Muchos compañeros discuten si el rebote económico que se anuncia para el 2010 y que enlentece la crisis de los de arriba no cambia las tareas de los revolucionarios, e incluso si no se posterga la posibilidad de avanzar en hacer una izquierda de acción profundamente ligada al movimiento obrero. En el 2010 ¿se podrá transformar cada conflicto obrero en una gran batalla de clase como planteábamos en los apuntes militantes (I)? Empecemos por el principio, los Kirchner rescatan los bonos de la deuda pero ¿quién rescata a la burocracia sindical?
Aunque el rebote económico torne menos dramáticas en la coyuntura las contradicciones burguesas, y aunque las grandes masas tengan una actitud de presionar a los sindicatos para mantener el salario sin que se den grandes luchas independientes, hay, sin embargo, una contradicción que tiene el gobierno y todo el régimen político que es que su contención del movimiento obrero es ejercida por una burocracia cuyo amplio desprestigio entre los trabajadores va desde la profunda desconfianza hasta el odio abierto.
Simultáneamente esta burocracia, conciente de su rol de freno y con la fuerza que le da el ser la expresión deformada de grandes batallones obreros, ha adquirido una gran preeminencia en la escena política nacional, ya que ha cumplido un papel protagónico en el desvío de las jornadas revolucionarias de 2001. Frente a esto la burguesía se divide entre el gobierno que la tiene como su principal aliada y base de poder, y sectores de la burguesía que aunque la utilizan como mal menor quieren debilitarla.
Así, aunque en lo inmediato parezcan poderosos, los burócratas están entre dos fuegos. Sectores patronales que los quieren debilitar y una gran disconformidad en la base que con razón los considera en lo esencial agentes de la patronal y del estado burgués. Esta situación es el combustible de lo que la prensa ha denominado el “sindicalismo de base” como un fenómeno objetivo más allá de la intervención de la izquierda.
Aunque no salga en los grandes medios de comunicación, los que observamos y participamos de cerca en el movimiento obrero, desde hace mucho tiempo que no veíamos tanta cantidad de conflictos moleculares, casi diarios, donde las patronales quieren echar contratados y activistas, o se lucha por el salario, y donde se desarrollan múltiples resistencias basadas en el hecho de que los trabajadores opinan que los delegados independientes son su única garantía frente a la prepotencia patronal y de la propia burocracia. La patronal intenta permanentemente, apoyándose en la burocracia, liquidar este proceso pero lejos de cerrarlo termina fortaleciéndolo y expandiéndolo.
Es por eso que creemos que hay una oportunidad histórica, y que más allá de las coyunturas económicas y políticas, el movimiento obrero ha retomado una tendencia histórica a reconstruir sus organizaciones de base y sólo grandes derrotas de conjunto pueden liquidar este proceso.
La trampa de los ‘80
Quizá muchos de los nuevos compañeros no sepan que esta pelea entre las organizaciones de base de los trabajadores y las burocracias propatronales viene casi desde el inicio del sindicalismo peronista. Se inició en la gran huelga metalúrgica de 1954, nada menos contra el propio Perón, se continuó en la resistencia peronista entre el ’55 y el Cordobazo, se profundizó con el clasismo cordobés y en Villa Constitución en los ’70, y alcanzó su máxima expresión en la creación de las Coordinadoras Interfabriles que organizaban a centenares de fábricas en el gran Buenos Aires y que orientaban a decenas de miles de obreros en el Rodrigazo del ’75.
A pesar de la fuerte derrota que significó la dictadura -la cual liquidó aplastantemente más delegados obreros que combatientes guerrilleros- la tendencia al enfrentamiento entre las representaciones obreras en los lugares de trabajo y las burocracias sindicales estatizadas tendió a reaparecer en el gobierno de Alfonsín, y obligó al peronismo a hacer una renovación, no sólo de su personal político sino de los burócratas más colaboracionistas con los milicos. En aquel entonces, aunque la izquierda logró sentar posiciones en algunos sindicatos claves como en Sanidad Capital o en varias seccionales del poderoso sindicato de la Construcción, cometió el error histórico de adaptarse a esos burócratas “renovadores” y a no construir una verdadera alternativa clasista en el movimiento obrero, lo que dejó inerme a éste frente a la hiperinflación del fin del alfonsinismo y a las privatizaciones de la convertibilidad menemista.
Los que venimos del MAS sabemos que ese partido, que tenía mucho peso en decenas de internas, tuvo una política de unidad con sectores renovadores de la burocracia peronista y a la vez una estrategia creciente de alianza sindical y política con el PC completamente enfeudado a esa misma burocracia. El MAS estalló en mil pedazos al ser absolutamente incapaz, no digamos de triunfar sino de oponer una alternativa sólida frente al ataque de las privatizaciones de Menem. A tanto había llevado la claudicación de la izquierda que el Secretario General del MAS en el Congreso de 1990 -nosotros habíamos roto en 1988 y formado el PTS- al mismo tiempo que proponía un partido único con el PC reformista, afirmaba que los delegados telefónicos al Congreso representaban a 500 trabajadores del gremio que militaban en el partido. Sin embargo, cuando se hizo una asamblea para levantar el conflicto en un estadio con más de 5000 telefónicos sobre las privatizaciones, la dirección del MAS no consiguió ni uno solo que hablara y se opusiera de los 500 que había dicho tener como militantes…
No se trata de hacer un sindicalismo cualquiera
De lo que se trata hoy es de establecer una estrategia independiente –por supuesto sin rechazar por principio acuerdos tácticos con sectores disidentes de la burocracia o semiburocráticos. Parafraseando a Trotsky la tarea de los revolucionarios “no consiste en ganar influencia en los sindicatos tal cual son, sino en ganar a través de los sindicatos influencia en la mayoría de la clase obrera”. ¿Qué significa esto hoy?
En primer lugar, ser un polo alternativo en todos los procesos que interesan a las grandes masas de trabajadores, como están demostrando en las calles las internas de Kraft-Terrabussi y Pepsico, y el activismo de Stani-Cadbury en torno a las paritarias. En segundo lugar, siguiendo con el ejemplo anterior, tratar de organizar a decenas de fábricas de la alimentación, como ya comenzamos a hacer, y de todos los gremios a los que podamos llegar para que elijan delegados y se desarrolle el proceso del sindicalismo de base. Sin embargo, esto aunque esencial es completamente insuficiente, ya que el movimiento obrero necesita de una nueva ideología y de un programa político para triunfar.
Para esto son necesarios, no sólo encuentros de coordinación, como el que llama en la zona norte la interna de Kraft para el 17 de abril sino también desarrollar campañas políticas permanentes para demostrar lo que ha perdido el movimiento obrero cuando la dictadura le quebró la columna vertebral en los ’70 y luego con los sucesivos gobiernos democráticos que continuaron y profundizaron estos ataques, logrando conquistas burguesas como la flexibilidad laboral, las horas extras que reducen a una burla la jornada laboral de 8 horas, ya que no se puede llegar a cubrir las necesidades, con suerte, sino se trabaja 10 o 12; etc. Se trata de generar una corriente que saque la conclusión de que sólo se logrará quebrar la resistencia de las patronales y de su estado uniendo a la clase trabajadora, dividida entre los trabajadores en blanco, contratados y en negro; una división de la cual la burocracia fue y es la gran garante, y que constituye una de las bases para la supervivencia del peronismo como partido de la contención. Las campañas políticas como la que iniciaremos por una celebración obrera independiente del Primero de Mayo o los boletines por gremios de las agrupaciones que han comenzado a editarse, son un instrumento indispensable para combatir las ilusiones de la “miseria de lo posible” que encarnan el gobierno kirchnerista y las distintas variantes de la centroizquierda.
Sin embargo, la pregunta central es la del principio: ¿es posible en la coyuntura actual avanzar cualitativamente en la construcción de un partido que esté a la altura de los ataques de las patronales y que lo pueda demostrar en la acción generando una renovada confianza de los trabajadores en su fuerza de clase y provocando saltos cualitativos en el proceso que se está desarrollando en la actualidad? Por las razones que dimos, debilidad de la burocracia e incapacidad de la burguesía de conseguir el consenso de una nueva clase trabajadora con centenares de miles de jóvenes, y por la decadencia general en la que se encuentra sumergido el régimen burgués, creemos que esto sigue siendo no sólo una tarea deseable sino posible.
Construir esa tendencia clasista en la clase trabajadora, así como establecer fracciones aliadas en el movimiento estudiantil universitario, secundario y terciario, hacer acuerdos con los movimientos de desocupados, etc. constituyen la única vía para avanzar hoy en construir un partido leninista de vanguardia.
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