El MAS boliviano y su líder, el dirigente cocalero Evo Morales, han ganado amplio peso electoral y político, se preparan para disputar el gobierno en 2007 y son vistos con considerable simpatía en el exterior por su imagen de movimiento campesino e indígena.
Su ascenso fue presentado como ejemplo del surgimiento de una “nueva izquierda” basada en los “movimientos sociales”, ajena al “dogmatismo” y el “aparatismo” -límites y defectos de la “izquierda tradicional”-. Muchos en la izquierda latinoamericana se impresionaron con su éxito electoral de 2002 y consideraban a Evo como el líder de las masas bolivianas que encabezaría la revolución o poco menos.
Sin embargo, bastó la prueba de los primeros pasos de un nuevo proceso revolucionario en Bolivia, para que se desnuden abiertamente sus estrechos límites como fuerza reformista.
Hoy, Evo Morales y el MAS sostienen con todas su fuerzas la “gobernabilidad” y brindan un apoyo “crítico” al gobierno burgués proimperialista de Carlos Mesa sin el cual éste difícilmente podría aplicar sus planes económicos y políticos completamente reaccionarios.
En nombre de este alineamiento con el Gobierno, el MAS se opuso duramente a los llamados a la huelga de la COB durante mayo y junio y apoyó el referéndum sobre el gas organizado por Carlos Mesa y avalado por las transnacionales del petróleo del 18 de julio. El MAS actúa como “pata izquierda” de la estrategia de “reacción democrática” para desmontar el proceso abierto en Octubre.
El MAS no es el instrumento que los obreros, los campesinos, los indígenas y el pueblo pobre de Bolivia necesitan para marchar hacia la victoria.
Es preciso extraer todas las lecciones de esta experiencia política. Desde el punto de vista de las ideas, las fuerzas sociales, la actitud hacia el Estado, en fin, los problemas claves de la lucha de masas, la polémica en torno a la trayectoria, programa y política del MAS actualiza el clásico debate entre las posiciones del populismo y las del marxismo, al calor del proceso revolucionario abierto por el levantamiento de Octubre, uno de los procesos políticos y de lucha de masas más intensos y ricos que ha dado el ascenso latinoamericano de estos primeros años del Siglo XXI.
Resistencia campesina e indígena y mediaciones políticas
Desde fines de la década de los ochenta, el movimiento campesino e indígena boliviano viene protagonizando muy importantes procesos de movilización que reconocen dos vertientes principales estrechamente interrelacionadas: la lucha campesina como tal, y un nuevo despertar del sentimiento nacional en los pueblos indígenas.
En el movimiento campesino cobraron desde los años ’80 un papel muy importante los cocaleros, particularmente del Chapare, enfrentando la política de erradicación de los cultivos de hoja de coca en la región (impuesta bajo la estrategia norteamericana de “combate al narcotráfico”). Sin embargo, el ascenso campesino es de alcance nacional y abarca una problemática muy compleja: la crisis de la pequeña economía campesina del Altiplano y los Valles ante el agotamiento de la reforma agraria de 1953; la lucha del movimiento campesino del Oriente contra el latifundio y la penetración de las empresas agroindustriales, forestales, petroleras, etc.; la lucha de los colonizadores (y cocaleros) en las zonas de Yungas de La Paz y Cochabamba y áreas de Santa Cruz.
El despertar nacional aymara, quechua y guaraní es más amplio que el proceso campesino, pues si bien tiene en las masas indígenas del agro a sus principales componentes, incorpora a amplios sectores de la población urbana, capas de la pequeñaburguesía e incluso estratos de una burguesía comercial de origen plebeyo, que chocan con el racismo y opresión del Estado burgués.
A mediados de los ‘90 la experiencia acumulada en las luchas contra la represión estatal y por las diversas demandas campesinas así como el debate sobre los derechos de los pueblos originarios, hacen sentir cada vez más la necesidad de actuar en la política nacional. En las discusiones en el movimiento campesino e indígena se abre paso la idea de conformar un “instrumento político”.
La debacle de la izquierda reformista después de 1985, arrastrada por sus traiciones como parte de la UDP y por la forma en que la debacle del stalinismo desprestigió la idea misma de socialismo y de revolución, el paso de muchos viejos izquierdistas al bando no ya de la democracia burguesa sino directamente del neoliberalismo, abonó el descrédito de la “forma partido”. Esto, junto con la gran tradición sindicalista de las masas bolivianas, llevó a la discusión de la necesidad de contar con un “instrumento político” entendido en cierto sentido como una “emanación de los sindicatos” o al menos como una estructura para la acción política estrechamente vinculada a éstos.
Esta discusión se da en el marco de una serie de reformas en el régimen político, impulsadas por el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada: Ley de Participación Popular, municipalización, reforma educativa, Ley INRA. El objetivo de las mismas es ampliar las bases de sustentación de la democracia burguesa fortaleciendo los mecanismos de cooptación a nivel municipal, particularmente en el área rural.
Estas reformas, presentadas como una “ampliación de la democracia”, impactan a la “intelligentsia” progresista de las ONG que viene trabajando sobre el campesinado y los pueblos originarios y que ve en esos debates políticos la ocasión para conformar un movimiento desde el cual impulsar un proyecto reformista.
El “instrumento político”
En este cuadro de situación es que avanza la discusión a través de varios encuentros y congresos, con el intento de conformar la ASP (Asamblea por la Soberanía de los Pueblos) y finalmente, la constitución del IPSP (Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos) -origen del actual MAS.
El MAS (y en menor medida el MIP) fue presentado como ejemplo y expresión de una “nueva izquierda” campesina e indígena surgida de los “movimientos sociales” más combativos de los años ‘90, sin embargo, se trata más bien de la “mediatización” de los mismos para quitarle el filo más subversivo a las demandas campesinas e indígenas.
En síntesis, la fuerza y los aspectos más progresivos de los movimientos sociales más activos del período -fundamentalmente cocaleros, campesinos e indígenas-, que venían enfrentando las políticas de los gobiernos de turno y cuestionando la estructura del Estado, con su negación de los derechos de los pueblos originarios, pasa a ser puesta al servicio de un proyecto político reformista, dirigido por la alianza entre la burocracia campesina y cocalera, la intelectualidad de las ONG y los restos de la vieja izquierda reformista de origen stalinista, a través de la constitución del “instrumento político” bajo un programa de reformas graduales en el régimen.
En realidad, la relación entre el MAS como organización política y su base social siempre fue contradictoria, incluso con el movimiento cocalero del Chapare que es su principal punto de apoyo organizado.
El “Instrumento Político” es considerado por los campesinos avanzados como una extensión del sindicato para intervenir políticamente. Esperan así poder defenderse frente a los ataques del gobierno de turno, negociar en mejores condiciones y lograr mediar ante el Estado para luchar por sus demandas más sentidas, como coca, tierra, territorio. La propia burguesía ha expresado en más de una ocasión su recelo ante esta “mezcla explosiva de sindicato y partido” [1].
No se trata de cualquier sindicato, sino uno de los que por más de una década se han forjado en lucha contra los planes imperialistas de erradicación de coca, y que en este combatir, donde las masacres, los encarcelamientos e incluso la tortura eran cosa de todos los días, han logrado forjar una vanguardia campesina templada y altamente politizada, que pone algunos límites a la estrategia de concertación y diálogo de los dirigentes del MAS.
Sin embargo, hay una separación tajante entre el sindicato “que lucha por las reivindicaciones” y el aparato político, que es el que hace efectivamente política y goza de una autonomía prácticamente completa para todas las cuestiones decisivas.
Por otra parte, los lazos estructurales están prácticamente limitados al sindicalismo cocalero del Chapare y en menor medida, Yungas y a algunas Federaciones campesinas departamentales. Fuera de estos bastiones del MAS, su influencia política es predominantemente electoral, no orgánica, sino más bien a través de dirigentes y militantes, y es en este sentido mucho más débil en los sindicatos obreros y las organizaciones populares urbanas. Según un reciente informe [2], el MAS dirigiría la Confederación de Maestros Rurales de Bolivia, la Federación de Maestros Rurales de La Paz, la Central Obrera Regional de El Alto, la Confederación de Colonizadores de Bolivia, las 6 Federaciones del Trópico de Cochabamba, la Federación de Cocaleros de los Yungas y las federaciones departamentales de campesinos de Oruro, Cochabamba, Chuquisaca, Tarija, Potosí, Pando y varias centrales y subcentrales, conformando una Confederación de Campesinos “paralela” a la de Felipe Quispe y dirigida por Román Loayza. Hace pocas semanas perdió la Federación de Juntas Vecinales de El Alto (dirigida hasta el XIII Congreso de la misma por el masista Mauricio Cori).
El aparato político tiene una estructura de movimiento o partido laxo más bien tradicional, electoralista. En el mismo se expresa la alianza entre la burocracia campesina, la intelectualidad pequeñoburguesa y remanentes de la izquierda reformista. Naturalmente, la heterogeneidad interna es grande, desde el progresismo socialdemócrata de moda en las ONG al nacionalismo popular de Morales Dávila (ex maoísta), el populismo radical de Filemón Escobar (ex trotskista) o un guevarismo difuso como el de Antonio Peredo (de la Fundación Che Guevara). Allí Evo Morales, juega el rol de árbitro y aglutinante entre las varias tendencias internas y de caudillo reconocido en la relación con la base. Todo ello, bajo una vaga ideología populista-indigenista que pretende recoger “el marxismo, la Cosmovisión andinoamazónica y la teología de la liberación”.
El programa del MAS es un programa típicamente reformista, donde las frases generales escamotean el filo progresivo de las demandas campesinas, democráticas o nacionales, dándoles la formulación lo más anodina posible, bajo el principio de “pasar de la protesta a la propuesta”, privilegiar la lucha parlamentaria, y en todo caso, “si ésta no funciona volvemos a las calles” en una estrecha lógica de presión sobre el régimen y el gobierno de turno, bajo la estrategia de “recuperar la democracia que ha sido secuestrada por el neoliberalismo”.
Ascenso electoral e integración al régimen
La necesidad de sortear las restrictivas trabas de la legislación para participar electoralmente, llevó al naciente “Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos” a utilizar la personería jurídica del MAS. Este era hasta entonces un pequeño desprendimiento de izquierda de la antigua FSB [3]. Pronto el MAS-IPSP cosechará los primeros éxitos electorales, ganando en varios municipios del Chapare gracias al masivo voto de las bases sindicalizadas de la región.
A partir del año 2000, la “guerra del agua” en Cochabamba, y los masivos bloqueos en el Altiplano de septiembre y del año siguiente muestran un giro en el proceso político, con un vuelco en la relación de fuerzas favorable a las masas, la apertura de una situación prerrevolucionaria y un salto en el deterioro del régimen político y en los partidos burgueses que coadministran el Estado desde 1985. El ánimo combativo y el giro a izquierda en importantes sectores de masas comienzan a buscar una alternativa política. El posicionamiento que ha logrado el MAS y la persecución política contra Evo Morales (que es escandalósamente separado del Parlamento y luego “demonizado” por la propia Embajada yanqui) permiten que éste logre un gran éxito político en las elecciones presidenciales de 2002, donde emerge como gran fuerza política nacional, conquistando unos 35 senadores y diputados, mientras que él mismo se ve proyectado como figura política nacional de primera línea (el MIP de Felipe Quispe hace una buena elección en La Paz y logra también varios parlamentarios).
Sin embargo, el ascenso electoral del MAS sella también un salto adelante en su integración al régimen. De hecho toda la campaña electoral estuvo signada no por la denuncia al régimen ni fue puesta al servicio de la movilización de masas, sino por la idea de “pasar de la protesta a la propuesta”, como gustaban decir Evo Morales y Filemón Escobar. De esta manera, si bien el ascenso electoral del MAS refleja el giro a izquierda en la situación política y el descontento entre las masas, lo hace ubicándose como ala izquierda del desvío electoral organizado por la burguesía como salida para impedir que se profundice el curso de movilizaciones iniciado en 2000.
De hecho, si el carácter reformista del MAS es innegable desde su misma conformación, la incursión en el terreno electoral va de la mano de una creciente integración al régimen burgués, “suavizando” su discurso para mostrarse como una “fuerza seria y responsable” ante la burguesía y buscando aliados que puedan hacerlo más “potable” entre la clase media urbana.
En el Parlamento, la brigada masista (igual que la del MIP) pese a sus componentes indígenas y campesinos no cuestiona las instituciones del régimen y se integra con notoria facilidad al funcionamiento parlamentario “normal”.
Ante el estallido de las Jornadas del 12 y 13 de febrero de 2003, que conmovieron profundamente al país, reabriendo la situación prerrevolucionaria y dejando tambaleante al gobierno de Goni, el MAS se mantuvo en el terreno del régimen en nombre de la “defensa de la democracia” y en la búsqueda del “diálogo” con el Gobierno, pese a los intentos de éste de continuar la ofensiva contra los cocaleros del Chapare. El giro cada vez más autoritario del gobierno (es decir, bonapartizante), especialmente después de los primeros días de agosto, cuando NFR se incorpora a la coalición, resta márgenes a esta política conciliadora.
Entonces el MAS prepara un calendario de demostraciones y marchas pacíficas para presionar contra la política de venta del gas en manos de las transnacionales que impulsa el gobierno de Sánchez de Losada, siendo la primera la del 19 de septiembre. El MAS no esperaba ni se había preparado para el estallido que sobrevendría ante la brutal represión oficial en Warisata al día siguiente y se vio sorprendido por la dinámica de los acontecimientos.
El MAS en Octubre: apagando los fuegos de la insurrección
El levantamiento insurreccional fue un durísimo golpe a esta podrida “democracia para ricos” y abrió una nueva etapa política en el país, de carácter revolucionario, poniendo en juego la cuestión del poder. Fue naturalmente una prueba de fuego para todas las corrientes políticas que actúan en Bolivia y en esta medida, obligó al MAS a dejar de lado toda ambigüedad en su alineamiento con la defensa del orden político de la “democracia para ricos”. Evo Morales, con su viaje al exterior (Ginebra) en las jornadas más candentes, mientras se luchaba y moría en el Altiplano y El Alto, trató de demostrar que no tenía nada que ver con los sucesos que el gobierno le achacaba. En todo momento la cúpula del MAS se ubicó clara y conscientemente contra el desarrollo en sentido revolucionario del levantamiento. De hecho, esto influyó para que la mayoría de los sectores que dirige, particularmente en Cochabamba, se incorporaran lentamente al proceso y nunca alcanzaran al nivel de la vanguardia alteña. A lo largo de un mes de lucha fue permanente la negativa de los dirigentes principales del MAS a coordinar la movilización y darle una perspectiva unificada e independiente, compartiendo de esta forma la responsabilidad con Felipe Quispe y la dirección de la COB en que el movimiento insurreccional no pudiera avanzar más allá. Recién luego del 13 de octubre, cuando la masacre en El Alto no deja otra alternativa, el MAS levanta el reclamo de que se vaya el Presidente, pero lo hace para sumarse a la discusión de una “salida constitucional” que la propia clase dominante está iniciando en esos momentos con la participación de los gobiernos vecinos (Brasil y Argentina) y del imperialismo. Evo Morales y el MAS jugaron un papel político fundamental, dentro y fuera del Parlamento para viabilizar el recambio por Carlos Mesa como forma de poner punto final a la insurrección en marcha y evitar un derrumbe mayor del régimen político.
El “guardián de palacio”
Después del 17 de octubre, la dirección del MAS estableció estrechos lazos con el nuevo gobierno, convirtiéndose en un socio político insustituible para Carlos Mesa, alentando entre las masas las ilusiones en éste y garantizándole por varios meses una tregua social y política (en lo que lamentablemente no estuvo solo pues también sostuvieron la tregua Felipe Quispe y la COB, aunque ésta pasó a la oposición en las semanas anteriores a Carnavales). Sin el “apoyo crítico” del MAS al nuevo gobierno se le hubiera hecho muy difícil sostenerse e irse afirmando en sus planes.
El MAS “avaló” la integración al gobierno de Carlos Mesa de figuras muy cercanas o pertenecientes a sus filas, como el ahora ex ministro de Educación, Donato Ayma Rojas (caído recientemente a raíz de la huelga del magisterio que se prolongó durante cuatro semanas), el ex ministro sin cartera Responsable de Asuntos Indígenas y Pueblos Originarios, Justo Seoane P., que fue candidato a concejal por el MAS. El Prefecto paceño, Nicolás Quenta, fue nombrado con el aval del MAS y del MIP, y se podrían enumerar otros casos: “También se conoce que varios viceministros y directores de algunas prefecturas fueron ‘avalados’ por las organizaciones sociales que controla este partido” [4].
Pero estos hombres son sólo un aspecto parcial de la amplia colaboración del MAS con el gobierno de Mesa. En el Parlamento, el rol de los diputados y senadores del MAS es esencial para viabilizar las iniciativas de un gobierno que carece de representación parlamentaria propia.
En realidad, después de Octubre ha cambiado la ubicación política del MAS. Al profundizar su integración al Estado y su capitulación al régimen político existente, se convirtió en una “pata izquierda” esencial para la estrategia de reacción democrática con la que el gobierno, la burguesía y el imperialismo esperan desmontar el proceso revolucionario iniciado en Octubre.
El plan político de Carlos Mesa se basa en tres promesas: referéndum, reforma de la Ley de Hidrocarburos y Asamblea Constituyente, presentándolas como la respuesta a las demandas del levantamiento. En realidad, es una “agenda” contra Octubre y cada una de estas propuestas está planeada para convertir las demandas democráticas y nacionales de las masas en su contrario, a través de los mecanismos de engaño y las trampas de la democracia burguesa. Se trata de “cambiar algo para que nada cambie” introduciendo pequeñas reformas políticas como un “maquillaje” para hacer creer que “se perfecciona la democracia” y “se respeta la voluntad popular”. Y por esta vía, paso a paso, recomponer un régimen político más fuerte que pueda enfrentar -incluso con la represión- a las luchas de las masas, evitando el riesgo de nuevas erupciones revolucionarias.
No se trata de “errores”. Toda la concepción política y estratégica del MAS lo empuja a colaborar con el Gobierno y sus planes en nombre de la “recuperación de la democracia”. Esto ha sido ampliamente demostrado en los 9 meses transcurridos, como lo demuestra la política del MAS ante los procesos de lucha que comienzan a enfrentar al Gobierno, y de manera escandalosa, su apoyo al referéndum del 18 de julio.
El MAS contra la COB y la huelga general
Evo Morales y los dirigentes del MAS se opusieron frontalmente al llamado a la huelga general de la COB resuelto en el Ampliado del 7 de abril. Algunos de ellos recurrieron a los mismos argumentos utilizados por la burguesía en la campaña de desprestigio contra Solares y la dirección cobista, y contribuyeron en alto grado a impedir la unificación de las luchas sectoriales que se sucedieron desde inicios de mayo, contribuyendo en alto grado al fracaso del llamado a la huelga general. Es cierto que la dirección de Solares, con sus métodos burocráticos y aventureros y su política de presión “in extremis” sobre Carlos Mesa eran un grave obstáculo para que las movilizaciones se generalizaran y unificaran efectivamente bajo una huelga general efectiva. Sin embargo, el gobierno se hubiera visto en dificultades mucho mayores para enfrentar la oleada de decenas de movilizaciones que se extendieron durante mayo y junio de no haber sido por el papel del MAS que hizo cuanto pudo para frenar, boicoteó el llamado de la COB y se jugó a dividir la movilización. Al respecto, la agencia Econoticias tituló una nota crítica sobre el curso político de Evo Morales y el MAS como “el guardián de palacio”...
El apoyo a la trampa del referéndum
Es sabido que asesores y dirigentes del MAS jugaron un rol esencial en la formulación de las preguntas del referéndum, atribuyéndose incluso la paternidad de las tres primeras [5].
El propio Evo Morales le dio su respaldo al tramposo Referéndum de Mesa, afirmando que “casi todos los movimientos sociales apoyan al Referéndum, porque se trata históricamente de la primera vez que el pueblo decidirá sobre sus recursos naturales. Más del 70 por ciento de las fuerzas sociales, está de acuerdo para llevar adelante el Referéndum. Quienes se oponen al Referéndum Vinculante son las trasnacionales petroleras, la Cámara petrolera de Bolivia y los partidos que impulsaron leyes para subastar nuestras riquezas” [6]. Y Evo afirmaba esto cuando es un hecho que Repsol avaló el referéndum y la campaña de propaganda oficial fue financiada por la “cooperación internacional” ... es decir, las agencias imperialistas [7].
Este aval al referéndum (presentándolo como una “conquista de Octubre”) fue crucial para que el Gobierno pudiera apoyare en las ilusiones democráticas de muchos trabajadores y campesinos que aspiran a recuperar efectivamente el gas y desconfían del gobierno, pero quisieron hacer pesar su voluntad a través de las urnas. Apoyándose en este sentimiento, el gobierno logró convencer a importantes sectores de que el Referéndum era una conquista democrática y que el “Sí” significaría un cambio en el camino de la recuperación del gas. Lo cierto es que el “Sí” significó una burla a las aspiraciones populares, mantener la vigencia de los contratos petroleros y un aval a la política de exportación en manos de Repsol, Petrobras, etc..
El MAS hizo campaña activa por el voto en las organizaciones sindicales y populares que dirige por el “Sí” a las tres primeras y atacó violentamente a quienes promovían el boicot o la abstención. Los resultados reflejaron el apoyo masista. Carlos Mesa, que salió fortalecido con los resultados, no ha perdido el tiempo en concertar acuerdos para avanzar en el negocio del gas -que manejan Repsol-YPF, Petrobras y un puñado de transnacionales, con nuevas ventas a Brasil, Argentina y acuerdos en marcha con Perú para exportar a México por el puerto de Ilo. Aunque ahora el MAS pretende “interpretar” las preguntas del MAS para proponer una “nacionalización de derecho” e impulsa su propio proyecto de Ley de Hidrocarburos, e incluso ha amenazado con impulsar protestas a partir del 30 de agosto, lo cierto es que no puede ocultar la gravísima responsabilidad política que le cabe al haber viabilizado la trampa tendida por Carlos Mesa.
La estrategia de “lulización”
El compromiso político del MAS con la “gobernabilidad” y su asociación al Gobierno no son ingenuidad política. Responden a su estrategia reformista de “defensa de la democracia” y a la decisión política consciente y coherentemente sostenida de convertirse en una opción de gobierno “seria y responsable” para la burguesía y el imperialismo, para hacer viable la llegada al gobierno del MAS por vía electoral. El MAS ha puesto todo su esfuerzo en alejarse de la imagen de “partido cocalero” para lograr esto.
Evo Morales y el MAS están tratando de seguir el ejemplo de Lula y del PT brasilero, multiplicando las muestras de adhesión al orden existente, de respeto a la propiedad privada, de subordinación a las condiciones fijadas por las transnacionales y la empresa privada en las dos últimas décadas de ofensiva burguesa e imperialista bajo el manto del neoliberalismo.
En este camino, las diferencias internas, como la reciente ruptura entre el senador Filemón Escobar y Evo Morales, no han obedecido a cuestiones de “principio” sino a cómo irse acomodando a las exigencias del régimen, ya que ambos defendían el mismo curso político general [8].
Ya en su Congreso Nacional de enero de este año en Oruro, el MAS se fijó como meta ganar las próximas municipales, para pasar a dirigir al menos 200 de los municipios del país, y para ello, determinó buscar alianzas con sectores “progresistas”. El propio Evo anunció el acuerdo para llevar como candidato a Alcalde en Cochabamba a Gonzalo Lema, ex vocal de la Corte Nacional Electoral, escritor y con un pasado político ligado al MNR, pero a fin de cuenta, típico representante de los figurones de clase media “respetables” con los que el MAS busca aliarse de cara a las municipales.
Para los “estrategas” del MAS, las municipales deben ser un trampolín hacia la Asamblea Constituyente de 2005 y luego, hacia las presidenciales de 2007.
Para justificar su línea de “apoyo crítico” a Carlos Mesa como “mal menor”, los dirigentes del MAS denuncian un supuesto golpe de Estado en preparación al que le “harían el juego” los llamados a movilizarse (como fue el llamado de la COB a la huelga general), poniendo en “peligro a la democracia” y favorecer los planes de la derecha burguesa y el imperialismo.
Este argumento siempre ha sido utilizado por los reformistas para frenar la movilización de masas, paralizándolas para enfrentar a la reacción... hoy es evidente que no hay planes serios de golpe, y que el imperialismo apoya a Mesa. Sin embargo es utilizado por el MAS para justificar su profundo giro a la derecha. Está por verse si éste le servirá para “proyectarse al poder”.
Por un lado, subsiste la desconfianza de la burguesía y del imperialismo a un eventual acceso del MAS al gobierno. Cuanto más éxito tenga el MAS en mostrarse como un “partido de Estado”, cuanto más ayude a la clase dominante a desmontar el proceso abierto en Octubre y a recomponer el régimen político, recreando las ilusiones en la democracia y en el voto, menos necesidad tendrá la burguesía de apelar a un gobierno de Evo Morales y más fácil le será montar un recambio político más confiable, con “hombres propios”, para suceder a Mesa.
Esto no descarta que la clase dominante se pueda ver obligada a aceptar un gobierno del MAS si se ve ante el riesgo de nuevos estallidos revolucionarios y su actual plan de reacción democrática fracasa en contener el desarrollo del proceso. El proyecto de colaboración de clases que encarna el MAS será visto entonces como recurso para ganar tiempo, desacreditar a la izquierda, desmoralizar a las masas y recuperar fuerzas para la reacción.
Los límites del reformismo electoral del MAS
Naturalmente, cuanto más esfuerzo hace el MAS para convertirse en “aceptable” para la clase dominante, más se aleja de la voluntad y aspiraciones de la base popular. La estrategia “posibilista”, negociadora y conciliadora del MAS, buscando la alianza con la “izquierda de la sociedad burguesa” (abogados, militares, curas, ONG) en los marcos de la democracia no sirve para obtener respuesta a las demandas agrarias, indígenas, democráticas y nacionales de la base.
Hemos visto también cómo ayudó a burlar, con su apoyo al referéndum, la demanda popular, de claro contenido antiimperialista, de recuperación del gas y el petróleo.
El MAS ha abandonado de hecho su consigna de “Asamblea Popular Constituyente” con participación de los movimientos sociales y pueblos originarios, para avenirse a la convocatoria a una Asamblea Constituyente pactada, que no ponga en riesgo lo que han acordado convocar para el año que viene Carlos Mesa y el parlamento.
En lugar de luchar por la derogación de la nefasta Ley 1008, impuesta por el imperialismo, que legaliza la persecución a los cocaleros y la estrategia de erradicación de la hoja de coca, el MAS pide la modificación de su Art.19.
Frente a la acuciante cuestión de la tierra, el MAS plantea la reversión de los “latifundios improductivos”, pero no la liquidación del latifundio como base de una verdadera revolución agraria sin la cual no hay salida a la situación campesina.
Ha convertido la lucha por la autodeterminación de los pueblos originarios en una lucha por la “inclusión” en los marcos del “pluri-multismo” que no cuestiona las bases materiales de la opresión.
Pero por esta vía no se pueden resolver las demandas más sentidas: ni la recuperación del gas, ni la defensa de la coca, la tierra y el territorio, ni la resolución de los problemas de trabajo, salario, salud, educación o seguridad social. Todas estas cuestiones vitales exigen afectar los intereses y la propiedad de las transnacionales, los terratenientes y los grandes empresarios por lo que plantean una lucha de masas revolucionaria por el poder para ser resueltas.
No hay posibilidad de “poner al servicio del pueblo” al actual aparato estatal, instrumento de la gran propiedad privada, de los terratenientes y enfeudado a los intereses de las transnacionales. El MAS comparte la ilusión de todos los populistas y reformistas, de que el Estado puede ser un “árbitro” entre el capital extranjero y la nación oprimida, entre los latifundistas y explotadores nativos y las masas pobres...
El papel y las posiciones del MAS desnudan los estrechos límites de esa supuesta “nueva izquierda”, que en realidad defiende las mismas viejas recetas reformistas que han fracasado en Bolivia y en el mundo una y otra vez.
Hace falta poner en pie una alternativa de dirección obrera, socialista y revolucionaria
Al verse obligado a defender al gobierno de Mesa y sus principales medidas y a oponerse a toda tendencia a que las luchas se unifiquen y se conviertan en un enfrentamiento político con el gobierno, el MAS está provocando descontento entre los sectores avanzados y comienza a desilusionar a sectores de vanguardia. Las posiciones del MAS han sido duramente cuestionadas en Ampliados, asambleas, seminarios y otros eventos de discusión sindical y política. Sin embargo, y pese al desgaste sufrido en estos meses entre la vanguardia que rechaza este curso de freno a las luchas y apoyo al gobierno, el MAS conserva la simpatía de amplios sectores de masas y pretende seguir presentándose como el representante del pueblo indígena y trabajador. Por otra parte, la dirección de Solares en la COB no ofrece ninguna alternativa, ya que defiende también la colaboración de clases con los sectores “democráticos” o “patrióticos” de la burguesía y se opone a levantar una alternativa política propia de los trabajadores.
Es preciso poner en pie una verdadera herramienta para la liberación de la clase obrera, que luche por poner a ésta al frente de la nación oprimida en la lucha contra el imperialismo, los grandes propietarios y la reacción interna.
La discusión sobre la necesidad de una organización política propia ha comenzado en algunos medios sindicales. No se trata de hacer un “instrumento político” cualquiera, es decir, “un nuevo MAS” ni de buscar la alianza con representantes de izquierda de la burguesía, como el Mayor Vargas o el ex juez Costa Obregón, como opina la dirección cobista. Hace falta poner en pie una alternativa obrera y socialista, que encarne lo mejor del levantamiento de Octubre y plantee claramente la lucha revolucionaria por un gobierno obrero y campesino.
Los trotskistas de la LOR-CI luchamos por un partido revolucionario de los trabajadores, socialista e internacionalista. Consideramos que una forma de avanzar podría ser un “instrumento político revolucionario de los trabajadores”: basado en los sindicatos y en sus asambleas de base, que defienda la independencia política de los trabajadores, con un programa para imponer una salida obrera y campesina a la crisis nacional y organizado según los métodos de la más amplia democracia obrera, con dirigentes responsables ante la base y libertad de tendencias. Poner en marcha el proceso de discusión y organización permitiría aprovechar los resquicios electorales para dar la batalla por la independencia de clase en todos los terrenos, denunciar el régimen y sus trampas y preparar el terreno para futuros combates.
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