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Transformar la resistencia en una lucha generalizada de liberacion nacional y social
por : Claudia Cinatti

03 Aug 2006 |

Mientras que la fuerza aérea israelí, armada por el imperialismo norteamericano, bombardea las aldeas del sur del Líbano, destruye la infraestructura y asesina a civiles, mayoritariamente niños, ancianos y discapacitados, el gobierno libanés de Fouad Siniora “lamenta” que la “comunidad internacional” no actúe para detener la ofensiva, esperando que el principal sponsor de Israel, Estados Unidos, considere que ya fueron suficientes bombas para lograr un cese del fuego.

No es ninguna novedad que en las guerras los que más sufren son los trabajadores y los pobres. El actual ataque militar israelí contra el Líbano no es una excepción: no sólo entre ellos está la mayoría de los desplazados sino que miles de trabajadores extranjeros -mayoritariamente mucamas, choferes y mayordomos provenientes de Filipinas, Vietnam, Sudán y otros países de la región- fueron abandonados a su suerte por sus patrones libaneses, que huyeron de los bombardeos dejando a sus empleados sin dinero, y en algunos casos, encerrados con llave en las casas.

Pero a pesar de estas duras condiciones la población libanesa está lejos de culpar a Hezbollah por la destrucción y la muerte causada por las tropas sionistas: según las encuestas más del 80% apoya la resistencia contra la agresión israelí al Líbano.

Pero para poder derrotar el ataque de Israel y al imperialismo es preciso superar los límites de una resistencia circunscripta a las milicias de Hezbollah. Es necesario que entren en escena las amplias masas de trabajadores, campesinos pobres y sectores oprimidos, transformando la actual resistencia en una lucha generalizada de liberación nacional y social.

El gobierno de los millonarios libaneses es aliado del imperialismo

El actual gobierno de “unidad nacional” del Líbano sólo cuida los intereses materiales de sus prósperos empresarios de la construcción, el turismo y las finanzas. El primer ministro Siniora es parte de la multimillonaria elite política que gobierna el país desde el fin de la guerra civil. Su antecesor, el ex primer ministro y empresario Rafik Hariri [1], amasó una fortuna que lo ubicó en el puesto número 4 de los políticos más ricos del mundo. Pero mientras su familia heredó luego de su asesinato en febrero de 2005 alrededor de 16.700 millones de dólares, la “herencia” que dejó Hariri para los trabajadores y las masas populares del Líbano es una pesada carga.

El “programa de reconstrucción” de la postguerra implicó un endeudamiento externo de 35.000 millones de dólares, representando más del 185% del producto bruto del país. Bajo monitoreo del FMI y el Banco Mundial, Hariri lanzó un plan neoliberal de ajuste que combinaba la receta conocida de recorte del gasto público, privatizaciones, aumento de impuestos y ataque a los salarios. El desempleo se estancó en el 20% de la población y la pobreza en el 30%. Esta situación provocó una profunda polarización social entre capas medias acomodadas que gozaban de la bonanza de los negocios y la clase obrera [2], que protagonizó importantes luchas como las huelgas generales de 2003 y 2004. Fouad Siniora es otro empresario, amigo y empleado de Hariri en sus múltiples empresas y ex ministro de finanzas de su gobierno, responsable de la escalada de la deuda externa [3] y de los programas de “ajuste estructural”.

Los límites de Hezbollah para dirigir una verdadera lucha de liberación nacional

Indudablemente Hezbollah se ha fortalecido tanto nacionalmente como en el conjunto del mundo árabe y musulmán como una fuerza legítima de resistencia contra la opresión israelí. Esto es así porque a pesar de ser una milicia limitada -se calcula que tiene alrededor de 6.000 combatientes- es la única que enfrenta al poderoso ejército sionista, lo que contrasta con la política proimperialista no sólo del gobierno del Líbano sino de los principales países árabes: Egipto, Jordania y Arabia Saudita. El ejército libanés se ha mantenido al margen del conflicto cuando su país está siendo agredido brutalmente por el ejército sionista. Deja la resistencia en manos de la milicia de Hezbollah, cuando sus fuerzas son diez veces mayores a esta, mostrando así el carácter burgués y proimperialista de sus mandos y cuerpo de oficiales que responden al gobierno de Sinoira.

Lejos de la “caricatura” de Bush y Blair que presentan a Hezbollah como una banda de fanáticos y terroristas, la realidad es que ésta es una organización con un amplio apoyo popular. Durante años Hezbollah tejió una extensa red de asistencia que incluye servicios de salud y educación para los sectores más empobrecidos, que si bien están instalados en los barrios y aldeas de mayoría chiíta, asisten a las poblaciones locales más allá de su confesión religiosa, lo que junto con la resistencia contra Israel, le permitió año a año aumentar su popularidad y su peso en la política libanesa, extendiendo su base a sectores de la clase media urbana.

En las últimas elecciones de 2005, Hezbollah logró 14 bancas en el parlamento apelando a una combinación de retórica antiimperialista con el repudio a los planes neoliberales de los sucesivos gobiernos, un programa que combina la reforma social y la ideología religiosa.

Pero a pesar de sus denuncias al régimen libanés, Hezbollah participa del “gobierno de unidad nacional” de Fouad Siniora, surgido bajo presión norteamericana luego de la llamada “revolución de los cedros” y el retiro de Siria del Líbano. El Ministro de Energía de Hezbollah no se ha retirado del gabinete a pesar de que el gobierno libanés no ha tomado la más mínima medida para enfrentar la ofensiva israelí.

A pesar de su discurso político antiimperialista y de sus acciones armadas contra Israel, por su carácter social y su programa político, la política de Hezbollah no es transformar el actual enfrentamiento en una verdadera lucha de emancipación nacional y social. Aunque tácticamente se declare opuesto a imponer el Islam por la fuerza y considere como aliados a los pueblos oprimidos del mundo, más allá de que no sean musulmanes, su objetivo estratégico es el establecimiento de un estado islámico en el Líbano, inspirado en la revolución iraní de 1979 y en el ayatolah Khomeini.

La teocracia iraní que fundó a Hezbollah, que nombra a su “jefe espiritual” y que influye decisivamente sobre sus orientaciones políticas, es profundamente reaccionaria. Expresando los intereses de la burguesía del bazar [4], ahogó en sangre la revolución social en ciernes en 1979 y estableció un régimen confesional totalmente represivo, que aunque tiene importantes roces con Estados Unidos, preservó el carácter capitalista del país. Incluso Irán, por sus cálculos de poder en la región, apoyó a través de sus organizaciones afines en Irak la invasión norteamericana. Al igual que Siria, que también mantiene relaciones con Hezbollah, intentará capitalizar la situación en el Líbano favoreciendo sus intereses y no los de los explotados de la región.

La intervención activa del movimiento de masas

Para poder derrotar la ofensiva en curso es necesario poner en movimiento las enormes energías y la disposición a la lucha de los trabajadores y los oprimidos del Líbano y de todo Medio Oriente, a través de un programa que una la resistencia contra el Estado de Israel y el imperialismo con la lucha contra los explotadores locales y su elite política, agrupada en la llamada “coalición 14 de marzo” [5], a quienes en nada interesan los intereses de los explotados y oprimidos libaneses y que antes de los enfrentamientos estaban negociando el desarme de las milicias del Hezbollah, de acuerdo a las directivas imperialistas. Los mismos que hoy también apuestan a la intervención de una “fuerza de interposición”.

Un programa verdaderamente revolucionario debe partir de la defensa incondicional de la resistencia libanesa contra la agresión militar israelí y de la lucha nacional e internacional por la derrota de Israel, Estados Unidos y sus aliados. Sin embargo, la resistencia contra un ejército infinitamente superior no puede limitarse a la milicia de Hezbollah que ejerce un monopolio exclusivo sobre la lucha armada, reservando a los “civiles” el rol de apoyo pasivo, víctimas o refugiados. Es necesario desarrollar el armamento general de la población trabajadora y pobre que permita derrotar en cada aldea, a las tropas de invasión terrestres del Estado sionista, dándole un carácter masivo a la resistencia, única forma de derrotar a enemigos tan poderosos como el imperialismo y el Estado sionista. Al mismo tiempo deben tener una política hacia la base del ejército del Líbano, para ganarla y que esta rompa con la política colaboracionista del gobierno.

Esta lucha tiene que tener una perspectiva estratégica, más allá de lograr una “victoria moral” sobre los agentes árabes del imperialismo y de Israel. En función de tomar todas las medidas necesarias para derrotar la agresión israelí, es necesario plantear la expropiación de las empresas imperialistas y los grandes empresarios locales, así como apropiarse de las enormes fortunas de los políticos millonarios.

A pesar del carácter muchas veces heroico de las luchas protagonizadas por las masas de la región, como las dos intifadas palestinas o la revolución iraní de 1979, éstas han sido encabezadas por direcciones sin una estrategia para llevarlas a la victoria.

Para triunfar, se trata de, estando en la primera fila de la resistencia, superar a las actuales direcciones (ya sea islámicas o nacionalistas árabes) levantando un programa, una política y una estrategia revolucionaria para que la clase obrera del Medio Oriente, dirigiendo a los campesinos pobres, a los jóvenes oprimidos y a todos los explotados de la región, pueda derrotar definitivamente al Estado terrorista de Israel, a Estados Unidos y a las corruptas burguesías árabes, avanzando hacia una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente.

 

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