En memoria de Carlo Giuliano, manifestante asesinado por la policía italiana hace nueve años, el 20 de julio de 2001, durante las protestas contra el G8 de Génova.
Después de haber logrado un acuerdo, mediante la colaboración de los sindicatos CISL y UIL, que pone en serio peligro el viejo Contrato Nacional de Trabajo, Confindustria, la patronal italiana, intentó ir más lejos aun en términos de ataque directo al proletariado. De aquel aspecto se hizo cargo Sergio Marchionne, dirigente de Fiat, el principal grupo italiano, presentado por los medios como el “empresario progresista” por excelencia y que, como buena parte de los sectores más concentrados del capital italiano, no respalda el berlusconismo. Los conejillos de indias de aquel nuevo experimento del capitalismo italiano habían de ser los obreros de la planta Fiat de Pomigliano d’Arco, cerca de Nápoles. La patronal preveía que el chantaje iba a ser tanto más efectivo cuanto que la fábrica está ubicada en la periferia de Nápoles, una zona económicamente muy deprimida y atravesada por fuertes tensiones sociales.
La “propuesta” de Marchionne era bastante simple, y la hizo directamente a los obreros, sometiéndola a un referéndum interno el 22 de junio: “repatrío la producción de la Fiat Panda de la planta de Tichy en Polonia a Pomigliano e invierto 750 millones de euro. Con esto les garantizo trabajo mientras que en este momento podrían conocer la misma suerte que sus colegas metalmecánicos de la planta de Termini Imerese en Sicilia que cerrará definitivamente en 2012. En cambio ustedes se pliegan a todas nuestras exigencias entre las cuales la reorganización de los turnos de trabajo, horas extras impuestas, recorte de las pausas y restricción del derecho de huelga”. En síntesis, “trabajo a cambio de condiciones de trabajo polacas”.
Marchionne pensaba lograr una aplastante victoria en el referéndum a pesar de la oposición del sindicato metalmecánico de la CGIL, la FIOM, que no contaba con el apoyo de la dirección confederal, y de los sindicatos de base. El propósito era simple: con un 90% de “sí” previstos el acuerdo de Pomigliano tenía que servir de jurisprudencia para las otras fábricas y empresas para derogar localmente lo acordado a nivel nacional en las negociaciones. Sin embargo a Marchionne le salió el tito por la culata. A pesar de todos los esfuerzos desplegados por los dirigentes en Pomigliano y las enormes presiones ejercidas en los obreros, el 38% de los 4700 trabajadores de la planta (entre los los cuales el 43% de los obreros de las cadenas de montaje) votó en contra.
A Marchionne los obreros de Fiat le reservaban otra sorpresa, más inesperada tal vez en un contexto en cual muchos metalmecánicos de las distintas plantas Fiat de la península están forzados a la “cassa integrazione”, a la suspensión por motivos económicos. Sacando provecho de su situación precaria la dirigencia Fiat anunció que posiblemente no se iba a pagar en julio los premios de productividad como en los años anteriores. Esto fue la gota que hizo rebosar el vaso. Desde la primera mitad de julio se sucedieron en distintas plantas del grupo (Mirafiori y Rivalta en Piamonte, Melfi e Iveco-Rho entre otras) paros espontáneos con manifestaciones como no se veían en muchos años, más aun considerando que se avecina la pausa veraniega de la producción en agosto.
Marchionne no esperó mucho tiempo para vengarse tanto por el referéndum de Pomigliano como de los obreros que se negaban no cobrar un centavo antes de las vacaciones. Reanudando con los viejos métodos antisindicales de Valletta, el Administrador delegado que dirigió Fiat en los años anteriores al estallido de los ‘70 en Italia, anunció en los últimos días cinco despidos; cinco despidos de trabajadores que habían militado a favor del “no” en Pomigliano o que participaron a los paros espontáneos de los últimos días, entre ellos un delegado FIOM de Mirafiori (Turín), dos delegados FIOM de Melfi (Basilicata) y un delegado Slai-Cobas de Termoli.
Aquellos despidos no hicieron más que echar leña al fuego, enardeciendo los paros en las fábricas inclusive entre aquellos sectores que responden a los sindicatos más conciliadores como la FIM-CISL y la UILM-UIL. Hoy, al paro de dos horas convocado por la FIOM para protestar contra los despidos y exigir el pago de los premios fue seguido en todas las fábricas del grupo. En el sector carrocería y mecánica de Mirafiori, más de la mitad de los trabajadores acataron el llamado.
A pesar de esto Marchionne prosigue con las provocaciones. En Selvit, un centenar de trabajadores estarían amenazados de sanciones por ausentismo. Veinte ya recibieron ayer su telegrama. Al mismo tiempo, el grupo Fiat anuncia que la producción de los próximos nuevos modelos ya no se hará en las plantas de Mirafiori en Turín como prometido sino en las de Kragujevac, en Serbia.
Ante semejante embestida los trabajadores ya empezaron a responder con coraje. Es hora sin embargo de organizar una contraofensiva que esté a las alturas de los ataques. La FIOM anuncia una huelga del conjunto del sector metalmecánico para el 16 de octubre mientras que sus principales líderes piden desesperadamente a Marchionne que reabra las negociaciones sobre Pomigliano y reconsidere su posición en relación al cierre de la actividad automotriz en Termini Imerese. No por casualidad Guglielmo Epifani, líder de la CGIL, afirmó hace unos días a imagen y semejanza de las dudas planteadas por la dirigente de Confindustria Emma Marcegaglia que “existe un riesgo de radicalización, una situación que no conviene ni para los trabajadores, ni para la empresa, ni para el país de conjunto”. Esto demuestra cuánto Marchionne esté jugando con el fuego y cuanto burocracia sindical y la patronal temen una posible recuperación de la conflictividad obrera después de la pausa veraniega.
Es responsabilidad de todos aquellos delegados que acaban de conformarse el 6 de julio como “La CGIL che vogliamo”, ala izquierda de la CGIL después del último Congreso, junto con el resto del sindicalismo de base, comenzando por la USB y el SlaiCobas, pelear por que la lucha Fiat sea una lucha nacional alrededor de la cual se puedan sumarse el resto de las luchas fabriles que se están librando hoy en día en la península, la mayoría de las veces aisladamente como es el caso de los trabajadores de Indesit de Bergamo que ocupan desde hace un mes o los químicos de Porto Torres en Cerdeña que llevan varios meses de lucha. Marchionne anuncia despidos y deslocalizaciones. La policía de Berlusconi reprimió hace unos días a los trabajadores de Mangiarotti Nucleare de Milán que protestan contra el cierre de esta filial de la multinacional francesa Areva, hiriendo a cinco de ellos. Ante semejante brutalidad, armar una oposición clasista y combativa transversal es más importante que nunca.
23/07/2010
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