El gobierno de Benjamín Netanyahu lanzó una nueva ofensiva contra el pueblo palestino, aprobando la construcción de 1.600 viviendas en Jerusalem oriental para instalar nuevos colonos judíos. La iniciativa significa la anexión formal de una zona históricamente árabe que las tropas sionistas ocuparon a sangre y fuego en junio de 1967, cuando tras la Guerra de los Seis Días ocuparon Cisjordania y la Franja de Gaza, arrebatándole a Egipto y a Siria el desierto del Sinaí y los Altos del Golán, respectivamente.
Sin embargo, la decisión generó la peor crisis diplomática con EE.UU. en 35 años, pues fue anunciada el mismo día que desembarcó el vicepresidente Joe Biden con el objeto de reactivar las alicaídas negociaciones de paz desde la conferencia de Annapolis, a fines de 2007. El “desliz” obligó al enviado de Obama para Medio Oriente, George Mitchell, a postergar su viaje y dividió a la comunidad judía norteamericana, a tal punto que el poderoso lobby sionista AIPAC condenó la reacción del gobierno norteamericano como “una distracción para no lidiar con el programa nuclear iraní” (Clarín, 16/3). Asimismo, el partido laborista amenazó abandonar la coalición de gobierno presidida por el Likud, en tanto el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, rechazó esas condiciones para volver a la mesa de negociaciones, a pesar de su política colaboracionista avalando el asedio de Gaza.
El asesor de Obama, David Axelrod sostuvo que el anuncio fue un “insulto”, mientras la secretaria de Estado Hillary Clinton señaló que el desacierto de Netanyahu “hace peligrar los intereses norteamericanos en todo Medio Oriente”, ya que el gobierno israelí debía demostrar “su compromiso a la alianza con EE.UU.”, dado que “esta es clave para la seguridad de Israel en una región hostil” (Clarín, 14/03). De todos modos, tanto Axelrod como Clinton afirmaron que “Israel es un aliado especial y fuerte” y sus lazos con EE.UU. son “durables y firmes”, certificando así el carácter de esa alianza estratégica (Página12, 15/03).
Evidentemente, la reacción norteamericana no responde a ningún interés altruista sobre el pueblo palestino sino a su crisis de hegemonía en Medio Oriente (con frentes abiertos en Irak, Afganistán y Pakistán), producto del unilateralismo impulsado por Bush, que paradójicamente terminó beneficiando a Irán como potencia emergente.
Así, Netanyahu se vio obligado a pedir disculpas por lo “inoportuno del anuncio” pero ratificó la aprobación del proyecto, asegurando que la construcción de las nuevas viviendas para los colonos “llevarán probablemente varios años”, mientras el secretario de Gabinete Tzvi Hauser declaró que “la ampliación de las colonias en Jerusalem oriental continuará en función de las necesidades” (Israel se disculpa por lo inoportuno del anuncio en plena visita de Biden, (www.rebelion.org, 12/3). Como acotaron los dirigentes del Likud, hace 42 años el Estado de Israel promueve la construcción de viviendas para colonos judíos en Jerusalem oriental con el financiamiento de EE.UU. Al mismo tiempo, Lula se reunió con el presidente israelí Shimón Peres con la intención de colaborar como “mediador”, equiparando el “derecho a la seguridad” de un Estado militarizado opresor con el “derecho humanitario” de los que sobreviven en Gaza (La Nación, 15/3).
Ni paz ni autodeterminación nacional
Cientos de activistas palestinos fueron reprimidos por manifestar contra la ofensiva de Netanyahu, que hasta obstaculiza el rezo de los musulmanes en la Explanada de las Mezquitas, el tercer sitio más sagrado para el Islam. Tal como denunció el grupo pacifista israelí Ir Amim, el “desliz” de Netanyahu responde a un plan para instalar 50.000 viviendas en Jerusalem oriental, arrasando los históricos barrios palestinos, en la perspectiva de nuevos asentamientos de colonos judíos en Cisjordania. Es más, apoyándose en la crisis económica internacional, la Agencia Judía promueve la emigración de miles de judíos de Inglaterra e India a las colonias de Cisjordania, sobre la base de la “Ley de Retorno”, la ley fundacional del Estado sionista que auspicia el “derecho inalienable” de los judíos a “volver” a “su tierra”, cercenando esa posibilidad a 4 millones de palestinos que permanecen en la diáspora. Esta orientación se complementa con el muro del Apartheid que obstaculiza las vías de comunicación entre las aldeas palestinas y expropia las tierras más fértiles con reservas de agua dulce, mientras mantiene el asedio sobre la Franja de Gaza, a pesar de la masacre de la operación Plomo Fundido, que entre diciembre de 2008 y enero de 2009 asesinó a más de 1.400 palestinos y destruyó gran parte de la infraestructura civil.
La experiencia histórica de los últimos 62 años (cuando fue fundado el Estado judío) demuestra que las genuinas aspiraciones de paz entre árabes y judíos se reducen a una mera ilusión en manos de los sionistas y el imperialismo, pues la vigencia de ese Estado colonialista y racista es incompatible con el legítimo derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino.
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