Las últimas décadas estuvieron caracterizadas por la ofensiva burguesa sobre el trabajo, sobre los países semicoloniales y sobre los ex estados obreros burocratizados. Esta fue la respuesta del capital al período convulsivo abierto en los ’70. Esta década estuvo marcada por la crisis de acumulación capitalista después del boom de la posguerra, la emergencia de potencias competidoras como Alemania y Japón y el ascenso obrero y popular del ‘68/’81, en los países centrales y, en forma más aguda en la periferia, que socavaron la relativa estabilidad del Orden de Yalta, hegemonizado por EE.UU., cuestionando las bases de su dominio. Este período marcó el fin de la llamada “hegemonía benevolente” del imperialismo norteamericano y lo obligó a éste a pasar a la contraofensiva para prevenir una muy rápida erosión de su poder, tanto en la arena económica como en el terreno militar. Como resultado de esta reacción imperialista, Estados Unidos logró enlentecer los ritmos de su decadencia, alcanzando una recomposición relativa de la hegemonía. Esta política que se inició con Reagan en la década de los ’80 tuvo su punto más alto en la década del ’90 donde la debacle de la URSS y su reafirmación como potencia triunfante de la guerra fría le permitió crear el espejismo de un dominio indisputado sobre el mundo, ocultando y aminorando las contradicciones de su dominio. El reforzamiento de la ofensiva liberal y la extensión del capital a nuevas áreas geográficas antes vedadas para su explotación llegó a un triunfalismo burgués desenfrenado, dando lugar a una década de prosperidad y renovada confianza capitalista.
El fin de la década de los ’90 marcó un punto de inflexión con respecto a la situación de las décadas precedentes. La apertura de este nuevo período en la situación internacional, es el resultado de los siguientes factores:
1) El fin del boom de la economía norteamericana de fines de los ’90 y a nivel más general, el desarrollo de las contradicciones inherentes a la mayor internacionalización del capital y de un importante desequilibrio en la economía mundial, que se había anunciado en la crisis asiática de 1997-99.
2) Un cambio significativo en la política exterior del imperialismo norteamericano que siguió a los atentados del 11-9 hacia una orientación ofensiva tendiente a generar las condiciones para reafirmar el dominio norteamericano sobre el mundo, lo que ha llevado a debilitar instituciones internacionales como la ONU, y a redefinir el rol de otras como la OTAN, poniendo en cuestión el sistema que desde la segunda postguerra rige en líneas generales las relaciones internacionales.
3) Como consecuencia de lo anterior, estamos presenciando un desarrollo sin precedentes en los últimos años de las tensiones interestatales entre las grandes potencias, fundamentalmente entre Estados Unidos por un lado y Francia y Alemania por otro, que alcanzaron niveles importantes previo a la guerra norteamericana contra Irak y que muestran un punto de falla en las relaciones internacionales que seguirá actuando a largo plazo, independientemente de las distintas coyunturas de mayor cooperación o diálogo o de mayor enfrentamiento por las que atraviesen estas relaciones. En el corto plazo, la crisis que se ha abierto en el proyecto de la Unión Europea tras el triunfo del NO en el plebiscito sobre la Constitución Europea en Francia y en otros países, es un handicap a favor de Estados Unidos.
4) Una recuperación lenta pero sostenida del movimiento de masas luego del retroceso de casi dos décadas que implicó la ofensiva neoliberal, el impacto de la restauración capitalista en curso y el profundo retroceso en la conciencia de clase y la organización independiente del proletariado. La huelga de los empleados públicos franceses en 1995 marcó un punto de inflexión en un proceso de reversión ideológico-político del derrotismo de los años precedentes. A la emergencia de aliados del proletariado, como sectores juveniles anticapitalistas principalmente en los países centrales, campesinos, etc. que se venía desarrollando, se incorporó como un elemento de importancia la tendencia a la acción directa en América Latina y una creciente actividad del movimiento obrero. Esta lenta recuperación de sectores avanzados del movimiento de masas se da en el marco de una creciente polarización social y política a izquierda y derecha, lo que puede estar preanunciando el desarrollo de acontecimientos más convulsivos allí donde las contradicciones son más agudas, como ya lo viene anticipando el proceso revolucionario abierto en Bolivia en octubre de 2003, y que alcanzó un nuevo pico en junio de 2005.
Desde el punto de vista de la situación internacional, lo más dinámico es la pérdida de legitimidad del dominio norteamericano y el intento de Estados Unidos de redefinir un orden mundial según sus intereses nacionales.
Si bien la decadencia de la hegemonía norteamericana es un elemento histórico, que comenzó a mediados de la década del ’70 con la derrota de Estados Unidos en Vietnam, y seguirá actuando en el largo plazo, este proceso se ha acelerado después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, precipitando el giro del gobierno de Bush hacia una política exterior más unilateral y guerrerista. La oposición a la guerra de Irak de potencias imperialistas como Francia y Alemania, de gobiernos semicoloniales y del movimiento de masas a nivel mundial, puso de manifiesto crudamente la polarización que genera esta política ofensiva.
Estamos atravesando un período en el que Estados Unidos sigue siendo la principal potencia imperialista, pero su dominio no es aceptado pasivamente sino que, por el contrario, es cada vez más cuestionado o resistido por distintos actores que se fueron perfilando en el curso de la última década. Su creciente militarismo es una muestra de debilidad y no de un dominio indiscutido, una muestra de su pérdida de consenso y la necesidad de apelar a métodos más brutales para sostener su hegemonía a nivel mundial.
Este es el principal elemento por el cual desde nuestro punto de vista se ha abierto una etapa preparatoria, en la que a diferencia de los años precedentes de incesante ofensiva burguesa y derrotas importantes del movimiento obrero y de masas, se combinan golpes reaccionarios como la guerra contra Irak con una tendencia a una mayor resistencia del movimiento de masas y a una incipiente recomposición de la subjetividad proletaria, aunque la lucha de clases no sea lo que predomine.
El inicio de este nuevo siglo, signado por la decadencia de la hegemonía del imperialismo norteamericano, los conflictos entre las potencias imperialistas, el creciente militarismo, la polarización social y la lenta emergencia del movimiento de masas, plantea la necesidad de avanzar en un programa revolucionario que esté a la altura de los próximos combates de los oprimidos en el período que se abre.
|