al servicio de la preservación de los intereses de la élite financiera.

El resultado es que muchas instituciones bancarias siguen fuertemente descapitalizadas, abarrotadas de malos préstamos –desde los subprime hasta los prime en el mercado hipotecario, pasando por los bienes raíces comerciales, las tarjetas de crédito y los créditos estudiantiles– y de activos tóxicos que implicarán pérdidas de billones de dólares que aún no se han declarado. Al respecto, es útil recordar que, mientras los Estados ayudaron a una cierta recapitalización de las entidades, la tarea de limpiar los activos tóxicos de las instituciones apenas ha comenzado [7].

La falta de saneamiento del sistema financiero tiene como contrapartida que la digestión de la deuda del sector privado pueda llevar años. Y en la medida en que los hogares y las empresas continúen endeudados, intentarán reducir gastos e inversiones y aumentar los ahorros. El sector corporativo no se verá alentado a invertir en el marco de la baja rentabilidad por la fuerte reducción de sus valores bursátiles, la restricción crediticia, la caída de las ventas, las presiones deflacionarias y el aumento de las bancarrotas. Las ganancias de las grandes empresas estarán constreñidas por el exceso de sobreproducción tanto en relación a la capacidad instalada como en relación a la demanda, como ocurre en el sector automotriz. Esto además de los excesos de sobreinversión/sobreacumulación de China y otros países asiáticos o emergentes como Brasil, en el marco de bajos índices de utilización de la capacidad instalada. En esta situación, aunque hubiera una voluntad política de poner en marcha una salida keynesiana, lo que no es el caso ya que la intervención estatal tiene como eje salvar a la banca y no la intervención “productiva” vía la obra pública como fue el New Deal, sería muy difícil que funcione, debido a que el efecto de “limpieza” de la crisis aún no realizó su trabajo de destrucción de bienes de producción costosos y poco rentables, para crear las condiciones que permitan una suba de la tasa de ganancia. Recordemos que los éxitos limitados del New Deal se produjeron luego de 4 años de destrucción violenta de capitales y desvalorización de la fuerza de trabajo. Además, la bancarrota generalizada de bancos y firmas junto a la devaluación de la moneda permitieron aligerar y, en muchos casos, liquidar la carga de la deuda, combatir el atesoramiento, reconstituir parcialmente los márgenes de ganancia y relanzar la inversión, alentada por el estado que garantizaba una buena parte de la demanda. Roosevelt asumió en marzo de 1933, en el momento cúlmine de las quiebras bancarias y en el marco de la fuerte devaluación de la libra esterlina, después del abandono del patrón oro, a lo que respondió con la suspensión de la convertibilidad oro del dólar y la exportación del metal precioso, instaurando el control de cambios y permitiendo una fuerte devaluación del dólar. Ese mes señala, también, oficialmente, el fin de la Gran Depresión.

Tres escenarios posibles a corto y mediano plazo

Tesis VII

El primer escenario posible es el de una débil recuperación de la economía mundial por debajo de su potencial, al menos en los próximos años, sin que se pueda descartar la posibilidad de un período prolongado (¿una década perdida?) de crecimiento anémico y/o estancamiento.

En el caso de EE.UU., la principal economía del mundo, el carácter débil de esta eventual recuperación se daría en el siguiente marco:

• El mercado de la vivienda sigue su cuesta abajo. La cantidad de problemas hipotecarios (cesación de pagos, subastas, ejecuciones) crece a un ritmo sostenido. Así, las ejecuciones hipotecarias alcanzaron un nivel récord de 1,9 millones en la primera mitad de 2009. Una de cada 84 familias con hipotecas recibió, al menos, una solicitud de ejecución en este mismo período. La firma RealtyTrac prevé cerca de 4 millones de solicitudes de ejecuciones para 2009, superando los 3,2 millones de 2008. Más de un millón de casas en Estados Unidos se encuentran en manos de la banca; según el Center for Responsible Lending esta cifra llegará a 2,4 millones a fines de 2009 y ascenderá a 9 millones en 2012, con una destrucción total de valor de las viviendas de 1,9 billones de dólares [8].
Esta situación ejerce una fuerte presión adicional sobre los precios y dificulta la reducción del inventario residencial a la venta. Hay cerca de 16 millones de ciudadanos cuyas viviendas tienen actualmente un valor inferior a lo adeudado. Si a esto le sumamos el avance constante del desempleo y el repunte de los tipos de interés hipotecarios, es muy difícil que el valor de la vivienda se estabilice, lo que afecta su condición de depósito de valor y garantía, indispensable para cualquier recuperación.

• El efecto endeudamiento. Lejos de una corrección, el apalancamiento del conjunto del sistema se ha incrementado ligeramente durante 2009, con una sustitución del crédito privado por el público, según datos suministrados por la propia Reserva Federal. A su vez, tampoco ha habido una mejora significativa en la situación financiera de los particulares quienes, si bien trataron de repagar sus deudas, al caer su renta disponible como consecuencia del desempleo y los menores salarios, continúan debiendo un importe equivalente al 130% de ésta, cifra que equivale a todo el PBI de Estados Unidos. La caída de los colaterales –fundamentalmente pero no sólo el inmobiliario– impide que baje la carga de la deuda. Un ajuste de los niveles de endeudamiento cercano al 100% de la renta disponible del sector privado sustraería del sistema casi 3 billones de dólares, lo que tendría un efecto depresor sobre el consumo.

• Varias corporaciones industriales han disminuido brutalmente los costos salariales con despidos o reducciones de horas que les ha permitido mejorar los balances pero no han aumentado de conjunto sus ventas e ingresos, lo que demuestra lo frágil y coyuntural de la mejora de los beneficios. Sin un aumento sostenido de la rentabilidad no habrá una verdadera salida a la crisis.

• Por último, el aumento de la desocupación y el deterioro de la situación de los asalariados. Como grafica Roubini: “Mientras el nivel oficial de desempleo ya es de 10,2% y se perdieron 200.000 puestos de trabajo en octubre, cuando se incluyen los trabajadores desalentados y empleados part time, la cifra asciende a un desproporcionado 17,5%” y agrega que, lo más probable es que, “las pérdidas de empleo continúen hasta finales de 2010 como mínimo” [9]. Según este economista, además, la reducción en las horas trabajadas “equivale a otros tres millones de empleos de tiempo completo además de los 7.500 millones perdidos formalmente” [10]. En este marco, el crecimiento registrado entre el segundo y tercer trimestre no es el resultado de un incremento de la demanda de consumo ni de inversión, sino que es producto del aumento enorme de los gastos del Estado y de las exenciones impositivas otorgadas al consumo por un período limitado, o de las facilidades concedidas, igualmente circunscriptas en el tiempo, para refinanciar deudas hipotecarias. Como dicen Christian Menegatti y Nouriel Roubini: “Aunque la agresividad de las autoridades tiene efectos positivos sobre la actividad económica, gran parte del ímpetu visto en el tercer trimestre y que veremos en el cuarto podría tener un carácter temporal. Los incentivos “úselo o piérdalo” (en oposición a los reembolsos fiscales que los consumidores no están obligados a gastar), como aquellos puestos en marcha por el programa “Cash for clunkers” (programa que subsidia la sustitución de vehículos viejos por nuevos) y los créditos impositivos para compradores de una primera vivienda, han tenido enorme éxito en alentar el consumo personal, la producción industrial y estabilizar el mercado inmobiliario” [11]. Este carácter temporario no augura un futuro alentador en los próximos meses [12].

Por el contrario, pensando los escenarios de “salida” de la crisis, tomando esta primera variante “benigna”, lo que nos interesa recalcar es que, en el mejor de los casos, la economía norteamericana apunta a convertirse en una economía paralizada por la deuda, como fue el caso de Japón en la década de 1990, en la que ni la política monetaria ni la política fiscal pueden producir una reactivación vigorosa. Sin embargo, a diferencia del país asiático, las consecuencias sociales son más parecidas a las de la década de 1930, aunque no con la misma magnitud, teniendo en cuenta que en Japón la tasa de desocupación jamás llegó a los dos dígitos.

Tesis VIII

La crisis actual en los principales países desarrollados difiere bastante de la década perdida japonesa de 1990. En primer lugar, el shock para el cuerpo económico será mucho mayor. Japón nunca experimentó en la década de 1990 una caída libre, un período de declinación del PBI de un 3 o 4 % o más, como han sufrido varias de las economías más avanzadas, incluido el propio Japón. Ya nombramos las diferencias en el plano social en relación a EE.UU. En Europa, el desempleo en los 16 países de la zona euro alcanzó 9,7% en septiembre de 2009 (se estima que llegará a 12% en 2011), este promedio incluye un desempleo del 7,7% en Alemania [13] y del 19,3% en el Estado Español. En este último país, se calcula que al final de la actual crisis económica, entre un 25 y un 30% de la población estará bajo la línea de pobreza, una cifra muy elevada para un país imperialista y la octava economía del mundo.

En segundo lugar, aunque en ambos casos las economías sufren un exceso de deuda, apalancamiento y falta de demanda, reforzados por el hundimiento de la burbuja, durante los ’90, Japón jamás experimentó un problema de “racionamiento de crédito” en la escala que estamos viendo ahora. Más aún, podríamos decir que en el momento más agudo, la crisis actual combinó una “japonización” con una caída al estilo de Indonesia en 1998 o de Argentina en 2001. Es decir que, debido a las constricciones a la demanda y a la inversión por el endeudamiento de los particulares y los inversores privados, se provoca un fuerte derrumbe económico. Esto fue lo que obligó a los gobiernos a implementar los grandes planes de rescate y las medidas heterodoxas. Kiyohiko Nishimura, antiguo funcionario del Banco de Japón, describe esta combinación –en el caso norteamericano– de la siguiente manera: “EE.UU. está experimentando lo de Japón en 1990, pero siete veces más rápido”, resaltando la secuencia de eventos más que su duración. Y agrega: “En los primeros estadios (…) un mes en EE.UU. parecía aproximadamente a tres meses en Japón (…) pero desde septiembre de 2008 (…) un mes de EE.UU. es igual a seis o siete meses de Japón”. Ya a nivel global, y teniendo en cuenta la mayor internacionalización del capital, la creciente complejidad del sistema financiero y la mayor amplificación de sus movimientos al alza o a la baja, este analista plantea que: “En la actual crisis, la velocidad de la dislocación del mercado ha sido más rápida y su contagio mucho más amplio que en el caso de Japón. Y por ende, el daño más devastador” [14]. Esta realidad confirma la profundización de “las tres tendencias de fondo que animan al capitalismo: la tendencia a la homogenización, a la diferenciación y a la interconexión” [15], para emplear los términos de Isaac Joshua. Pero a pesar de que podríamos estar saliendo de este momento agudo, no puede descartarse la perspectiva ominosa de un crecimiento anémico y/o estancamiento de la economía mundial de largo plazo. Este riesgo es altamente probable, como lo plantea Nouriel Roubini (en el trabajo ya citado): “la reducción de los desequilibrios globales implica que los déficits en cuenta corriente de las economías derrochadoras (EE.UU. y otros países anglosajones) mermará los superávits de los países que ahorran en exceso (China y otros mercados emergentes, Alemania y Japón). Pero si la demanda interna no crece con la suficiente rapidez en los países con superávit, la falta de demanda global en relación con la oferta –o de manera equivalente, el exceso de ahorro a nivel mundial en relación con el gasto de inversión– conducirá a una recuperación más débil del crecimiento económico y la mayoría de las economías crecerá de forma mucho más lenta de lo que potencialmente podrían hacerlo”.

Esta perspectiva se ve alentada por la ausencia de un remplazo de la economía norteamericana como consumidor en última instancia, un problema de difícil solución para la economía mundial. A la incapacidad de países como China y los países del Golfo –que antes de la crisis gozaban de crecientes masas de ahorros– de absorber el ajuste de la demanda de la economía mundial, debemos sumar la negativa de Alemania a jugar este rol, lo que afecta la fortaleza de la recuperación del conjunto de Europa, que tiene un gran peso en la economía mundial. Esta situación en la tríada imperialista (EE.UU., Europa y Japón) va a implicar una disminución en el crecimiento a mediano plazo de las economías semicoloniales y dependientes, atadas a los países imperialistas a través de los lazos comerciales, los precios de las materias primas, el sistema financiero y crediticio y la inversión extranjera directa. Hay una polémica alrededor de si es correcto llamar “japonización de la economía mundial” a esta variante de estancamiento o crecimiento anémico. Este término puede ser equivocado si se trata de comparar las consecuencias sociales, la magnitud y el shock de la caída inicial, y el carácter relativamente pacífico de la década perdida de Japón (algunos analistas ya hablan de las dos décadas perdidas). Sin embargo, puede ser de utilidad solamente para dar cuenta de una situación económica en la que se evita la perspectiva de la Gran Depresión (una brutal contracción del PBI que duró 43 meses), a cambio de prolongar el derrumbe y de hipotecar las bases de una recuperación sustentable. Hasta ahora, la década de 1990 japonesa es el único ejemplo existente de una caída depresiva que se aletargó moderando su impacto político y social, permitida en gran parte por el rol subordinado de Japón en el sistema imperialista mundial, dominado por EE.UU. ¿Será posible esta variante a nivel mundial y/o de los EE.UU., como consecuencia de intervenciones estatales inéditas?
La posibilidad de que ocurra esta variante plantea, además, el problema de si la economía mundial y el conjunto de sus actores (los Estados nacionales y las burguesías) pueden aceptar esta perspectiva durante un tiempo tan prolongado, lo que abre riesgos de políticas proteccionistas, devaluaciones competitivas, y otras medidas que impulsen “salidas” de la crisis que terminen agravando la caída y llevando a escenarios aún más críticos.

Por último, un elemento de importancia es que Japón se pudo mantener a flote exportando y dejando que el yen se devaluara. Actualmente, dado el carácter global de la crisis, no es posible que la mitad del mundo lleve adelante esta estrategia al mismo tiempo.

Tesis IX

La segunda perspectiva es la llamada recesión “doble joroba” o double dip (W). Es decir, que una eventual débil recuperación de la economía mundial sea abortada por una nueva caída, como consecuencia del aumento de los precios de petróleo y/o de la suba de las tasas nominales y reales de interés de la deuda pública de muchos países avanzados, ante la preocupación creciente sobre la sustentabilidad fiscal a mediano plazo y el riesgo de monetización de los déficits fiscales, que puede hacer crecer las presiones inflacionarias después de dos años de presiones deflacionarias.

El alza actual del precio del petróleo y otras materias primas no parece estar sujeto al aumento de la demanda –lo que puede provocar rápidas correcciones que incrementan la volatilidad de los mercados bursátiles– sino a cuestiones especulativas, como la caída en el valor del dólar, la acumulación de reservas chinas, etc. No obstante, no debemos olvidar que de confirmarse los síntomas de una recuperación, el limitado exceso de capacidad en estas ramas de producción como consecuencia del rezago de años de inversión en materias primas, en especial en petróleo y energía, puede llevar a una fuerte disparada de precios que complique la recuperación.

Debido al efecto de competencia entre la rentabilidad en bonos públicos y estas opciones de inversión de rentabilidad aún dudosa y/o baja, en el medio de una recuperación débil como la que se puede esperar en la primera variante, el temor por los déficits fiscales puede llevar a un aumento nominal y real de las tasas de interés de los bonos gubernamentales que dificulte el financiamiento del consumo, la inversión física y una recuperación tentativa de la vivienda. En otras palabras, que el riesgo estanflacionista lleve a una respuesta precipitada de los bancos centrales retirando antes de tiempo las medidas de sostén económico, ahogando los débiles signos de recuperación.

Tesis X

Por último, aunque el Estado fue efectivo en frenar momentáneamente el desbarranque económico es prematuro descartar de plano la perspectiva de una nueva depresión. El economista Brad DeLong, que siempre sostuvo que no había posibilidad de una repetición de la Gran Depresión, está cambiando de idea. En caso de un nuevo shock, la pérdida de confianza en el gobierno por su tratamiento con guantes de seda a los bancos, a la vez que la incapacidad de Obama de avanzar sobre las fuertes divisiones en el legislativo como muestra el debate sobre la reforma de salud, puede restar apoyo a una nueva ronda de rescates, aunque estos sean necesarios [16]. Abundan los riesgos que pueden precipitar, nuevamente, un escenario más catastrófico como demuestran los siguientes elementos:

• El ocultamiento de la magnitud de las pérdidas bancarias, en especial
en Europa

El Banco Central Europeo sigue de cerca la evolución de 25 bancos, considerados cruciales para el sistema financiero de la zona euro, y teme otra oleada de problemas para las entidades, si persiste la debilidad económica en 2010. Según informa el Daily Telegraph: “Dejan Krusec, experto en estabilidad financiera del BCE, dijo que los bancos son suficientemente fuertes para capear la crisis actual mientras ésta tenga forma de ‘V’, pero no si la economía tarda más tiempo en recuperarse. Si tiene forma de ‘U’, los bancos tendrán problemas (…) El problema no es 2009. Los bancos de la zona euro están suficientemente bien capitalizados para cubrir sus pérdidas. El problema es 2010. Estamos preocupados por la duración (de la recesión)” (10/06/2009). El propio director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, ha insistido a fines de noviembre de 2009 en que la mitad de las pérdidas de los bancos sigue oculta, y agregó que la proporción de esas pérdidas es mayor en Europa que en Estados Unidos [17]. Esto es lo que llevó a la operación sin precedentes en el mercado interbancario del BCE a fines de junio de 2009, mediante la adjudicación de 442.240,5 millones de euros a un tipo fijo del 1%. Es la primera subasta de liquidez con vencimiento a un año que permite que los bancos puedan ir, si no reconduciendo, sí mejorando la situación de su cuenta de resultados y de su balance sin tener que preocuparse por las contrapartidas (por ejemplo, poniéndolo en el interbancario al 1,5%, que es más o menos la tasa del Euribor a doce meses). En otras palabras, un “salvataje bancario a la UE”, donde se puede aplicar sólo una política monetaria y no existen instituciones para una política fiscal común.

• El reforzamiento mutuo de la crisis de la deuda en Europa Central y del Este y en los “eslabones débiles” de la eurozona como Grecia

Aunque coyunturalmente los peligros de una crisis financiera regional en Europa Central y del Este han disminuido gracias a la intervención del FMI, a la importante asistencia externa, a la recuperación de los mercados exportadores de Francia y Alemania y a la vuelta de las inversiones de riesgo, el espectro de una devaluación en Letonia aún no se ha desvanecido, los problemas de los bancos continúan y el peligro de inestabilidad política en varios países con programas del FMI sigue preocupando. Aunque el potencial de contagio a otras economía de Europa Central y del Este es aparentemente más limitado de lo que era en el verano boreal, –gracias a que la intervención de Occidente ha permitido a los inversores digerir el riesgo y a los gobiernos prepararse para tal eventualidad– una posible devaluación en Letonia podría tener repercusiones en otros países como Estonia, Lituania y Bulgaria, que también tienen tasas fijas de cambio de sus monedas con el euro. Los bancos extranjeros, que tienen la mayoría de los préstamos incobrables, por ahora permanecerán en la región, pero su retiro no puede ser completamente descartado. Por último, permanece la incertidumbre política alrededor de los posibles efectos de la aplicación de los planes del FMI, que aunque tuvo una política más flexible que en relación a la crisis asiática de 1997-98, (por ejemplo, permite mayores déficits fiscales), su flexibilidad tiene límites, y el gobierno letón está luchando para recortar el gasto y mantener la tasa de cambio fija de su moneda [18].

Ucrania es otro país con dificultades económicas en el marco de una recurrente crisis política. El gobierno solicitó un préstamo de urgencia al FMI de 2.000 millones de dólares para el pago de salarios y jubilaciones y obligaciones externas, como los pagos mensuales a Rusia, alertando que si no recibía ese dinero, se podría agravar la situación en el conjunto de la región.

En Rumania, la abrupta caída del gobierno en octubre y el fracaso de las recientes elecciones en superar la prolongada crisis política del país, han abierto dudas sobre su capacidad de cumplir con los requerimientos para recibir el préstamo del FMI de 20.000 millones de euros, poniendo en cuestión todo el programa de ajuste.

Mientras que el FMI era partidario de que Letonia abandone el peg de su moneda, la Unión Europea teme que una devaluación desencadene un efecto dominó en Europa Central y del Este, lo que significaría un fuerte golpe a los bancos europeos occidentales con una exposición a la región de 1,6 billones de dólares y su contagio, vía Bulgaria, a países de la eurozona como Grecia, uno de sus eslabones más débiles. La reciente caída y nacionalización del Hypo Group Alpe Adria (HGAA) [19], el sexto banco de Austria por activos, es una muestra de los problemas renovados de los bancos y de la probabilidad de contagio.

A su vez, paradojas de la mundialización, el deterioro de cotización de la deuda soberana de Grecia está repercutiendo sobre un buen número de países de Europa del Este, específicamente Rumania, Bulgaria, Hungría, Croacia y Serbia debido a sus fuertes lazos comerciales y financieros. Esto es lo que dice un informe del BNP Paribas que proyecta el aumento del riesgo crediticio griego a esta zona: “es sólo una cuestión de tiempo antes de que esta medida se sienta en mercados locales de Europa Central y del Este, donde los temas de financiamiento son igualmente importantes. El mercado podría usar los crecientes temores actuales sobre el deterioro de las finanzas públicas de los países europeos centrales para examinar los desarrollos en los países en la periferia” [20].

La situación de la crisis de la deuda griega se está volviendo peligrosa. El 8 de diciembre, la agencia de calificación crediticia Fitch Ratings rebajó la nota de su deuda pública, que pasó de “A–” a “BBB+”, con perspectiva “negativa”, lo que abre la puerta a nuevas bajas en la calificación, ante las dificultades de las finanzas públicas y la “débil credibilidad” para esta agencia de las instituciones y las políticas del país. Esta última rebaja de calificación, apenas dos grados por encima del bono basura, confirma el fuerte deterioro de la salud financiera de Grecia. A partir de A+ hacia abajo, la calificación se sitúa al nivel de las emisiones de deuda de países emergentes como México o Brasil [21]

En este marco, la política de la UE es aumentar la presión sobre el gobierno griego, al precio tal vez de provocar una crisis política, de forma de obligarlo a un duro ajuste. Esta presión ya ha logrado cambiar el enfoque del nuevo primer ministro, George Papandreou del socialdemócrata PASOK, que adelantó toda una serie de medidas para reducir el déficit. Pero esto es aún juzgado insuficiente por la UE que exige un ajuste más profundo que incluya la reducción de los salarios de los trabajadores estatales, la ampliación de la base fiscal y la reforma de las jubilaciones a lo Irlanda. Sin embargo, la estrategia de la UE se le puede volver en contra ya que, a diferencia de éste último país, la mayoría de la población rechazaría y resistiría un ajuste draconiano (e incluso en Irlanda las reacciones al segundo ajuste son más controvertidas). En ausencia de ayuda de la UE, el gobierno griego podría tener que acudir al FMI en caso de dificultades en el refinanciamiento de su deuda, en el marco de un problema de solvencia a más largo plazo. La imposición externa de un duro apriete que vulnerase su soberanía económica podría ser, frente a su debilidad interna, la forma que le permita avanzar con el ajuste, de ahí que la presencia del FMI sería vista con buenos ojos por las autoridades de la UE. Sin embargo, esta injerencia podría socavar la confianza en el euro, por lo que no se puede descartar un rescate incondicional de Grecia, haya o no completado el ajuste requerido en su economía.

La situación de Grecia pone un cono de sombra sobre toda la eurozona. Este difícil panorama se agrava aún más con las diferencias en el ritmo de recuperación de sus miembros, lo que puede llevar a subir las tasas de interés antes que las economías más débiles del sur, como Grecia, hayan escapado a sus dificultades. En este marco, la impensable y traumática variante de una eventual salida del euro ante el fracaso de los planes de ajuste para restaurar su frágil situación financiera abriría un signo de interrogación sobre la permanencia en la eurozona de países más fuertes. Es que “es poco verosímil que la salida de la zona de un estado frágil, como Grecia, haga desaparecer los riesgos de exclusión de otros países como Portugal, después eventualmente Irlanda, España o Italia. La especulación se desencadenaría poco a poco contra todos los Estados que no tengan una competitividad intrínseca comparable a la de Alemania” [22].

• Una insolvencia extendida de las firmas de bienes raíces para uso comercial

La insolvencia de esta firma líder en bienes raíces para uso comercial (commercial real estate), que financia oficinas, locales, centros comerciales y hoteles, puede ser la punta del iceberg del deterioro de este sector, cuyo colapso afectaría los mercados a ambos lados del Atlántico. Esta fue la única preocupación explícita dada a conocer por la Reserva Federal en su Libro Beige publicado el pasado 22 de octubre, apenas tres días antes de que se materializara la caída del financiador. En medio del alivio financiero de los últimos meses, la caída de Capmark ha vuelto a generar alarma. Henry Blodget dice en su blog que “su deterioro es uno de los secretos peor guardados de la economía (norteamericana), pero no por ello deja de producirse. Sólo se está retrasando su revelación”  [23]. Y cita una entrevista realizada por Bloomberg al billonario Wilbur Ross en el que este dice: “que EE.UU. están en el comienzo de un ‘enorme crash en commercial real estate’”, agregando que “Todos los componentes del valor inmobiliario están yendo en la dirección equivocada simultáneamente. Los porcentajes de ocupación están disminuyendo. Los niveles de alquiler están bajando y la tasa de capitalización –la devolución que los inversores están exigiendo para comprar una propiedad– está subiendo”. El artículo continúa diciendo que “Se estima que las ventas de propiedades comerciales en EE.UU. descenderán hasta el punto más bajo en casi dos décadas, al mismo tiempo que el sector atraviesa su peor caída desde la crisis de las sociedades de ahorro y préstamo a principios de la década de 1990, de acuerdo con la empresa de estudios sobre propiedades Real Capital Analytics Inc. Los índices denominados Moody’s/REAL Commercial Property Price Indices ya han caído 41 por ciento desde octubre de 2007, según el servicio de inversiones de Moody del 19/10” [24]. A sólo cinco días de declarada la insolvencia de Capmark, la Reserva Federal cambió las normas contables, buscando ganar tiempo antes de que estalle esta potencial bomba de tiempo. Es que estamos hablando de un sector donde los bancos norteamericanos tienen una exposición que excede el billón de dólares y en el que tiene que refinanciar hasta 153.000 millones de dólares de estos créditos de aquí a 2012 de los que, según Deutsche Bank, dos terceras partes son potencialmente de riesgo.

• Un salto en la desconfianza en las inversiones en bonos del Estado, como consecuencia de las dudas sobre la solvencia de la deuda soberana ante su masivo incremento

La crisis de Dubai y su incapacidad para saldar sus deudas [25] podría ser una anticipación de la próxima forma catastrófica que adopte la crisis. Es que el riesgo soberano ha venido creciendo con el aumento descomunal del déficit estatal. La crisis ha parido una masiva deuda pública como consecuencia del endeudamiento mayor de los gobiernos. La brutal contracción económica redujo los ingresos fiscales mientras los gastos aumentan –rescates, beneficios de desempleo y planes de estímulo. Según nuevos datos de los economistas del FMI, la deuda pública de los diez países más ricos va a crecer de 78% del PBN en 2007 a 114% en 2014. Por ejemplo, la deuda pública japonesa puede alcanzar un estratosférico 270% del PBN en dos años [26]. En EE.UU., aunque la deuda pública por ahora es menor, la suma de ésta y la deuda privada llega a un 350% del PBI. Según la Société Générale la deuda estatal global podría alcanzar 45 billones de dólares en dos años, dos veces y media más que en una década. Como dice The Economist, “Nunca desde la Segunda Guerra Mundial tantos gobierno se han endeudado con esta magnitud y rapidez, o han estado, de manera colectiva, tan profundamente empeñados. Y, a diferencia de los tiempos de guerra, el incremento actual de la deuda no va a ser temporario” [27].

Esta pesada cuenta, que habrá que pagar, se traslada al aumento de la cotización de los CDS (credit default swaps), un contrato por el cual un acreedor busca asegurarse contra el riesgo de default de un deudor. No solo cuesta más asegurarse contra este riesgo sino que han fracasado determinadas emisiones de deuda pública, como fue el caso de Austria y los Países Bajos en 2009 e incluso de la misma Alemania, que tiene en este plano una de las mejores reputaciones. ¿Cómo harán en este contexto los principales países industrializados que necesitarán vender más de 12 billones en valor de bonos gubernamentales este año y el próximo para financiar su agujero fiscal? Esto es un aumento de al menos un tercio, o 3 billones, en sólo dos años. Gillian Tett del Financial Times se pregunta si la deuda soberana no es el nuevo subprime [28].

El salvataje estatal sin precedentes del capitalismo ha puesto en duda la credibilidad de varios Estados, incluido el Estado norteamericano. No es algo casual. Como dice Isaac Joshua, en el texto ya citado: “Por más increíble que parezca, hemos vuelto un siglo atrás: los gastos de carácter público son cubiertos no por los impuestos, no por los préstamos, sino por la creación monetaria. Este había sido el caso de los países beligerantes europeos durante la Primera Guerra Mundial, donde la convertibilidad de las monedas había sido suspendida. Tal había sido aún el caso al día siguiente de esta guerra durante numerosos años en los cuales siguió la emisión de billetes. Ese había sido el caso de la Alemania de Weimar, que financiaba el déficit abismal de su presupuesto por vía de créditos generosamente acordados por el Reichbank. Por el contrario, después de la década de 1920, no habíamos visto esto, al menos en los países avanzados. Los Estados Unidos de hoy sigue las trazas de la República de Weimar, veamos qué cosa extraña”. Esta circunstancia puede crear fuertes presiones sobre el dólar, generando nuevas dudas sobre su rol como moneda de reserva mundial. Sin embargo, los masivos déficits fiscales y el aumento colosal de la deuda no le dejan a Estados Unidos más opción que imprimir más dólares, devaluar su moneda y pagar los intereses de la deuda en dólares cada vez más baratos. En otras palabras, EE.UU. debe disimular un default en cámara lenta porque políticamente es la vía más fácil de salida. A su vez, en ausencia de una fuerte demanda doméstica, necesita desesperadamente encontrar nuevos compradores en el extranjero, en especial en los mercados emergentes, por lo que una moneda devaluada hace su producción más competitiva [29]. Sin embargo, esta política tendrá como consecuencia un empobrecimiento de los EE.UU. que deberán pagar más caro sus importaciones, presionar a sus productores a competir más en función del precio que de la calidad de sus productos, y enfrentar la posible generación de inflación, todos elementos que van a llevar a debilitar más el dólar como moneda de reserva mundial. ¿Obligará esto a una alza de tasas por parte de la FED [30] –u otras medidas adicionales extraordinarias que ayuden a drenar dinero de forma rápida– antes de lo previsto, esto es, antes de que la economía se haya recuperado sólidamente, lo que puede parar en seco la débil recuperación en curso? Lo que está claro es que el debilitamiento del dólar, una consecuencia estructural de la actual debacle mundial y la desconfianza en las otras alternativas, puede dar origen a una escapada sin límites del oro –aunque con flujos y reflujos por las operaciones especulativas– como único refugio seguro frente al dinero fiat [31].

En conclusión las necesidades gigantescas de financiamiento estatal avizoran, tal vez, un escenario donde los Estados más fuertes se vean compelidos a incrementar las tasas propuestas para sus emisiones. Esta suba de tasas de los bonos estatales puede desnudar el carácter de insolvencia de los Estados más débiles y endeudados, provocando el default de su deuda soberana y una fuerte pérdida de todos los que especularon con la “burbuja de los bonos”. Este se puede transformar en el próximo disparador de un nuevo pico de la crisis financiera.

• Las bruscas devaluaciones de las divisas y la inestabilidad del sistema
monetario internacional

El fracaso de los bancos centrales en revertir el curso descendiente del dólar norteamericano, mas allá de ciertas fluctuaciones a lo largo del año, y la imposibilidad de ejercer presiones eficaces sobre una revaluación del yuan chino, por el momento, muestran que la cuestión de la tasa de cambio de las principales monedas es uno de los focos de mayor inestabilidad de la actual situación –como se ve en la sobrevaluación del euro o el ascenso del yen con respecto al dólar, el más alto en los últimos 14 años– que puede desencadenar una crisis abierta del sistema monetario internacional.

La pérdida de confianza en el dólar es un hecho estructural, en la cual se manifiestan las tendencias a una mayor diversificación, ya sea en euros o en yenes, o en las materias primas (no sólo en el oro sino en los hidrocarburos o en los cereales, o en el caso de China en el ajo) que devienen objetos de especulación a la vez que refugios de valor. La realidad es que mientras EE.UU. no tiene más la fuerza ni los medios para defender la posición de privilegio en el sistema monetario y comercial que ocupa desde la posguerra, no hay ningún país que pueda reemplazarlo. Es el caso de la UE y el euro, fracasados todos los intentos (por su parte utópicos y reaccionarios) de construir un bloque supraestatal como proyecto contrahegemónico a EE.UU., minado por dentro por la divergencia entre cada uno de sus miembros. Esto no quita que si no se desmorona –a lo que peligrosamente apunta el fin del período de unificación de su mercado de deudas [32]– , el euro pueda avanzar como medio de pago en las transacciones internacionales, pero es improbable que pueda reemplazar al dólar como moneda de reserva mundial. En este marco, no se puede descartar una fuerte inestabilidad entre las diferentes monedas con bruscas variaciones entre ellas, si no se avanza a una coordinación internacional, hoy en día imposible. Esto tendría efectos desorganizadores en los cálculos de los precios relativos de los bienes en distintas monedas, haciendo prácticamente imposible o muy riesgoso el comercio internacional entre las distintas zonas monetarias.

No sorprende que, analizados estos riesgos potenciales, un informe del equipo de estrategia de activos del banco francés Société Générale –aunque no en su escenario central– plantee que: “Por el momento, nadie puede decir con certeza que hemos escapado de verdad a la posibilidad de un colapso económico global” [33].

La difícil vuelta a un nuevo equilibrio sustentable

Tesis XI

Es cierto que las contradicciones estructurales se ejercen, por el momento, con una intensidad relativamente débil. Como plantea el economista Michel Husson: “El reparto de la renta evoluciona a favor de los asalariados, en la medida que el empleo no se ha ajustado integralmente a la baja de la producción, haciendo que aumente el costo salarial unitario. La tasa de ahorro de los hogares ha aumentado sensiblemente en Estados Unidos contribuyendo a reducir el déficit comercial estadounidense, mientras que el dólar ha interrumpido su baja tendencial. Por fin, el fraccionamiento europeo –o dicho de otra manera, la divergencia entre las trayectorias económicas de los distintos países de la Unión Europea– sigue bajo control, y los efectos de los planes de estímulo mutuos por el momento siguen prevaleciendo. Estas distintas tendencias se manifestarán cada vez más claramente durante una fase de recuperación cuya duración deberá ser relativamente corta (dos a tres semestres). Los factores coyunturales positivos se agotarán de a poco, mientras que se profundizarán las contradicciones estructurales” [34].

En el plano del comercio internacional, como demuestran los economistas Richard Baldwin y Daria Taglioni, el mejoramiento de los desequilibrios existentes es sólo una ilusión estadística generada por una caída aguda temporaria de los ítems de consumo “postergables”, a saber “el consumo y la inversión electrónica, el equipamiento de transporte, y otro tipo de maquinaria”. Por ende, concluyen: “Las proyecciones de mejoramiento de los balances casi seguramente están equivocadas. El rápido colapso del comercio entre el tercer trimestre de 2008 y el primero de 2009 mejoraron la mayoría de los balances comerciales. No podía ser de otra manera; si caen rápidamente, tanto las importaciones como las exportaciones, la brecha entre ellas cae igualmente rápido. De la misma mecánica manera, la recuperación de los flujos de comercio (…) hará que EE.UU., Alemania, China y otros regresen a su antiguo camino” [35].

Todo esto muestra la dificultad de la economía mundial para volver a un equilibrio capitalista sustentable. Comencemos por el país más importante, EE.UU.

Como explicamos en otros trabajos, la crisis actual que tiene su epicentro en EE.UU. señala el fin del “modelo” de crecimiento norteamericano, establecido a fines de 1980 luego de la “revolución reaganiana”. Este “modelo” fue una respuesta a la caída de la tasa de ganancia, una vez que se agotaron los elementos excepcionales que habían permitido el boom de posguerra. Estaba basado en una relocalización de la producción hacia países de mano de obra barata, en especial el sudeste asiático, México y posteriormente China. A la vez, el viejo “pacto fordista” (para utilizar los términos de la escuela de la regulación, donde los salarios crecían a la par de la productividad) era remplazado por un arreglo que combinaba una caída de la tasa de ahorro de los hogares y su sobreendeudamiento (se evitaba el alza de los salarios reales, y permitía recomponer la rentabilidad) dando origen a un “régimen de sobreconsumo”. La fragilidad de este “modelo” estaba en que la caída de la tasa de ahorro amenazaba el financiamiento de la economía norteamericana, lo que combinado con el creciente déficit comercial (expresión del sobreconsumo y de la relativa declinación industrial), obligaba a la economía a depender del financiamiento externo. Por otro lado, el alza continua de la tasa de endeudamiento de los hogares tiende al sobreendeudamiento. La crisis actual puso claramente de manifiesto estos puntos de vulnerabilidad señalando el fin del “modelo de crecimiento”.

Estados Unidos se halla en 2009 en una situación mucho más complicada que hace tres décadas para encontrar un modelo capaz de sustituir al actual. Esto debería pasar inevitablemente por una reindustrialización relativa que permitiera que las exportaciones tomen la posta de la demanda doméstica de servicios y así bajar la tasa de endeudamiento de los hogares y recomponer el ahorro interno. Enumeremos los obstáculos:

• Las deslocalizaciones avanzaron más de la cuenta adquiriendo un carácter relativamente irreversible, con un decaimiento de su base industrial. Hoy en día el 60% de las importaciones norteamericanas provenientes de los países semicoloniales y dependientes son mercancías de empresas norteamericanas instaladas allí, como es el caso de China. La repatriación de las capacidades de producción de estos países a EE.UU. es una alternativa poco probable.

• La subinversión de la industria norteamericana tiene un carácter crónico, debido, en gran parte, a la no renovación de su base industrial que data de 1920. El aumento global de productividad enmascara la disparidad entre importantes avances de la productividad en las nuevas tecnologías, pero enormemente débiles en el resto de la industria. Además, por fuera de las industrias de alta tecnología, EE.UU. tiene costos de producción excesivos. El costo salarial horario medio de la industria era en 2006 de 24 dólares, el más elevado de los países avanzados, a excepción de Canadá. Sus formas de organización empresarias son vetustas, con una proporción de empleados –entre ellos, un buen número de gerentes y administrativos– altísima en relación a los obreros.

• Por último, el estado de las infraestructuras –un aspecto esencial para un tejido productivo eficaz– es lamentable: un cuarto de los 600.000 puentes de su territorio está en malas condiciones, embotellamientos (los norteamericanos sufren 3.500 millones de horas de embotellamientos con un costo anual de más de 63.000 millones de dólares), aeropuertos en mal estado, una red ferroviaria insuficiente frente al aumento del transporte de carga, etc. Una economista resaltaba en octubre de 2008 que: “En un pasado no muy lejano, EE.UU. era el líder indiscutido en infraestructura pública (…) Hoy en día esta ventaja está desapareciendo. Uno puede darse cuenta de esto no sólo en las increíbles fallas de nuestros avejentados puentes y diques, sino también en el pesado y cotidiano embotellamiento del tráfico (…) aeropuertos que no funcionan como corresponde, y en los vastos tramos de nuestra nación que siguen sin recibir redes de telecomunicaciones avanzadas. Todos estos déficits representan áreas en las que hemos caído por debajo de otros países avanzados (…) La explicación más sencilla de este fracaso es la falta de financiamiento adecuado. El gasto en infraestructura de EE.UU., como porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI), ha declinado en un 50% desde 1960 (…) la Sociedad Norteamericana de Ingenieros Civiles (ASCE –por sus siglas en inglés) estima que EE.UU. necesitaría 1,6 billones de dólares sólo para reparar y mantener la infraestructura actual, los gastos de los países competidores han superado los nuestros” [36].

Estos tres aspectos muestran cómo la búsqueda de la ganancia inmediata en estas décadas hipotecó el futuro de EE.UU., o al menos lo puso ante un cruce de caminos.

Los desafíos que Obama debe encarar son tan difíciles –salvar las viejas industrias del automóvil o invertir en nuevas ramas, financiar masivamente mejoras en las infraestructuras, amén de la educación– que no es descartable su fracaso. Además, y fundamentalmente, el peso de Wall Street y la debilidad de las fuerzas sociales que podrían abogar en EE.UU. por una revitalización industrial son tales, que es muy probable que la clase capitalista de este país se rehúse a avanzar por este camino, como fue el intento fallido planteado por algunos sectores en los ‘90 al finalizar la “Guerra Fría”.

Esto abre, más allá de algún crecimiento cíclico parcial, la perspectiva de una caída del potencial de crecimiento de la economía norteamericana. La producción de riqueza en el mediano y largo plazo será débil, lo que implica un empobrecimiento de conjunto con enormes implicaciones para la posición de EE.UU. en la economía mundial y para su capacidad de imponer las reglas, con consecuencias ominosas para su deteriorada hegemonía, además del aumento de las tensiones sociales en su interior.

Tesis XII

Como dijimos, a diferencia de otras crisis cíclicas es poco probable que la economía norteamericana vuelva a una situación de sobreconsumo, una vez que se estabilice. La recomposición de la tasa de ahorro persistirá durante un largo período, ya sea por política de la nueva Administración para reequilibrar el modelo de crecimiento o porque los hogares necesitan recomponer sus cuentas en rojo.

La contrapartida es la crisis estructural del modelo de desarrollo chino. Su base reside en la existencia de un importador en última instancia. Sin un país o grupos de países que acepten crecientes déficits comerciales, el modelo chino puede desarrollar una crisis de sobreacumulación, latente en su altísima tasa de inversión sólo pensada para cubrir una escala de producción como proveedor de mercancías para los nichos más avanzados del mercado mundial, y no a la limitada base de consumo interno.

Esta estrategia de desarrollo está condenada al fracaso ya que EE.UU. ha dejado de ser el consumidor en última instancia y no hay quien pueda reemplazarlo en ese rol dentro de la estructura de la economía mundial, al menos en el mediano plazo. Por tanto, más que fortaleza, la vulnerabilidad china al sobreconsumo norteamericano es una gran fuente de debilidad y una muestra aguda de su carácter de país dependiente [37].

Esta realidad ha abierto un debate entre dos alas de la burocracia restauracionista china. Sectores más neoliberales cercanos al Banco Central y otros economistas apuntan a que la crisis es una buena ocasión para acelerar un cambio de su “modelo de desarrollo” y emprender reformas en el mercado interno que le permitan a China hallar una fuente de crecimiento doméstico de la productividad para reemplazar lo perdido en las exportaciones. En términos generales plantean, por un lado, desregular la industria de servicios domésticos, en gran parte en manos del Estado con altos grados de ineficiencia desde el punto de vista capitalista; y por el otro, realizar una profunda reforma del sistema financiero, a fin de mejorar la distribución de capital e incrementar el crecimiento económico producido por cada dólar invertido. Proponen medidas drásticas, incluso a costa de un aumento temporal de la tasa de desocupación.

Por el contrario, sectores de la burocracia central del Ministerio de Comercio, representantes de fuertes intereses ligados al comercio exterior y los gobiernos provinciales y municipales, están muy preocupados en lanzar medidas que acolchonen el impacto del desempleo y sobre todo en preservar sus intereses privilegiados. Se orientan a poner dinero en inversiones, en particular en infraestructura y grandes empresas estatales, y promueven un incremento general de los préstamos bancarios. Señalan que estas políticas salvaron a China de los coletazos de la crisis asiática de 1997-98.

Sin embargo, el contexto internacional de caída simultánea de todos los polos de la economía mundial y la escala de la economía china juegan en contra para que los planes de estímulo tengan el impacto logrado en el pasado. Las políticas neokeynesianas de estímulo estatal a la industria o a la infraestructura sólo prolongan la sobreacumulación, aumentando la inversión en capital fijo en sectores ya plagados de sobrecapacidad, como el acero y el cemento [38], y complican la transición hacia un nuevo modelo. A su vez, la facilidad de los managers de los grandes conglomerados estatales para seguir obteniendo jugosas ganancias, gracias a un financiamiento barato (sus ganancias se esfumarían si tuvieran que pagar un “precio” del dinero no subsidiado), prolonga la existencia de firmas ineficientes con baja productividad. Por otro lado, el aumento en la cantidad de nuevos préstamos (crecieron un 30% en términos anuales) puede llevar, en los próximos años, a una explosión de préstamos impagos, justo cuando China deberá luchar con el incremento de su producción y la renuencia de EE.UU. a absorber su creciente exceso de capacidad, cuestión que puede limitar su consumo interno. Más grave aún, esta situación ha aguijoneado la especulación inmobiliaria y bursátil, lo que la acerca a un probable estallido financiero.

En conclusión, aunque las autoridades de Beijing tuvieron éxito en que la economía siguiera moviéndose a altas tasas después de las fuertes caídas del último trimestre de 2008 y del primero de 2009, gracias a la inversión estatal (mientras espera una recuperación de los mercados externos), en realidad podría ser que China esté quemando cartuchos que le serían de gran utilidad más adelante para encarar la difícil transición de su modelo de desarrollo. Como correctamente dice Hung Ho-Fung en New Left Review en referencia al plan de estímulo: “Muchas de estas inversiones son ineficientes y por lo general no rentables. Si el retorno del mercado exportador no llega a tiempo, el déficit fiscal, los créditos incobrables y la exacerbación de la sobrecapacidad generarán una caída más profunda en el mediano plazo. En palabras de un prominente economista chino, este programa de enorme estímulo es como ‘beber veneno para saciar la sed’” [39].

A mediano plazo, el estallido de su sobreacumulación podría convertir a China en un gran factor desestabilizador [40], teniendo en cuenta además, que si estalla una crisis social de proporciones, este país está mucho peor preparado que los imperialistas, en ausencia del más mínimo Estado benefactor. Si a su vez –al igual que hizo EE.UU. en 1930– trata de evitar esta perspectiva, intentando exportar la crisis de sobreacumulación vía la devaluación de su moneda y el impulso de sus exportaciones, puede agravar de manera inesperada la crisis mundial generando una crisis del sistema comercial mundial [41] y, de esta manera, dar el último tiro de gracia a su actual modelo. Esto desencadenaría una escalada proteccionista, por ahora contenida, pero que irá creciendo a medida que la recuperación aumente nuevamente los desequilibrios, esto es, el déficit del comercio exterior norteamericano en el marco de la persistencia de un desempleo de masas en la principal potencia imperialista mundial.

Tesis XIII

Las dificultades de China para encarar la dura transición de su modelo responden a fuertes obstáculos económicos y sociales derivados de su posición dependiente en la economía mundial dominada por el imperialismo. Como ya dijimos en la Estrategia Internacional N° 25, cuando comparábamos a la China actual y sus enormes superávits comerciales con EE.UU., la potencia excedentaria previa a la crisis de 1930: “hay una diferencia fundamental entre el EE.UU. de entonces y la China actual. Con relación al mercado interno, hay una distinción que surge del carácter de potencia imperialista emergente del primero en los ’30 y el carácter dependiente de la China de hoy, y por ende, el carácter estructuralmente subdesarrollado de su mercado interno con relación a su aparato productivo, pensado para cubrir una economía mundial en expansión. Esta diferencia estriba, en última instancia, en la enorme desigualdad en el nivel de vida de los países importadores del norte y los exportadores del sur, comparada con la menor diferencia entre los polos exportadores e importadores de la economía mundial en la década del ’20, un resultado aún de la fuerte movilidad internacional de la fuerza de trabajo a comienzos del siglo XX que ayudaba a disminuir las diferencias salariales entre países. De esta manera, muchas de las mercancías que EE.UU. exportaba en los ’20 eran productos que sus consumidores comprarían. No es el caso de la China actual, donde buena parte de las mercancías son pensadas para la exportación a los mercados sofisticados de EE.UU. y Europa y no para el mercado local. Esta especialización plantea (…) el costo que implicaría reorientar la producción al mercado interno”. Junto a este obstáculo económico, hay otro político y social mayor que surge del actual esquema productivo que constriñe el crecimiento del ingreso de los hogares en beneficio de la elite exportadora de la costa y las grandes corporaciones estatales. Hung Ho-Fung plantea que “el desarrollo industrial de China desde mediados de la década del ’80 ha sido mucho más desequilibrado que el de Japón, Corea del Sur, o Taiwán. En los últimos veinte años, el gobierno chino concentró gran parte de la inversión en el sector urbano industrial, particularmente en las áreas costeras, mientras que las inversiones rurales y agrícolas iban a la zaga. Los bancos de propiedad del Estado también concentraron sus inversiones en el sector urbano-industrial (…) Esta preferencia por lo urbano emergió, al menos parcialmente, debido a la dominación de una poderosa elite urbana industrial de las zonas costeras del sur (…) Su creciente influencia aseguró más atención al aumento de la competitividad exportadora y el atractivo para las inversiones extranjeras, en vez del desarrollo agrícola. Las revueltas urbanas de 1989 –producto de la hiperinflación y el deterioro de las condiciones de vida en las grandes ciudades– sólo hizo que el partido-Estado estuviera más decidido en los ’90 a asegurar la prosperidad económica de las áreas metropolitanas a expensas del interior. El resultado fue un relativo estancamiento económico en el campo y una concomitante austeridad fiscal de parte de los gobiernos rurales locales. Desde 1990 en adelante, el deterioro de los ingresos agrícolas y la desaparición de las industrias rurales colectivas –las empresas distritales y de los pueblos (TVE, por sus siglas en inglés) que solían ser vibrantes generadores de empleos en las primeros etapas de la reforma de mercado– obligaron a la mayoría de los trabajadores jóvenes a emigrar a la ciudad, creando un círculo vicioso que ha precipitado una crisis social rural. El sector agrario no sólo fue descuidado, sino que ha sido explotado en apoyo del crecimiento urbano. El modelo de desarrollo urbano es, entonces, la fuente del prolongado e ‘ilimitado’ abastecimiento de mano de obra, y por lo tanto del estancamiento salarial, característico del milagro económico. Este modelo también explica el aumento en el superávit de la balanza de pagos, la fuente de su creciente poder financiero global. No obstante, los bajos salarios y los niveles de vida rurales que resultaron de esta estrategia, han limitado el mercado de consumo interno de China y profundizado su dependencia de la demanda de consumo del norte, que necesita cada vez más de una masiva financiación de China y otros exportadores asiáticos. Como estos exportadores fueron integrados a la maquinaria exportadora de China a través de la regionalización de las redes de producción industrial, las vulnerabilidades de la economía china se convirtieron en una debilidad de la región del este asiático de conjunto”.

La propaganda imperialista que propone desarrollar el mercado interno chino como solución a los desequilibrios de la economía mundial es sólo eso: propaganda. Como veremos más adelante, no es eso lo que busca la presión imperialista en China. Por el contrario, el desarrollo equilibrado y armónico del país, de sus zonas costeras y del interior, de la relación entre el campo y la ciudad, con un desarrollo ecológicamente sustentable, implica romper necesariamente con un modelo donde las inversiones, el comercio, las exportaciones, la financiación, la ubicación y las decisiones son efectuadas en función de las necesidades globales de las multinacionales, respaldadas por sus Estados imperialistas. La condición sine qua non para lograrlo es la ruptura con el imperialismo y con la elite de burgueses y burócratas restauracionistas de la región costera que dominan e influencian cada vez más el aparato del PCCH y están atados por uno y mil lazos al imperialismo. Esto no lo puede resolver ningún cambio ni reorientación pacífica de la burocracia central. Así lo prueba el fracaso de las tibias reformas de Hu Jintao –actual jefe de Estado y líder de la fracción “populista”, más ligado a las provincias del interior. Para reequilibrar el modelo de desarrollo ante los golpes de la crisis mundial y el chantaje de los sectores exportadores que exigían medidas para salvar su competitividad, saboteó mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores, no aplicó la Nueva Ley de Contrato Laboral –que incrementaba levemente las remuneraciones y hacía más difícil despedir– y frenó la apreciación controlada del yuan. Sólo una nueva revolución china podrá traer el bienestar y construir una nación para los 1.200 millones de chinos que la habitan.

Tesis XIV

Países imperialistas como Alemania y Japón fueron los que más sufrieron la caída de la actividad económica debido a la brutal contracción del comercio mundial, teniendo ambos una fuerte reducción de sus PBI. Los desequilibrios de su modelo, muy dependiente de las exportaciones, tienen como contrapartida una importante depresión de su mercado interno, vulnerabilidad que salió a la superficie en la crisis actual. Sin embargo, los dirigentes alemanes y las principales empresas multinacionales se niegan a resignar la ventaja de competitividad del capitalismo alemán. En los últimos años, la clave estuvo en el aumento de explotación de su propia clase obrera en base, fundamentalmente, a un incremento de plusvalía absoluta, mediante la precarización de su mercado de trabajo, la reducción de los beneficios sociales a los desocupados y la relocalización de sectores importantes del proceso de producción hacia Europa del Este. El Financial Times expresa que un CEO de Siemens, una empresa emblemática, dijo recientemente que: “Alemania emergerá de la crisis económica para ser la punta de lanza de una nueva oleada de industrialización. Por su parte, Peter löscher, presidente de uno de los grupos de ingeniería más grande de Europa, dijo que los programas de infraestructura lanzados a nivel mundial y el empuje por una modernización verde estimularían el crecimiento en el sector industrial. Dijo: ‘no hay duda de que veremos más y no menos industrialización como resultado de la actual crisis económica’. También apuntó a los que no ven con buenos ojos la dependencia alemana de las exportaciones respondiendo a la idea de que un giro hacia los servicios ayudaría a salir de la recesión: ‘Basta con echarle una mirada a España, que ha sido festejada como la máquina de creación de empleos de Europa’, dijo löscher y agregó que ‘el país ha resultado ser demasiado dependiente de la construcción y el turismo. Carece de un alto sector innovador que pueda ayudarla a salir de la recesión’” [42]. Ya antes, la canciller alemana, Angela Merkel, había sido taxativa: “La economía alemana descansa mucho en las exportaciones y esto no es algo que usted pueda cambiar en dos años. No es algo que nosotros aún queramos cambiar” [43].

La apuesta alemana a posicionarse ofensivamente podría resultar muy arriesgada, si la crisis se prolonga más de la cuenta o resulta en un crecimiento anémico o cuasi estancamiento por un largo período de la economía mundial, y este país queda solo esperando a que la recuperación de la demanda mundial le permita reasumir su crecimiento basado en las exportaciones. Aunque la existencia de un sector manufacturero muy competitivo y el superávit de cuenta corriente y fiscal eran (y son) vistos como un hándicap frente a los países que siguieron el modelo anglosajón (que estuvieron, y están, en el epicentro de la debacle), la magnitud impensada de la crisis podría hacer ver en los desequilibrios externos e internos, un craso error de cálculo de la elite alemana.

Sin embargo, las ventajas que podrían surgir de la debacle de sus competidores (sus malos negocios en el Este europeo y en especial la City de Londres, la banca suiza u holandesa –cuyos megabancos internacionales se convirtieron, luego de la división, en actores regionales– y secundariamente de otros centros financieros advenedizos como Austria, Suecia, Italia y Grecia) y la posibilidad de aprovechar su buena posición geográfica y comercial para dominar cualquier oportunidad de negocios que emerja de las ruinas de esta crisis en Europa Central y del Este, no amilana las ambiciones de esta burguesía imperialista.

En última instancia, la incógnita es si esta crisis con epicentro en Norteamérica arrastrará a todos sus competidores o si algunos serán capaces de sobrellevar el terrible ajuste que afectará a la economía mundial. Aunque por ahora prima en forma extrema la anarquía inherente al modo de producción capitalista y el sálvese quien pueda que agrava el colapso, la reestructuración capitalista que eventualmente podrá emerger de la crisis, sólo tendrá lugar en torno a los capitales y Estados que hayan salido más sólidos de la debacle. Esto nos lleva al siguiente capítulo ya que muchas de estas cuestiones se derivarán del juego de fuerzas en la arena internacional, y fundamentalmente, de las respuestas de la lucha de clases.

Lo que sí podemos afirmar es que el capitalismo entra en un largo período de incertidumbre, en el que no puede restablecer el modelo neoliberal en todo su esplendor ni tampoco volver a alcanzar fácilmente un nuevo equilibrio. La posibilidad de enfrentamientos sociales agudos y fuertes tensiones geopolíticas está inscripta en el período que se abre.

La crisis y las tensiones en el sistema interestatal

Tesis XV

La existencia de una división política transatlántica, especialmente entre EE.UU. y Alemania, en relación a cómo actuar frente a la crisis mundial es cada vez más evidente. Una manifestación especialmente virulenta fue el ataque de la canciller alemana a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra, a propósito de sus medidas de imprimir billetes sin respaldo (quantitative easing) para proveer liquidez al sistema financiero y frenar las presiones deflacionistas, ante la ineficacia de la política monetaria con tasas de interés cercanas a cero. “Debemos volver a unos bancos centrales con una política independiente y sensata”, declaraba el 2/6 Angela Merkel. “De otra forma podríamos encontrarnos en diez años en una situación como la actual” [44]. La canciller también acusó al BCE de “doblegarse a la presión internacional” cuando decidió comprar hace unas semanas €60.000 millones en cédulas hipotecarias, pese a que uno de los principales beneficiarios de la medida eran los propios bancos alemanes.

¿Qué hay detrás de este enfrentamiento? La lista de roces y tensiones no es desdeñable y marca el periodo más bajo de relaciones entre los dos países desde la oposición del gobierno de Gerhard Schroeder a la guerra de Irak en 2002-2003:

• Las necesidades de EE.UU. de utilizar el G20 en vez del G8, para poder incorporar a China, de quien depende como fuente de financiamiento, no fueron bien vistas por Alemania que consideraba que hubiera tenido más influencia en el G8, aunque finalmente debió amoldarse al reclamo norteamericano.

• La renuencia y los obstáculos que puso EE.UU. a la venta de Opel y su posterior vuelta atrás, sobre todo si se tiene en cuenta que el gobierno norteamericano tiene una participación mayoritaria en la compañía. Esta disputa es empujada por la lucha por los mercados y por intereses geopolíticos. La emergencia de una Nueva Opel independiente hubiera traído a la industria automotriz norteamericana la pérdida de una posición de avanzada en el mercado europeo. Además, el acuerdo con la canadiense Magna y el banco ruso Sberbank hubiera dado a la industria automotriz alemana un puente hacia el mercado ruso. Por otra parte, la subdesarrollada industria rusa del automóvil hubiera ganado un acceso a un knowhow técnico que necesita urgentemente. No por casualidad el plan era respaldado por el gobierno ruso. La planificada transferencia de tecnología a Rusia fue uno de los factores más importantes para que la GM decidiera abandonar la venta a Magna. Con todo, esta no es la única disputa empresarial: así lo muestran los continuos roces entre Airbus y Boeing.

• Los dirigentes alemanes consideran que la responsabilidad de la crisis hay que buscarla en las políticas monetarias expansivas de la FED, bajo dirección de Alan Greenspan, que incentivaron una burbuja en los precios de los activos e impulsaron un excesivo apalancamiento de deuda, dentro y fuera del sistema financiero. Esta realidad volvió a los políticos alemanes más reacios a aceptar los consejos de sus socios anglosajones cuyos modelos han mostrado enormes vulnerabilidades.

• Más ofensivamente, la elite alemana ve en lo planteado en el punto anterior la posibilidad de golpear la supremacía de Wall Street y la City de Londres. Pese a su fortaleza exportadora, el centro financiero de Frankfurt nunca estuvo a la altura de competir con Londres o Nueva York y quiere utilizar “esta ventana de oportunidad” para regular las finanzas anglosajonas. Los políticos alemanes esperaban que Obama adoptara un rol más modesto en este plano, y de plena cooperación con Europa. Pero estas ilusiones se vieron frustradas rápidamente con las increíbles sumas puestas por la nueva Administración para salvar a Wall Street y evitar una reorganización profunda del sistema financiero.

• Estas sumas, a su vez, abren temores a que desencadenen, más adelante, una estampida inflacionaria, lo que traería consecuencias devastadoras para la industria exportadora alemana. Además, una devaluación de la tasa de cambio podría ayudar mucho a EE.UU. y a otros países a reducir sus importantes déficits de cuenta corriente, pero afectaría la recuperación económica en países con grandes superávits y tasa de cambio de libre flotación. Una devaluación del dólar y de la libra produciría una fuerte apreciación del euro, y aunque la economía alemana está mejor preparada para sobrellevarlo que el resto de sus socios comunitarios, lo está sólo hasta ciertos límites.

• A su vez, las fuertes divergencias en cómo lidiar con la crisis económica van acompañadas de serias diferencias en otros planos, desde cómo tratar con una Rusia reemergente geopolíticamente, la guerra en Afganistán o la cuestión de los presos de Guantánamo.

Todos estos elementos apuntan a un cambio de tendencia de largo plazo en las relaciones entre Alemania y EE.UU. Durante los 65 años que siguieron a la derrota del nazismo, la estrategia norteamericana en Europa fue la de evitar el ascenso de una fuerte entidad política que pudiera bloquear sus intereses en la región. La emergencia de una poderosa Alemania buscando asegurar su liderazgo en Europa y con voluntad de hacer tratos con Rusia (de la que depende fuertemente en energía) no es el país complaciente al que EE.UU. estaba acostumbrado. Esto explica el intento de Washington de utilizar su alianza con Turquía –una potencia regional emergente que quiere ampliar su influencia en el Cáucaso, el Medio Oriente, Asia Central y los Balcanes–, para contener a Rusia; y el respaldo que le da a su pedido de admisión en la UE, cuestiones que son vistas por Berlín como un nuevo intento norteamericano para diluir la coherencia del bloque europeo.

Visto desde este ángulo, los roces entre Obama y Merkel representan un naciente cisma geopolítico, que será explotado por el Kremlin en sus disputas con EE.UU. Rusia intenta reasegurar su zona de influencia tras años de retroceso aprovechando el desgaste norteamericano después de la debacle en Irak, el complicado panorama en AfPak –el teatro de turbulencia de la guerra de Afganistán que cada vez más afecta a su vecina, Pakistán– y el affaire nuclear iraní, donde Rusia utiliza sus relaciones con Teherán para obtener garantías de EE.UU. o –en caso de no obtenerlas– azuzar el conflicto.

Esto no significa que EE.UU. y Alemania estén en un curso de colisión en la región. Hay importantes vínculos que unen a estos países desde la alianza de la OTAN o, en un plano más inmediato, la amenaza del terrorismo islámico. Pero la tensión en la relación expresa el giro de Alemania hacia una política más independiente y autónoma, tendencia que pronto se hará cada vez más evidente.

Tesis XVI

Si Alemania concentra las divergencias centrales entre EE.UU. y las principales potencias imperialistas, el otro gran foco a tener en cuenta en el terreno de las relaciones interestatales, es la relación de “complementariedad contradictoria” entre China y EE.UU., funcional en el último ciclo de crecimiento de la economía mundial pero que, en el nuevo contexto, estará sometida a fuertes tensiones. La necesidad de EE.UU. de que China siga financiando su déficit (que será grande, aunque menor en relación a la balanza comercial debido a la baja de las importaciones por la caída económica), el avance astronómico del déficit fiscal, y que su papel a nivel mundial como comprador en última instancia está terminado, debilita las bases objetivas de sus fuertes lazos en el período anterior y exacerba las contradicciones de la desigual relación entre ambos países.
En el próximo período, los intereses geoestratégicos de uno y otro pueden entrar en cortocircuito, por más muestras de deferencias hacia la dirigencia china que haya tenido la nueva Administración. Detrás de este maquillaje, el cortejo de EE.UU. a China y a la burocracia restauracionista de Beijing –con quien entabla un “diálogo estratégico”, iniciado durante la presidencia de Bush– tiene un doble objetivo. Defensivamente, evitar que China se alinee junto a Rusia en un bloque geopolítico o en el terreno económico, con Japón, si este país se decidiese o necesitase romper su rol subordinado a EE.UU. como potencia imperialista [45] para salir de su profunda crisis. Ofensivamente, y más importante, buscar las vías para avanzar en la transformación de China en una semicolonia, liquidando los márgenes de autonomía estatal que este país tuvo en los últimos años, subordinarlo a sus intereses, a fin de encontrar un nuevo respiro para el capitalismo norteamericano en su disputa con las otras grandes potencias imperialistas.

Las visiones, interesadas o no, que ven en China a la nueva potencia hegemónica del siglo XXI o, más modestamente, como un nuevo imperialismo emergente ante el declinante EE.UU., pierden de vista lo esencial de la relación entre estos dos países: hay un abismo entre EE.UU. y China. Uno es un país imperialista, que, aun en decadencia sigue siendo la primera potencia mundial; el otro, pese a sus avances, es un país dependiente en ascenso, pero que no escapa a las contradicciones del desarrollo desigual y combinado en una economía mundial dominada por el imperialismo.

Pongamos en consideración esta última y crucial afirmación para ver hacia dónde se orienta la situación internacional en los próximos años o décadas. Nos vamos a apoyar en el corresponsal del diario La Vanguardia, Rafael Poch-de-Feliú, un observador agudo de la realidad (como ya demostró en sus 14 años en Rusia, durante la transición al capitalismo) y que viene de terminar una experiencia de 6 años en China. Veamos:

• El PBN per cápita de China lo ubica en el puesto mundial 109, por delante de Congo y Angola. “El asunto es bien simple: por mucho que se pregone que “ha superado” a Italia, Francia, etc., China no forma parte del grupo de los países más desarrollados. El país tampoco está a nivel de los países africanos, pero situarlo delante de Congo y Angola es tan legítimo –y engañoso– como colocarlo delante de Italia y Francia. La posición de China en la globalización es débil” [46].

• En China hay 135 millones de personas que viven con menos de un dólar diario (el 18% de los 750 millones que hay en el mundo en esa categoría) y 400 millones (más del 30% de la población) viven con menos de dos dólares diarios.

• Sus niveles en educación superior son cuatro veces inferiores a los de Europa, con el 20% de la población mundial, y la mayoría carece de asistencia médica.

• La situación es crítica a nivel medioambiental, en gran medida por el traslado de las industrias contaminantes de los países centrales a este país: “Por cada dólar que ingresa la fábrica global, China usa tres veces más energía que la media internacional, y diez veces más que Japón (...) China es el segundo emisor mundial de dióxido de carbono (...) el principal factor de calentamiento global; (...) el 29% de esas emisiones son resultado de productos que se consumen en EE.UU. (17%) y la Unión Europea (12%) (...) Dieciséis de las veinte ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en China. Una tercera parte del país sufre el efecto de la lluvia ácida. La mitad de las aguas en sus siete mayores ríos es prácticamente inutilizable (...) China es el principal emisor mundial de dióxido de azufre (...) a causa de su enorme consumo de carbón, un problema sin horizonte de solución, porque el 75% de la electricidad producida en China se consigue quemando carbón” [47]. “Las pérdidas medioambientales se estiman– según diversas fuentes– entre el 5 y el 20% del PBN en los últimos veinte años” [48].

• El fuerte peso y el rol de la penetración imperialista en el modelo exportador del comercio exterior y el intercambio desigual entre productos de diferentes niveles de sofisticación técnica, o la “comoditificación” de la producción manufacturera. Si se toma el abultado superávit comercial con respecto a EE.UU. se podría concluir que: “Aparentemente es como si los chinos estuvieran ganando la partida pero en realidad, no es así. La mitad de lo que exportan a EE.UU. lo producen multinacionales americanas instaladas en China en busca de competitividad y beneficios. La relación es muy desigual porque China ocupa segmentos muy desiguales de la división internacional del trabajo. Algunos se refieren a las ciudades fabriles chinas como los ‘nuevos Manchester del siglo XXI’. Nada más alejado de la realidad. Cuando Inglaterra era la ‘fábrica del mundo’, era también la economía dominante de aquel mundo, al que aportaba los productos más avanzados, lo que no es el caso de China. Por el contrario, EE.UU. está en el centro de ese nudo global (...) Según algunos autores, más que ‘fábrica del mundo’, China es el ‘taller de acabado con escaso valor añadido’ de esa fábrica (...) Como media (...) dos terceras partes del valor de los productos chinos es importado” [49]. El éxito exportador en productos textiles, calzado y electrónica de consumo está dominado por extranjeros y empresas de Hong Kong.

• Atraso tecnológico con respecto a las potencias imperialistas. Aunque las autoridades chinas están haciendo duros esfuerzos por potenciar la innovación y la alta tecnología es elocuente su distancia de los países centrales: “en las exportaciones de ‘alta tecnología’ (...) el protagonismo de las multinacionales es mayor: por encima del 80% de las exportaciones chinas en esa categoría es obra de empresas extranjeras (...) la esencia del I+D en China es adaptar los productos existentes al mercado local para hacerlos más atractivos para el gusto chino o adaptarlos a la tecnología china. Es así como las multinacionales han desarrollado una I+D para las relaciones públicas (“PRD”), consistente en establecer en China una presencia simbólica de investigación para agradar a los gobiernos locales, dejando la investigación avanzada fuera del país” [50].

• Los dos puntos anteriores evidencian que aunque la productividad del trabajo mejoró en los últimos años, existe una brecha abismal con respecto a las grandes potencias imperialistas.

• En relación al dominio de las compañías chinas en el mercado mundial, aunque en los últimos años China creó algunas empresas de punta (la sociedad de telecomunicaciones Huawei, el productor de línea blanca Haier o el fabricante de computadoras Lenovo –que compró la división de computadoras personales de IBM en 2004), no hay una sola compañía china en la lista de las quinientas multinacionales más grandes.

• La contrapartida al intento chino de potenciar su innovación y la alta tecnología fue el dominio creciente de su mercado por parte de las multinacionales extranjeras. “A diferencia de Japón, que logró su despegue comercial a partir de grandes empresas nacionales (...) el despegue de China está vinculado a empresas multinacionales extranjeras (...) Microsoft ocupa el 95% del mercado chino de sistemas operativos, Kodak por lo menos el 50% de los rollos fotográficos (Fuji tiene el 30% y la compañía china Lekai sólo un 15%), Motorola y Nokia responden por el 70% del mercado de teléfonos móviles y Cisco tiene el 60% del mercado de equipos de Internet. Según cifras del Departamento de Industria y Comercio chino, las multinacionales ocupan también una tercera parte de la producción en sectores industriales como el químico, farmacéutico, la maquinaria y la electrónica” [51].

• China se queda con un porcentaje mínimo del valor añadido, además de lo que paga por patentes. Algunos ejemplos: “En 2004 el volumen chino de exportación de ordenadores personales fue de 60.000 millones de dólares (…) Parece un enorme beneficio, pero no lo es, porque los componentes clave (pantallas, chips y software) benefician a Microsoft, Intel, AMD, Dell y HP, y no a China, que sólo gana, en componentes simples y ensamblaje, menos de un 5% del beneficio en todo el proceso de producción (…) alrededor del 20% de las ganancias de cada teléfono móvil, el 30% de cada ordenador y entre el 30 y el 40% de las máquinas numéricas fabricadas en China van a parar a inversores o dueños de patentes de EE.UU., la Unión Europea y otros países” [52].

Si tenemos en cuenta lo planteado anteriormente, la acumulación de reservas y de bonos del tesoro norteamericano (una mala inversión desde el punto de vista económico como puede verse actualmente por las debilidades del dólar norteamericano [53]), que ubica a China como el principal acreedor de EE.UU., podría ser entendida como una herramienta defensiva de China para imponer ciertas condiciones a EE.UU. para que éste le permita la entrada de productos al mercado norteamericano. A la vez, podría ser vista como una política de contención frente a EE.UU. que, desde comienzos de la década, considera a China como su “competidor estratégico” y que podría someterla a un embargo de transferencia tecnológica.

Aunque la situación de EE.UU. como principal nación deudora a nivel mundial, y su acreedor, China, tiene ciertos puntos de paralelismo con la relación entre Inglaterra (y las potencias europeas) y la potencia acreedora norteamericana después de la Primera Guerra Mundial y en los años ‘20, la analogía termina allí, sobre todo en cuanto a las perspectivas de China. Al abstraer este aspecto y poner equivocadamente en un segundo plano los términos centrales de la relación desigual entre ambos países, Nouriel Roubini equivoca el pronóstico y la dinámica de la situación en China y a nivel internacional, cuando afirma que “El siglo XIX fue dominado por el Imperio británico, el siglo XX por EE.UU. Nosotros ahora estaríamos entrando en el siglo Asiático, dominado por China y su moneda” [54]. Esta posición también se filtra en sectores de izquierda, como es el caso del recientemente fallecido Giovanni Arrighi.

Debemos cuidarnos de no creer ingenuamente la propaganda interesada de que China será la potencia hegemónica del siglo XXI. En China se refuerza esta idea por necesidades nacionalistas y por patriotismo; en EE.UU. y otros países occidentales para agrandar la amenaza, tanto en el plano geopolítico como económico. Ya sea para justificar el proteccionismo, ya sea para exigir un ordenamiento del gasto y endeudamiento interno (tal es el caso de Roubini que cada vez ve con mejores ojos a Geithner), repiten, de alguna manera lo que ocurría en los ‘80 con el armamento y las capacidades militares de la ex URSS, cuando todos los expertos sabían que eran muy inferiores a sus homólogas occidentales.

Aunque China en su avance restauracionista conserva un importante margen de autonomía estatal ante la dominación semicolonial imperialista (de ahí nuestra definición y caracterización de “país dependiente”), está sometida a las presiones (y obstáculos a su desarrollo) de todos los países que no han roto con el sistema mundial imperialista. Aunque realiza esfuerzos enormes para salir de este esquema de sometimiento en las condiciones de su industrialización, este es un límite difícil de franquear, como ha demostrado toda la historia del siglo XX.

En lo inmediato, el creciente avance de las multinacionales occidentales en su mercado interno, puede llevar a una política menos amigable frente al capital extranjero, no sólo en sectores estratégicos sino en el mercado de consumo, como muestra el rechazo a la adquisición de la más grande embotelladora de gaseosas por parte de Coca Cola o la utilización de legislación antimonopólica contra determinadas firmas occidentales. Parte de esto son, también, las nuevas políticas industriales proteccionistas, legislaciones sobre impuestos, para “nacionalizar” los beneficios de la ampliación del mercado interno, como la cláusula de “compre chino” incorporada en el plan de estímulo, que puede desatar represalias comerciales de los mercados de los países centrales. A su vez, el plan de estímulo ha ido acompañado de un avance en la estatización de ciertos sectores de la economía frente al temor según las autoridades de Beijing del surgimiento de su propia versión de los oligarcas rusos. Estos movimientos internos, se corresponden con una política exterior de búsqueda de acuerdos “multilaterales” que restrinjan al poder norteamericano, como muestra la reunión del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en Ekaterimburgo (Rusia), o su pertenencia al grupo de Shangai. En el terreno militar, una postura similar la ha llevado a armarse defensivamente para evitar una posible presión militar o guerra sobre su territorio.

Sin embargo, a mediano plazo, su dependencia del orden imperialista mundial y del mercado norteamericano (en particular cuando existe un achicamiento de la demanda global) es su talón de Aquiles, que puede ser aprovechado por EE.UU. y otras potencias imperialistas para exigirle condiciones de apertura de su mercado interno a la producción extranjera y en primer lugar de su sistema financiero. Algunos “abanderados del liberalismo y de los mercados abiertos” ya adelantan este programa. El editorialista del Financial Times, Martin Wolf, simulando un diálogo que Obama debería tener con Hu Jintao, escribió: “Lo que es posible que no entendáis es la rapidez con la que las democracias pueden cambiar su actitud, pasando de la mano tendida al puño cerrado. Si, durante el próximo año o dos, vuestro superávit por cuenta corriente explotase al alza, y sucediese lo mismo con nuestro déficit, nos resultaría imposible ignorarlo (…) Si se mantuviera la debilidad de la economía doméstica estadounidense y el alto índice de desempleo, al tiempo que se disparase nuestro déficit comercial –especialmente nuestro déficit bilateral con China–, la presión para ‘hacer algo’ se haría insoportable. Tendría que considerar el tipo de medidas que tomó Richard Nixon en 1971. Para forzar la revalorización de las divisas alemana y japonesa, amenazó con una sobretasa de importación del 10%. Con gran pesar, podría verme obligado a hacer lo mismo. Expondría entonces que la determinación de China a evitar los ajustes necesarios en los tipos de cambio se había vuelto intolerable. EE.UU. tiene derecho a protegerse frente a ese mercantilismo. El sistema de comercio sufriría grandes daños, pero la alternativa no sería viable. ¿Habló Obama con semejante firmeza? Probablemente no. ¿Debería haberlo hecho? En mi opinión, sí. Ya hemos dedicado demasiado tiempo a discutir la política de tipo de cambio de China. Es hora de pasar a la acción” [55] .

Otro ejemplo es el comentario, también en el Financial Times, de Robert Aliber, profesor emérito de Economía y finanzas internacionales de la Universidad de Chicago, quien afirma: “La acumulación sin precedentes de Beijing de 2 billones dólares en títulos norteamericanos (1,4 billones de euros) es producto de su política de importar empleos beneficiándose a costa de los demás (beggar-thy-neighbour, es la expresión inglesa –N. de R). La subvaloración del renminbi (moneda china) tiene el mismo impacto que una tarifa de importación del 50 o 60%. El principal motivo para adoptar la política de un renminbi barato es la preocupación de Beijing de que el desempleo interno aumentará si la moneda se fortalece (…) Las grandes tenencias chinas de títulos estadounidenses han aumentado su influencia política y la han puesto en posición de comentar sobre las tasas de interés y el déficit fiscal de EE.UU. (...).

Los norteamericanos han sido pacientes –demasiado pacientes– al aceptar la pérdida de varios millones de trabajos manufactureros debido a la determinación de China de perseguir políticas mercantilistas sin sentido (...) EE.UU. puede ayudar a que China haga los ajustes necesarios para reducir el desequilibro adoptando una tarifa uniforme de un 10% para todas las importaciones chinas, basadas en su valor al ingresar en EE.UU. Seis meses después del establecimiento de esta tarifa, la tasa aumentaría en un punto porcentual por mes hasta que los excedentes comerciales chinos con EE.UU. se reduzcan a 5.000 millones de dólares por mes. El precedente es claro. En agosto de 1971 EE.UU. adoptó una tarifa de un 10% en las importaciones sujetas a derechos arancelarios para inducir a Japón y varios países europeos a permitir la flotación de sus monedas. La medida cumplió rápidamente su objetivo –los países europeos dejaron de atar sus monedas inmediatamente y los japoneses permitieron que el yen flotara una semana más tarde. La tarifa fue eliminada luego de dos meses (...) No debería llevarles mucho tiempo a los chinos aprender que son mucho más dependientes del acceso al mercado estadounidense de lo que los estadounidenses lo son de las mercancías chinas. Prácticamente casi todas las mercancías que EE.UU. importa de China podrían ser obtenidas en casa o en Indonesia, las Filipinas o Corea del Sur. A China le resultaría difícil encontrar otros mercados extranjeros para los bienes que no vende en EE.UU. (...) Tal iniciativa de la administración de Obama sería mucho más importante como medida para la creación de empleos que cualquier otra” [56]. Otros analistas aún más extremos dicen una verdad que muchos marxistas evolutivos olvidan: “Está de moda hablar de EE.UU. como el suplicante. Esto es malinterpretar el balance estratégico. Washington puede poner a China de rodillas en cualquier momento cerrando los mercados. Aquí no hay simetría. Cualquier movimiento de parte de Beijing para liquidar su participación en el Tesoro estadounidense podría ser neutralizado –en una situación extrema– mediante el control de capitales. Estados soberanos bien armados pueden hacer lo que quieren.

Si lo provocan, EE.UU. tiene la profundidad económica para replegarse a una situación cercana a la autarquía (con el NAFTA) y reequipar sus industrias detrás de las barreras aduaneras –como hizo Gran Bretaña en la década del ‘30 bajo la Preferencia Imperial. En tales circunstancias, China colapsaría. Las estatuas de Mao serían derribadas por disturbios en las calles” [57]. Presiones estatales como éstas se incrementarán si la política de seducción no tiene resultados [58], a medida que la recuperación haga aumentar nuevamente los desequilibrios, esto es, el déficit del comercio exterior norteamericano en un marco de aumento y persistencia de un desempleo de masas en la principal potencia imperialista mundial.
En la década del ‘80 un imperialismo japonés ascendente fue parado en seco por esta presión norteamericana, a la que debió amoldarse, carente de un espacio vital propio como imperialismo, lo que constituye la base de su retroceso y estancamiento como potencia. En otro plano, esto también le sucedió más atrás en el siglo pasado a países más débiles pero en ese entonces dependientes como Argentina. Durante el llamado régimen agroexportador a principios del siglo XX, este país era considerado la quinta economía mundial, y debió doblegarse en medio de la Gran Depresión, frente a Inglaterra, a donde dirigía el grueso de su producción. Fue con el tratado del vasallaje, el pacto Roca-Runciman que Argentina se convirtió en una semicolonia británica a cambio de que los ingleses no cerraran sus mercados a la producción agrícola-ganadera argentina.
¿Qué forma tendrá, a pesar de todas las diferencias del caso y de aprovecharse aún de la debilidad hegemónica norteamericana, el pacto del vasallaje que la burocracia exportadora de la costa estará dispuesta a aceptar para mantener el grifo abierto de sus exportaciones al mercado norteamericano y europeo? En términos económicos es evidente que la inversión extranjera y las multinacionales se orientan hacia la captura de una parte sustancial del mercado interno aun cuando China siga sirviendo de plataforma de ensamblaje y exportación para firmas extranjeras. Este es el programa que ya adelanta el sector más neoliberal de la burocracia. Este implica un mayor control del capital imperialista sobre el sistema bancario y financiero, el dominio de los sectores altos y medios del mercado de bienes de consumo doméstico, la penetración en el sector de las telecomunicaciones aún bajo monopolio estatal y por último, ampliar su participación en el mercado cultural, de entretenimiento, publicidad y comercial. La presión imperialista busca acceder a la parte del león del proceso de acumulación capitalista chino, por medio del control del sistema bancario, lo que le permitiría al capital extranjero acceder a enormes sumas de ahorros internos, controlar el crédito a grandes, medianas y pequeñas empresas y más importante, financiar las inversiones de sus multinacionales con ahorros chinos. Esta presión no tiene nada que ver con crear un mercado de masas, que implicaría ingresos crecientes, es decir, una redistribución de la renta nacional a favor de millones de obreros y campesinos pobres. Por el contrario, el objetivo, es apuntar al sector más alto del mercado –la nueva burguesía y la creciente y extendida pequeña burguesía– como ya sucede con los cosméticos, los automóviles o la telefonía celular. Sin embargo, es probable que luego busquen bajar en la gama de productos de consumo, consiguiendo participación en el mercado de masas de los trabajadores en actividad y los asalariados de las regiones interiores y costeras. En el plano político, tal vez sería a cambio de tomar en cuenta las preocupaciones de soberanía china en Tibet y Taiwán. Como dice Hung Ho-Fung: “El establishment anglosajón recientemente se ha vuelto más respetuoso de sus socios asiáticos, invitando a China para que se vuelva un ‘accionista’ en el orden mundial ‘Chinamericano’, o ‘G2’. Lo que quieren decir es que China no debería hacer olas, sino continuar ayudando a mantener el dominio económico norteamericano (a cambio, quizá, de mayor consideración por las preocupaciones de Beijín sobre el Tíbet y Taiwán” [59]. Sin embargo, esto último no está garantizado ya que el imperialismo también podría aumentar, en un juego de pinzas, la presión económica junto a la político militar.

La burocracia restauracionista ya intenta avanzar por este camino, sobre todo con la inclusión del derecho de propiedad en el campo. Algunos analistas prevén que este puede ir adquiriendo un carácter más concreto si se generalizan las experiencias piloto de garantizar el derecho a los campesinos a hipotecar sus tierras. Se crearía un mercado de tierras, se permitiría la transferencia o venta de sus derechos sobre la tierra agrícola a grandes empresas productoras de alimentos, con alto nivel tecnológico, de capital extranjero o directamente de propiedad trasnacional. Si esta transformación de la tenencia de la tierra se generaliza, cuestión central que diferencia a China de países semicoloniales con gran población agrícola como Brasil, India, Indonesia o México y que ha evitado a su vez la miseria rural y la “favelización” de las grandes metrópolis, el retroceso social podría ser brutal.

De avanzar todas estas medidas, quizás China, el mayor y más extraordinario de los “milagros” efímeros que se han dado en la época del capitalismo imperialista, podría ser condenada a “una época de crisis y latinoamericanización”, si no rompe su dependencia con el imperialismo. La crisis mundial y los escenarios a corto y mediano plazo que se perfilan pueden liquidar una de las últimas conquistas que aún quedan de la revolución, en relación al campo, el problema del reparto de la tierra.
Esta serie de contrarreformas podría asentar históricamente el proceso de restauración y transformar cualitativamente el carácter “capitalista en construcción” de la actual formación social china, avanzando categóricamente hacia su semicolonización. Estos procesos romperían el frágil equilibrio social de China mantenido en forma arcaica por el PCCh. No sería una perspectiva pacífica y llevaría a China a un nuevo ciclo de lucha de clases –y hasta la guerra civil– en la ciudad y el campo, ligados entre sí por millones de trabajadores migrantes, una realidad que ya conoció este país, en los dos últimos siglos de su historia, pero con implicaciones impensadas por la importancia actual de China para el sistema mundial.

Deflación salarial, inflación, recortes presupuestarios y alta desocupación durable: el escenario que viene para los trabajadores

Tesis XVII

La transición de la configuración caótica actual a un nuevo equilibrio capitalista dependerá de los distintos juegos de fuerzas en la política internacional, y de la resistencia de los trabajadores y sectores populares a la brutal reestructuración capitalista que hace prever la salida de la crisis. En estos momentos, lo que prima es un avance de la desocupación y una brutal deflación salarial, en la medida en que las compañías utilizan agresivamente estos medios para bajar los costos. Esta situación es aguda en los países de la periferia capitalista más golpeados por la crisis como Europa Central y del Este, pero se extiende cada vez más a los países centrales.

En EE.UU. donde el movimiento obrero es más débil sindicalmente y viene de años de retroceso, las bajas salariales de 5, 15 o 20% son moneda corriente. En las automotrices, los sindicatos de Chrysler y General Motors aceptaron importantes reducciones de salarios para alinearlos con sus competidores asiáticos instalados en EE.UU. En la industria del transporte de mercancías o en los periódicos se vive una aguda crisis. Pero los recortes salariales no se limitan al sector privado: los trabajadores de los municipios o de los Estados con déficit presupuestario son invitados a no trabajar un día por semana o por mes, sin pago. La necesidad de un ajuste en los Estados y municipios puede llevar a duros enfrentamientos con el sindicato de trabajadores públicos, el único sector sindical que se fortaleció en estos años frente a la declinación de la participación sindical en los sectores industriales.

La magnitud del ajuste que viene es tal que un analista dice: “Si la gran Norteamérica empresarial se sale con la suya, todo, absolutamente todo, desde parquímetros, zoológicos y aeropuertos hasta carreteras y agua potable, va a ser privatizado (...) La venta a precios de saldo viene estimulada por una insuficiencia sin precedentes de los ingresos de los gobiernos estatales y locales” [60]. La crisis ya ha transformado el sueño americano en lo que respecta al acceso a la comida: en 2008, 49 millones de estadounidenses no tuvieron alimentos suficientes, según informa una agencia estatal. El mismo informe dice que la mitad de los menores de edad tendrán en algún momento que depender de la asistencia federal para comer.

En Europa, donde el movimiento obrero está más organizado y con más tradición de lucha, la tendencia a la rebaja salarial se está extendiendo. El gobierno irlandés fue el primero de Europa Occidental en recurrir a todas las herramientas a su disposición para evitar la ominosa perspectiva de la suspensión de pagos. Para evitar que el déficit público crezca a un 12% del PBI el próximo año, aplicó una rebaja salarial a los empleados estatales, convirtiéndose en el primer país de la Eurozona que utiliza la deflación salarial al estilo de la Gran Depresión para restaurar competitividad. En el primer semestre de 2009, el Primer Ministro, Brian Cowen redujo, sin acuerdo con los sindicatos, más de un 7% las remuneraciones de los empleados públicos por la vía de una transferencia destinada a financiar las jubilaciones. Antes de fin año aplicó un nuevo ajuste en el presupuesto 2010 disminuyendo un 5% el salario de las categorías más bajas de la administración pública, reduciendo beneficios a los desocupados y a los niños, entre otras medidas. Todavía se espera más para el presupuesto 2011.

Pero la práctica de la “deflación salarial” comienza a generalizarse en las firmas privadas. En Suecia, el sindicato IF Metall firmó un acuerdo con las patronales para reducir el tiempo de trabajo con bajas de salarios de un 20%. Scania negocia una reducción de cuatro días para sus 12.000 empleados con un 10% de reducción salarial. En España, en una situación “extremadamente difícil”, justifica Prisa, el editor del diario El País, se anunció que habría una rebaja del 8% a sus “cuadros” que ganan más de 100.000 euros al año. Estos son algunos ejemplos de cómo las empresas buscan reducir su masa salarial y chantajean, en caso de que no se acepte, con la dimisión lisa y llana. Así pasó en Osram, la filial de Siemens en Francia.

Un caso paradigmático ha sido el de British Airways. A mediados de junio, su gerente ejecutivo, argumentando que la empresa está en un “batalla por sobrevivir” instó a sus empleados a trabajar entre una semana o un mes gratis. Posteriormente, ante el llamado a la huelga de los pilotos para Navidad, un juez de la alta corte consideró a pedido de la empresa la huelga ilegal, lo que es una intromisión política deliberada de la justicia en los derechos básicos de los trabajadores. Ambas medidas muestran que las patronales no renuncian a nada para que la crisis la paguen los trabajadores. Aunque en Latinoamérica la crisis ha sido, por ahora, más leve, comienzan a verse este tipo de movimientos, como muestra el ataque abierto al SME en México. El desempleo y la deflación salarial constituyen las formas centrales del ataque. Pero no hay que descartar que si eventualmente se logran detener las tendencias deflacionarias, lo que pueda venir sea el crecimiento inflacionario. En realidad, a mediano plazo, ambos escenarios probablemente se combinen, debido a la acumulación de enormes déficits presupuestarios. Para 2010, la OCDE prevé que alcanzarán el 7% del PBI en la zona euro y el 12% en EE.UU. Para reabsorberlos, los gobiernos reducirán los presupuestos sociales (despido y/o rebaja de sueldos de los empleados públicos, rebaja y alargamiento de la edad jubilatoria, recorte de los beneficios de la salud, etc.) y eventualmente tolerarán la inflación. A su vez, la inflación puede plantear un problema para la competitividad si algunos países pueden tener recurso a ella y otros no. Es el caso de la zona euro, donde no existe por definición la posibilidad de ajustar por devaluación, lo que ya está empujando o va a empujar a fuertes presiones a la deflación salarial para ganar competitividad. Esto ya puede anticiparse en el Estado Español por la crisis de su modelo productivo basado en el ladrillo.

Dos elementos son ciertos en el escenario que se perfila: habrá un alto nivel de déficit públicos, pero también una tasa alta y durable de desocupación. Para que el capitalismo vuelva a su equilibrio es central restablecer la rentabilidad. El largo período de salida de la crisis (si esta no se agrava aún más, como en dos de los escenarios que hemos planteado) incluye ataques más duros al nivel de vida de los asalariados. El capitalismo, como mostró la salida a la crisis de acumulación de los ’70, no conoce otra salida parcial que una reacción en toda la línea sobre las condiciones de vida y de reproducción de la fuerza de trabajo. Esto lo dice sin tapujos una misión reciente del FMI en un informe sobre las políticas aplicadas en la zona euro: “Las reformas establecidas en la Agenda de Lisboa dieron resultados, pero sigue siendo fundamental intensificar las reformas estructurales (...) las medidas adoptadas para favorecer una jornada laboral más corta y aumentar las prestaciones sociales –aunque fueron importantes para apoyar los ingresos y mantener a la mano de obra ligada al mercado de trabajo– deberían incorporar la posibilidad de poder revertirlas”.

Tesis XVIII

En este marco de exacerbación de las tensiones sociales, las soluciones demagógicas soberanistas o neoproteccionistas, podrían desarrollarse e incluso contaminar a ciertos sectores de izquierda. Es fundamental que los revolucionarios nos preparemos contra este programa reaccionario que no ofrece ninguna salida a los males del capitalismo. La visión que plantea que las deslocalizaciones son la única causa de las penurias de los trabajadores, tiene dos problemas graves. Por un lado, está equivocada empíricamente. Michel Husson, en su debate con los argumentos neoproteccionistas de Jacques Sapir demuestra que “la degradación del salario en relación a la productividad es una tendencia muy regular desde 1982 (se refiere a EE.UU. –NdR). Pero no se frena en ningún caso cuando se produce un restablecimiento del saldo comercial entre 1987 y 1997 y no se acelera tampoco a partir de 1998 por la profundización del déficit, como debería ser el caso si, como sostiene Sapir, la compresión salarial fuera ‘en gran medida debida a la aceleración del impacto del libre cambio (…) a partir de la crisis de 1998’ que es considerada por Sapir una ‘nueva inflexión muy significativa’ en relación al desarrollo de esta tendencia”. Más importante aún, con respecto a las deslocalizaciones como razón exclusiva de la regresión social dice que: “No hay que apuntar tanto a los países como al tipo de división del trabajo instituido por las multinacionales” [61].

Es fundamental combatir desde temprano contra estas ideas para no caer en la trampa que tiende a convertir en adversarios entre sí a las trabajadoras y trabajadores de los diferentes países, ya sea bajo la forma de un nuevo proteccionismo de los países imperialistas contra China u otros países dependientes o semicoloniales, o en el seno de la UE contra los recién llegados países de Europa Central y del Este.

Tesis XIX

Lo novedoso de esta crisis, y expresión de su profundidad, es que estas recetas de ajuste usuales en los países semicoloniales frente a una crisis de la deuda pueden generalizarse en los países centrales, comenzando por los más afectados, como es el caso del Estado Español. Aunque todavía hay muchos paliativos para tratar de acolchonar el impacto de la brutal caída de la producción, la situación desde el punto de vista social no hará más que agravarse, también porque la burguesía querrá salir de la crisis descargándola sobre los trabajadores. Por eso, la salida a esta crisis histórica nos lleva a las dos alternativas, en el marco de la inutilidad de toda salida keynesiana: la deflación o la inflación o una combinación de ambas.

Ninguna de estas opciones es progresiva para la clase obrera. Al respecto, tienen una actualidad sorprendente las palabras de Trotsky cuando se refería a la burguesía francesa y la crisis de 1930, expresadas en el Programa de acción para Francia: “Para tratar de salir del caos en que ella misma ha sumergido al país, la burguesía francesa debe comenzar por resolver el problema monetario. Un sector de ésta quiere hacerlo mediante la inflación, es decir mediante la emisión de papel moneda, la devaluación de los salarios, el alza del costo de la vida, la expropiación de la pequeña burguesía; otro sector confía más en la deflación, o sea en la disminución del nivel económico de los trabajadores (rebaja de los salarios y sueldos), ampliación del desempleo, ruina de los pequeños productores agrarios y de la pequeña burguesía de las ciudades. Ambas alternativas significan más miseria para los explotados. Optar por uno u otro de estos métodos capitalistas equivaldría a elegir entre dos instrumentos con los que los explotadores se preparan para degollar a los trabajadores. El primer paso del plan de los capitalistas franceses consiste en una deflación brutal. Se despoja a los trabajadores del subsidio por desempleo; el seguro social está amenazado; se reducen los salarios. Los empleados públicos comienzan a sentirse afectados; los próximos serán los pequeños productores rurales. Esto no significa que mañana, si le conviene, la burguesía no vaya a emplear también el otro método: el de la inflación. La Alemania hitlerista es ejemplo de ello. ¡Los explotados deben oponerse vigorosamente a este plan de la burguesía!” [62]. Es fundamental preparar a los explotados para luchar contra cualquiera de estas dos variantes, haciendo fuerza material las demandas del Programa de Transición, único programa que presenta una alternativa a estas dos variantes burguesas para que los explotados no paguen con sacrificios y miseria el costo del actual caos capitalista.

La Gran Depresión y la crisis actual (Anexo)

En las tesis, hemos hecho hincapié en las diferentes respuestas de las autoridades actuales comparadas con las de los inicios de la Gran Depresión.

Debemos agregar algunos elementos estructurales: a diferencia de 1929, no existen las constricciones de un sistema monetario internacional donde estaba establecida la convertibilidad de las monedas al oro, lo que impedía el recurso a la expansión monetaria. La existencia de elementos contracíclicos como el subsidio de desempleo u otros en relación al ingreso de los hogares –muy debilitados después de años de ofensiva neoliberal pero aún existentes, aunque en forma desigual, en los países centrales, en particular Francia o Alemania– o el peso del gasto público en relación al PBI, juegan un rol estabilizador de la actividad, lo que no era el caso en 1929. Las contraprestaciones que aún perduran en los servicios de salud, el seguro de desempleo o la jubilación, para ciertas franjas de trabajadores, y que la burguesía, aprovechando la crisis, quiere liquidar (como muestra la bancarrota de GM y su intento de desembarazarse de toda una serie de derechos de los trabajadores y los pensionados), juegan, al menos en los primeros meses de la crisis económica, un papel de acolchonar los sufrimientos de las masas. En el sistema bancario, no había seguro de depósitos en aquel entonces, de modo que los ahorristas perdieron muchísimo dinero cuando se desató la primera oleada de quiebras de bancos a fines de 1930 en EE.UU., lo que luego se extendió a Europa y al resto del mundo en 1931, 1932 y 1933. Los bancos centrales hicieron poco, de hecho, para evitar estas bancarrotas.

Por último, pero no por eso menos importante, a nivel del sistema internacional, la crisis de 1929 era una crisis de la emergencia mundial de EE.UU. con respecto a la antigua potencia hegemónica, Inglaterra, y a la vez, una crisis europea, que marcaba la emergencia de Alemania frente a Francia, elementos que ya habían llevado a la Primera Guerra Mundial. Esta doble crisis y la rápida emergencia norteamericana tuvieron una gravitación esencial en la debacle económica de los ‘30. A diferencia de esta crisis, la actual es expresión de la descomposición de las bases de la hegemonía norteamericana sin que haya un sucesor a la vista. Tampoco existe fresco un acontecimiento fundacional para la organización y la subjetividad revolucionaria de las masas como fuera la Revolución Rusa de 1917, o la existencia de la ex URSS, que crecía mientras la economía mundial se desbarrancaba. Estos elementos pueden conceder un atenuante en la aceleración de la caída de EE.UU. y permite aventurar que la descomposición del viejo sistema será más lenta comparada con la Gran Depresión, que en la misma década desencadenó la Segunda Guerra Mundial, que resolvió la cuestión de la hegemonía norteamericana, gracias, a su vez, al papel jugado por el estalinismo que traicionó la revolución en Europa.

Por el contrario, actualmente, la transición a un nuevo equilibrio capitalista parece larga e incierta, y teñida en sus primeras fases por elementos de inercia del viejo sistema geopolítico y el enorme diferencial de EE.UU. versus cualquier otro polo de poder por un lado, como en el plano económico, debido a la relativa rigidez de la división internacional del trabajo instalada por la mundialización del capital productivo. Ante los golpes de la crisis, el período convulsivo que se abre puede dar tiempo para que madure una nueva y potente subjetividad revolucionaria luego de años de crisis de la subjetividad obrera, producto de la ofensiva neoliberal a la vez que las consecuencias negativas en la conciencia de los trabajadores de años de dominio estalinista y su posterior debacle.

 

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