La campaña electoral se inicia en Brasil (aunque no oficialmente) en un momento marcado por fortísimas contradicciones en el escenario político. Por un lado, un gobierno fortalecido, Lula con posibilidades concretas de electo en primera vuelta y con apoyo de un amplio sector de masas. Pero con la contradicción de que tendrá que gobernar un régimen que no logra ya esconder sus debilidades, en el cual grupos como el PCC pueden desestabilizar la mayor ciudad del país, y con los partidos burgueses divididos por sus disputas económicas regionales y por el control del aparato del Estado.
Además de eso, el proceso de luchas que empieza a dar la cara con las diversas huelgas que bullen por el país en este momento, además de las vacilaciones de la economía mundial que hicieron temblar las bolsas de valores en las últimas semanas, son dos de los elementos que, aunque no se pueda decir con qué velocidad y fuerza, podrán cambiarle la cara a la lucha de clases en un próximo mandato.
Desentendimientos en la burguesía
Hace tres meses la burguesía brasileña se debate públicamente entre los diversos partidos que están realizando alianzas para estas elecciones e, incluso, entre miembros del mismo partido. Primero fue la disputa entre Alckmin y Serra por la vacante de candidato a presidente, que sólo se resolvió cuando Serra desistió. Después el PFL se dividió y tardó semanas para definir, en votación, cuál sería el vice de Alckmin. En el PMDB nadie sabe quién manda, cada cacique regional teje sus propias alianzas, mientras otros intentan lanzar una candidatura al gobierno y otros más aún intentan cerrar alianzas con Lula o con el PSDB. Cuando el PCC (Primer Comando de la Capital) atacó San Pablo todas esas divisiones aparecieron claramente en las declaraciones demagógicas del gobernador Cláudio Lembo contra la “elite blanca” de San Pablo (léase PSDB) lo que abrió una serie de contraataques y nuevos ataques, que obligó a la formación de un comité entre el PSDB y el PFL para “lavar la ropa sucia” internamente.
Es así que se presenta la candidatura Alckmin: con apoyos parciales de algunos sectores, pero abandonada por la mayoría de la burguesía. FHC, José Serra y Aécio Neves, las tres principales figuras del PSDB, siquiera comparecieron al lanzamiento oficial de la campaña. En gran parte por tener sus propios planes de fortalecerse en los estados de San Pablo y Minas Gerais, con el ojo puesto en la campaña presidencial del 2010. Así, a cada encuesta la campaña se hunde en vez de despegar, y ahora Lula gana incluso en el Estado de San Pablo, reducto de Alckmin.
Ya en la preparación de la campaña de 2002, las divisiones en la clase dominante estaban presentes. Salieron a la superficie con toda la fuerza a partir de la grieta en la base oficialista de Lula, que llevó al escándalo del mensalao (coimas mensuales). Ahora en el período preelectoral, con el fortalecimiento del gobierno, pasaron a expresarse en las disputas internas del PSDB, y de éste con el PFL.
La república neoliberal en crisis
Esas divisiones son fruto de una crisis más profunda de la sociedad brasileña en su relación con la economía y la política mundial. Las crisis económicas de la periferia capitalista, que en el inicio de este siglo alcanzaron el corazón del imperialismo norteamericano, llevaron al neoliberalismo a una crisis que produjo revueltas y levantamientos populares en América Latina, forzando a las burguesías de estos países a reorganizarse y encontrar nuevos pactos que les permitiesen gobernar.
El papel de amortiguador de la lucha de clases que cumple el PT hizo que las cosas se diesen de manera diferente en Brasil. El giro a la izquierda hizo que las masas se levantaran y derribaran presidentes en los países vecinos, aquí se expresó de forma distorsionada en los 50 millones de votos que eligieron a Lula. Si en esos países, los levantamientos y la profunda crisis económica empujaron a la burguesía a buscar nuevos pactos para gobernar, en Brasil el amortiguador de esas contradicciones con la elección de Lula también impidió que ese nuevo pacto surgiese, acumulando un enorme potencial explosivo para el futuro.
Desde 2003, el crecimiento económico brasileño estuvo muy por debajo del promedio de los países de América Latina, lo que en lugar de contener las divisiones en la burguesía, las profundizó, pues mientras los bancos brasileños baten records de ganancias, los industriales están perdiendo terreno respeto a sus competidores en los países vecinos. Por eso, la burguesía brasileña busca revisar algunos fundamentos que orientaron su política económica durante los años ‘90, al tiempo que se debate entre la necesidad de profundizar los ataques a las condiciones de vida de los trabajadores para ganar más, y el miedo de despertar con eso la lucha de clases en el país.
Esa contradicción fue la que obligó a la burguesía a utilizarlo a Lula y su “carisma social” para contener la lucha de clases mientras intenta remendar los pilares del régimen, y busca un nuevo pacto entre los partidos burgueses para gobernar el país. Es gracias a esas contradicciones acumuladas y no resueltas que la república neoliberal se encuentra en una situación de visible inestabilidad.
Un gobierno Lula fortalecido, pero cargado de contradicciones
El limitado giro a la izquierda de las masas que provoca la crisis en el régimen es el mismo elemento que fortalece coyunturalmente al gobierno Lula, que ve su reelección casi garantizada y su imagen prácticamente intocada por las denuncias de corrupción. Eso demuestra también los límites de ese giro: las aspiraciones populares son tan bajas que con un raquítico crecimiento económico, y las limitadas concesiones de Lula a las masas fueron capaces de conservar e incluso aumentar su popularidad, cumpliendo un papel fundamental para eso las direcciones del movimiento de masas ligadas al PT y al gobierno.
El carácter contradictorio de este fortalecimiento reside en el hecho que se apoya en elementos extremadamente inestables. En la limitación de las aspiraciones de las masas, en una situación donde los ataques que fueron realizados no fueron percibidos como ataques directos a las condiciones de vida de la población, en que se mantiene la impresión de que todavía se puede esperar alguna mejoría en un segundo gobierno Lula. Y en la extrema debilidad de la oposición burguesa, que aún no logró superar el desgaste sufrido a los ojos de amplias franjas de la población después de los ocho años de gobierno FHC.
Ahora el gobierno Lula parece imbatible, goza de fuerte apoyo en las masas y la campaña de Alckmin se hunde a cada encuesta. Sin embargo, en el próximo mandato las contradicciones de la sociedad brasileña pueden cobrar su precio.
Perspectivas
Después de cerca de 20 años de régimen democrático burgués éste comienza a demostrar sus debilidades estructurales. Tenemos una burguesía dividida sobre los caminos para aplicar los ataques sobre los trabajadores, necesario para aumentar su margen de ganancia y su competitividad. Tenemos un régimen cuyas instituciones se debilitan cada vez más ante los ojos de amplios sectores de la población. Tenemos un movimiento de masas que, a pesar de estar paralizado por la política de sus direcciones y de tener un nivel de confianza muy bajo en sus propias fuerzas, comienza a dar pasos en el sentido de una recomposición.
En este momento estamos frente a la posibilidad de que la economía mundial entre nuevamente en un período de estancamiento, o como mínimo de que desacelere el ritmo de crecimiento, lo que tendría consecuencias gravísimas para la economía brasileña. Con la economía brasileña en recesión, todas las contradicciones que están sumergidas en la sociedad brasileña, que a cada tanto salen a la superficie, los escándalos del “mensalao”, los ataques del PCC o las divisiones del PSDB, podrían explotar. Es por eso que debemos prepararnos para embates superiores de la lucha de clases en los próximos años, más radicalizados y alcanzando a un sector más amplio de la clase trabajadora.
Sectores de la burguesía comienzan a prepararse para esa situación de agotamiento del régimen, postulándose como una alternativa más a la derecha. Como ACM (PFL) por ejemplo, que cuando los militantes del MLST entraron en el Congreso, preguntó “¿Dónde están las Fuerzas Armadas? No pueden quedarse calladas” y encima convoca sus antiguos colegas de la dictadura: “Quiero decir en este instante, a los comandantes militares, no al ministro de Defensa, que reaccionen mientras hay tiempo, antes de que Brasil caiga en la desgracia de una dictadura sindical, presidida por el hombre más corrupto que ha llegado al gobierno de la República”. Dentro del PSDB la elección de Alckmin como candidato expresó a un sector que apostaba las fichas en una alternativa más de derecha, para aplicar los ataques que necesita. Sin embargo, en una situación en la cual el gobierno Lula está fortalecido y lo que aún prevalece es el relativo giro a la izquierda de las masas ocurrido a partir del 2002, los sectores más lúcidos de la burguesía resolvieron dar un paso atrás, porque es grande el riesgo de que acciones demasiado a la derecha de lo que la correlación de fuerzas permite puedan despertar a las masas. No podemos descartar, sin embargo, que ante el desgaste del gobierno Lula suba al poder una alternativa más a la derecha. Pero eso tendrá que ser consecuencia de derrotas superiores de los trabajadores, sea por la vía de luchas derrotadas, sea por la vía de derrotas por batallas no dadas.
Dependerá en gran medida de la intervención de los sectores más concientes de la clase trabajadora la lucha por que la experiencia con Lula y el PT de origen a una nueva fase más abierta y radicalizada de la lucha de clases en el país; que con sus altos y bajos, con sus flujos y reflujos, nos permita contribuir a la consolidación de una salida obrera independiente para las demandas más sentidas del pueblo explotado y oprimido.
El papel de la vanguardia
Este último período de crecimiento económico ya abrió espacio para una serie de reivindicaciones en el seno de la clase trabajadora. El año de 2005 fue un año con algunas huelgas económicas victoriosas, muchas de ellas con aumentos por encima de la inflación. En el 2006 varias huelgas comienzan bullir, mostrando un proceso inicial, pero importante de luchas: los metalúrgicos de la Volks y GM se están movilizando contra los despidos, mientras la construcción civil, diversos sectores precarizados, los empleados federales, las universidades estatales de San Pablo, entre otros, están en huelga.
Desde el inicio del gobierno Lula, una importante reorganización de la vanguardia surgió en el escenario nacional, en la medida que más sectores comenzaban a romper sus ilusiones en Lula y en el PT. Ese proceso tiene su expresión más clara en los sindicatos y oposiciones sindicales de Conlutas y en los 6% de intención de votos de Heloísa Helena. La gran debilidad de esa vanguardia fue no haber logrado hasta aquí ligar sus luchas a sectores de las masas, con un programa clasista. Si en el próximo período de hecho se agudizara la lucha de clases, esa debilidad podrá ser decisiva para el desarrollo de este proceso.
Esa vanguardia tiene que tener una política ofensiva para ligarse a los sectores de masas que salgan a la lucha. Si esa política sirve para combatir la línea colaboracionista de las direcciones burocráticas, y hace que se desarrollen y se unifiquen las luchas, será posible reorganizar al movimiento obrero a un nivel superior que pueda combatir los ataques a las condiciones de vida de las masas y dar una respuesta a la altura de la crisis del régimen en Brasil.
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