El 28 de noviembre los diarios New York Times, The Guardian, El País, Le Monde y Der Spiegel, comenzaron a publicar algunos de los más de 250.000 documentos reservados del Departamento de Estado norteamericanos, filtrados a la prensa por el sitio Wikileaks. Esta es la tercera filtración masiva de documentos, antecedida por la revelación de casi 500.000 informes sobre las guerras de Afganistán e Irak, en los que se detallan los crímenes cometidos por las tropas de ocupación. En una entrevista con la revista Forbes, Julian Assagen, el fundador de Wikileaks, anunció que próximamente el sitio hará públicos otros documentos referidos a las prácticas de grandes corporaciones y bancos, entre los que se encontraría el Bank of America.
El gobierno norteamericano acusa de la mayor filtración de documentos de la historia a Bradley Manning, un joven soldado analista de inteligencia de 22 años, que se encuentra detenido desde mayo esperando una corte marcial. También ha lanzado una orden de detención internacional contra J. Assagen, que ya se encuentra perseguido por la justicia sueca, por un dudoso caso. Como era de esperar, el partido republicano pide una política más dura, como considerar a Wikileaks una “organización terrorista extranjera” y está usando el escándalo para acusar a los demócratas de poner en riesgo la seguridad nacional y favorecer así una política más represiva en el plano interno y más agresiva en el plano internacional.
Las especulaciones sobre quién está detrás de esta filtración son muy variadas. En un extremo, sectores de la derecha republicana sugieren la improbable explicación conspirativa de que se trata de una operación del gobierno para mostrarse activo en la defensa de los intereses norteamericanos en el mundo. Mientras que los defensores del gobierno de Obama sospechan del Partido Republicano o de sectores del Pentágono que estarían presionando para militarizar aún más la política exterior.
Más allá de las hipótesis sobre el origen de la filtración y de quién termine beneficiándose políticamente del escándalo, lo cierto es que una vez más, como ocurrió con los documentos de Afganistán e Irak, ha quedado al descubierto la vulnerabilidad de los secretos de estado y las divisiones no sólo entre demócratas y republicanos, sino también en las cúpulas mismas del poder político y militar.
Si bien los documentos publicados hasta el momento no contienen información “top secret” sobre la política exterior norteamericana, y más bien confirman el modus operandi ya conocido de la principal potencia imperialista, la magnitud de la filtración es una crisis para el gobierno de Obama, que vio esfumarse su capital político en apenas dos años de gobierno y viene de sufrir una dura derrota electoral a manos del Partido Republicano. Pero sobre todo, es una muestra más que elocuente de la decadencia del imperio norteamericano.
Golpe a la diplomacia
Los “cables” (que conservan la vieja denominación de los documentos secretos previo a la era informática) consisten en reportes, informes y entrevistas intercambiados entre la Casa Blanca y funcionarios de alrededor de 270 embajadas y misiones de Estados Unidos en todo el mundo, en su gran mayoría fechados entre 2007 y 2010.
La publicación de estos documentos dejó expuesto un secreto a voces: que “Estados Unidos utiliza sus embajadas como parte de una red de espionaje global, con diplomáticos a quienes se encarga no sólo información sobre la gente con la que se reúnen, sino también detalles personales, como viajes frecuentes, resúmenes de tarjetas de crédito e incluso muestras de ADN.” (The Guardian, 28-11-10)
Según consta entre los informes, la propia secretaria de Estado, Hillary Clinton, solicitó este tipo de espionaje sobre el secretario general y altos funcionarios de las Naciones Unidas, además de líderes políticos aliados y enemigos.
Hasta el momento, algunos de los gobiernos aliados o semialiados de Estados Unidos aludidos en los cables, como el de Francia, Gran Bretaña, Italia, Arabia Saudita e incluso Rusia, han priorizado la defensa de la diplomacia secreta y la condena a Wikileaks y parecen coincidir en disminuir la gravedad del incidente.
Sin embargo, por la naturaleza de los informes y comentarios en los que los embajadores hacen caracterizaciones insultantes de presidentes y funcionarios, usan un lenguaje arrogante o cuentan en detalle “indiscreciones” oídas en citas, entrevistas o cenas, todavía no está claro el verdadero alcance que tendrá la filtración en las relaciones internacionales. A esto se suma la revelación de que la supuesta información confidencial entregada a las embajadas norteamericanas por gobiernos, funcionarios, empresarios o informantes, era inmediatamente subida a la red Sipdis, a la que pueden acceder potencialmente casi 3 millones de personas de los departamentos de Estado y de Defensa.
El “reality” de los medios y la decadencia imperialista
La política del gobierno norteamericano es tratar de quitarle importancia a la filtración en lo que hace a los problemas y alianzas centrales de Estados Unidos. Hillary Clinton a lanzó una doble operación, aún en curso, para limitar los posibles daños a la diplomacia norteamericana. Esta operación consiste en, por un lado, tratar de transformar el incidente en un problema no sólo de Estados Unidos, sino de “toda la comunidad internacional”; y por otro hacer hincapié en que según los documentos, estados enemigos de Estados Unidos, como Irán o Corea del Norte, no tienen ningún aliado y podrían enfrentar políticas más duras.
La gran prensa imperialista afín al gobierno demócrata, como New York Times, está colaborando activamente en recomponer la imagen de la administración Obama, anticipándose a lo que será sin dudas el ataque republicano, mostrando que Obama tuvo éxito donde Bush había fracasado, por ejemplo, en conseguir que China y Rusia aceptaran endurecer el régimen de sanciones contra Irán. Los grandes medios también están contribuyendo a diluir el golpe que podría significar el “cablegate” para los intereses norteamericanos. Tanto New York Times como Spiegel han admitido haber aceptado la censura del gobierno estadounidense en la publicación de los documentos. Como denuncia un analista de Counterpunch “la prensa, considerando el interés de sus lectores, se centrará en los chismes y las observaciones poco amables realizadas sobre gobiernos extranjeros” (1-12-10), desviando de esa manera el interés hacia las rencillas domésticas de varios gobiernos que aparecen mencionados en los documentos.
Sin embargo, lo más interesante de la información publicada es que confirma no sólo la continuidad de objetivos del gobierno de Obama con su antecesor, George Bush, y su decisión de recomponer el dominio imperialista, sino también los importantes desafíos y límites que enfrenta para lograrlo, en el marco de la crisis de la economía internacional y de las las crecientes tensiones entre las grandes potencias, como muestra el deterioro de la relación de Estados Unidos con Alemania.
Para nombrar sólo los escenarios más conflictivos, en Irak, Estados Unidos tendrá que lidiar con un segundo gobierno encabezado por al Maliki que contará con el apoyo el clérigo radical al Sadr, que representa un sector chiita proiraní que enfrentó con milicias armadas la ocupación militar. La conformación de este gobierno, después de 8 meses de las elecciones, fue negociada por Irán.
Si bien Obama había logrado alinear tras una política de sanciones más duras a Rusia y China contra el régimen iraní, hasta el momento esta política no está siendo efectiva para los intereses imperialistas y los aliados de Estados Unidos en la región, principalmente Israel y Arabia Saudita, que presionan para lanzar un ataque militar.
La situación en Afganistán sigue siendo crítica para las tropas de ocupación. La OTAN admitió en su reciente cumbre en Lisboa que las operaciones de combate se extenderían al menos hasta 2014. Estados Unidos está obligado a sostener como aliado al gobierno de Karzai, a quien considera corrupto y a aceptar las negociaciones con los jefes talibán, auspiciadas por Pakistán, para tratar de limitar el alcance de la insurgencia. Y todavía es incierta la resolución de la crisis abierta en la península de Corea, a la que subyace la tensa relación entre Estados Unidos y China.
En el escenario de la crisis económica internacional que amenaza con entrar en una fase más aguda, anticipada por la crisis europea y la llamada “guerra de divisas”, evidentemente Estados Unidos ya no tiene la fortaleza para imponer sus condiciones.
Diplomacia secreta e imperialismo
La publicación de los cables dejó al desnudo la naturaleza de la política imperialista, sus guerras, sus conspiraciones y su diplomacia secreta al servicio de defender y extender los intereses norteamericanos en el mundo. Y también cómo los gobiernos títeres y proimperialistas sirven a esos intereses.
En una entrevista reciente, el fundador de Wikileaks muestra expectativas en que la publicación de documentos secretos pueda producir una “reforma”. Pero la diplomacia secreta es inherente a los estados capitalistas y al imperialismo. En noviembre de 1917, el estado obrero revolucionario ruso decidió revelar los secretos de la diplomacia del régimen zarista y los planes de reparto colonial del Medio Oriente entre las potencias imperialistas aliadas. Trotsky, que fue el primer Comisario del Pueblo para Asuntos Extranjeros del estado ruso, en su declaración anunciando esta revelación, escribía: “El imperialismo, con sus oscuros planes de conquista y sus alianzas y tratos mafiosos, desarrolló el sistema de la diplomacia secreta a un nivel sin precedentes. La lucha contra el imperialismo (…) es al mismo tiempo la lucha contra la diplomacia capitalista, que ha hecho el daño suficiente como para temer salir a la luz del día.” (Declaración sobre la publicación de los tratados secretos, L. Trotsky, nov. 1917). Estas palabras conservan hoy toda su vigencia.
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