Los jóvenes que se concentraron, en la noche del viernes en El Cairo, ante la Embajada de Túnez, gritaban: "¡Ben Ali, pasa a recoger a Murabak [presidente de Egipto] para llevártelo al exilio!".
La onda expansiva del derrocamiento del régimen de Ben Ali, presentado en Europa como el más estable, alcanza a buena parte del mundo árabe empezando por el norte de África.
Con la única excepción de Egipto y Qatar, que han reaccionado tarde y con comunicados insípidos, el resto de los Gobiernos árabes guardan silencio. Muchos de ellos, entre otros Marruecos, habían prohibido antes las manifestaciones de solidaridad con la revuelta tunecina.
La cautela de las autoridades árabes contrasta con el entusiasmo de la prensa independiente ante la caída de Ben Ali. As Safir, el diario de la izquierda libanesa, resume una opinión generalizada cuando expresa el deseo de que "esta primera revolución popular árabe del siglo XXI sea un modelo para el cambio en el mundo árabe esperado desde hace mucho tiempo".
Los diarios más enardecidos son los de la vecina Argelia. Túnez es "un sueño para millones de argelinos también privados de libertad y de democracia", escribe en su editorial El Watan. "¡Viva el efecto dominó!", concluye, anhelando el contagio. "Sueño con ser tunecino", titula su columna Kamel Daud en Le Quotidien d’Oran.
Los rotativos marroquíes cierran muy pronto, por lo que no pudieron recoger ayer la huida de Ben Ali, pero hasta el semanario oficialista Maroc Hebdo consideraba, en su edición del fin de semana, que "Túnez no es un caso aislado". "La enfermedad es de los árabes".
Para el conjunto de los dirigentes árabes la revuelta de Túnez supone una advertencia, aunque nadie crea, por ahora, que como sucedió con el Pacto de Varsovia a finales de los ochenta, los regímenes vayan a caer uno tras otro.
"No habrá una catarata de derrocamientos", afirma Iman Uenzar, una intelectual de Orán, "pero la fiebre social sí se va a contagiar". "Habrá disturbios sociales más fuertes y frecuentes que hasta ahora", vaticina. Said, el hermano del presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, "no podrá ya sucederle", comenta otro argelino.
Con la excepción de Libia, que ni siquiera guarda las apariencias, los países del norte de África poseen sistemas políticos similares al que prevalecía en Túnez, sean repúblicas o monarquías.
Detrás de una democracia más bien de fachada se esconden regímenes autoritarios y corruptos que cercenan las libertades básicas empezando por la libertad de asociación y de expresión. Ben Ali era el que había llevado más lejos las restricciones en ese ámbito hasta el punto de impedir el acceso a cientos de webs, incluidas YouTube y Flickr y, durante un tiempo, Facebook.
Pero también era Túnez el que aseguraba el mejor nivel de vida a su población gracias a un crecimiento económico sostenido -por encima del 5%- hasta que, en 2009, la crisis mundial mermó el ritmo de su expansión. Pese a esos relativos éxitos económicos, que otros países no han logrado, estalló la revuelta que arrasó el régimen.
"Advertimos de que habrá una explosión que impactará a los países árabes como ha sucedido en Túnez", recordaba ayer Hamdy Hassan, portavoz de los Hermanos Musulmanes egipcios. "¿Cuándo sucederá?", se preguntaba. "Nadie lo sabe".
|