El brutal despliegue militar sobre la franja de Gaza ilustra una práctica recurrente del Estado de Israel sobre Palestina desde hace más de 50 años de ocupación colonial. El pueblo palestino tiene el legítimo derecho a ejercer su propia autodefensa contra la agresión del Estado de Israel en pos de su liberación.
Moshe Dayan, el general israelí que comandó la Guerra de los Seis días en 1967 y una de las figuras prominentes del partido laborista, solía señalar que Israel como Estado judío estaba destinado a una guerra permanente por 1.000 años. Dayan tenía plena conciencia que el Estado de Israel fue edificado a punta de pistola, expulsando a millones de campesinos palestinos de sus tierras ancestrales, obligados a partir hacia un exilio forzoso. Si los sionistas recuerdan 1948 como el año de la independencia nacional, el pueblo palestino recuerda esa fecha como la Nakba, el luto que dió inicio a las masacres, los campos de refugiados, más de 10.000 presos en las cárceles israelíes y una diáspora que supera 4 millones de palestinos errantes en distintos confines del planeta.
Mientras los judíos de Europa oriental huían de los nazis, EE.UU. e Inglaterra cerraban sus fronteras negándoles refugio, en tanto promovían la colonización de Palestina, una zona geoestratégica clave como ariete de acceso a las principales rutas del petróleo. Pero esa región del Levante no era “una tierra sin pueblo” predestinada a “un pueblo sin tierra” como gustaban declarar los sionistas. El pueblo palestino la habitó históricamente, conviviendo fraternalmente con personas de fe judía y cristiano-ortodoxa. Así, tras la declinación del Imperio Otomano en el dominio de la zona, Inglaterra y EE.UU. financiaron con millones de dólares la construcción de un Estado artificial, funcional a su cercanía con las principales reservas de petróleo. Cuando en 1956 el gobierno de Naser resolvió nacionalizar el Canal de Suez, obstaculizando el transporte de petróleo en manos de las grandes multinacionales, el Estado de Israel movilizó rápidamente sus tropas por el desierto del Sinaí e invadió sin vacilaciones las calles de Egipto. La historia del Estado de Israel es la historia de una guerra permanente contra los pueblos árabes oprimidos del Medio Oriente.
El movimiento de colonos ortodoxos que aboga por un Gran Israel, basado en las escrituras del Antiguo Testamento, expresa la auténtica fisonomía del Estado judío como Estado racista que discrimina a todo aquel que no profese la religión judía, tales como los denominados “árabes israelíes”, considerados ciudadanos de segunda categoría.
Expropiado de sus tierras, el pueblo palestino fue obligado a concentrarse sobre la franja oriental de Jerusalén y los pequeños islotes de Gaza y Cisjordania. Sobre este sector los sionistas siguen empleando su política colonial clásica, construyendo ese Muro gigantesco con el propósito de aislar y fragmentar a las pequeñas aldeas palestinas para arrebatarles las tierras más fértiles y los reductos de agua dulce concentrados en el río Jordan.
La propuesta de instalar dos Estados separados no solo legitima la colonización sionista, sino que es una utopía reaccionaria que de ningún modo podría resolver efectivamente las aspiraciones de autodeterminación del movimiento nacional palestino. Qué clase de soberanía podría ejercer un Estado palestino reducido a dos minúsculos islotes sin unidad territorial, mientras el Estado sionista controla los carreteras intermedias, los caminos de frontera, el patrullaje del Mar Mediterráneo, la producción de energía y el monopolio de la distribución de agua, el bien más escaso de todo Medio Oriente. De qué modo podrían caber los 4 millones de palestinos que permanecen en la diáspora sobre esas dos porciones de tierra tan pequeñas, desarrollando una vida relativamente normal. Sólo la destrucción del Estado de Israel en su matriz orgánica (dada sobre la fusión entre Estado y religión como un todo indisoluble) podrá generar las condiciones de una paz justa y democrática entre palestinos y judíos a partir de relaciones fraternales alejadas de los criterios segregacionistas basados en la raza. Sólo una Palestina única, asentada sobre todo el territorio histórico, podrá responder a las expectativas de millones de palestinos que aspiran a retornar a sus tierras y recuperar sus bienes expropiados por el Estado sionista. Sólo una Palestina obrera y socialista podrá proporcionar las bases sociales para que los trabajadores y los campesinos de la región expulsen al imperialismo, y avancen hacia un rumbo independiente como un peldaño hacia una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente que supere el atraso crónico al que los condena el sistema capitalista.
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