Sorpresivamente, luego de su participación en la Cumbre del MERCOSUR en Córdoba y de los actos de conmemoración del 26 de Julio en Cuba, el 1 de agosto se anunció que Fidel Castro delegaba el poder en su hermano Raúl, por una operación urgente a la que debió someterse. La noticia recorrió rápidamente el mundo y se convirtió en fuente de todo tipo de especulaciones sobre el futuro del dirigente y sobre todo del rumbo que tomará el país.
Lo cierto es que el hecho ya abrió un nuevo momento político en la isla con repercusiones más allá de sus fronteras. Por primera vez en casi 50 años hay un traspaso del poder y distintos actores ya comenzaron a mostrar sus cartas para su futuro social y político.
EE.UU. mantiene su línea dura por la salida de Castro y una “transición democrática”, sin descartar ningún medio. El mes pasado la administración Bush había revelado sus planes para desestabilizarlo a través de su Comisión para la Asistencia por una Cuba Libre que decidió destinar 80 millones de dólares para la tarea, financiando grupos y actividades opositoras. Y el mismo martes 1, el vocero de la Casa Blanca manifestó “no podemos especular con la salud de Castro pero seguimos trabajando por una Cuba libre” (The Guardian, 2/8/6).
Sin embargo, también se escuchan voces más lúcidas y menos aventureras en el seno del imperialismo: “Washington debería estar planeando establecer contactos con los sucesores (...) un pronto desahogo del embargo económico podría consolidar a la maltratada clase media cubana y ayudarla a jugar un rol más activo en la venidera transición política” (The New York Times, 2/8/6).
El imperialismo español, muy ligado a Cuba y un nexo obligado entre ésta y Europa, mostró una política conciliadora manifestando su deseo de “una pronta recuperación” de Castro, aunque el portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, Diego López Garrido, expresó el deseo de su partido de que Cuba se dirija hacia “una democracia plena que hoy no existe” (Europa Press, 2/8/6).
La “transición democrática” que pregonan todas las alas del imperialismo (yanqui o europeo), es la formulación que oculta el verdadero objetivo, la destrucción de las conquistas de la revolución, del Estado obrero cubano, a pesar del carácter burocrático del mismo, y la recolonización de Cuba por los grandes monopolios y el imperialismo.
La burocracia castrista, por su parte, intenta dar muestras de que nada grave ocurre, que la delegación de poder es “provisoria” y que está enmarcada en la línea sucesoria legal. Su política es la de una “sucesión ordenada” que le permita mantenerse en el poder y, manteniendo bajo estricto control a las masas, oficiar de interlocutor frente a los intereses imperialistas. Sería un “castrismo sin castro” con el que pretenderán conservar sus enormes privilegios que obtienen de sus vínculos con la inversión extranjera, de los puestos jerárquicos en las empresas estatales ligadas a la exportación y al turismo o de los beneficios que reporta el mercado negro.
Sin embargo, la “sucesión” daría un régimen mucho más débil sin la figura irremplazable de Fidel, lo que muy probablemente debilitaría la relación de la burocracia con las masas y desataría la lucha interna por espacios de poder de sus distintas alas. Además, como vimos, la “sucesión” no cuenta con el aval de EE.UU., al menos por ahora.
Los socialistas revolucionarios del PTS rechazamos de plano cualquier intento del imperialismo de aprovechar la situación para acelerar una política favorable a sus intereses. Frente a cualquier provocación imperialista estamos por la defensa de la revolución cubana. Al mismo tiempo la continuidad de la burocracia castrista, de un “castrismo sin Castro” o con su hermano, sólo puede debilitar al Estado obrero cubano abriendo las vías para que se fortalezcan las fuerzas restauracionistas.
Como decíamos hace unos años “la revolución está aún viva. Todavía no han podido agotar sus fuerzas ni el asedio imperialista ni la desastrosa conducción burocrática (...) En caso de agresión militar estaríamos incondicionalmente en el campo de Cuba por la derrota del imperialismo. Pero en ningún caso significaría darle apoyo político a la dirección castrista, que está llevando a la ruina las conquistas de la revolución, desmoralizando a las masas y abriendo el camino a la restauración del capitalismo. No es posible separar la lucha contra el imperialismo de las tareas de la revolución política dejando ésta para una “segunda etapa”. La defensa de la revolución pone en primer plano y tiene por condición la lucha intransigente contra la dominación de la burocracia y por un régimen de democracia obrera (...) basada en órganos de poder de los trabajadores, democráticamente organizados de abajo hacia arriba, integrados por representantes electos directamente y con mandato de la base, que puedan ser revocados en cualquier momento y que no ganen más que lo que percibe un obrero calificado.” [1]
– ¡Plenas libertades políticas y de organización para los trabajadores y partidos políticos que defienden la revolución!¡Por el derecho a huelga y autonomía de los sindicatos, comités de fábrica u otras formas que deseen los trabajadores!
– ¡Revisión radical de la política económica de concesiones al capital extranjero!¡Control obrero de la industria y la administración de los recursos!¡Abajo los privilegios de la burocracia!
– ¡No a la política de coexistencia pacífica con el imperialismo y el apoyo a las burguesías “amigas” del tercer mundo!¡La defensa de la Revolución Cubana está hermanada al triunfo de los obreros y campesinos pobres en América Latina y el mundo!
– ¡Por un gobierno de consejos de obreros, campesinos y soldados!
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