El pasado fin de semana se realizó en la ciudad de Gyeongju, Corea del Sur, la reunión de los ministros de finanzas de los llamados países del G-20, destinada a definir la agenda de la Cumbre de los jefes de Estado y de Gobierno programada para el 12 de noviembre próximo en Seúl.
La principal discusión entre los miembros estuvo asociada a la denominada “guerra de monedas” [1] que viene dando el tono a la agudización de la crisis económica internacional durante el corriente mes.
“Guerra de monedas” y desequilibrios externos
La cuestión de los desequilibrios externos, en los que las balanzas comerciales (exportaciones e importaciones) ocupan el lugar de mayor peso, resulta ciertamente el problema más agudo que enfrenta hoy la economía mundial capitalista y preanuncia una muy posible fase de guerras cambiarias y comerciales. Los grandes desequilibrios externos retratados, para tomar dos grandes ejemplos, en las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China por un lado o entre Alemania y el resto de los países de la zona euro por el otro, contribuyeron contradictoriamente a delinear las bases del equilibrio relativo del que la economía mundial gozó durante las últimas dos décadas. Sin embargo esta situación quedó fuertemente cuestionada a partir del estallido agudo de la crisis económica mundial que tuvo su epicentro en Estados Unidos a fines de 2008.
La intervención inicial masiva de los principales Estados capitalistas sobre sus economías, en la medida en que consiguió contener la crisis, corrió este agudo problema del primer plano manteniéndolo bajo la forma de una larvada aunque persistente disputa. El conflicto tuvo como mínimo dos grandes expresiones. Por un lado, el persistente acicateo de Estados Unidos hacia China exigiéndole la revaluación de su moneda, el yuan. Por otro, el episodio que puede considerarse como el segundo capítulo de la crisis económica mundial que tuvo por epicentro a la zona euro y a la Unión Europea. A su vez ambas situaciones reactuaron entre sí.
Inicialmente la crisis europea provocó un descenso del euro que revaluó el dólar, cuestión que en términos comerciales perjudicó la intención norteamericana de aumentar su competitividad externa como contrapartida a la débil recuperación de su economía. Más tarde el mega salvataje del euro, la intervención de China con sus reservas y el comienzo del desarrollo de los duros planes de ajuste en curso permitieron una recuperación relativa de Europa y un crecimiento de Alemania. La revaluación del euro volvió a provocar una devaluación del dólar conveniente para la política económica externa norteamericana, aunque insuficiente frente a la debilidad de su recuperación.
El alto y persistente desempleo que acosa a la economía de Estados Unidos, así como el riesgo de deflación y los grandes déficits, determinaron una política monetaria laxa que terminó incorporando a casi todos los mercados del mundo en una suerte de guerra devaluatoria. El presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke anunciará casi con seguridad los primeros días de noviembre, un salto de esta política que se conoce con el nombre de quantitative easing o facilidad cuantitativa.
Esta medida consiste en inyectar fuertes cantidades de dinero mediante la compra de títulos en el mercado secundario, buscando debilitar al dólar aumentando la competitividad externa de la economía norteamericana e intentando una reactivación interna que aleje el riesgo de deflación además de reducir la rentabilidad (intereses) de la deuda norteamericana.
“El dólar es nuestra moneda pero es su problema” [2]
A la vez que juega a la devaluación del dólar, Estados Unidos buscó marcar la agenda de la reunión del G-20, mediante una carta enviada por el Secretario de Estado norteamericano Timothy Geithner en la que proponía que “los países del G-20 se comprometan a adoptar políticas consistentes con la reducción de sus desequilibrios externos por debajo de un porcentaje del producto interior bruto (PBI) en los próximos años” (El País, 23/10/2010).
La propuesta de Geithner para resolver los desequilibrios consistía en solicitar a los países con fuertes superávits, como China o Alemania, llevaran adelante políticas estructurales para desarrollar sus propios mercados internos como fuente de crecimiento y ayudar al desarrollo de la demanda global. A su vez, respecto a los países con déficit como Estados Unidos, fundamentalmente, debían impulsar el ahorro nacional mediante compromisos fiscales y fortaleciendo sus exportaciones.
Mientras, insistimos, Estados Unidos apuesta a la devaluación del dólar, Geithner solicitaba a los países del G-20 que “se abstengan de políticas cambiarias diseñadas para lograr ventaja competitiva ya sea debilitando su moneda o evitando la apreciación de una moneda infravalorada” (Idem) solicitando a economías emergentes como la china (aunque sin nombrarla) la revaluación gradual de su moneda.
La política desarrollada por Estados Unidos, más allá del discurso, hace recordar a aquella desarrollada en los años ’70 cuando se puso fin a los acuerdos de Bretton Woods a través de fuertes devaluaciones del dólar y finalmente su desvinculación del oro, que buscaba aumentar mediante políticas monetarias la competitividad norteamericana amenazada por la fuerte recuperación e incremento de la productividad de las economías de Japón y Alemania.
Recuerda también a los acuerdos del Plaza en el año 85 que fueron un duro golpe que Estados Unidos asestó sobre Japón, mediante otra devaluación del dólar que sumergió a la economía japonesa en la crisis de los años ’90, de la cual nunca pudo recuperarse. No obstante esta ofensiva monetaria de Estados Unidos, que busca esconder tras un cínico discurso de cooperación internacional, se produce en una situación mucho más crítica de la economía mundial y en un momento de mayor decadencia de la hegemonía norteamericana.
En este contexto la situación tiene altas probabilidades de desembocar en un proceso creciente de guerra cambiaria y comercial en el marco de la profundización de la crisis económica internacional más prolongada, profunda y generalizada desde los años ’30. Alemania condenó la política monetaria laxa de Estados Unidos como “forma indirecta de manipulación del tipo de cambio” (El Cronista Comercial, 25/10) y junto a China, Japón e India rechazaron la agenda norteamericana. La “pre-cumbre” acabó en una clásica declaración general de compromiso que señala a todos sus miembros dispuestos a evitar “devaluar su moneda con objetivos competitivos”, quedando todos a la espera de las medidas de la Reserva Federal que serán anunciadas el próximo mes.
Fondo Monetario Internacional: ¿Reforma histórica?
El presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, partícipe de la reunión de G-20, buscó algún tipo de acuerdo de último momento que ocultara la ineficacia del encuentro. Resolviendo una discusión que tiene más de un año de historia se decidió que China, Brasil e India aumentarán en un 6% su poder de voto en el FMI obteniendo, dentro de dos años, dos bancas del directorio actualmente ocupadas por países europeos.
La “reforma histórica” consiste en que los países denominados “emergentes” cuyo crecimiento cumple un rol clave en sostener a una economía mundial en crisis aguda y uno de los cuáles (China) representa, desde el punto de vista de su PBI, la segunda economía mundial, deben esperar ¡2 años! para que los países europeos acuerden cuáles de las dos bancas de las ocho que poseen actualmente, van a relegar. Por otra parte Estados Unidos que posee un 17,67% de la participación en las cuotas del FMI, continuará teniendo poder de veto en las decisiones centrales que precisan del 85% de los votos de los miembros del organismo.
Por otra parte la “reforma histórica” implica que, aún con el incremento de su participación, China, India, Rusia y Brasil juntos, apenas suman el 14,18% de los votos y todos los países llamados “emergentes” juntos sólo llegarían a juntar el 42,29% de los votos cuestión que les impide imponer cualquier tipo de veto [3].
Sin embargo, no debe negarse el “gesto” del FMI y el G-20 que resulta en gran parte simbólico. El organismo ya no es el único prestamista de última instancia. Los grandes desequilibrios económicos que se produjeron en los últimos años hicieron que un país como China, aún cuando continúa siendo dependiente, haya acumulado grandes masas de reservas, cuestión que le otorga desde el punto de vista monetario un peso nada despreciable.
Valga como ejemplo que China jugó un rol destacado en el salvataje del euro en la reciente crisis de Europa. Ofrecerle un espacio mayor aunque por supuesto sin ningún poder de decisión puede ser una política de subordinación para evitar acciones monetarias inesperadas en un futuro en el cual el FMI “lamenta que se haya evaporado la coordinación vista en los momentos más intensos de la crisis financiera” y teme que “las tensiones sobre el tipo de cambio lancen una carrera proteccionista que colapse la actividad comercial” (El País, 23/10).
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