Minutos antes de que Florencio Avalos Silva emergiera de las entrañas de la mina San José, las cadenas BBC, FOX y CNN levantaron su programación. Marcelo Tinelli interrumpió bailes y disputas. A partir de ese momento, 1000 millones de personas dejaron sus ojos clavados en los televisores que traían las imágenes desde Copiapó. La final del último Mundial ‘apenas’ había convocado a 750 millones de televidentes.
La escenografía, a esa altura, era conocida de memoria: la bandera de Chile y la sonrisa de campaña del presidente Sebastián Piñera. Durante horas hubo que soportar los diálogos - casi guionados - con su ministro Lawrence Golborne, ex gerente de la filial de la petrolera norteamericana Exxon Mobil.
Golborne era quien se había tenido que guardar sus palabras a principios de agosto, cuando con lágrimas de cocodrilo había sentenciado ante las cámaras que “las probabilidades de encontrarlos con vida son bajas”. No contaba con la pericia y el oficio de los mineros, que hacía días se las rebuscaban para sobrevivir, buscando escapes, racionando la comida y los medicamentos.
Manos y pantallas
Las manos de Piñera, cultivadas en el cheto barrio Las Condes, sostuvieron el mensaje de esperanza que recorrió el mundo: “estamos vivos en el refugio; los 33”. Lo habían escrito otras manos, curtidas, las de José Ojeda Vidal, conductor de maquinaria pesada. Mario Gómez también se las arregló para mandar la primera carta a las familias que hacían el aguante en el campamento, a pesar de haber perdido tres dedos con una carga de dinamita y sobrellevar una silicosis por trabajar en las minas desde los 12 años. Tiene 63.
Mil quinientos periodistas llegaron de todo el mundo para contar estas historias, y olvidar otras.
Desde que comenzó el operativo rescate, sólo en Chile murieron 8 mineros, en Los Pelambres, Collahuasi y 6 trabajadores en SQM tras una terrible explosión.
Tampoco los medios que llegaron desde Colombia dicen nada de la explosión que se llevó 70 mineros en Antioquia, hace pocas semanas. La CNN estadounidense olvida las 29 víctimas de la mina de Virginia, y Televisa de México a los enterrados en Pasta de Conchos. Mientras comenzaba a bajar la cápsula Fénix, otros 9 mineros morían en una explosión en el noreste de China.
En total suman 4000 mil los mineros muertos cada año. Enterrados en los socavones, envenenados por los gases tóxicos, despatarrados por las explosiones, los noticieros no dicen una palabra de ellos.
La burguesía y sus grandes cadenas televisivas se aprovechan del heroísmo de los mineros chilenos y la alegría del pueblo trabajador para montar un show mediático que oculta la otra parte de la historia.
Piquetas y billetes
La crisis capitalista acelera el saqueo de las multinacionales hasta lo más hondo de la tierra, allí donde los cerros “empiezan a llorar”, como dicen los mineros. Y más, como ahora que el cobre y el oro aumentan sus valores ante la debilidad del dólar.
“El salario del cobre”, había dicho Salvador Allende refiriendo el peso que tenía la minería en Chile. Pero al salario del cobre se lo quedan las empresas privadas, que sólo en el primer semestre tuvieron ganancias por US$ 4.700 millones, casi lo mismo que en todo el año anterior. Si en la época de la nacionalización, la participación de los obreros en la facturación era del 50 %, hoy es del 5 %.
Si 17 mil los trabajadores dependen de las empresas, otros 40 mil están subcontratados.
Es lo que pasaba en la San José. “Por más que el cerro crujiera, que avisara lo que venía, en la empresa la orden - según este minero - era siempre la misma: producción, producción, producción. Esta era la situación de los contratados, no la de los “contratistas” (los empleados tercerizados), que eran despedidos de inmediato si se negaban a trabajar en la zona más crítica” (Página 12).
Al rescate
Para la puesta en escena, Piñera llamó a toda la familia. “A metros de ahí, su hermano, cantante, se paseaba abrazado con el payaso Rolly. Esto no cayó muy bien en los familiares. ‘No sé a qué llegó el hermano del presidente, creerá que esto es un circo. Ninguno de los dos se quiere perder el show en que se ha trasformado esto”, dijo Jesica, cuñada de mineros” (Página 12).
En medio de rezos y frases hechas, de himnos repetidos hasta el cansancio y conferencias ‘bilingües’, Piñera buscó convertir la larga noche minera en el amanecer de un gobierno que ya cosechó varios reclamos populares. Por eso el ‘operativo rescate’ intentó tapar el reclamo de los presos mapuches en huelga de hambre, de los que siguen abandonados tras el terremoto, de millones de chilenos que siguen “bajo tierra”. Y convertirlo en emblema de una “unidad nacional” que esconde lo que le toca a explotados y explotadores en esta historia.
El protagonismo forzado de Piñera no puede ocultar que es parte de una clase social heredera de los asesinos de la masacre de Santa María de Iquique y los matadores de los cordones industriales, que televisa el rescate de 33 mineros para seguir enterrando al resto de la clase obrera.
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