Prólogo
Abrir paso a las más profundas y verdaderas reformas
Por Andrea D’Atri
“Habría que considerar irremisiblemente perdidos a aquellos comunistas que imaginaran que se puede consumar una empresa de alcance histórico mundial, como la de establecer las bases de una economía socialista (sobre todo en un país de pequeños campesinos), sin errores, sin retrocesos, sin recomenzar de nuevo múltiples veces tareas inacabadas o mal ejecutadas. No están perdidos (y con mucha probabilidad no sucumbirán) los comunistas que no se dejen arrastrar por las ilusiones ni por el desánimo, y que conserven la fuerza y la flexibilidad necesaria para recomenzar desde cero y consagrarse a una de las tareas más difíciles.” Lenin, 1922
“Todo el que se inclina ante los hechos consumados es incapaz de preparar el porvenir.” Trotsky, 1936
I
Rusia –el eslabón más débil de la cadena de países imperialistas- llegó a la dictadura del proletariado, antes que los países avanzados. Reformas profundas que se prometían en las democracias más avanzadas de Occidente, se plasmaron en la nación más atrasada de Europa, empujándola violentamente a ocupar un puesto de vanguardia en la historia mundial. Pero su atraso económico y cultural, junto con la derrota del movimiento obrero de los países avanzados, eran fuerzas poderosas que se erigían entre el momento inicial de la revolución y el objetivo final del socialismo.
La dirección del Partido Bolchevique estaba convencida de que sólo una revolución triunfante en el seno de la moderna Europa impulsaría nuevamente las fuerzas agotadas del proletariado ruso y de su economía arrasada por el esfuerzo bélico, permitiendo elevar el nivel cultural de las masas que, durante siglos, se vieron atenazadas por el zarismo, la superstición y los patriarcas de la Iglesia Ortodoxa. “No cabe duda que la revolución socialista en Europa debe estallar y estallará. Todas nuestras esperanzas en la victoria definitiva del socialismo se fundan precisamente en esta seguridad y en esta previsión científica”, escribía Lenin, en enero de 1918. [1] Es cierto que, como señala Isaac Deutscher, “los bolcheviques hicieron su Revolución de Octubre de 1917 con la convicción de que lo que ellos habían iniciado era ‘el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad’. Vieron al orden burgués disolviéndose y a la sociedad clasista derrumbándose en todo el mundo, no sólo en Rusia.” [2] Pero el país exhausto por su participación en la guerra imperialista, tuvo que pasar por “una guerra civil franca y encarnizada” en la que “la vida económica se subordinó por completo a las necesidades del frente.” [3]
Entre 1918 y 1921, cuando el flamante estado obrero vivió el período conocido como “comunismo de guerra”, los esfuerzos se concentraron en la industria militar y en combatir el hambre que asolaba las ciudades: “una reglamentación del consumo en una fortaleza sitiada”, dirá Trotsky. [4] Mientras tanto, la revolución era derrotada en la avanzada Alemania y las fuerzas conservadoras del antiguo orden europeo recuperaban cierto equilibrio. En toda Rusia, la industria producía menos de una quinta parte de lo que había producido antes de la guerra imperialista; Moscú contaba con la mitad de población que antes de la contienda, Petrogrado con apenas un tercio. A principios de 1919, el proyecto de la reacción europea de rodear a la naciente república de los soviets se puede decir que había sido consumado: al oeste, asediaban el ejército alemán y la flota inglesa, los checoeslovacos y las tropas blancas comandadas por Kolchak; al norte, tropas inglesas, francesas, americanas y serbias; al sur, franceses, ingleses y el ejército blanco comandado por Denikin; al este, los japoneses y los jefes cosacos, antiguas cabezas de las fuerzas represivas imperiales.
En medio de esta situación, la expectativa de los dirigentes bolcheviques en la revolución alemana no era una mera ensoñación de líderes trasnochados: si el poder soviético se había sostenido en sus primeros meses, se lo debía al proletariado europeo, donde se destacaba la heroica clase obrera germana que –envuelta en el drama de la guerra imperialista y vestida con los uniformes de marineros y soldados- había derrocado al Reich. El destino de la revolución rusa, para Lenin y Trotsky, se encontraba atado indisolublemente a la resolución que, finalmente, tuviera esta monumental batalla de clases en uno de los países capitalistas más avanzados de la época. [5]
Y sin embargo, en medio de esta situación dramática que nublaba el horizonte de la Rusia soviética, haciéndole temer a los revolucionarios un casi seguro retroceso en las posiciones conquistadas, redoblaron la apuesta y el primer estado obrero de la historia se proveyó de una legislación particularmente vanguardista. “El régimen soviético no tenía aún un mes de existencia cuando publicó un decreto que el gobierno provisional no había sido capaz de elaborar a los ocho meses de estar en el poder: la ley del divorcio y más particularmente el divorcio por consentimiento mutuo. Casi al mismo tiempo el matrimonio civil reemplazó al religioso. (…). El fin de esta reforma, según uno de los principales legisladores de la época consistía en transformar una institución que ‘ha de dejar de ser una jaula donde los esposos tienen que vivir a la fuerza.’” [6]
El historiador Henri Chambre señala que la legislación soviética se sometía a dos principios fundamentales: “la emancipación de la mujer y la desaparición de la desigualdad de derechos entre el hijo natural y el hijo legítimo.” [7] Es la misma apreciación de Wendy Z. Goldman, que ya desde las primeras páginas de La mujer, el Estado y la Revolución indica que, “desde una perspectiva comparativa, el Código de 1918 se adelantaba notablemente a su época. No se ha promulgado ninguna legislación similar con respecto a la igualdad de género, el divorcio, la legitimidad y la propiedad ni en América ni en Europa. Sin embargo, a pesar de las innovaciones radicales del Código, los juristas señalaron rápidamente ‘que esta legislación no es socialista, sino legislación para la era transicional’. Ya que este Código preservaba el registro matrimonial, la pensión alimenticia, el subsidio de menores y otras disposiciones relacionadas con la necesidad persistente aunque transitoria de la unidad familiar. Como marxistas, los juristas estaban en la posición extraña de crear leyes que creían que pronto se convertirían en irrelevantes.”
II
No sólo la revolución, sino también la guerra mundial, la guerra civil, las sequías y las plagas habían trastocado de pies a cabeza a la vieja Rusia, agotando o liquidando las fuerzas de todas las clases sociales que habían luchado entre sí. El hambre se hizo endémica y esto debilitó y desmoralizó a la clase obrera. A ello se sumaba el sufrimiento provocado por el frío y la falta de combustible. Las epidemias se propagaban fácilmente: entre 1918 y 1919, un millón y medio de personas murió como consecuencia del tifus. Para fines de 1920, sólo las enfermedades, el hambre y las bajas temperaturas mataron a 7 millones y medio de rusos, cuando la guerra se había cobrado 4 millones de víctimas.
Millares de niñas y niños vagaban por las calles, en busca de un mendrugo de pan para sobrevivir. Eran los huérfanos de la guerra, de la revolución y de las hambrunas que constituyeron un fenómeno social de difícil resolución para el naciente estado obrero: el besprizornost’, los niños de la calle, acostumbrados al pillaje y el vagabundeo, la vida dura y los rudos tratos de autoridades y funcionarios que, cuando se incentiva la economía agrícola, son enviados al campo. “En 1925, el educador T. E. Segalov aplicó el famoso comentario de Fourier a las mujeres y los niños. Escribió, ‘La forma en que una sociedad dada protege a la niñez refleja su nivel económico y cultural existente’. En la Unión Soviética de 1926, 19.000 niños sin hogar eran expulsados de los hogares financiados por el Estado y colocados en hogares campesinos extendidos para sembrar con un arado de madera ancestral y para cosechar con hoz y guadaña”, describe Goldman.
Y sin embargo, mientras las medidas extremas del flamante gobierno obrero no atinaban a dar con las mejores soluciones para semejante flagelo, en medio de la crisis económica, algunas de las innovaciones introducidas por ese mismo poder soviético preparaban una inmensa revolución pedagógica sin antecedentes: todos los ciudadanos que supieran leer y escribir fueron movilizados en un gigantesco plan de alfabetización; se publicaron colecciones populares de los clásicos para ser vendidos a precio de costo; se estableció la escolaridad mixta y se le dio, a la educación, un carácter politécnico y colectivo. Con una anticipación histórica visionaria, la revolución proletaria abolió los exámenes y decretó que las escuelas fueran regidas por un consejo del que formaban parte los trabajadores del establecimiento, los representantes de las organizaciones obreras locales y los estudiantes mayores de doce años. Bastaron pocos meses de poder obrero, para que se proclamara la gratuidad de la enseñanza universitaria. ¡Allí sí podría decirse que la imaginación estuvo en el poder!
Pero las revoluciones son algo muy real, que tiene que lidiar con las condiciones materiales existentes para transformarlo todo radicalmente. Y eso incluye contradicciones desgarrantes. En esas contradicciones violentas, la revolución se esforzaba por abrirse paso: libros baratos destinados a alfabetizar a millones, muchos de los cuales terminaban quemados para guarecer a sus destinatarios del frío, ante la escasez de combustible.
III
Para 1921, la economía del joven estado soviético estaba devastada. “No somos lo suficientemente civilizados para el socialismo”, había señalado Lenin, refiriéndose al atraso industrial, la baja población urbana y la preponderancia del campo en la economía del estado. Entonces propone impulsar la Nueva Política Económica (NEP), bajo la cual se restauraba la propiedad privada de la producción en algunos sectores agrícolas y se liberaban las restricciones comerciales con el extranjero: por medio de la introducción controlada de ciertos mecanismos del mercado, se buscaba revitalizar la economía que se encontraba en ruinas. Entretanto, el gobierno alemán reprimía brutalmente el levantamiento de los obreros encabezado por el Partido Comunista, debilitando las fuerzas revolucionarias en Europa y aumentando el aislamiento de la Rusia soviética.
Con la NEP, también hay que señalar que emergió una nueva e incipiente clase media, que aprovechó la ocasión en beneficio propio. En 1922, la cosecha alcanzó las tres cuartas partes de la producción normal anterior a la guerra; pero mientras los nepistas aumentaban su poder social y económico, la clase obrera industrial –principal protagonista de la revolución victoriosa- se veía diezmada: su vanguardia, politizada y valerosa, había sucumbido en la guerra civil, otros tantos habían asumido responsabilidades como funcionarios del naciente estado soviético, asimilándose al ambiente burocrático; miles de proletarios abandonaron las ciudades –durante las hambrunas- y regresaron al campo de donde eran originarios. La industria no tenía el mismo ritmo de recuperación que el campo: la industria pesada estaba paralizada y los niveles de producción de la industria ligera eran apenas un cuarto de los alcanzados en la preguerra.
No es difícil imaginar que, bajo estas circunstancias, también cambiara la composición social del Partido Bolchevique. “A principios de 1917 no tenía más de 23.000 miembros en toda Rusia. Durante la revolución la militancia se triplicó y cuadruplicó. En el período culminante de la guerra civil, en 1919, un cuarto de millón de personas habían ingresado en sus filas. Este crecimiento reflejaba la genuina atracción que el partido ejercía sobre la clase obrera. Entre 1919 y 1922, la militancia se triplicó una vez más, aumentando de 250.000 a 700.000 miembros. La mayor parte de este crecimiento, sin embargo, ya era espurio. Los oportunistas se volcaban en alud sobre el campo de los vencedores. El partido tenía que llenar innumerables puestos en el gobierno, la industria, los sindicatos, etc., y era ventajoso llenarlos con personas que aceptaran la disciplina partidaria. En esta masa de recién llegados, los bolcheviques auténticos quedaron reducidos a una pequeña minoría.” [8]
Todo esto iba aconteciendo mientras Lenin sufría su primer infarto cerebral en mayo de 1922, que lo alejó momentáneamente de las funciones al frente del Partido Bolchevique, hasta su segundo infarto, en diciembre, después del cual tuvo que retirarse de la actividad pública completamente. En ese mismo año, Stalin es nombrado secretario general del partido. Más tarde, después de un tercer ataque, Lenin perdió el habla, quedó postrado y murió el 21 de enero de 1924. Pero en estos últimos meses de vida, con sus fuerzas diezmadas por la enfermedad, Lenin libró su último combate por la restitución del monopolio del comercio exterior, abolido en 1922; contra la opresión de las nacionalidades y contra la burocracia que empezaba a roer la organización del Partido Bolchevique y el estado soviético. “Fuerzas colosales se habían puesto en movimiento: las del asedio imperialista, las de una burguesía agraria que resurgía una y otra vez, las de una burocracia capilar que iba insinuándose en todos los engranajes del aparato administrativo. No obstante, Lenin, hasta su último aliento, sigue apostando a favor de la consciencia de la vanguardia, (…). Cuando el propio partido se revela contaminado por el virus burocrático, Lenin no renuncia a su propósito. Se dirige a la vanguardia de la vanguardia, a lo que de sano pueda aún subsistir en la dirección del partido. (…). El año 1923 certifica el fin de la crisis revolucionaria que, a lo largo de cinco años, ha sacudido toda Europa. Hasta entonces, la joven revolución rusa ha resistido, aferrada a la esperanza de una revolución victoriosa en Alemania, sin la cual su propio futuro resultaba teóricamente impensable. El fracaso del Octubre alemán despeja el camino para el futuro ascenso del nazismo y constituye el preludio de la derrota de la Oposición de izquierdas en Rusia. La burocracia teoriza ese aislamiento duradero y se dispone a encerrar la revolución en las fronteras del ‘socialismo en un solo país’. Esa trayectoria contradice, sin lugar a dudas, toda la historia y la educación del partido. Pero, tras la guerra civil, ¿qué es lo que permanece todavía en pie del partido y de sus relaciones con las masas? La mitad del proletariado industrial se ha esfumado. (…). Enfrentado a las fuerzas desbocadas de la historia, desde su lecho, Lenin propone a Trotsky un pacto para jugar una última baza contra la burocracia.” [9] Pero la burocracia encontraba sus raíces en la derrota de la revolución internacional y el atraso social, económico y cultural de Rusia.
Para las mujeres, este período trajo un aumento del índice de desocupación y una visiblemente mayor cantidad de trabajadoras urbanas en situación de prostitución. Como se revela en la minuciosa investigación de Wendy Z. Goldman, el 86% de las mujeres en esta situación, para los años ’20, eran obreras o cuentapropistas (modistas, artesanas). Eran las trabajadoras expulsadas de la producción, que veían reducirse los servicios gratuitos de guarderías y de hogares para madres solteras, empujadas a la prostitución por el hambre y la miseria reinantes.
Sin embargo, las dificultades no eran óbice para un pensamiento audaz de los dirigentes bolcheviques, que sobrevolaba por encima de los aprietos que imponía la realidad: “No cabe la más ligera duda de que, aun al nivel de nuestra economía actual, podríamos conceder un lugar mucho más importante a la crítica, a la iniciativa y a la razón. Ésa es precisamente una de las tareas de la época. Resulta más evidente aun que la transformación radical de la vida (la emancipación de la mujer de la esclavitud doméstica, la educación pública de los niños, la abolición del constreñimiento económico que pesa sobre el matrimonio, etc.) no avanzará sino a la par de la acumulación social y del predominio creciente de las fuerzas económicas socialistas sobre las del capitalismo”, señalaba Trotsky en 1923. Y más adelante insiste en el papel revolucionario de la creatividad colectiva para la transformación de las costumbres: “Cada forma nueva (…) debe ser consignada por la prensa y llevada a conocimiento público, a fin de estimular la imaginación y el interés de todos y dar el impulso necesario para próximas creaciones colectivas en lo referente a las nuevas costumbres. (…). No toda invención es exitosa, no todo proyecto es viable. ¿Qué importa? La elección adecuada llegará en el momento oportuno. La nueva vida adoptará las formas más acomodadas a su propio sentir. El resultado será una vida más rica, más amplia, más llena de color y armonía.” [10]
La vida privada era un objetivo de la revolución en curso, como si aquella otra consigna de que “lo personal es político”, levantada por las feministas de los años ’70, se encontrara anticipada en las ideas que el bolchevismo tenía sobre la emancipación de las mujeres: “la primera tarea, la más profunda y urgente, es la de romper el silencio que rodea a los problemas de la vida cotidiana.” [11] ¡Qué lejanas estas palabras de las glorificaciones que, poco tiempo después, la burocracia gobernante hacía de sus propias concesiones a la ideología patriarcal pequeñoburguesa y de los brutales retrocesos que se daban en nombre del socialismo!
IV
Como nadie, quizás, Trotsky tuvo que responder en numerosas ocasiones por qué había perdido “el poder”, siendo él –indudablemente-, el más destacado dirigente junto a Lenin, de la Revolución Rusa. Trotsky mismo responde en sus memorias que “cuando un revolucionario, que ha dirigido la conquista del poder empieza, llegado cierto momento, a perderlo –sea por vía ‘pacífica’ o violentamente-, ello quiere decir, en realidad, que comienza a iniciarse la decadencia de las ideas y los sentimientos que animaran en una primera fase a los elementos dirigentes de la revolución o que desciende de nivel el impulso revolucionario de las masas o ambas cosas a la vez.” [12] La burocratización del partido y del estado se va acentuando y Trotsky lo sintetiza magistralmente, diciendo que “para muchos, la etapa actual, llamada a ser una etapa de transición, iba cobrando el valor de una estación de término. Se iba formando un nuevo tipo de hombre.” [13] La resistencia ante las exigencias revolucionarias fue transformándose, lentamente, en una campaña contra Trotsky que encabezaba la oposición al camino que emprendía la casta gobernante. Pero es obligado a renunciar a sus cargos en el estado obrero; más tarde, a abandonar los organismos de dirección del Partido Bolchevique y, finalmente, expulsado definitivamente del mismo. Aun así, Trotsky representaba la continuidad del leninismo y la experiencia viva de la revolución triunfante, por eso fue deportado a Alma Ata, en 1928, donde escribió La Revolución Permanente, discutiendo la “teoría” nacionalista de Stalin, de que era posible construir el socialismo en un solo país, gradual y evolutivamente. Un año más tarde era enviado al destierro que lo hizo recalar, primero en Turquía y, luego, en numerosos países europeos que se negaban a concederle una visa, hasta que finalmente encontró su última morada en un lejano y exótico México.
En tanto, en nombre del socialismo, paradójicamente, en la Unión Soviética se limitó el desarrollo de la socialización de los servicios tales como guarderías, lavaderos y comedores. La burocracia, para afirmarse en el poder del Estado, desenterró el viejo culto a la familia, ya que el nuevo régimen tenía la necesidad “de una jerarquía estable de las relaciones sociales, y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que sirven de apoyo a la autoridad y el poder.” [14] Antes del décimo aniversario de la Revolución de Octubre, el régimen de Stalin reintroduce el matrimonio civil como la única unión legal frente al Estado. Más tarde –sosteniéndose también, entre otros fundamentos, en la moral pequeñoburguesa de las atrasadas masas campesinas- suprimirá la sección femenina del Comité Central del partido, penalizará la homosexualidad y criminalizará la prostitución. “La prohibición del aborto en junio de 1936 fue acompañada de una campaña para desacreditar y destruir las ideas libertarias que habían dado forma a la política social a lo largo de la década de 1920.”, señala Wendy Z. Goldman en el libro que aquí presentamos. Y agrega: “la doctrina de la ‘extinción’, que en un momento había sido central para la comprensión socialista de la familia, el derecho y el Estado, fue repudiada.” La burocracia stalinista, que arrebató el poder de la clase trabajadora, enalteció las figuras del Gran Padre Stalin y la madre rusa heroica y sacrificada por el progreso patriótico; permitió que las esposas de los funcionarios pudieran ir en automóvil con chofer a los supermercados, mientras las trabajadoras tenían que hacer colas interminables por la escasez y el racionamiento. Y todo esto lo hacía al tiempo que sostenía que, con la conquista del poder del Estado, el socialismo ya estaba consumado en sus nueve décimas partes.
Pero la contrarrevolución impuesta por el régimen de Stalin no fue la continuidad inevitable del bolchevismo –como muchos enemigos de la revolución socialista lo quieren presentar-, sino su propia negación. Para ello necesitó liquidar a toda una generación mediante el destierro, su condena a campos de trabajo forzoso, los juicios fraguados y las ejecuciones sumarias. El Termidor que arrasa con las conquistas revolucionarias, al mismo tiempo instaura la pena de muerte a partir de los doce años, la autorización de la tortura y los masivos y arbitrarios fusilamientos –conocidos como los Juicios de Moscú- que acabaron con la generación de viejos bolcheviques y con todos los que se atrevieron a plantear su oposición al régimen.
No hay una continuidad entre los primeros decretos alborozados del naciente estado obrero de 1917 –cuando las leyes también se imaginaban tan transitorias y episódicas como el Estado mismo, como toda la sociedad revolucionada- y estas prescripciones solemnes del orden estatuido por la burocracia para el progreso creciente de la nación. En el medio, fueron necesarios muchas deportaciones, campos de trabajo forzoso, miles de torturados y presos, miles de asesinados. A la revolución, fue necesario oponerle una contrarrevolución para que finalmente se llegara una situación tal como la descripta por Wendy Z. Goldman en los últimos capítulos de este libro.
Los bolcheviques creían que instaurar la igualdad política entre hombres y mujeres era el problema más simple por resolver; pero que el logro de esta igualdad en la vida cotidiana era un problema infinitamente más arduo, ya que no dependía de decretos revolucionarios. Para eso era necesario un gran esfuerzo conciente de toda la masa del proletariado y presuponía la existencia de un poderoso deseo de cultura y progreso. ¿Cómo podía decirse, entonces, que el socialismo estaba casi consumado al tiempo que se prohibía el aborto y se hacía propaganda para que la mujer regresara al hogar y su mundo se redujera, nuevamente, al de las tareas domésticas? Trotsky lo denuncia sin ambages: “La Revolución de Octubre inscribió en su bandera la emancipación de la mujer y produjo la legislación más progresiva en la historia sobre el matrimonio y la familia. Esto no quiere decir, por supuesto, que quedara a punto inmediatamente una ‘vida feliz’ para la mujer soviética. La verdadera emancipación de la mujer es inconcebible sin un aumento general de la economía y la cultura, sin la destrucción de la unidad económica familiar pequeñoburguesa, sin la introducción de la elaboración socializada de los alimentos, y sin educación. Mientras tanto, guiada por su instinto de conservación, la burocracia se ha sobresaltado por la ‘desintegración’ de la familia. Empieza a cantar alabanzas a la cena y a la colada familiares, es decir, a la esclavitud doméstica de la mujer.” [15] En la misma línea, Wendy Z. Goldman sentencia que “aunque las condiciones materiales jugaron un rol crucial en socavar la visión de los años veinte, no fueron en última instancia, responsables por su desaparición. (…). La reversión ideológica de la década de 1930 fue esencialmente política, no de naturaleza económica ni material, y llevaba la impronta de la política stalinista en otras áreas. La ley de 1936 tenía sus raíces en las críticas populares y oficiales de la década de 1920, pero sus medios y sus fines constituían un marcado quiebre con las primeras corrientes del pensamiento, de hecho con una tradición de siglos de ideas y prácticas revolucionarias.”
Millones de seres humanos nacieron y crecieron bajo la idea de que ese engendro histórico del stalinismo, era sinónimo de socialismo. Las banderas revolucionarias quedaron manchadas, durante poco más de medio siglo, por los monstruosos crímenes de la burocracia termidoriana. Con ese telón de fondo, las ideas de la revolución y de la libertad parecieron andar por diversos caminos, incluso oponiéndose entre sí.
En ese mismo tiempo, las mujeres accedimos a todos los niveles de la educación pública, al derecho a ejercer todos los oficios, al control de nuestra sexualidad y de nuestras vidas. Sin embargo, es imperioso señalar que esos derechos contrastan duramente con la vida cotidiana de millones de mujeres, la mayoría, condenadas a trabajos precarios, a la desocupación y la sobreexplotación, a las enfermedades y muertes por las consecuencias del aborto clandestino, a ser vendidas e intercambiadas como meras mercancías por las redes internacionales de trata y explotación sexual, a vivir sin agua potable, ni electricidad y con tan sólo dos dólares al día.
Las reformas conseguidas hoy aquí por un puñado de mujeres, se escurren como agua entre los dedos, mañana, más allá. Las reformas permiten que algunas pocas ejerzan derechos que les son vedados a millones. O que esos derechos se puedan disfrutar por un corto tiempo, antes de que la próxima ofensiva del capital imponga recortes, restricciones, mutilaciones. Por eso, consideramos que este libro de Wendy Z. Goldman, no es un mero ejercicio de memoria histórica, sino una fuente en la que abrevar para preparar las batallas presentes y futuras por nuestra emancipación. Después de todo, como señala el marxista belga Marcel Liebman y queda evidenciado en esta magistral obra que hoy presentamos en castellano, “no fue la lucha por las reformas la que preparó y promovió la revolución, sino la revolución la que abrió paso a las más profundas y verdaderas reformas.” [16]
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